OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Comí demasiado anoche. Tuvimos una especie de reunión de noche buena en casa y fue, para ser sincero, la primera vez que esto se sintió similar al catorce. Una vez más me encontré comiendo en una mesa larga, a pesar de que los rostros cambiaron bastante. Los alimentos no son los mismos, la música tampoco, pero hay algo en el aire que me recuerda a épocas más simples, en esas donde las preocupaciones no agotaban cada gota de paciencia en mí. En cuanto todos se marcharon a sus casas pude sentir la mayor diferencia, porque jamás me había ido a dormir solo en noche buena, en una casa tan grande. No me quedó otra que pedirle a Syv que se quede conmigo, como un favor algo bochornoso que no pude guardarme. Es por eso que, cuando me doy cuenta de que me he despertado antes que ella, decido que lo mejor que puedo hacer es tener un buen desayuno esperándola a pesar de todo lo que ingerimos hace unas horas. Es un buen regalo de Navidad.
Lo blanco detrás de las ventanas me indica que el silencio general se debe a la nevada de anoche, esa que mantiene la calefacción encendida. Doy un salto para pasar los últimos escalones al pasar a la sala, dueño de un extraño buen humor que me tiene más despierto de lo que creía, mientras estiro el suéter nuevo que recibí como regalo adelantado. ¿Habré hecho una buena elección para los presentes de hoy? Que es la primera vez que puedo hacer algo así, en especial para tantas personas. ¿Y si a Syv no le gusta lo que le he conseguido? ¿Me lo dirá o fingirá sorpresa? Mis temores mañaneros se interrumpen cuando los piecitos de Kitty cortan mi paso, tiene los ojos abiertos de manera tan amplia que inmediatamente creo que alguien se ha muerto — ¿Qué sucede? — ella duda, mis cejas se arquean con impaciencia hasta que me tiende una cajita que lleva con ella — ¿Qué es? — me gustaría no haberlo preguntado, lo que me contesta me deja helado como si la nieve hubiese podido abrirse paso desde el exterior.
Para cuando oigo los pies de Synnove bajando la escalera, el desayuno no está listo y es Kitty quien se ha ido a prepararlo. Yo me encuentro en el sofá, frente a una chimenea que ha sido encendida para darme cierta sensación de calidez a pesar de los temblores internos. No sé por qué la miro como si no supiera que fuese a ser ella, cuando no hay otra persona en este lugar para interrumpir desde el piso superior — Hola — es el saludo más seco que pude haberle dado, pero es el primero que me sale. No hay un “buenos días” o un “feliz Navidad”. En lugar de eso, froto mis manos con nerviosismo entre mis rodillas y me relamo una y otra vez — Magnar me envió un regalo — no hay otra manera de decirlo que no sea directo. Uso el mentón para enseñarle la pequeña caja forrada sobre la mesita de la sala que tengo delante — Y aún no me atrevo a abrirlo — no dice mucho, podría ser cualquier cosa. Pero los buenos deseos por las fiestas de parte del presidente en forma de tarjeta pulcra y firmada personalmente por él no me da una buena espina.
Lo blanco detrás de las ventanas me indica que el silencio general se debe a la nevada de anoche, esa que mantiene la calefacción encendida. Doy un salto para pasar los últimos escalones al pasar a la sala, dueño de un extraño buen humor que me tiene más despierto de lo que creía, mientras estiro el suéter nuevo que recibí como regalo adelantado. ¿Habré hecho una buena elección para los presentes de hoy? Que es la primera vez que puedo hacer algo así, en especial para tantas personas. ¿Y si a Syv no le gusta lo que le he conseguido? ¿Me lo dirá o fingirá sorpresa? Mis temores mañaneros se interrumpen cuando los piecitos de Kitty cortan mi paso, tiene los ojos abiertos de manera tan amplia que inmediatamente creo que alguien se ha muerto — ¿Qué sucede? — ella duda, mis cejas se arquean con impaciencia hasta que me tiende una cajita que lleva con ella — ¿Qué es? — me gustaría no haberlo preguntado, lo que me contesta me deja helado como si la nieve hubiese podido abrirse paso desde el exterior.
Para cuando oigo los pies de Synnove bajando la escalera, el desayuno no está listo y es Kitty quien se ha ido a prepararlo. Yo me encuentro en el sofá, frente a una chimenea que ha sido encendida para darme cierta sensación de calidez a pesar de los temblores internos. No sé por qué la miro como si no supiera que fuese a ser ella, cuando no hay otra persona en este lugar para interrumpir desde el piso superior — Hola — es el saludo más seco que pude haberle dado, pero es el primero que me sale. No hay un “buenos días” o un “feliz Navidad”. En lugar de eso, froto mis manos con nerviosismo entre mis rodillas y me relamo una y otra vez — Magnar me envió un regalo — no hay otra manera de decirlo que no sea directo. Uso el mentón para enseñarle la pequeña caja forrada sobre la mesita de la sala que tengo delante — Y aún no me atrevo a abrirlo — no dice mucho, podría ser cualquier cosa. Pero los buenos deseos por las fiestas de parte del presidente en forma de tarjeta pulcra y firmada personalmente por él no me da una buena espina.
Recojo la sábana para cubrirme hasta los hombros por el fresco que va sintiéndose en la habitación y cuando me muevo para buscar la espalda de Ken, parpadeo al darme cuenta que no hay nadie más en la cama. Este dormitorio, así inmenso como es, sigue resultándome incómodo cuando no lo tengo haciéndome compañía. Recupero mi campera del suelo para colocármelo sobre la camiseta cuando avanzo a pies descalzos hacia la puerta, tengo que volver a la alfombra al entrar en contacto con el frío helado de las baldosas y me visto entera, hasta con las botas que me permiten caminar sobre la nieve del exterior. No me pierdo al atravesar el largo pasillo y logro dar con Ken al bajar la escalera por la podría descender un familia de trolls de lo ancha que es, todo es tan inmenso en esta mansión, que la impresión de verlo encogido en el sillón lo hace parecer mucho más pequeño de lo que en realidad es. Es cuando lo tengo a la distancia de un brazo y lo estiro hacia adelante para poder colocar mi mano en su hombro, que compruebo que sigue siendo él mismo, asustado como a ninguno de los dos nos gusta que se sienta.
La caja en su posesión me hace pensar por unos segundos de pura ingenuidad o engaño a mí misma, que adelantarse a abrir los regalos le llevó sufrir un chasco. En lo vacío de su saludo sé bien que eso que tiene en sus manos no es un regalo, es la manera perfecta envuelta como un obsequio que tiene alguien de arruinarle la primera Navidad en la que tiene motivos reales para festejar y antes de lo que diga, puedo saber quién se lo envía. Me hago un espacio a su lado en el sillón para que mi mano busque la suya al entrelazar nuestros dedos y lo miro, mi cabeza al ladearse hace que mi cabello caiga como una cortina porque no atiné a sujetarlo. —Estoy aquí contigo— se siente como lo que tengo que decir, tal vez porque es lo que siento que quiero decirle, y si acaso es lo que necesita. —¿O prefieres llamar a Ben? ¿A Amber? Si tiene algo peligroso dentro…— se me ocurren un montón de cosas, muchas maneras de hacer llegar una amenaza de muerte a él. Pero estamos esperando noticias hace mucho, ¿no? Un mensaje por parte de Magnar Aminoff, así que me aferro con más fuerza a sus dedos, de modo que el anillo que me dio también quede a la vista entre estos, me da esa tranquilidad de que si estamos juntos en algo, podremos con ello.
La caja en su posesión me hace pensar por unos segundos de pura ingenuidad o engaño a mí misma, que adelantarse a abrir los regalos le llevó sufrir un chasco. En lo vacío de su saludo sé bien que eso que tiene en sus manos no es un regalo, es la manera perfecta envuelta como un obsequio que tiene alguien de arruinarle la primera Navidad en la que tiene motivos reales para festejar y antes de lo que diga, puedo saber quién se lo envía. Me hago un espacio a su lado en el sillón para que mi mano busque la suya al entrelazar nuestros dedos y lo miro, mi cabeza al ladearse hace que mi cabello caiga como una cortina porque no atiné a sujetarlo. —Estoy aquí contigo— se siente como lo que tengo que decir, tal vez porque es lo que siento que quiero decirle, y si acaso es lo que necesita. —¿O prefieres llamar a Ben? ¿A Amber? Si tiene algo peligroso dentro…— se me ocurren un montón de cosas, muchas maneras de hacer llegar una amenaza de muerte a él. Pero estamos esperando noticias hace mucho, ¿no? Un mensaje por parte de Magnar Aminoff, así que me aferro con más fuerza a sus dedos, de modo que el anillo que me dio también quede a la vista entre estos, me da esa tranquilidad de que si estamos juntos en algo, podremos con ello.
Fueron semanas de dudas, muchas creadas por mi propia cabeza llena de inseguridades cuando se trata de poder y liderazgo. Magnar ni siquiera tuvo la decencia de dar un comunicado, sospecho que está encerrado con su propio odio y más allá de que podrán controlar la situación, parece que el gobierno no quiere decir más. No sé qué es lo que espera de mí más allá de lo obvio, tampoco sé qué esperar de él. Los dedos de Synnove sirven para calmarme por un momento, los aprieto con suavidad a pesar de necesitar de su apoyo para no sentir que voy a irme de cabeza al suelo. Me obligo a sonreírle por un segundo, porque saber que está conmigo ayuda a mi ansiedad, a pesar de que no la elimina por completo — No — es lo primero que me sale decir, ni siquiera sé el motivo en principio, hasta que empieza a asomarse por mi cabeza — No quiero preocuparlos, no en la mañana de Navidad. Él no enviaría una bomba… ¿No? — se me hace que es más listo que eso, más elegante. No se ganaría el odio de un sector de la población si hace algo así y mis compañeros toman represalias. Se me hace que esto es algo diferente, pero no lo sé bien. Jamás he conocido a Magnar Aminoff, no más allá de la pelea en la alcaldía, así que no lo conozco fuera de lo que él muestra. Es curioso saberte enemigo de alguien, cuando tu contacto siempre ha sido efímero y casi inexistente.
Bajo la mirada hacia el anillo que ha llevado consigo desde el momento en el cual se lo regalé, el cual sigue siendo viejo y oxidado, pero le da una parte de mí. Creo que es lo único que queda de mi familia, hasta donde yo sé. Tomo algo de aire y la suelto para poder tomar el paquete con ambas manos, a pesar de que no sea demasiado grande. Se siente elegante al tacto, tomo la tarjeta para leerla mejor y resoplo con sarcasmo en las facciones, haciendo vibrar mis labios — Nos desea una feliz navidad — me mofo, le paso la postal entre dos de mis dedos para luego centrarme en la cajita. Se me pasan cientos de opciones por la cabeza, pero sé que cuanto más lo prolongue, peor será. Acabo tomando algo de aire y saco la tapa, pero en primera instancia no veo nada y tengo que mirar con detenimiento en su interior. Lo primero que me embarga es confusión. Lo segundo, es sospecha. Meto los dedos dentro y levanto con sumo cuidado la cadena, brillante, pulcra. Lo que cuelga de ella es una sortija de matrimonio, muy diferente al anillo de compromiso de mis padres. Es más simple, podría ser de cualquiera y, aún así, no necesito leer los nombres grabados en su interior para saber de quién era. He visto este anillo miles de veces.
Siento que no respiro cuando lo dejo caer dentro de la cajita y empujo la misma sobre la mesa, inquieto, aprieto las manos en el borde del sofá cuando trato de controlar los latidos de mi corazón. Me siento abombado, como si alguien estuviera haciendo estrellar tambores contra mis oídos. Trago saliva una y otra vez, hasta que creo que puedo dar una explicación — Es de Arleth. Ava, ella… ella se lo quedó luego de lo que pasó en el catorce — como si fuera un insecto desagradable al cual hay que controlar, estiro el cuello para chequear que el anillo sigue allí. Obvio que lo hace y tengo que tratar de no temblar — ¿Qué crees que sea? ¿Una amenaza o una advertencia? ¿O… qué? — porque pueden ser cientos de mensajes diferentes, aunque al menos me da una terrible esperanza. Si esto significa que Ava sigue con vida, es una clara provocación. Y no sé qué hacer con ella.
Bajo la mirada hacia el anillo que ha llevado consigo desde el momento en el cual se lo regalé, el cual sigue siendo viejo y oxidado, pero le da una parte de mí. Creo que es lo único que queda de mi familia, hasta donde yo sé. Tomo algo de aire y la suelto para poder tomar el paquete con ambas manos, a pesar de que no sea demasiado grande. Se siente elegante al tacto, tomo la tarjeta para leerla mejor y resoplo con sarcasmo en las facciones, haciendo vibrar mis labios — Nos desea una feliz navidad — me mofo, le paso la postal entre dos de mis dedos para luego centrarme en la cajita. Se me pasan cientos de opciones por la cabeza, pero sé que cuanto más lo prolongue, peor será. Acabo tomando algo de aire y saco la tapa, pero en primera instancia no veo nada y tengo que mirar con detenimiento en su interior. Lo primero que me embarga es confusión. Lo segundo, es sospecha. Meto los dedos dentro y levanto con sumo cuidado la cadena, brillante, pulcra. Lo que cuelga de ella es una sortija de matrimonio, muy diferente al anillo de compromiso de mis padres. Es más simple, podría ser de cualquiera y, aún así, no necesito leer los nombres grabados en su interior para saber de quién era. He visto este anillo miles de veces.
Siento que no respiro cuando lo dejo caer dentro de la cajita y empujo la misma sobre la mesa, inquieto, aprieto las manos en el borde del sofá cuando trato de controlar los latidos de mi corazón. Me siento abombado, como si alguien estuviera haciendo estrellar tambores contra mis oídos. Trago saliva una y otra vez, hasta que creo que puedo dar una explicación — Es de Arleth. Ava, ella… ella se lo quedó luego de lo que pasó en el catorce — como si fuera un insecto desagradable al cual hay que controlar, estiro el cuello para chequear que el anillo sigue allí. Obvio que lo hace y tengo que tratar de no temblar — ¿Qué crees que sea? ¿Una amenaza o una advertencia? ¿O… qué? — porque pueden ser cientos de mensajes diferentes, aunque al menos me da una terrible esperanza. Si esto significa que Ava sigue con vida, es una clara provocación. Y no sé qué hacer con ella.
Me temo que sí enviaría una bomba, mis labios se fruncen al pensarlo. La caja sigue a nuestro alcance, imposible de ser ignorada, sea una bomba o no, en los siguientes segundos lo sabremos porque la ansiedad obliga a abrirla y revelar el misterio de su contenido. De todo lo que ha perdido Magnar Aminoff en este distrito, ¿qué podría mandarle él? —¿Puedo quemarla?— pregunto cuando me tiende la tarjeta y la estudio al colocar las puntas de mis dedos en los bordes, no quiero tocar el papel en sí, son muchas las sospechas del peligro que podría representar este solo papel. No puedo quemarlo porque seguramente luego querrán inspeccionarlo quienes sepan más de seguridad. En esta mañana, siento que somos los niños a los que les tocó la peor Navidad, con una sorpresa que está lejos de hacernos felices y me duele el pecho al ver como la fina cadena se va alzando a la vista entre los dedos de Ken para mostrar un anillo que me hace buscar el mío con un roce nervioso, algo muy profundo en mí hace que este dolor se vuelva más intenso.
Al picor en la nariz le sigue el aluvión de lágrimas que no pasan mis ojos, se quedan allí, consiguiendo que mi mirada se vea como un lago congelado que se va resquebrajando. Este regalo no quiere decir que haya muerto, rechazo la posibilidad de que sea un recuerdo de Ava para nosotros, lo único que se digna a devolvernos de ella y el sollozo se queda atrapado en la garganta. Mi mirada va recorriendo lentamente los rasgos de Ken, mientras la voz de Ava vuelve a mi memoria cuando me hablaba de ella, con esa mezcla de alegría y orgullo hacia el bebé que una vez cuidó y fue creciendo delante de sus ojos. Por impulso cierro mis dedos alrededor de ese anillo, busco darle calor con mi palma así el frío no queda dentro del metal, busco a Ava en él y cualquiera sea la intención del presidente al mandarlo, la encuentro.
—No sé porque te lo enviaría…— murmuro, pero sí lo sé, si puedo ver esto más allá de una provocación, lo veo. —Quizá para que la recuerdes, para que tu recuerdo te duela…— y es peor que una bomba, ¿no? —Ken, posiblemente seas la persona que Ava más ame en este mundo— se lo digo, ¿alguien se lo ha dicho alguna vez? Lo miro esperando ver en su rostro que lo sabe, que siempre lo ha sabido. —Y no sé por qué Magnar te lo envía, como sea, él la tiene y hay una parte de Ava que está llegando hasta aquí. ¿Te acuerdas lo que dijimos del anillo que me diste?—. Pero decirlo ahora se siente como un cuento de niños, la verdad es que ella está en alguna celda del ministerio sufriendo lo que sufren los traidores al gobierno. —Es un vínculo, hay una parte de Ava que está llegando a ti y tu tienes que decidir qué hacer con él— balbuceo, dudo, dudo mucho antes de continuar: — ¿Qué quieres hacer? ¿Qué crees que Ava querría que hagas?— y no debo, no debo porque no es lo que ella querría, es más, vendrá esta noche en mis pesadillas a tirarme de mis pelos rubios más pálidos que los suyos. —¿Y qué crees que haría Ava?
Al picor en la nariz le sigue el aluvión de lágrimas que no pasan mis ojos, se quedan allí, consiguiendo que mi mirada se vea como un lago congelado que se va resquebrajando. Este regalo no quiere decir que haya muerto, rechazo la posibilidad de que sea un recuerdo de Ava para nosotros, lo único que se digna a devolvernos de ella y el sollozo se queda atrapado en la garganta. Mi mirada va recorriendo lentamente los rasgos de Ken, mientras la voz de Ava vuelve a mi memoria cuando me hablaba de ella, con esa mezcla de alegría y orgullo hacia el bebé que una vez cuidó y fue creciendo delante de sus ojos. Por impulso cierro mis dedos alrededor de ese anillo, busco darle calor con mi palma así el frío no queda dentro del metal, busco a Ava en él y cualquiera sea la intención del presidente al mandarlo, la encuentro.
—No sé porque te lo enviaría…— murmuro, pero sí lo sé, si puedo ver esto más allá de una provocación, lo veo. —Quizá para que la recuerdes, para que tu recuerdo te duela…— y es peor que una bomba, ¿no? —Ken, posiblemente seas la persona que Ava más ame en este mundo— se lo digo, ¿alguien se lo ha dicho alguna vez? Lo miro esperando ver en su rostro que lo sabe, que siempre lo ha sabido. —Y no sé por qué Magnar te lo envía, como sea, él la tiene y hay una parte de Ava que está llegando hasta aquí. ¿Te acuerdas lo que dijimos del anillo que me diste?—. Pero decirlo ahora se siente como un cuento de niños, la verdad es que ella está en alguna celda del ministerio sufriendo lo que sufren los traidores al gobierno. —Es un vínculo, hay una parte de Ava que está llegando a ti y tu tienes que decidir qué hacer con él— balbuceo, dudo, dudo mucho antes de continuar: — ¿Qué quieres hacer? ¿Qué crees que Ava querría que hagas?— y no debo, no debo porque no es lo que ella querría, es más, vendrá esta noche en mis pesadillas a tirarme de mis pelos rubios más pálidos que los suyos. —¿Y qué crees que haría Ava?
El recuerdo de ella ya me duele, no tengo la necesidad de un anillo de mal gusto. ¿Es esto lo que desea, que me enfurezca, que tenga miedo? Ava ha estado ahí desde que nací, pero no hay manera de que Magnar lo sepa. ¿O qué es lo que le ha quitado, ahora que la tiene a su merced para saber lo que se le antoje de nosotros? Quiero llorar, si no lo hago es porque estoy negado a que las acciones de este hombre me afecten tanto. Solo puedo reaccionar por el modo que tiene Syv de pintarme como alguien tan importante para Ava, lo suficiente como para sentirme culpable de su sufrimiento — No lo sé — es lo único que puedo responder, después de un momento en el cual creí haber perdido la capacidad del habla — No puedo preguntarle qué es lo que haría, porque está allí con él. Y sé muy bien lo que esas personas pueden hacer… — ¿Es como creo o es incluso peor? Porque mis torturas fueron bajo otro mandato y aquí nos estamos jugando algo más grande para ellos, los perdedores públicos de todo un distrito.
Le dejo el anillo porque tengo la necesidad de ponerme de pie y caminar por la sala. Kitty se aparece llevando con ella una bandeja en la cual se lucen dos tazas de chocolate caliente, galletas gigantes caseras, tostadas, mermelada y creo que esos son malvaviscos. Irónicamente, por bien que huela todo, no tengo nada de hambre — No puedo ayudarla, Syv. Ni siquiera sé si esto es solo un recuerdo o si intenta mofarse de mí, diciéndome que la tiene. ¿Y qué pasa si es eso último? ¿Está buscando que vaya por ella? ¡No puedo hacer eso! No tenemos los medios… — voy y vengo sobre mis pies con tanta inquietud que creo que estoy empezando a marcar un camino sobre la alfombra frente a la chimenea — ¿Crees que deba pedirle a ayuda a Ben? Tal vez él sepa qué hacer — o tal vez no. Sé que sobrevivió a varias torturas impuestas por el gobierno, pero jamás fueron soluciones limpias — Enviar a alguien a rescatarla sería una misión suicida y negociar… ¿Qué vamos a negociar? Hasta yo sé que no podemos entregar todo un distrito por una vida, Ava nos mataría — hasta puedo escuchar sus insultos por ser idiotas sentimentaloides.
Me detengo, llevándome los dedos a los ojos en lo que cierro los párpados con fuerza — ¿Esto es liderar? — pregunto de repente — Porque creo que desde que llegamos aquí, incluso sabiendo las consecuencias que podríamos afrontar, me he sentido incapaz de tomar decisiones. No sirvo para este trabajo — es obvio que es un lamento, que puedo hacer lo que tenga al alcance de mis manos, aún sabiendo de que no puedo decidir sobre la vida de alguien que me importa tanto como Ava. Si sé que hay una esperanza de que siga respirando y no la estamos ayudando… Pues no podré vivir con eso el resto de mi existencia.
Le dejo el anillo porque tengo la necesidad de ponerme de pie y caminar por la sala. Kitty se aparece llevando con ella una bandeja en la cual se lucen dos tazas de chocolate caliente, galletas gigantes caseras, tostadas, mermelada y creo que esos son malvaviscos. Irónicamente, por bien que huela todo, no tengo nada de hambre — No puedo ayudarla, Syv. Ni siquiera sé si esto es solo un recuerdo o si intenta mofarse de mí, diciéndome que la tiene. ¿Y qué pasa si es eso último? ¿Está buscando que vaya por ella? ¡No puedo hacer eso! No tenemos los medios… — voy y vengo sobre mis pies con tanta inquietud que creo que estoy empezando a marcar un camino sobre la alfombra frente a la chimenea — ¿Crees que deba pedirle a ayuda a Ben? Tal vez él sepa qué hacer — o tal vez no. Sé que sobrevivió a varias torturas impuestas por el gobierno, pero jamás fueron soluciones limpias — Enviar a alguien a rescatarla sería una misión suicida y negociar… ¿Qué vamos a negociar? Hasta yo sé que no podemos entregar todo un distrito por una vida, Ava nos mataría — hasta puedo escuchar sus insultos por ser idiotas sentimentaloides.
Me detengo, llevándome los dedos a los ojos en lo que cierro los párpados con fuerza — ¿Esto es liderar? — pregunto de repente — Porque creo que desde que llegamos aquí, incluso sabiendo las consecuencias que podríamos afrontar, me he sentido incapaz de tomar decisiones. No sirvo para este trabajo — es obvio que es un lamento, que puedo hacer lo que tenga al alcance de mis manos, aún sabiendo de que no puedo decidir sobre la vida de alguien que me importa tanto como Ava. Si sé que hay una esperanza de que siga respirando y no la estamos ayudando… Pues no podré vivir con eso el resto de mi existencia.
Yo no lo sé, espero nunca tenerlo que descubrirlo, y solo puedo recordar a Ava sentada al lado de Ben en esa situación incómoda que le hicimos pasar en la terraza, ella diciendo que era feliz si sabía que el resto eran felices, una respuesta en sus labios por la que después en privado tuve que decirle que estaba bien si también se sentía mal, porque nunca se trata de poner las felices del resto por delante de la propia y tapar lo que le hace daño a uno. Siento que en todo esto, en las semanas que llevábamos en el distrito, no puedo aceptar que ella no sea parte de todo esto y que tengamos que seguir adelante porque es lo que hubiera querido, si le recuerdo a Ken todo lo que ella lo ama, es porque creo que no soy la única que siente la fuerza que tiene Ava para hacerse sentir donde está y no comprendo que todos podamos caminar por las calles como si nada.
—Sí, creo que deberías pedirle ayuda a Ben. También creo que hay que decírselo a Amber. No, a todos los del Consejo. Entre todos pensarán qué se puede hacer por ella o…— me interrumpo, duele la impotencia de decir que no se puede hacer nada. —Esperar a un mensaje más claro por parte de Magnar— murmuro. —Todos son personas que han pasado por mucho, tienen experiencia, tienen historia. Ava no es la primera persona que se ha perdido…— digo, es reciente en los recuerdos el asalto de dementores en el distrito cinco y la desaparición de otras personas, niego con mi cabeza de un lado al otro. —Y en algún momento ellos tendrán que empezar a devolver todo lo que quitaron. Esto es nuevo, sé que permanecer en el distrito nueve es algo por lo que tenemos que esforzarnos, que no somos quienes tenemos que seguir cediendo, pero ellos tendrán que empezar a devolver cada cosa de la que se apropiaron injustamente…— mi voz va palideciendo, me miro las manos al tener la cabeza gacha, mis palabras suenan tan ingenuas hasta para mí.
No presto atención a la comida que trajo Kitty, no podría llevarme bocado al estómago si tengo al anillo de Ava contra mi palma y me niego a soltarlo. —Porque no es un trabajo que debas hacerlo solo, hay todo un grupo de personas que está para apoyarte y aconsejarte— se lo recuerdo, —ellos te ayudarán a decidir qué hacer…— musito. Trato de alejarme de ese sentimiento que me pesa como lo hace este anillo en mi mano, de quienes no están, tal vez no vuelvan. Mis padres tras de sí dejaron menos que esto, sin embargo no dudo de que regresarán cuando me lo pregunto con una mano en el corazón. Con Ava me ocurre que el peso del anillo me provoca también la sensación de pérdida, de que se nos quitó algo demasiado grande y quedo algo tan pequeño tras de sí. —¿Lo vas a guardar?— se lo pregunto, claro que lo hará, la duda es cómo o si… —¿Se lo darás a Ben?
—Sí, creo que deberías pedirle ayuda a Ben. También creo que hay que decírselo a Amber. No, a todos los del Consejo. Entre todos pensarán qué se puede hacer por ella o…— me interrumpo, duele la impotencia de decir que no se puede hacer nada. —Esperar a un mensaje más claro por parte de Magnar— murmuro. —Todos son personas que han pasado por mucho, tienen experiencia, tienen historia. Ava no es la primera persona que se ha perdido…— digo, es reciente en los recuerdos el asalto de dementores en el distrito cinco y la desaparición de otras personas, niego con mi cabeza de un lado al otro. —Y en algún momento ellos tendrán que empezar a devolver todo lo que quitaron. Esto es nuevo, sé que permanecer en el distrito nueve es algo por lo que tenemos que esforzarnos, que no somos quienes tenemos que seguir cediendo, pero ellos tendrán que empezar a devolver cada cosa de la que se apropiaron injustamente…— mi voz va palideciendo, me miro las manos al tener la cabeza gacha, mis palabras suenan tan ingenuas hasta para mí.
No presto atención a la comida que trajo Kitty, no podría llevarme bocado al estómago si tengo al anillo de Ava contra mi palma y me niego a soltarlo. —Porque no es un trabajo que debas hacerlo solo, hay todo un grupo de personas que está para apoyarte y aconsejarte— se lo recuerdo, —ellos te ayudarán a decidir qué hacer…— musito. Trato de alejarme de ese sentimiento que me pesa como lo hace este anillo en mi mano, de quienes no están, tal vez no vuelvan. Mis padres tras de sí dejaron menos que esto, sin embargo no dudo de que regresarán cuando me lo pregunto con una mano en el corazón. Con Ava me ocurre que el peso del anillo me provoca también la sensación de pérdida, de que se nos quitó algo demasiado grande y quedo algo tan pequeño tras de sí. —¿Lo vas a guardar?— se lo pregunto, claro que lo hará, la duda es cómo o si… —¿Se lo darás a Ben?
Creo que ese es el enorme problema: Ava no es la primera persona que hemos perdido. Hay una lista inmensa y ninguno de ellos ha regresado, no importa si tenemos la certeza de si han muerto o no, se vuelven simples recuerdos. No puedo permitir eso con ella, no con una de las pocas mujeres que siempre ha sostenido mi mano, en un mundo que no se parece para nada a este en el cual nos movemos hoy. Puedo pintar a Ava en los escenarios del catorce, en las torres de vigilancia rodeadas por bosques en las cuales nos sentábamos a beber cerveza y hablar de tonterías, cuando el mundo para mí era mucho más sencillo y mi apellido era Duane. Todo lo de hoy no era una opción. Por eso asiento, porque duele demasiado como para ponerlo en palabras y me encuentro con la necesidad de darle la razón, de admitir que alguien va a poder solucionarlo y no tendré que ser yo. Lo que me hace dudar es esa confianza ciega al final, porque en todos estos años, nadie ha cedido el poder de manera voluntaria. Nos han robado, no solo a mi familia, sino a todos.
— Sí… — coincido finalmente, siento que he estado callado por una eternidad y hasta me cuesta volver a darle uso a mis cuerdas vocales — Los del consejo sabrán qué hacer, ellos han lidiado con estas situaciones más veces que yo — ¿Las solucionaron? No siempre, casi nunca, pero quizá en esta ocasión será diferente. ¿Ava querría que nos juguemos por ella? Sé que no, si pudiera vernos ahora nos gritaría que retrocedamos, que sigamos el camino que estábamos tomando. Pero no puedo. No así — No lo sé — regreso hasta detenerme frente a ella y mis ojos se entornan al fijarme en ese anillo pequeño, que ahora mismo hasta parece amenazante. Es una ironía de que este tipo de joyas sean las que marcan nuestros caminos — Era de su madre — siento que necesito explicar esto — Arleth se juntó con el padre de Ben en el catorce y eso los hizo hermanastros desde hace añares. Ese anillo era de su primer matrimonio, tengo entendido que el padre de Cale y Ava era un vencedor que murió hace tiempo. Así que… digamos que sería algo así como una reliquia familiar y creo que no me pertenece a mí, pero… no sé si Ben querría aceptarlo — tampoco estoy seguro de querer ponerle esa carga.
Me siento, con mucho cuidado, sobre la mesita, lo que me permite estar a la altura de sus ojos en lo que froto mis manos entre sí — Ava no querría que la salvemos — es sabido, un hecho incluso — Pero yo no puedo seguir si sé que tuve una señal de que ella está en alguna parte y no hice nada para librarla del mismo sufrimiento que yo ya pasé. Sé cómo es sobrevivir ahí dentro… — tengo que detenerme un momento para pasar el aire. Hay rostros que no voy a olvidar con facilidad, voces que se me quedaron grabadas en la piel. Saber que Jack Tyler está muerto y la televisión lo ha honrado no es sinónimo de paz para mí, no cuando casi todas las personas que lo enviaron a torturarme siguen vivas — Y no podrá hacerlo sola. Cuando me pasó a mí, solo podía pensar en que deseaba que me salven y, a la vez, deseaba no ser salvado. La verdad es que lo único que quieres es que se acabe, no importa el modo. Ava es más fuerte que yo — no se lo estoy preguntando. La conozco demasiado como para saber lo duro de su espíritu — Y si hay alguien que puede pasar por esto, es ella. Pero no voy a perderla, no esta vez — que la lista ya se ha vuelto demasiado larga y, como ella dijo, yo sigo siendo demasiado pequeño. Bueno, hasta el momento eso nunca me detuvo.
— Sí… — coincido finalmente, siento que he estado callado por una eternidad y hasta me cuesta volver a darle uso a mis cuerdas vocales — Los del consejo sabrán qué hacer, ellos han lidiado con estas situaciones más veces que yo — ¿Las solucionaron? No siempre, casi nunca, pero quizá en esta ocasión será diferente. ¿Ava querría que nos juguemos por ella? Sé que no, si pudiera vernos ahora nos gritaría que retrocedamos, que sigamos el camino que estábamos tomando. Pero no puedo. No así — No lo sé — regreso hasta detenerme frente a ella y mis ojos se entornan al fijarme en ese anillo pequeño, que ahora mismo hasta parece amenazante. Es una ironía de que este tipo de joyas sean las que marcan nuestros caminos — Era de su madre — siento que necesito explicar esto — Arleth se juntó con el padre de Ben en el catorce y eso los hizo hermanastros desde hace añares. Ese anillo era de su primer matrimonio, tengo entendido que el padre de Cale y Ava era un vencedor que murió hace tiempo. Así que… digamos que sería algo así como una reliquia familiar y creo que no me pertenece a mí, pero… no sé si Ben querría aceptarlo — tampoco estoy seguro de querer ponerle esa carga.
Me siento, con mucho cuidado, sobre la mesita, lo que me permite estar a la altura de sus ojos en lo que froto mis manos entre sí — Ava no querría que la salvemos — es sabido, un hecho incluso — Pero yo no puedo seguir si sé que tuve una señal de que ella está en alguna parte y no hice nada para librarla del mismo sufrimiento que yo ya pasé. Sé cómo es sobrevivir ahí dentro… — tengo que detenerme un momento para pasar el aire. Hay rostros que no voy a olvidar con facilidad, voces que se me quedaron grabadas en la piel. Saber que Jack Tyler está muerto y la televisión lo ha honrado no es sinónimo de paz para mí, no cuando casi todas las personas que lo enviaron a torturarme siguen vivas — Y no podrá hacerlo sola. Cuando me pasó a mí, solo podía pensar en que deseaba que me salven y, a la vez, deseaba no ser salvado. La verdad es que lo único que quieres es que se acabe, no importa el modo. Ava es más fuerte que yo — no se lo estoy preguntando. La conozco demasiado como para saber lo duro de su espíritu — Y si hay alguien que puede pasar por esto, es ella. Pero no voy a perderla, no esta vez — que la lista ya se ha vuelto demasiado larga y, como ella dijo, yo sigo siendo demasiado pequeño. Bueno, hasta el momento eso nunca me detuvo.
—Comprendo— es todo lo que digo, puedo hacerlo al escuchar la historia del anillo, era el recuerdo que a Ava le quedaba de sus padres, así como de Ken lo es el anillo que me dio a mí. Me entristece, bastante, que no sea una reliquia que ella pueda dar a alguien por vínculo de sangre, así me queda devolvérsela a Ken. —Ben podrá ser su hermanastro, pero por la manera en que Ava te quería, te quiere— me corrijo con un meneo de mi barbilla, no hablaré en tiempo pasado al referirme a ella, —eres su familia, te cuidó como si así fuera y tenía todas sus expectativas puestas en ti. Es poco, pero es todo. Creo que es tuyo más que nadie, para que ella pueda seguir estando contigo en cada paso que des en este distrito— espero con el anillo sujeto entre las puntas de mis dedos que vuelva a tomarlo, que lo recupere para sí y no lo devuelva a la caja que Magnar eligió como envoltorio, Ava tiene un espíritu muy grande para que la confinen a una caja tan pequeña.
Ella es grande, es fuerte, es todo eso y creo conocerla desde hace mucho por todo lo que Ken me contó antes incluso de conocerla en persona, así como a todos los demás. Los supervivientes del distrito catorce eran héroes en las anécdotas que me contaba, el único que hace justicia a la estatura con la que lo imaginé fue Ben. Las otras mujeres tienen rostros con miradas tan intensas o con tanta historia, que no he sentido la necesidad de dibujar desde que puedo verlas todos los días, sea en el trabajo como es el caso de Alice o haciendo rondas por ahí como sucede con Ámber. Creo en el espíritu de todos ellos como para confiar en que pueden emprender una guerra más justa, en la que ganen batallas y también puedan exigir que le devuelvan lo que les fue quitado. —Lo siento, Ken— musito, muerdo mis labios antes de seguir con voz vacilante, —sé que estoy haciendo al decirte que quizá hay esperanzas de recuperarla, que no deberíamos renunciar…— se me oprime el pecho al tener que sacarlo fuera en palabras que cobran forma.
»Ava me odiaría por decirte que te expongas a algo que es tan peligroso, no es…— digo, miro mis propias manos, las líneas en mis palmas que muestran un camino que todavía desconozco. —No quiero… no quiero que nada te pase, ¿sí? Es solo que sé que esto es una guerra, que no podemos detenernos y que… que Ava no será la última persona que perdamos… y… y que aun cuando te quedas quieto en un lugar y estás seguro, no te asegura nada. Los del Consejo sabrán cuál es la mejor decisión… y la más segura esta vez, pero yo sé que tendrás que seguir peleando…— balbuceo, si a él le pesa tener que tomar decisiones en el lugar que ocupa, yo lamento dar una opinión que pueda llegar a tener importancia, prometí decirle lo que pensaba y si era una idiota en alguna ocasión, esta es de esas cosas que creo que no superan a ambos y me doy cuenta que somos pequeños en una mansión muy grande, espero que los adultos del Consejo tengan una decisión más firme e inteligente sobre esto. —Lo siento, de verdad. No sé qué decirte sobre Ava, no sé… qué será de ella— murmuro. —No quiero que te pase nada, pero sé… solo sé y estaré contigo si tienes que enfrentarte a algo muy grande otra vez…
Ella es grande, es fuerte, es todo eso y creo conocerla desde hace mucho por todo lo que Ken me contó antes incluso de conocerla en persona, así como a todos los demás. Los supervivientes del distrito catorce eran héroes en las anécdotas que me contaba, el único que hace justicia a la estatura con la que lo imaginé fue Ben. Las otras mujeres tienen rostros con miradas tan intensas o con tanta historia, que no he sentido la necesidad de dibujar desde que puedo verlas todos los días, sea en el trabajo como es el caso de Alice o haciendo rondas por ahí como sucede con Ámber. Creo en el espíritu de todos ellos como para confiar en que pueden emprender una guerra más justa, en la que ganen batallas y también puedan exigir que le devuelvan lo que les fue quitado. —Lo siento, Ken— musito, muerdo mis labios antes de seguir con voz vacilante, —sé que estoy haciendo al decirte que quizá hay esperanzas de recuperarla, que no deberíamos renunciar…— se me oprime el pecho al tener que sacarlo fuera en palabras que cobran forma.
»Ava me odiaría por decirte que te expongas a algo que es tan peligroso, no es…— digo, miro mis propias manos, las líneas en mis palmas que muestran un camino que todavía desconozco. —No quiero… no quiero que nada te pase, ¿sí? Es solo que sé que esto es una guerra, que no podemos detenernos y que… que Ava no será la última persona que perdamos… y… y que aun cuando te quedas quieto en un lugar y estás seguro, no te asegura nada. Los del Consejo sabrán cuál es la mejor decisión… y la más segura esta vez, pero yo sé que tendrás que seguir peleando…— balbuceo, si a él le pesa tener que tomar decisiones en el lugar que ocupa, yo lamento dar una opinión que pueda llegar a tener importancia, prometí decirle lo que pensaba y si era una idiota en alguna ocasión, esta es de esas cosas que creo que no superan a ambos y me doy cuenta que somos pequeños en una mansión muy grande, espero que los adultos del Consejo tengan una decisión más firme e inteligente sobre esto. —Lo siento, de verdad. No sé qué decirte sobre Ava, no sé… qué será de ella— murmuro. —No quiero que te pase nada, pero sé… solo sé y estaré contigo si tienes que enfrentarte a algo muy grande otra vez…
El anillo me es entregado de esa manera que me recuerda que no hay manera de escapar de este tipo de cosas, siempre regresan a ti en formas que te recuerdan que tendrás que llevarlas contigo en un dedo. No lo tomo, no por ahora, solo me quedo con sus palabras, esas que me recuerdan que una familia es mucho más que un código genético. A decir verdad, sé que soy mucho más Duane, como representación del catorce, de lo que jamás seré un Black — No… — suelto — No lo sientas… sé por qué lo dices — porque no es lo que quiero escuchar, sino lo que necesito. Estamos en un momento en el cual las decisiones jamás serán sencillas, me apresuro a tomar sus manos entre las mías porque siento que de esa forma podré darle el apoyo que necesita para acabar de hablar, sin ser capaz de apartar mis ojos de su rostro — Lo sé — es lo único que puedo decir — Sé que estarás conmigo. Solo… estas cosas me hacen dar cuenta de que no tengo idea de cómo hacer este trabajo — pero como dijimos, el consejo se hará cargo y yo solo seré su voz, una vez más. Nadie quiere saltar al vacío, no sabiendo que no existen colchones esperando al final de la caída. Todo lo que hacemos es tomar el impulso, cerrar los ojos y correr hasta el borde.
Por fin me atrevo a tomar el anillo y al hacerlo rozo aquel que le regalé en primer lugar. Apenas le miro, me centro más en la baratija que tengo entre mis dedos y acabo metiéndola en mi bolsillo para sacarla de la vista, se siente como algo sucio e indebido. Me recuerdo el tomar aire y froto mis rodillas con nervios contenidos, me siento incapaz de desayunar incluso aunque el aroma se sienta espectacular — Tenía algo para ti — recuerdo. Me levanto para llegar al árbol de Navidad y regreso a mi sitio, aunque me arrepiento casi de inmediato y paso a acomodarme a su lado. El regalo es pequeño, lo suficiente como para caber en una pequeña cajita, aún más que la que envió Aminoff — Sé que no es el momento, pero necesitaba dejar en claro lo agradecido que estoy contigo. Y esto me hizo pensar… el anillo que te di es de mi familia de sangre, pero sentía que tenía que tener algo mío para hacerlo más personal. Quiero decir… ellos son ajenos a nosotros — para explicarme mejor, mis dedos temblorosos abren la pequeña caja para enseñarle la diminuta aguamarina, cuya forma puede entrar a la perfección en aquel sitio ya vacío donde alguna vez un diamante remarcó ese anillo como una sortija de compromiso y que el tiempo se encargó de eliminar. A pesar de la vergüenza, me atrevo a mirarle — Feliz Navidad — aunque no tenga nada de feliz, aunque ambos querramos sostener el mundo con más fuerza de la que tenemos — ¿Te… te gusta? — que sino ya puedo ir sacando el otro paquete, el libro de dibujo no podía fallar.
Por fin me atrevo a tomar el anillo y al hacerlo rozo aquel que le regalé en primer lugar. Apenas le miro, me centro más en la baratija que tengo entre mis dedos y acabo metiéndola en mi bolsillo para sacarla de la vista, se siente como algo sucio e indebido. Me recuerdo el tomar aire y froto mis rodillas con nervios contenidos, me siento incapaz de desayunar incluso aunque el aroma se sienta espectacular — Tenía algo para ti — recuerdo. Me levanto para llegar al árbol de Navidad y regreso a mi sitio, aunque me arrepiento casi de inmediato y paso a acomodarme a su lado. El regalo es pequeño, lo suficiente como para caber en una pequeña cajita, aún más que la que envió Aminoff — Sé que no es el momento, pero necesitaba dejar en claro lo agradecido que estoy contigo. Y esto me hizo pensar… el anillo que te di es de mi familia de sangre, pero sentía que tenía que tener algo mío para hacerlo más personal. Quiero decir… ellos son ajenos a nosotros — para explicarme mejor, mis dedos temblorosos abren la pequeña caja para enseñarle la diminuta aguamarina, cuya forma puede entrar a la perfección en aquel sitio ya vacío donde alguna vez un diamante remarcó ese anillo como una sortija de compromiso y que el tiempo se encargó de eliminar. A pesar de la vergüenza, me atrevo a mirarle — Feliz Navidad — aunque no tenga nada de feliz, aunque ambos querramos sostener el mundo con más fuerza de la que tenemos — ¿Te… te gusta? — que sino ya puedo ir sacando el otro paquete, el libro de dibujo no podía fallar.
—Es comprensible— susurro, no creo estar dando una respuesta distinta a la que podrían darle otras personas si también les dice que no sabe cómo tratar con todo esto, es algo grande para cualquiera. —Pero no siempre estamos listos cuando las cosas pasan, simplemente pasan, ¿no?— le presto las palabras que siempre usábamos para referirnos a nosotros, si es que le sirven también en esta circunstancia. —Podrás encontrar la manera de que todo salga bien…— apostar a que sea así, al menos. Tener toda la intención de que sea así, trabajar para que sea así, esforzarse, sacrificar algo si hace falta. Trato de que la sonrisa que le muestro le infunda confianza, un poco de esperanza también, para que esta mañana de Navidad no tenga un cielo tan negro.
—Yo también tengo algo para ti— recuerdo cuando va a donde quedaron los regalos, si no lo sigo es porque lo veo volver con una caja que me hace pensar en la que estuvimos mirando hace unos minutos, y aunque quito a prisa la comparación en mi mente, hay algo en él que me dice que no me mueva, que espere a que el interior de la caja se revele. Por razones de mi personalidad, creo que una piedra tan diminuta, delicada y con un color de este tono, bastan para que me emocione con el regalo. Es raro, atípico. ¡Es una piedra! Y es de un tono claro de celeste, casi transparente. Tardo en hacer la asociación, la verdad es que no la hago hasta que mis pensamientos dan un sentido a la explicación que me brinda, suerte que sigue sosteniendo la caja porque creo que a mí se me habría caído.
Coloco mi mano sobre la rodilla para abrir los dedos y detener mi mirada en la sortija, no le había prestado atención a lo que le faltaba, ni era necesario compensarlo. Claro que no lo diré sino pensará que estoy rechazando su regalo. —Me parece bien si quieres poner algo nuestro a algo que es viejo y heredado, es un poco como el mundo, ¿te das cuenta?— le sonrío para que aparte la incomodidad que parece sentir, quito el anillo de mi dedo para sostenerlo entre nosotros con mis dedos así colocar la piedra con la varita. —Hay muchas cosas del pasado que no vamos a poder cambiar, depende de nosotros tomar lo que se pueda, poner lo nuestro y tal vez… salga algo bueno, ¿no? Quizá de lo que somos también salga algo bueno— esto último, a pesar de que suene con un toque de humor, lo digo de verdad. Bajo el anillo para inclinarme hacia él y dejar un beso en sus labios. —Gracias— susurro.
»¿No gastaste mucho dinero, verdad?— es lo primero que pregunto al enderezarme. —No hace falta que me regales cosas así de ahora en más, no…— busco su mano para atraparla con la mía, tironear un poco para que se acerque y nuestros dedos queden unidos cuando ensancho mi sonrisa. —No espero que seamos como los novios de las películas, no hacen falta cosas que parezcan especiales. Todo lo que paso contigo es especial— se lo aseguro un murmullo bajo para que no suene cursi, sino como una verdad, no sabría decir que de todo lo que ha pasado desde que lo conocí hace un año, por cotidiano que fuera, no se hubiera vuelto algo novedoso por vivirlo con él.
—Yo también tengo algo para ti— recuerdo cuando va a donde quedaron los regalos, si no lo sigo es porque lo veo volver con una caja que me hace pensar en la que estuvimos mirando hace unos minutos, y aunque quito a prisa la comparación en mi mente, hay algo en él que me dice que no me mueva, que espere a que el interior de la caja se revele. Por razones de mi personalidad, creo que una piedra tan diminuta, delicada y con un color de este tono, bastan para que me emocione con el regalo. Es raro, atípico. ¡Es una piedra! Y es de un tono claro de celeste, casi transparente. Tardo en hacer la asociación, la verdad es que no la hago hasta que mis pensamientos dan un sentido a la explicación que me brinda, suerte que sigue sosteniendo la caja porque creo que a mí se me habría caído.
Coloco mi mano sobre la rodilla para abrir los dedos y detener mi mirada en la sortija, no le había prestado atención a lo que le faltaba, ni era necesario compensarlo. Claro que no lo diré sino pensará que estoy rechazando su regalo. —Me parece bien si quieres poner algo nuestro a algo que es viejo y heredado, es un poco como el mundo, ¿te das cuenta?— le sonrío para que aparte la incomodidad que parece sentir, quito el anillo de mi dedo para sostenerlo entre nosotros con mis dedos así colocar la piedra con la varita. —Hay muchas cosas del pasado que no vamos a poder cambiar, depende de nosotros tomar lo que se pueda, poner lo nuestro y tal vez… salga algo bueno, ¿no? Quizá de lo que somos también salga algo bueno— esto último, a pesar de que suene con un toque de humor, lo digo de verdad. Bajo el anillo para inclinarme hacia él y dejar un beso en sus labios. —Gracias— susurro.
»¿No gastaste mucho dinero, verdad?— es lo primero que pregunto al enderezarme. —No hace falta que me regales cosas así de ahora en más, no…— busco su mano para atraparla con la mía, tironear un poco para que se acerque y nuestros dedos queden unidos cuando ensancho mi sonrisa. —No espero que seamos como los novios de las películas, no hacen falta cosas que parezcan especiales. Todo lo que paso contigo es especial— se lo aseguro un murmullo bajo para que no suene cursi, sino como una verdad, no sabría decir que de todo lo que ha pasado desde que lo conocí hace un año, por cotidiano que fuera, no se hubiera vuelto algo novedoso por vivirlo con él.
Viejo y heredado. Me parece que es justo decir que estamos tratando de ponerle nuestro propio toque, tengo que cederle la razón en ello y acabo ensanchando una sonrisa un poco más sincera para darle la razón, incluso cuando se siente incorrecto. Incluso cuando yo puedo estar festejando la Navidad con una persona que me importa, mientras que Ava se encuentra a kilómetros de distancia, sin nadie que la cuide como se merece. Necesito empujar ese pensamiento por unos minutos, enfocarme en cómo Syv se ocupa de que la piedra se inserte al anillo de mi madre, en lo que yo presiono mis dedos alrededor de la caja y provoco que la misma produzca un suave sonido al volver a cerrarse — No puedo ver cómo podría salir algo malo — declaro, que lo único que he conseguido de todo esto es un crecimiento personal que no tenía ni idea de que necesitaba, con sus aciertos y sus fallos. Es en gestos como ese beso que puedo decir que no todo está perdido — No es nada — le respondo en el mismo susurro.
Sacudo la cabeza, dejando que atrape mis manos y acomodándome en la mesita para poder inclinarme hacia ella, rompiendo con la distancia mientras mis dedos se acoplan a los suyos con movimientos cuidadosos, como si quisiera atraparlos envueltos en timidez — Lo sé. Pero es nuestra primera navidad de esta manera y quería que sea especial — no solo porque estemos juntos, sino también porque jamás había podido hacer algo como esto. No espero que lo comprenda como lo harían mis amigos del catorce, pero siempre puedo hacer el esfuerzo — Nunca antes había podido comprar regalos — no creo que la declaración necesite de más explicaciones. En el catorce no usábamos dinero, no existían las tiendas, todo venía de sitios más simples y caseros — No gasté un dineral, te lo prometo — añado, dejando que se me asome cierta gracia en el tono de la voz.
Y aunque lo hubiera hecho, no sería un problema. No ahora, cuando no le veo sentido a preocuparme por el dinero cuando hay cosas que me importan más. Dejarle algo mío a la chica que me gusta suena mucho más importante que un montón de galeones, tanto como el poder estar en este sofá en un día como hoy, cuando seguimos libres contra todo pronóstico, a sabiendas de que no todos han sido tan afortunados como nosotros. Son sus manos en las mías las que me sostienen mejor que nadie, tengo que levantarlas para dejar un beso en ambas que espero que le dé calor, incluso cuando la chimenea y la calefacción ya deberían encargarse de ello. La nieve no puede tocarnos y Aminoff tampoco — Tú fuiste mi mejor regalo de Navidad hasta la fecha — lo dejo salir en un murmullo que hasta espero que no pueda escuchar, pero cuando mis ojos buscan los suyos me atrevo a sonreírle un poco. Que quizá yo fui el que llegó a su casa en forma de perro hace un año, como ofrenda de un padre que ya no está y nos juntó sin siquiera saber lo que estaba haciendo. Sin tener la menor idea de que un farol tan brillante como las luces del norte era justo lo que yo necesitaba.
Sacudo la cabeza, dejando que atrape mis manos y acomodándome en la mesita para poder inclinarme hacia ella, rompiendo con la distancia mientras mis dedos se acoplan a los suyos con movimientos cuidadosos, como si quisiera atraparlos envueltos en timidez — Lo sé. Pero es nuestra primera navidad de esta manera y quería que sea especial — no solo porque estemos juntos, sino también porque jamás había podido hacer algo como esto. No espero que lo comprenda como lo harían mis amigos del catorce, pero siempre puedo hacer el esfuerzo — Nunca antes había podido comprar regalos — no creo que la declaración necesite de más explicaciones. En el catorce no usábamos dinero, no existían las tiendas, todo venía de sitios más simples y caseros — No gasté un dineral, te lo prometo — añado, dejando que se me asome cierta gracia en el tono de la voz.
Y aunque lo hubiera hecho, no sería un problema. No ahora, cuando no le veo sentido a preocuparme por el dinero cuando hay cosas que me importan más. Dejarle algo mío a la chica que me gusta suena mucho más importante que un montón de galeones, tanto como el poder estar en este sofá en un día como hoy, cuando seguimos libres contra todo pronóstico, a sabiendas de que no todos han sido tan afortunados como nosotros. Son sus manos en las mías las que me sostienen mejor que nadie, tengo que levantarlas para dejar un beso en ambas que espero que le dé calor, incluso cuando la chimenea y la calefacción ya deberían encargarse de ello. La nieve no puede tocarnos y Aminoff tampoco — Tú fuiste mi mejor regalo de Navidad hasta la fecha — lo dejo salir en un murmullo que hasta espero que no pueda escuchar, pero cuando mis ojos buscan los suyos me atrevo a sonreírle un poco. Que quizá yo fui el que llegó a su casa en forma de perro hace un año, como ofrenda de un padre que ya no está y nos juntó sin siquiera saber lo que estaba haciendo. Sin tener la menor idea de que un farol tan brillante como las luces del norte era justo lo que yo necesitaba.
Presiono la sonrisa en mis labios al sostener el anillo con las puntas de mis dedos para colocarlo delante de mi nariz, entre nosotros dos. —Esto, tengo que reconocerlo, es muy especial— digo, porque si vuelvo a la comparación con los novios que vimos en películas, se ha saltado un par de regalos previos que entran en el repertorio típico, para ir a uno que provocaría un tic nervioso en más de una protagonista que suele pasarse años esperando, claro que dándole un sentido muy distinto al que creo que tiene para nosotros. —Es más que cualquier regalo de Navidad…— musito, alcanzo su mandíbula con mis dedos para acariciar un costado de su boca con el pulgar. —Con esto de que sea tu primera Navidad así, creo que has superado a la Navidad misma. Creo que este día debería pasar a ser un día distinto a Navidad, ¿qué te parece llamarlo el día de Kendrick y Synnove? A mí me suena bien— lo digo con el tono risueño que no olvida del todo que esta mañana no comenzó de la mejor manera, el anillo de Ava nos hace conscientes más de lo que perdimos, de lo que volvió a nosotros, y duele, por grande que sea la sonrisa que pongamos en nuestras caras, saber que hay cosas que perdidas, tal vez no vuelvan más.
Y hay algo muy particular que sucede a veces con ciertas sonrisas cargadas de tanta nostalgia, que a pesar de esa tristeza callada, son auténticas al mostrarse y así es la mía cuando escucho lo último que dice. —También fuiste el mejor regalo que nunca esperé recibir— se lo digo quedamente, y salgo del sillón para ir a revolver entre las cajas que están debajo del árbol hasta dar con el envoltorio rojo con un lazo dorado, que cargo en mis manos hasta quedar de pie frente a él y aguardo a que lo tome. Cuando lo hace vuelvo a sentarme a su lado, esta vez la ansiedad de conocer cada cambio en su semblante al descubrir de que se trata me lleva a acomodarme de manera en que mi codo termina en su estómago y tengo mi rostro vuelto hacia el suyo. —Es un cuento ilustrado, lo tienes que leer hasta el final— digo al rasgarse el papel para revelar una tapa pintada por mí en la que se ven montañas blancas y una única estrella sobre estas, debajo, escrito con mi caligrafía más esmerada se lee: «Luces Boreales». —Hasta el final, ¿me oyes? Me daré cuenta si lo dejas antes— le advierto con un tono demasiado jocoso como para ser realmente amenazante. Mi mejilla se recuesta su hombro y pese a lo abrupto del cambio de tema, lo tengo que preguntar: —¿Quieres que cuide el anillo de Ava por ti durante un tiempo? Te lo devolveré luego, es tuyo. Si… tenerlo no te hace bien, puedo guardarlo yo.
Y hay algo muy particular que sucede a veces con ciertas sonrisas cargadas de tanta nostalgia, que a pesar de esa tristeza callada, son auténticas al mostrarse y así es la mía cuando escucho lo último que dice. —También fuiste el mejor regalo que nunca esperé recibir— se lo digo quedamente, y salgo del sillón para ir a revolver entre las cajas que están debajo del árbol hasta dar con el envoltorio rojo con un lazo dorado, que cargo en mis manos hasta quedar de pie frente a él y aguardo a que lo tome. Cuando lo hace vuelvo a sentarme a su lado, esta vez la ansiedad de conocer cada cambio en su semblante al descubrir de que se trata me lleva a acomodarme de manera en que mi codo termina en su estómago y tengo mi rostro vuelto hacia el suyo. —Es un cuento ilustrado, lo tienes que leer hasta el final— digo al rasgarse el papel para revelar una tapa pintada por mí en la que se ven montañas blancas y una única estrella sobre estas, debajo, escrito con mi caligrafía más esmerada se lee: «Luces Boreales». —Hasta el final, ¿me oyes? Me daré cuenta si lo dejas antes— le advierto con un tono demasiado jocoso como para ser realmente amenazante. Mi mejilla se recuesta su hombro y pese a lo abrupto del cambio de tema, lo tengo que preguntar: —¿Quieres que cuide el anillo de Ava por ti durante un tiempo? Te lo devolveré luego, es tuyo. Si… tenerlo no te hace bien, puedo guardarlo yo.
— No me considero una persona religiosa, así que no estaría mal darle un nuevo significado a la fecha — una que excluya a los demás, pero creo que nos merecemos tener nuestra pequeña burbuja en la cual nadie pueda tocarnos. Hay una realidad demasiado terrible allá afuera, no nos viene mal ser egoístas de vez en cuando con las cosas que nos importan. Porque si ella dice que siente lo mismo que yo y fui su mejor regalo de Navidad, es lo único que se lleva mi atención y que me ayuda a sonreír con una calma nueva, que no hubiera sentido hace cinco minutos. Ni siquiera deseo soltarla cuando va en busca de mi regalo, pero sí acabo enderezando mi espalda con esa firmeza que me delataría como el perro obediente que la esperaba en el parque del Capitolio, entre flores coloridas que distan mucho de la nieve que nos rodea en días como hoy.
Se ve como un paquete perfecto para hoy, mis dedos lo acarician con sumo cuidado y ni siquiera me da ganas de romperlo, así que lo desarmo con dedos cautelosos. Lo primero que veo es la cubierta, esa que ella misma me explica antes de que pueda admirarla por completo. Me gustaba mucho leer cuando estaba en el catorce, era mi modo de imaginarme el mundo al no tener acceso a éste. Pero lo que ha hecho Synnove es diferente, me produce una sensación cálida y agradable en el pecho, allí donde recargo el cuento al abrazarlo con cierta presión — Es perfecto, Syv, de verdad — mi nariz acaricia su mejilla antes de besarla, rozando su pómulo y la comisura de su labio — No podría ser incluso mejor. Gracias — salvo ese detalle que que ella se preocupa en mencionar, esta podría haber sido una festividad perfecta. Suspiro, porque hay que volver a la realidad — No. Fue para mí y quiero guardarlo hasta que sea el momento de regresárselo a Ava. Volveré a verla, lo sé — no soy vidente, pero me niego a creer que lo último que supe de ella fue el apenas mirarnos cuando yo entré al despacho y ella se quedó atrás. He repasado ese último momento más veces de lo que debería. Aún abrazado al regalo, tanteo hasta tomar la mano de la rubia y beso sus dedos, regalándole algo de mi calor — Solo quédate conmigo. Es lo único que necesito.
Se ve como un paquete perfecto para hoy, mis dedos lo acarician con sumo cuidado y ni siquiera me da ganas de romperlo, así que lo desarmo con dedos cautelosos. Lo primero que veo es la cubierta, esa que ella misma me explica antes de que pueda admirarla por completo. Me gustaba mucho leer cuando estaba en el catorce, era mi modo de imaginarme el mundo al no tener acceso a éste. Pero lo que ha hecho Synnove es diferente, me produce una sensación cálida y agradable en el pecho, allí donde recargo el cuento al abrazarlo con cierta presión — Es perfecto, Syv, de verdad — mi nariz acaricia su mejilla antes de besarla, rozando su pómulo y la comisura de su labio — No podría ser incluso mejor. Gracias — salvo ese detalle que que ella se preocupa en mencionar, esta podría haber sido una festividad perfecta. Suspiro, porque hay que volver a la realidad — No. Fue para mí y quiero guardarlo hasta que sea el momento de regresárselo a Ava. Volveré a verla, lo sé — no soy vidente, pero me niego a creer que lo último que supe de ella fue el apenas mirarnos cuando yo entré al despacho y ella se quedó atrás. He repasado ese último momento más veces de lo que debería. Aún abrazado al regalo, tanteo hasta tomar la mano de la rubia y beso sus dedos, regalándole algo de mi calor — Solo quédate conmigo. Es lo único que necesito.
Una mañana de Navidad debería ser esto, algo especial, algo casi perfecto. No debería ser una mañana gris en la que un anillo cae fuera de una caja enviada por un desquiciado que nos recuerda la ausencia dolorosa de una persona amada por todos. Nunca había pensado que hace un año, semanas antes de esta misma fecha, cuando estaría recibiendo a un perro peludo en casa y le explicaba algunas normas básicas de supervivencia, llegaríamos a este día como si fuéramos la imagen atrapada dentro de una bola de nieve que uno agita y sonríe porque se encuentra a salvo, no hay nada fuera que rompa con esa alegría debajo de los copos que caen. Podemos ser eso por un día, este día, mañana será otro día para pensar en guerras y en cómo estamos obligadas a esta, de una manera en la que la única petición de Ken me hace pensar más de la cuenta. —Claro que me quedaré, hicimos un largo camino para llegar hasta aquí y es donde quiero quedarme— lo digo, convencida de que no deseo nada diferente en este momento, no lo cambiaría por otro lugar.
Tiro de su mano para que se acerque y pueda recostarme en su pecho aunque siga sosteniendo el regalo, acomodo uno de sus brazos para que cruce sobre mí en un medio abrazo, así mi rostro queda oculto y no puede ver las cavilaciones que cruzan mis facciones, nadie debe decir en una mañana como esta que después de este día en el que prometemos quedarnos, vengan otros días en los que la distancia se imponga por razones que escapen de nosotros y entonces algo como un anillo tenga que demostrar su valor real al ser lo que nos mantenga unidos, así que lo miro y a la piedra aguamarina. —Volveremos a ver a Ava, lo sé— lo acompaño en ese sentimiento, no quiero pensar en que no se pueda recuperar lo que se pierde, no cuando era algo tan querido, tengo la esperanza de que siempre, siempre, podrá encontrar su camino para volver a donde fue feliz o a las personas que le amaron, que eso es algo que tira más fuerte que nada y logra abrirse paso entre desiertos, océanos y oscuridad, para regresar.
Tiro de su mano para que se acerque y pueda recostarme en su pecho aunque siga sosteniendo el regalo, acomodo uno de sus brazos para que cruce sobre mí en un medio abrazo, así mi rostro queda oculto y no puede ver las cavilaciones que cruzan mis facciones, nadie debe decir en una mañana como esta que después de este día en el que prometemos quedarnos, vengan otros días en los que la distancia se imponga por razones que escapen de nosotros y entonces algo como un anillo tenga que demostrar su valor real al ser lo que nos mantenga unidos, así que lo miro y a la piedra aguamarina. —Volveremos a ver a Ava, lo sé— lo acompaño en ese sentimiento, no quiero pensar en que no se pueda recuperar lo que se pierde, no cuando era algo tan querido, tengo la esperanza de que siempre, siempre, podrá encontrar su camino para volver a donde fue feliz o a las personas que le amaron, que eso es algo que tira más fuerte que nada y logra abrirse paso entre desiertos, océanos y oscuridad, para regresar.
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