OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Sé muy bien que el frío no tiene que ver con la llegada del invierno, en los pisos inferiores de la base ni siquiera llegan las ventanas. Incluso antes de que se abran las puertas del ascensor, mi aliento se transforma en vapor y cierro los ojos al oír las voces que recuerdo tan bien. Las palabras de odio de mi padre, los gritos de mi madre, el golpe que acabó con su vida. Mis preguntas, incansables, cada vez más agudas hacia un hombre que no me daba explicaciones de dónde se había metido mi hermanita, hasta que todo acabó en horas de llanto silencioso bajo las sábanas de una casa que de pronto se había vuelto mucho más grande. Para cuando pongo un pie en el pasillo y el sonido succionador del dementor llega a mis oídos, ya he abierto los ojos y el animal plateado sale de mi varita, moviéndose a mi lado mientras avanzo hasta que el encapuchado se hace a un lado, revelándome la puerta. No puedo evitar mirarlo de reojo, preguntarme qué se siente el sentirlo las veinticuatro horas, absorbiendo cada parte de tu esperanza. Me recuerdo quién está del otro lado y la culpa se evapora.
No tengo idea de lo que ha hecho Magnar con ella en sus visitas, esas que sé que ocurren al menos una vez por semana. Cuando la puerta de la celda se cierra a mis espaldas, obtengo la respuesta y siento la pesada náusea en la boca de mi estómago. No hay rastros de ropa alguna en este lugar, deben habérsela llevado. La desnudez en su cuerpo me dice que el presidente se ha encargado de ensuciar cada parte de ella, allí donde se luce la sangre seca sobre costras y moretones que gritan a los cuatro vientos que Aminoff no se tomó a bien el haber perdido, así que decidió ganar otra cosa. Si me quedo quieto, aún con la varita en la mano, es porque me siento horrorizado. He aceptado la tortura, pero creo que todos tenemos nuestros límites y hay líneas que jamás cruzaría. Tengo que armarme de un extraño valor para poder dar los pasos siguientes.
He pasado mucho tiempo preguntándome cómo sería tenerla adelante sin un campo de batalla en el medio, pero ahora que la veo de esta manera no parece peligrosa, ni siquiera se ve como ella. No lo soporto. Guardo la varita en el cinturón así tengo la libertad de quitarme el saco, ese que coloco sobre sus hombros y cierro con el cuidado de poder cubrirla lo más que pueda; es delgada y soy mucho más alto, lo que juega a su favor en este caso — Te llamas Ava Ballard… ¿No es así? — la pregunta sale con una amabilidad que no siento. Con movimientos lentos, me pongo de cuclillas para poder verla a los ojos — Jamás nos presentamos como corresponde, pero a estas alturas no creo que haga falta — es triste darme cuenta que, cuando se me pasa la impresión, no siento nada. Ni siquiera odio, ese que me envenenó durante tanto tiempo. Abro y cierro los dedos, hasta que tomo mi varita, presiono mi sien y extraigo con mucho cuidado un recuerdo, un hilo plateado que presiono contra su cabeza en lo que mis dedos libres la sujetan por la frente. Tengo que controlar mi respiración para asegurarme de que la memoria de Rory Tyler jugando con un castillo de arena se instale en su mente, recreando los olores y su voz — ¿Sabes quién es? — se lo pregunto tan casual que parece una charla de pasillo — Es mi ahijado. Y es el hijo de la mujer que tú asesinaste.
No tengo idea de lo que ha hecho Magnar con ella en sus visitas, esas que sé que ocurren al menos una vez por semana. Cuando la puerta de la celda se cierra a mis espaldas, obtengo la respuesta y siento la pesada náusea en la boca de mi estómago. No hay rastros de ropa alguna en este lugar, deben habérsela llevado. La desnudez en su cuerpo me dice que el presidente se ha encargado de ensuciar cada parte de ella, allí donde se luce la sangre seca sobre costras y moretones que gritan a los cuatro vientos que Aminoff no se tomó a bien el haber perdido, así que decidió ganar otra cosa. Si me quedo quieto, aún con la varita en la mano, es porque me siento horrorizado. He aceptado la tortura, pero creo que todos tenemos nuestros límites y hay líneas que jamás cruzaría. Tengo que armarme de un extraño valor para poder dar los pasos siguientes.
He pasado mucho tiempo preguntándome cómo sería tenerla adelante sin un campo de batalla en el medio, pero ahora que la veo de esta manera no parece peligrosa, ni siquiera se ve como ella. No lo soporto. Guardo la varita en el cinturón así tengo la libertad de quitarme el saco, ese que coloco sobre sus hombros y cierro con el cuidado de poder cubrirla lo más que pueda; es delgada y soy mucho más alto, lo que juega a su favor en este caso — Te llamas Ava Ballard… ¿No es así? — la pregunta sale con una amabilidad que no siento. Con movimientos lentos, me pongo de cuclillas para poder verla a los ojos — Jamás nos presentamos como corresponde, pero a estas alturas no creo que haga falta — es triste darme cuenta que, cuando se me pasa la impresión, no siento nada. Ni siquiera odio, ese que me envenenó durante tanto tiempo. Abro y cierro los dedos, hasta que tomo mi varita, presiono mi sien y extraigo con mucho cuidado un recuerdo, un hilo plateado que presiono contra su cabeza en lo que mis dedos libres la sujetan por la frente. Tengo que controlar mi respiración para asegurarme de que la memoria de Rory Tyler jugando con un castillo de arena se instale en su mente, recreando los olores y su voz — ¿Sabes quién es? — se lo pregunto tan casual que parece una charla de pasillo — Es mi ahijado. Y es el hijo de la mujer que tú asesinaste.
Siento como mi pulso se acelera contra mis oídos y cómo mi respiración incrementa pese a estar sumida en los horrores de mi cabeza. Dura unos pocos segundos, pero los he aprendido a reconocer como los atisbos de la criatura que no quiere soltar mi alma y se aferra a ella con una determinación tan férrea que parece ser arrancado por la fuerza de dentro mío. ¿Lo peor? Lo peor es que me he vuelto dependiente de esos segundos, son los cortos momentos de paz que puedo tener hasta que una nueva tortura comienza, una que me saca de los horrores de mi pasado para generar otros nuevos, una que se marca contra mi piel dejando un camino que jamás podré borrar. Y aún así… aún así casi que lo prefiero. Sé que va a durar poco y que el mayor precio que debo pagar es mi humillación completa, un precio que casi es razonable cuando lo comparo con los horrores que me atormentan por el resto de las horas del día. Un precio que me veo obligada a pagar, en contra de mi voluntad, en contra de mi humanidad.
La puerta se abre y tengo hasta el tiempo de cuestionarme cómo será esta vez, no fueron demasiadas sus visitas, pero he notado que Magnar Aminoff es un ser extremadamente creativo cuando gusta. Pero no es él el que atraviesa la puerta y no puedo decidir cuál es el sentimiento que inunda mi pecho ¿eso era pánico o alivio? No lo sabía, simplemente me dedico a observar su figura y, en especial, su varita con una cautela que roza con la paranoia misma. No voy a atacar, no podría incluso si no hubiese perdido la voluntad de hacerlo; me encuentro demasiado débil, demasiado adolorida, demasiado… ¿abatida?. Y tal vez sea eso lo que lo perturba, tal vez esperaba que un disparo saliera de un arma que no tengo, una que en otro momento no habría dudado en alzar contra él. No me espero un gesto tan humano como el que tiene, pero lejos de darme seguridad, hace que me aferre a la tela que me envuelve a la espera de un golpe mucho peor. ¿Serían todos los ministros tan sádicos como su presidente? Tal vez era una especie de requisito para conservar el puesto. No respondo su pregunta cuando la formula. No tiene sentido andar con presentaciones que ninguno de los dos necesita.
Su varita se mueve, pero no contra mí, no en un inicio al menos. Y cuando lo hace no duele, no provoca ningún corte, ningún quiebre, ninguna fractura; no me extrae súplicas en forma de gritos y no recorre mi piel con ansias de sangre. Y tal vez eso es peor, porque se siente aún más letal cuando sus dedos seguros me mantienen quieta y me hacen visualizar una imagen tan feliz que termino llorando por el mero hecho de haber olvidado cómo se sentía la felicidad en sí misma. Se siente cálida, en una forma tan pura e inocente cómo puede ser la de un niño, uno al que jamás he visto y al que al parecer, condené en un acto que ni siquiera puedo recordar. Mis ojos vidriosos no se han apartado de la cara del ministro pese a que he dejado de verlo por unos momentos, y cuando vuelvo a enfocarlo no sé si puede notar la desesperación que me carcome por dentro. - ¿Cómo se llama? - Mi voz se quiebra, pero es por un dolor muy diferente al que me acostumbré a sentir en estos días. Este es uno autoinfligido al saberme culpable del sufrimiento de un inocente. Uno que por momentos me hace pensar que merezco cada segundo que he pasado encerrada en esta celda. - ¿Qué es lo que quieres obtener con esto?
La puerta se abre y tengo hasta el tiempo de cuestionarme cómo será esta vez, no fueron demasiadas sus visitas, pero he notado que Magnar Aminoff es un ser extremadamente creativo cuando gusta. Pero no es él el que atraviesa la puerta y no puedo decidir cuál es el sentimiento que inunda mi pecho ¿eso era pánico o alivio? No lo sabía, simplemente me dedico a observar su figura y, en especial, su varita con una cautela que roza con la paranoia misma. No voy a atacar, no podría incluso si no hubiese perdido la voluntad de hacerlo; me encuentro demasiado débil, demasiado adolorida, demasiado… ¿abatida?. Y tal vez sea eso lo que lo perturba, tal vez esperaba que un disparo saliera de un arma que no tengo, una que en otro momento no habría dudado en alzar contra él. No me espero un gesto tan humano como el que tiene, pero lejos de darme seguridad, hace que me aferre a la tela que me envuelve a la espera de un golpe mucho peor. ¿Serían todos los ministros tan sádicos como su presidente? Tal vez era una especie de requisito para conservar el puesto. No respondo su pregunta cuando la formula. No tiene sentido andar con presentaciones que ninguno de los dos necesita.
Su varita se mueve, pero no contra mí, no en un inicio al menos. Y cuando lo hace no duele, no provoca ningún corte, ningún quiebre, ninguna fractura; no me extrae súplicas en forma de gritos y no recorre mi piel con ansias de sangre. Y tal vez eso es peor, porque se siente aún más letal cuando sus dedos seguros me mantienen quieta y me hacen visualizar una imagen tan feliz que termino llorando por el mero hecho de haber olvidado cómo se sentía la felicidad en sí misma. Se siente cálida, en una forma tan pura e inocente cómo puede ser la de un niño, uno al que jamás he visto y al que al parecer, condené en un acto que ni siquiera puedo recordar. Mis ojos vidriosos no se han apartado de la cara del ministro pese a que he dejado de verlo por unos momentos, y cuando vuelvo a enfocarlo no sé si puede notar la desesperación que me carcome por dentro. - ¿Cómo se llama? - Mi voz se quiebra, pero es por un dolor muy diferente al que me acostumbré a sentir en estos días. Este es uno autoinfligido al saberme culpable del sufrimiento de un inocente. Uno que por momentos me hace pensar que merezco cada segundo que he pasado encerrada en esta celda. - ¿Qué es lo que quieres obtener con esto?
No me esperaba que llore y, por un breve segundo, tengo que recordarme que no estoy aquí para ponerme a derramar lágrimas por los muertos. Es curioso el poder sentir tanto desprecio por una persona con la cual jamás he cruzado en verdad una palabra coherente, todo lo que sé de ella lo he aprendido en enfrentamientos veloces donde la supervivencia ganaba a cualquier rastro de humanidad — Rory — respondo — Sus padres eran Jack Tyler y Rose Harkenss. Fueron mis amigos por años. Los dos murieron en la alcaldía — no sé qué tanto sabe, tampoco pregunto qué es lo que recuerda. No estoy aquí para conseguir un testimonio, no es necesario buscar pruebas en su contra, algunas las he llevado yo mismo en la piel. Hay personas como ella que nacen para crear huracanes, aparecen y solamente funcionan si agitan ondas, creando posiblemente el denominado efecto mariposa. Ballard es una polilla, inmensa, molesta, horrible.
Y obvio que tiene que hacer la pregunta que me hace sonreír sólo con los labios, no con el resto de mis facciones ni de mi cuerpo. Mis manos juguetean con mi varita, dando algunos golpes nerviosos en una de mis rodillas — Porque quiero que sientas el mismo dolor y la misma miseria que yo he sentido por tu culpa — lo escupo con veneno, entre dientes apretados que temen quebrarse — Porque personas como tú se disfrazan de justicieros mientras solo causan estragos, sin darse cuenta de las vidas que arruinan en el camino, creyendo que sus acciones están justificadas cuando lo único que he visto por su culpa, es destrucción — todos somos hipócritas, lo sé muy bien. Allá donde hay un muggle que mata a un mago, hay un mago que esclaviza a un muggle. Estuve años encerrado con la presencia de un padre violento, hasta que decidí que no iba a tolerar que personas como él caminen libres por las calles. Somos ellos o nosotros, la ley primera, la que va a evitar que pierda absolutamente todo por lo que he luchado.
Sí, también temo perder la cordura. Un nuevo recuerdo se extrae de mi mente y soy mucho menos cuidadoso cuando lo coloco en la suya, mis dedos se clavan en sus sienes con mucha mayor firmeza, casi que tiemblan. Ella estuvo ahí, pero no vio en primera persona cómo la cámara de los ojos de Annie Weynart se apagaban. Sé que lo siente, son mis recuerdos. Tiene que sentir mi desesperación, mi pánico — Estamos hablando de personas que tenían una vida en este lugar y que defienden lo que es suyo, tal y como lo hacen ustedes. Pero miremos más allá… — la varita cae al piso cuando son mis dos manos las que la sujetan, tengo que cerrar los ojos para concentrarme. En los gritos de mi padre, en cada golpe que le dio a mi familia, en el terror de encerrarte entre sábanas. No tengo que decirlo, mi mente es la suya, sabe que es mi infancia. Y no me centro en las memorias, sino en cada horror, cada sentimiento asfixiante, como si esta celda se volviese mi habitación del distrito uno. Mis recuerdos ahora también son suyos, se los regalo como moraleja.
Para cuando la suelto y mis ojos se abren, me cuesta verla a ella. Aún veo el rostro hinchado de mi padre gritándome la basura que soy cuando tuve que entregarlo — ¿Acaso no ves lo que son? — murmuro — Ustedes son los verdaderos monstruos. Y nosotros los expulsamos porque nos merecíamos esa libertad. Tú te mereces esto — por cruel que sea decírselo a una persona rota, cuyo cuerpo demuestra que ya no queda nada decente en ella.
Y obvio que tiene que hacer la pregunta que me hace sonreír sólo con los labios, no con el resto de mis facciones ni de mi cuerpo. Mis manos juguetean con mi varita, dando algunos golpes nerviosos en una de mis rodillas — Porque quiero que sientas el mismo dolor y la misma miseria que yo he sentido por tu culpa — lo escupo con veneno, entre dientes apretados que temen quebrarse — Porque personas como tú se disfrazan de justicieros mientras solo causan estragos, sin darse cuenta de las vidas que arruinan en el camino, creyendo que sus acciones están justificadas cuando lo único que he visto por su culpa, es destrucción — todos somos hipócritas, lo sé muy bien. Allá donde hay un muggle que mata a un mago, hay un mago que esclaviza a un muggle. Estuve años encerrado con la presencia de un padre violento, hasta que decidí que no iba a tolerar que personas como él caminen libres por las calles. Somos ellos o nosotros, la ley primera, la que va a evitar que pierda absolutamente todo por lo que he luchado.
Sí, también temo perder la cordura. Un nuevo recuerdo se extrae de mi mente y soy mucho menos cuidadoso cuando lo coloco en la suya, mis dedos se clavan en sus sienes con mucha mayor firmeza, casi que tiemblan. Ella estuvo ahí, pero no vio en primera persona cómo la cámara de los ojos de Annie Weynart se apagaban. Sé que lo siente, son mis recuerdos. Tiene que sentir mi desesperación, mi pánico — Estamos hablando de personas que tenían una vida en este lugar y que defienden lo que es suyo, tal y como lo hacen ustedes. Pero miremos más allá… — la varita cae al piso cuando son mis dos manos las que la sujetan, tengo que cerrar los ojos para concentrarme. En los gritos de mi padre, en cada golpe que le dio a mi familia, en el terror de encerrarte entre sábanas. No tengo que decirlo, mi mente es la suya, sabe que es mi infancia. Y no me centro en las memorias, sino en cada horror, cada sentimiento asfixiante, como si esta celda se volviese mi habitación del distrito uno. Mis recuerdos ahora también son suyos, se los regalo como moraleja.
Para cuando la suelto y mis ojos se abren, me cuesta verla a ella. Aún veo el rostro hinchado de mi padre gritándome la basura que soy cuando tuve que entregarlo — ¿Acaso no ves lo que son? — murmuro — Ustedes son los verdaderos monstruos. Y nosotros los expulsamos porque nos merecíamos esa libertad. Tú te mereces esto — por cruel que sea decírselo a una persona rota, cuyo cuerpo demuestra que ya no queda nada decente en ella.
- Rory… - Repito el nombre en un susurro que apenas y es audible para mí y lo grabo en mi memoria, marcando con fuego los hoyuelos que se iluminan con el eco de su risa, con el sonido del mar y con lo salado del aire. Nunca he estado en ese lugar y aún así puedo imaginar que se trata de las playas del cuatro, esas que Ben o Elioh supieron reproducir con una fidelidad que ahora me resulta digna de una fotografía. - Me gustaría decir que lo lamento. Pero ni a tí te valdría de nada, ni a mí me saldría decirlo. - ¿Lo lamentaba? Sus muertes no significaban nada para mí en realidad, pero eso no quitaba la culpa de haber destruído el mundo de un niño pequeño. ¿Aprendería a estar sin sus los padres? Probablemente; muchas heridas sanan con el tiempo, eso no significaba que ahora mismo no doliera e hiciera mella en su desarrollo. Eso no significaba que yo dejase de ser la causante de que un niño inocente llore por las noches en busca de su madre.
Su sonrisa y el veneno de su voz tienen el efecto deseado, y si bien no me paralizan por completo, si hacen que se me hiele la sangre. Es un escorpión que busca ser letal y que en cierta medida, lo logra. - No entiendo por qué todos creen que tenemos una idea tan romántica como para creernos justicieros. No soy una de esas personas, no estoy ni cerca de serlo. - No podría jamás verme a mí misma como una valiente heroína de un cuento, ni tampoco justificaría mis acciones detrás de una excusa. Sabía lo que había hecho, y me hacía cargo de mis errores. - Pero en mis ojos, los que causan destrucción, dolor y miseria son ustedes. ¿Es cuestión de perspectiva? - Jugábamos a ver quien era el cazador y quién la presa, a tratar de averiguar si el huevo había venido antes que la gallina o viceversa. Policías y ladrones, magos y muggles. Dos caras de la misma moneda que, sin importar como había caído, había empujado esa primer pieza de dominó que tiró a todas las demás, causando estragos con cada paso.
- ¿Qué vas a mostrarm… - Me callo a mitad de la frase porque me impresiona lo que tardo reconocer a la persona que está en ese recuerdo. No ha pasado tanto tiempo desde que me miré en un espejo, pero por más de que ese cuerpo y esas facciones son mías, no podía entender el sentimiento que había detrás de esas pupilas. Y no entiendo en realidad qué es lo que estoy viendo hasta que el rifle se dispara y el recuerdo se apaga de la misma manera que lo haría un televisor. ¿Es así cómo se había visto? ¿Esa era yo? No tengo tiempo para averiguarlo, los siguientes recuerdos llenan mi mente de pavor y opresión hasta el punto en el que creo que voy a quebrarme en un nuevo llanto.
No lo hago, me descubro más fuerte que eso con cada una de sus palabras y un sentimiento muy parecido a la ira se apodera de mí. - Me gustaría, que por unos minutos pudieses estar dentro de mi cabeza. Me muestras estos horrores como tu carta de justificación, pero no estás aquí las veinticuatro horas del día compartiendo conmigo. - Mi respiración se agita y mi voz se eleva, lo suficiente para dejar de ser un susurro ahogado, pero no tanto como para convertirse en grito. Ya son demasiados los alaridos que regalo, y ni siquiera los necesito en estos momentos. - ¿Dices que soy un monstruo y que merezco esto? Puede ser, jamás había visto el tormento detrás de mis ojos antes de disparar mi rifle y en cierta manera entiendo que así lo creas. ¿Pero sabes? No podría desearle esto ni a mi peor enemigo. - Ni siquiera a Magnar. No me regodeaba en el sufrimiento ajeno, no lo necesitaba. - ¿Sabes lo que es repetir una y otra vez cada desgracia por la que has pasado? ¿Tienes una idea de lo que se siente revivir día y noche un incendio que lleva todo a cenizas y no termina? Cada caída, cada error, cada acción que podría haber hecho diferente, cada pérdida, cada muerte… Una y otra vez, sin descanso. Todos los días… - Tengo el sollozo en mi garganta y no lo suelto porque no necesito verme aún más vulnerable mientras todavía me abrazo a su abrigo. - Y cuando frenan… en esos minutos en los que mi mente se libera de cada desgracia por la que he pasado, tu presidente se encarga de hacerme saber lo minúscula que puedo ser. ¿Alguna vez has deseado dejarte morir? Yo no lo había hecho nunca, siempre quise enfrentarme a la vida con cada gramo de mi cuerpo. Ahora… ya no estoy tan segura de ello. -
Tomo aire en una inspiración profunda y mis pulmones se quejan, poco acostumbrados al esfuerzo cuando no está condicionado por el sufrimiento. - ¿Querías que sintiera tu dolor? Pues felicidades, me lo mostraste y aún así no se compara… - Podía sufrir por los hoyuelos de un niño, pero había momentos que jamás podría olvidar: el cuerpo sin vida de mi madre, los gritos agonizantes de Kendrick, la columna de humo negra que se elevaba en dónde antes había estado el catorce, y la desolación. El terror completo que me había generado el creer que todos habían muerto en una masacre imposible.
Su sonrisa y el veneno de su voz tienen el efecto deseado, y si bien no me paralizan por completo, si hacen que se me hiele la sangre. Es un escorpión que busca ser letal y que en cierta medida, lo logra. - No entiendo por qué todos creen que tenemos una idea tan romántica como para creernos justicieros. No soy una de esas personas, no estoy ni cerca de serlo. - No podría jamás verme a mí misma como una valiente heroína de un cuento, ni tampoco justificaría mis acciones detrás de una excusa. Sabía lo que había hecho, y me hacía cargo de mis errores. - Pero en mis ojos, los que causan destrucción, dolor y miseria son ustedes. ¿Es cuestión de perspectiva? - Jugábamos a ver quien era el cazador y quién la presa, a tratar de averiguar si el huevo había venido antes que la gallina o viceversa. Policías y ladrones, magos y muggles. Dos caras de la misma moneda que, sin importar como había caído, había empujado esa primer pieza de dominó que tiró a todas las demás, causando estragos con cada paso.
- ¿Qué vas a mostrarm… - Me callo a mitad de la frase porque me impresiona lo que tardo reconocer a la persona que está en ese recuerdo. No ha pasado tanto tiempo desde que me miré en un espejo, pero por más de que ese cuerpo y esas facciones son mías, no podía entender el sentimiento que había detrás de esas pupilas. Y no entiendo en realidad qué es lo que estoy viendo hasta que el rifle se dispara y el recuerdo se apaga de la misma manera que lo haría un televisor. ¿Es así cómo se había visto? ¿Esa era yo? No tengo tiempo para averiguarlo, los siguientes recuerdos llenan mi mente de pavor y opresión hasta el punto en el que creo que voy a quebrarme en un nuevo llanto.
No lo hago, me descubro más fuerte que eso con cada una de sus palabras y un sentimiento muy parecido a la ira se apodera de mí. - Me gustaría, que por unos minutos pudieses estar dentro de mi cabeza. Me muestras estos horrores como tu carta de justificación, pero no estás aquí las veinticuatro horas del día compartiendo conmigo. - Mi respiración se agita y mi voz se eleva, lo suficiente para dejar de ser un susurro ahogado, pero no tanto como para convertirse en grito. Ya son demasiados los alaridos que regalo, y ni siquiera los necesito en estos momentos. - ¿Dices que soy un monstruo y que merezco esto? Puede ser, jamás había visto el tormento detrás de mis ojos antes de disparar mi rifle y en cierta manera entiendo que así lo creas. ¿Pero sabes? No podría desearle esto ni a mi peor enemigo. - Ni siquiera a Magnar. No me regodeaba en el sufrimiento ajeno, no lo necesitaba. - ¿Sabes lo que es repetir una y otra vez cada desgracia por la que has pasado? ¿Tienes una idea de lo que se siente revivir día y noche un incendio que lleva todo a cenizas y no termina? Cada caída, cada error, cada acción que podría haber hecho diferente, cada pérdida, cada muerte… Una y otra vez, sin descanso. Todos los días… - Tengo el sollozo en mi garganta y no lo suelto porque no necesito verme aún más vulnerable mientras todavía me abrazo a su abrigo. - Y cuando frenan… en esos minutos en los que mi mente se libera de cada desgracia por la que he pasado, tu presidente se encarga de hacerme saber lo minúscula que puedo ser. ¿Alguna vez has deseado dejarte morir? Yo no lo había hecho nunca, siempre quise enfrentarme a la vida con cada gramo de mi cuerpo. Ahora… ya no estoy tan segura de ello. -
Tomo aire en una inspiración profunda y mis pulmones se quejan, poco acostumbrados al esfuerzo cuando no está condicionado por el sufrimiento. - ¿Querías que sintiera tu dolor? Pues felicidades, me lo mostraste y aún así no se compara… - Podía sufrir por los hoyuelos de un niño, pero había momentos que jamás podría olvidar: el cuerpo sin vida de mi madre, los gritos agonizantes de Kendrick, la columna de humo negra que se elevaba en dónde antes había estado el catorce, y la desolación. El terror completo que me había generado el creer que todos habían muerto en una masacre imposible.
— Por supuesto que lo es — es una respuesta que tengo al alcance de la mano, es una de las pocas cosas que tengo seguras — Nosotros construimos esta sociedad sobre las cenizas de lo que los otros dejaron tras años de humillaciones. En lo que a mí respecta, son ustedes los que vienen a destruir la paz que nos ha tomado tanto tiempo conseguir — porque eso es lo que sucede, durante años los opresores se regodean de su poder y luego caen, encontrándose en el papel perdedor que los coloca como víctimas. El mejor ejemplo de todo esto es Kendrick Black. Su familia fue una basura y ahora habla en su nombre si tener la menor idea de lo que hemos pasado para lograr ser libres, grita sobre una conversación que no comprende porque no estaba allí. Es una pelea heredada y es nuestro deber el cuidar de lo que otros nos han regalado derramando tanto sacrificio en el camino.
Creo que nunca habría creído que lo que saliera de su boca podía llegar a ser digno de ser escuchado, pero lo hace. Consigue que mis ojos se vayan haciendo más pequeños, hasta que creo que la estoy mirando entre mis pestañas. Es irónico, creo que estamos los dos afilando los dientes para enseñarle al otro que nos ha tocado bailar con la más fea y esa no es precisamente mi intención. Me quedo callado en lo que ella termina de hablar, solo demuestro que no estoy petrificado el hecho de que mis ojos se paseen por su cuerpo. Y sin responder, tomo una de sus manos y la tiro hacia mí, acercando sus dedos a mi rostro solo para comprobar lo que sospechaba — ¿Cuántos huesos te ha roto Magnar estos días? — parece que paso de sus palabras, me centro en mover mi varita sobre sus nudillos. Puedo escucharlos, uno a uno vuelven a su lugar. El hechizo sanador se repite en un murmullo, arreglando su brazo y su nariz. Para cuando termino, sujeto la varita entre mis manos unidas y me balanceo sobre mis pies, manteniendo el equilibrio para seguir a su altura. Me mastico la lengua.
— Amo a una mujer — lo saco de la nada, es una declaración sin aguas turbias, tan simple que parece no pertenecer a este lugar — Y tengo dos hijas. A la menor no la hubiera conocido si nuestro primer encuentro me hubiera matado. No habría podido verlas crecer y habría dejado sola a una persona que me importa para hacerse cargo de ellas. Suena ordinario, supongo. No tiene nada que ver con agitar banderas de revolución y de seguro que se camufla muy bien con los asientos elegantes del ministerio. Claro, el poder cubre, es engañoso — no deja ver que somos personas detrás de los títulos — ¿Alguna vez sentiste algo así? — ladeo un poco la cabeza, sacando la duda con total confianza — El amar a alguien con tanta fuerza que te desgarra por dentro. ¿Alguna vez sentiste que cruzarías un desierto descalza con total de llegar a esa persona? ¿Con tal de saber que puedes tocarla para comprobar que está a salvo y es feliz? — es un sentimiento muy particular, no creo que todo el mundo pueda experimentarlo — Dices que mi sufrimiento no se compara al tuyo, pero la verdad es que estamos los dos parados en veredas opuestas, nuestra necesidad natural de supervivencia es lo que nos coloca en esta posición. Tú ves un monstruo y yo veo lo mismo en ti. ¿No es porque no tenemos conocimiento del humano que hay detrás, que en realidad es un obstáculo hacia nuestras propias metas? — la mía es obtener paz y seguridad para mi familia, la suya… pues vaya a saber, no la conozco ni tengo intenciones de hacerlo.
Me levanto, no me siento capaz de mantenerle la mirada un momento más y le doy la espalda, pasando una mano por mi rostro hasta acabar en mi cabello — En el nueve te dije que llegaría el día en el cual hubieras deseado que te mate en ese momento — le recuerdo, deteniendo mi paseo para poder verla en la altura que nos separa — No te dejaré morir hasta que veas lo que eres, ese es el punto. Porque lo único que va a morir sería tu cuerpo, cuando a mí lo que me interesa es tu mente. Las ideas, Ava… cuando matas una idea, es cuando sabes que tienes la verdadera victoria.
Creo que nunca habría creído que lo que saliera de su boca podía llegar a ser digno de ser escuchado, pero lo hace. Consigue que mis ojos se vayan haciendo más pequeños, hasta que creo que la estoy mirando entre mis pestañas. Es irónico, creo que estamos los dos afilando los dientes para enseñarle al otro que nos ha tocado bailar con la más fea y esa no es precisamente mi intención. Me quedo callado en lo que ella termina de hablar, solo demuestro que no estoy petrificado el hecho de que mis ojos se paseen por su cuerpo. Y sin responder, tomo una de sus manos y la tiro hacia mí, acercando sus dedos a mi rostro solo para comprobar lo que sospechaba — ¿Cuántos huesos te ha roto Magnar estos días? — parece que paso de sus palabras, me centro en mover mi varita sobre sus nudillos. Puedo escucharlos, uno a uno vuelven a su lugar. El hechizo sanador se repite en un murmullo, arreglando su brazo y su nariz. Para cuando termino, sujeto la varita entre mis manos unidas y me balanceo sobre mis pies, manteniendo el equilibrio para seguir a su altura. Me mastico la lengua.
— Amo a una mujer — lo saco de la nada, es una declaración sin aguas turbias, tan simple que parece no pertenecer a este lugar — Y tengo dos hijas. A la menor no la hubiera conocido si nuestro primer encuentro me hubiera matado. No habría podido verlas crecer y habría dejado sola a una persona que me importa para hacerse cargo de ellas. Suena ordinario, supongo. No tiene nada que ver con agitar banderas de revolución y de seguro que se camufla muy bien con los asientos elegantes del ministerio. Claro, el poder cubre, es engañoso — no deja ver que somos personas detrás de los títulos — ¿Alguna vez sentiste algo así? — ladeo un poco la cabeza, sacando la duda con total confianza — El amar a alguien con tanta fuerza que te desgarra por dentro. ¿Alguna vez sentiste que cruzarías un desierto descalza con total de llegar a esa persona? ¿Con tal de saber que puedes tocarla para comprobar que está a salvo y es feliz? — es un sentimiento muy particular, no creo que todo el mundo pueda experimentarlo — Dices que mi sufrimiento no se compara al tuyo, pero la verdad es que estamos los dos parados en veredas opuestas, nuestra necesidad natural de supervivencia es lo que nos coloca en esta posición. Tú ves un monstruo y yo veo lo mismo en ti. ¿No es porque no tenemos conocimiento del humano que hay detrás, que en realidad es un obstáculo hacia nuestras propias metas? — la mía es obtener paz y seguridad para mi familia, la suya… pues vaya a saber, no la conozco ni tengo intenciones de hacerlo.
Me levanto, no me siento capaz de mantenerle la mirada un momento más y le doy la espalda, pasando una mano por mi rostro hasta acabar en mi cabello — En el nueve te dije que llegaría el día en el cual hubieras deseado que te mate en ese momento — le recuerdo, deteniendo mi paseo para poder verla en la altura que nos separa — No te dejaré morir hasta que veas lo que eres, ese es el punto. Porque lo único que va a morir sería tu cuerpo, cuando a mí lo que me interesa es tu mente. Las ideas, Ava… cuando matas una idea, es cuando sabes que tienes la verdadera victoria.
¿Cuántos huesos? ¿Acaso importaba? No lo había contado, solamente los había sentido romperse hasta el punto en el que el dolor era una molestia constante. Había nuevas heridas, todas iguales o más punzantes que las anteriores, pero ya no podía distinguir que era hueso, golpe o corte. Había llegado al punto en el que cada herida nueva solo generaba sufrimiento, expandiéndose por cada nervio sin importar dónde era el origen. Y trato de contarlos cuando su varita los va sanando, pero es imposible seguir el trayecto hasta que no llega a mi rostro y la punzante sensación de opresión se evapora. No estoy bien, mis músculos todavía se quejan con cada pequeño movimiento, pero mi respiración agitada y profunda indica que por primera vez en semanas puedo pasar el aire como se debe. ¿Quiere que le agradezca por esto? No voy a hacerlo, no cuando sé que serán días sino horas hasta volver a sentir el mismo dolor que antes. Estaba segura de que a Magnar le gustaría saber que tiene una nueva oportunidad de quebrarme otra vez y me sorprendo por momentos, de que no se le haya ocurrido antes el hacer esto.
- ¿Entonces qué? - He escuchado sus palabras y puedo asimilar su historia. No tengo hijas, es cierto; pero eso no impide que haya personas que signifiquen lo mismo en mi vida. ¿Acaso su historia valía más por ser padre? - Incluso aunque compartamos toda nuestra vida sincerandonos, eso no cambiaría en nada mientras que percibamos en el otro una amenaza. Cada uno quiere proteger a los suyos y lucha por algo en particular. ¿Crees que no sé lo que es amar a alguien hasta el punto en el que respirar es una segunda necesidad? ¿Que no daría todo de mí para evitarle siquiera una gota más de sufrimiento, por tener la posibilidad de regalarle unos minutos de paz? - Era humana, podía amar, podía sufrir, podía odiar. Sentir con la intensidad que me consumía por dentro era lo único que me mantenía sana en un primer lugar, y aunque cada día fuera una tortura, aunque cada segundo encerrada se sintiera como morir, es el sufrimiento mismo el que me hacía no bajar los brazos del todo. Porque para sufrir de la manera en la que lo hacía solo dentro de mi mente, significaba que antes que eso tenía que haber amado con la misma intensidad. De diferentes maneras, a diferentes personas.
No entiendo hasta dónde quiere llegar. ¿La capacidad de querer que podíamos tener marcaba quién llevaba la razón? ¿El tener más personas por las que luchar eran puntos a favor en la balanza de cada uno? No era cuestión de cantidad y termino por comprender, en ese mismo hilo de pensamiento, que cada quien tiene razón a su manera. - No veo en tí a un monstruo. Veo en tí lo mismo que veo en mí misma. Eres una criatura a la que han herido incontables veces y que trata de sobrevivir dentro de su propio sistema de creencias, su propia idea de justicia. - Y hablar de esto con el ministro que se encargaba de eso mismo se sentía como predicarle a la iglesia. No serviría de nada cuando él había creado, o tal vez moldeado el sistema que se regía en la actualidad. Antes de hoy no sabía prácticamente nada del ministro Hans Powell, alguna noticia, las pocas palabras que intercambiamos en nuestro enfrentamiento… Ahora sigo sin conocer a ese ministro, ¿pero al humano detrás de él?
- ¿Quieres hacerme pagar por el sufrimiento que te causé? Pues no tengo más defensas que las que ves ahora mismo. - Una lengua filosa, y la estúpida creencia de que, pese a todo, no me dejaría morir con tanta facilidad. Podía matar mis ideales, podría tratar de acabar con mi esencia misma; ni siquiera dudaba en que conseguiría tener éxito, pero no bajaría los brazos hasta el momento en el que mi cuerpo mismo cediese por completo.
- ¿Entonces qué? - He escuchado sus palabras y puedo asimilar su historia. No tengo hijas, es cierto; pero eso no impide que haya personas que signifiquen lo mismo en mi vida. ¿Acaso su historia valía más por ser padre? - Incluso aunque compartamos toda nuestra vida sincerandonos, eso no cambiaría en nada mientras que percibamos en el otro una amenaza. Cada uno quiere proteger a los suyos y lucha por algo en particular. ¿Crees que no sé lo que es amar a alguien hasta el punto en el que respirar es una segunda necesidad? ¿Que no daría todo de mí para evitarle siquiera una gota más de sufrimiento, por tener la posibilidad de regalarle unos minutos de paz? - Era humana, podía amar, podía sufrir, podía odiar. Sentir con la intensidad que me consumía por dentro era lo único que me mantenía sana en un primer lugar, y aunque cada día fuera una tortura, aunque cada segundo encerrada se sintiera como morir, es el sufrimiento mismo el que me hacía no bajar los brazos del todo. Porque para sufrir de la manera en la que lo hacía solo dentro de mi mente, significaba que antes que eso tenía que haber amado con la misma intensidad. De diferentes maneras, a diferentes personas.
No entiendo hasta dónde quiere llegar. ¿La capacidad de querer que podíamos tener marcaba quién llevaba la razón? ¿El tener más personas por las que luchar eran puntos a favor en la balanza de cada uno? No era cuestión de cantidad y termino por comprender, en ese mismo hilo de pensamiento, que cada quien tiene razón a su manera. - No veo en tí a un monstruo. Veo en tí lo mismo que veo en mí misma. Eres una criatura a la que han herido incontables veces y que trata de sobrevivir dentro de su propio sistema de creencias, su propia idea de justicia. - Y hablar de esto con el ministro que se encargaba de eso mismo se sentía como predicarle a la iglesia. No serviría de nada cuando él había creado, o tal vez moldeado el sistema que se regía en la actualidad. Antes de hoy no sabía prácticamente nada del ministro Hans Powell, alguna noticia, las pocas palabras que intercambiamos en nuestro enfrentamiento… Ahora sigo sin conocer a ese ministro, ¿pero al humano detrás de él?
- ¿Quieres hacerme pagar por el sufrimiento que te causé? Pues no tengo más defensas que las que ves ahora mismo. - Una lengua filosa, y la estúpida creencia de que, pese a todo, no me dejaría morir con tanta facilidad. Podía matar mis ideales, podría tratar de acabar con mi esencia misma; ni siquiera dudaba en que conseguiría tener éxito, pero no bajaría los brazos hasta el momento en el que mi cuerpo mismo cediese por completo.
La mayor parte de mi vida creí que amar a una persona te volvía miserable, te regalaba un motivo para ser vulnerable y mucho tenía que ver con que había centrado mis años en una carrera que me volvió inmune a ciertos horrores; ni hablemos de que la gente a la que quería, acababa sufriendo. Hoy he descubierto que sí, el amor te da la herramienta que te transforma en alguien fácil de herir, pero también funciona como un motor. Parece que Ava Ballard puede entender esa emoción y me surge la duda de a quién puede amar alguien como ella, cuando yo siempre la vi como una atacante, alguien que vino del norte para arruinarlo todo — Al menos podemos acordar el no estar de acuerdo — porque mi justicia no es la suya, pero personas como ella de seguro no saben nada de lo que es un sistema que funcione con normas. ¿No vienen justamente de un sitio alejado de la civilización? ¿Qué podemos esperar de personas que solamente se criaron para llegar a este punto?
— No a mí. Esto no es exclusivamente sobre mí. Podría hacerte una lista inmensa de personas a las cuales lastimaron en cada uno de sus ataques. No solo mataron a mis amigos… — creo que esa es la peor parte. Yo puedo sufrir, pero también hay cientos de personas que tienen el corazón roto solo porque un puñado de enfermos decidió que estaban inconformes con lo que se hizo para sobrevivir — Desde que ustedes llegaron, NeoPanem se sumió en el caos. ¿O quieres que hablemos de la cantidad de muertos del atentado al ministerio? O, por favor, vayamos más atrás, cuando el azar condenaba a un montón de niños a pelear en televisión, solo para dar un mensaje sin sentido. ¿Y no pensaron en las consecuencias? Tan solo mira lo que hicieron hace unos días — sé que sueno impaciente, el tono de mi voz se va volviendo firme y acelera su ritmo, a pesar de que busco contener mi respiración — ¿Crees que las personas del nueve se sienten seguras y felices porque un montón de extraños entraron a la fuerza y ocuparon su espacio? Ustedes creen que están desafiando al status quo por una causa justa, pero aquí dentro nadie los llamó. Ustedes solo… violan y destruyen y nosotros vamos a defendernos — y ella puede decirme que nosotros empezamos esta guerra, cuando me es muy sencillo apuntar el dedo a quienes la iniciaron en primer lugar. Hace veinte años comenzaron los ataques de los magos, sí, porque los Black nos explusaban y nos privaban el usar nuestros dones. Todo ha sido merecido.
Regreso frente a ella con paso decidido y presiono su frente con mis dedos, pero no hago nada. Absolutamente nada — Podría eliminar cada parte de tu memoria. Podría convencerte de lo que quiero mostrarte con un chasquido de tus dedos, pero eso no es lo que quiero. Lo que deseo es que sepas y recuerdes que eres la persona que atacó a una embarazada, que participó de la matanza de cientos de inocentes y se excusa detrás del himno de un montón de cobardes que solo dejan un rastro de sangre a sus espaldas. Yo no soy Magnar Aminoff — le aclaro, mi voz se vuelve hasta dulce — No tenemos siquiera los mismos intereses, pero me quedaré aquí si con eso puedo proteger a quienes me importan de personas como tú. Solo te diré una cosa… — me inclino lentamente, hasta que mis ojos quedan sobre los suyos y puedo sonreírle con veneno — Cuando Jame Niniadis tomó el poder, todo el mundo la llamó una salvadora y una libertadora también. Son ustedes los que están repitiendo la historia, no nosotros.
— No a mí. Esto no es exclusivamente sobre mí. Podría hacerte una lista inmensa de personas a las cuales lastimaron en cada uno de sus ataques. No solo mataron a mis amigos… — creo que esa es la peor parte. Yo puedo sufrir, pero también hay cientos de personas que tienen el corazón roto solo porque un puñado de enfermos decidió que estaban inconformes con lo que se hizo para sobrevivir — Desde que ustedes llegaron, NeoPanem se sumió en el caos. ¿O quieres que hablemos de la cantidad de muertos del atentado al ministerio? O, por favor, vayamos más atrás, cuando el azar condenaba a un montón de niños a pelear en televisión, solo para dar un mensaje sin sentido. ¿Y no pensaron en las consecuencias? Tan solo mira lo que hicieron hace unos días — sé que sueno impaciente, el tono de mi voz se va volviendo firme y acelera su ritmo, a pesar de que busco contener mi respiración — ¿Crees que las personas del nueve se sienten seguras y felices porque un montón de extraños entraron a la fuerza y ocuparon su espacio? Ustedes creen que están desafiando al status quo por una causa justa, pero aquí dentro nadie los llamó. Ustedes solo… violan y destruyen y nosotros vamos a defendernos — y ella puede decirme que nosotros empezamos esta guerra, cuando me es muy sencillo apuntar el dedo a quienes la iniciaron en primer lugar. Hace veinte años comenzaron los ataques de los magos, sí, porque los Black nos explusaban y nos privaban el usar nuestros dones. Todo ha sido merecido.
Regreso frente a ella con paso decidido y presiono su frente con mis dedos, pero no hago nada. Absolutamente nada — Podría eliminar cada parte de tu memoria. Podría convencerte de lo que quiero mostrarte con un chasquido de tus dedos, pero eso no es lo que quiero. Lo que deseo es que sepas y recuerdes que eres la persona que atacó a una embarazada, que participó de la matanza de cientos de inocentes y se excusa detrás del himno de un montón de cobardes que solo dejan un rastro de sangre a sus espaldas. Yo no soy Magnar Aminoff — le aclaro, mi voz se vuelve hasta dulce — No tenemos siquiera los mismos intereses, pero me quedaré aquí si con eso puedo proteger a quienes me importan de personas como tú. Solo te diré una cosa… — me inclino lentamente, hasta que mis ojos quedan sobre los suyos y puedo sonreírle con veneno — Cuando Jame Niniadis tomó el poder, todo el mundo la llamó una salvadora y una libertadora también. Son ustedes los que están repitiendo la historia, no nosotros.
Suelto un bufido que suena casi que divertido y tengo que mofarme de sus palabras. - ¿Violar y destruír? - Me miro de arriba a abajo y me quito el saco con el que me ha cubierto. Son solo unos segundos, los suficientes para que se note que aunque mis huesos están enteros, los moretones y las cicatrices todavía permanecen en él. No le importará, lo sé, pero preferiría que haga una mejor elección de palabras. - Irónico que digas eso mientras representas las ideologías de tu presidente. - Podía acusarnos todo lo que quisiera, en una celda pequeña como la mía o delante de un tribunal, eso no quitaba que sus manos tampoco estuviesen limpias o que siguiera las órdenes del sádico tirano que Magnar había demostrado ser. - Yo podría hacerte una lista de cada una de las personas que vivía en el catorce, su edad y probablemente las actividades que tenía programadas para ese día. Todos en paz antes de que NeoPanem apareciera. ¿Seguimos justificando? Nosotros no planeamos el atentado en el ministerio, no teníamos idea de que iba a suceder algo así, solo queríamos recuperar a uno de los nuestros y fallamos. - ¿Había pasado solo un año desde aquel entonces? Un poco más de eso, y lo único que podía pensar era en la cantidad de personas que seguíamos perdiendo a lo largo del camino.
- ¿También quieres culparme por los Black de antaño? Era una niña en aquel entonces y tampoco tengo buenos recuerdos de aquella época. No sigo a Kendrick tratando de restaurar aquel viejo régimen que me arrebató a mi padre. Lo sigo y lo apoyo porque lo vi crecer desde su nacimiento, formándose en los valores que teníamos en ese lugar. - Parecía que decir “Black” era una mala palabra, cuando era un mero apellido que servía como estrategia política. Lo había visto, él me había mostrado su sufrimiento en aquella época y podía entender sus razones detrás de sus mismas razones. No era ese el mensaje que queríamos dar. - ¿Sabes lo que es vivir en un lugar en dónde no cuestionan tu sangre? ¿dónde no importa si eres mago, bruja, muggle o squib? Nadie miraba a nuestros padres, y nos regíamos por la idea de que todos valíamos lo mismo. No había más riquezas que la de un chocolate contrabandeado o una buena botella de whisky. Cosechábamos nuestro alimento y enseñábamos a los más chicos las cosas que podíamos. ¿Aprendíamos a defendernos? Claro que sí, no éramos idiotas. Y aún así, una buena parte de mis noches de guardia las pasaba comiendo frituras con el mismo muchacho al que capturaron y torturaron antes de cumplir la mayoría de edad. Pero claro, ustedes no condenan a los niños, ¿no? - Nos llaman terroristas, justicieros, criminales y quién sabe cuántas cosas más. Mientras que en el fondo, todos seguíamos estando con el corazón en aquel terreno en el Norte, rodeados de ríos, grutas y montañas. Viviendo en paz. La misma paz y aceptación que queríamos alcanzar ahora. No peleábamos porque queríamos estar en guerra, estábamos en guerra porque no queríamos pelear más.
Absorbo sus palabras con el temor y la creencia de que puede hacer cada cosa que dice, no porque lo sepa de antemano, sino porque sus propias palabras demuestran que no es una amenaza vacía. Pero al final termina teniendo razón, y lo que más duele y hace mella es tener que aceptar que sus acusaciones son ciertas. ¿Acaso estaba embarazada aquella auror? Me aterroriza la idea y sé que el dementor que espera afuera podrá hacerse otro pequeño festín con la salida de Powell. - ¿Es eso entonces lo que quieres? ¿El demostrarme que soy una bestia que se vale de excusas para causar daño? Pues bien, puedo aceptar eso. Puedo torturarme a mí misma al saber que es más de un inocente el que ha pagado por mis acciones. Y probablemente tengas razón y acabe por desear que me hubieses matado la última vez. - Inspiro profundo y me saco el saco nuevamente, pero esta vez me hago bolita y trato de esconderme detrás de mis extremidades lo más que puedo. - Ten, no creo que a Magnar le haga gracia el que te dé lástima algo que considera de su propiedad… - Estiro mi brazo con la prenda en alto y espero a que la tome buscando su mirada en el mientras. - Lo que sí, no creas que tenemos la idea de salvar o liberar a nadie. Al menos no es esa la razón por la que yo lucho. Esa idea que tanto quieres matar, es la de la aceptación. Peleo por recuperar aquello que nos arrebataron, esa paz que reclamaron como suya justificándose en crímenes que ya llevaban tiempo de haber expirado.
- ¿También quieres culparme por los Black de antaño? Era una niña en aquel entonces y tampoco tengo buenos recuerdos de aquella época. No sigo a Kendrick tratando de restaurar aquel viejo régimen que me arrebató a mi padre. Lo sigo y lo apoyo porque lo vi crecer desde su nacimiento, formándose en los valores que teníamos en ese lugar. - Parecía que decir “Black” era una mala palabra, cuando era un mero apellido que servía como estrategia política. Lo había visto, él me había mostrado su sufrimiento en aquella época y podía entender sus razones detrás de sus mismas razones. No era ese el mensaje que queríamos dar. - ¿Sabes lo que es vivir en un lugar en dónde no cuestionan tu sangre? ¿dónde no importa si eres mago, bruja, muggle o squib? Nadie miraba a nuestros padres, y nos regíamos por la idea de que todos valíamos lo mismo. No había más riquezas que la de un chocolate contrabandeado o una buena botella de whisky. Cosechábamos nuestro alimento y enseñábamos a los más chicos las cosas que podíamos. ¿Aprendíamos a defendernos? Claro que sí, no éramos idiotas. Y aún así, una buena parte de mis noches de guardia las pasaba comiendo frituras con el mismo muchacho al que capturaron y torturaron antes de cumplir la mayoría de edad. Pero claro, ustedes no condenan a los niños, ¿no? - Nos llaman terroristas, justicieros, criminales y quién sabe cuántas cosas más. Mientras que en el fondo, todos seguíamos estando con el corazón en aquel terreno en el Norte, rodeados de ríos, grutas y montañas. Viviendo en paz. La misma paz y aceptación que queríamos alcanzar ahora. No peleábamos porque queríamos estar en guerra, estábamos en guerra porque no queríamos pelear más.
Absorbo sus palabras con el temor y la creencia de que puede hacer cada cosa que dice, no porque lo sepa de antemano, sino porque sus propias palabras demuestran que no es una amenaza vacía. Pero al final termina teniendo razón, y lo que más duele y hace mella es tener que aceptar que sus acusaciones son ciertas. ¿Acaso estaba embarazada aquella auror? Me aterroriza la idea y sé que el dementor que espera afuera podrá hacerse otro pequeño festín con la salida de Powell. - ¿Es eso entonces lo que quieres? ¿El demostrarme que soy una bestia que se vale de excusas para causar daño? Pues bien, puedo aceptar eso. Puedo torturarme a mí misma al saber que es más de un inocente el que ha pagado por mis acciones. Y probablemente tengas razón y acabe por desear que me hubieses matado la última vez. - Inspiro profundo y me saco el saco nuevamente, pero esta vez me hago bolita y trato de esconderme detrás de mis extremidades lo más que puedo. - Ten, no creo que a Magnar le haga gracia el que te dé lástima algo que considera de su propiedad… - Estiro mi brazo con la prenda en alto y espero a que la tome buscando su mirada en el mientras. - Lo que sí, no creas que tenemos la idea de salvar o liberar a nadie. Al menos no es esa la razón por la que yo lucho. Esa idea que tanto quieres matar, es la de la aceptación. Peleo por recuperar aquello que nos arrebataron, esa paz que reclamaron como suya justificándose en crímenes que ya llevaban tiempo de haber expirado.
Debe ser cierto morbo, pero me parece de lo más interesante escuchar cómo es que vivían los del catorce. Lo que más me llama la atención, sin embargo, es algo que normalmente ellos dejan de lado y que a mí me hace alzar las cejas — No me lo puedo imaginar, aunque hay que adaptarse para sobrevivir cuando eres un prófugo de la justicia. ¿Sabías que las personas que huyeron para crear ese distrito eran buscadas por crímenes que incluyen asesinatos, violencia y robos? — chasqueo la lengua en lo que se me escapa un suspiro dramático — Pero claro, es muy fácil hacer la vista gorda cuando uno consigue un beneficio de ello — supongo que lo hacemos todos llegado el caso, pero con estas personas es tan claro que podría montarme un estudio psicológico y social — Nuestra condena es hacia aquellos que no respetan ni cumplen la ley. Si ustedes fueron tan incivilizados como para sumar a un puñado de niños a un atentado, no es nuestra culpa — ¿Que esperan que hagamos con ellos, que les demos chupelupes?
Me mordisqueo mi labio inferior, saboreando un poco sus palabras, esas que me hacen creer que he obtenido parte de lo que estaba buscando. Ella no se irá a ningún lado, conocerla es lo que me permite medirla a pesar de la destrucción que presenta su estado, uno que de seguro se irá quebrando con el correr de los días — No — digo con total convencimiento — Lo que quiero es que te lo creas. Que me lo confieses. Y que me ruegues por perdón a causa de tus crímenes — porque ese será el día en el que yo pueda convencerme de que le he ganado, más allá de las balas o los hechizos, de las camillas de hospital y de los miedos. Va a existir el día en el cual Ava Ballard llore por quien es y yo seré el responsable de ello. Que se aparte el saco una vez más no me afecta como la primera vez, incluso cuando sé que detrás de esa piel violentada, hay una mujer real que sufre las locuras de un hombre peligroso. No se lo digo, pero estoy seguro que ya es de su propiedad — No, quédatelo — insisto, guardo tanto la varita como las manos en mi pantalón — Si Magnar tiene algún problema con ello, que venga a hablar conmigo. Por mi lado, tengo un montón de sacos en casa como para preocuparme por perder uno. Además… — arqueo una de mis cejas — Estoy seguro de que te gustará tener algo con perfume — que en pocos días, de seguro comenzará a apestar.
Me acomodo la corbata, afianzando el nudo con un solo movimiento — Somos dos peleando por lo mismo, Ava — respondo — Somos dos — tengo que mirarla una vez más para poder recordarme que esta imagen va a seguirme durante un tiempo y me volteo. Estoy abriendo la puerta cuando me giro para murmurar una sola cosa más — Lamento mucho lo que él le hace a tu cuerpo — porque es algo que va más allá de lo que yo podría hacerle a alguien y eso que he saltado a aguas turbias con tal de alcanzar ciertos objetivos justificados. Lo que gana Aminoff es otra cosa. Sacudo la cabeza y el patronus está allí, aguardando por mí, protegiéndome de las cosas que a ella seguirán consumiéndola hasta extinguirla por completo. No me preocupa, hay otras luces que me importan más para mantener encendidas.
Me mordisqueo mi labio inferior, saboreando un poco sus palabras, esas que me hacen creer que he obtenido parte de lo que estaba buscando. Ella no se irá a ningún lado, conocerla es lo que me permite medirla a pesar de la destrucción que presenta su estado, uno que de seguro se irá quebrando con el correr de los días — No — digo con total convencimiento — Lo que quiero es que te lo creas. Que me lo confieses. Y que me ruegues por perdón a causa de tus crímenes — porque ese será el día en el que yo pueda convencerme de que le he ganado, más allá de las balas o los hechizos, de las camillas de hospital y de los miedos. Va a existir el día en el cual Ava Ballard llore por quien es y yo seré el responsable de ello. Que se aparte el saco una vez más no me afecta como la primera vez, incluso cuando sé que detrás de esa piel violentada, hay una mujer real que sufre las locuras de un hombre peligroso. No se lo digo, pero estoy seguro que ya es de su propiedad — No, quédatelo — insisto, guardo tanto la varita como las manos en mi pantalón — Si Magnar tiene algún problema con ello, que venga a hablar conmigo. Por mi lado, tengo un montón de sacos en casa como para preocuparme por perder uno. Además… — arqueo una de mis cejas — Estoy seguro de que te gustará tener algo con perfume — que en pocos días, de seguro comenzará a apestar.
Me acomodo la corbata, afianzando el nudo con un solo movimiento — Somos dos peleando por lo mismo, Ava — respondo — Somos dos — tengo que mirarla una vez más para poder recordarme que esta imagen va a seguirme durante un tiempo y me volteo. Estoy abriendo la puerta cuando me giro para murmurar una sola cosa más — Lamento mucho lo que él le hace a tu cuerpo — porque es algo que va más allá de lo que yo podría hacerle a alguien y eso que he saltado a aguas turbias con tal de alcanzar ciertos objetivos justificados. Lo que gana Aminoff es otra cosa. Sacudo la cabeza y el patronus está allí, aguardando por mí, protegiéndome de las cosas que a ella seguirán consumiéndola hasta extinguirla por completo. No me preocupa, hay otras luces que me importan más para mantener encendidas.
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