OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Recuerdo del primer mensaje :
Hace tiempo que no estamos en la casa del cuatro, tanto que se siente ajena. Vacía, silenciosa, gris. Solo se oye el eco de las olas, uno que es muy fácil de ignorar cuando nada de lo que está ocurriendo tiene sentido alguno. No encuentro forma a los pensamientos que se han apilado durante toda la semana, no cuando dos buenos amigos se han ido y puedo sentir la desesperanza crecer con cada paso que doy. Rory no entendía absolutamente nada, no hay manera de que sepa que es uno de los tantos niños que acabarán esto sin sus padres. ¿Y yo? ¿Cómo voy a hacerlo? Porque la cordura se me patinará entre los dedos tanto como mi salud si sigo abusando del alcohol. No pude llorar en esa despedida, apenas y le mostré un poco de respeto a la familia de Jack y decidí que no podía soportarlo. Hay una lista de nombres que se va haciendo cada vez más larga y empiezo a creer que sigo vivo como una burla al destino, que estoy robando minutos de aquellos que ya no están. Es un pensamiento tan amargo que tampoco digo nada cuando llegamos a casa. Solo lleno la copa de whisky y me siento en el jardín, desde el cual puedo ver el mar. Ellos amaban este lugar.
Me he quitado el saco y la corbata, mi camisa es un desastre y estoy seguro de que el cabello ya no se encuentra en su lugar, ni siquiera cuando decidí cortarlo tras meses de verme mucho menos pulcro que de costumbre. Es una estupidez, pero de alguna manera sé que los próximos meses exigirán de mi mejor imagen. ¿O serán años? ¿Décadas? Me rasco la mejilla aunque no me pica y busco acomodarme en la banca. Quizá debería dormir una siesta. Sí, si duermo no tengo que pensar. Son los pasos que reconozco como Scott los que me eliminan ese pensamiento, aún así ladeo la cabeza para chequear que sea ella y no Meerah. De verdad, no podría fingir delante de mi hija — ¿Vienes a asegurarte que no he ido a ahogarme al mar? — es una pregunta cansada más que irónica, en lo que me llevo el vaso a los labios. Estoy harto de ser quien tiene que dar las malas noticias, ese que se sienta a ver cómo se le rompe el corazón sobre cosas que yo no tengo el control. Aún no he tenido los huevos para ir a ver a la prisionera siquiera, soy un triste ejemplo de ministro fracasado.
Me relamo, sintiendo el frío de los hielos en mis labios — Pensé que aún estábamos en edad de presenciar bodas, no funerales — no quiero preguntar cuál cree que va a ser el próximo. Mis ojos van de soslayo a sus dedos, buscando el anillo de compromiso que me atrevo, por un segundo, a acariciar — Solo quiero… — tengo que tragar saliva, consciente de lo mucho que me cuesta una acción tan simple como esa. La mano que sostiene el vaso se cierra aún más fuerte sobre éste — Una parte de mí desea hacerles pagar por lo que han hecho y la otra solo quiere rendirse. ¿Cómo…? — tengo que tomar algo de aire, una vez más. El trago que le doy a mi bebida es mucho más efusivo y me acomodo en mi lugar, como si toda la incomodidad pudiera evaporarse. La angustia, el dolor, el enojo. ¿Está bien que esté furioso? Porque lo estoy, demasiado — ¿Cómo sabes cuál es el mejor camino a seguir cuando estas cosas pasan? — porque uno se queda aquí, de pie, recibiendo golpe tras golpe hasta que todo pierde el sentido. Y si ellos pueden demostrarnos que no tenemos nada seguro, el miedo puede pasar la puerta.
Hace tiempo que no estamos en la casa del cuatro, tanto que se siente ajena. Vacía, silenciosa, gris. Solo se oye el eco de las olas, uno que es muy fácil de ignorar cuando nada de lo que está ocurriendo tiene sentido alguno. No encuentro forma a los pensamientos que se han apilado durante toda la semana, no cuando dos buenos amigos se han ido y puedo sentir la desesperanza crecer con cada paso que doy. Rory no entendía absolutamente nada, no hay manera de que sepa que es uno de los tantos niños que acabarán esto sin sus padres. ¿Y yo? ¿Cómo voy a hacerlo? Porque la cordura se me patinará entre los dedos tanto como mi salud si sigo abusando del alcohol. No pude llorar en esa despedida, apenas y le mostré un poco de respeto a la familia de Jack y decidí que no podía soportarlo. Hay una lista de nombres que se va haciendo cada vez más larga y empiezo a creer que sigo vivo como una burla al destino, que estoy robando minutos de aquellos que ya no están. Es un pensamiento tan amargo que tampoco digo nada cuando llegamos a casa. Solo lleno la copa de whisky y me siento en el jardín, desde el cual puedo ver el mar. Ellos amaban este lugar.
Me he quitado el saco y la corbata, mi camisa es un desastre y estoy seguro de que el cabello ya no se encuentra en su lugar, ni siquiera cuando decidí cortarlo tras meses de verme mucho menos pulcro que de costumbre. Es una estupidez, pero de alguna manera sé que los próximos meses exigirán de mi mejor imagen. ¿O serán años? ¿Décadas? Me rasco la mejilla aunque no me pica y busco acomodarme en la banca. Quizá debería dormir una siesta. Sí, si duermo no tengo que pensar. Son los pasos que reconozco como Scott los que me eliminan ese pensamiento, aún así ladeo la cabeza para chequear que sea ella y no Meerah. De verdad, no podría fingir delante de mi hija — ¿Vienes a asegurarte que no he ido a ahogarme al mar? — es una pregunta cansada más que irónica, en lo que me llevo el vaso a los labios. Estoy harto de ser quien tiene que dar las malas noticias, ese que se sienta a ver cómo se le rompe el corazón sobre cosas que yo no tengo el control. Aún no he tenido los huevos para ir a ver a la prisionera siquiera, soy un triste ejemplo de ministro fracasado.
Me relamo, sintiendo el frío de los hielos en mis labios — Pensé que aún estábamos en edad de presenciar bodas, no funerales — no quiero preguntar cuál cree que va a ser el próximo. Mis ojos van de soslayo a sus dedos, buscando el anillo de compromiso que me atrevo, por un segundo, a acariciar — Solo quiero… — tengo que tragar saliva, consciente de lo mucho que me cuesta una acción tan simple como esa. La mano que sostiene el vaso se cierra aún más fuerte sobre éste — Una parte de mí desea hacerles pagar por lo que han hecho y la otra solo quiere rendirse. ¿Cómo…? — tengo que tomar algo de aire, una vez más. El trago que le doy a mi bebida es mucho más efusivo y me acomodo en mi lugar, como si toda la incomodidad pudiera evaporarse. La angustia, el dolor, el enojo. ¿Está bien que esté furioso? Porque lo estoy, demasiado — ¿Cómo sabes cuál es el mejor camino a seguir cuando estas cosas pasan? — porque uno se queda aquí, de pie, recibiendo golpe tras golpe hasta que todo pierde el sentido. Y si ellos pueden demostrarnos que no tenemos nada seguro, el miedo puede pasar la puerta.
Vivir el presente. Se siente un poco fuera de eje en días como el que estamos transcurriendo, en el cual todo es tan extraño que el tiempo se siente del revés — Yo quiero esto — es tan sencillo que cuesta poder verlo coincidir en el panorama completo. Recuerdo muy bien ese escenario en el hospital, esa conversación que nos dejó expuestos incluso cuando ninguno había abierto la boca. Estoy seguro de que ya la amaba en ese entonces, solamente pensaba que podía salir victorioso de esa, completamente impune. No imaginaba que poco después estaríamos viviendo juntos, iniciando una vida que se tambalea a pesar de nuestros esfuerzos de mantenernos firmes. Mi silencio es indicio de que sé de lo que me habla, hasta que acabo curvando mis labios en una sonrisa — Tu cucharita hizo el trabajo — murmuro por debajo de su voz, porque ella sigue hablando, se esconde de mí y yo tengo que hundir la nariz en su cabello, cierro los ojos y estoy seguro de que podemos estar en cualquier parte, sea este lugar o nuestra cama, que su aroma sigue siendo demasiado familiar. Jamás me cansaría de esto.
— Algún día… — comienzo, dejo un par de besos en su hombro — … cuando llegue el momento de tener otro hijo, si lo deseamos, estará bien. Pero las niñas son más de lo que hubiera pedido y tú me completas. Planeo aferrarme a esto con todo lo que soy y, si decidimos cambiar el cuadro, simplemente sabremos que estamos listos — porque con Meerah decidí huir, con Tilly me encontré con una sorpresa que me puso el mundo de cabeza y tuve que acoplarme a su torbellino. Sé que hay una enorme diferencia entre sus propuestas y la realidad, es ver un escenario que es difícil de imaginar pero siempre será una posibilidad. Hoy estamos más ocupados en llorar a los que perdimos, en asegurarnos que los que aún quedan se mantienen con nosotros. Hoy somos esto.
Y pienso en eso cuando me siento recargar contra su cuerpo, apoyo mi rostro en su hombro como si fuese el escondite seguro, ahí donde puedo estar tranquilo y feliz a pesar de que afuera se agiten cientos de tormentas. Tenemos que regresar a la casa, atender a una bebé que de seguro despertará en cualquier momento y volverá loca a su hermana mayor porque no estamos a la vista. Tenemos que preparar una cena a pesar de que no exista un apetito, preocuparnos por el trabajo de la semana, asegurarnos de que Meerah se encuentre bien en el colegio. Es todo tan mundano, todo sigue girando, incluso cuando los dos sabemos de que las cosas cambian. Demasiado rápido. Y es importante el recordarnos quienes somos, dónde estamos y que, por sobre todas las cosas, nos tenemos el uno al otro y eso jamás habrá de cambiar.
— Algún día… — comienzo, dejo un par de besos en su hombro — … cuando llegue el momento de tener otro hijo, si lo deseamos, estará bien. Pero las niñas son más de lo que hubiera pedido y tú me completas. Planeo aferrarme a esto con todo lo que soy y, si decidimos cambiar el cuadro, simplemente sabremos que estamos listos — porque con Meerah decidí huir, con Tilly me encontré con una sorpresa que me puso el mundo de cabeza y tuve que acoplarme a su torbellino. Sé que hay una enorme diferencia entre sus propuestas y la realidad, es ver un escenario que es difícil de imaginar pero siempre será una posibilidad. Hoy estamos más ocupados en llorar a los que perdimos, en asegurarnos que los que aún quedan se mantienen con nosotros. Hoy somos esto.
Y pienso en eso cuando me siento recargar contra su cuerpo, apoyo mi rostro en su hombro como si fuese el escondite seguro, ahí donde puedo estar tranquilo y feliz a pesar de que afuera se agiten cientos de tormentas. Tenemos que regresar a la casa, atender a una bebé que de seguro despertará en cualquier momento y volverá loca a su hermana mayor porque no estamos a la vista. Tenemos que preparar una cena a pesar de que no exista un apetito, preocuparnos por el trabajo de la semana, asegurarnos de que Meerah se encuentre bien en el colegio. Es todo tan mundano, todo sigue girando, incluso cuando los dos sabemos de que las cosas cambian. Demasiado rápido. Y es importante el recordarnos quienes somos, dónde estamos y que, por sobre todas las cosas, nos tenemos el uno al otro y eso jamás habrá de cambiar.
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