OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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No me lo tomo como algo personal, el niño Black ha tenido desde hace tiempo una estela particular que lo mantiene vivo. Desde el mismo Magnar, pasando cada uno de los agentes de seguridad del ministerio, fallaron en el propósito de defender el distrito 9 y ¾ como territorio ministerial. Un fracaso para quien quiera quedarse entre las sábanas del hospital echando culpas ajenas o repitiendo toda la situación, a mí el olor a desinfectante de estos sitios siempre me ha parecido nauseabundo y la sensación empeora con todas sus paredes blancas bañadas de la luz del día, es cegador a la vista. Pese a dedicarme a la medimagia, los hospitales nunca han sido mi hábitat, no al menos en esta vida. Quizá en otra, cuando de niña debía permanecer sentada por horas en la sala de espera, aguardando la noticia de si mi madre adoptiva viviría un día más o no. Tenía entonces un hermano mayor por unos pocos años que me sujetaba de la mano y esta vez cuando echo un vistazo a la habitación, como lo espero, no veo a nadie. Ese tampoco es un sentimiento en el que me detenga, acepté la soledad hace mucho tiempo.
Por eso es una sorpresa, cuando no debería serlo, que Maeve pase a comprobar que sigo entera y con todos los miembros de mi cuerpo en su lugar, le aseguro que retomaremos los entrenamientos pronto para que no se acostumbre a su vida de vaga. Estoy sola cuando me dan el alta y luego recoger mis pocas pertenencias, salgo de la habitación para ir hacia el único que lugar que se esperaría que vaya luego de un breve tiempo en el hospital y obligada al reposo. No, mi casa no. Cruzo el pasillo con la Base de Seguridad en mente, cuando de una puerta cercana veo salir a una muchacha. No hay nada en ella que explique por qué mis pies se detienen de pronto, salvo un ligero parecido o tal vez la inquietud que me ha quedado de saber cómo sigue Phoebe. Pero tengo como norma para mí misma, no llamarla, ni visitarla. Me enteraré eventualmente que ha sido de ella, tal vez si me doy una vuelta por el departamento de justicia con alguna excusa. —Otra de las aurores de la alcadía, ¿no?— le consulto a la muchacha, no se ve mucho mayor, apenas salida del Royal y pienso en Maeve pidiéndome para ser parte del escuadrón de licántropos, algún día podría ser ella a quien viera salir de estas habitaciones. —¿Nada grave?— pregunto, para convencerme de que no es una idea fatal permitirle ser parte de esta guerra que es interminable, que nos sobrevivirá a nosotros, donde habrá siendo bandos, aunque ninguno de nosotros siga existiendo.
Por eso es una sorpresa, cuando no debería serlo, que Maeve pase a comprobar que sigo entera y con todos los miembros de mi cuerpo en su lugar, le aseguro que retomaremos los entrenamientos pronto para que no se acostumbre a su vida de vaga. Estoy sola cuando me dan el alta y luego recoger mis pocas pertenencias, salgo de la habitación para ir hacia el único que lugar que se esperaría que vaya luego de un breve tiempo en el hospital y obligada al reposo. No, mi casa no. Cruzo el pasillo con la Base de Seguridad en mente, cuando de una puerta cercana veo salir a una muchacha. No hay nada en ella que explique por qué mis pies se detienen de pronto, salvo un ligero parecido o tal vez la inquietud que me ha quedado de saber cómo sigue Phoebe. Pero tengo como norma para mí misma, no llamarla, ni visitarla. Me enteraré eventualmente que ha sido de ella, tal vez si me doy una vuelta por el departamento de justicia con alguna excusa. —Otra de las aurores de la alcadía, ¿no?— le consulto a la muchacha, no se ve mucho mayor, apenas salida del Royal y pienso en Maeve pidiéndome para ser parte del escuadrón de licántropos, algún día podría ser ella a quien viera salir de estas habitaciones. —¿Nada grave?— pregunto, para convencerme de que no es una idea fatal permitirle ser parte de esta guerra que es interminable, que nos sobrevivirá a nosotros, donde habrá siendo bandos, aunque ninguno de nosotros siga existiendo.
He tenido que arrastrar fuera de la habitación del hospital donde me mantienen a mis padres, serán los únicos a los que no quiero ver en este momento, incluso cuando me he recordado a mí misma que no puedo permanecer enojada con ellos de forma interminable. Aun no lo perdono, el hecho de que aparezcan aquí después de haber pasado meses sin hablarnos, me demuestra una vez más que solo se preocupan por dar la imagen que deben dar a la sociedad. Georgia no tuvo la misma suerte, tiene el talento para salirse con la suya y aunque hubiera querido, no me hubiera librado de ella tan fácil. He aceptado sus visitas, ignorado parte de las palabras de David que también se ha pasado, hasta que seguir mantenida en una cama se me ha hecho tan insoportable que he pedido el alta voluntaria, en contraposición con la opinión profesional de los mediamagos que me atendieron.
Se me hace más llevadera la vuelta a la normalidad regresando a la Base, a pesar de que he ido tan solo para ponerme un poco al día con lo que ha estado pasando en el tiempo que estuve fuera. Tampoco fueron muchos, una semana como mucho, pero suficiente como para que el distrito nueve se haya movilizado al punto de que ya tienen lo que parece ser su propio sistema montado y el ir a arrasar con ellos en mejores condiciones no resulta una posibilidad que quiera tomar el presidente. ¿Me molesta? Obvio, pero tampoco es que pueda hacer mucho al respecto y lo único que me queda por hacer es acatar las órdenes que me sean dadas. Eso hago cuando regreso mis cosas a la taquilla del vestuario, dispuesta a retomar los entrenamientos pese a que mi cuerpo aun se está recuperando. Claro que no me espero toparme con ese rostro a mitad de pasillo y me quedo tiesa cuando me cruzo con su figura.
Creo que es la primera vez, o si no lo es de las pocas, que me quedo completamente muda. En mi defensa alegaré que desde que me enteré que esta mujer de ojos claros es mi madre, no había pensado en cómo actuar si alguna vez me encontraba con ella. Esa era una decisión que todavía estaba por tomar, tenía que planear cómo hacerlo, pensar en qué decir y cómo hacerlo, es obvio que no he llegado hasta aquí solo para quedarme en blanco, pero es lo único que consigo hacer. Lo que me planta esta cara de haber tragado un limón no es que se preocupe por mí, es que lo haga exclusivamente por formar parte de la seguridad del gobierno y no por ser su hija. — ¿Qué te importa? — las palabras brotan de mis labios mucho antes de que pueda frenarlas, es el enojo lo que me hace morderme la lengua por dentro, sabiendo que soy capaz a seguir hablándole de esa forma a la persona que, aunque no pertenece a mi escuadrón, sigue siendo mi superior. — ¿Me deja pasar? — es lo más sabio que puedo pedir, señalando con la cabeza el estrecho camino que me impide seguir con su presencia, siendo que no estoy ni preparada para afrontar esto, ni mentalizada para ello.
Se me hace más llevadera la vuelta a la normalidad regresando a la Base, a pesar de que he ido tan solo para ponerme un poco al día con lo que ha estado pasando en el tiempo que estuve fuera. Tampoco fueron muchos, una semana como mucho, pero suficiente como para que el distrito nueve se haya movilizado al punto de que ya tienen lo que parece ser su propio sistema montado y el ir a arrasar con ellos en mejores condiciones no resulta una posibilidad que quiera tomar el presidente. ¿Me molesta? Obvio, pero tampoco es que pueda hacer mucho al respecto y lo único que me queda por hacer es acatar las órdenes que me sean dadas. Eso hago cuando regreso mis cosas a la taquilla del vestuario, dispuesta a retomar los entrenamientos pese a que mi cuerpo aun se está recuperando. Claro que no me espero toparme con ese rostro a mitad de pasillo y me quedo tiesa cuando me cruzo con su figura.
Creo que es la primera vez, o si no lo es de las pocas, que me quedo completamente muda. En mi defensa alegaré que desde que me enteré que esta mujer de ojos claros es mi madre, no había pensado en cómo actuar si alguna vez me encontraba con ella. Esa era una decisión que todavía estaba por tomar, tenía que planear cómo hacerlo, pensar en qué decir y cómo hacerlo, es obvio que no he llegado hasta aquí solo para quedarme en blanco, pero es lo único que consigo hacer. Lo que me planta esta cara de haber tragado un limón no es que se preocupe por mí, es que lo haga exclusivamente por formar parte de la seguridad del gobierno y no por ser su hija. — ¿Qué te importa? — las palabras brotan de mis labios mucho antes de que pueda frenarlas, es el enojo lo que me hace morderme la lengua por dentro, sabiendo que soy capaz a seguir hablándole de esa forma a la persona que, aunque no pertenece a mi escuadrón, sigue siendo mi superior. — ¿Me deja pasar? — es lo más sabio que puedo pedir, señalando con la cabeza el estrecho camino que me impide seguir con su presencia, siendo que no estoy ni preparada para afrontar esto, ni mentalizada para ello.
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Su réplica es la misma que podría esperarme de Maeve dentro de unos años, creo por un segundo estar echando un vistazo al futuro y tengo que centrar mi mirada en ella para recordarme que estoy en un presente en que una chica apenas salida del Royal es la que me está faltando el respeto. Me paro todo lo alta que soy, que a veces la identificación como licántropo en los aurores no surte el mismo efecto que en otros para intimidar, comprendo el sentimiento de injusticia que sufren por haber sido relegados al crearse un nuevo escuadrón, necesidad que surgió de su propia ineptitud. —Me importa porque soy una superior entre los agentes de seguridad y si te pregunto algo me contestas con un sí o un no, te guardas tu prepotencia para cuando estés a solas o tus compañeros— le espeto, dura en mi tono como para obligarla a plantar sus pies donde está y la retengo del brazo ejerciendo una suave presión por si se le ocurre irse haciéndome un desplante.
—¿Tu apellido?— pregunto, sabe lo que eso significa, lo voy a usar para escupírselo a quien sea el inútil que esté en este momento a cargo del grupo de aurores. Si piensa que la dejaré pasar, está equivocada. No llegué hasta aquí dejando correr agravios y a la primera persona que cree que me puede dar vuelta la cara, le recuerdo con una bofetada que estoy en una posición en la que no admito este gesto. Es cuando me encuentro con sus ojos que vuelvo a sentir que la conozco, que se me hace vagamente familiar, debe ser las muchas veces que me vi en el espejo y siempre me hallo en el iris azul de los otros, o que sea precisamente un color tan constante en mi vida, que es el color y no los ojos, no la persona, lo que me genera esta sensación de familiaridad. —Si tienes problema con la autoridad te recomiendo que te apartes de este trabajo, con ese tonito tuyo no vas a durar. Estás dentro de jerarquía en la que agachas la cabeza ante tus mayores y superiores. Si no sabes hacerlo en tus malos días, búscate otro trabajo. Tengo entendido que en el nueve buscan gente así de irreverente y de hecho tienen un zoológico— la suelto con brusquedad, no con la fuerza para hacerle daño, que mis palabras siguen siendo amables, las que se dedica a una niña maleducada. —Prueba suerte ahí.
—¿Tu apellido?— pregunto, sabe lo que eso significa, lo voy a usar para escupírselo a quien sea el inútil que esté en este momento a cargo del grupo de aurores. Si piensa que la dejaré pasar, está equivocada. No llegué hasta aquí dejando correr agravios y a la primera persona que cree que me puede dar vuelta la cara, le recuerdo con una bofetada que estoy en una posición en la que no admito este gesto. Es cuando me encuentro con sus ojos que vuelvo a sentir que la conozco, que se me hace vagamente familiar, debe ser las muchas veces que me vi en el espejo y siempre me hallo en el iris azul de los otros, o que sea precisamente un color tan constante en mi vida, que es el color y no los ojos, no la persona, lo que me genera esta sensación de familiaridad. —Si tienes problema con la autoridad te recomiendo que te apartes de este trabajo, con ese tonito tuyo no vas a durar. Estás dentro de jerarquía en la que agachas la cabeza ante tus mayores y superiores. Si no sabes hacerlo en tus malos días, búscate otro trabajo. Tengo entendido que en el nueve buscan gente así de irreverente y de hecho tienen un zoológico— la suelto con brusquedad, no con la fuerza para hacerle daño, que mis palabras siguen siendo amables, las que se dedica a una niña maleducada. —Prueba suerte ahí.
Ni siquiera puedo mirarla, no cuando sus ojos son un reflejo de los míos y una prueba más de que la persona que tengo frente a mí es mi madre, un hecho del que no puedo deshacerme ni habiendo falsificado mi partida de nacimiento. Las mentiras tienen patas cortas, no fue mi familia, o la que tomaba por ella, la que me lo dijo, lo aprendí por cuenta propia y que ahora se presenta como la más honesta de las realidades, porque no hay nada en este mundo que me hubiera frenado de conocer la verdad tarde o temprano. Me sorprende que tome mi prepotencia como una muestra de rebeldía hacia mis superiores, no debería cuando se muestra como tal, en mi cabeza no es más que una rabieta de la hija que nunca crió y que recién está empezando a actuar como tal, ella inconsciente a todo esto, por supuesto. Tampoco trato de soltarme de su agarre, estoy más ocupada en dirigirle la mirada más fría que soy capaz, ayuda el inicio de diciembre y lo gélido del pasillo de la base, pero no hay nada que la impulse más que el frío que se asienta en mi corazón en este preciso instante.
No sé si reírme por lo siguiente o hacer qué, si no se aparece una risa es porque lo hace mentalmente, me siento incapaz a mover una sola facción de mi rostro cuando pregunta por mi apellido. Para ella no va a ser más que tomar nota en una libreta y entregárselo al líder de mi escuadrón para mi propio escarmiento. No soy consciente del ardor en mis venas pese al frío del que me he quejado anteriormente, la respuesta brota de mis labios mucho antes de que pueda procesarla siquiera. — Ruehl, o Hasselbach, no estoy muy segura. ¿Cuál es el que prefiere que utilice, madre? — el llenarme de estos modales no es más que un escupitajo de sus aires de superior de los que tanto se ha regodeado en mi cara no hace ni medio minuto, pero estoy segura de que para ella se siente más como un tortazo en toda la jeta. Es entones que me doy cuenta de que no existe nada que pueda frenarme para lo que se viene después. — También voy a nombre de Lancaster, pero son meros formalismos en realidad, ¿sabe? Una etiqueta bien pagada al parecer por mi cara bonita, debí ser un bebé bastante mono para que una pareja de puristas me aceptara teniéndote a ti por madre, ¿no es así? — a estas alturas creo que me estoy pasando más que de la raya, pero qué va, no me he pasado por veintitrés años, es momento de que tome responsabilidad por su propia hija. — Mire qué bien le fue, mi superior, de seguro está muy orgullosa de eso. De deshacerse de su hija también, apuesto. ¿Fue tan error que luego decidió convertirse en un animal? Sabía que existen los condones, ¿verdad? No necesitaba volverse estéril para evitar cometer la misma equivocación. — y sé que me voy a odiar por decir esto en el futuro, o quizás no, mediré las consecuencias de mi enojo ya cuando se me haya pasado, que por el momento no parece. — Capaz tú eres una mejor candidata para el zoológico de los traidores. — termino, perdiendo los formalismos de una vez por todas.
No sé si reírme por lo siguiente o hacer qué, si no se aparece una risa es porque lo hace mentalmente, me siento incapaz a mover una sola facción de mi rostro cuando pregunta por mi apellido. Para ella no va a ser más que tomar nota en una libreta y entregárselo al líder de mi escuadrón para mi propio escarmiento. No soy consciente del ardor en mis venas pese al frío del que me he quejado anteriormente, la respuesta brota de mis labios mucho antes de que pueda procesarla siquiera. — Ruehl, o Hasselbach, no estoy muy segura. ¿Cuál es el que prefiere que utilice, madre? — el llenarme de estos modales no es más que un escupitajo de sus aires de superior de los que tanto se ha regodeado en mi cara no hace ni medio minuto, pero estoy segura de que para ella se siente más como un tortazo en toda la jeta. Es entones que me doy cuenta de que no existe nada que pueda frenarme para lo que se viene después. — También voy a nombre de Lancaster, pero son meros formalismos en realidad, ¿sabe? Una etiqueta bien pagada al parecer por mi cara bonita, debí ser un bebé bastante mono para que una pareja de puristas me aceptara teniéndote a ti por madre, ¿no es así? — a estas alturas creo que me estoy pasando más que de la raya, pero qué va, no me he pasado por veintitrés años, es momento de que tome responsabilidad por su propia hija. — Mire qué bien le fue, mi superior, de seguro está muy orgullosa de eso. De deshacerse de su hija también, apuesto. ¿Fue tan error que luego decidió convertirse en un animal? Sabía que existen los condones, ¿verdad? No necesitaba volverse estéril para evitar cometer la misma equivocación. — y sé que me voy a odiar por decir esto en el futuro, o quizás no, mediré las consecuencias de mi enojo ya cuando se me haya pasado, que por el momento no parece. — Capaz tú eres una mejor candidata para el zoológico de los traidores. — termino, perdiendo los formalismos de una vez por todas.
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Nunca en mi vida me dieron una bofetada en violenta como esta, escuece más que las palabras de desprecio del padre que me crió y que me dejaron tirada en la calle, lastima más que el rechazo en labios del único hombre que creí amar y que me hicieron verme como lo que soy, como lo único que puedo ser, una mujer que solo piensa en sí misma y puede ser tan cruel. Tan cruel como para ponerse por delante de todos, buenos, malos, perversos, ingenuos, desquiciados, idiotas, enemigos, amigos, una bebé cuya vulnerabilidad necesitaba de los brazos de una madre y también se los retiré, aparté la mirada, la abandoné a la suerte de otros brazos mezquinos, renunciando a ella con el desprendimiento frío que solo la razón humana puede lograr, porque hasta las lobas velan por sus crías. —Yo no soy tu madre— es lo que contesto, soltándola de repente como si su piel estuviera recubierta de astillas filosas de cristal que acaban de marcarme con dolor mi palma. Lo digo con mis ojos puestos en los suyos, idénticos a los míos. Lo digo con la absoluta certeza de que esos ojos los heredó de mí, no de Hermann. Porque ese azul me pertenece a mí, no a él.
Entonces, es en esta muchacha en lo que llegó a convertirse ese bebé que maté en mi memoria. Sus ojos grandes, su cabello tan oscuro como el mío, ¿habría sido también un rebelde castaño en su adolescencia? Su boca llena y un cuello delgado que se yergue para que su mirada me enfrente sin noción del peligro que acarrea su actitud. Criada por magos puristas, una ironía que no sería graciosa para Hermann, como para mí tampoco lo es que terminara portando el atuendo de una auror del ministerio. Esta es definitivamente la «vida diferente» que Georgia Ehrenreich me aseguró que le daría a la única hija que tuve y podré tener nacida de mí. Y puesto que toda mi vida me he dedicado a hacer justicia a las palabras que me definieron de joven, esas que me decía que no tendría un destino distinto al de ser la perra orgullosa que lastima incluso a quienes podrían haberla amado, cruza el aire mi mano para golpear la mejilla de la muchacha y escucho a lo largo del pasillo como resuena. —Soy una jefa de escuadrón y tú no eres más que una auror novata, así que te ubicas en tu lugar— hablo lo suficientemente alto como para mi voz llene todo el corredor, —tu impertinencia te va causar mucho más que un sumario si me hablas de esa manera, ninguna de esas palabras corresponde a tu boca y mucho menos el que me llames «madre»— mis ojos se oscurecen advirtiéndole del riesgo de contradecirme. —Yo no tengo hijos—. Choco con ella al dar otro paso que coloca mi rostro sobre el suyo. —Y no aceptaré que una inferior se crea con autoridad para opinar sobre decisiones y actos de mi vida, no eres más que un auror del montón, acomódate en tu sitio y baja la cabeza.
Entonces, es en esta muchacha en lo que llegó a convertirse ese bebé que maté en mi memoria. Sus ojos grandes, su cabello tan oscuro como el mío, ¿habría sido también un rebelde castaño en su adolescencia? Su boca llena y un cuello delgado que se yergue para que su mirada me enfrente sin noción del peligro que acarrea su actitud. Criada por magos puristas, una ironía que no sería graciosa para Hermann, como para mí tampoco lo es que terminara portando el atuendo de una auror del ministerio. Esta es definitivamente la «vida diferente» que Georgia Ehrenreich me aseguró que le daría a la única hija que tuve y podré tener nacida de mí. Y puesto que toda mi vida me he dedicado a hacer justicia a las palabras que me definieron de joven, esas que me decía que no tendría un destino distinto al de ser la perra orgullosa que lastima incluso a quienes podrían haberla amado, cruza el aire mi mano para golpear la mejilla de la muchacha y escucho a lo largo del pasillo como resuena. —Soy una jefa de escuadrón y tú no eres más que una auror novata, así que te ubicas en tu lugar— hablo lo suficientemente alto como para mi voz llene todo el corredor, —tu impertinencia te va causar mucho más que un sumario si me hablas de esa manera, ninguna de esas palabras corresponde a tu boca y mucho menos el que me llames «madre»— mis ojos se oscurecen advirtiéndole del riesgo de contradecirme. —Yo no tengo hijos—. Choco con ella al dar otro paso que coloca mi rostro sobre el suyo. —Y no aceptaré que una inferior se crea con autoridad para opinar sobre decisiones y actos de mi vida, no eres más que un auror del montón, acomódate en tu sitio y baja la cabeza.
La sonrisa que muestran mis labios no es más que una ironía de todo lo que pienso, más yo soy la única que conoce del dolor que se acumula debajo del tejido de mi corazón cuando mi propia madre me niega. Desconozco si eso me da más ganas de marcharme o gritarle todo lo que llevo queriendo decirle desde que la sé mi progenitora, ahora mismo estoy demasiado ocupada señalando los hechos. Porque tiene razón, no es mi madre, nunca lo ha sido, ese papel no le corresponde y nunca lo hará, porque no dejas un bebé en manos de otro para que lo cuide sin reconocerlo como propio primero. Es lo mínimo que se puede hacer con un ser que no tiene la culpa de ninguna de las circunstancias, y aun así, ella consiguió hacerlo y a nada estuvo de que le saliera bien el plan. Ambas lo sabemos, que puede negarme todo lo que quiera, pero la mirada que me dedica dice mucho más de lo que pueden hacer sus palabras. Sé que me analiza, yo no lo hago porque me he pasado semanas buscando sus fotografías, mis ojos han pasado por tantas que casi podría decirse que la conozco. La realidad con la que me presento es completamente distinta, la de una madre que ni siquiera hace el esfuerzo de serlo, aunque solo sea reconociéndome como hija. — Pues claro que no lo eres. — escupo en respuesta, tengo que meditar en mi cabeza como no lo he hecho antes lo que decir después. — Para serlo primero deberías deshacerte de ese uniforme en el que te refugias para dar la cara, que como cobarde no puedes. Todos actuamos muy bien cuando tenemos algo que nos respalda, puedes vestirte con esa coraza todo lo que quieras, pero con ella no engañas a nadie. Eres una cobarde, todo lo que eres es eso, una gallina que solo sabe huir de sus acciones. Mírame y reconoce tus responsabilidades, por una vez en tu vida. — porque a mí no va a ser a quién le suelte un sermón, no cuando tiene tantas acciones que reprocharse a sí misma.
Lo que no espero, y creo que mi cuerpo tampoco, es la bofetada que me cruza la cara y me hace girarla hacia un lado por acto reflejo del movimiento. No diré que duele, no más que sus palabras, pero sí reconozco el hormigueo que recorre mi mejilla y que me lleva a elevar un mano hacia ella, aun con la cara de estupefacción grabada. Por ganas quiero devolverle el golpe, pero sé que no sería capaz de hacerlo y no por cobarde, sino porque yo sí tengo una pizca de respeto por mi persona, rebajarme a su nivel no es algo que desee hacer en este o cualquier momento del futuro. Mi rostro se topa con el de ella cuando regreso la vista hacia el frente, la tengo tan cerca que me es imposible no fijarme en que parece un reflejo de mi propia figura. — Me importa una mierda la posición que tengas, por mí como si deseas hacer que me echen, pero no te atrevas a pedirme respeto cuando eres una hipócrita y la primera en faltar a tu propia hija. No me vas a negar, te has pasado veintitrés años haciéndolo, actúa como una mujer de tu edad y sé consecuente con lo que haces. Si no fuiste lo suficiente inteligente como para no follarte a medio norte y acabar embarazada por eso, al menos ten la decencia de hacerte cargo de tus errores, si es que eso es todo lo que soy para ti. — que al parecer ni eso si no es capaz a mirarme como su hija y no como una inferior. — Madura de una puta vez, madre. — se lo escupiré tantas veces como quiera, no porque la crea como tal, sino porque soy consciente de lo mucho que le duele que lo haga, y ahora mismo solo quiero herirla del mismo modo que lo está haciendo ella.
Lo que no espero, y creo que mi cuerpo tampoco, es la bofetada que me cruza la cara y me hace girarla hacia un lado por acto reflejo del movimiento. No diré que duele, no más que sus palabras, pero sí reconozco el hormigueo que recorre mi mejilla y que me lleva a elevar un mano hacia ella, aun con la cara de estupefacción grabada. Por ganas quiero devolverle el golpe, pero sé que no sería capaz de hacerlo y no por cobarde, sino porque yo sí tengo una pizca de respeto por mi persona, rebajarme a su nivel no es algo que desee hacer en este o cualquier momento del futuro. Mi rostro se topa con el de ella cuando regreso la vista hacia el frente, la tengo tan cerca que me es imposible no fijarme en que parece un reflejo de mi propia figura. — Me importa una mierda la posición que tengas, por mí como si deseas hacer que me echen, pero no te atrevas a pedirme respeto cuando eres una hipócrita y la primera en faltar a tu propia hija. No me vas a negar, te has pasado veintitrés años haciéndolo, actúa como una mujer de tu edad y sé consecuente con lo que haces. Si no fuiste lo suficiente inteligente como para no follarte a medio norte y acabar embarazada por eso, al menos ten la decencia de hacerte cargo de tus errores, si es que eso es todo lo que soy para ti. — que al parecer ni eso si no es capaz a mirarme como su hija y no como una inferior. — Madura de una puta vez, madre. — se lo escupiré tantas veces como quiera, no porque la crea como tal, sino porque soy consciente de lo mucho que le duele que lo haga, y ahora mismo solo quiero herirla del mismo modo que lo está haciendo ella.
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Sal de la esquina en la que te escondes, no seas una cobarde, no seas débil, da la cara como lo hacen todos en la familia, no trates de mantenerte apartada y detrás de otras espaldas, ¡lucha! ¡No seas una cobarde! ¿Eso es todo lo que sabes hacer? ¿Huir? ¿A dónde huyes, Annie? ¿Qué tan lejos crees que vas a llegar? Iré a otra ciudad, cambiaré mi nombre, seré otra persona. ¡Tu familia! ¡Traicionaste a tu familia! Ya no eres una hija de esta casa, vuelve a la calle. Tan débil, tan asustada. ¿Qué tan fácil eres de quebrar? Ya me rompieron, ten cuidado con los pedazos cuando me tocas. — ¡Cállate!— grito con histeria al sacudir su brazo así para de hablar, así deja de llamar a todas esas otras voces que arrasan este pasillo y se agolpan en mi mente para hacerse escuchar en mis oídos con toda su furia de años pasados. — ¡Calla todas tus estupideces!— le exijo con esa nota temblorosa en mi voz que la lleva a su pico más alto, para hacerle saber que he perdido todo la mesura. —¿Con qué derecho me reclamas lo que me reclamas?— mis dedos se clavan en la carne de su brazo, —¿Qué me haga cargo de ti? ¡¿Te oyes lo que dices?!— llego a mi punto de quiebre, mi mirada busca sus ojos con la desesperación de una bestia que siente el ardor de la bala y rastrea con la vista a quien disparó.
No la di para que un día volviera a mí, la di con la condición de que ignorara mi nombre y su procedencia, la di con la promesa de Georgia de que todo estaba hecho para el olvido, ella no se acordaría de mí, yo no la guardaría en mi memoria. —Tienes que agradecerme el que te haya negado, tienes que agradecerme tu vida de padres puristas y adinerados que nunca te hicieron faltar nada, que no te hicieron pasar hambre, que pudieron pagar sanadores al enfermarte, que te mandaron a una escuela y por los que hoy tienes un puesto de trabajo en el ministerio, que no estás haciendo de puta y chantajista en el norte como lo hizo la madre que te parió— escupo cada una de estas palabras sobre su cara, a sus ojos que me juzgan. —Te negué entonces, te niego hoy y te negaré siempre, no me hago cargo de ti. No me culpes de haberte entregado, no reniegues tú de la mejor vida que podías tener y me exijas que te haya mantenido conmigo en la mierda que era la mía, si lo hubiera hecho ¡entonces sí! ¡entonces sí hubiera aceptado todas tus palabras de reproche!— la suelto, el desprecio me aparta de ella. —Me hago cargo de la decisión que tomé entonces y lo volvería hacer, fuiste la única persona que libré de hacerle daño, no hay persona que se haya encontrado conmigo que pueda decirte que tuvo la misma suerte. Así que cállate de una buena vez, sigue tu camino y ni siquiera me mires, Lancaster— le recuerdo bien quién es, alguien que no tiene nada que ver conmigo.
No la di para que un día volviera a mí, la di con la condición de que ignorara mi nombre y su procedencia, la di con la promesa de Georgia de que todo estaba hecho para el olvido, ella no se acordaría de mí, yo no la guardaría en mi memoria. —Tienes que agradecerme el que te haya negado, tienes que agradecerme tu vida de padres puristas y adinerados que nunca te hicieron faltar nada, que no te hicieron pasar hambre, que pudieron pagar sanadores al enfermarte, que te mandaron a una escuela y por los que hoy tienes un puesto de trabajo en el ministerio, que no estás haciendo de puta y chantajista en el norte como lo hizo la madre que te parió— escupo cada una de estas palabras sobre su cara, a sus ojos que me juzgan. —Te negué entonces, te niego hoy y te negaré siempre, no me hago cargo de ti. No me culpes de haberte entregado, no reniegues tú de la mejor vida que podías tener y me exijas que te haya mantenido conmigo en la mierda que era la mía, si lo hubiera hecho ¡entonces sí! ¡entonces sí hubiera aceptado todas tus palabras de reproche!— la suelto, el desprecio me aparta de ella. —Me hago cargo de la decisión que tomé entonces y lo volvería hacer, fuiste la única persona que libré de hacerle daño, no hay persona que se haya encontrado conmigo que pueda decirte que tuvo la misma suerte. Así que cállate de una buena vez, sigue tu camino y ni siquiera me mires, Lancaster— le recuerdo bien quién es, alguien que no tiene nada que ver conmigo.
De todas las reacciones que pude haber esperado que tuviera, que me responda con gritos no era una de ellas, pero supongo que para las bestias es su único recurso a la hora de defenderse. Esa y la de clavar sus pezuñas en la piel de sus víctimas, aunque no me considere una, sí me molesta la presión que ejerce sobre mi brazo. No quiero callarme, deseo bramar en su cara todos los errores que cometió en su patética vida, esos de los que me he estado informando en este tiempo en el que me decidí no buscarla, porque quería conocerla primero. Mis propósitos eran tan crueles como toda la palabrería que está usando contra mí ahora mismo, quería dañarla, llenarme de todo el desprecio que siente ella hacia mí para escupírselo en la cara de vuelta. Lo siento en su mirada, tan potente que sería capaz a encarcelar su repulsión en un bote de cristal y explotarlo cerca para que le regresara todo el mal que ha causado en el mundo. Toda mi vida me he considerado una persona fría, insoportable para muchos, empeñada en mirar exclusivamente por mi propio bien. No es hasta ahora que puedo compararme con lo que tengo delante y darme cuenta que dentro de todo lo que nos parecemos, apenas le llego a la suela de los zapatos en lo que a crueldad se refiere. — Eres pura basura. — se lo digo con todo el asco que me es posible acumular en el cuerpo, un gran porcentaje si consideramos que es algo que no tengo problema en recoger hacia alguien. Contra ella se vuelve un escudo hacia mi propia persona.
Porque no le estaba pidiendo nada, es ella la que se ha topado conmigo y parado para preguntar sobre una salud que cinco minutos antes, hasta me hubiera creído que le importaba, inconsciente de que fuera su hija, lo sé, pero es lo que parecía. ¿Ahora? Está más que claro que sus preocupaciones van dirigidas hacia otro lado, hacia su propio ego, ese que se ha dedicado a alimentar hasta volverse el animal que se presenta ante mis ojos. Y me duele, pues claro que me duele, soy consciente de los cristales que estallan dentro de mi cuerpo para hacerme añicos en mi interior. Estoy desangrándome y no hay nadie que se dé cuenta, porque como siempre, mi semblante apenas reacciona ante sus palabras hirientes. Me guardo todo lo que siento para cuando pueda estar sola y destrozar las paredes con mis gritos, lágrimas que probablemente hundan más que mis pulmones. Inconscientemente estoy haciendo lo mismo que ella, no me doy cuenta de que lo que más me hace sufrir es que terminaré igual de sola que mi madre por esta manía mía a hacerme de roca frente a todo el que pretende acercarse. Que le estoy gritando que ningún escudo la protegerá hasta el final cuando espero que el mío sí lo haga, igual de hipócrita que ella, igual de miserable. Somos parecidas, eso no hay quién lo niegue. — Ojalá te pudras en el infierno. — es lo único que tengo para decir en esta despedida que espero sea hasta que nos encontremos en el mismo lado del tablero, porque estoy segura de que allí también hay un lugar reservado para mí. Doy un paso hacia atrás, alejándome de su rostro para contemplarlo una última vez, antes de retomar mi camino por el pasillo en dirección contraria, mi hombro golpea su cuerpo para hacerme pasar, pero no me giro para comprobar qué hace antes de desaparecerme del lugar, de su vida también.
Porque no le estaba pidiendo nada, es ella la que se ha topado conmigo y parado para preguntar sobre una salud que cinco minutos antes, hasta me hubiera creído que le importaba, inconsciente de que fuera su hija, lo sé, pero es lo que parecía. ¿Ahora? Está más que claro que sus preocupaciones van dirigidas hacia otro lado, hacia su propio ego, ese que se ha dedicado a alimentar hasta volverse el animal que se presenta ante mis ojos. Y me duele, pues claro que me duele, soy consciente de los cristales que estallan dentro de mi cuerpo para hacerme añicos en mi interior. Estoy desangrándome y no hay nadie que se dé cuenta, porque como siempre, mi semblante apenas reacciona ante sus palabras hirientes. Me guardo todo lo que siento para cuando pueda estar sola y destrozar las paredes con mis gritos, lágrimas que probablemente hundan más que mis pulmones. Inconscientemente estoy haciendo lo mismo que ella, no me doy cuenta de que lo que más me hace sufrir es que terminaré igual de sola que mi madre por esta manía mía a hacerme de roca frente a todo el que pretende acercarse. Que le estoy gritando que ningún escudo la protegerá hasta el final cuando espero que el mío sí lo haga, igual de hipócrita que ella, igual de miserable. Somos parecidas, eso no hay quién lo niegue. — Ojalá te pudras en el infierno. — es lo único que tengo para decir en esta despedida que espero sea hasta que nos encontremos en el mismo lado del tablero, porque estoy segura de que allí también hay un lugar reservado para mí. Doy un paso hacia atrás, alejándome de su rostro para contemplarlo una última vez, antes de retomar mi camino por el pasillo en dirección contraria, mi hombro golpea su cuerpo para hacerme pasar, pero no me giro para comprobar qué hace antes de desaparecerme del lugar, de su vida también.
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