The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Magnar A. Aminoff
Presidente
Advertencia: Este post incluye temas que pueden ser sensibles para el lector.


He dejado pasar los días y las horas en las cuales me refugié dentro de mi mansión, masticando el odio y tragándome montañas de mierda, mientras que Kendrick Black y mi hermana tienen el descaro de mostrarse como amigos en la televisión. Puedo decir que he contado las pecas de ese rostro en lo que tuve la necesidad de pasar mis dedos por ese cuello blanco, que se cree demasiado listo como para pararse en sus pies y enfrentarme después de todo este tiempo. ¿Y por qué no me sorprende que se mezclara con esa gente sucia, con esa estirpe contaminada y montones de basura? Mi madre no era buena controlando a sus hijos y sospecho que su marido era demasiado blando, hay que ver lo que fueron sus hijos. Traidores, patéticos, débiles. Y aún así, metieron el dedo allí donde me molesta, cagaron dentro de mi casa y lo festejan con orgullo. Necesito aplastarlos como las cucarachas que son y decido que debo empezar por lo único que tengo a mano.

Tengo que admitir que al menos Powell ha hecho algo bien al dejar atada a una de las personas más buscadas de la lista, aunque me huelo a que tiene que ver más con cuestiones personales que por desear quedar bien conmigo. No es alguien como Kendrick Black, pero al menos es algo. La base de seguridad se siente demasiado brillante a comparación con mi casa, las celdas de alta gama se encuentran en los pisos inferiores y la falta de ventanas sirve solo para volver locos a los prisioneros, pero no a mí. No necesito aurores que me custodien, incluso le pido al que se encuentra frente a la puerta hermética que se marche. No le queda otra opción más que obedecerme, pongo mi pulgar sobre la llave de seguridad y me adentro a la celda, con la puerta cerrándose detrás de mí y escondiéndonos del mundo.

Su cuerpo es pequeño, no entiendo cómo alguien como ella puede causar tantos problemas. No le quito los ojos de encima en lo que me muevo por la celda, hasta meter las manos en los bolsillos de mi pantalón justo frente a ella. Guardo silencio, como si pudiera descifrarla soolo con la mirada. Al final, me relamo antes de hablar — ¿Cómo te llamas? — pregunto en tono calmo, que no refleja el infierno hirviendo de mi interior — Por favor, me llena de curiosidad el saber el nombre de la mujer que se ha ganado tanto odio en el último año. Siento que tú y yo vamos a llevarnos bien por un rato— ladeo la cabeza y, por primera vez, se me asoma una vaga sonrisa — La habitación es a prueba de sonido. ¿No te parece eso de lo más divertido?
Magnar A. Aminoff
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Mi cabeza se levanta por inercia cuando escucho el ruido de la puerta, no es un sonido que escuche con frecuencia y para el silencio constante que hay en la habitación, incluso el “clack” que produce al cerrarse retumba contra mis oídos como si alguien la hubiera cerrado de un portazo. Siento el cuerpo cansado pese a no haber hecho nada durante días y la boca reseca junto con los labios que se resquebrajan ante las cantidades limitadas de agua que ingiero al día. No es que hubiera esperado una suite al estar cautiva, pero no esperaba tener un anfitrión como Magnar Aminoff a decir verdad.

- ¿Llevarnos bien? Creo que cada uno tiene una definición de diversión muy diferente. - No reconozco mi propia voz al llevar tanto tiempo sin pronunciar palabra y mi garganta quema como si hubiera estado tomando alcohol puro. Trago saliva con dificultad y lo miro con toda la curiosidad que puede tener una vaca en un matadero. No soy estúpida, ya sé lo que me espera cuando en sus ojos veo la mirada de un sádico, de un animal observando a su presa, no por hambre, sino que con ganas de jugar. - No sabía que era tan popular… soy Ava Ballard, por si te interesa ponerlo en los bonitos carteles que tienen con mi cara. ¿O ya los quitaron? Es una pena… era casi que divertido pasar por al lado de ellos sin que nadie me reconociera. - Las palabras me salen un poco atropelladas, o tal vez ahogadas, pero la sonrisa que le regalo al final de mi oración no me falla. Como dije, diferentes conceptos de deiversión.

- ¿A qué se debe esta visita? No creí que valiera siquiera un segundo de tu tan preciado tiempo. ¿No tienes mejores cosas qué hacer? - Y sí, puede que esté cavando mi propia tumba con cada sílaba que se escapa de mi boca. Pero contrario a lo que podía decir, tenía miedo de que hubiese tardado tanto tiempo en venir a verme por estar ocupado con otros prisioneros. ¿Qué es lo que había sucedido? El muy hijo de puta tenía razón, y la habitación a prueba de sonido no dejaba que me enterase de nada más que mi respiración.
Ava E. Ballard
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Me sonrío como si su actitud mordaz me diera la complicidad como para tomarlo como una broma entre ambos, cuando sé que solo está buscando mofarse con palabras que no me afectan, que hace tiempo he sabido que estaban frente a nuestras narices y creo que eso era lo que más me molestaba. Es mi error el no poder encontrarlos a tiempo, es mi inutilidad como presidente y el fallarle a todos, en especial a mí. ¿Qué significa esto? Que debo mejorar el funcionamiento de mi ministerio y, sospecho, algunos no durarán demasiado en sus puestos — Ava — repito su nombre de pila, descarto su apellido porque solo me servirá cuando pueda ponerme a revisar los archivos para descubrir exactamente de dónde salió. Es muy vieja para haber nacido en el catorce, muy joven para haber huído por su cuenta — Tienes un nombre muy bonito que va muy bien con esa cara. Es una lástima que sigas los caminos más autodestructivos — esos que la llevan a una celda y no a un sitio algo más decente para acabar sus días, tan jóvenes, tan desperdiciados.

Me encojo de hombros con los labios fruncidos, como si en verdad estuviera meditando qué hago aquí en realidad — Es curioso — comienzo — Supongo que aquí no tienes oportunidad de enterarte lo que ha sucedido. Verás, tus amigos me robaron un distrito entero y Kendrick Black está invitando a todo el mundo a sumarse a su ridícula epifanía. Por otro lado, mi hermana anda diciendo por ahí que el mundo puede equilibrarse si todos nos tomamos y cantamos villancicos sobre lo bueno que es trabajar con aquellos que nos apuñalaron en la espalda en el pasado — dejo caer la cabeza hacia delante en lo que me pongo de cuclillas para estar a su altura, negando con obvio cansancio — Estos niños, que no saben jugar a la realidad. Pero me da curiosidad que gente como tú, ya adulta, crea esas locuras.

Para cuando levanto la mirada también lo hace mi mano, esa que va directo a su mentón y lo sujeta con fuerza — Eres squib — su adn quedó en evidencia en cuanto ingresó a la base, a pesar de que no tenemos registros de ella — Podrías haberte quedado dentro del sistema, pero en su lugar elegiste el darle la espalda. ¿Qué es lo que tiene Black para que todos vayan detrás de su culo a cumplirle sus caprichos de niño engreído? No hay nada especial sobre él. No es poderoso, no es un político y, aún así, hay personas que deciden ignorar años de historia y evolución creyendo que el orden natural de las cosas puede alterarse a la merced de un par de errores que pueden eliminarse con facilidad. Pero voy a dejar una cosa bien en claro… — mis dedos patinan de su mentón hacia su mejilla, hasta clavarse entre sus cabellos y su cuero cabelludo con la fuerza suficiente como para que no pueda moverse — Ese camino te ha llevado hasta aquí, cuando portarse bien era muy sencillo. Y lo único que te espera es pudrirte en esta celda, mientras tus compañeros pasan uno por uno por las vecinas y, tienes que creerme, me encargaré de que los escuches llorar, patalear y gritar hasta que morir sea lo único que puedan ansiar. ¿Y sabes lo que es mejor? — me inclino vagamente hacia ella, en lo que mis ojos se vuelven dos rendijas — Me encantaría enseñarte los trozos que queden del niño, para que gente como tú entienda cómo es que funcionan las cosas. O quizá jugar con él sea tan divertido que demorar su muerte sea la mejor opción. ¿Tú que opinas? — muevo su cabeza hacia un lado, dejando su cuello al descubierto, como si de esa manera pudiese analizarla mejor — ¿Tú que prefieres? Porque no soy el primero en una larga lista que te quiere muerta, pero hasta yo sé que es la salida fácil. Y a mí no me gusta lo fácil. Me aburre.
Magnar A. Aminoff
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Me molesta que pronuncie mi nombre con una familiaridad que no le corresponde, como si pudiese degustar las tres cortas letras que lo componen con su lengua casi que viperina a mis ojos. - Gracias, voy a encontrar consuelo en ese halago cuando no pueda dormir por las noches. Soy bonita, pero al parecer suicida. Nada nuevo a decir verdad. - No había hecho el mayor de los descubrimientos, pero no podría llamar “autodestructivo” al camino que había elegido transitar. Peligroso seguro, pero la meta al final del camino no culminaba con el fin de mi propia vida. Aunque bueno, no podía esperar vivir mucho al estar como este, a centímetros de Magnar Aminoff.

No puedo decir que no me sonrío cuando me cuenta que, pese a todo, ganamos. No quería saber qué tanto nos había costado esa victoria, pero logra de a poco el darme información que considero valiosa. No lo del distrito en sí, pero Kendrick está vivo y eso genera que un gran peso se libere de mi pecho. Todavía hay otros, pero ese enano era una gran prioridad dentro de mi lista. Hero, por otra parte, me sorprende. Para bien de hecho, porque no sabía cuál era su plan de juego y una alianza con Kendrick era bastante más de lo que podía pedir. Mucho más de lo que nadie podría pedirle cuando ha pasado por tanto.

Lo siguiente es algo que espero mucho más que la charla casi cordial que quiso mantener en un inicio, y si mi cabeza sigue la dirección que su mano indica, es por el desafío mismo que me nace de adentro. No correré el rostro ni rehuiré su mirada, lo último que quiero es morir sin pelear así que si este es mi fin, pues voy a dar pelea. Lo dejo terminar incluso cuando su apriete contra mi cuero cabelludo tira con la fuerza suficiente como para sentir que tiene hasta mi cerebro en sus manos, pero no le regalo ni un solo quejido. - Eso quiere decir que soy la única que se encuentra aquí, ¿verdad? La razón por la cual me das todo este discurso sin chillidos y llantos de fondo… - Le sonrío, no con certeza, sino con la esperanza de que su amenaza en sí misma todavía no puede surgir efecto. Los demás están bien, ganamos y los demás están bien, eso es lo que importa.

Trato de soltarme de su agarre para poder verlo mejor, pero lo único que consigo es tironear yo misma de mi propio cabello gracias a su fuerza. No importa, puedo hablar expuesta ante el peligro, no sería la primera vez. - ¿Quieres saber lo que opino? Opino que tu sistema es una basura y que no puedes ni llegar a los talones del niño engreído al que acusas de ser insignificante. Para ser una chinche en tu zapato sí que clava fuerte, ¿verdad? Ken no necesita ser un político para ser poderoso, creeme, lo he visto. Con quince años ese “niño” tuvo mucha más capacidad que todo un escuadrón tus preciados aurores entrenados… y ahora, ¿dices que se hicieron con el nueve? - Le sonrío con sorna y disfruto de mis palabras, degustándolas contra mi paladar al saber que, sin importar qué, nadie me quita el gusto de estar diciéndole todo lo que pienso en la cara. - Tu madre tardó más de quince años en encontrar un distrito, tu no llevas ni uno en el poder y ya pierdes uno entero a la primera, patético. - ¿Cuánto tiempo me queda? si dice que le aburre lo fácil supongo que mucho más que el que debería estar procurándome con mi verborragia, pero la adrenalina que corría por mis venas no me dejaba callar. Si era sincera, jamás había sido buena con esto de guardar silencio. - Pero bueno, no puedo esperar mucho de alguien que pelea con adolescentes y se rebaja a amenazar a una squib, ¿no? ¿Qué dijiste que había hecho? ¿Darles la espalda? Pues perdón por querer vivir una vida libre, rodeada de mis seres amados, de mi familia… ¿acaso entiendes siquiera lo que es eso? Supongo que no. Para tí lo mejor que debería haber hecho es quedarme dentro del sistema, despreciada por los de su clase hasta que deciden que les da lo mismo el tener magia siempre y cuando puedan ponerla en algún lado. Sé cómo vivían los squibs por aquí, una de mis mejores amigas lo fue, y aún así ella tuvo más fuerza e integridad en su meñique que todo su maldito sistema.
Ava E. Ballard
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Le permito hablar, no hay interrupción, no hay ningún dejo de emoción en lo que sus palabras entran en mi cabeza y me suenan al discurso de orgullo de la hormiga que se ha comido mi almuerzo y ahora se pavonea, incluso cuando es fácil de aplastar. Puede llamarme patético, puede verme débil, puede creer que su ejército ha hecho algo como ganarme una pelea, pero al fin de cuentas es ella quien se encuentra pudriéndose en una celda, una que espera llenarse de fantasmas y compañeros que se alimenten de su misma mugre. Lo que le sigue a su discurso es silencio, me transformo en una tumba hasta que no puedo contenerme y me río. La carcajada se eleva entre nosotros, hace eco en el cuarto sin ventanas. Es fría y rítmica. La suelto para poder pellizcarme las sienes en lo que sigo riendo, me pongo de pie y le doy la espalda. Es que adoro las historias de mártir que tienen esas personas, de veras, siempre es la misma desde que el tiempo es tiempo. Como si pudiéramos hacer lo correcto sin pecar. Yo no aspiro al cielo, me conformo con ganarme el trono del infierno, ahí reside nuestra diferencia.

No saco la varita. Para cuando me giro hacia ella, es mi puño el que se estrella contra su rostro, bonito sí, pero fácil de quebrar. El sonido de su nariz me lo indica, el color carmesí de mis nudillos lo confirma — Fueron los sentimientos los que llevaron a mi madre a la locura y a las personas como tú, a la perdición. No puedes ganar una guerra con integridad — mi voz continúa suave, impoluta. Sacudo la mano, esa que arde por el impacto en lo que me hago con la varita — Siempre hay bajas, lo supe desde el primer momento y un distrito entero es solo una piedra, pero no el camino. Me culpo a mí mismo por no haber podido ganar, pero me ha enseñado que no cometeré el mismo error dos veces. En cuanto a Black… — una sacudida de la varita es suficiente para que su cuerpo se eleve, hasta quedar de cabeza. Puedo entornar los ojos al mirarla en una misma altura, aunque por su rostro descienden las gotas de sangre que resultan encantadoras, tanto como para llevarse mi atención por un momento — Ahora es el tiempo en el cual puede jugar a ser un rey. Pero toda su familia ha caído y por eso mismo, está solo. Es solamente los restos de una mala plaga, eso es todo. Hay un poder que personas como él no pueden tomar y ahí es cuando yo gano — porque es débil, su moral va a ser su condena.

Me trueno el cuello antes de sacudir la varita. El latigazo corta el aire y el sonido del hueso de su brazo al romperse puede escucharse a la perfección, justo antes de que cuelgue en una posición burda que la asemeja a una muñeca de trapo. Con un suspiro, me golpeteo el mentón con la punta de la varita y me muevo, bordeándola con pasos lentos que me permiten el abarcar lo largo de su cuerpo. Es pequeña, como una garrapata tóxica — ¿Cómo se siente…? — murmuro a sus espaldas, en lo que apoyo una mano en su espalda y me recargo en ella, respirando en su oído, olfateando su cabello, como si apestara a miedo — ¿Cómo es engañarse creyendo que pueden romper un sistema, cuando solo son un virus? ¿Cómo sigues respirando, cuando allá afuera se olvidaron de ti? Porque mientras tú eres completamente mía, ellos te dejaron atrás, jugando a las casitas en las granjas. Debe ser muy triste… vivir una vida que será olvidada cuando seas polvo, porque eso es lo que fuiste cuando respirabas. Solo basura, solo carne. Y la carne es tan fácil de corromper.
Magnar A. Aminoff
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Creo que una hiena hambrienta, sedienta de sangre y riéndose con ese sonido tan característico, no me habría producido la misma sensación que Magnar Aminoff cuando estalla en una carcajada. Es un sonido estrambótico y casi que tintineante, como un psicópata que anuncia su llegada al hacer sonar un sonajero para luego golpearte con él. Porque siento venir el golpe y sé que aunque quisiera no podría haberlo evitado. Y no puedo contener el alarido de dolor que huye de mi garganta cuando su puño se estrella contra mi rostro y rompe mi nariz, provocando un caudal de sangre que no podría contener aunque lo intentase. Duele y arde, así que trato de presionar con fuerza para evitar que el sangrado lo más que pueda. Sé que se forman lágrimas en las esquinas de mis ojos, pero las ignoro.

- Oh, no. Hace rato que yo perdí la integridad. Si quiero enfrentarme a seres despreciables como tú no puedo creer que todos jugaremos limpio, ¿verdad? Mis manos tienen sangre en ellas, no quiero ni puedo negarlo. - Si trataba de esconder mis actos a mis espaldas, jamás podría seguir hacia delante de frente, permitiéndome escupirle mis verdades al presidente sin que me tiemble la voz. No soy una santa, estoy lejos de serlo; pero mis creencias no cambiarían y mis sentimientos, esos que él tanto quería criticar, son el combustible que hacen que me mueva.

No importa con qué tanta fuerza apriete los músculos en lo que espero el impacto, jamás me acostumbraré a recibir un hechizo que invalida por completo mi voluntad y, en este caso, la gravedad. La sangre contra mi nariz se amontona y tengo que tomar bocanadas de aire con la boca para no ahogarme respirando mi propia sangre, esa que cae contra un costado de mi cara y me obliga a cerrar uno de mis ojos al no poder ver bien. - ¿Pero quién mierda te dijo que está solo? Nadie puede luchar solo y esperar ganar. Puede que los Black hayan caído, pero estás equivocado si crees que esa es la única familia que puede tener Kendrick. - Había visto crecer a ese niño, a ese hombre en el que se estaba convirtiendo desde su primer día de vida. Era un hermano, un sobrino, y si no fuese por las diferencia de edades casi que sería un hijo. Podía estar colgada, sangrando y enfrentándome al psicópata más enfermo de todo el país; y aún así no podía arrepentirme de ninguno de los pasos que me habían llevado a esta situación. - No sé qué tipo de poder crees tener sobre él, pero créeme, no lo necesita. -

Aprovecho el estar colgada y tragando sangre para cerrar el pico, juntar saliva y escupir en su dirección. No me importa si le da, solo que estar siquiera en su presencia me causa repulsión. Y tal vez debería haber estado más concentrada en su mano, y no en ser un incordio, porque no me espero su siguiente movimiento y la sorpresa hace que grite a causa del dolor sordo que siento no en el brazo, sino que en todo el cuerpo. Y no puedo siquiera respirar bien y termino por toser y escupir, todo al mismo tiempo, habiendo respirado mi propia sangre y sintiendo la quemazón contra mi nariz, contra mi brazo, contra mi cabeza y contra mis pulmones. - Se siente como la puta gloria. - cada palabra va remarcada con una respiración ahogada, y tengo que juntar fuerzas y aire antes de volver a hablar. - Todos terminaremos olvidados y en el polvo, pero en el mientras me regodea el saber que pueden jugar delante de tus narices, remarcando tus errores con cada una de sus victorias. Me importa mi vida, no me malentiendas, pero me importa mucho más que ellos puedan vivir la suya. ¿Quieres torturarme? Hazlo, rómpeme si quieres. Pero incluso aunque me aferre a mi último aliento, no sufriré jamás porque ellos sean felices.
Ava E. Ballard
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Todos estamos solos, Ava — se lo digo como si fuera una niña pequeña a quien hay que educar, salvaje como todos en ese grupo que vino del norte pensando que la sociedad podía acoplarse a ellos y no a la inversa — Y el camino del líder siempre exige sacrificios, uno que te alejará de los demás porque no eres como ellos. Algunas personas nacen con esa cruz en la espalda y no todos los hombros cuentan con la suficiente fuerza como para ello — no hace falta aclarar dónde se encuentra su falla en ese panorama, no creo que los brazos de un adolescente sean suficiente. Yo no necesito poder sobre él, me conformo con que pise sus propios errores y acabe pagando por ellos, como lo hacemos todos. ¿No es así como funciona el mundo real?

Esquivar su escupitajo es tan fácil como moverme en nuestra propia danza. Paso mis dedos con sumo cuidado por su mejilla y limpio un poco de su sangre, esa que me llevo a mis propios labios para saborear. Salada. Metálica — Tienes pensamientos muy puros, de seguro te hacen sentir mejor por las noches. ¿Así es como funciona? — cierro el puño alrededor del brazo roto, primero es una suave presión, luego lo aprieto con intención a ver que tanto le fastidia — ¿Dices amar al prójimo y así te convences de que todos tus errores valen la pena? Son demasiado cursis, me dan asco. Es mi deber penoso decirte que la vida real es una mierda y todos comemos de ella. Ser egoísta a veces es sano, Ava —  la suelto para que la varita anule el hechizo y dejo que su cuerpo caiga con todo su peso al suelo, haciendo que el hueso roto haga rebotar su brazo con el impacto. Pobre, de seguro la cabeza le da vueltas por la cantidad de sangre que brota de su nariz, me pregunto cómo debe estar hinchándose la zona de la ruptura. Pero yo no estoy aquí para conseguir información, ellos ya no se esconden. Solo quiero divertirme, el recordarle que se metieron con la persona equivocada. Que mi dolor y frustración sean suyos.

Lo bueno de los maleficios cortantes es que son rápidos, pero no limpios. El corte que le raspa la espalda me recuerda a los látigos que yo no me molestaré en usar, pronto la sangre tiñe sus prendas sucias y me inclino hacia ella, chasqueando la lengua. No, así no está bien, será un enchastre. No uso la magia para colar mis dedos en el corte creado sobre la ropa y, sin importarme que me mancho de su líquido, tiro de la tela, la cual se va partiendo y despegando de ella hasta poder lanzarla a un lado. Su piel es pálida, los moretones son mucho más fáciles de distinguir — Tienes un muy bello lienzo por aquí — mis dedos rozan su espalda, allí donde el corte sigue sangrando antes de ser cruzado por un segundo. Y un tercero. Un cuarto. Mi rodilla se clava en su espalda baja en lo que mi cuerpo presiona el suyo para mantenerla en el suelo, ayudádome con la mano libre al aplastar su cabeza. Que respire el piso — Podría grabar en carne viva la cantidad de mierda que te mereces y aún así, creo que todo tu cuerpo no sería suficiente — farfullo, toqueteando una de las heridas con la punta de la varita. La presiono un poco, obligo a la sangre a brotar más rápido — ¿Sabes cómo se detendría todo esto? Solo quiero que llores, Ava. Que me lo pidas muy amablemente, con un “por favor” me basta. Que me pidas perdón por lastimar a todas las familias bajo mi cuidado con tu triste existencia. ¿Acaso pido mucho?
Magnar A. Aminoff
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Ava E. Ballard
Fugitivo
Quiero escupirle que no soy una ilusa con la vida, que no es así como pienso y que en definitiva sé que la vida real es una mierda con la que todos tenemos que lidiar de la mejor manera que sepamos. Me gustaría gritarle que no conoce ni una fracción de la porquería con la que hemos tenido que lidiar por años y que no puede venir a darme lecciones de vida cuando él mismo no sabía lo que era el sufrimiento por ser un sádico carente de sentimientos. Quiero putearlo, insultarlo, y hacerle saber que es una criatura sarnosa que ni siquiera podía ser considerada humana… Pero todas y cada una de las palabras mueren contra mi lengua, ahogadas en una serie de gritos y quejidos que provienen desde mis entrañas a causa de las punzadas de intenso dolor.

Quiero formar un hilo coherente de pensamientos, encontrar mi voz y cantarle todas las verdades a la cara para corroborar por mi cuenta que en serio no tiene un atisbo de compasión ni humanidad, pero no hace falta siquiera pronunciar palabra para hacerlo. Demuestra con sus acciones su sadismo extremo y cuando caigo a causa de la gravedad, cada parte de mi cuerpo parece estremecerse desde el hueso hasta el nervio más pequeño. ¿Lo peor? Es tanto el dolor que me abraza, que ni siquiera puedo desmayarme con la caída. O tal vez sea cada uno de los sentidos de mi cuerpo negándose a dejarme expuesta ante una fiera como Aminoff. Sea como sea no importa, porque me encuentro indefensa de todas maneras, desarmada y débil al no tener las fuerzas para defenderme siquiera con mis palabras.

Y puedo sentir el piso frío contra mi cuerpo, lo sé porque el contraste contra el ardor que producen los cortes sobre mi espalda es lo único que distingo además del sufrimiento en sí mismo. O al menos eso creo, porque luego puedo distinguir sus dedos navegando por mi piel como un par de serpientes que se arrastran reptando, ansiosas por llegar a destino y atacar. Y lloro, porque nunca me he sentido tan impotente en mi vida, tan falta de fuerza que ni la mayor de mis voluntades se hace paso para seguir luchando. - No… - Mi voz se pierde entre mis quejidos, aquellos que se escapan entre medio de sollozos que me sacuden contra las baldosas mientras busco, en vano, el quitarme a mi atacante de encima.

Aprieto mis puños, clavando las uñas contra mis palmas y queriendo generar un dolor nuevo que me distraiga del anterior, pero no puedo. No cuando mis dedos mismos se resbalan a casa de la sangre que en algún momento ha empezado a esparcirse más de lo que debería. - Por f… - Un nuevo grito interrumpe mi súplica, esa que marca mi derrota y me sume en la más profunda de las humillaciones. -... por favor. Basta. - Quiero que termine, necesito que termine. - Lo lamento… lo lamento… ¡POR FAVOR! - El grito corta más que su varita, y me drena. Me deja indefensa repitiendo una y otra vez la súplica entre medio de los sollozos que no dejan de sacudirme.
Ava E. Ballard
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Magnar A. Aminoff
Presidente
No hay sonido más triunfador que el llanto de la humillación, agudo, tembloroso. Puedes oler la desesperación por debajo de la sangre. Hay espasmos de dolor que la sacuden debajo de mis manos, mi cuerpo invade su espacio y la presiona contra el suelo, en una cárcel que va más allá de la habitación, de lo físico. Tengo que cerrar los ojos en lo que la oigo pedirme piedad, me regodeo en todo lo que su voz me transmite. Me contenta, pero no es suficiente. ¿Cómo podría hacerlo? No hay nada más adictivo que el terror de aquellos que se merecen perder, que se creyeron que podrían hacer lo que quisieran conmigo y que todo acabaría con facilidad, sin verdaderas consecuencias. Mis dedos se siguen llenando de sangre, sus sollozos me llenan de morbo. Puedo inclinarme con facilidad hacia ella, abro mis ojos lo suficiente como para poder analizar su perfil, hinchado por el dolor y las lágrimas — Tenía que ser un poco más alto, Ava. Por poco y no te escucho — porque quiero escucharla, que haga eco en esta celda y se pasee por los pasillos de toda la prisión. Quiero que su cuerpo sea el testigo y la prueba de lo que sucede con aquellos que se piensan que pueden bailar como quieran, porque ella es mía, todos los suyos lo son. Perdí un distrito, pero puedo conquistar otro territorio. No hay nada más bello que una cáscara vacía, dispuesta a ser llenada con otros recuerdos, otras lecciones.

Y es tan fácil arrancarle la ropa, tan sencillo llegar a los lugares que de seguro le pertenecieron a otra persona y que ahora mismo no tienen significado alguno. Es placentero, pero no en las formas físicas que uno suele conectar a estas acciones. Es marcar poro por poro, en sembrar una nueva semilla, es plantar una bandera que nadie podrá retirar tan fácilmente. Es obligarla a llevarme dentro de sí por lo que dure su vida, que se recuerde que en cada rincón de su cabeza, Magnar Aminoff le dijo que es insignificante y ella pudo creérselo. Que lloró, pero que no pudo pelear. No me molesto en volver a acomodar sus prendas, sí limpio las mías. Incluso me arreglo el cabello y uso la varita para eliminar los manchones oscuros de mi ropa y mi piel. Mis pies se detienen frente a su rostro y tengo que ladear un poco la cabeza en fijarme en el objeto brillante de su cuello, el cual no me presentó ningún interés hasta ahora. Me inclino y se lo quito con renovada suavidad, descubriendo un anillo viejo — Me quedaré con este souvenir, que yo te he dejado varios — hasta me tomo el permiso de acomodarle un mechón de pelo sudado detrás de la oreja.

No le doy una segunda mirada cuando salgo y la puerta se cierra detrás de mí. Acomodo el cuello de mi camisa, guardo la cadena en mi bolsillo y avanzo algunos pasos, hasta detenerme frente a uno de los guardias — Quiero un dementor vigilando esa puerta día y noche. No se molesten en subir la calefacción — será suficiente, espero, que todavía tengo una larga lista de personas que esperan su turno para transformarse en parte de mi colección. Y, de verdad, estoy ansioso por empezar. Ellos no tienen idea de la puerta que han abierto y solo yo tengo la llave.
Magnar A. Aminoff
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