OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Abro la puerta principal del edificio con un bostezo que apenas cubro con la mano en la cual aún sostengo las llaves. Es tarde para ser un día de semana, pero necesitaba chequear cómo estaban las cosas en el nueve luego de las novedades que me llegaron por parte de Mimi, que entre el mensaje del presidente durante el último coliseo y la entrega de Benedict, dudaba mucho de la paz que pudiese respirarse. Febrero acaba de iniciar, pero no parece que el frío tenga ganas de menguar. Salgo del ascensor hacia el pasillo, con toda la intención de llegar a mi puerta, cuando mis piernas chocan de lleno con una enorme caja, cuyo contenido tiembla por mi impacto. ¿Pero qué…? No sé cómo es que recién me doy cuenta de que hay música saliendo de uno de los departamentos vecinos al mío, cuya puerta se encuentra abierta de par en par. El desparramo de equipaje que se mantiene fuera de sus límites me da a entender que se trata de una mudanza, pero por si las dudas chequeo la hora en mi celular. Okay, todavía está permitido el hacer ruido, pero… por favor.
Tengo que pasar una de mis piernas por encima de una de las cajas para no irme de boca al suelo, agradezco que soy delgada como un escarbadientes al poder avanzar sin demasiada dificultad por los huecos que mi nuevo vecino me ha dejado libres y, para cuando alcanzo su entrada, asomo la cabeza por mera curiosidad. Sí, parece que tengo a alguien nuevo decidido a marcar su llegada al edificio y no es hasta que veo la cabellera rubia que dejo salir una risa, entre sorprendida e histérica — ¿Por qué no me sorprende que seas tú quien haga de su mudanza un circo?— me apoyo en el marco de su puerta, haciendo girar mis llaves en uno de mis dedos con la ayuda de uno de los llaveros — Me parece que una de las pilas de tus cajas no me deja entrar a mi casa. ¿Acaso ahora me sigues como para fastidiar también el horario en el cual se supone que no tengo que ver tu cara? — a pesar de que suena como una broma, la sonrisa que le regalo es más venenosa que otra cosa. Aurores. La gran mayoría son solo una panda de pedantes que se creen demasiado por lucir una estúpida placa.
Tengo que pasar una de mis piernas por encima de una de las cajas para no irme de boca al suelo, agradezco que soy delgada como un escarbadientes al poder avanzar sin demasiada dificultad por los huecos que mi nuevo vecino me ha dejado libres y, para cuando alcanzo su entrada, asomo la cabeza por mera curiosidad. Sí, parece que tengo a alguien nuevo decidido a marcar su llegada al edificio y no es hasta que veo la cabellera rubia que dejo salir una risa, entre sorprendida e histérica — ¿Por qué no me sorprende que seas tú quien haga de su mudanza un circo?— me apoyo en el marco de su puerta, haciendo girar mis llaves en uno de mis dedos con la ayuda de uno de los llaveros — Me parece que una de las pilas de tus cajas no me deja entrar a mi casa. ¿Acaso ahora me sigues como para fastidiar también el horario en el cual se supone que no tengo que ver tu cara? — a pesar de que suena como una broma, la sonrisa que le regalo es más venenosa que otra cosa. Aurores. La gran mayoría son solo una panda de pedantes que se creen demasiado por lucir una estúpida placa.
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Tan solo fue un segundo de debilidad el que consiguió que se sentara sobre algunas de las apiladas cajas, aquellas que contenían ropa e importaba más bien poco si se arrugaban o algo parecido. Estiró las piernas al frente, subiendo y bajando entre los contactos que tenía guardados, los cuales eran realmente pocos ya no todos tenían importancia como para acabar ocupando un mínimo de memoria de su teléfono. Crujió su cuello cuando lo giró hacia un lado y el otro, acabando por clicar sobre una notificación de subida de fotos; acabando absorto en sus pensamientos mientras pasaba de perfil en perfil sin un verdadero interés en nadie que allí aparecía. Golpeó un par de veces sus rodillas antes de ponerse en pie y empujar con la cadera otra de las pilas de cajas para que quedara pegada a la pared. Encendió algo de música en un el teléfono que dejó abandonado en algún lugar entre la cocina y la habitación, puede que encima del beige sofá, por ahí.
Y por más cajas que metía al apartamento, más parecían aparecer. ¿No se había robado ninguna caja de Alexa, verdad? No quería encontrarse los feos tangas de su hermana cuando se decidiera a ordenar todo aquello. Que no sería aquel día, desde luego. Empujó otro par, acercándose al sillón para pasar la canción que estaba sonando y de paso, por qué no, tomar una fotografía del desastre del apartamento pero también del toque de independencia y libertad que ello le podía dar. Dió un par de pasos hacia atrás, colocando el teléfono frente a su rostro y dispuesto a tomar una fotografía que no llegó puesto que una presencia tras de sí hizo que volviera el rostro en dirección a la puerta. Esbozó una sonrisa torcida, volviendo la atención a su teléfono. — Podrías haberte dado el paseo con un par de cajas si tanto te molestan — contestó —. Dicen que las veelas sois como un tío solo que una cara bonita — siguió hablando, haciendo referencia a la fuerza que las mismas tenían como criaturas mágicas que eran. Porque aunque el Gobierno las tolerara, usara, su sangre no podía ser aceptada. Tomó la fotografía y pasó por su lado escribiendo un título al pie de la misma, encaminándose en dirección al pasillo sin prestarle atención hasta que hubo enviado la fotografía. — Créeme, estás buena pero tu cara también es lo último que me apetece ver después de haber tenido que meter tantas cajas — aseguró, tomando dos de las que su obstruían su puerta y encaminándose a la propia. Arqueando ambas cejas cuando hubo llegado y ella aún permanecía en medio.
Y por más cajas que metía al apartamento, más parecían aparecer. ¿No se había robado ninguna caja de Alexa, verdad? No quería encontrarse los feos tangas de su hermana cuando se decidiera a ordenar todo aquello. Que no sería aquel día, desde luego. Empujó otro par, acercándose al sillón para pasar la canción que estaba sonando y de paso, por qué no, tomar una fotografía del desastre del apartamento pero también del toque de independencia y libertad que ello le podía dar. Dió un par de pasos hacia atrás, colocando el teléfono frente a su rostro y dispuesto a tomar una fotografía que no llegó puesto que una presencia tras de sí hizo que volviera el rostro en dirección a la puerta. Esbozó una sonrisa torcida, volviendo la atención a su teléfono. — Podrías haberte dado el paseo con un par de cajas si tanto te molestan — contestó —. Dicen que las veelas sois como un tío solo que una cara bonita — siguió hablando, haciendo referencia a la fuerza que las mismas tenían como criaturas mágicas que eran. Porque aunque el Gobierno las tolerara, usara, su sangre no podía ser aceptada. Tomó la fotografía y pasó por su lado escribiendo un título al pie de la misma, encaminándose en dirección al pasillo sin prestarle atención hasta que hubo enviado la fotografía. — Créeme, estás buena pero tu cara también es lo último que me apetece ver después de haber tenido que meter tantas cajas — aseguró, tomando dos de las que su obstruían su puerta y encaminándose a la propia. Arqueando ambas cejas cuando hubo llegado y ella aún permanecía en medio.
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Se me escapa una risa desganada e incrédula, en lo que mis cejas se disparan hacia arriba por culpa de su descaro. Bien, tampoco debería sorprenderme, Luka Romanov jamás ha sido demasiado galante y su actitud siempre ha dejado mucho que desear, tanto que puedo afirmarlo con nisiquiera conocerlo demasiado — ¿Y por qué debería hacerte el favor? No son mis cajas, aquí el que está siendo un estorbo eres tú y yo no tengo la culpa — me encojo de hombros y me quito una pelusa del abrigo, que esa partícula de polvo es mucho más interesante que todo su aura. Mi espalda se presiona contra el marco de la puerta así lo dejo pasar, ciertamente pasmada porque ha tenido al menos la decencia de quitar las cajas antes de que me ponga rabiosa. Supongo que es tarde para todos y… ah, no, ahí está. El comentario venenoso que esperaba. ¿Por qué esta clase de sujetos apelan a lo peor de mí? Que parece a propósito, como si supieran que soy lo suficientemente testaruda como para tomarme la molestia de fastidiarlo por el mero placer de remarcarle que es un idiota — Eres tan original al momento de elogiar a una mujer, Romanov — me llevo una mano al pecho y endulzo el sarcasmo — ¿Así es cómo consigues que te la chupen? Qué romántico.
Ni siquiera pido permiso cuando me adentro a su sala, cargada de cajas que me hacen preguntarme qué demonios tiene este sujeto como para mudar tanto equipaje. ¿No es que los hombres tienen solo un par de prendas, algún que otro cachivache y nada más? Exagero un suspiro cansado y dramático para tomar asiento sobre una caja inmensa, apoyando la espalda contra la pared y cruzando mis piernas — De entre todos los edificios que hay en este distrito, tenías que terminar justo en este. ¿Casualidad o me estás persiguiendo? Pensé que ponías cara de constipado cada vez que te fijabas en las personas como yo — me llevo un dedo a la nariz y la echo hacia atrás para exagerar la manera que tengo de arrugarla, tratando de dar una imagen un poco más snob — Tienes suerte que los Jones se mudaron al nueve hace unas semanas. Vivían cruzando el pasillo y tienes que creerme cuando te digo que te habrían corrido por andar haciendo ruido a estas horas. ¿O ibas a intimidarlos con tu plaquita de auror? — chasqueo la lengua y muerdo la punta de esta, sonriéndole con diversión — ¿Te estoy irritando, Romanov? ¿Quieres que te deje solo? — arrugo el entrecejo y hago un puchero con los labios, que no sea cuestión de que mis intenciones de ser un grano en el culo no sean obvias.
Ni siquiera pido permiso cuando me adentro a su sala, cargada de cajas que me hacen preguntarme qué demonios tiene este sujeto como para mudar tanto equipaje. ¿No es que los hombres tienen solo un par de prendas, algún que otro cachivache y nada más? Exagero un suspiro cansado y dramático para tomar asiento sobre una caja inmensa, apoyando la espalda contra la pared y cruzando mis piernas — De entre todos los edificios que hay en este distrito, tenías que terminar justo en este. ¿Casualidad o me estás persiguiendo? Pensé que ponías cara de constipado cada vez que te fijabas en las personas como yo — me llevo un dedo a la nariz y la echo hacia atrás para exagerar la manera que tengo de arrugarla, tratando de dar una imagen un poco más snob — Tienes suerte que los Jones se mudaron al nueve hace unas semanas. Vivían cruzando el pasillo y tienes que creerme cuando te digo que te habrían corrido por andar haciendo ruido a estas horas. ¿O ibas a intimidarlos con tu plaquita de auror? — chasqueo la lengua y muerdo la punta de esta, sonriéndole con diversión — ¿Te estoy irritando, Romanov? ¿Quieres que te deje solo? — arrugo el entrecejo y hago un puchero con los labios, que no sea cuestión de que mis intenciones de ser un grano en el culo no sean obvias.
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Si él hubiera sabido que la tendría de vecina se habría cambiado de piso, puede que incluso de apartamentos, pero era demasiado tarde y no le apetecía tener que dar muchas más vueltas; mucho menos ser espantado por alguien como ella. Tomó un par de cajas, dejando otras dos aún frente a su puerta, más por molestar que por otra cosa, y se encaminó de regreso. Entrando en el apartamento cuando se presionó contra el marco de la puerta en vez de regresar al suyo, ¿acaso no iba a hacerlo? Esbozó una sonrisa torcida cuando las dejó a un lado y se dedicó durante unos instantes a recolocarse correctamente el jersey. Le gustaban las tías así, las que trataban de quedar por encima para salvar su orgullo, le divertían lo suficiente como para dejarlo pasar, al menos por el momento. — En ésta vida todo se basa en dar y recibir — explicó pasando nuevamente por su lado. —. Tengo mucho más que ofrecer aparte de palabras bonitas — sugirió mientras caminaba por el pasillo para tomar las dos últimas cajas que obstruían su marcha, a la espera de que ésta se cumpliera. Generalmente le gustaba la compañía, mucho más si era tan atractiva como aquella, pero ya tenía suficiente de ella en sus horas laborales.
Las apiló sobre las otras, sacando el teléfono y apagando la música, además de revisar las interacciones que la fotografía de su nuevo apartamento había tenido. — De verdad, Callahan, tengo suficiente de ti durante el horario laboral — aseguró sin problema alguno mientras escribía con rapidez, contestando a algunos de los comentarios con un anuncio de fiesta de inauguración que daría en un par de días. — Si hubiera sabido que vivías en éste edificio y piso lo habría escogido justo en el edificio de enfrente, podría verte pero no sufrirte —. Dejó el teléfono sobre el sofá, examinando como se acomodaba. — Entonces era una traidores — concluyó por la marcha de aquella desconocida familia. —. Unos traidores que tuvieron la suerte de poder huir antes de que me mudara al edificio —. Porque tenía buen ojo para aquello, además de tener expectativas de futuros ascensos, y todo ello pasaba por conseguir librar al país de aquella plaga de ratas traidoras. — No quiero que me dejes solo — contestó automáticamente, bajando la mirada por las piernas contrarias hasta acabar fijándose en la caja. — No recuerdo si guardé los utensilios de cocina en horizontal o vertical, así que estoy esperando a que tu culo acabe por hacer ceder la caja y así salir de dudas —. La verdad era que no tenía ni idea de donde había nada, pero por huevos las más livianas tenían que tener ropa, lo cual era… el setenta por cien de las cajas.
Golpeó la caja sobre la que se sentaba en un lateral, probando de la fuerza y estabilidad de la misma, antes de cruzar el umbral de la puerta y empujar la última pila de cajas que restaba. — ¿No te vas? Seguro que tienes ropa que planchar o algo por el estilo — volvió a interrumpir buscando la mirada la cajetilla de cigarrillos que había dejado en algún lado.
Las apiló sobre las otras, sacando el teléfono y apagando la música, además de revisar las interacciones que la fotografía de su nuevo apartamento había tenido. — De verdad, Callahan, tengo suficiente de ti durante el horario laboral — aseguró sin problema alguno mientras escribía con rapidez, contestando a algunos de los comentarios con un anuncio de fiesta de inauguración que daría en un par de días. — Si hubiera sabido que vivías en éste edificio y piso lo habría escogido justo en el edificio de enfrente, podría verte pero no sufrirte —. Dejó el teléfono sobre el sofá, examinando como se acomodaba. — Entonces era una traidores — concluyó por la marcha de aquella desconocida familia. —. Unos traidores que tuvieron la suerte de poder huir antes de que me mudara al edificio —. Porque tenía buen ojo para aquello, además de tener expectativas de futuros ascensos, y todo ello pasaba por conseguir librar al país de aquella plaga de ratas traidoras. — No quiero que me dejes solo — contestó automáticamente, bajando la mirada por las piernas contrarias hasta acabar fijándose en la caja. — No recuerdo si guardé los utensilios de cocina en horizontal o vertical, así que estoy esperando a que tu culo acabe por hacer ceder la caja y así salir de dudas —. La verdad era que no tenía ni idea de donde había nada, pero por huevos las más livianas tenían que tener ropa, lo cual era… el setenta por cien de las cajas.
Golpeó la caja sobre la que se sentaba en un lateral, probando de la fuerza y estabilidad de la misma, antes de cruzar el umbral de la puerta y empujar la última pila de cajas que restaba. — ¿No te vas? Seguro que tienes ropa que planchar o algo por el estilo — volvió a interrumpir buscando la mirada la cajetilla de cigarrillos que había dejado en algún lado.
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Debería agradecerle por sacar esa música infernal, ni hace falta que le diga que tiene un pésimo gusto — Pobrecito. Debe ser el karma, castigándote por tu racismo y poca paciencia — me llevo una mano al pecho, mostrándome falsamente dolida — ¿No que nuestro presidente quiere demostrarle al mundo que podemos ser una supremacía mágica todos juntos? Eres tan poco tolerante… — por no decir que escupir en los derechos ajenos es detestable, pero no soy tan estúpida como para ponerme a debatir eso con un auror clasista. Me encojo de hombros — Uy, que miedo — me mofo de él y sus habilidades como detective, que mis vecinos jamás rompieron ninguna ley y habría sido imposible castigarlos en base a la nada misma que yo sepa, marcharse fue una decisión sorpresiva que está marcando a muchas familias. Pasará un largo tiempo hasta que podamos acostumbrarnos al nuevo ritmo que estamos teniendo como nación.
Detesto que los hombres me miren de esa manera, he pasado años en los cuales no sabía controlar el efecto que producía en ellos y llegaba a ser realmente incómodo, en especial cuando de la vista se creían excusados para pasar al tacto. Aún así, alzo el mentón para demostrarle que su mirada escrutadora no me intimida y hasta me río con sorna de él — Claro, porque quieres que te deje ver si tengo alguna marca en mi culo o no. Que pena por ti, hace frío y de seguro tienes sarna — me cruzo de brazos para mantenerme calentita dentro de mi abrigo, sin importarme sus golpes en la caja. Yo no me pienso mover — Ay, por favor — no puedo contenerme — ¿De verdad vas a usar la carta del machismo? Te quedaste siglos atrás, Romanov. ¿Sabes qué dicen que dicen de los hombres como tú? — me pongo de pie de un salto, tomando su hombro con una suavidad que no siento y relamo mis labios antes de acercarlos juguetonamente a su oído — Gran ego, polla pequeña — le doy una palmada que pretende ser un consuelo y me aparto de él con una sonrisa burlona — Lamento mucho que necesites denigrar a las mujeres solo para creerte un mejor hombre. Cualquiera tiene más bolas que tú.
Le doy la espalda con toda la desenvoltura que soy capaz de poseer y me paseo por su departamento. Es bonito, pero estoy segura de que en pocos días acabará oliendo como él. Mis dedos revolotean en el aire, hasta que encuentro la caja que estaba buscando, de la cual sobresale el pico de una botella. ¿Vino? De seguro, cosa de su familia para estrenar su nuevo hogar o algo así. ¿No que es pariente del ministro Helmuth? Lo saco, girándome hacia él con la postura de una promotora de televisión — Tengo una propuesta para ti — muevo mis cejas, tratando de ser lo más tentadora posible — Bebe conmigo. Te apuesto lo que tú quieras a que puedo aguantar mejor una botella de vino que tú. Y si gano, no fastidiarás nunca a tu buena y linda vecina, aka moi. ¿Qué dices? ¿Te atreves?
Detesto que los hombres me miren de esa manera, he pasado años en los cuales no sabía controlar el efecto que producía en ellos y llegaba a ser realmente incómodo, en especial cuando de la vista se creían excusados para pasar al tacto. Aún así, alzo el mentón para demostrarle que su mirada escrutadora no me intimida y hasta me río con sorna de él — Claro, porque quieres que te deje ver si tengo alguna marca en mi culo o no. Que pena por ti, hace frío y de seguro tienes sarna — me cruzo de brazos para mantenerme calentita dentro de mi abrigo, sin importarme sus golpes en la caja. Yo no me pienso mover — Ay, por favor — no puedo contenerme — ¿De verdad vas a usar la carta del machismo? Te quedaste siglos atrás, Romanov. ¿Sabes qué dicen que dicen de los hombres como tú? — me pongo de pie de un salto, tomando su hombro con una suavidad que no siento y relamo mis labios antes de acercarlos juguetonamente a su oído — Gran ego, polla pequeña — le doy una palmada que pretende ser un consuelo y me aparto de él con una sonrisa burlona — Lamento mucho que necesites denigrar a las mujeres solo para creerte un mejor hombre. Cualquiera tiene más bolas que tú.
Le doy la espalda con toda la desenvoltura que soy capaz de poseer y me paseo por su departamento. Es bonito, pero estoy segura de que en pocos días acabará oliendo como él. Mis dedos revolotean en el aire, hasta que encuentro la caja que estaba buscando, de la cual sobresale el pico de una botella. ¿Vino? De seguro, cosa de su familia para estrenar su nuevo hogar o algo así. ¿No que es pariente del ministro Helmuth? Lo saco, girándome hacia él con la postura de una promotora de televisión — Tengo una propuesta para ti — muevo mis cejas, tratando de ser lo más tentadora posible — Bebe conmigo. Te apuesto lo que tú quieras a que puedo aguantar mejor una botella de vino que tú. Y si gano, no fastidiarás nunca a tu buena y linda vecina, aka moi. ¿Qué dices? ¿Te atreves?
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Aunque lo estaba cansando. Todo en ella gritaba que era la típica tía buenorra que pensaba que podía decir lo que quisiera solo por eso, estar buena. La ignoró deliberadamente, tratar un tema como aquel con una criatura mágica que hacía dos días dormía entre dos cajas de cartón rallaba lo absurdo y aburrido. Además, no tenía de qué convencerla porque no merecía la pena; ella ni siquiera tendría que estar entre ellos y solo lo hacía por la buena voluntad del nuevo presidente en un intento de aunar fuerzas contra algo peor. Al menos tenían algo mágico en su nombre. Bostezó, estirando los brazos hacia arriba y caminando hacia una pila de cajas, abriendo la superior y moviendo algunos libros de un lado para otro, parándose un segundo cuando se dio cuenta de que algo había desaparecido. O más bien alguien ¿Dónde cojones estaba verde? La dejó allí, hablando sola como la loca que parecía y era, para entrar en la habitación y cerciorarse de que el reptil estaba allí, dormitando en uno de los muebles cercanos a la ventana en aras de aprovechar los últimos rayos de sol. Lo señaló con el dedo como advertencia, cerrando la puerta tras de sí cuando hubo salido.
Solo había puesto un pie de nuevo en la sala cuando se acercó hasta él, al parecer para decirle algo a colación de unas palabras previas que no había escuchado. Arqueó ambas cejas, no pudiendo evitar soltar una carcajada que le hizo menear la cabeza. — En solo cinco minutos has mencionado dos veces mi polla, ¿es tu subconsciente hablando? —. Porque ella pensaba que lo molestaba, pero solo lo divertía. Era entretenido ver a una mujer con una pataleta que se había montado dentro de su cabeza. — No te confundas, hay muchas mujeres a las que admiro, solo quiero que te pires de mi casa — dijo sin demasiados rodeos, dejando en claro que su compañía era non grata y prefería prescindir de la misma. Solo estaba siendo ‘amable’ para no tener que sufrirla también en el Ministerio con sus miradas de niñita ofendida. — ¿Haces inspecciones de todos los apartamentos o solo estás interesada en conocer a fondo el mío? — cuestionó apoyando la espalda contra la pared más cercana, siguiéndola con la mirada. Sintiendo cierto alivio interior cuando se hubo alejado lo suficiente de él, de verdad era un suplicio tenerla cerca.
Tomó la cajetilla de cigarrillos, sacando uno y prendiéndolo cuando lo acercó a sus labios. — Tú eres la que ha venido a molestarme a mi apartamento — indicó dejando ir algo de humo mientras hablaba y dejando apoyado el cigarrillo entre sus labios. Lo mejor era reservar aquella botella para una compañía más adecuada pero… sabía cómo tentar a las personas, y mucho más después haber estado revoloteando de un lado para otro como si fuera la dueña del lugar. — Si gano me harás caso durante una semana — propuso como una apuesta más alta. Ella tenía confianza en su tolerancia al alcohol, él tenía mucha más. — sin rechistar — apostilló cerrando la puerta de la casa y encaminándose para leer algunos de los nombres que habían escritos en las cajas hasta acabar encontrando la que tenía vasos, copas y demás chorradas que no usaría pero su familia se había encabezonado en incluir. Sacó dos copas y le quitó la botella, abriéndola con facilidad y llenando las copas casi hasta el límite. Si hablaban de beber no habría sitio para las remilgarías. — Estás a tiempo de volver a tu tranquilo apartamento y dejar las cosas como están. Prometo que no las tendré en cuenta —.
Solo había puesto un pie de nuevo en la sala cuando se acercó hasta él, al parecer para decirle algo a colación de unas palabras previas que no había escuchado. Arqueó ambas cejas, no pudiendo evitar soltar una carcajada que le hizo menear la cabeza. — En solo cinco minutos has mencionado dos veces mi polla, ¿es tu subconsciente hablando? —. Porque ella pensaba que lo molestaba, pero solo lo divertía. Era entretenido ver a una mujer con una pataleta que se había montado dentro de su cabeza. — No te confundas, hay muchas mujeres a las que admiro, solo quiero que te pires de mi casa — dijo sin demasiados rodeos, dejando en claro que su compañía era non grata y prefería prescindir de la misma. Solo estaba siendo ‘amable’ para no tener que sufrirla también en el Ministerio con sus miradas de niñita ofendida. — ¿Haces inspecciones de todos los apartamentos o solo estás interesada en conocer a fondo el mío? — cuestionó apoyando la espalda contra la pared más cercana, siguiéndola con la mirada. Sintiendo cierto alivio interior cuando se hubo alejado lo suficiente de él, de verdad era un suplicio tenerla cerca.
Tomó la cajetilla de cigarrillos, sacando uno y prendiéndolo cuando lo acercó a sus labios. — Tú eres la que ha venido a molestarme a mi apartamento — indicó dejando ir algo de humo mientras hablaba y dejando apoyado el cigarrillo entre sus labios. Lo mejor era reservar aquella botella para una compañía más adecuada pero… sabía cómo tentar a las personas, y mucho más después haber estado revoloteando de un lado para otro como si fuera la dueña del lugar. — Si gano me harás caso durante una semana — propuso como una apuesta más alta. Ella tenía confianza en su tolerancia al alcohol, él tenía mucha más. — sin rechistar — apostilló cerrando la puerta de la casa y encaminándose para leer algunos de los nombres que habían escritos en las cajas hasta acabar encontrando la que tenía vasos, copas y demás chorradas que no usaría pero su familia se había encabezonado en incluir. Sacó dos copas y le quitó la botella, abriéndola con facilidad y llenando las copas casi hasta el límite. Si hablaban de beber no habría sitio para las remilgarías. — Estás a tiempo de volver a tu tranquilo apartamento y dejar las cosas como están. Prometo que no las tendré en cuenta —.
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— Ya quisieras — le respondo con ironía — Y técnicamente, solo lo he dicho una sola vez, no te ilusiones — arqueo las cejas, que no puedo creerme que respete a “muchas mujeres” cuando tiene ese tipo de respuestas y me pregunto, de verdad, si existe alguna fuera de su familia a quien se atreva a hablarle de ese modo. Mi mirada es lo único que debería servirle de respuesta, cargada de incredulidad y poca credibilidad, hasta que no puedo evitar soltar una vaga risa — Hago inspección de apartamentos cuando su inquilino me cae mal y quiero hacerle pasar un mal rato, eso es todo — no es como si no hubiese sido obvia, pensé que ya lo habría notado.
Me encojo de hombros porque sí, yo he sido la que se metió en su casa, aunque ya dejé en claro las razones y mis motivos. El olor del cigarrillo hace que ventile el aire delante de mí con una mano, como si en verdad fuese una molestia para mí cuando jamás he tenido problemas con ello; he estado en sitios mucho más apestosos y desagradables. Tengo cosas más importantes para preocuparme, como por ejemplo el factor de que acepte o no mi propuesta — Sí que sabes jugar — le concedo con gracia — Lo que quieras, pero no lavaré tu ropa interior ni cortaré las uñas de tus pies. Por lo demás… me callaré la boca y seré una buena niña — puedo soportar una semana de humillaciones, veremos si él puede con una eternidad de ser un vecino decente. Permito que sea él quien llene las copas, desde aquí el vino huele dulce y apetitoso — ¿Me crees cobarde? — bebo un buen trago, me relamo y chasqueo la lengua. Sabe bien.
Voy a arruinar el buen gusto. Le quito el cigarrillo de los labios y me recargo en la pared más cercana para darle una suave calada, saboreo el humo y se lo regreso. Mis dedos juguetean con el peso de la copa, la cual remuevo un poco. No sé bien qué es lo que se supone que ese movimiento hace, pero lo vi muchas veces en las películas — Tengo curiosidad — confieso, dejando salir todo el humo que tenía contenido — ¿Por qué te disgustan las personas como yo? Fui una bruja alguna vez, alguien con tu mismo derecho a todo esto. Y, ahora mismo, soy mucho más poderosa que tú. ¿Es miedo o rechazo? — muevo las cejas y vuelvo a dar un trago — Soy toda oídos, te concedo el hablar antes de que pierdas la consciencia.
Me encojo de hombros porque sí, yo he sido la que se metió en su casa, aunque ya dejé en claro las razones y mis motivos. El olor del cigarrillo hace que ventile el aire delante de mí con una mano, como si en verdad fuese una molestia para mí cuando jamás he tenido problemas con ello; he estado en sitios mucho más apestosos y desagradables. Tengo cosas más importantes para preocuparme, como por ejemplo el factor de que acepte o no mi propuesta — Sí que sabes jugar — le concedo con gracia — Lo que quieras, pero no lavaré tu ropa interior ni cortaré las uñas de tus pies. Por lo demás… me callaré la boca y seré una buena niña — puedo soportar una semana de humillaciones, veremos si él puede con una eternidad de ser un vecino decente. Permito que sea él quien llene las copas, desde aquí el vino huele dulce y apetitoso — ¿Me crees cobarde? — bebo un buen trago, me relamo y chasqueo la lengua. Sabe bien.
Voy a arruinar el buen gusto. Le quito el cigarrillo de los labios y me recargo en la pared más cercana para darle una suave calada, saboreo el humo y se lo regreso. Mis dedos juguetean con el peso de la copa, la cual remuevo un poco. No sé bien qué es lo que se supone que ese movimiento hace, pero lo vi muchas veces en las películas — Tengo curiosidad — confieso, dejando salir todo el humo que tenía contenido — ¿Por qué te disgustan las personas como yo? Fui una bruja alguna vez, alguien con tu mismo derecho a todo esto. Y, ahora mismo, soy mucho más poderosa que tú. ¿Es miedo o rechazo? — muevo las cejas y vuelvo a dar un trago — Soy toda oídos, te concedo el hablar antes de que pierdas la consciencia.
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— ¿Te caigo mal? Creo que es la… tercera vez que cruzamos más de dos palabras seguidas, al menos que yo recuerde — que tenía buena memoria, pero también era cierto que en las fiestas perdía un poco el norte y acababa charlando de un lado para otro, no recordando algunas de las conversaciones que pudo haber mantenido. Al menos no las triviales; y estaba claro que ellos dos no habría tenido demasiado de lo que hablar por más que en un ambiente relajado la lengua del rubio se desenredara con facilidad. Sonrió de medio lado cuando accedió con dos condiciones, las cuales no había barajado pero eran buenas para molestarla, aunque también para gastar innecesarias energías. — No te molestaré dentro del edificio — puntualizó. Y tampoco la molestaría fuera de las reglas de convivencia que le habían prescrito, pero eso era otra historia.
Dejó salir buen parte del humo mientras servía las copas, no teniendo ni tiempo de ser un buen anfitrión puesto que ella se precipitó a tomar la suya. — Creo que te gusta hacerte la dura — fue su respuesta, dejando ir el cigarrillo de entre sus labios. Aprovechando entonces para tomar su propia copa y dar un largo trago con el que casi apuró todo el contenido de la misma. Conocía a muchas personas como ella; tías que disfrutaban jugando con los demás soltando comentarios bordes o fríos para llamar la atención, hacer como que eran más duros de lo que realmente eran. A él le importaban las apariencias, era obvio con el ritmo de vida que llevaba, pero no fingía ser algo que no pensara que fuera. Apoyó la copa, dejando también la mano rodeando con los dedos índice y pulgar la base de la misma. Tomó el cigarrillo con la mano libre, aspirando una calada que llenó por completo sus pulmones. — ¿Piensas que te tengo miedo? — preguntó con cierta diversión, girando la cabeza hacia un lado para dejar ir el humo que aún sostenía. Recargó su cuerpo contra la encimera. — Puede que lo fueras, pero ya no — comentó. Lo cierto era que las criaturas, en cierto modo, le eran indiferentes. Si habían regresado era por tener algo de magia recorriendo sus venas por lo que formaban parte de la sociedad en la que vivían, pero no tenían el mismo status que personas como él. Estaban… ¿manchadas? — Y no me disgustan las criaturas mágicas, solo tú porque eres una pesada — bromeó esbozando una sonrisa torcida en lo que tomaba nuevamente la botella y llenaba ambas copas.
Dio una nueva calada, tendiéndole el cigarrillo. — Además de que no eres más poderosa que yo, sigue soñando — agregó volviendo a beber, en aquella ocasión con algo más de calma. Detestaba el vino, su sabor amargo le destrozaba las papilas gustativas. ¿De qué lado pensaba que se pondría antes un Gobierno como aquel, de una criatura mágica o de un sangre pura hijo de aurores y sobrino de un Ministro? No había que pensar demasiado la respuesta. — Tú, por tu parte, nunca has cruzado más de dos palabras seguidas conmigo pero siempre cargas ese constante estado de histeria —. Porque habría sido sencillo simplemente decirle que sacara las cosas y marcharse, pero no lo hizo.
Dejó salir buen parte del humo mientras servía las copas, no teniendo ni tiempo de ser un buen anfitrión puesto que ella se precipitó a tomar la suya. — Creo que te gusta hacerte la dura — fue su respuesta, dejando ir el cigarrillo de entre sus labios. Aprovechando entonces para tomar su propia copa y dar un largo trago con el que casi apuró todo el contenido de la misma. Conocía a muchas personas como ella; tías que disfrutaban jugando con los demás soltando comentarios bordes o fríos para llamar la atención, hacer como que eran más duros de lo que realmente eran. A él le importaban las apariencias, era obvio con el ritmo de vida que llevaba, pero no fingía ser algo que no pensara que fuera. Apoyó la copa, dejando también la mano rodeando con los dedos índice y pulgar la base de la misma. Tomó el cigarrillo con la mano libre, aspirando una calada que llenó por completo sus pulmones. — ¿Piensas que te tengo miedo? — preguntó con cierta diversión, girando la cabeza hacia un lado para dejar ir el humo que aún sostenía. Recargó su cuerpo contra la encimera. — Puede que lo fueras, pero ya no — comentó. Lo cierto era que las criaturas, en cierto modo, le eran indiferentes. Si habían regresado era por tener algo de magia recorriendo sus venas por lo que formaban parte de la sociedad en la que vivían, pero no tenían el mismo status que personas como él. Estaban… ¿manchadas? — Y no me disgustan las criaturas mágicas, solo tú porque eres una pesada — bromeó esbozando una sonrisa torcida en lo que tomaba nuevamente la botella y llenaba ambas copas.
Dio una nueva calada, tendiéndole el cigarrillo. — Además de que no eres más poderosa que yo, sigue soñando — agregó volviendo a beber, en aquella ocasión con algo más de calma. Detestaba el vino, su sabor amargo le destrozaba las papilas gustativas. ¿De qué lado pensaba que se pondría antes un Gobierno como aquel, de una criatura mágica o de un sangre pura hijo de aurores y sobrino de un Ministro? No había que pensar demasiado la respuesta. — Tú, por tu parte, nunca has cruzado más de dos palabras seguidas conmigo pero siempre cargas ese constante estado de histeria —. Porque habría sido sencillo simplemente decirle que sacara las cosas y marcharse, pero no lo hizo.
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No disimulo cuando ruedo los ojos, que ni hace falta que yo jamás he jugado a la carta de ser dura, pero sí he dejado bien en claro que no me ando con rodeos o con pelos en la lengua, hay una enorme diferencia — Dime tú — digo simplemente, que no tengo muy bien en claro cuál es su problema con las personas como yo. Arqueo una de mis cejas, que es cierto que no soy humana, que casi todo lo que nos hacía fisonómicamente similares ha desaparecido. Pero soy más que una bruja, puedo usar varita y también, alcanzar un nivel mágico con el cual él simplemente puede soñar — No se te nota. Jamás te he visto poner buena cara cuando pasas cerca de nosotras en el ministerio — no es el único, ese lugar está lleno de idiotas que no tienen otra opción que callarse la boca ahora que es completamente legal para nosotros el andar por ahí. Las peores son las mujeres que sospechan que toda veela es la culpable del desastre en su matrimonio, las detesto.
Bebo otro trago y me hago con el cigarro que me tiende, lo coloco entre los labios que se curvan hacia un lado — Vamos, Romanov. Los dos sabemos que yo puedo hacer magia que no te enseñarían siquiera siendo un auror entrenado. No se te caerá el cabello por admitirlo — ni siquiera es un tono burlesco, solo me aferro a una verdad absoluta que ambos conocemos. Doy una calada y, tras largar todo el humo, me bebo hasta la última gota de mi copa. Tengo que sostener el cigarro entre mis labios apretados en lo que asiento a sus palabras, ocupada en rellenar el cristal con más vino y ofreciéndole a él hacer lo mismo con la suya. Tengo que pasarle el cigarro para volver a hablar — Mi constante estado de histeria es que he aprendido a rechazar a las personas que nos ponen mala cara. Gente como tú, con su supuesta perfección, se pavonean por los pasillos del ministerio creyéndose superiores a nosotros, sin siquiera un mínimo de empatía. Me parece bastante desagradable.
Levanto la copa a la altura de mi nariz, como si de esa manera pudiera descubrir qué cosecha es, antes de darle un nuevo trago — ¿Así que eso es todo? ¿He confundido tu indiferencia con desprecio? — apoyo la cabeza contra la pared y levanto la vista hacia el techo, cruzando un brazo sobre mi pecho. Puede que la compañía no sea la ideal, pero nadie puede decir que el vino y el tabaco no son una buena combinación — No seas tan cliché, Romanov y me vengas con esas tonterías de fachadas y corazas. Puedo soportarlo, la mayoría en el ministerio opina que las criaturas somos un desperdicio de espacio.
Bebo otro trago y me hago con el cigarro que me tiende, lo coloco entre los labios que se curvan hacia un lado — Vamos, Romanov. Los dos sabemos que yo puedo hacer magia que no te enseñarían siquiera siendo un auror entrenado. No se te caerá el cabello por admitirlo — ni siquiera es un tono burlesco, solo me aferro a una verdad absoluta que ambos conocemos. Doy una calada y, tras largar todo el humo, me bebo hasta la última gota de mi copa. Tengo que sostener el cigarro entre mis labios apretados en lo que asiento a sus palabras, ocupada en rellenar el cristal con más vino y ofreciéndole a él hacer lo mismo con la suya. Tengo que pasarle el cigarro para volver a hablar — Mi constante estado de histeria es que he aprendido a rechazar a las personas que nos ponen mala cara. Gente como tú, con su supuesta perfección, se pavonean por los pasillos del ministerio creyéndose superiores a nosotros, sin siquiera un mínimo de empatía. Me parece bastante desagradable.
Levanto la copa a la altura de mi nariz, como si de esa manera pudiera descubrir qué cosecha es, antes de darle un nuevo trago — ¿Así que eso es todo? ¿He confundido tu indiferencia con desprecio? — apoyo la cabeza contra la pared y levanto la vista hacia el techo, cruzando un brazo sobre mi pecho. Puede que la compañía no sea la ideal, pero nadie puede decir que el vino y el tabaco no son una buena combinación — No seas tan cliché, Romanov y me vengas con esas tonterías de fachadas y corazas. Puedo soportarlo, la mayoría en el ministerio opina que las criaturas somos un desperdicio de espacio.
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— ¿Alguien no la pone? — preguntó con un encogimiento de hombros. Era complicado mirar con buenos ojos a aquellas que podían mover los hilos como les diera la ganas, y más si tenía que ver con hombres de por medio. La desconfianza hacia las que era como ella era natural, casi como el respirar, y no podía culpar a todos por ello. Cuando la mayoría opinaban de un modo y unos pocos de otro… ¿Quién tenía la razón? En su opinión la mayoría, pero era obvio que dependía de la persona a la que se le preguntara. — Y tampoco es que destaque por poner buena cara en el Ministerio — acompañó sus palabras de una corta calada que colmó sus pulmones antes de dejarlo ir con el rostro vuelto hacia un lado, tomando entonces la copa y apurando el contenido de la misma. Quizás no todas estaban hechas de la misma pasta, pero su raza las encajaba de un modo difícil de sortear. Pero tampoco era algo que le preocupara en exceso, su relación con veelas y licántropos, al menos en el ámbito laboral, estaba acotado de una determinada forma; fuera era otra historia.
Apoyó ambas manos en la encimera, dejando que el peso de su cuerpo se columpiara hacia atrás. Arqueó una ceja, observándola con diversión. — No me refiero a la magia — puntualizó observándola beber y ofreciéndole la botella para que rellenara su copa, haciendo lo propio con la suya antes de recibir de vuelta el cigarrillo. — No puedes juzgar a los demás por como os miran, la fama que lleváis aparejada echa para atrás — contestó bajando la ceniza en el fregadero. — No es como si fuerais dulces e inocentes gatitas — ironizó. Tenían un poder diferente al que podían tener los demás; incluido él. Apoyó la mano en la encimera, manteniendo entre sus dedos bien apresado el cigarrillo y golpeteando con el talón del pie la superficie que tenía detrás. Parecía demasiado interesada, como si quisiera saber porqué las personas como él preferían mantenerse alejados de ellas. Pero una de las cosas más importantes que no parecía entender era que a él le eran totalmente indiferentes siempre que no se cruzaran en su camino o se interpusieran en sus propósitos. Si solo se mantenían ahí, quietas, le daba igual lo que hicieran o dejaran de hacer. — Parece que tu ego es mucho más grande de lo que parece, Callahan — comentó acabando por atrapar la copa y acercarla a sus labios. — no le presto especial atención a los que me rodean salvo que pueda obtener algo de ello y, de momento, no tengo mayor interés en las veelas — continuó antes de beber con naturalidad, encogiéndose de hombros mientras lo hacía. Lo cual no era una verdad del todo; disponían de su atención y su tiempo si le apetecía e interesaba, ya que no le gustaba perder el tiempo con pequeñeces de las que no podría sacar ningún tipo de beneficio. ¿Qué sentido tendría aquello? Esforzarse porque sí era cosa de perdedores, y él no lo era en absoluto. —, y lo cierto es que me importa poco si piensas que lo que digo es verdad o mentira — agregó cuando hubo tragado el líquido.
Llevó de nuevo el cigarrillo a sus labios, dejándolo colgando del perfil de sus labios. — Eres un sujeto curioso — habló —, parece que tienes mucha confianza en ti misma pero le prestas demasiada importancia a cómo te miran los demás o lo que puedan opinar de ti —, que no podía culparla porque en aquel aspecto él era similar. Su ego no conocía límites pero también detestaba cualquier mancha que otros trataran de poner sobre su imagen; pero era más por orgullo que por otra cosa. — ¿Tuviste algún encuentro con aurores durante el tiempo que te mantuviste fuera del radar? ¿De ahí sacaste ese trauma que tienes con nosotros? Sin contar con el tema de las miradas condescendientes, claro— preguntó con tintes de diversión en su voz.
Apoyó ambas manos en la encimera, dejando que el peso de su cuerpo se columpiara hacia atrás. Arqueó una ceja, observándola con diversión. — No me refiero a la magia — puntualizó observándola beber y ofreciéndole la botella para que rellenara su copa, haciendo lo propio con la suya antes de recibir de vuelta el cigarrillo. — No puedes juzgar a los demás por como os miran, la fama que lleváis aparejada echa para atrás — contestó bajando la ceniza en el fregadero. — No es como si fuerais dulces e inocentes gatitas — ironizó. Tenían un poder diferente al que podían tener los demás; incluido él. Apoyó la mano en la encimera, manteniendo entre sus dedos bien apresado el cigarrillo y golpeteando con el talón del pie la superficie que tenía detrás. Parecía demasiado interesada, como si quisiera saber porqué las personas como él preferían mantenerse alejados de ellas. Pero una de las cosas más importantes que no parecía entender era que a él le eran totalmente indiferentes siempre que no se cruzaran en su camino o se interpusieran en sus propósitos. Si solo se mantenían ahí, quietas, le daba igual lo que hicieran o dejaran de hacer. — Parece que tu ego es mucho más grande de lo que parece, Callahan — comentó acabando por atrapar la copa y acercarla a sus labios. — no le presto especial atención a los que me rodean salvo que pueda obtener algo de ello y, de momento, no tengo mayor interés en las veelas — continuó antes de beber con naturalidad, encogiéndose de hombros mientras lo hacía. Lo cual no era una verdad del todo; disponían de su atención y su tiempo si le apetecía e interesaba, ya que no le gustaba perder el tiempo con pequeñeces de las que no podría sacar ningún tipo de beneficio. ¿Qué sentido tendría aquello? Esforzarse porque sí era cosa de perdedores, y él no lo era en absoluto. —, y lo cierto es que me importa poco si piensas que lo que digo es verdad o mentira — agregó cuando hubo tragado el líquido.
Llevó de nuevo el cigarrillo a sus labios, dejándolo colgando del perfil de sus labios. — Eres un sujeto curioso — habló —, parece que tienes mucha confianza en ti misma pero le prestas demasiada importancia a cómo te miran los demás o lo que puedan opinar de ti —, que no podía culparla porque en aquel aspecto él era similar. Su ego no conocía límites pero también detestaba cualquier mancha que otros trataran de poner sobre su imagen; pero era más por orgullo que por otra cosa. — ¿Tuviste algún encuentro con aurores durante el tiempo que te mantuviste fuera del radar? ¿De ahí sacaste ese trauma que tienes con nosotros? Sin contar con el tema de las miradas condescendientes, claro— preguntó con tintes de diversión en su voz.
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— Eso es prejuicio. La mayoría de las veces que obtenemos atención, ni siquiera la deseamos — aprendes a controlar el tono de tu voz, a no clavar la mirada en los ojos ajenos que pronto empezarán a perderse, a no responder como personas normales ante una hipnosis que es más fuerte que nosotras. Ni siquiera puedes disfrutar el bailar, que un movimiento involuntario puede acabar con una nueva víctima y sí, sé que hay veelas que abusan de ello, pero también sé que existe un enorme espectro sobre nosotras — Como tú digas — me encojo de hombros — No hablo de que seas un seguidor de nosotras, hablo del rechazo que emanas, eso es todo. Mi ego está a salvo, gracias por preocuparte — que pueden irritarme las personas como él, pero no me siento menos. He aprendido a quererme por mí misma, en especial cuando el resto del mundo no parecía poder hacerlo.
Tengo que bajar la mirada del techo para clavarla en él, la entorno sin importarme demasiado en si él va a sostenerla o no, puedo con eso — Tengo confianza en mí misma — aseguro — Pero un exceso de desconfianza hacia el resto. No crecimos en el mundo mundo, Romanov, eso tenlo por seguro — allí donde todo él me grita que es un niño mimado, algunos nos tuvimos que conformar con las sobras del norte. No es algo que voy a señalarle a un auror, pero hay injusticias con las cuales uno no puede luchar cuando eres una pulga minúscula en distritos nauseabundos — ¿Traumas? — me despego de la pared — Oh, si quieres hablar de traumas… — vacío la copa, la apoyo a su lado para ser libre de buscar la botella y ofrecerle el rellenar la suya también con un vago gesto — ¿De cuáles quieres charlar? ¿Sobre los aurores que abusaron de su poder sobre una menor de edad y la acusaron de ser la culpable porque ellos decidieron manosearla? ¿O de aquellos aurores que le quitaron la comida de las manos solamente para pavonearse, diciendo que debía darles lo que tenía porque ellos estaban hambrientos y trabajaban para su seguridad? — eso fue pura mierda, a esas personas no les importaba si mi estómago gruñía. Cuando apoyo de nuevo la botella, lo hago con más fuerza, pero mis ojos siguen puestos en él — No todos, pero la mayoría de ustedes nos ven como simples objetos a cuales cosificar por el simple hecho de que nuestra naturaleza los impulsa a cometer estupideces. Nos culpan de ello, nos usan y luego dicen que nos temen. ¿Crees que soy hermosa, Romanov? ¿O crees que solo soy un monstruo escondido detrás de la cara de un ángel? Porque he oído muchas cosas de sujetos como tú, de verdad. Ya no me queda nada por qué sorprenderme.
Tengo que bajar la mirada del techo para clavarla en él, la entorno sin importarme demasiado en si él va a sostenerla o no, puedo con eso — Tengo confianza en mí misma — aseguro — Pero un exceso de desconfianza hacia el resto. No crecimos en el mundo mundo, Romanov, eso tenlo por seguro — allí donde todo él me grita que es un niño mimado, algunos nos tuvimos que conformar con las sobras del norte. No es algo que voy a señalarle a un auror, pero hay injusticias con las cuales uno no puede luchar cuando eres una pulga minúscula en distritos nauseabundos — ¿Traumas? — me despego de la pared — Oh, si quieres hablar de traumas… — vacío la copa, la apoyo a su lado para ser libre de buscar la botella y ofrecerle el rellenar la suya también con un vago gesto — ¿De cuáles quieres charlar? ¿Sobre los aurores que abusaron de su poder sobre una menor de edad y la acusaron de ser la culpable porque ellos decidieron manosearla? ¿O de aquellos aurores que le quitaron la comida de las manos solamente para pavonearse, diciendo que debía darles lo que tenía porque ellos estaban hambrientos y trabajaban para su seguridad? — eso fue pura mierda, a esas personas no les importaba si mi estómago gruñía. Cuando apoyo de nuevo la botella, lo hago con más fuerza, pero mis ojos siguen puestos en él — No todos, pero la mayoría de ustedes nos ven como simples objetos a cuales cosificar por el simple hecho de que nuestra naturaleza los impulsa a cometer estupideces. Nos culpan de ello, nos usan y luego dicen que nos temen. ¿Crees que soy hermosa, Romanov? ¿O crees que solo soy un monstruo escondido detrás de la cara de un ángel? Porque he oído muchas cosas de sujetos como tú, de verdad. Ya no me queda nada por qué sorprenderme.
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— Vengo de una familia de sangres puras, ¿qué esperas? ¿Que reivindique los derechos de los demás como si fueran como yo? Puedes aparcar tu culo entonces porque puede que se te cansen las piernas mientras esperas — contestó con cierto desdén. Sí, eran diferentes; sí, ella podía ser una criatura mágica todo lo poderosa que quisiera; pero al final él estaba muy por encima de ella. Porque los magos estaban en la cúspide de aquella sociedad piramidal. Tampoco es que quisiera darle más explicaciones o razones, ni siquiera lo hacía con las personas que tenían su aprecio, mucho menos con alguien que trataba con poca asiduidad y solo trataba, con afán e insistencia, molestarlo de cualquier modo posible. El centro de sus creencias era aquel, la superioridad que emanaba sobre los demás, el hecho de que podía mover hilos que otros muchos solo soñaban con ver. Y ella solo era una veela que acababa de volver al mundo civilizado porque el Presidente las quería usar de una forma que aún no había alcanzado a comprender.
Apuró la copa, girando el cigarrillo entre sus dedos mientras la escuchaba, esbozando una ladina sonrisa. Se equivocaba si pensaba que él confiaba en todas las personas que tenía a su alrededor. La mitad solo eran interesados que se beneficiaban de él, y él de ellos, un círculo de favores; y otros eran lo suficientemente ingenuos como para pensar que les prestaba atención por amistad cuando solo era por interés o puro aburrimiento. Mientras existieran tontos que dieran siempre habría listo que tomarían, el mundo giraba de aquel modo. Alzó la mirada en su dirección, sosteniendo la mirada contraria hasta que sintió que sus sentidos se aturdían, no sabía si fruto del alcohol o de su presencia. Porque así era como funcionaban las cosas, cuando hablaban se convertían en lo único que existía, cuando les prestaban atención todo lo demás dejaba de importar. Se separó hacia un lado, situándose al otro lado de la barra que separaba la cocina del comedor, arrastrando una silla y sentándose sobre la misma. No iba a disculparse por lo que otros hubieran hecho con ella. No era su culpa ni su cometido. Volvió a llenar su copa, notando el liviano peso de la botella. — Creo que eres hermosa — contestó terminando de llenar con colmo su propia copa, dejando el vidrio a un lado y llevándose la bebida a los labios para dar un largo trago. — Fisiológicamente eres hermosa, no importa lo que seas por dentro. Monstruo o no, eso nadie lo puede negar —. Bueno, quizás un ciego, pero porque no podía verla como era debido. — ¿Sabes lo que también odian los sujetos como yo? Que los metan en el mismo saco que los demás. Siento decepcionarte, Callahan, pero no soy como los demás. No sé si a tus ojos seré mejor o peor que ellos cuando solo te he dirigido un par de miradas — habló colocando el cigarrillo entre sus labios y resbalando el pulgar de la diestra por el vidrio de la copa. —, pero es molesto cuando vienes a mi apartamento a generalizar sobre como soy o debería ser. Tratando de imponer la opinión que puedas tener sobre mí o los que se dedican a lo mismo que yo como una verdad irrefutable — pasó la lengua por su labio inferior, algo asqueado por el sabor amargo del vino. Bien podrían haber escogido una botella de vodka o ginebra, estaba seguro de que alguna habría entre las cajas. — Porque entonces nosotros también tendríamos derecho a generalizar, ¿no crees? Todas sois unas manipuladoras que no tenéis problema en utilizar a los hombres cuando os interesa — ejemplificó sujetando el cigarrillo para tomar un calada.
Apuró la copa, girando el cigarrillo entre sus dedos mientras la escuchaba, esbozando una ladina sonrisa. Se equivocaba si pensaba que él confiaba en todas las personas que tenía a su alrededor. La mitad solo eran interesados que se beneficiaban de él, y él de ellos, un círculo de favores; y otros eran lo suficientemente ingenuos como para pensar que les prestaba atención por amistad cuando solo era por interés o puro aburrimiento. Mientras existieran tontos que dieran siempre habría listo que tomarían, el mundo giraba de aquel modo. Alzó la mirada en su dirección, sosteniendo la mirada contraria hasta que sintió que sus sentidos se aturdían, no sabía si fruto del alcohol o de su presencia. Porque así era como funcionaban las cosas, cuando hablaban se convertían en lo único que existía, cuando les prestaban atención todo lo demás dejaba de importar. Se separó hacia un lado, situándose al otro lado de la barra que separaba la cocina del comedor, arrastrando una silla y sentándose sobre la misma. No iba a disculparse por lo que otros hubieran hecho con ella. No era su culpa ni su cometido. Volvió a llenar su copa, notando el liviano peso de la botella. — Creo que eres hermosa — contestó terminando de llenar con colmo su propia copa, dejando el vidrio a un lado y llevándose la bebida a los labios para dar un largo trago. — Fisiológicamente eres hermosa, no importa lo que seas por dentro. Monstruo o no, eso nadie lo puede negar —. Bueno, quizás un ciego, pero porque no podía verla como era debido. — ¿Sabes lo que también odian los sujetos como yo? Que los metan en el mismo saco que los demás. Siento decepcionarte, Callahan, pero no soy como los demás. No sé si a tus ojos seré mejor o peor que ellos cuando solo te he dirigido un par de miradas — habló colocando el cigarrillo entre sus labios y resbalando el pulgar de la diestra por el vidrio de la copa. —, pero es molesto cuando vienes a mi apartamento a generalizar sobre como soy o debería ser. Tratando de imponer la opinión que puedas tener sobre mí o los que se dedican a lo mismo que yo como una verdad irrefutable — pasó la lengua por su labio inferior, algo asqueado por el sabor amargo del vino. Bien podrían haber escogido una botella de vodka o ginebra, estaba seguro de que alguna habría entre las cajas. — Porque entonces nosotros también tendríamos derecho a generalizar, ¿no crees? Todas sois unas manipuladoras que no tenéis problema en utilizar a los hombres cuando os interesa — ejemplificó sujetando el cigarrillo para tomar un calada.
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Su elogio no me importa demasiado que digamos, estoy más ocupada en reírme de lo absurdo que es todo esto, hasta me cubro la boca con el dorso de una de las manos como si de esa manera pudiera controlar el impulso que me termina traicionando — ¿Pero eso no es lo que tú haces? ¿Crees que todas las veelas somos inferiores? Me acusas de generalizar, cuando tú también lo haces. ¿No te das cuenta de lo hipócrita que es todo esto? — que puede ser muchas cosas, pero no creo que sea en verdad estúpido. Apoyo la copa sobre la barra así soy libre de alzar ambas manos con una sonrisa divertida, algo floja a causa del alcohol que aún no se me sube al cerebro, pero que sí me hace sentir vagamente chispeante — No estoy tratando de cambiar tu opinión, solamente estoy señalando los puntos obvios y las razones por las cuales no acabas de agradarme. Eso es todo — cambiar su modo de pensar es imposible, lo mismo con el mío. Creo que el orgullo y la terquedad deben ser de las pocas cosas que tenemos en común.
— Por otro lado, si quisiera manipular a algún sujeto, sería a alguien que me fuese útil y la lista de personas que se me vienen a la mente me causan repulsión o culpa — podría hacerle una lista, pero no se me antoja y dudo que quiera escucharla. Apoyo los codos sobre la barra y bebo un poco más, empezando a sentir mi lengua ligeramente adormecida — No diré que no existen veelas que no abusan de su poder, al igual que existen los aurores que lo hacen. Vivimos en un mundo de gente de mierda… y luego tienes gente como nosotros, que se aferran a que no son tan mierda como los demás, cuando nadie tiene las manos limpias — eso no quiere decir que los puristas como él no me parezcan unos idiotas, porque una cosa es no tener paciencia para un determinado grupo de personas y otra muy diferente es condenarlas con todo el peso de la ley. Dejo el vaso y le tiendo la mano, pidiéndole el cigarro antes de que se lo termine — ¿Alguna vez estuviste en el norte, Romanov? — que si no lo hizo, eso explicaría muchas cosas.
— Por otro lado, si quisiera manipular a algún sujeto, sería a alguien que me fuese útil y la lista de personas que se me vienen a la mente me causan repulsión o culpa — podría hacerle una lista, pero no se me antoja y dudo que quiera escucharla. Apoyo los codos sobre la barra y bebo un poco más, empezando a sentir mi lengua ligeramente adormecida — No diré que no existen veelas que no abusan de su poder, al igual que existen los aurores que lo hacen. Vivimos en un mundo de gente de mierda… y luego tienes gente como nosotros, que se aferran a que no son tan mierda como los demás, cuando nadie tiene las manos limpias — eso no quiere decir que los puristas como él no me parezcan unos idiotas, porque una cosa es no tener paciencia para un determinado grupo de personas y otra muy diferente es condenarlas con todo el peso de la ley. Dejo el vaso y le tiendo la mano, pidiéndole el cigarro antes de que se lo termine — ¿Alguna vez estuviste en el norte, Romanov? — que si no lo hizo, eso explicaría muchas cosas.
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No lo creía. Lo sabía. Era un hecho que su sangre no era pura, que estaba corrompida por un tipo de oscura magia que la había devuelto a la vida como algo más de lo que era cuando se encontraba con vida. Pero poco importaba lo que dijera, ya que estaba claro que ambos se encontraban parados en diferentes partes de la vereda; una equidistante que no se encontraría nunca. Mantuvo el cigarrillo en el lateral de su boca, jugueteando con la copa al hacerla girar, meneando así el tinto líquido que subía y bajaba por las paredes de cristal. Arqueó la mirada en su diversión, esbozando una divertida sonrisa que casi hizo caer el tabaco que se apresuró en apresar nuevamente, tomándolo entre sus dedos para aspirar una calada. — Encontrar un punto en común entre nosotros parece ser imposible — comentó tratando de dar por concluido aquella absurda conversación sobre qué pensaba cada uno y porque lo hacía. Ella tenía sus razones y él tenía las suyas; cada uno tenía su ideología y preferencias lo suficientemente presentes como para no ceder un ápice en ello.
— Todos tratamos de exprimir al máximo el poder que tenemos, aunque solo poseamos un ápice del mismo —. Que él era el primero que presumía de ello y se aprovechaba cuando algún beneficio le pudiera repercutir. — Cada uno mira por su propio interés, guste más o menos, el mundo gira de ese modo y harías bien en acostumbrarte a ello. Cuando lo hagas se te hará más liviano y menos molesto — aconsejó. Había vivido en un mundo totalmente diferente al que acababa de pisar; porque el Capitolio no era un bonita piscina en la que nadar libremente con una bebida en la mano, estaba plagada de tiburones que morderían a cualquier sin hacer ascos. Acercó su mano a la contraria, entregándole lo poco que quedaba del tabaco y aprovechando para beber un poco más. — Estuve en algunas redadas llevadas a cabo durante mi periodo práctico — concedió retirándose hacia atrás por la cercanía contraria, no fiándose de ella, y mucho menos cuando cierto ardor empezaba a ascender por su cuerpo. Enfocó la mirada en la copa. — No recuerdo demasiado con qué nos encontramos. Si fue un burdel, un piso franco, veelas o licántropos queriendo marcar su territorio, una escuela con humanos infantes… no le presté atención porque no me afectaba —. Porque así era el auror, si no le interesaba dejaba de prestar atención, y aquello afectaba a nivel nacional pero no personal, lo cual siempre acababa anteponiendo de un modo u otro. — Espero que no pretendas venirme con un ‘no entiendes como se siente porque nunca lo has vivido’, porque no es algo con lo que se me pueda apelar precisamente —. Ya que no le importaba. Los magos en su momento vivieron en el anonimato rodeados de ruinas en el exterior del país, solo estaban regresando justo a su lugar.
— Todos tratamos de exprimir al máximo el poder que tenemos, aunque solo poseamos un ápice del mismo —. Que él era el primero que presumía de ello y se aprovechaba cuando algún beneficio le pudiera repercutir. — Cada uno mira por su propio interés, guste más o menos, el mundo gira de ese modo y harías bien en acostumbrarte a ello. Cuando lo hagas se te hará más liviano y menos molesto — aconsejó. Había vivido en un mundo totalmente diferente al que acababa de pisar; porque el Capitolio no era un bonita piscina en la que nadar libremente con una bebida en la mano, estaba plagada de tiburones que morderían a cualquier sin hacer ascos. Acercó su mano a la contraria, entregándole lo poco que quedaba del tabaco y aprovechando para beber un poco más. — Estuve en algunas redadas llevadas a cabo durante mi periodo práctico — concedió retirándose hacia atrás por la cercanía contraria, no fiándose de ella, y mucho menos cuando cierto ardor empezaba a ascender por su cuerpo. Enfocó la mirada en la copa. — No recuerdo demasiado con qué nos encontramos. Si fue un burdel, un piso franco, veelas o licántropos queriendo marcar su territorio, una escuela con humanos infantes… no le presté atención porque no me afectaba —. Porque así era el auror, si no le interesaba dejaba de prestar atención, y aquello afectaba a nivel nacional pero no personal, lo cual siempre acababa anteponiendo de un modo u otro. — Espero que no pretendas venirme con un ‘no entiendes como se siente porque nunca lo has vivido’, porque no es algo con lo que se me pueda apelar precisamente —. Ya que no le importaba. Los magos en su momento vivieron en el anonimato rodeados de ruinas en el exterior del país, solo estaban regresando justo a su lugar.
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Está hablando de conformismo. No me sorprende, todo este sistema se basa en cubrirse el culo para que el otro no consiga nada a cambio. ¿Que yo no lo he hecho? Mentiría si dijera que tengo las manos limpias, pero las de la mayoría de las personas que trabajan en el ministerio apestan a mierda. Lo único que hago es bufar como un equino molesto, pero no digo nada, que tengo entendido que este sujeto es familiar de un ministro, además de trabajar en el cuerpo de defensa. Con vino en las venas, hay límites para hablar de política. Me hago con el cigarrillo, la calada que le doy es tan profunda que siento como se consume hasta picarme los dedos — No existen las escuelas para muggles, así que lo que habrás visto habrá sido cualquier otra cosa desagradable menos eso — muchos niños se movían juntos para robar o estafar a las personas que sentían un mínimo de piedad por ellos. Lo sé, fui una de ellos cuando las cosas se pusieron feas.
— No. Lo único que puedo comprender de ti es que careces de empatía, eso es todo — murmuro con calma, apago el cigarrillo al darme cuenta de que ya no queda nada por fumar y me estiro, buscando alguna caja vacía donde pueda tirar sus restos. Al verme liberada, saboreo el humo y busco beber un poco más de vino, incluso cuando ya siento que me pica la garganta — Eres muy… — apoyo el codo en la barra, recargo en mi mano una de mis mejillas y suspiro, cerrando los ojos por el ardor de mis ojos — Ya sabes, un cliché de niño rubio de la capital. Es muy fácil mirar al mundo con la nariz arrugada, cuando el tuyo siempre olió a rosas. No durarías ni dos días en el norte sin tu varita — cosa a la cual todos los demás estamos acostumbrados, pero ya qué. Abro uno de mis ojos para enfocarlo y no puedo contenerme, me sale una risita entre dientes mucho más aguda de lo normal.
— No. Lo único que puedo comprender de ti es que careces de empatía, eso es todo — murmuro con calma, apago el cigarrillo al darme cuenta de que ya no queda nada por fumar y me estiro, buscando alguna caja vacía donde pueda tirar sus restos. Al verme liberada, saboreo el humo y busco beber un poco más de vino, incluso cuando ya siento que me pica la garganta — Eres muy… — apoyo el codo en la barra, recargo en mi mano una de mis mejillas y suspiro, cerrando los ojos por el ardor de mis ojos — Ya sabes, un cliché de niño rubio de la capital. Es muy fácil mirar al mundo con la nariz arrugada, cuando el tuyo siempre olió a rosas. No durarías ni dos días en el norte sin tu varita — cosa a la cual todos los demás estamos acostumbrados, pero ya qué. Abro uno de mis ojos para enfocarlo y no puedo contenerme, me sale una risita entre dientes mucho más aguda de lo normal.
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¿Se sentía mejor si le daba la razón? De acuerdo. Se encogió de hombros, llevándose la copa a los labios y bebiendo los restos de vino que aún había en la misma. Era cálido y amargo, ni siquiera le encontraba ninguna nota más allá de la madera que sentía rasparle los laterales de la boca. Se removió en el taburete, fijando la mirada en ella aun sabiendo las consecuencias que aquello podría traerle; porque estaban hablando, discutiendo lo que uno y otro pensaba, pero la naturaleza de su compañía seguía siendo igual de poco confiable que cuando cruzó el umbral de la puerta. — Tienes razón, carezco de empatía. Nunca he necesitado de ella ni me he molestado en tratar de tenerla — contestó con simpleza, reincorporándose en el lugar y alejando sus ojos de ella. Meneó la cabeza ligeramente en un intento de reorganizar sus pensamientos. Entraba con facilidad, era como beber agua, pero hacia que sus pies pesaran con la misma.
Inclinó la cabeza hacia un lado, percatándose de su postura y sus ojos cerrados. Y entonces se permitió recorrerla con la mirada sin el peligro que sus ojos se clavaran en él, paralizándolo por más que tratara de luchar contra ello. Porque había cosas eran complicadas de batir por más intención que se le pusiera. — Si estás tratando de ofenderme no lo has conseguido en absoluto, Callahan — se burló. Como si le importara la opinión que tenía de él; sin contar con el hecho de que era alguien más del Capitolio. — Vamos — pronunció levantándose y tomándola sin demasiada fuerza por la muñeca libre. — Otro día te concederé la revancha, pero mejor vete por hoy — siguió hablando mientras caminaba, tirando algo de ella, en dirección al apartamento consecutivo al suyo. — Y aunque no soy de los que hacen leña del árbol caído… — mintió, obviamente era de aquel tipo en concreto —, en un par de días te daré tu primera tarea así que no te mudes antes de que pueda hacerlo — advirtió con diversión, esperando a que abriera la puerta y, cuando lo hubo hecho, desapareciendo del pasillo al entrar en la propia. Ella creía que podía ser algo molesto, bueno, se daría cuenta de que no estaba ni siquiera cerca de lo mucho que podía serlo.
Inclinó la cabeza hacia un lado, percatándose de su postura y sus ojos cerrados. Y entonces se permitió recorrerla con la mirada sin el peligro que sus ojos se clavaran en él, paralizándolo por más que tratara de luchar contra ello. Porque había cosas eran complicadas de batir por más intención que se le pusiera. — Si estás tratando de ofenderme no lo has conseguido en absoluto, Callahan — se burló. Como si le importara la opinión que tenía de él; sin contar con el hecho de que era alguien más del Capitolio. — Vamos — pronunció levantándose y tomándola sin demasiada fuerza por la muñeca libre. — Otro día te concederé la revancha, pero mejor vete por hoy — siguió hablando mientras caminaba, tirando algo de ella, en dirección al apartamento consecutivo al suyo. — Y aunque no soy de los que hacen leña del árbol caído… — mintió, obviamente era de aquel tipo en concreto —, en un par de días te daré tu primera tarea así que no te mudes antes de que pueda hacerlo — advirtió con diversión, esperando a que abriera la puerta y, cuando lo hubo hecho, desapareciendo del pasillo al entrar en la propia. Ella creía que podía ser algo molesto, bueno, se daría cuenta de que no estaba ni siquiera cerca de lo mucho que podía serlo.
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