OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Sé que hubo una vez en la que esto fue mi idea, de hecho, creo que hace como un año de la propuesta que le hice a mi hermano de visitar la casa donde crecimos. Ahora mismo, parada frente a sus paredes de piedra, imponiéndose sobre el asfalto como si los años no hubieran pasado para nosotros, no estoy tan segura de que fuera tan gran idea. La nieve que ha caído esta noche decora la hierba y los arbustos que acompañan a la entrada de la casa, como una señal más de que lo quiera o no, el tiempo no es algo que podamos detener. Me siento incapaz a mover un pie cuando llegamos al recorrido de piedras que llevan a la puerta, no es necesario que se lo diga a mi hermano para saber que necesito un momento para asumir que no piso este lugar desde que tengo ocho años, que una parte de mí quiere creer que mi madre estará esperando al otro lado de la puerta, cuando también sé que lo único que encontraré al atravesarla serán unas estanterías vacías, ni habrá fotografías nuestras que las decoren, ni los libros estarán amontonados. No quedará nada de lo que fue y a su vez, el recuerdo es tan fuerte que me tiene plantada al suelo sin moverme.
Muevo mis dedos para acariciar mis palmas en un gesto nervioso que planea librarme del frío de diciembre, es en este momento que me arrepiento de no haber traído guantes, pero tampoco hubiera pensado que me tomaría tanto tiempo entrar. El mismo viento choca contra mis mejillas, alborotándome el pelo en lo que una mirada escrutadora se atraviesa en un análisis que desconozco hacia qué parte de la casa está dirigida. Supongo que es la familiaridad de lo que tengo delante lo que más terror me produce de todo esto, que ni siquiera le presto atención a detalles que podrían hacerla diferente de la última vez. Llevo con una sensación extraña en el interior desde que puse ojos en sus cimientos, y nada tiene que ver con que mi hijo está empezando a aprender lo que son las patadas, es más bien un sentimiento de calidez acompañado de una profunda nostalgia. De los niños que fuimos, de las historias que guardan detrás de las ventanas, de todos los recuerdos que podrían explotar como una bomba en descontrol.
Tengo que armarme de valor, no hay más. — De acuerdo, acabemos con esto. — murmuro después de minutos parados, como si después de todo esto no fuera más que una tarea que quitarme de la lista de pendientes, cuando los dos sabemos que llevo añorando este momento años. Tomo aire por la nariz con la intención de ganarme más fuerza para cuando nuestros pasos llegan a la puerta, empujándola al colocar un mano sobre el pomo. Por alguna razón, mi cerebro encuentra esa acción como innata, se espera encontrar un olor que hace mucho no se siente, hasta que yo misma puedo comprobar que no importa el tiempo que haya pasado, las familias que hayan podido instalarse en este lugar, porque sigue siendo mi casa. Con sus paredes blancas y prolijas, el suelo de madera oscura atravesando de una esquina a otra, hasta el ambiente que se respira es el mismo, lo cual no sé si es una buena o mala noticia. No me salen las palabras, mis ojos deben estar diciéndolo todo cuando pasan a recorrer cada recoveco en los primeros pasos que me adentran al vestíbulo. Poso una mano sobre la barandilla de las escaleras que llevan al piso superior, dando un vuelta sobre mí misma con la cabeza un poco inclinada hacia atrás, porque estoy por jurar que puedo escuchar voces de niños arriba, y todos sabemos a quiénes pertenecen. No voy a ocultarlo, se me humedecen los ojos mucho antes de lo que hubiera previsto siquiera, razón por la que parpadeo más de la cuenta para solventarlo. — Qué extraño es todo esto, ¿verdad…? — hablar es otro método para evitar que las lágrimas salgan, así que susurro en dirección a mi hermano, pasando a mirarle, pero la figura que tengo frente a mí dista mucho del niño que solía vivir aquí.
Muevo mis dedos para acariciar mis palmas en un gesto nervioso que planea librarme del frío de diciembre, es en este momento que me arrepiento de no haber traído guantes, pero tampoco hubiera pensado que me tomaría tanto tiempo entrar. El mismo viento choca contra mis mejillas, alborotándome el pelo en lo que una mirada escrutadora se atraviesa en un análisis que desconozco hacia qué parte de la casa está dirigida. Supongo que es la familiaridad de lo que tengo delante lo que más terror me produce de todo esto, que ni siquiera le presto atención a detalles que podrían hacerla diferente de la última vez. Llevo con una sensación extraña en el interior desde que puse ojos en sus cimientos, y nada tiene que ver con que mi hijo está empezando a aprender lo que son las patadas, es más bien un sentimiento de calidez acompañado de una profunda nostalgia. De los niños que fuimos, de las historias que guardan detrás de las ventanas, de todos los recuerdos que podrían explotar como una bomba en descontrol.
Tengo que armarme de valor, no hay más. — De acuerdo, acabemos con esto. — murmuro después de minutos parados, como si después de todo esto no fuera más que una tarea que quitarme de la lista de pendientes, cuando los dos sabemos que llevo añorando este momento años. Tomo aire por la nariz con la intención de ganarme más fuerza para cuando nuestros pasos llegan a la puerta, empujándola al colocar un mano sobre el pomo. Por alguna razón, mi cerebro encuentra esa acción como innata, se espera encontrar un olor que hace mucho no se siente, hasta que yo misma puedo comprobar que no importa el tiempo que haya pasado, las familias que hayan podido instalarse en este lugar, porque sigue siendo mi casa. Con sus paredes blancas y prolijas, el suelo de madera oscura atravesando de una esquina a otra, hasta el ambiente que se respira es el mismo, lo cual no sé si es una buena o mala noticia. No me salen las palabras, mis ojos deben estar diciéndolo todo cuando pasan a recorrer cada recoveco en los primeros pasos que me adentran al vestíbulo. Poso una mano sobre la barandilla de las escaleras que llevan al piso superior, dando un vuelta sobre mí misma con la cabeza un poco inclinada hacia atrás, porque estoy por jurar que puedo escuchar voces de niños arriba, y todos sabemos a quiénes pertenecen. No voy a ocultarlo, se me humedecen los ojos mucho antes de lo que hubiera previsto siquiera, razón por la que parpadeo más de la cuenta para solventarlo. — Qué extraño es todo esto, ¿verdad…? — hablar es otro método para evitar que las lágrimas salgan, así que susurro en dirección a mi hermano, pasando a mirarle, pero la figura que tengo frente a mí dista mucho del niño que solía vivir aquí.
Cuando me fui de aquí también había viento. Tengo oculta la mitad del rostro por el cuello en alto del tapado negro, ese que me encierra en su calor al cruzarme de brazos y esconder las manos debajo de mis axilas. No creo que los escalofríos tengan que ver con eso, de todos modos. Estar aquí, de pie frente a la casa donde crecí se siente tanto incorrecto como familiar, que en este lugar se han encerrado miles de recuerdos, algunos maravillosos, otros tan terribles que no entiendes cómo es posible que ocurriesen en un mismo espacio. A simple vista, se ve igual, aunque ahora mismo mis ojos pueden admirarla desde un ángulo diferente. Ese es el arbusto en el cual vomité cuando llegué a casa con mi primera borrachera, una que traté de ocultar para que mi padre no se diera cuenta, cosa que obviamente no tuvo mucho éxito. Las ventanas que dan a la sala no tienen los ojos de dos niños que se asoman con curiosidad a ver una de las primeras nevadas del año y el jardín delantero se ve mucho más amplio de lo que yo recuerdo, pero se sigue generando la montaña blanca en una esquina que era un excelente material para hacer ángeles en la nieve. Es la estructura, sin los Powell que la llenen de ruido.
Aún estoy abrazado a mí mismo cuando Phoebe da los primeros pasos y la sigo, apenas moviendo una nariz que se ha vuelto roja y que arde por culpa del frío. Es sencillo entrar en una casa en venta, pero los primeros pasos que doy dentro del vestíbulo se sienten tan dudoso que cualquiera diría que estoy entrando a una cámara de tortura. Casi tengo el impulso de salir corriendo hacia la escalera, detenerme en su descanso para dar ese envión que solía tomar aferrándome de la baranda para subir los últimos escalones de dos en dos y así lanzar la mochila en mi cama. No lo hago porque ya no soy ese niño, mi hermana está lejos de ser quien era y el mejor ejemplo es su vientre redondeado debajo del abrigo. Estoy asomando mi cabeza para poder ver la sala cuando la voz de Phoebe me hace girar hacia ella — Es como un sueño o un extraño deja vú — coincido. Mis ojos se posan en el hueco donde antes solía estar la televisión y con fijarme en una de las ventanas, tengo la urgencia de alejarme y encaminarme hacia la cocina. La sala es el lugar donde todo se echó a perder. Donde Hermann Powell chequeó por última vez las cortinas para ocultarse de los aurores que corrían por las calles antes de que su hijo lo golpee por detrás.
Lo primero que hago al entrar a la cocina es mirar allí donde estaba el reloj que solía decirme cuántos minutos tenía para acabar el desayuno. Me freno a mitad del camino, metiendo las manos en los bolsillos de mi saco en lo que paso del jardín lleno de nieve para fijarme en mi hermana — Se la vendí a una familia con niños pequeños cuando me fui — le cuento. En ese momento, el distrito se estaba acomodando a los cambios impuestos por los Niniadis y conseguir un comprador no había sido difícil — ¿Crees que sean los mismos que la están vendiendo ahora? — sería una ironía el tenernos como visitantes. Saco una mano para rozar el contorno del desayunador, ese que decoré con cientos de figuras espaciales o dinosaurios cuando era un niño que esperaba a que la comida estuviera lista. Casi puedo oír a Penny tarareando por la cocina, de su clásico camino de los jardines a la nevera en busca de algo fresco para beber. O quizá un café — Fuimos felices, ¿no? — es una pregunta temerosa, de esas que necesitas para asegurarte de que no todo fue una mierda, que también hubieron tiempos buenos. Mis ojos se van hacia el techo, con la duda de si tendré el valor suficiente como para enfrentarme a mi propia habitación, allí donde me encerraba durante horas en espera de que afuera el mundo dejara de ser tan terrible.
Aún estoy abrazado a mí mismo cuando Phoebe da los primeros pasos y la sigo, apenas moviendo una nariz que se ha vuelto roja y que arde por culpa del frío. Es sencillo entrar en una casa en venta, pero los primeros pasos que doy dentro del vestíbulo se sienten tan dudoso que cualquiera diría que estoy entrando a una cámara de tortura. Casi tengo el impulso de salir corriendo hacia la escalera, detenerme en su descanso para dar ese envión que solía tomar aferrándome de la baranda para subir los últimos escalones de dos en dos y así lanzar la mochila en mi cama. No lo hago porque ya no soy ese niño, mi hermana está lejos de ser quien era y el mejor ejemplo es su vientre redondeado debajo del abrigo. Estoy asomando mi cabeza para poder ver la sala cuando la voz de Phoebe me hace girar hacia ella — Es como un sueño o un extraño deja vú — coincido. Mis ojos se posan en el hueco donde antes solía estar la televisión y con fijarme en una de las ventanas, tengo la urgencia de alejarme y encaminarme hacia la cocina. La sala es el lugar donde todo se echó a perder. Donde Hermann Powell chequeó por última vez las cortinas para ocultarse de los aurores que corrían por las calles antes de que su hijo lo golpee por detrás.
Lo primero que hago al entrar a la cocina es mirar allí donde estaba el reloj que solía decirme cuántos minutos tenía para acabar el desayuno. Me freno a mitad del camino, metiendo las manos en los bolsillos de mi saco en lo que paso del jardín lleno de nieve para fijarme en mi hermana — Se la vendí a una familia con niños pequeños cuando me fui — le cuento. En ese momento, el distrito se estaba acomodando a los cambios impuestos por los Niniadis y conseguir un comprador no había sido difícil — ¿Crees que sean los mismos que la están vendiendo ahora? — sería una ironía el tenernos como visitantes. Saco una mano para rozar el contorno del desayunador, ese que decoré con cientos de figuras espaciales o dinosaurios cuando era un niño que esperaba a que la comida estuviera lista. Casi puedo oír a Penny tarareando por la cocina, de su clásico camino de los jardines a la nevera en busca de algo fresco para beber. O quizá un café — Fuimos felices, ¿no? — es una pregunta temerosa, de esas que necesitas para asegurarte de que no todo fue una mierda, que también hubieron tiempos buenos. Mis ojos se van hacia el techo, con la duda de si tendré el valor suficiente como para enfrentarme a mi propia habitación, allí donde me encerraba durante horas en espera de que afuera el mundo dejara de ser tan terrible.
Un sueño... Tengo que coincidir, con un asentimiento de cabeza silencioso nada más. He soñado muchas veces con volver a atravesar estas paredes, tantas que se siente irreal ahora que puedo hacerlo de nuevo. La que más quería regresar fue esa niña que se despertó una mañana teniéndolo todo y se fue a dormir abrazando a la nada entera, esa que se sintió mucho más grande de lo que resultaba esta casa en su día. — ¿Recuerdas cuando jugábamos al escondite? Tú solías esconderte detrás de esa esquina, había una estantería de poco más que tu tamaño donde mamá guardaba sus cosas de costura, ¿te acuerdas? — insisto, ahora que puedo colocar memorias en un lugar que hasta haber entrado creía que se habían perdido como muchas otras cosas lo hicieron. Sonrío por la imagen de mamá sentada en el sofá, cosiendo algún botón de nuestras chaquetillas de punto desgastadas del colegio, incluso cuando el dinero nunca fue un problema, creo que solo lo hacía por el gusto. La chimenea está apagada, como era de esperar, pero si cierro los ojos, estoy segura de poder sentir el olor a madera quemándose y el calor chocar contra mis mejillas, en contraste con el frío que se plasma cuando regreso a abrir los ojos.
Sigo a mi hermano en su camino a la cocina, aunque no me es difícil que mis pasos recuerden el recorrido sin necesidad de hacerlo. Como era de esperar de una casa que se encuentra a la venta, está completamente vacía, pero aun así mis dedos se mueven por los cajones de la encimera y abren el que solía ser el de los cubiertos. Se me hace extraño llegar a los estantes que hay encima, cuando no era más que una mocosa que necesitaba de una silla cada vez que quería coger algo de su interior. Recuerdo especialmente bajar por las noches de forma silenciosa cuando nuestra madre ya no estaba, para hacer un vaso de leche con polvos de colocao. Si miro bien, creo que también puedo visualizar a Penny cocinando patatas al horno cuando bajo la mirada hacia él, pero tengo que estirar la cabeza hacia Hans cuando se hace escuchar. Paso a apoyarme sobre la mesada, llevándome un mechón de pelo detrás de la oreja. — No lo sé, si fue hace tanto tiempo, quizá esos mismos niños también crecieron y sus padres se vieron obligados a venderla. — coloco mis brazos alrededor de mi pecho, meditando las palabras. — Es una casa muy grande, familiar, no tendría sentido conservarla sin hijos que la completen. — mis labios se transforman sin quererlo en una mueca, es la razón por la que Hans se deshizo de ella en primer lugar, ¿no? Porque ya nadie quedaba para rellenarla y el vacío era demasiado inmenso como para poder ignorarlo. — Me encantaba esta casa, todo de ella, pero ahora que estoy aquí no puedo evitar pensar que también es la peor de mis pesadillas. Es un poco contradictorio, lo sé. — suelto un suspiro, sonriendo apenas en una curva algo lastimera, porque si yo la odio no puedo imaginar siquiera como se debe sentir.
Por eso me arrepiento un poco de sacar ese comentario cuando su pregunta invade la cocina y en mi anterior necesidad de suspirar, ahora la tengo de recuperar el aire tomándolo por la nariz, hasta que lo expulso en lo que me separo de la encimera, posando una mano sobre mi vientre por el envión. — Por supuesto que lo fuimos. — si lo que necesita de mí es que se lo asegure, eso hago, incluso la sonrisa que le dedico, aunque temblorosa al principio, se siente más cálida en su paso a ensancharse. — Tuvimos buenos recuerdos, eso es con lo que nos tenemos que quedar, ¿no? Para eso estamos aquí. — porque no esperé que fuera a ser yo la que tomara esta posición, me obligo a ser la que mantenga las ideas que me llevaron a querer visitar este lugar. — Paseábamos a Clotilde en el jardín, una vez se perdió y no apareció hasta días después en un matorral de la esquina, ¿recuerdas? Yo me sentaba en esa silla y tú en la otra, si era de distinta manera me acuerdo que me pellizcabas en el costado hasta hacerme reír, o molestar, quién sabe. — yo misma me sorprendo de recordar esas memorias al detalle, moviéndome por la cocina en lo que señalo el jardín a través de las ventanas o los taburetes a los que me estoy refiriendo, pero me es imposible no fijarme hacia donde van sus ojos. — ¿Quieres...? — no termino la frase, mi mirada que se va hacia el techo con la suya debe ser suficiente para que se entienda.
Sigo a mi hermano en su camino a la cocina, aunque no me es difícil que mis pasos recuerden el recorrido sin necesidad de hacerlo. Como era de esperar de una casa que se encuentra a la venta, está completamente vacía, pero aun así mis dedos se mueven por los cajones de la encimera y abren el que solía ser el de los cubiertos. Se me hace extraño llegar a los estantes que hay encima, cuando no era más que una mocosa que necesitaba de una silla cada vez que quería coger algo de su interior. Recuerdo especialmente bajar por las noches de forma silenciosa cuando nuestra madre ya no estaba, para hacer un vaso de leche con polvos de colocao. Si miro bien, creo que también puedo visualizar a Penny cocinando patatas al horno cuando bajo la mirada hacia él, pero tengo que estirar la cabeza hacia Hans cuando se hace escuchar. Paso a apoyarme sobre la mesada, llevándome un mechón de pelo detrás de la oreja. — No lo sé, si fue hace tanto tiempo, quizá esos mismos niños también crecieron y sus padres se vieron obligados a venderla. — coloco mis brazos alrededor de mi pecho, meditando las palabras. — Es una casa muy grande, familiar, no tendría sentido conservarla sin hijos que la completen. — mis labios se transforman sin quererlo en una mueca, es la razón por la que Hans se deshizo de ella en primer lugar, ¿no? Porque ya nadie quedaba para rellenarla y el vacío era demasiado inmenso como para poder ignorarlo. — Me encantaba esta casa, todo de ella, pero ahora que estoy aquí no puedo evitar pensar que también es la peor de mis pesadillas. Es un poco contradictorio, lo sé. — suelto un suspiro, sonriendo apenas en una curva algo lastimera, porque si yo la odio no puedo imaginar siquiera como se debe sentir.
Por eso me arrepiento un poco de sacar ese comentario cuando su pregunta invade la cocina y en mi anterior necesidad de suspirar, ahora la tengo de recuperar el aire tomándolo por la nariz, hasta que lo expulso en lo que me separo de la encimera, posando una mano sobre mi vientre por el envión. — Por supuesto que lo fuimos. — si lo que necesita de mí es que se lo asegure, eso hago, incluso la sonrisa que le dedico, aunque temblorosa al principio, se siente más cálida en su paso a ensancharse. — Tuvimos buenos recuerdos, eso es con lo que nos tenemos que quedar, ¿no? Para eso estamos aquí. — porque no esperé que fuera a ser yo la que tomara esta posición, me obligo a ser la que mantenga las ideas que me llevaron a querer visitar este lugar. — Paseábamos a Clotilde en el jardín, una vez se perdió y no apareció hasta días después en un matorral de la esquina, ¿recuerdas? Yo me sentaba en esa silla y tú en la otra, si era de distinta manera me acuerdo que me pellizcabas en el costado hasta hacerme reír, o molestar, quién sabe. — yo misma me sorprendo de recordar esas memorias al detalle, moviéndome por la cocina en lo que señalo el jardín a través de las ventanas o los taburetes a los que me estoy refiriendo, pero me es imposible no fijarme hacia donde van sus ojos. — ¿Quieres...? — no termino la frase, mi mirada que se va hacia el techo con la suya debe ser suficiente para que se entienda.
No le contesto, pero la sonrisa le indica que sí me acuerdo. ¿Cómo podría olvidarme? Era mayor que ella, tengo una memoria más nítida sobre ciertos momentos que ahora me parecen demasiado lejanos. Me quedo con la idea de que esa familia que ahora se va tuvo mejores recuerdos que los nuestros, algunos que no se vieron opacados por la tragedia e infancias arruinadas. Tal vez, esta casa es más especial para ellos que para nosotros — Sí, supongo que tienes razón — ahora que soy padre puedo apreciar más el ruido de un hogar, ese espacio que antes era puro silencio y que ahora se resuelve con charlas o las risas y llantos de un bebé. Phoebs y yo no éramos niños callados, en lo absoluto, en especial ella. Ahí donde jugábamos, también encontrábamos el modo de pelear y empujarnos. Me pregunto si su hijo y Tilly se parecerán a nosotros en algún momento, no habrá demasiada diferencia de edad y la idea de que puedan crecer juntos me hace ilusión, para qué mentir — Es hermosa — coincido — Pero siento que está cargada de demasiadas cosas. No fue nuestra culpa que se volviera una pesadilla — creo que a veces tiene que recordárselo.
La miro, porque es un poco triste que sea ella quien tenga que asegurarme que aquí hubo más que malos recuerdos, que alguna vez existió felicidad de verdad y que no fue todo un sueño del cual desperté muy abruptamente. Tomo su consuelo y me acerco a la puerta de vidrio que da al jardín, tratando de recrear lo que ella está contando en mi cabeza — Pst. Esa tortuga siempre se perdía — me quejo como si en verdad me afectase. Me detengo un momento, que el blanco de la nieve ayuda a que mi reflejo se vea mejor y, debo decirlo, ha cambiado mucho desde la última vez que me vi en estas ventanas. Lo que no cambia es el instinto que me hace echar algo de aliento sobre el vidrio y escribo mi nombre con el índice; en datos curiosos, solía hacerlo cuando era niño porque fue lo primero que aprendí a escribir y era un entretenimiento cuando no me dejaban salir porque hacía mucho frío — Siempre buscaba molestarte, Phoebs — bromeo. No es mentira, si vamos al caso, era una de mis tareas como hermano mayor.
No necesito contestarle, me enderezo ante la iniciativa de moverme hacia el pasillo una vez más — Por supuesto. Ya soy un hombre grande y el piso de arriba no me asusta — intento que suene a un chiste pasajero, pero la sonrisa que le dedico no es en lo absoluto natural. Es extraño el descubrir que los escalones siguen sonando de la misma manera, con un poco más de peso sobre sus maderas. Dejo que mis dedos rocen la baranda en lo que marco el camino, agradecido de que ya no estén las fotos de la pared y que esas se encuentren en un cajón oculto en mi casa. La planta alta se siente mucho más angosta de lo que recuerdo, pero no tengo que pensarlo demasiado. Esa puerta del fondo es el baño y, si doy unos pasos hacia mi izquierda, la que cierra el pasillo esconde la que fue mi habitación; está entreabierta. No me fijo si ella viene conmigo, me pierdo en un camino que me hace sentir de nuevo como un niño cuando empujo ese pedazo de madera que alguna vez fue la mayor protección. Casi que espero ver mis proyectos escolares, el estante de trofeos, la cama justo debajo de la enorme ventana. No hay nada, lo único que han dejado son dos cajas apiladas en un rincón y un escritorio que no es el mío. Tengo que dejar caer mi peso contra el marco de la puerta, repentinamente agotado.
Me obligo a recomponerme y me adentro, así tengo la libertad de abrir el armario para ponerme en cuclillas. Soy más alto, así que tengo que tantear el suelo hasta que encuentro la madera floja, que me hace chasquear la lengua en señal de victoria — Cuando te fuiste, pasaba muchas horas aquí dentro. Era la única manera que tenía de no soportar a Hermann y de no escuchar como se follaba a cualquier mujer que se le cruzara — le explico, metiendo los dedos en ese pequeño escondite sucio — Así que tenía que encontrar como… ajá — puedo sacar la caja metálica que creí haber perdido, la abro para encontrar los cigarrillos dentro; están arrugados y posiblemente ya no sirven, pero entre el tabaco se destaca un porro. Se lo paso, metiéndome un poco más adentro para poder sacar una pequeña petaca vacía. La enseño sin ponerme de pie, girando la cabeza para poder sonreírle más genuinamente — El porno estaba en la computadora, no te asustes — comento con gracia — No siempre fui tan pulcro como todos creen, los vicios solo se descontrolaron en el Capitolio. Jamás le cuentes estas cosas a mis hijas.
La miro, porque es un poco triste que sea ella quien tenga que asegurarme que aquí hubo más que malos recuerdos, que alguna vez existió felicidad de verdad y que no fue todo un sueño del cual desperté muy abruptamente. Tomo su consuelo y me acerco a la puerta de vidrio que da al jardín, tratando de recrear lo que ella está contando en mi cabeza — Pst. Esa tortuga siempre se perdía — me quejo como si en verdad me afectase. Me detengo un momento, que el blanco de la nieve ayuda a que mi reflejo se vea mejor y, debo decirlo, ha cambiado mucho desde la última vez que me vi en estas ventanas. Lo que no cambia es el instinto que me hace echar algo de aliento sobre el vidrio y escribo mi nombre con el índice; en datos curiosos, solía hacerlo cuando era niño porque fue lo primero que aprendí a escribir y era un entretenimiento cuando no me dejaban salir porque hacía mucho frío — Siempre buscaba molestarte, Phoebs — bromeo. No es mentira, si vamos al caso, era una de mis tareas como hermano mayor.
No necesito contestarle, me enderezo ante la iniciativa de moverme hacia el pasillo una vez más — Por supuesto. Ya soy un hombre grande y el piso de arriba no me asusta — intento que suene a un chiste pasajero, pero la sonrisa que le dedico no es en lo absoluto natural. Es extraño el descubrir que los escalones siguen sonando de la misma manera, con un poco más de peso sobre sus maderas. Dejo que mis dedos rocen la baranda en lo que marco el camino, agradecido de que ya no estén las fotos de la pared y que esas se encuentren en un cajón oculto en mi casa. La planta alta se siente mucho más angosta de lo que recuerdo, pero no tengo que pensarlo demasiado. Esa puerta del fondo es el baño y, si doy unos pasos hacia mi izquierda, la que cierra el pasillo esconde la que fue mi habitación; está entreabierta. No me fijo si ella viene conmigo, me pierdo en un camino que me hace sentir de nuevo como un niño cuando empujo ese pedazo de madera que alguna vez fue la mayor protección. Casi que espero ver mis proyectos escolares, el estante de trofeos, la cama justo debajo de la enorme ventana. No hay nada, lo único que han dejado son dos cajas apiladas en un rincón y un escritorio que no es el mío. Tengo que dejar caer mi peso contra el marco de la puerta, repentinamente agotado.
Me obligo a recomponerme y me adentro, así tengo la libertad de abrir el armario para ponerme en cuclillas. Soy más alto, así que tengo que tantear el suelo hasta que encuentro la madera floja, que me hace chasquear la lengua en señal de victoria — Cuando te fuiste, pasaba muchas horas aquí dentro. Era la única manera que tenía de no soportar a Hermann y de no escuchar como se follaba a cualquier mujer que se le cruzara — le explico, metiendo los dedos en ese pequeño escondite sucio — Así que tenía que encontrar como… ajá — puedo sacar la caja metálica que creí haber perdido, la abro para encontrar los cigarrillos dentro; están arrugados y posiblemente ya no sirven, pero entre el tabaco se destaca un porro. Se lo paso, metiéndome un poco más adentro para poder sacar una pequeña petaca vacía. La enseño sin ponerme de pie, girando la cabeza para poder sonreírle más genuinamente — El porno estaba en la computadora, no te asustes — comento con gracia — No siempre fui tan pulcro como todos creen, los vicios solo se descontrolaron en el Capitolio. Jamás le cuentes estas cosas a mis hijas.
No fue nuestra culpa, no, es un pensamiento que trato de afianzar en mi cabeza cada vez que los remordimientos se aparecen, pero también siento que son sentimientos que nunca dejarán de irse del todo. Lo bueno de todo esto es que cada vez lo pienso menos, cuando antes, en mi propia y patética soledad la niña que se convirtió en adolescente y esa chica en una mujer adulta bajo las sombras, más veces de las sanas se imaginó un escenario donde las cosas no hubieran sucedido como lo hicieron. Es inevitable, autoculparse cuando uno no tiene más que la experiencia de sus errores para basar su juicio, quizá es por eso que pongo tanto empeño en ayudar a la gente, porque no quiero volver a sentir que defraudé a alguien más como lo hice con mi madre. Pero como decía, esos pensamientos están empezando a ocupar menos espacio en mi día a día, tengo una vida muy distinta ahora, personas a las que cuidar y querer, no puedo permitirme ahogarme junto a las sensaciones amargas.
Por mi rostro se cruza una sonrisa fugaz cuando veo como publica su nombre en el ventanal que queda frente al jardín, regresando mis manos a los bolsillos de mi abrigo para aportarles algo de calor. — Lo sé. Peleábamos mucho, pero en el fondo no eran más que tonterías. Yo sabía que por mucho que te gustara picarme con cualquier bobada, si tenía un problema siempre podía acudir a ti. — lo cual me hace sonreír más ampliamente e incluso brotar una risa por debajo porque en su día lo que yo pensaba como problema seguramente fuera algo tan tonto como no saber atar los cordones de un zapato o tener que alcanzarme algo de un estante, también hacerle partícipe de mis fiestas del té si es que le convencía de hacerlo, que solían ser muy pocas veces y terminaba hablando sola con las paredes y cuatro peluches. Esas eran mis mayores preocupaciones cuando era niña, me hubiera gustado poder mantenerlas hasta bien crecida en mi infancia, pero eso no fue algo que pude elegir. No puede verlo, pero la curvatura de mis labios se entristece un poco, no sé si por el pensamiento en sí o por otros que acuden a mi mente y que no pretendo mencionar, ahora no.
Yo era bastante asustadiza de niña, me daban miedo las tormentas, lloraba por las noches y cualquier sombra en mi habitación me producía pesadillas esa misma noche, no es de extrañar que la misma Phoebe tuviera terror por su padre y subiera las escaleras a trompicones con tal de desaparecer dentro de su cuarto. Ahora no puedo subirlas con tanta facilidad, me hace desear vivir en una casa sin escaleras y si no fuera porque la del cuatro las tiene, me tomaría todavía más poner un pie delante del otro. Me apoyo sobre la barandilla así soy capaz a poner parte de mi peso sobre la madera y subir con mayor facilidad, siguiendo a Hans a un paso mucho más veloz que el mío. Recupero mi respiración al llegar al piso superior, que esto de que mi hijo se esté haciendo un lugar también donde antes estaban mis órganos no me beneficia, pero no me paro ahí. Sí lo hago cuando en mi tarea de seguir a mi hermano me cruzo con la que solía ser mi habitación. La puerta está cerrada así que no puedo ver en su interior sin tener que hacer una parada, pero no tengo los ánimos como para hacerlo incluso cuando me prometí que lo haría. En su lugar, paso de largo no sin antes dedicarle una mirada quedo para llegar hasta el cuarto de Hans.
Faltan los muebles, pero eso no es un impedimento para que mi imaginación no pueda hacer lo propio y se encargue de colocar mis recuerdos sobre la sala. Me adentro, quizá de forma demasiado precavida y no como solía hacerlo, entrando como un cohete sin importar los carteles de no pasar pegados a su puerta. Esos también han desaparecido. La sonrisa hace tiempo que también lo ha hecho, se transforma en una mueca cuando le escucho hablar sobre nuestro padre de esa manera, tan crudo que no me es difícil imaginar la situación. Tomo la cajita metálica que me tiende, abriéndola con dedos temblorosos por ninguna razón aparente. — Nunca me ha gustado el tabaco, es una buena cosa que dejaras el hábito, más de lo mismo con el porno. — trato de bromear, incluso cuando el comentario no tiene nada de gracioso, intento formar una curva con mis labios a modo de sonrisa. Por obviedad no lo consigo, me quedo con la caja entre mis manos, con la vista triste sobre ella porque están empezando a regresar pensamientos que debería mantener al margen. — A veces... Pienso en cómo hubiéramos sido, si nada de esto hubiera pasado. Sé que no debo, pero me es imposible no imaginarlo, en especial cuando se podría haber evitado. — ¿tan segura estoy de eso? Me apoyo sobre la pared más cercana, paso mis dedos por mis cejas y también mi frente con una mano hasta que coloco la mirada sobre el techo. — Me siento culpable, Hans, cuando pienso en mi hijo y soy consciente de que no podré darle una abuela que lo quiera como nosotros tuvimos a Prudence. No quiero tener que contarle historias horribles sobre su madre, pero tampoco quiero tener que mentirle sobre quiénes fuimos. Me asusta el pensar que puedo equivocarme con él, tengo miedo de cometer un error inconsciente y arrepentirme por el resto de mi existencia. — lo suelto, tal vez porque dentro de estas paredes los únicos que pueden juzgarme son nuestros propios fantasmas de niños, no Hans como adulto, ni yo como la crítica más dura que conozco.
Por mi rostro se cruza una sonrisa fugaz cuando veo como publica su nombre en el ventanal que queda frente al jardín, regresando mis manos a los bolsillos de mi abrigo para aportarles algo de calor. — Lo sé. Peleábamos mucho, pero en el fondo no eran más que tonterías. Yo sabía que por mucho que te gustara picarme con cualquier bobada, si tenía un problema siempre podía acudir a ti. — lo cual me hace sonreír más ampliamente e incluso brotar una risa por debajo porque en su día lo que yo pensaba como problema seguramente fuera algo tan tonto como no saber atar los cordones de un zapato o tener que alcanzarme algo de un estante, también hacerle partícipe de mis fiestas del té si es que le convencía de hacerlo, que solían ser muy pocas veces y terminaba hablando sola con las paredes y cuatro peluches. Esas eran mis mayores preocupaciones cuando era niña, me hubiera gustado poder mantenerlas hasta bien crecida en mi infancia, pero eso no fue algo que pude elegir. No puede verlo, pero la curvatura de mis labios se entristece un poco, no sé si por el pensamiento en sí o por otros que acuden a mi mente y que no pretendo mencionar, ahora no.
Yo era bastante asustadiza de niña, me daban miedo las tormentas, lloraba por las noches y cualquier sombra en mi habitación me producía pesadillas esa misma noche, no es de extrañar que la misma Phoebe tuviera terror por su padre y subiera las escaleras a trompicones con tal de desaparecer dentro de su cuarto. Ahora no puedo subirlas con tanta facilidad, me hace desear vivir en una casa sin escaleras y si no fuera porque la del cuatro las tiene, me tomaría todavía más poner un pie delante del otro. Me apoyo sobre la barandilla así soy capaz a poner parte de mi peso sobre la madera y subir con mayor facilidad, siguiendo a Hans a un paso mucho más veloz que el mío. Recupero mi respiración al llegar al piso superior, que esto de que mi hijo se esté haciendo un lugar también donde antes estaban mis órganos no me beneficia, pero no me paro ahí. Sí lo hago cuando en mi tarea de seguir a mi hermano me cruzo con la que solía ser mi habitación. La puerta está cerrada así que no puedo ver en su interior sin tener que hacer una parada, pero no tengo los ánimos como para hacerlo incluso cuando me prometí que lo haría. En su lugar, paso de largo no sin antes dedicarle una mirada quedo para llegar hasta el cuarto de Hans.
Faltan los muebles, pero eso no es un impedimento para que mi imaginación no pueda hacer lo propio y se encargue de colocar mis recuerdos sobre la sala. Me adentro, quizá de forma demasiado precavida y no como solía hacerlo, entrando como un cohete sin importar los carteles de no pasar pegados a su puerta. Esos también han desaparecido. La sonrisa hace tiempo que también lo ha hecho, se transforma en una mueca cuando le escucho hablar sobre nuestro padre de esa manera, tan crudo que no me es difícil imaginar la situación. Tomo la cajita metálica que me tiende, abriéndola con dedos temblorosos por ninguna razón aparente. — Nunca me ha gustado el tabaco, es una buena cosa que dejaras el hábito, más de lo mismo con el porno. — trato de bromear, incluso cuando el comentario no tiene nada de gracioso, intento formar una curva con mis labios a modo de sonrisa. Por obviedad no lo consigo, me quedo con la caja entre mis manos, con la vista triste sobre ella porque están empezando a regresar pensamientos que debería mantener al margen. — A veces... Pienso en cómo hubiéramos sido, si nada de esto hubiera pasado. Sé que no debo, pero me es imposible no imaginarlo, en especial cuando se podría haber evitado. — ¿tan segura estoy de eso? Me apoyo sobre la pared más cercana, paso mis dedos por mis cejas y también mi frente con una mano hasta que coloco la mirada sobre el techo. — Me siento culpable, Hans, cuando pienso en mi hijo y soy consciente de que no podré darle una abuela que lo quiera como nosotros tuvimos a Prudence. No quiero tener que contarle historias horribles sobre su madre, pero tampoco quiero tener que mentirle sobre quiénes fuimos. Me asusta el pensar que puedo equivocarme con él, tengo miedo de cometer un error inconsciente y arrepentirme por el resto de mi existencia. — lo suelto, tal vez porque dentro de estas paredes los únicos que pueden juzgarme son nuestros propios fantasmas de niños, no Hans como adulto, ni yo como la crítica más dura que conozco.
— Pero no he dejado la bebida — admito. No me considero un adicto, pero confieso que muchos de los malos tragos puedo pasarlos gracias a los vasos que me esperan en casa, en esos minutos en los cuales intento descansar del mundo. Se me borra, poco a poco, la sonrisa. A pesar de ser abogado, no me gusta pensar en supuestos que no me llevarán a ningún punto. No se puede cambiar el pasado, no podemos volver sobre nuestros propios pasos y arreglar todo lo que rompimos — No te hagas eso, Phoebs. No tiene sentido, no ahora. Esto es solo una casa y lo que pasó, quedó aquí dentro — nadie sabe nuestros secretos, solo esas personas que se ganaron el derecho a conocerlos. Me pongo de pie con el cuidado de no golpearme la cabeza con ningún estante y sacudo el polvo de mis manos al sacudir mis palmas, frotándolas entre sí y luego contra mi tapado — Cometerás tus propios errores con tu hijo, eso es inevitable. Tan solo mírame: por el miedo a ser un padre como Hermann, dejé a Meerah sola por doce años y eso es de lo que más me arrepiento — hoy puedo ver que las cosas son diferentes porque yo lo soy, allí donde mi padre nos descuidó, yo trabajo para crear algo distinto. Y cuesta, cuesta verme en el espejo y darme cuenta que la suavidad del rostro de mi madre va siendo reemplazada por las facciones que me asemejan más a mi padre. Al final, lo de adentro debe ser lo que importa.
Es extraño estar en esta habitación y acercarme a mi hermana para poner una mano sobre su panza, esa que ya se siente dura y redonda a pesar del abrigo — Mamá te adoraba y creo que no hay que mentirles a nuestros hijos sobre ella — le aclaro, la sonrisa parece forzada pero es más bien por el dolor, no porque no la sienta — Pero no podemos traerla de nuevo. Lo que podemos hacer es darle una familia decente a los que tenemos y compartirles todas esas historias que ahora nos hacen bien y, algún día y cuando todos estemos listos, compartir también las que nos lastiman. Sé que da miedo, pero… sé que serás una gran madre, Phoebs — es una de las pocas cosas que doy por seguro. Mi hermana no será perfecta, nadie lo es, pero no se puede negar que tiene un corazón tan puro que me hace creer que se ha llevado todo lo bueno que a mí me falta. No somos parecidos, hay muchas cosas que yo puedo cuestionar y sé que ella también opina lo mismo sobre mí, pero es mi familia. De haberla perdido en el nueve, hoy no podría soportarlo. Es lo único que me queda de aquellas memorias que hicimos en esta casa.
Le doy una palmadita en el vientre y aparto la mano, para quitarle la cajita y olfatear el aroma que quedó dentro, impregnado después de todos estos años — Lloré todas las noches durante más de una semana cuando te fuiste — nunca le conté esto, creo que nunca se lo dije a nadie. Chequear los detalles del tabaco viejo me sirve para solo tener que mirarla de soslayo — No sabía dónde estabas y temía que nuestro padre te hubiera hecho lo mismo que a mamá. Pensaba que estaba solo y que algún día se daría cuenta de que yo también era como ustedes y que… bueno. No es fácil tener esa edad y creer que tu padre va a matarte mientras duermes, así que me esforcé en ser tan muggle como podía. Y fue horrible, una vez hice estallar una lámpara por culpa de la magia contenida y el pánico fue tan grande que no podía respirar. Estas cosas me ayudaron, por tonto y cliché que sea — y sí, le sacudo la caja de adicciones antes de guardármela dentro del abrigo.
Es extraño estar en esta habitación y acercarme a mi hermana para poner una mano sobre su panza, esa que ya se siente dura y redonda a pesar del abrigo — Mamá te adoraba y creo que no hay que mentirles a nuestros hijos sobre ella — le aclaro, la sonrisa parece forzada pero es más bien por el dolor, no porque no la sienta — Pero no podemos traerla de nuevo. Lo que podemos hacer es darle una familia decente a los que tenemos y compartirles todas esas historias que ahora nos hacen bien y, algún día y cuando todos estemos listos, compartir también las que nos lastiman. Sé que da miedo, pero… sé que serás una gran madre, Phoebs — es una de las pocas cosas que doy por seguro. Mi hermana no será perfecta, nadie lo es, pero no se puede negar que tiene un corazón tan puro que me hace creer que se ha llevado todo lo bueno que a mí me falta. No somos parecidos, hay muchas cosas que yo puedo cuestionar y sé que ella también opina lo mismo sobre mí, pero es mi familia. De haberla perdido en el nueve, hoy no podría soportarlo. Es lo único que me queda de aquellas memorias que hicimos en esta casa.
Le doy una palmadita en el vientre y aparto la mano, para quitarle la cajita y olfatear el aroma que quedó dentro, impregnado después de todos estos años — Lloré todas las noches durante más de una semana cuando te fuiste — nunca le conté esto, creo que nunca se lo dije a nadie. Chequear los detalles del tabaco viejo me sirve para solo tener que mirarla de soslayo — No sabía dónde estabas y temía que nuestro padre te hubiera hecho lo mismo que a mamá. Pensaba que estaba solo y que algún día se daría cuenta de que yo también era como ustedes y que… bueno. No es fácil tener esa edad y creer que tu padre va a matarte mientras duermes, así que me esforcé en ser tan muggle como podía. Y fue horrible, una vez hice estallar una lámpara por culpa de la magia contenida y el pánico fue tan grande que no podía respirar. Estas cosas me ayudaron, por tonto y cliché que sea — y sí, le sacudo la caja de adicciones antes de guardármela dentro del abrigo.
— Charles siempre se pregunta cómo es que mantienes tu figura con todo el alcohol que consumes, debe de ser el estrés. — bromeo, al menos me saca una sonrisa a la que acompaño con un meneo de cabeza hasta que se apaga. Realizo el gesto contrario en un asentimiento que espero me lleve a entrar en razón, porque sé que la tiene, solo es difícil asumir ciertas cosas. — Lo sé, pero mira a tu alrededor. Las habitaciones están vacías, no queda nada de lo que fue para nosotros siendo niños, y aun así, sé que tú dormías al lado de la ventana, que tenías tu escritorio contra esa pared, la estantería en que coleccionabas tus figuras de acción ahí… — mi mirada se pasea por los puntos que describo como si los tuviera delante de mí y no estuviera recurriendo a mis recuerdos. — Es solo una casa, pero estando aquí, incluso vacía, no puedo dejar de pensar en todas las cosas que sucedieron. — esas que no contamos, que yo creía que era por miedo a ser juzgados, cuando la realidad es que son demasiado dolorosas como para ponerlas en palabras. — Antes no lo entendía, como mamá no pudo decir nada, buscar ayuda o… no lo sé, hacer algo, lo que fuera. Es ahora que la comprendo mejor, ni siquiera ha nacido mi hijo y sé que haría cualquier cosa por protegerlo, no importa qué. Mamá hizo muchos sacrificios por nosotros. — ya lo sabe, pero siento que tengo que agradecérselo una vez más, ahora que estamos aquí, donde la vimos sonreír por última vez.
Sonrío, hace un mes ni siquiera hubiera esperado que mi hermano estuviera para el nacimiento de mi hijo, y eso que aun faltan varios meses para eso. No me alegro de como sucedió, pero al menos puedo colocar la mano sobrante sobre sus nudillos en una suave caricia hasta apartarla. — Supongo que sí pudimos hacerlo después de todo, ¿no? Formar una familia. — no me parece poca cosa, la verdad, especialmente cuando hace menos y nada ninguno llevaba la mejor de nuestras vidas. Ahora mismo, a pesar de que no han pasado ni dos años completos desde que yo estaba en el norte y Hans recién estrenando su puesto como ministro, se siente como una eternidad desde aquello. — Estoy casada, tengo una casa y trabajo, por Merlín voy a tener un hijo. Si alguien me lo llega a decir hace cinco años lo más probable es que me hubiera reído en su cara. — dejo salir una risa seca, que demuestra lo irónico que es todo esto visto desde esa perspectiva.
Dejo que tome la caja repleta de tabaco, la sonrisa que le he dedicado antes se va transformando en una mueca, solo me separo de la pared porque siento la necesidad de tomarlo por los hombros y abrazarlo, a pesar de no hacerlo. — Lo siento mucho, Hans. No sabes… lo mucho que me duele todo esto. — es una disculpa que va dirigida hacia muchas cosas en realidad, a lo que nos pasó siendo niños, lo que tuvimos que enfrentar después, sí, pero también incluye los acontecimientos recientes, esos por los que nunca me disculpé y ahora que puede camuflarse con todo lo que lamento no parece tan mala idea abordarlo. Poso una mano sobre su brazo, atrayéndolo hacia mí en un apretón que me lleva a posar mis labios sobre su hombro en el abrazo. Me separo solo cuando la historia continua, me veo obligada a moverme hacia la ventana, observar el jardín cubierto de nieve en lo que mis cejas parecen formar una línea por un pensamiento que desbloquea un nuevo miedo. — ¿Crees que esa fue su primera intención? ¿Matarme? ¿Que se arrepintió a medio camino y decidió dejarme en la carretera en su lugar? — a la espera de que lo hiciera otro, como el frío, el hambre, factores que como una niña desamparada no hubiera podido solucionar, que no pude durante mucho tiempo hasta que aprendí a valérmelas por mí misma. Y eso no incluye las otras tantas casualidades que se podrían haber dado para acabar conmigo, mucho peores que el no tener comida o un abrigo oportuno. Mirando a través del cristal, con la vista fija en la blancura, puedo imaginarme perfectamente a dos niños jugando a tirarse bolas de nieve y hacer ángeles sobre la hierba, ajenos a todos esos problemas.
Sonrío, hace un mes ni siquiera hubiera esperado que mi hermano estuviera para el nacimiento de mi hijo, y eso que aun faltan varios meses para eso. No me alegro de como sucedió, pero al menos puedo colocar la mano sobrante sobre sus nudillos en una suave caricia hasta apartarla. — Supongo que sí pudimos hacerlo después de todo, ¿no? Formar una familia. — no me parece poca cosa, la verdad, especialmente cuando hace menos y nada ninguno llevaba la mejor de nuestras vidas. Ahora mismo, a pesar de que no han pasado ni dos años completos desde que yo estaba en el norte y Hans recién estrenando su puesto como ministro, se siente como una eternidad desde aquello. — Estoy casada, tengo una casa y trabajo, por Merlín voy a tener un hijo. Si alguien me lo llega a decir hace cinco años lo más probable es que me hubiera reído en su cara. — dejo salir una risa seca, que demuestra lo irónico que es todo esto visto desde esa perspectiva.
Dejo que tome la caja repleta de tabaco, la sonrisa que le he dedicado antes se va transformando en una mueca, solo me separo de la pared porque siento la necesidad de tomarlo por los hombros y abrazarlo, a pesar de no hacerlo. — Lo siento mucho, Hans. No sabes… lo mucho que me duele todo esto. — es una disculpa que va dirigida hacia muchas cosas en realidad, a lo que nos pasó siendo niños, lo que tuvimos que enfrentar después, sí, pero también incluye los acontecimientos recientes, esos por los que nunca me disculpé y ahora que puede camuflarse con todo lo que lamento no parece tan mala idea abordarlo. Poso una mano sobre su brazo, atrayéndolo hacia mí en un apretón que me lleva a posar mis labios sobre su hombro en el abrazo. Me separo solo cuando la historia continua, me veo obligada a moverme hacia la ventana, observar el jardín cubierto de nieve en lo que mis cejas parecen formar una línea por un pensamiento que desbloquea un nuevo miedo. — ¿Crees que esa fue su primera intención? ¿Matarme? ¿Que se arrepintió a medio camino y decidió dejarme en la carretera en su lugar? — a la espera de que lo hiciera otro, como el frío, el hambre, factores que como una niña desamparada no hubiera podido solucionar, que no pude durante mucho tiempo hasta que aprendí a valérmelas por mí misma. Y eso no incluye las otras tantas casualidades que se podrían haber dado para acabar conmigo, mucho peores que el no tener comida o un abrigo oportuno. Mirando a través del cristal, con la vista fija en la blancura, puedo imaginarme perfectamente a dos niños jugando a tirarse bolas de nieve y hacer ángeles sobre la hierba, ajenos a todos esos problemas.
Mamá lo intentó, sí. Decidió que la vida siguiera normal para nosotros y no se atrevió a cambiar nuestro mundo, creyendo que habría una salida, que si aguantaba un poco más ninguno pagaría los platos sucios. Se equivocó mucho, pero no puedo juzgarla. No cuando yo mismo busco cualquier excusa para que mis hijas estén a salvo, aunque eso sea salir a pelear cuando no soy un soldado. Por eso le sonrío a mi hermana y asiento, que tenemos nuestra familia a pesar de que eso jamás estuviera entre los planes — Ni que lo digas — añado — No tengo ni la más pálida idea de cómo es que acabamos de esta manera. Siempre creí que llegaría a los setenta solo, con una enorme colección de bebidas y preguntándome qué habría sido de ti o si Meerah alguna vez había llegado a nacer — fui construyendo ciertas alergias en base a malas experiencias y he descubierto que, cuando pude empujarlas, el resultado se volvió maravilloso.
Sacudo la cabeza porque ella no es quien tiene que pedir disculpas y la persona que tendría que hacerlo no se las merece. En lo que ella me regala un beso yo apoyo con suavidad mis labios en su frente, como si de esa manera pudiera barrer todos los malos pensamientos que pueden atacarla, sé que lo siguen haciendo. Phoebe elige la ventana, yo me apoyo en la pared y me encuentro tomando asiento junto al armario, en una posición que he ocupado en más de una ocasión cuando esta era mi habitación. El suelo se siente igual de frío — No — contesto de inmediato y sin un ápice de duda — En su momento tuve ese miedo, pero con los años he aprendido que papá es más inteligente que asesino. Tapar lo que ocurrió con mamá fue complicado y hacerte algo parecido a ti… — apoyo la cabeza en la pared, de esta manera tengo una mejor visión de su cuerpo. Es más alta que mamá, pero su postura aún me recuerda a ella — No fue un asesinato premeditado y lo sabes. Hermann actuó por miedo, ese que tenía por toda la mierda que conservaba dentro — tal vez me he convencido de ello, pero es mi modo de poder pasar por todo esto sin un terapeuta.
Jugueteo con mis dedos, en parte sin comprender cómo estamos aquí cuando en mi mente todo esto ya es ceniza. Acabo por rascarme el mentón con cierto nerviosismo — Jamás podré perdonarlo por todo lo que ha hecho, pero me gustaría llegar a comprenderlo, aún cuando es imposible — lo peor es saber que está en algún lado, libre, siendo tan real que ya no puedo escudarme en la idea de que es un fantasma que jamás va a tocarnos — Phoebs… — una duda estúpida y urgente me asalta, haciendo que vacile — Soy un buen padre… ¿Verdad? — porque he tomado todos los caminos que me harían ser diferente a él y espero no haber fallado en el intento.
Sacudo la cabeza porque ella no es quien tiene que pedir disculpas y la persona que tendría que hacerlo no se las merece. En lo que ella me regala un beso yo apoyo con suavidad mis labios en su frente, como si de esa manera pudiera barrer todos los malos pensamientos que pueden atacarla, sé que lo siguen haciendo. Phoebe elige la ventana, yo me apoyo en la pared y me encuentro tomando asiento junto al armario, en una posición que he ocupado en más de una ocasión cuando esta era mi habitación. El suelo se siente igual de frío — No — contesto de inmediato y sin un ápice de duda — En su momento tuve ese miedo, pero con los años he aprendido que papá es más inteligente que asesino. Tapar lo que ocurrió con mamá fue complicado y hacerte algo parecido a ti… — apoyo la cabeza en la pared, de esta manera tengo una mejor visión de su cuerpo. Es más alta que mamá, pero su postura aún me recuerda a ella — No fue un asesinato premeditado y lo sabes. Hermann actuó por miedo, ese que tenía por toda la mierda que conservaba dentro — tal vez me he convencido de ello, pero es mi modo de poder pasar por todo esto sin un terapeuta.
Jugueteo con mis dedos, en parte sin comprender cómo estamos aquí cuando en mi mente todo esto ya es ceniza. Acabo por rascarme el mentón con cierto nerviosismo — Jamás podré perdonarlo por todo lo que ha hecho, pero me gustaría llegar a comprenderlo, aún cuando es imposible — lo peor es saber que está en algún lado, libre, siendo tan real que ya no puedo escudarme en la idea de que es un fantasma que jamás va a tocarnos — Phoebs… — una duda estúpida y urgente me asalta, haciendo que vacile — Soy un buen padre… ¿Verdad? — porque he tomado todos los caminos que me harían ser diferente a él y espero no haber fallado en el intento.
Esbozo una sonrisa, una que no se muestra tanto como para lo que sirve, pues tengo la teoría de que yo ni siquiera pensaba a largo plazo. Sí, puede que una vez lo hiciera cuando supe que estaba embarazada por primera vez, tenía que hacerlo, era la única manera que tenía de buscar un día más, pero después de eso, me encontré tan perdida que la idea de tener un futuro más allá del presente nunca traspasó mi mente. Ese presente es completamente distinto ahora, mis preocupaciones son otras aunque no necesariamente de menor importancia. No aparto la vista de la ventana a pesar de tener los oídos atentos a las palabras de mi hermano, un suspiro atraviesa el cristal y lo convierte en vaho sin quererlo, se deshace igual de deprisa por el frío. Hablar de Hermann en esta misma casa donde causó tanto daño me produce más de un escalofrío, nada que ver con la temperatura que hay fuera. — Creo... creo que me haría peor el comprender sus razones, cómo funciona su mente, saber que sus pensamientos no van mucho más allá del odio que siente. Tengo más temor por lo que puede venir de él y de cuál será su siguiente paso, no estar preparados para ello. — no seré yo quién lo diga, pero va a pasar cerca de un año desde la última vez que supimos de él, y no tengo problema en reconocer que tengo miedo de ello.
Sí me giro cuando su pregunta cae con todo el peso sobre mis hombros y me obligo a buscar sus ojos, separándome del borde del marco. — Eso creo. — por esta forma de expresarlo no suena muy convincente, estoy segura de que él lo piensa también, por eso me apresuro a dar unos pasos en su dirección, explicándome. — Nadie que quiera proteger a sus hijos y darles lo mejor que se pueda tener es un mal padre, Hans, y... bueno, sí pienso que es todo lo que deseas para ellas. — lo digo de verdad, incluso cuando también crea que tomar la posición opuesta a la de nuestro padre no sea la mejor de las opciones, sé que sus intenciones sí lo son, y al final del día, es todo lo que importa. — Tus hijas sabrán apreciarte por lo que haces por ellas a diario, eso tenlo por seguro. — aseguro, una sonrisa cálida además de honesta atraviesa mis mejillas, estirando una mano hacia él cuando paso a estar frente a él a una altura mayor. — Me sentaría contigo, pero temo que vayas a necesitar de un tractor para levantarme luego, y aún quiero ver mi habitación. — bromeo, sí, pero no descarto que pase si tomo asiento en el suelo sin un cojín que me devuelva un poco de soporte. Tiro de su mano incluso cuando él va a tener que hacer todo el esfuerzo, que es conocido que apenas tengo fuerza y mucho menos ahora.
Imagino que mi habitación pasó a ser la de otra niña cuando Hans la vendió, porque el color de las paredes, un muy suave rosa palo, sigue extendiéndose por toda la sala, lo cual me hace sonreír en primera instancia. Paso mis dedos por la superficie de la pared por la que me desplazo en un análisis corto al no haber ningún mueble que la decore. — La recordaba más grande. — admito, incluso cuando no tiene el tamaño que tendría un cuarto de una familia modesta, supongo que la Phoebe de entonces tenía imaginación suficiente como para considerarla su propio palacio. Es duro, pues claro que lo es, estar aquí frente al recuerdo de una niña que no tenía problema en fantasear con unicornios y tomar té con peluches parlantes, cuando más allá del cristal de la ventana las sombras se acumulaban sin saberlo. Me reconozco con la sensibilidad a flor de piel, no hago nada bien en volver sobre la conversación anterior, de asesinatos premeditados e intenciones primitivas, pero necesito preguntarlo. — ¿Qué fue lo que dijo? ¿A los demás, en el colegio...? — no puedes simplemente hacer desaparecer a tu hija y esperar que lo haga también del recuerdo de otras personas... ¿no? No le miro cuando raspo con la uña una pegatina de una mariposa que reconozco como mía, tan desgastada que ni siquiera se ve la forma que tiene, tan acoplada a la pared que probablemente la otra familia tampoco pudo deshacerse de ella como no lo hizo el tiempo. Se me corta la voz al prepararme para hablar, tengo que tomar aire para evitar que se convierta en otra cosa, pero sí consigo sacar la duda que me carcome por dentro. — ¿Alguien siquiera me extrañó? — mis amigas, el perro de la vecina, los patos, quizá...
Sí me giro cuando su pregunta cae con todo el peso sobre mis hombros y me obligo a buscar sus ojos, separándome del borde del marco. — Eso creo. — por esta forma de expresarlo no suena muy convincente, estoy segura de que él lo piensa también, por eso me apresuro a dar unos pasos en su dirección, explicándome. — Nadie que quiera proteger a sus hijos y darles lo mejor que se pueda tener es un mal padre, Hans, y... bueno, sí pienso que es todo lo que deseas para ellas. — lo digo de verdad, incluso cuando también crea que tomar la posición opuesta a la de nuestro padre no sea la mejor de las opciones, sé que sus intenciones sí lo son, y al final del día, es todo lo que importa. — Tus hijas sabrán apreciarte por lo que haces por ellas a diario, eso tenlo por seguro. — aseguro, una sonrisa cálida además de honesta atraviesa mis mejillas, estirando una mano hacia él cuando paso a estar frente a él a una altura mayor. — Me sentaría contigo, pero temo que vayas a necesitar de un tractor para levantarme luego, y aún quiero ver mi habitación. — bromeo, sí, pero no descarto que pase si tomo asiento en el suelo sin un cojín que me devuelva un poco de soporte. Tiro de su mano incluso cuando él va a tener que hacer todo el esfuerzo, que es conocido que apenas tengo fuerza y mucho menos ahora.
Imagino que mi habitación pasó a ser la de otra niña cuando Hans la vendió, porque el color de las paredes, un muy suave rosa palo, sigue extendiéndose por toda la sala, lo cual me hace sonreír en primera instancia. Paso mis dedos por la superficie de la pared por la que me desplazo en un análisis corto al no haber ningún mueble que la decore. — La recordaba más grande. — admito, incluso cuando no tiene el tamaño que tendría un cuarto de una familia modesta, supongo que la Phoebe de entonces tenía imaginación suficiente como para considerarla su propio palacio. Es duro, pues claro que lo es, estar aquí frente al recuerdo de una niña que no tenía problema en fantasear con unicornios y tomar té con peluches parlantes, cuando más allá del cristal de la ventana las sombras se acumulaban sin saberlo. Me reconozco con la sensibilidad a flor de piel, no hago nada bien en volver sobre la conversación anterior, de asesinatos premeditados e intenciones primitivas, pero necesito preguntarlo. — ¿Qué fue lo que dijo? ¿A los demás, en el colegio...? — no puedes simplemente hacer desaparecer a tu hija y esperar que lo haga también del recuerdo de otras personas... ¿no? No le miro cuando raspo con la uña una pegatina de una mariposa que reconozco como mía, tan desgastada que ni siquiera se ve la forma que tiene, tan acoplada a la pared que probablemente la otra familia tampoco pudo deshacerse de ella como no lo hizo el tiempo. Se me corta la voz al prepararme para hablar, tengo que tomar aire para evitar que se convierta en otra cosa, pero sí consigo sacar la duda que me carcome por dentro. — ¿Alguien siquiera me extrañó? — mis amigas, el perro de la vecina, los patos, quizá...
No sé si esa respuesta me basta, porque a veces los padres usan la protección como excusa. ¿No es lo que hizo Hermann conmigo? Quizá yo no apreciaba lo que hacía, pero en su cabeza retorcida era lo correcto — Sí, pero… ¿Soy un buen padre? — insisto, sé que sueno un poco paranoico pero debe comprenderlo, más estando entre estas paredes — A veces siento que no logro llegar a Meerah, que ella comparte más con Lara que conmigo. Y Tilly… bueno, es una bebé, aún no tiene cómo quejarse de mí — sonrío de lado con algo de desgano, que lo que más temo con ella es que depende de lo que pueda enseñarle para crecer. Meerah ya tenía una personalidad formada cuando nos conocimos, Mathilda es como un libro en blanco en el cual puedo acertar o cagarla por completo. Intento no llenarme de esos pensamientos cuando me encuentro con la mano de mi hermana, esa que tomo para ponerme de pie a pesar de que soy yo quien hace casi toda la fuerza — ¿Estás segura? — pregunto cuando ya estamos saliendo de mi cuarto, ese al cual le echo un último vistazo. Por extraño que parezca, vuelve a doler, porque se siente como una despedida definitiva por la cual no creí tener que volver a pasar. Todas esas memorias, las buenas y las malas, pueden quedarse del otro lado de la puerta.
El dormitorio de Phoebe tiene un aire extraño, recuerdo que papá donó casi todas sus cosas y pasó a ser algo así como un depósito en el cual ninguno de los dos entraba. Sin toda la porquería, se parece mucho más al cuarto de esa niña de lo que había sido las últimas veces que puse un pie en él. Me quedo rezagado, siento que esto es un reencuentro del cual soy ajeno — Tú eras mucho más pequeña — es lo único que puedo decir, dejo de mirar a mi alrededor para concentrarme en ella, en su paseo por la nostalgia. ¿Cuántas fiestas de té fueron llevadas a cabo en este lugar? — ¿Crees que aún queden piojos por aquí? — bromeo, que recuerdo haber dicho en muchas ocasiones que si ponía un pie en su cuarto se me iban a pegar sus bichos, palabras malignas de un hermano mayor. No me espero su pregunta, tengo que masticar mi lengua un momento antes de responder — Que no podía cuidarnos a los dos y tú necesitabas mucho a mamá... — suena tan hipócrita, tan frío, que me cuesta decirlo con el semblante sereno — … así que te había enviado con la abuela Prudence. Jamás lo creí — no porque no quiso darme explicaciones, sino porque pude contactarme con ella y allí no había rastros de Phoebe. ¿Por qué no dije nada a nadie? Por miedo. Ese que pude superar tiempo después y así conseguir la verdad.
— ¿Además de mí? — porque lo hice, extrañaba incluso las peleas. No me lancé de lleno en su busca cuando tuve la edad suficiente por nada — Algunas de tus compañeras de escuela me preguntaron por ti y la vecina dijo que extrañaba que le pidas galletas — es todo lo que recuerdo. Me acomodo para abrir su armario desde mi rincón, apenas estirando el brazo y chequeando que, en efecto, está vacío — Tú no tienes drogas guardadas… ¿No es así? — necesito bromear, aunque sea un poco, antes de atreverme a hacer la verdadera pregunta — ¿Cómo te sientes? Porque si es demasiado, podemos irnos ahora.
El dormitorio de Phoebe tiene un aire extraño, recuerdo que papá donó casi todas sus cosas y pasó a ser algo así como un depósito en el cual ninguno de los dos entraba. Sin toda la porquería, se parece mucho más al cuarto de esa niña de lo que había sido las últimas veces que puse un pie en él. Me quedo rezagado, siento que esto es un reencuentro del cual soy ajeno — Tú eras mucho más pequeña — es lo único que puedo decir, dejo de mirar a mi alrededor para concentrarme en ella, en su paseo por la nostalgia. ¿Cuántas fiestas de té fueron llevadas a cabo en este lugar? — ¿Crees que aún queden piojos por aquí? — bromeo, que recuerdo haber dicho en muchas ocasiones que si ponía un pie en su cuarto se me iban a pegar sus bichos, palabras malignas de un hermano mayor. No me espero su pregunta, tengo que masticar mi lengua un momento antes de responder — Que no podía cuidarnos a los dos y tú necesitabas mucho a mamá... — suena tan hipócrita, tan frío, que me cuesta decirlo con el semblante sereno — … así que te había enviado con la abuela Prudence. Jamás lo creí — no porque no quiso darme explicaciones, sino porque pude contactarme con ella y allí no había rastros de Phoebe. ¿Por qué no dije nada a nadie? Por miedo. Ese que pude superar tiempo después y así conseguir la verdad.
— ¿Además de mí? — porque lo hice, extrañaba incluso las peleas. No me lancé de lleno en su busca cuando tuve la edad suficiente por nada — Algunas de tus compañeras de escuela me preguntaron por ti y la vecina dijo que extrañaba que le pidas galletas — es todo lo que recuerdo. Me acomodo para abrir su armario desde mi rincón, apenas estirando el brazo y chequeando que, en efecto, está vacío — Tú no tienes drogas guardadas… ¿No es así? — necesito bromear, aunque sea un poco, antes de atreverme a hacer la verdadera pregunta — ¿Cómo te sientes? Porque si es demasiado, podemos irnos ahora.
No me sorprende que mi respuesta no le valga, aunque sospecho que cualquiera de las que le pueda dar no van a hacerlo si no se lo cree él primero. Me voy a la primera razón que se me ocurre y que puede hacer que se sienta de esta manera. — No te lo tomes a mal, pero habrá muchas cosas, más de las que te imaginas, que Meerah querrá hablar con Lara antes que contigo, con Tilly lo mismo y no tendrá nada que ver con que la hayas criado tú o no. Es cosa... de ser mujeres, supongo. Por mucho que lo desees, siempre habrá algo que no quiera compartir contigo, llámalo privacidad o intimidad, es inevitable guardarnos cosas para nosotros, tú lo sabes mejor que nadie. — sé que no es lo mismo, que son casos completamente distintos porque Meerah no se ha visto en la misma situación que nosotros, pero incluso sin esas experiencias que a nosotros nos marcaron una relación excepcional con nuestro padre, creo que mi explicación tiene cierto sentido. — Y eso no significa, ni va a significar, que seas un mal padre, Hans. Eres buen padre, serlo también supone que aprendas a mantener las distancias y respetar su espacio, no tiene nada de malo. Cuando esté lista o cuando quiera hablar contigo de algo, lo hará porque querrá hacerlo y tu consejo será válido, creo que eso vale más que la obligación a cumplir solo porque seas su padre. — tiene sentido lo que estoy diciendo, ¿verdad?
Desviarnos hacia una conversación ajena a estas paredes me hace sentir un poco más como yo misma, incluso cuando no puedo evitar sentirme más pequeña que de costumbre. Las bromas también ayudan a salir de mi mente que empieza a torturarme con recuerdos no tan agradables como lo puede ser un chiste sobre los piojos con los que tanto me molestaba que me picara. Es así que puedo tirar de mis mejillas para sonreír, se ve algo lastimera la curva cuando paso a hacer un movimiento afirmativo con la cabeza, hasta perderla en una imagen que no me cuesta visualizar. Me sorprende que no mintiera en sus explicaciones, no en algunas cosas, vaya, la de que no podía cuidarnos a los dos, también es cierto que necesitaba mucho a mi madre por aquel entonces. Y quizá, quizá no era tanto que no podía cuidarnos como un no quería, eso no me quedó claro hasta que tuve la edad como para aprender a diferenciar esas dos cosas. — Te lo pregunto porque hubo muchas veces que me planteé siquiera que mi existencia era real, es lo que pasa cuando tu mente deja de funcionar y se ha separado por completo del cuerpo, simplemente... dejas de estar. — excuso, firme en la creencia de que los recuerdos no mantienen a alguien vivo, pero sí pueden ayudar a seguir adelante, aunque sea por un día más. A veces eso es todo lo que hace falta.
Al menos, me consuelo con que de todas las cosas que perdí, mi gusto por las galletas se mantuvo intacto todo este tiempo, será lo próximo que utilice contra Chuck cuando no quiera ir a por el recado, que no puede matar mi espíritu. Suelto un suspiro largo que me lleva a mirar un segundo hacia el techo, en mi intento de mantener la compostura ya no solo física, sino también mental, tengo que pensarme bien qué quiero responder a su pregunta, cuando siento que puede abarcar muchas cosas. — Me siento... me siento igual que cuando tenía siete años, Hans. — reconozco, mis manos tapan parte de mi rostro cuando paso mis dedos por mi frente, hasta impulsar parte de mi cabello hacia atrás. — Pensaba que en todo este tiempo, los errores que he cometido, los golpes, todo por lo que he tenido que pasar para llegar hasta aquí me habrían hecho más fuerte. Lo he creído por mucho tiempo, pero nada de eso es cierto. Sigo siendo la misma niña asustadiza, me siento más insegura que nunca, igual de vulnerable. — me cruzo de brazos sobre mi pecho, como si de esa manera pudiera protegerme a mí misma, también a mi hijo. — ¿Cómo... cómo sales de casa por la mañana sin miedo y simplemente vives? — es una pregunta que tengo que hacerle, porque salí de casa para hacer mi trabajo y terminé el día en una cama de hospital. El miedo siempre ha estado ahí, por mucho que haya querido ocultarlo o esforzarme en hacerlo.
Desviarnos hacia una conversación ajena a estas paredes me hace sentir un poco más como yo misma, incluso cuando no puedo evitar sentirme más pequeña que de costumbre. Las bromas también ayudan a salir de mi mente que empieza a torturarme con recuerdos no tan agradables como lo puede ser un chiste sobre los piojos con los que tanto me molestaba que me picara. Es así que puedo tirar de mis mejillas para sonreír, se ve algo lastimera la curva cuando paso a hacer un movimiento afirmativo con la cabeza, hasta perderla en una imagen que no me cuesta visualizar. Me sorprende que no mintiera en sus explicaciones, no en algunas cosas, vaya, la de que no podía cuidarnos a los dos, también es cierto que necesitaba mucho a mi madre por aquel entonces. Y quizá, quizá no era tanto que no podía cuidarnos como un no quería, eso no me quedó claro hasta que tuve la edad como para aprender a diferenciar esas dos cosas. — Te lo pregunto porque hubo muchas veces que me planteé siquiera que mi existencia era real, es lo que pasa cuando tu mente deja de funcionar y se ha separado por completo del cuerpo, simplemente... dejas de estar. — excuso, firme en la creencia de que los recuerdos no mantienen a alguien vivo, pero sí pueden ayudar a seguir adelante, aunque sea por un día más. A veces eso es todo lo que hace falta.
Al menos, me consuelo con que de todas las cosas que perdí, mi gusto por las galletas se mantuvo intacto todo este tiempo, será lo próximo que utilice contra Chuck cuando no quiera ir a por el recado, que no puede matar mi espíritu. Suelto un suspiro largo que me lleva a mirar un segundo hacia el techo, en mi intento de mantener la compostura ya no solo física, sino también mental, tengo que pensarme bien qué quiero responder a su pregunta, cuando siento que puede abarcar muchas cosas. — Me siento... me siento igual que cuando tenía siete años, Hans. — reconozco, mis manos tapan parte de mi rostro cuando paso mis dedos por mi frente, hasta impulsar parte de mi cabello hacia atrás. — Pensaba que en todo este tiempo, los errores que he cometido, los golpes, todo por lo que he tenido que pasar para llegar hasta aquí me habrían hecho más fuerte. Lo he creído por mucho tiempo, pero nada de eso es cierto. Sigo siendo la misma niña asustadiza, me siento más insegura que nunca, igual de vulnerable. — me cruzo de brazos sobre mi pecho, como si de esa manera pudiera protegerme a mí misma, también a mi hijo. — ¿Cómo... cómo sales de casa por la mañana sin miedo y simplemente vives? — es una pregunta que tengo que hacerle, porque salí de casa para hacer mi trabajo y terminé el día en una cama de hospital. El miedo siempre ha estado ahí, por mucho que haya querido ocultarlo o esforzarme en hacerlo.
Me quedo con su consuelo porque no tengo ánimos de refutarlo, cuando sé que aún poseo cientos de dudas que no puedo solucionar ahora y que de seguro me perseguirán toda la vida. Triste, pero ahora no tengo a Jack o a Rose para preguntarles sobre paternidad, mi ejemplo más cercano tendrá que ser Mohini y así volverme un yerno paranoico. Pero esas preocupaciones pueden esperar, que es mi hermana a quien tengo ahora con un miedo mucho más urgente que mis dudas — Lo comprendo — al menos, lo hago en la medida en la cual puedo hacerlo, que caminamos senderos muy diferentes hasta terminar los dos en el mismo punto — Es difícil verse a sí mismo cuando sabes que hubo un quiebre tan grande que cambió el antes y el después. Pero el dolor… ese se sentía real y me bastaba para saber que no estaba enloqueciendo — nos vimos forzados a crecer rápido, ella más que yo. Ojalá hubiese sido todo una mentira.
Siempre he sido bueno con las palabras, pero creo que no sé qué responder a ese miedo que inunda a mi hermana y que yo tan bien conozco. Lo único que puedo hacer es ir hacia ella para rodearla con mis brazos, pongo una mano sobre su cabeza para que la recargue en mi hombro y, así, poder estrecharla contra mí en lo que me percato de cómo su tripa se encarga de dificultar un poco nuestro acercamiento — Vivo, pero tengo miedo — admito en lo que apoyo mi mentón sobre su cabeza, se siente casi como cuando éramos niños, su cabello sigue oliendo de la misma manera — No tienes idea de lo mucho que me aterra absolutamente todo. Nunca sé lo que va a suceder, en especial porque mi trabajo me obliga a estar en el ojo del huracán y con cada pelea, me pregunto si volveré a casa. Pero no me queda otra opción, no puedo escapar de eso y prefiero disfrutar de lo que tengo, mientras dure, antes de paralizarme ante el pánico — acaricio con cuidado su cabello y me separo, para poder mirarla a los ojos. Le sonrío — Y así es como sobrevivimos. Juntos y con el mentón en alto. Si yo no te hubiera tenido a mi lado en la alcaldía… dudo mucho haber sobrevivido, Phoebs — fue un trabajo en equipo que pudo haber terminado peor.
Siempre he sido bueno con las palabras, pero creo que no sé qué responder a ese miedo que inunda a mi hermana y que yo tan bien conozco. Lo único que puedo hacer es ir hacia ella para rodearla con mis brazos, pongo una mano sobre su cabeza para que la recargue en mi hombro y, así, poder estrecharla contra mí en lo que me percato de cómo su tripa se encarga de dificultar un poco nuestro acercamiento — Vivo, pero tengo miedo — admito en lo que apoyo mi mentón sobre su cabeza, se siente casi como cuando éramos niños, su cabello sigue oliendo de la misma manera — No tienes idea de lo mucho que me aterra absolutamente todo. Nunca sé lo que va a suceder, en especial porque mi trabajo me obliga a estar en el ojo del huracán y con cada pelea, me pregunto si volveré a casa. Pero no me queda otra opción, no puedo escapar de eso y prefiero disfrutar de lo que tengo, mientras dure, antes de paralizarme ante el pánico — acaricio con cuidado su cabello y me separo, para poder mirarla a los ojos. Le sonrío — Y así es como sobrevivimos. Juntos y con el mentón en alto. Si yo no te hubiera tenido a mi lado en la alcaldía… dudo mucho haber sobrevivido, Phoebs — fue un trabajo en equipo que pudo haber terminado peor.
Es innegable que hubo un antes y un después en nuestras vidas, tuvo que existir para que llegáramos a ser los que somos hoy, pero hay otra parte de mí que me grita que no somos tan distintos de lo que fuimos siendo niños. No perdimos nuestra esencia, creo que eso es algo de lo cual no nos podemos desprender, por muchas experiencias que hayamos podido vivir, mi hermano comparte características con el niño que fue, más de las que podría haber esperado. No sé si lo que nos pasó nos cambió, o solo acrecentó sentimientos que se estaban definiendo poco a poco y los hizo más profundos. De igual forma, dejo que todos esos pensamientos se disipen cuando permito que me rodee con sus brazos, sintiéndome mucho más pequeña de que costumbre a pesar de que mi tamaño es algo que ha ido en aumento con el pasar de los meses. Quizá tenga que ver con estar dentro de la habitación que ocupaba siendo menor, pero si cierro los ojos, si me dejo envolver por la sensación nostálgica que nos rodea, creo que hasta puedo sentirme como esa misma niña que buscaba el consuelo de su hermano mayor cuando no tenía otro.
No sé a lo que aferrarme cuando la respuesta que me da es la que esperaba de su parte, no me produce ninguna sensación de seguridad y creo que lo sabe, porque si bien él puede asegurar no conocer lo que va a suceder, yo no puedo decir lo mismo aunque quisiera. — ¿Sabes lo que ocurre, Hans? Yo... siempre he tenido miedo, de muchas cosas y en tiempos diferentes, el temor siempre ha estado ahí, pero nunca de esta forma, no como ahora, jamás. Antes podía funcionar con ello, porque es lo que tú dices, no puedes paralizarte ante el pánico. Últimamente siento que ya no soy capaz de controlarlo, me aterrorizan todas y cada una de las cosas que pueden suceder, ¿y sabes por qué es eso? — si no se ha dado cuenta de a dónde quiero ir a parar, le doy tan solo unos segundos de respuesta para que pueda hacerlo antes de continuar, buscando sus ojos de la misma forma que él hace con los míos. — Me encuentro tan perdida, Hans, tanto... que estoy teniendo problemas para diferenciar lo que es real de lo que no lo es, ¿entiendes? — no creo que lo haga, no sabe lo que es estar dentro de mi cabeza, donde mis experiencias se ven ahogadas con otras tantas posibles variaciones en un futuro tan incierto que me tiene con el cerebro funcionando día y noche. — ¿Cómo lo freno? ¿Cuando es la primera vez que no puedo distinguir entre lo que es una pesadilla y lo que es un futuro potencial? — resumo, en lugar de decirle que mi cabeza me tortura muchas veces con su muerte, con la mía propia, con la de mi esposo, con finales horribles para todos los que me importan. ¿Cómo haces para deshacerte de los efectos colaterales de una guerra, cuando no sabes si son precisamente eso, vistos desde un presente?
Es complicado de entender, lo sé, ni siquiera se lo he contado a Charles a pesar de las noches que me mantienen en vela mirando al techo, culpo a mi hijo de que se está moviendo más de la cuenta cuando se preocupa. Me conformo con pasar saliva, apretando mis labios hacia dentro en lo que bajo un poco la mirada. — He estado yendo a un psicólogo, ¿sabes? De eso hace unos meses ya, creí que podría ayudarme a comprender, hay tantas cosas que no entiendo, tantas que podría estar haciendo de manera diferente, pero es un trabajo largo... — reconozco, no puedo cambiarme de un día para otro y está siendo más complicado de lo que pensé en un primer instante. Supongo que uno nunca sabe cuanto de grande es el iceberg hasta que te chocas contra él. De alguna manera, consigo sonreír, aunque no tiene que ver con lo que yo digo, sino con lo suyo. — No soy la mejor guerrera, eso creo que lo sabes, pero Hans... cuando se trata de nuestra familia, no quiero que pienses que no daría todo por ella, por ti. — es mi hermano, y eso nadie puede quitármelo.
No sé a lo que aferrarme cuando la respuesta que me da es la que esperaba de su parte, no me produce ninguna sensación de seguridad y creo que lo sabe, porque si bien él puede asegurar no conocer lo que va a suceder, yo no puedo decir lo mismo aunque quisiera. — ¿Sabes lo que ocurre, Hans? Yo... siempre he tenido miedo, de muchas cosas y en tiempos diferentes, el temor siempre ha estado ahí, pero nunca de esta forma, no como ahora, jamás. Antes podía funcionar con ello, porque es lo que tú dices, no puedes paralizarte ante el pánico. Últimamente siento que ya no soy capaz de controlarlo, me aterrorizan todas y cada una de las cosas que pueden suceder, ¿y sabes por qué es eso? — si no se ha dado cuenta de a dónde quiero ir a parar, le doy tan solo unos segundos de respuesta para que pueda hacerlo antes de continuar, buscando sus ojos de la misma forma que él hace con los míos. — Me encuentro tan perdida, Hans, tanto... que estoy teniendo problemas para diferenciar lo que es real de lo que no lo es, ¿entiendes? — no creo que lo haga, no sabe lo que es estar dentro de mi cabeza, donde mis experiencias se ven ahogadas con otras tantas posibles variaciones en un futuro tan incierto que me tiene con el cerebro funcionando día y noche. — ¿Cómo lo freno? ¿Cuando es la primera vez que no puedo distinguir entre lo que es una pesadilla y lo que es un futuro potencial? — resumo, en lugar de decirle que mi cabeza me tortura muchas veces con su muerte, con la mía propia, con la de mi esposo, con finales horribles para todos los que me importan. ¿Cómo haces para deshacerte de los efectos colaterales de una guerra, cuando no sabes si son precisamente eso, vistos desde un presente?
Es complicado de entender, lo sé, ni siquiera se lo he contado a Charles a pesar de las noches que me mantienen en vela mirando al techo, culpo a mi hijo de que se está moviendo más de la cuenta cuando se preocupa. Me conformo con pasar saliva, apretando mis labios hacia dentro en lo que bajo un poco la mirada. — He estado yendo a un psicólogo, ¿sabes? De eso hace unos meses ya, creí que podría ayudarme a comprender, hay tantas cosas que no entiendo, tantas que podría estar haciendo de manera diferente, pero es un trabajo largo... — reconozco, no puedo cambiarme de un día para otro y está siendo más complicado de lo que pensé en un primer instante. Supongo que uno nunca sabe cuanto de grande es el iceberg hasta que te chocas contra él. De alguna manera, consigo sonreír, aunque no tiene que ver con lo que yo digo, sino con lo suyo. — No soy la mejor guerrera, eso creo que lo sabes, pero Hans... cuando se trata de nuestra familia, no quiero que pienses que no daría todo por ella, por ti. — es mi hermano, y eso nadie puede quitármelo.
Creo que lo peor de ver a las personas que quieres sufrir, es el saber que no puedes hacer nada para evitarlo y tampoco tienes la respuesta a su incógnita. La miro solo porque ella me enfrenta, pero si fuese por mí seguiría escondiendo el rostro en su cabello, como excusa perfecta para no toparme con sus ojos — No lo sé — es la respuesta más sincera que tengo para darle — Allí donde tú tienes tus miedos, yo tengo los míos y a veces creo que vivo a ciegas. Me apoyo en lo que tengo, Phoebs. Me recuerdo por qué sigo de pie y eso es todo, no tengo una fórmula mágica — estoy muy lejos de ser una persona sabia, tengo más poder del que soy capaz de manejar y creo que eso ha quedado en evidencia en cientos de ocasiones. Puedo manejar una oficina, pero mi vida personal siempre será un misterio — Todos estamos un poco perdidos — ni siquiera hay una pizca de duda en mis palabras, creo que hoy en día las cosas han cambiado tanto que el futuro incierto y el pasado turbulento son una pésima combinación.
No voy a decir que me sorprende que al final se encuentre asistiendo a terapia, pero sí puedo aceptar que es una buena noticia. Siempre he pensado que mi hermana tiene la clase de problemas que no pueden ser solucionados por cualquiera, incluso cuando el resto de nosotros podemos darle o no nuestro apoyo. Todo depende de ella y el conseguir que alguien le ayude o la guíe es un enorme paso en sí mismo — Jamás he ido a un psicólogo, incluso cuando sé que debería — confieso — Pero me enorgullece que quieras salir adelante, Phoebs. No esperes resultados inmediatos, solo… ve a tu tiempo y las cosas van a mejorar, de verdad. No sé cómo, pero prometo estar sosteniéndote la mano en el camino — como la tarde del estanque de patos, como me atreví a romper esa promesa con nuestra pelea, esa en la cual no quiero siquiera pensar. Me avergüenza demasiado, más de lo que me gusta admitir.
Es peor cuando ella me recuerda que aún seguimos siendo una familia, esa que pensé que había roto en algún momento. Apoyo una mano sobre uno de sus hombros y le doy un fuerte apretón cariñoso, esos que secundo con una sonrisa suave — Lo sé. No volvería a dudar de ti y lamento mucho el haberlo hecho en el pasado — como si no supiera lo mucho que ha sufrido, como para andar sumándole amarguras. Me alejo de ella para poder mirar la habitación que me produce escalofríos, de esos que se alejan del clima y tienen que ver con mi estado de ánimo, para pasar a meter las manos en mis bolsillos como si, de esa manera, pudiera conservar el calor corporal — ¿Podemos irnos? — mi voz suena un poco apremiante — Te invito un café. Podríamos pasar por el lago de los patos en el camino, de seguro se encuentra congelado como todos los inviernos — cualquiera sea la excusa para abandonar los malos recuerdos. Sé muy bien que, en cuanto ponga un pie fuera de esta casa, será el momento definitivo en el cual me retire de aquí para no regresar jamás. Algunas puertas es mejor que se queden cerradas.
No voy a decir que me sorprende que al final se encuentre asistiendo a terapia, pero sí puedo aceptar que es una buena noticia. Siempre he pensado que mi hermana tiene la clase de problemas que no pueden ser solucionados por cualquiera, incluso cuando el resto de nosotros podemos darle o no nuestro apoyo. Todo depende de ella y el conseguir que alguien le ayude o la guíe es un enorme paso en sí mismo — Jamás he ido a un psicólogo, incluso cuando sé que debería — confieso — Pero me enorgullece que quieras salir adelante, Phoebs. No esperes resultados inmediatos, solo… ve a tu tiempo y las cosas van a mejorar, de verdad. No sé cómo, pero prometo estar sosteniéndote la mano en el camino — como la tarde del estanque de patos, como me atreví a romper esa promesa con nuestra pelea, esa en la cual no quiero siquiera pensar. Me avergüenza demasiado, más de lo que me gusta admitir.
Es peor cuando ella me recuerda que aún seguimos siendo una familia, esa que pensé que había roto en algún momento. Apoyo una mano sobre uno de sus hombros y le doy un fuerte apretón cariñoso, esos que secundo con una sonrisa suave — Lo sé. No volvería a dudar de ti y lamento mucho el haberlo hecho en el pasado — como si no supiera lo mucho que ha sufrido, como para andar sumándole amarguras. Me alejo de ella para poder mirar la habitación que me produce escalofríos, de esos que se alejan del clima y tienen que ver con mi estado de ánimo, para pasar a meter las manos en mis bolsillos como si, de esa manera, pudiera conservar el calor corporal — ¿Podemos irnos? — mi voz suena un poco apremiante — Te invito un café. Podríamos pasar por el lago de los patos en el camino, de seguro se encuentra congelado como todos los inviernos — cualquiera sea la excusa para abandonar los malos recuerdos. Sé muy bien que, en cuanto ponga un pie fuera de esta casa, será el momento definitivo en el cual me retire de aquí para no regresar jamás. Algunas puertas es mejor que se queden cerradas.
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