OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Después de Castle on the hill
Mi yo del pasado fue una zorra conmigo anoche. Me pesa la cabeza al querer incorporarme, cientos de punzadas se concentran en mis sienes y tengo que sujetarme con las manos para que esa sensación de que todo sigue dándome vueltas se desvanezca, que no puede ser que el efecto del alcohol me dure al despertar. Mimi tendrá algo para resaca, lo doy por hecho. Busco el estante que está sobre la cama al levantar mis ojos y me encuentro con un techo alto de vigas metálicas, puedo dar por sentado que no volví a casa al acabar la fiesta. Siento los labios adormecidos como para poder murmurar el nombre de mi amiga, mi mente me convence por unos pocos segundos de que nos habremos quedado en la fábrica a pasar la noche, sigue siendo algo coherente para mis pensamientos matutinas, que están en absurda negación al cuerpo tibio que siento a mi espalda y de cuyo brazo que cae sobre mi cintura me sostengo con los dedos. El golpe llega, tenía que llegar, la certeza innegable por sentir la presencia de otra persona de que me he liado con alguien en la fiesta y terminé aquí, en esto que parece ser una habitación que nadie ocupa hace meses por la cantidad de cosas embaladas en caja y el hecho de que el colchón de la cama esté sin sabanas.
Hasta el último momento en que me giro lentamente hacia el chico que duerme a mi lado, me miento a mí misma diciendo que no sé quién será. No debería ser alivio lo primero que siento al ver que se trata de Ken, lo segundo es más acertado, la sorpresa de que me haya acostado con el chico con el que rompí hace unos días y… ¿qué le había dicho a Beverly? Se me hace más fácil recordar lo que ocurrió hace dos días, que lo que pasó hace unas horas. Le dije que me tomaría un tiempo para mí misma, yo sola, eso quiere decir, Synnove querida, que nada de chicos. Muchos menos tu ex novio. Por dentro suelto un largo y ruidoso grito de frustración hacia la manera que tengo de joderme sobre mis propósitos. Cubro mi cara con las manos para que el grito no salga de mis labios, que muera en mi garganta.
Al hacerlo, los recuerdos de las manos de Ken metiéndose entre mi ropa en la penumbra de la escalera cambian de pronto por otros en los que va bajando marcando un rumbo para su boca, y no puedo contener el gemido de mis labios que choca contra mis palmas. ¿Eso fue antes, durante o después que dijera que era una histérica? Porque esa palabra dicha con su voz también vuelve a mí con violencia, es un recordatorio brusco al que se superpone la imagen de verlo debajo de mí, sus jadeos en sincronización con los míos. ¿No hay manera de decirme que anoche no pasó nada y nos quedamos dormidos al tocar el colchón por culpa del alcohol, verdad? No, no cuando de donde estará mi ropa. Retiro mis dedos lentamente de mis párpados para quedarme mirando el techo el tiempo que necesito para reunir el coraje de darme la vuelta y enfrentarlo con el recuerdo nítido de una frase dicha por su boca que quedo aplastada por una discusión sin sentido, y que en su mayor parte ha quedado en el olvido para mí. —¿Anoche dijiste que me amabas?— es una duda real, no puedo confiar en mi memoria en estos primeros minutos del día, no cuando la mitad de las cosas que vienen a mí como flashes no creo que hayan pasado de veras, porque no es algo que yo haría, tampoco lo haría Ken, no somos nosotros.
Estoy incómodo. Me pica la piel, me duele la cabeza, se me revuelve el estómago. Si abro los ojos de seguro me queman los ojos. Las paredes de la fábrica son frías en estos días, pero no siento ninguna clase de baja temperatura. Y sé que estoy desnudo, para variar. No, no quiero despertarme, no quiero enfrentarme a lo que sea que ha pasado anoche. Tengo algunas memorias mezcladas entre sí, con pequeños lapsus de oscuridad que me hacen difícil el ponerle un orden y un sentido. Recuerdo mi voz con la suya, esa manera enferma de quitarnos la ropa, de buscarnos el uno al otro en lo que pudo haber sido el momento más íntimo y excitante de mi corta vida y que, ahora que lo pienso, me llena de un bochorno que me deja inmóvil en este lugar. Este, que apesta a polvo y en el cual puedo sentir el calor de su cuerpo, esa piel a la cual aún me abrazo en lo que arrugo la cara porque no quiero abrir los ojos, a pesar de que el sol se cuela por las ventanas sucias.
La siento moverse, pero no es hasta que habla que abro los ojos. Ni mi memoria ni mi intuición me han engañado y lo único que puedo hacer es verme como un cachorro arrepentido, en lo que me sube un nuevo pánico. ¿Lo hice? ¿Lo dije? Mierda, lo dije. ¡Lo dije! Muevo con lentitud el brazo, me separo de ella en lo que giro lentamente hasta quedar panza arriba y lamento mucho la ausencia de sábanas. No me molesta que me vea desnudo a estas alturas, pero me siento ciertamente vulnerable y sé que no tiene nada que ver con la ropa — Puede ser… — que me acabo de despertar, no puede atacarme de esa manera.
La fábrica se siente silenciosa y la puerta se encuentra tan cerrada como estoy seguro de que la dejamos anoche. Tomo aire, lo largo y me froto los párpados con los dedos — Nosotros… Bueno... ¿Lo hicimos? — claro que lo hicimos, ni sé por qué se lo pregunto. ¿O qué estamos haciendo sin ropa en una cama? ¿O no llegamos a eso? Pero si yo recuerdo… Ay, por favor — No debería haber terminado así. ¿Por qué terminamos así? — ni siquiera puede darme una respuesta de verdad, lo sé, pero no viene mal el preguntarlo. Bajo las manos solo para tratar de encontrar la ropa con la mirada, solo diviso mi pantalón colgando de una caja y no tengo idea de cómo es que ha llegado a ese lugar — Al menos dime que la pasaste bien — sé que es penoso, pero es lo único a lo que puedo resignarme.
La siento moverse, pero no es hasta que habla que abro los ojos. Ni mi memoria ni mi intuición me han engañado y lo único que puedo hacer es verme como un cachorro arrepentido, en lo que me sube un nuevo pánico. ¿Lo hice? ¿Lo dije? Mierda, lo dije. ¡Lo dije! Muevo con lentitud el brazo, me separo de ella en lo que giro lentamente hasta quedar panza arriba y lamento mucho la ausencia de sábanas. No me molesta que me vea desnudo a estas alturas, pero me siento ciertamente vulnerable y sé que no tiene nada que ver con la ropa — Puede ser… — que me acabo de despertar, no puede atacarme de esa manera.
La fábrica se siente silenciosa y la puerta se encuentra tan cerrada como estoy seguro de que la dejamos anoche. Tomo aire, lo largo y me froto los párpados con los dedos — Nosotros… Bueno... ¿Lo hicimos? — claro que lo hicimos, ni sé por qué se lo pregunto. ¿O qué estamos haciendo sin ropa en una cama? ¿O no llegamos a eso? Pero si yo recuerdo… Ay, por favor — No debería haber terminado así. ¿Por qué terminamos así? — ni siquiera puede darme una respuesta de verdad, lo sé, pero no viene mal el preguntarlo. Bajo las manos solo para tratar de encontrar la ropa con la mirada, solo diviso mi pantalón colgando de una caja y no tengo idea de cómo es que ha llegado a ese lugar — Al menos dime que la pasaste bien — sé que es penoso, pero es lo único a lo que puedo resignarme.
¿Lo dijo o no lo dijo? ¿Qué de todo lo que recuerdo pasó y qué no pasó? —Lo habré imaginado…— susurro, que eso se me da bastante bien, con un poco de alcohol mi facilidad de imaginar cosas se habrá disparado a todo lo que da, no me extrañaría que entre mis supuestos recuerdos de anoche aparezcan de pronto unicornios. Froto mis párpados con los dedos porque no hay unicornios, lo que hay son otras cosas. Cerrarlos es más que un gesto para impedir que la luz que atraviesa la ventana golpee mis ojos, es la negación a momentos que mi mente va trayendo a la orilla de mi conciencia, todos aislados y sin que pueda unirlos en un relato coherente, uno que no me pondría a contar en voz alta. Ni siquiera a Mimi. ¡Morgana! ¡Cuando Mimi y Holly sepan esto! ¿Hay algo más patético que la amiga que se acuesta con el ex en una fiesta?
Dudo al escucharlo, ¿no lo hicimos? Parece improbable, un vistazo de refilón a su cuerpo no me permite creer que nos hayamos conformado con dormir abrazos estando desnudos, es exagerado hasta para nosotros. ¿O sí? No volvimos a intentarlo después de hacerlo por primera vez, nos conformamos con algunos besos y con eso estábamos bien. Porque… ¿estábamos bien, no? Nunca le pregunté si eso le bastaba. ¿Y si todo esto tiene que ver con que no era suficiente y necesitaba más? No es que esa primera vez haya estado fatal, solo pasaron cosas que le sumaron estrés a la situación, es natural que después de aquella vez haya querido, bueno… yo solo me quedé en que no hacía falta que enloqueciéramos por el sexo como le pasa a muchos, estábamos un poco más allá de eso, ¿no? Teníamos algo más, y aunque crea que no era suficiente para mí, yo creo que tal vez no era suficiente para él… —Estábamos borrachos— es la respuesta simple a su pregunta para no ahondar en esas dudas que empiezan a picarme por debajo de la piel.
Me giro para quedar de costado, mi mirada puesta en el marco sucio de una ventana que se llena de luz, pero por la suciedad que funciona como una lámina blanca, la luz se queda ahí, no llega hasta la cama. —No recuerdo casi nada, no sé si lo que recuerdo pasó de verás— contesto entre balbuceos al colocar una mano bajo mi mejilla que me sirve de recostar mi cabeza a falta de una almohada. —Así que no sé…— susurro con cierta vergüenza, y no por mi desnudez, esa que disimulo al tirarme de lado. —¿No es un poco patético que de las dos veces que nos acostamos en la primera me largué a llorar y de la segunda no me acuerdo?—. Conmigo se tiene que redefinir el concepto de suerte, porque… bueno, vamos, si tienes un novio como Ken y luego también un ex novio como Ken, que te ofrece este paisaje por las mañanas, ¡ufff! Dejo la pintura y me dedico a la fotografía. No, guía turística. No, mejor, me dedico al alpinismo, la duda aquí es de qué lado empezar... y dejando las vocaciones de lado, que de última no es lo importante, lo miro por encima del hombro que tiene que saber que todas las preguntas van con efecto espejo. —¿A ti te gustó? De lo que recuerdas…— murmuro.
Dudo al escucharlo, ¿no lo hicimos? Parece improbable, un vistazo de refilón a su cuerpo no me permite creer que nos hayamos conformado con dormir abrazos estando desnudos, es exagerado hasta para nosotros. ¿O sí? No volvimos a intentarlo después de hacerlo por primera vez, nos conformamos con algunos besos y con eso estábamos bien. Porque… ¿estábamos bien, no? Nunca le pregunté si eso le bastaba. ¿Y si todo esto tiene que ver con que no era suficiente y necesitaba más? No es que esa primera vez haya estado fatal, solo pasaron cosas que le sumaron estrés a la situación, es natural que después de aquella vez haya querido, bueno… yo solo me quedé en que no hacía falta que enloqueciéramos por el sexo como le pasa a muchos, estábamos un poco más allá de eso, ¿no? Teníamos algo más, y aunque crea que no era suficiente para mí, yo creo que tal vez no era suficiente para él… —Estábamos borrachos— es la respuesta simple a su pregunta para no ahondar en esas dudas que empiezan a picarme por debajo de la piel.
Me giro para quedar de costado, mi mirada puesta en el marco sucio de una ventana que se llena de luz, pero por la suciedad que funciona como una lámina blanca, la luz se queda ahí, no llega hasta la cama. —No recuerdo casi nada, no sé si lo que recuerdo pasó de verás— contesto entre balbuceos al colocar una mano bajo mi mejilla que me sirve de recostar mi cabeza a falta de una almohada. —Así que no sé…— susurro con cierta vergüenza, y no por mi desnudez, esa que disimulo al tirarme de lado. —¿No es un poco patético que de las dos veces que nos acostamos en la primera me largué a llorar y de la segunda no me acuerdo?—. Conmigo se tiene que redefinir el concepto de suerte, porque… bueno, vamos, si tienes un novio como Ken y luego también un ex novio como Ken, que te ofrece este paisaje por las mañanas, ¡ufff! Dejo la pintura y me dedico a la fotografía. No, guía turística. No, mejor, me dedico al alpinismo, la duda aquí es de qué lado empezar... y dejando las vocaciones de lado, que de última no es lo importante, lo miro por encima del hombro que tiene que saber que todas las preguntas van con efecto espejo. —¿A ti te gustó? De lo que recuerdas…— murmuro.
Dejar que crea que lo ha imaginado es la mejor opción que me queda para no perder la dignidad, aferrarme a la borrachera tal y como ella lo hace es la segunda. Han pasado muchas tonterías anoche, de esas que jamás pensé que acabaría por hacer si no fuera por el envión provocado por el alcohol, ese que últimamente me está jugando muy malas pasadas. Debería dejarlo, alejarme de cualquier relación con sustancias tóxicas y dedicarme a ser una persona un poco más sobria. ¿Cómo es posible el haber caído tan bajo? Sé que he tenido malos días, pero Synnove es solo una chica, no debería darle tanta importancia cuando hay gente desapareciendo y muriendo. ¿O es que no es solo una chica? ¿Cuánto me importa, para estar dispuesto a perder la consciencia por ella, para tolerar su presencia o la idea de todo lo que fui perdiendo?
Mejor para mí, o no, ella asegura que no recuerda muy bien lo que ha sucedido y eso significa que una parte de mi honor sigue intacto. Yo no tengo por qué amarla, no perdí el control al verme a solas con ella, no nos toqueteamos en medio de un pasillo oscuro para acabar en este lugar. Me parece totalmente innecesario que traiga a colación el recuerdo de la única vez que tuvimos sexo y hago una mueca, clavando los ojos en una telaraña del techo — Tal vez el acostarnos no es cosa nuestra — me aterrorizo en cuanto lo digo, porque… ¿Qué tal si es verdad? Hay gente que funciona naturalmente y otras que simplemente no encajan. ¿Somos ese caso? ¿Su piel no funciona con la mía? Momento, que lo poco que recuerdo de anoche, se siente bien. ¿O solo es el delirio de un borracho? ¿Que si ahí donde me sentí inmenso, en realidad estaba haciendo el ridículo? ¿Que si las cosas nuevas que probé, fueron una prueba piloto desastre? ¿Por qué no puedo tener los detalles, por qué es todo tan confuso?
Creo que estoy entrando en pánico y se me nota en la manera de respirar y de fruncir el rostro, hasta que la oigo y giro la cabeza en su dirección a causa de la sorpresa por volver a oír su voz — Sí — lo suelto sin pensar, me aclaro un poco la garganta para no sonar tan desesperado — Te recuerdo… bueno, caliente. Y estaba enojado y tú me odiabas y, por alguna razón, ese torbellino lo hizo mucho más… — me relamo, moviendo una mano hasta volver a apoyarla sobre mi pecho — … tú sabes. Diría que sexy — ¿Es porque el alcohol nos sacó la timidez y las preocupaciones, o fue el enojo de la pelea cuyo eco se siente muy distante? Ni siquiera recuerdo por qué peleábamos, para empezar. Podría simplemente levantarme e irme, pero en su lugar, me acomodo de costado para verla mejor y me apoyo en mi brazo, elevando un poco la altura de mi cara en mi intento de al menos alcanzar su perfil — ¿Me odias? — por extraño que suene, es una pregunta sincera — Sé que… sé que no fui el mejor contigo y creo que anoche fue un desastre, así que lo entendería. Pero creo que no puedo simplemente sacarte de mi vida, cuando hace meses que formas una parte fundamental de ella y me gustaría que, al menos, podamos estar bien. Pero para eso necesitamos tiempo y un poco de espacio — me parece lo más lógico, por mucho que me duela. Por contradictorio que sea decirlo en una cama, en la cual me encantaría eliminar la distancia.
Mejor para mí, o no, ella asegura que no recuerda muy bien lo que ha sucedido y eso significa que una parte de mi honor sigue intacto. Yo no tengo por qué amarla, no perdí el control al verme a solas con ella, no nos toqueteamos en medio de un pasillo oscuro para acabar en este lugar. Me parece totalmente innecesario que traiga a colación el recuerdo de la única vez que tuvimos sexo y hago una mueca, clavando los ojos en una telaraña del techo — Tal vez el acostarnos no es cosa nuestra — me aterrorizo en cuanto lo digo, porque… ¿Qué tal si es verdad? Hay gente que funciona naturalmente y otras que simplemente no encajan. ¿Somos ese caso? ¿Su piel no funciona con la mía? Momento, que lo poco que recuerdo de anoche, se siente bien. ¿O solo es el delirio de un borracho? ¿Que si ahí donde me sentí inmenso, en realidad estaba haciendo el ridículo? ¿Que si las cosas nuevas que probé, fueron una prueba piloto desastre? ¿Por qué no puedo tener los detalles, por qué es todo tan confuso?
Creo que estoy entrando en pánico y se me nota en la manera de respirar y de fruncir el rostro, hasta que la oigo y giro la cabeza en su dirección a causa de la sorpresa por volver a oír su voz — Sí — lo suelto sin pensar, me aclaro un poco la garganta para no sonar tan desesperado — Te recuerdo… bueno, caliente. Y estaba enojado y tú me odiabas y, por alguna razón, ese torbellino lo hizo mucho más… — me relamo, moviendo una mano hasta volver a apoyarla sobre mi pecho — … tú sabes. Diría que sexy — ¿Es porque el alcohol nos sacó la timidez y las preocupaciones, o fue el enojo de la pelea cuyo eco se siente muy distante? Ni siquiera recuerdo por qué peleábamos, para empezar. Podría simplemente levantarme e irme, pero en su lugar, me acomodo de costado para verla mejor y me apoyo en mi brazo, elevando un poco la altura de mi cara en mi intento de al menos alcanzar su perfil — ¿Me odias? — por extraño que suene, es una pregunta sincera — Sé que… sé que no fui el mejor contigo y creo que anoche fue un desastre, así que lo entendería. Pero creo que no puedo simplemente sacarte de mi vida, cuando hace meses que formas una parte fundamental de ella y me gustaría que, al menos, podamos estar bien. Pero para eso necesitamos tiempo y un poco de espacio — me parece lo más lógico, por mucho que me duela. Por contradictorio que sea decirlo en una cama, en la cual me encantaría eliminar la distancia.
Ah, bien, ¿por qué eso duele? Me hace sentir en falta, como si hubiera algo que estoy haciendo mal. No sé qué es, si lo supiera trataría de hacerlo mejor… ¿y qué caso tiene? Está dando una conclusión sobre las veces que compartimos que actúa como una lápida sobre nuestros intentos, ha decidido que no funcionamos para esto. Duele, porque siendo amigos sentía que nos entendíamos, llegué a confiar en él como para acostarme a su lado para no hacer otra cosa distinta a dormir. Duele, porque en serio me gustaba estar con él cuando no hacíamos más que pasar el rato, juntos besándonos de vez en cuando. Duele, porque en ambas ocasiones quería estar con él, y no me refiero a quererlo, sino a querer, a desear esto. Y ha llegado a la conclusión de que no es para nosotros. ¿Eso es lo que está haciendo mi memoria? ¿Protegerme de la vergüenza de todos mis fracasos al quitarme recuerdos de lo que pasó en esta habitación?
No, la impresión que me queda en la piel es más cercana a lo que él dice luego. Menos esa parte de que lo odio, ¿de dónde ha sacado eso? Enfadarme con él no es lo mismo a odiarlo… y, un momento, él dijo algo de odiarme. ¿Me odia? ¿Di vuelta sus palabras y lo tomé como una confesión de que me amaba, cuando lo que hizo fue decirme que me odiaba? No se quedaría acostado a mi lado si me odiara, ¿no? Estoy buscando certezas en lo que me dice con su cercanía y su expresión para no tener que preguntárselo. —¿Fue eso? Yo recuerdo que quería besarte y saber que no debía hacerlo lo hizo aun peor, lo volvió una necesidad muy fuerte… que solo estalló— no se me ocurre en estos momentos, con mi mente limpiando los residuos de sueño y sufriendo resaca, una palabra que le haga más justicia a mis emociones que no me dejaron recuerdos nítidos, sí una convulsión en la piel y las impresiones, los ecos de emociones que siempre quedan cargadas en las habitaciones. —Sabes que no te odio— hay calma en mi suspiro al responderle, no puede creer que sea distinto, siento muchas cosas hacía él en este momento y odio no es una de ellas.
Busco sus ojos por encima de la curva de mi hombro y termino por darme la vuelta así me recuesto enfrentada a él, eso le da vista plena de mi semblante que se va ensombreciendo cuando al seguir hablando, hay algo en sus palabras que está colocando millas entre nosotros pese a estar tan cerca que el calor que percibo en mi piel parece ser una proyección de su propio calor. —¿Estás… re-rompiendo conmigo?— pregunto sin moverme un ápice. Necesito unos minutos para que mi cabeza, más lenta de lo normal, logre entender que está pidiéndome lo mismo que le pedí… ¿hace cuatro días? Y es algo que aceptaría, así sobria como desperté, porque si es un reflejo de mi propia petición, ¿no sería hipócrita poner algún reparo? Entonces otro recuerdo más me golpea, ese en el que me llamaba hipócrita. Vaya. Y como si lo hubieran invocado, ese lado hipócrita me insta a preguntarle si cree que eso nos va a funcionar. ¿Por qué lo haría si yo rompí primero con él? Pero no puedo decirle que simplemente sí, que me parece bien, porque el colmo de la hipocresía es decírselo así, como estamos. Así que elijo preguntarle lo que creo que debería haberle preguntado en un principio. —¿Eso es lo que quieres, Ken? Si eso es lo que quieres…— le muestro mi aceptación a lo que sea que decida. —Pero, ¿puedo preguntarte algo? Después de lo que pasó en la terraza…— creo que si no escarbo en eso ahora no podré hacerlo más adelante, son los minutos en los que todavía lo tengo al alcance que puedo sacarme todas las dudas, sino me acompañaran el resto de mi vida, así me han dicho que sucede con las primeras relaciones. Lo que hicimos mal o lo que no hicimos, lo que creemos que hicimos mal, todo determina nuestra confianza a futuro y hasta ahora lo que sé, es que tengo que bordear el sexo todo lo que se pueda, no parece ser mi área. —¿Querías volver a hacerlo? ¿No lo dijiste porque era yo?— no sé cómo se preguntan estas cosas que exponen mi vergüenza. —¿Te sentías mal por pedirle a tu novia de volver a intentarlo cuando creíste que ella lo pasó fatal? Te juro que no fue así, en serio.
No, la impresión que me queda en la piel es más cercana a lo que él dice luego. Menos esa parte de que lo odio, ¿de dónde ha sacado eso? Enfadarme con él no es lo mismo a odiarlo… y, un momento, él dijo algo de odiarme. ¿Me odia? ¿Di vuelta sus palabras y lo tomé como una confesión de que me amaba, cuando lo que hizo fue decirme que me odiaba? No se quedaría acostado a mi lado si me odiara, ¿no? Estoy buscando certezas en lo que me dice con su cercanía y su expresión para no tener que preguntárselo. —¿Fue eso? Yo recuerdo que quería besarte y saber que no debía hacerlo lo hizo aun peor, lo volvió una necesidad muy fuerte… que solo estalló— no se me ocurre en estos momentos, con mi mente limpiando los residuos de sueño y sufriendo resaca, una palabra que le haga más justicia a mis emociones que no me dejaron recuerdos nítidos, sí una convulsión en la piel y las impresiones, los ecos de emociones que siempre quedan cargadas en las habitaciones. —Sabes que no te odio— hay calma en mi suspiro al responderle, no puede creer que sea distinto, siento muchas cosas hacía él en este momento y odio no es una de ellas.
Busco sus ojos por encima de la curva de mi hombro y termino por darme la vuelta así me recuesto enfrentada a él, eso le da vista plena de mi semblante que se va ensombreciendo cuando al seguir hablando, hay algo en sus palabras que está colocando millas entre nosotros pese a estar tan cerca que el calor que percibo en mi piel parece ser una proyección de su propio calor. —¿Estás… re-rompiendo conmigo?— pregunto sin moverme un ápice. Necesito unos minutos para que mi cabeza, más lenta de lo normal, logre entender que está pidiéndome lo mismo que le pedí… ¿hace cuatro días? Y es algo que aceptaría, así sobria como desperté, porque si es un reflejo de mi propia petición, ¿no sería hipócrita poner algún reparo? Entonces otro recuerdo más me golpea, ese en el que me llamaba hipócrita. Vaya. Y como si lo hubieran invocado, ese lado hipócrita me insta a preguntarle si cree que eso nos va a funcionar. ¿Por qué lo haría si yo rompí primero con él? Pero no puedo decirle que simplemente sí, que me parece bien, porque el colmo de la hipocresía es decírselo así, como estamos. Así que elijo preguntarle lo que creo que debería haberle preguntado en un principio. —¿Eso es lo que quieres, Ken? Si eso es lo que quieres…— le muestro mi aceptación a lo que sea que decida. —Pero, ¿puedo preguntarte algo? Después de lo que pasó en la terraza…— creo que si no escarbo en eso ahora no podré hacerlo más adelante, son los minutos en los que todavía lo tengo al alcance que puedo sacarme todas las dudas, sino me acompañaran el resto de mi vida, así me han dicho que sucede con las primeras relaciones. Lo que hicimos mal o lo que no hicimos, lo que creemos que hicimos mal, todo determina nuestra confianza a futuro y hasta ahora lo que sé, es que tengo que bordear el sexo todo lo que se pueda, no parece ser mi área. —¿Querías volver a hacerlo? ¿No lo dijiste porque era yo?— no sé cómo se preguntan estas cosas que exponen mi vergüenza. —¿Te sentías mal por pedirle a tu novia de volver a intentarlo cuando creíste que ella lo pasó fatal? Te juro que no fue así, en serio.
Tal vez sí fue solo necesidad, esa que se volvió más embriagante que la propia bebida. O tal vez sí queríamos hacerlo, solo nos aferrábamos a la idea que era lo que estaba mal por una etiqueta que nos pusimos después de su abrupta decisión de no seguir conmigo. No puedo hurgar en esos pensamientos si la tengo a mi lado afirmando que no me odia, algo que en parte ya sabía pero que es bueno confirmar, porque cuando actúas como un idiota impulsivo el miedo a que eso te marque se vuelve inmenso. Puedo soportar muchas cosas, pero no creo aguantar la idea de que Synnove me deteste, porque sería perder por completo lo mejor que me ha pasado desde que dejé el distrito catorce.
Tenerla de frente me obliga a hacer tripas corazón y aguantar su mirada cuando suelta una pregunta que me toma totalmente desprevenido — No… — respondo con genuina sorpresa — No estamos juntos, así que no es re-romper contigo — creo que es lo más simple de comprender. No puedo romper nada, porque ella se ha asegurado que aquí no quede nada en primer lugar. Solo un montón de dudas y miedos que flotan en el aire, esas que no creo poder responder por mi propia cuenta en el largo camino que me tomará el superarla. ¿Y eso es lo que quiero? ¿Superarla? No, si me dieran a elegir la estaría besando y no dejándola ir, pero a veces en la vida toca ser maduro y tomar el camino complicado solo porque sabes que es lo mejor que puedes hacer. No se lo digo, pero sí asiento para que ella haga la pregunta que desea y, en cuanto sale de su boca, mis cejas se disparan hacia arriba y tengo que acomodarme, poniéndome panza abajo y sosteniéndome con mis dos codos clavados en el colchón para poder estar más cómodo al acercarme a ella — No… sí… bueno, no es así — dudo que me entienda, sacudo la cabeza al cerrar los ojos con frustración y la vuelvo a mirar solo cuando creo que me he ordenado — Te deseaba, pero no quería forzar las cosas. Para mí era mucho más importante el pasar tiempo contigo que el preocuparme por cómo lo invertíamos. Creí que… bueno, que el sexo no te importaba y estaba bien — pensé que estaba más que claro que ella me gustaba por ella y no por lo que podíamos hacer sin ropa.
Su pelo se ve más rubio de lo normal bajo esta luz, o quizá es porque mis ojos están débiles. Como sea, paseo la mirada por esos mechones despeinados antes de volver a sus ojos tan claros — No quiero alejarme de ti, pero… me lastima estar cerca tuyo. Es obvio que no tengo mucho control sobre mí mismo y hago estupideces — pretendo que suene a un chiste, le sonrío de medio lado y todo. Al final, desvío la mirada y raspo con una uña el borde deshilachado del colchón — Tal vez lo que necesitamos es tiempo para sanar y eso es todo — suena tan fácil que sé de entrada que será imposible. Podemos intentarlo, pero luego llegará el día en el cual tenga otro novio y de seguro eso va a dolerme como la mierda. Me remuevo para poder dejar un beso suave y tímido sobre su hombro, ese sitio inocente que tengo tan al alcance — De verdad querías a este Zachary, ¿no es así? — ni siquiera lo pregunto con rencor. ¿Por qué no puedo odiarlo? Me lo haría mucho más fácil — Lo suficiente como para preferirlo. Lamento mucho no haber sido lo que necesitabas, pero me gustaría que sepas que lo intenté. Y yo no habría cambiado absolutamente nada de ti ni de lo que tuvimos — es un buen modo de hacer las paces creo yo. Si va a salir por esa puerta y no volveremos a vernos en un tiempo, espero que lo hagamos sin dudas.
Tenerla de frente me obliga a hacer tripas corazón y aguantar su mirada cuando suelta una pregunta que me toma totalmente desprevenido — No… — respondo con genuina sorpresa — No estamos juntos, así que no es re-romper contigo — creo que es lo más simple de comprender. No puedo romper nada, porque ella se ha asegurado que aquí no quede nada en primer lugar. Solo un montón de dudas y miedos que flotan en el aire, esas que no creo poder responder por mi propia cuenta en el largo camino que me tomará el superarla. ¿Y eso es lo que quiero? ¿Superarla? No, si me dieran a elegir la estaría besando y no dejándola ir, pero a veces en la vida toca ser maduro y tomar el camino complicado solo porque sabes que es lo mejor que puedes hacer. No se lo digo, pero sí asiento para que ella haga la pregunta que desea y, en cuanto sale de su boca, mis cejas se disparan hacia arriba y tengo que acomodarme, poniéndome panza abajo y sosteniéndome con mis dos codos clavados en el colchón para poder estar más cómodo al acercarme a ella — No… sí… bueno, no es así — dudo que me entienda, sacudo la cabeza al cerrar los ojos con frustración y la vuelvo a mirar solo cuando creo que me he ordenado — Te deseaba, pero no quería forzar las cosas. Para mí era mucho más importante el pasar tiempo contigo que el preocuparme por cómo lo invertíamos. Creí que… bueno, que el sexo no te importaba y estaba bien — pensé que estaba más que claro que ella me gustaba por ella y no por lo que podíamos hacer sin ropa.
Su pelo se ve más rubio de lo normal bajo esta luz, o quizá es porque mis ojos están débiles. Como sea, paseo la mirada por esos mechones despeinados antes de volver a sus ojos tan claros — No quiero alejarme de ti, pero… me lastima estar cerca tuyo. Es obvio que no tengo mucho control sobre mí mismo y hago estupideces — pretendo que suene a un chiste, le sonrío de medio lado y todo. Al final, desvío la mirada y raspo con una uña el borde deshilachado del colchón — Tal vez lo que necesitamos es tiempo para sanar y eso es todo — suena tan fácil que sé de entrada que será imposible. Podemos intentarlo, pero luego llegará el día en el cual tenga otro novio y de seguro eso va a dolerme como la mierda. Me remuevo para poder dejar un beso suave y tímido sobre su hombro, ese sitio inocente que tengo tan al alcance — De verdad querías a este Zachary, ¿no es así? — ni siquiera lo pregunto con rencor. ¿Por qué no puedo odiarlo? Me lo haría mucho más fácil — Lo suficiente como para preferirlo. Lamento mucho no haber sido lo que necesitabas, pero me gustaría que sepas que lo intenté. Y yo no habría cambiado absolutamente nada de ti ni de lo que tuvimos — es un buen modo de hacer las paces creo yo. Si va a salir por esa puerta y no volveremos a vernos en un tiempo, espero que lo hagamos sin dudas.
—No, no… ya sé que no estamos juntos— barboteo, tan penosa suena mi voz al temblar que tengo que tomar una inhalación profunda para continuar. —Es que tus palabras se parecen mucho a mis palabras, parecen una reafirmación de que tenemos que romper. Porque la primera vez que rompimos, no pudimos evitar terminar aquí… y esta es la reafirmación, es la— tomo otra inspiración de aire para acabar con lo que quiero decir —segunda vez para dejar las cosas claras, asegurarnos de que… esta vez lo haremos bien, con tiempo y espacio para cada uno…— mi voz se va haciendo más débil hasta desvanecerse, no la encuentro cuando no hace más que asentir a mi pregunta y considero que me merezco que se me reconozca que mantengo el contacto visual cuando saco mi voz de lo más profundo de mi garganta para aceptar lo que quiere. —Ok…— susurro, tengo que tragar hondo y así hacer pasar esa palabra.
Noto todos los cambios en sus facciones cuando trata de darme una respuesta justa a mi duda, tengo que aceptar para mí que no resuelve nada de lo que pasó esa noche y después, no hace más que recordarme que teníamos algo más que eso y parecía estar bien para él. Tal vez con el tiempo… lo hubiéramos intentado otra vez. Ah, espera. Cierto… anoche… Lo hubiéramos intentado tras haberlo hablado, no… no como algo que se da por culpa del alcohol, los celos y otras estupideces que… nos hacen todavía muy conscientes del otro. —Entiendo— murmuro, me sabe amargo que si le duele mi presencia es porque yo le cause la herida. — Por lo visto para mí tampoco es fácil estar en una misma habitación contigo…— lo digo con un tono de disculpa, que puestas las verdades sobre la mesa, mejor dicho, sobre la cama, no tengo derecho a decir que tenerlo cerca me afecta, si fui quien le pidió que se alejara. No necesitamos solo tiempo, supongo que también necesitamos no vernos, hasta que pase el tiempo y podamos volver a encontrarnos sin tener que estar buscándonos con las miradas.
Me está costando aceptar que será así, pero no lo digo, su roce suave en mi hombro me da la ocasión para deslizar mis dedos por su cabello, una caricia que dura nada, un consuelo rápido para la necesidad de tocarlo si está cerca. —No lo preferí a él sobre tí—. El desánimo le quita toda la emoción a mi voz cuando le contesto y aparto mi mirada de él para hacerla vagar por una pared sucia de manchas de humedad. —Lo quise, me sentía triste y culpable por él, necesitaba llorarlo…—. Sigo sintiéndolo muy cerca por mucho que trate de fijar mis ojos en otro punto que no sea su cara, lo hace aún peor, al no mirarlo, el resto de mis sentidos están expectantes de cada movimiento que haga. —Como supongo que lo haré por ti, como ya lo hago por ti… es parte del proceso de aceptar que alguien ya no estará más en tu vida, no de la manera en que llegó a estar…— que es su caso, porque considero que seguiremos siendo parte de las mismas cosas, los mismos grupos, compartimos las mismas ideas. Estamos juntos en esta guerra, ¿no? No importa si estamos o no juntos como una pareja. —Es culpa de que los sentimientos echan raíces en mí, son muy arraigados y no puedo simplemente sacarlos de un día para el otro. Así que un sentimiento de hace años, aunque no quede casi nada de este o sea solo un recuerdo, todavía lo tengo presente. Y así puede ser, ¿no? Porque no me gustaría olvidar las cosas que he llegado a sentir, quiero decir… me gustaría poder seguir recordando toda la vida cómo me sentí cuando estaba contigo. ¿Está mal?— se lo pregunto. —Y si estoy con otra persona, claro que la amaría, pero si algo te ocurre, me preocuparía por ti. Porque me diste cosas buenas, toda la vida seguiría conservando lo que tuvimos en alguna parte de mí. ¿Lo entiendes?
Noto todos los cambios en sus facciones cuando trata de darme una respuesta justa a mi duda, tengo que aceptar para mí que no resuelve nada de lo que pasó esa noche y después, no hace más que recordarme que teníamos algo más que eso y parecía estar bien para él. Tal vez con el tiempo… lo hubiéramos intentado otra vez. Ah, espera. Cierto… anoche… Lo hubiéramos intentado tras haberlo hablado, no… no como algo que se da por culpa del alcohol, los celos y otras estupideces que… nos hacen todavía muy conscientes del otro. —Entiendo— murmuro, me sabe amargo que si le duele mi presencia es porque yo le cause la herida. — Por lo visto para mí tampoco es fácil estar en una misma habitación contigo…— lo digo con un tono de disculpa, que puestas las verdades sobre la mesa, mejor dicho, sobre la cama, no tengo derecho a decir que tenerlo cerca me afecta, si fui quien le pidió que se alejara. No necesitamos solo tiempo, supongo que también necesitamos no vernos, hasta que pase el tiempo y podamos volver a encontrarnos sin tener que estar buscándonos con las miradas.
Me está costando aceptar que será así, pero no lo digo, su roce suave en mi hombro me da la ocasión para deslizar mis dedos por su cabello, una caricia que dura nada, un consuelo rápido para la necesidad de tocarlo si está cerca. —No lo preferí a él sobre tí—. El desánimo le quita toda la emoción a mi voz cuando le contesto y aparto mi mirada de él para hacerla vagar por una pared sucia de manchas de humedad. —Lo quise, me sentía triste y culpable por él, necesitaba llorarlo…—. Sigo sintiéndolo muy cerca por mucho que trate de fijar mis ojos en otro punto que no sea su cara, lo hace aún peor, al no mirarlo, el resto de mis sentidos están expectantes de cada movimiento que haga. —Como supongo que lo haré por ti, como ya lo hago por ti… es parte del proceso de aceptar que alguien ya no estará más en tu vida, no de la manera en que llegó a estar…— que es su caso, porque considero que seguiremos siendo parte de las mismas cosas, los mismos grupos, compartimos las mismas ideas. Estamos juntos en esta guerra, ¿no? No importa si estamos o no juntos como una pareja. —Es culpa de que los sentimientos echan raíces en mí, son muy arraigados y no puedo simplemente sacarlos de un día para el otro. Así que un sentimiento de hace años, aunque no quede casi nada de este o sea solo un recuerdo, todavía lo tengo presente. Y así puede ser, ¿no? Porque no me gustaría olvidar las cosas que he llegado a sentir, quiero decir… me gustaría poder seguir recordando toda la vida cómo me sentí cuando estaba contigo. ¿Está mal?— se lo pregunto. —Y si estoy con otra persona, claro que la amaría, pero si algo te ocurre, me preocuparía por ti. Porque me diste cosas buenas, toda la vida seguiría conservando lo que tuvimos en alguna parte de mí. ¿Lo entiendes?
A pesar de que hay una sombra de una sonrisa en mis labios, no me siento realmente feliz de saber que ella tampoco encuentra fácil el compartir el mismo ambiente que yo. Al final, es solo un consuelo infantil porque seguimos cada uno por nuestro lado, terminamos en una misma cama que repentinamente se siente helada a pesar de todo lo que ha pasado hace unas horas sobre este mismo colchón. El encantamiento se rompió, el alcohol bajó y solo quedamos nosotros con nuestros arrepentimientos y dudas, porque ya no tenemos a qué echarle la culpa. Una de las cosas que recuerdo de anoche es el sentirme invencible, ahora mismo me siento abatido.
Me conformo con esa caricia vaga, que revuelve mi pelo de una forma que para mí ya es familiar y que de alguna manera llegué a extrañar durante estos días. La mirada que le lanzo es de reproche porque sí que lo ha preferido sobre mí, solo que no lo sabe o no lo ve de la misma manera que yo — No tenemos por qué llorar solos — digo simplemente, que bien podría haberme pedido ayuda y yo se la habría dado. ¿Lo hizo? No. Prefirió sufrir por un amor antiguo y ya perdido, de esos que suenan trágicos mientras yo sigo vivo, creo que anoche eso quedó en claro porque mi sangre estaba corriendo a toda velocidad por un cuerpo que ella sintió. No sé cómo reaccionar a lo siguiente, cuando es ella la que decidió llorar por mí en lugar de tenerme y, aunque separo los labios con la obvia intención de discutirle, vuelvo a cerrarlos. Es típico de Synnove, sentir demasiado y hacer un desastre con eso aunque no sé dé cuenta, las personas aparentemente tranquilas y sensibles son las que explotan más fuerte — Lo entiendo — murmuro — Y sé que tiene sentido, si lo veo desde tu punto de vista. Pero yo sigo siendo yo y no siempre actuaríamos de la misma forma.
Aunque aprieto mis labios, los ensancho para sonreírle en un intento de que todo quede bien, que tome mis palabras con calma y no las crea un ataque inexistente. Odio esto de querer a alguien, de verdad. ¿Cómo puedo aceptar que ella esté bien, si a mí me hace mierda por dentro? ¿Y tengo que sonreír y fingir que todo estará bien? Mi rostro se inclina hacia delante ante la urgencia de besarla, pero me detengo con un suspiro y giro, dándole la espalda en lo que tomo asiento en el colchón. Suerte para mí, mi calzoncillo está lo suficientemente cerca como para estirarme y tomarlo, así que es más sencillo el colocarlo sin siquiera levantarme — ¿Sabes una cosa? — obvio que no. La miro por encima de mi hombro — El día de mi cumpleaños, te odiaba. Te odié tanto que pensé que iba a quemarme por dentro. Hasta pensé en mil maneras de cómo hacerte tanto daño para que te sientas como yo — por la mueca que le hago, es obvio que no estoy orgulloso de eso — Pasaron millones de cosas desde que dejé el catorce y mil veces he querido no haberme ido nunca de allí, que nada hubiese cambiado. Pero conocerte a ti fue lo único bueno que me sucedió desde entonces y no puedo evitar preguntarme cómo habrían sido las cosas de no habernos topado nunca. No hay muchas opciones, pero siento que habría un hueco — uno que no sabría que tendría que rellenar, pero yo ahora mismo lo sé. Me cuesta mucho recordar cómo era yo hace dos años, hay algunas cosas que se sienten demasiado ajenas — Tal vez todo fue un desastre y en realidad tú tendrías que haber salido con alguien como David. Y espero que lo hagas, de verdad. Yo tampoco podría odiarte jamás.
Me conformo con esa caricia vaga, que revuelve mi pelo de una forma que para mí ya es familiar y que de alguna manera llegué a extrañar durante estos días. La mirada que le lanzo es de reproche porque sí que lo ha preferido sobre mí, solo que no lo sabe o no lo ve de la misma manera que yo — No tenemos por qué llorar solos — digo simplemente, que bien podría haberme pedido ayuda y yo se la habría dado. ¿Lo hizo? No. Prefirió sufrir por un amor antiguo y ya perdido, de esos que suenan trágicos mientras yo sigo vivo, creo que anoche eso quedó en claro porque mi sangre estaba corriendo a toda velocidad por un cuerpo que ella sintió. No sé cómo reaccionar a lo siguiente, cuando es ella la que decidió llorar por mí en lugar de tenerme y, aunque separo los labios con la obvia intención de discutirle, vuelvo a cerrarlos. Es típico de Synnove, sentir demasiado y hacer un desastre con eso aunque no sé dé cuenta, las personas aparentemente tranquilas y sensibles son las que explotan más fuerte — Lo entiendo — murmuro — Y sé que tiene sentido, si lo veo desde tu punto de vista. Pero yo sigo siendo yo y no siempre actuaríamos de la misma forma.
Aunque aprieto mis labios, los ensancho para sonreírle en un intento de que todo quede bien, que tome mis palabras con calma y no las crea un ataque inexistente. Odio esto de querer a alguien, de verdad. ¿Cómo puedo aceptar que ella esté bien, si a mí me hace mierda por dentro? ¿Y tengo que sonreír y fingir que todo estará bien? Mi rostro se inclina hacia delante ante la urgencia de besarla, pero me detengo con un suspiro y giro, dándole la espalda en lo que tomo asiento en el colchón. Suerte para mí, mi calzoncillo está lo suficientemente cerca como para estirarme y tomarlo, así que es más sencillo el colocarlo sin siquiera levantarme — ¿Sabes una cosa? — obvio que no. La miro por encima de mi hombro — El día de mi cumpleaños, te odiaba. Te odié tanto que pensé que iba a quemarme por dentro. Hasta pensé en mil maneras de cómo hacerte tanto daño para que te sientas como yo — por la mueca que le hago, es obvio que no estoy orgulloso de eso — Pasaron millones de cosas desde que dejé el catorce y mil veces he querido no haberme ido nunca de allí, que nada hubiese cambiado. Pero conocerte a ti fue lo único bueno que me sucedió desde entonces y no puedo evitar preguntarme cómo habrían sido las cosas de no habernos topado nunca. No hay muchas opciones, pero siento que habría un hueco — uno que no sabría que tendría que rellenar, pero yo ahora mismo lo sé. Me cuesta mucho recordar cómo era yo hace dos años, hay algunas cosas que se sienten demasiado ajenas — Tal vez todo fue un desastre y en realidad tú tendrías que haber salido con alguien como David. Y espero que lo hagas, de verdad. Yo tampoco podría odiarte jamás.
—No deberíamos llorar solos…— le doy la razón en voz tan baja que apenas se me escucha, —aunque sea lo que pidamos porque nos sentimos dolidos, nunca es bueno para nadie llorar solo— mantengo mis ojos apartados de su rostro, hablando al aire que tiene un espacio inmenso para ocupar, en esta habitación de paredes altas con un techo que no alcanzaría a tocar, ni aunque me parara en una escalera. La cama parece una isla que nos coloca en el centro y nos aísla de todo, con el silencio pesado que llena toda la fábrica. Colaboro con esto al no contestar a su comentario sobre las distintas que son nuestras maneras de responder a cada cosa que ocurre, eso lo sabemos desde que nos conocimos, viene de una realidad que puso de cabeza la mía, coincidimos en el punto medio para que él pudiera entrar y descubrir cómo era mi vida, para que yo pudiera luego entrar y descubrir cómo era la suya. Paso el dorso de mi mano por mi nariz que me pica por las ganas de llorar, supongo que somos de esas cosas que pasan a mitad de camino de dos personas que están siendo llevados hacia una dirección opuesta a la que provienen. Somos lo que pasa en medio…
Y que se incline para casi besarme es lo más natural en nosotros, que no entiendo cómo puede ser así, si es una contradicción a todo lo que estamos diciendo y aceptando, pidiendo una distancia que haga posible que cada uno siga por su lado. ¿Qué tendría que decir? ¿Qué por dentro quizá estaba esperando que me besara y no que me mostrara su espalda, otra vez? Pero fui la primera en decirle que necesitaba distancia y me la dio, él pide lo mismo ahora y no tengo derecho a negárselo. ¿No es eso lo que hacemos con el otro? Nos queremos como para dar al otro lo que pide, porque de eso se trata, de respetar su decisión y no obligarlo a nada, menos a quedarse si no es lo que quiere. A nuestra manera, lo estamos haciendo bien, muy bien. Aunque se sienta como si estuviera muy mal, porque si está bien, ¿por qué duele tanto?
Apoyo mis manos en el colchón para incorporarme y quedar sentada a su lado, no lo miro sino que bajo la mirada al oírle. Sí me odiaba, quizá eso fue lo que dijo anoche. Es posible que me haya lanzado todo su desprecio a la cara, ese que alguna vez fue un sentimiento distinto, lastimar a las personas tiene eso de dar la vuelta de cara a las emociones. No me gustaría que sea así, la verdad. No me gusta saber que si me quería, ese cariño ya no está, se transformó en rencor. Una vez di por seguro su cariño, cuando no era más que mi amigo, entonces su cariño hacía mí era inquebrantable. Lo hubiera dejado así, ¿no hubiera sido lo mejor? Toda la vida sosteniendo y cuidando su espalda para que las estupideces que hiciera no lo dejaran con un ojo morado. Y lo más extraño de imaginarlo posible, es pensar que hubo un tiempo en que ni siquiera nos conocíamos y tal vez, ni siquiera debíamos conocernos. Tomo un mechón largo de mi cabello para peinarlo con mis dedos, notando lo mucho que ha crecido en estos meses. Puedo ver la persona que sería y en la que me convertiría de no conocerlo, es tan claro como para mí, como si… ese fuera mi único destino posible. —Sería abogada, me verías salir del ministerio en el mismo horario en el que salen todos, vestiría con una blusa blanca y un tapado gris, tendría mi cabello corto a la mandíbula. Me verías tomar un café express y revisar mi teléfono al caminar por el Capitolio. Tendría los mismos gestos que mi madre. Saldría con un hombre que no se pareciera en nada a mi padre, no sería alguien como Dave porque él si se le parece. Son personas que están en varios lugares a la vez y yo quiero estar con alguien que esté conmigo — es lo que toda mi vida quise, personas que si estaban conmigo, no estuvieran ausentes en la habitación que compartiéramos y por un tiempo se sintió como que Ken sí estaba.
—Así hubiera sido si nunca me topaba contigo…— murmuro. —Y después de conocerte, todo lo que hago es preguntarme qué deseo, a dónde quiero llegar, qué es lo que me mueve, qué tan lejos puedo llegar, y quiero un montón de cosas que no llego a definirlas todas, solo sé que quiero, mucho más. Ya no me conformo con lo que podría haber sido, estoy corriendo lejos de eso…— trazo con mi dedo un camino sinuoso sobre el colchón, lo detengo en un punto imaginario para volver mis ojos a su rostro. Alzo mis rodillas porque tal vez tendría que buscar mi ropa así como lo hizo él, pero no tengo idea de donde está, no alcanzo a verla. Procuro no pensar en ello al decir lo que siento que tengo que decir, porque con él aprendí que no debúa dejar pasar ningún momento, más que nada, porque no sé si mañana seguirá vivo. Y no es melodrama, es una verdad tratándose de Ken. —Podrías no haber pasado nunca por mi vida, pero lo hiciste. No creo que haya sido un desastre, creo que fue algo increíble y fue una suerte. Te agradezco tantas cosas— pongo esfuerzo en mostrarle una sonrisa cuando noto que me tiembla la voz, —enamorarme de ti fue torpe, tonto y absolutamente maravilloso— pongo énfasis en mis palabras al sonreír de verdad. —Pero supongo que no sabemos aún qué se hace cuando duele, cuando las cosas se ponen feas, solo te lastimo y también se vuelve difícil para mí. No voy a ser quien te pida que…— trago aire por la boca para llenarme de valentía, a miedo de avivar su desprecio y rechazo, —volvamos, cuando soy quien te lastimó y terminó esto, hacerlo es cruel, no quiero ser esa persona. Que te confunde, te aleja, te acerca, te vuelve a alejar. No me gusta…— meneo mi cabeza de un lado al otro y entonces me detengo con los ojos puestos en su perfil. —Sí quiero… pedirte perdón. ¿Me perdonas?
Y que se incline para casi besarme es lo más natural en nosotros, que no entiendo cómo puede ser así, si es una contradicción a todo lo que estamos diciendo y aceptando, pidiendo una distancia que haga posible que cada uno siga por su lado. ¿Qué tendría que decir? ¿Qué por dentro quizá estaba esperando que me besara y no que me mostrara su espalda, otra vez? Pero fui la primera en decirle que necesitaba distancia y me la dio, él pide lo mismo ahora y no tengo derecho a negárselo. ¿No es eso lo que hacemos con el otro? Nos queremos como para dar al otro lo que pide, porque de eso se trata, de respetar su decisión y no obligarlo a nada, menos a quedarse si no es lo que quiere. A nuestra manera, lo estamos haciendo bien, muy bien. Aunque se sienta como si estuviera muy mal, porque si está bien, ¿por qué duele tanto?
Apoyo mis manos en el colchón para incorporarme y quedar sentada a su lado, no lo miro sino que bajo la mirada al oírle. Sí me odiaba, quizá eso fue lo que dijo anoche. Es posible que me haya lanzado todo su desprecio a la cara, ese que alguna vez fue un sentimiento distinto, lastimar a las personas tiene eso de dar la vuelta de cara a las emociones. No me gustaría que sea así, la verdad. No me gusta saber que si me quería, ese cariño ya no está, se transformó en rencor. Una vez di por seguro su cariño, cuando no era más que mi amigo, entonces su cariño hacía mí era inquebrantable. Lo hubiera dejado así, ¿no hubiera sido lo mejor? Toda la vida sosteniendo y cuidando su espalda para que las estupideces que hiciera no lo dejaran con un ojo morado. Y lo más extraño de imaginarlo posible, es pensar que hubo un tiempo en que ni siquiera nos conocíamos y tal vez, ni siquiera debíamos conocernos. Tomo un mechón largo de mi cabello para peinarlo con mis dedos, notando lo mucho que ha crecido en estos meses. Puedo ver la persona que sería y en la que me convertiría de no conocerlo, es tan claro como para mí, como si… ese fuera mi único destino posible. —Sería abogada, me verías salir del ministerio en el mismo horario en el que salen todos, vestiría con una blusa blanca y un tapado gris, tendría mi cabello corto a la mandíbula. Me verías tomar un café express y revisar mi teléfono al caminar por el Capitolio. Tendría los mismos gestos que mi madre. Saldría con un hombre que no se pareciera en nada a mi padre, no sería alguien como Dave porque él si se le parece. Son personas que están en varios lugares a la vez y yo quiero estar con alguien que esté conmigo — es lo que toda mi vida quise, personas que si estaban conmigo, no estuvieran ausentes en la habitación que compartiéramos y por un tiempo se sintió como que Ken sí estaba.
—Así hubiera sido si nunca me topaba contigo…— murmuro. —Y después de conocerte, todo lo que hago es preguntarme qué deseo, a dónde quiero llegar, qué es lo que me mueve, qué tan lejos puedo llegar, y quiero un montón de cosas que no llego a definirlas todas, solo sé que quiero, mucho más. Ya no me conformo con lo que podría haber sido, estoy corriendo lejos de eso…— trazo con mi dedo un camino sinuoso sobre el colchón, lo detengo en un punto imaginario para volver mis ojos a su rostro. Alzo mis rodillas porque tal vez tendría que buscar mi ropa así como lo hizo él, pero no tengo idea de donde está, no alcanzo a verla. Procuro no pensar en ello al decir lo que siento que tengo que decir, porque con él aprendí que no debúa dejar pasar ningún momento, más que nada, porque no sé si mañana seguirá vivo. Y no es melodrama, es una verdad tratándose de Ken. —Podrías no haber pasado nunca por mi vida, pero lo hiciste. No creo que haya sido un desastre, creo que fue algo increíble y fue una suerte. Te agradezco tantas cosas— pongo esfuerzo en mostrarle una sonrisa cuando noto que me tiembla la voz, —enamorarme de ti fue torpe, tonto y absolutamente maravilloso— pongo énfasis en mis palabras al sonreír de verdad. —Pero supongo que no sabemos aún qué se hace cuando duele, cuando las cosas se ponen feas, solo te lastimo y también se vuelve difícil para mí. No voy a ser quien te pida que…— trago aire por la boca para llenarme de valentía, a miedo de avivar su desprecio y rechazo, —volvamos, cuando soy quien te lastimó y terminó esto, hacerlo es cruel, no quiero ser esa persona. Que te confunde, te aleja, te acerca, te vuelve a alejar. No me gusta…— meneo mi cabeza de un lado al otro y entonces me detengo con los ojos puestos en su perfil. —Sí quiero… pedirte perdón. ¿Me perdonas?
Lo que me cuenta es muy fácil de imaginar, es una imagen demasiado clásica que podría colocar en su persona con mucha sencillez. Synnove no es la clase de persona de la cual pensé que me enamoraría, tengo que ser sincero. Solía pensar que mi destino era casarme con Delilah, tener hijos en el catorce y volverme un excelente explorador, en un mundo completamente salvaje que no tiene nada que ver con el Capitolio donde ella creció. Ella es pulcra, la puedo identificar fácil con el color blanco, yo siempre me sentí marrón. Marrón como la tierra, el bosque, lo incivilizado que puedo llegar a ser cuando las cosas llegan a su límite. Fui el chico que no sabía pedir comida en una posada y que aprendió a usar la tecnología siendo un adolescente crecido, en un mundo que le pertenecía a ella. Soy como ese pequeño error que no debería haber pasado y que sucedió por puro capricho.
Observo su perfil cuando entro en la ecuación de su vida perfecta y tranquila, poco me falta para pedirle disculpas por arruinarlo todo. No lo hago porque puedo ver que Syv ha cambiado, que ha crecido tanto como creo que lo he hecho yo y, tal vez, este accidente era algo que necesitábamos los dos. ¿Y qué si es solo eso? Un romance adolescente que sirvió para prepararnos para el mundo y ya está. Me encuentro sonriéndole, en un gesto que vacila cuando oigo algo que no esperaba escuchar jamás de sus labios. ¿Que se ha enamorado de mí? ¿Eso quiere decir que me ama? Creo que me sudan las manos, no sé siquiera de que, en lo que se me achican todos los órganos internos. Puedo comprender lo que me está diciendo, pero lo único que alcanzo a hacer es sacudir la cabeza porque no sé cómo ordenar las ideas que me ha lanzado de lleno a la cara. Y entre todo lo que me dijo, solo puedo empezar por una cosa — Si dices que estás enamorada de mí, entonces... ¿Me amas?
Jamás pensé que alguien me diría algo así, tal vez porque ni siquiera consideré la opción al estar preocupado por otras cosas. O quizá es porque di por sentado que solamente le gustaba un poco más que otros chicos, lo suficiente como para querer salir conmigo hasta que la emoción fuese barrida por el tiempo. Tomo aire en lo que abro la boca, la cierro y repito la acción un par de veces, no muy seguro de lo que debo contestar. Las palabras que le dicen que la amo se me traban en la garganta, me siento tan cobarde que no quiero decirlas y que las use para volver a herirme. Ya he tenido demasiado con el dolor, como para sentir un nuevo tipo de rechazo. Y como sobran las palabras, lo único que puedo hacer es tomar su rostro con las manos para que mi boca se una a la suya, con una urgencia distinta a la que vivimos anoche. Todo lo que pueda decir, se resume en cómo mis labios mueven los suyos. Todo lo que pueda sentir, se expresa en cómo mi lengua le pide permiso a la contraria. En la lentitud se muestra mi sed, esa que de seguro me va a costar un empujón, pero por un momento no me importa. Tomo algo de aire sin despegarme de su boca, sin preocuparme mucho porque los dos debemos saber horrible después de toda la porquería que consumimos anoche — Te perdono — murmuro. Mis dedos tiemblan, pero no la suelto — Y lo lamento, pero si íbamos a salir de aquí para dar todo por terminado, al menos necesitaba saber que nuestro último beso no había sido a causa del alcohol — lo que me recuerda a la botellita y a mi propia estupidez, esa que me hace sonreír al volver a buscar sus labios.
Observo su perfil cuando entro en la ecuación de su vida perfecta y tranquila, poco me falta para pedirle disculpas por arruinarlo todo. No lo hago porque puedo ver que Syv ha cambiado, que ha crecido tanto como creo que lo he hecho yo y, tal vez, este accidente era algo que necesitábamos los dos. ¿Y qué si es solo eso? Un romance adolescente que sirvió para prepararnos para el mundo y ya está. Me encuentro sonriéndole, en un gesto que vacila cuando oigo algo que no esperaba escuchar jamás de sus labios. ¿Que se ha enamorado de mí? ¿Eso quiere decir que me ama? Creo que me sudan las manos, no sé siquiera de que, en lo que se me achican todos los órganos internos. Puedo comprender lo que me está diciendo, pero lo único que alcanzo a hacer es sacudir la cabeza porque no sé cómo ordenar las ideas que me ha lanzado de lleno a la cara. Y entre todo lo que me dijo, solo puedo empezar por una cosa — Si dices que estás enamorada de mí, entonces... ¿Me amas?
Jamás pensé que alguien me diría algo así, tal vez porque ni siquiera consideré la opción al estar preocupado por otras cosas. O quizá es porque di por sentado que solamente le gustaba un poco más que otros chicos, lo suficiente como para querer salir conmigo hasta que la emoción fuese barrida por el tiempo. Tomo aire en lo que abro la boca, la cierro y repito la acción un par de veces, no muy seguro de lo que debo contestar. Las palabras que le dicen que la amo se me traban en la garganta, me siento tan cobarde que no quiero decirlas y que las use para volver a herirme. Ya he tenido demasiado con el dolor, como para sentir un nuevo tipo de rechazo. Y como sobran las palabras, lo único que puedo hacer es tomar su rostro con las manos para que mi boca se una a la suya, con una urgencia distinta a la que vivimos anoche. Todo lo que pueda decir, se resume en cómo mis labios mueven los suyos. Todo lo que pueda sentir, se expresa en cómo mi lengua le pide permiso a la contraria. En la lentitud se muestra mi sed, esa que de seguro me va a costar un empujón, pero por un momento no me importa. Tomo algo de aire sin despegarme de su boca, sin preocuparme mucho porque los dos debemos saber horrible después de toda la porquería que consumimos anoche — Te perdono — murmuro. Mis dedos tiemblan, pero no la suelto — Y lo lamento, pero si íbamos a salir de aquí para dar todo por terminado, al menos necesitaba saber que nuestro último beso no había sido a causa del alcohol — lo que me recuerda a la botellita y a mi propia estupidez, esa que me hace sonreír al volver a buscar sus labios.
No es algo a lo que habría podido responder hace unos días, si bien me lo pregunté un par de veces. No sabía decirme si era amor, así de imponente como suena esa palabra, lo que sentía por él o era más bien una sensación cálida a la que podía llamar cariño cuando buscaba que me abrazara, o nos tumbábamos donde fuera uno al lado del otro, rodeaba su cintura con un brazo para estrecharlo o me quedaba contando sus pestañas, quererlo se parecía mucho a estar tirados en el pasto a la sombra en una tarde de verano, siempre lo voy a relacionar con el verano, como si llevara un poco de esta estación a donde sea que vaya. Pero mirar hacia atrás para querer respetar mis sentimientos del pasado, esos que dicen que una vez quise a Zach, así como se quiere a alguien la primera vez, de manera absurda y unilateral, con expectativas de nada. También pude mirar hacia atrás al romper con Ken y puesto que las historias solo pueden contarse una vez que conocimos su final, sabía que de contar la nuestra diría que nos enamoramos, así como creo que todos merecen enamorarse alguna vez en la vida antes de que el mundo nos haga adultos, con la certeza de que al mirar a la otra persona también te está mirando y es sereno, calmo para nosotros, cuando está haciendo que todo alrededor cambie. —Sí— un monosílabo me parece poco, pero decirle que “supongo” o “eso creo” da lugar a una indecisión que no es mi intención mostrar. No hay más que esas dos letras unidas en una palabra para decir.
Y no pido más que eso, no espero más que esa única y simple palabra para sentir que no lo eché todo a perder con Ken, porque me duele pensar que después de todo lo que pasamos nos separaremos haciéndonos reclamos hirientes y con una herida causada por mi culpa, cuando nunca me vi siendo capaz de dañarlo cuando es todo lo que ha conocido del mundo, no han hecho más que abrirle heridas. El beso me toma desprevenida, si no me muevo es porque al verlo venir, no tengo intención de apartarme. Me tardo un poco más en encontrar el ritmo, voy más lento que él en el tanteo de su boca y es al cerrar mi mano en su nuca para que pueda profundizar la caricia de su lengua, que me acoplo a la urgencia que palpita entre nosotros. Sigue sin una respuesta a mi pedido, bien puede ser un no, tal vez sea un sí, me lo contestará luego cuando acabe. Y acaba, eso pienso por unos momentos, lo que dice me hace creer que eso fue un beso de despedida después de su perdón, de pronto me sabe amargo en el estómago. Creo que va a irse y pensar en que puede apartarse me provoca una punzada que es dolor físico, real. Barre todo eso cuando vuelve sobre mis labios, los mismos que le responden con ansía para tirar de él cuando me recuesto en el colchón, mis brazos envolviendo su cuello.
Su cuerpo sobre el mío actúa como una descarga eléctrica a mis recuerdos por lo familiar de ese roce íntimo de piel desnuda, me escucho a mí misma y a él en algún momento de la noche cuando la oscuridad alentaba a nuestras manos a buscarnos, llegando a lugares impensados en los que nos demoramos. Hay cosas que definitivamente no están hechas para ser olvidadas, basta muy poco para traerlas al presente y que mis manos vuelvan sobre lo andado, bajando por su espalda para acercarlo más. Un último beso por el cual no le echemos la culpa al alcohol, solo eso. ¿Solo eso? Si es solo un beso me tardo todo lo que puedo en su boca, en saborear su interior, en acariciar sus labios y tironear de ellos, marcarlos suavemente, demorar el momento en que decida la partida si para él la despedida ya está hecha. Solo un beso, uno que continúa por lo largo de su garganta y me atrevo a un mordisco rápido al llegar a su hombro, para aliviarlo luego con la presión de mis labios en una caricia. No se siente como el último beso entre nosotros, sino como el último de todo, seguro que habrá alguna otra chica con quien recomenzará un conteo de besos dentro de un tiempo y en cambio yo solo puedo pensar en que no habrá otro Ken al que pueda besar así.
Y no pido más que eso, no espero más que esa única y simple palabra para sentir que no lo eché todo a perder con Ken, porque me duele pensar que después de todo lo que pasamos nos separaremos haciéndonos reclamos hirientes y con una herida causada por mi culpa, cuando nunca me vi siendo capaz de dañarlo cuando es todo lo que ha conocido del mundo, no han hecho más que abrirle heridas. El beso me toma desprevenida, si no me muevo es porque al verlo venir, no tengo intención de apartarme. Me tardo un poco más en encontrar el ritmo, voy más lento que él en el tanteo de su boca y es al cerrar mi mano en su nuca para que pueda profundizar la caricia de su lengua, que me acoplo a la urgencia que palpita entre nosotros. Sigue sin una respuesta a mi pedido, bien puede ser un no, tal vez sea un sí, me lo contestará luego cuando acabe. Y acaba, eso pienso por unos momentos, lo que dice me hace creer que eso fue un beso de despedida después de su perdón, de pronto me sabe amargo en el estómago. Creo que va a irse y pensar en que puede apartarse me provoca una punzada que es dolor físico, real. Barre todo eso cuando vuelve sobre mis labios, los mismos que le responden con ansía para tirar de él cuando me recuesto en el colchón, mis brazos envolviendo su cuello.
Su cuerpo sobre el mío actúa como una descarga eléctrica a mis recuerdos por lo familiar de ese roce íntimo de piel desnuda, me escucho a mí misma y a él en algún momento de la noche cuando la oscuridad alentaba a nuestras manos a buscarnos, llegando a lugares impensados en los que nos demoramos. Hay cosas que definitivamente no están hechas para ser olvidadas, basta muy poco para traerlas al presente y que mis manos vuelvan sobre lo andado, bajando por su espalda para acercarlo más. Un último beso por el cual no le echemos la culpa al alcohol, solo eso. ¿Solo eso? Si es solo un beso me tardo todo lo que puedo en su boca, en saborear su interior, en acariciar sus labios y tironear de ellos, marcarlos suavemente, demorar el momento en que decida la partida si para él la despedida ya está hecha. Solo un beso, uno que continúa por lo largo de su garganta y me atrevo a un mordisco rápido al llegar a su hombro, para aliviarlo luego con la presión de mis labios en una caricia. No se siente como el último beso entre nosotros, sino como el último de todo, seguro que habrá alguna otra chica con quien recomenzará un conteo de besos dentro de un tiempo y en cambio yo solo puedo pensar en que no habrá otro Ken al que pueda besar así.
Ahora lo único en lo que puedo pensar es que me ama. Me ama y le creo, tomo esa decisión aunque sea para mentirme mientras son sus brazos los que tiran de mí para regresar a la cama. ¿Qué importa todo lo demás, si puedo robar estos minutos para nosotros? ¿Podemos quedarnos aquí el resto del día, sin mirar al motivo por el cual estamos encerrados en esta habitación en primer lugar? Me trepo a ella, a ese cuerpo que se siente cómodo y caliente, en lo que mis manos toman sus rodillas para separarlas y así poder hacerme el espacio que me permite estar más cerca de ella, de sus besos, que mi pecho se presione contra el suyo para marcar una respiración que pronto se vuelve rítmica y coordinada. Apenas me quejo en un jadeo por culpa de sus dientes, abro los ojos en lo que ella se entretiene con mi piel y me obligo a quedarme sin aliento. No quiero que se detenga, tampoco puedo verle un final. Son kilómetros y kilómetros de piel que planeo recorrer enteros, que me hace temblar como si fuera la primera vez que nos chocamos como una especie de estallido.
Bajo las manos a sus muslos para colocarnos en la posición que me permite aterrizar en su cuello, mucho más consciente del sabor de su piel que anoche. Tanto mis manos como mi boca se detienen en esos puntos llamativos que se vuelven curvas, que buscan erizar sus poros y recordarme qué es lo que me vuelve loco de su cuerpo, cuando nunca pensé que le daría tanta importancia a la anatomía de otra persona. Creo que me conozco la suya de memoria, agradezco que ella recorra la mía con la misma urgencia. Es la impaciencia la que me hace dejar de besar su vientre al buscar arrodillarme, tironeando de la única prenda que alcancé a colocarme antes de volver a caer. Debe ser una especie de récord del sujeto más estúpido cuando trata de escaparse de su ex. Lo pateo, creo que se enrosca en el borde del colchón porque de seguro tiene un alambre salido, eso no me importa. Por poco no puedo despegar los ojos de ella, como si fuese a desaparecer al cambiar de opinión.
El recargarme sobre ella es un acto más delicado, acaricio sus labios con los míos al sentir el calor de nuestras panzas al rozarse una vez más — Te mentí — admito en un susurro, tengo que tragar algo de saliva para sentir que mi garganta no se ha secado — Sí te dije que te amaba — susurro, que se quede como un secreto entre nosotros — Solo no quería decirte que tienes la oportunidad de hacerme mierda de nuevo cuando tú quieras. Era mucho más fácil si lo habías olvidado — si ella lo olvidaba, nada había pasado. Le quito un mechón de pelo del rostro antes de besar su mentón, subiendo hasta volver a su boca, entreabriendo la mía — Al fin de cuentas, te tengo más miedo que a los dementores — porque sé bien que tiene un mayor peso para mí. Le sonrío, antes de volver a hundirme en ella, en cada parte que pueda tomar, porque podemos volvernos un torbellino secreto que durará lo que tenga que durar, hasta que ya no quede absolutamente nada.
Bajo las manos a sus muslos para colocarnos en la posición que me permite aterrizar en su cuello, mucho más consciente del sabor de su piel que anoche. Tanto mis manos como mi boca se detienen en esos puntos llamativos que se vuelven curvas, que buscan erizar sus poros y recordarme qué es lo que me vuelve loco de su cuerpo, cuando nunca pensé que le daría tanta importancia a la anatomía de otra persona. Creo que me conozco la suya de memoria, agradezco que ella recorra la mía con la misma urgencia. Es la impaciencia la que me hace dejar de besar su vientre al buscar arrodillarme, tironeando de la única prenda que alcancé a colocarme antes de volver a caer. Debe ser una especie de récord del sujeto más estúpido cuando trata de escaparse de su ex. Lo pateo, creo que se enrosca en el borde del colchón porque de seguro tiene un alambre salido, eso no me importa. Por poco no puedo despegar los ojos de ella, como si fuese a desaparecer al cambiar de opinión.
El recargarme sobre ella es un acto más delicado, acaricio sus labios con los míos al sentir el calor de nuestras panzas al rozarse una vez más — Te mentí — admito en un susurro, tengo que tragar algo de saliva para sentir que mi garganta no se ha secado — Sí te dije que te amaba — susurro, que se quede como un secreto entre nosotros — Solo no quería decirte que tienes la oportunidad de hacerme mierda de nuevo cuando tú quieras. Era mucho más fácil si lo habías olvidado — si ella lo olvidaba, nada había pasado. Le quito un mechón de pelo del rostro antes de besar su mentón, subiendo hasta volver a su boca, entreabriendo la mía — Al fin de cuentas, te tengo más miedo que a los dementores — porque sé bien que tiene un mayor peso para mí. Le sonrío, antes de volver a hundirme en ella, en cada parte que pueda tomar, porque podemos volvernos un torbellino secreto que durará lo que tenga que durar, hasta que ya no quede absolutamente nada.
No vamos a mentirnos, esto es mucho más que un beso. Es el permiso absoluto de poder vagar por toda la piel que mis dedos quieran recorrer, así como sus manos se mueven por mi cuerpo con una confianza que no sabía que podía tener y que al parecer mis nervios sí, porque responden a cada caricia con una exaltación que me hacen buscarlo por instinto. Si no lo pienso demasiado, puedo concentrarme en como el descenso de su boca va dejando marcas calientes y no sé si esto se parece en algo a lo que sucedió anoche. La intensidad palpable en esos recuerdos que se nos escapan es un eco en mi piel que se ve arrasada por esta nueva marea caliente que provoca su tacto. Todos los olvidos quedan relegados a este momento real y consciente en que el roce de nuestras caderas me hace ir hacia él cuando se deshace de la única prenda que quedaba entre nosotros, la facilidad con la que nos desprendemos de todo debería ser alarmante y en vez de preocuparnos, nos entregamos. No creo que pueda ser de otra manera.
No quiero que sea de otra manera cuando acaricio sus labios, mis manos se acomodan a los lados de su cadera y respiro, si es que a esto que son gemidos entrecortados se le puede llamar respirar, del aire que queda entre su boca y la mía mientras habla. Quiero cerrar mis oídos a lo que sea una confesión que nos lastime, por poco meneo mi barbilla para impedirle que continúe con la aclaración de eso que fue una mentira, no quiero que se eche hacia atrás con nada de lo que dijo, si eso mismo hace que se retire. Podría llorar si elige este instante para hacerse a un lado, por una vez más quiero todo lo que pueda darme y darle de mí algo mejor que todos los intentos torpes, que sepa que lo quiero. Que lo quiero desde el deseo de querer este momento y también que lo quiero poniendo mi corazón en esto, porque no sé hacerlo de otra forma. Sus palabras me hunden el colchón por lo inmensas que son, entonces no lo imaginé. ¡Lo sabía! ¡No pude haberlo imaginado!
Que no lo recuerde es lo de menos, me guardo para mí este susurro que cae de su boca para que pueda ir a recogerlo con un beso en su comisura, mi nariz roza su mejilla al ir subiendo. —No quiero volver a hacerlo, no quiero lastimarte— murmuro con un esfuerzo de mi garganta. No quiero hacerle daño, pero no puedo evitar tocarlo y herirnos es siempre riesgo de rozarnos. —No quiero quererte tanto y que me quieras para terminar odiándome—. Sé que pongo a prueba su miedo y también a los míos que tienen que ver con perder hasta la posibilidad de hablar con él si estamos en una misma sala, de verme obligada a apartar la mirada para que no se cruce con la suya. —¿No crees que nuestra historia se merece un final distinto?— es un susurro tan quedo, por bajo que suene se nota el ruego. Dudo que podamos dar una respuesta, mis dedos se aferran a su cadera al girar sobre él y necesito de un segundo para que mi cabeza vuelva a su lugar por el vértigo repentino que me provoca el movimiento, no solo este, también las corrientes que bajan por mis brazos y estremecen mi espalda. No necesito verme en sus ojos para saber que los míos están nublados, pese a estarlo puedo enfocar su rostro y juro que esta vez no voy a olvidar nada, ni un centímetro de su piel que araño con mis uñas al acomodarme, ni un centímetro de esta sensación de estar cayendo en algo que es más inmenso que esta habitación, que este distrito, y surge de nosotros dos. No quiero llorar esta vez también, detesto ser tan patética, así que cierro mis ojos. —Te amo— susurro, no hay otro momento que este para decirlo, se trata de Ken y no me arriesgaría a esperar otra oportunidad, no es como si tuviéramos diez años por delante para reacomodar nuestras vidas y ver si todavía queda algo de lo que pudo hacernos sentir imparables a esta edad, es este momento.
No quiero que sea de otra manera cuando acaricio sus labios, mis manos se acomodan a los lados de su cadera y respiro, si es que a esto que son gemidos entrecortados se le puede llamar respirar, del aire que queda entre su boca y la mía mientras habla. Quiero cerrar mis oídos a lo que sea una confesión que nos lastime, por poco meneo mi barbilla para impedirle que continúe con la aclaración de eso que fue una mentira, no quiero que se eche hacia atrás con nada de lo que dijo, si eso mismo hace que se retire. Podría llorar si elige este instante para hacerse a un lado, por una vez más quiero todo lo que pueda darme y darle de mí algo mejor que todos los intentos torpes, que sepa que lo quiero. Que lo quiero desde el deseo de querer este momento y también que lo quiero poniendo mi corazón en esto, porque no sé hacerlo de otra forma. Sus palabras me hunden el colchón por lo inmensas que son, entonces no lo imaginé. ¡Lo sabía! ¡No pude haberlo imaginado!
Que no lo recuerde es lo de menos, me guardo para mí este susurro que cae de su boca para que pueda ir a recogerlo con un beso en su comisura, mi nariz roza su mejilla al ir subiendo. —No quiero volver a hacerlo, no quiero lastimarte— murmuro con un esfuerzo de mi garganta. No quiero hacerle daño, pero no puedo evitar tocarlo y herirnos es siempre riesgo de rozarnos. —No quiero quererte tanto y que me quieras para terminar odiándome—. Sé que pongo a prueba su miedo y también a los míos que tienen que ver con perder hasta la posibilidad de hablar con él si estamos en una misma sala, de verme obligada a apartar la mirada para que no se cruce con la suya. —¿No crees que nuestra historia se merece un final distinto?— es un susurro tan quedo, por bajo que suene se nota el ruego. Dudo que podamos dar una respuesta, mis dedos se aferran a su cadera al girar sobre él y necesito de un segundo para que mi cabeza vuelva a su lugar por el vértigo repentino que me provoca el movimiento, no solo este, también las corrientes que bajan por mis brazos y estremecen mi espalda. No necesito verme en sus ojos para saber que los míos están nublados, pese a estarlo puedo enfocar su rostro y juro que esta vez no voy a olvidar nada, ni un centímetro de su piel que araño con mis uñas al acomodarme, ni un centímetro de esta sensación de estar cayendo en algo que es más inmenso que esta habitación, que este distrito, y surge de nosotros dos. No quiero llorar esta vez también, detesto ser tan patética, así que cierro mis ojos. —Te amo— susurro, no hay otro momento que este para decirlo, se trata de Ken y no me arriesgaría a esperar otra oportunidad, no es como si tuviéramos diez años por delante para reacomodar nuestras vidas y ver si todavía queda algo de lo que pudo hacernos sentir imparables a esta edad, es este momento.
Una vez me torcí el tobillo. Recuerdo que fue porque me había escapado de casa un día de nieve en mi insistencia de que deseaba jugar al fútbol, cuando Echo me había dicho que no era seguro porque la capa blanca era muy gruesa para mis piernas cortas. Tenía unos nueve años, obviamente que no me importó; solo recuerdo que salí corriendo y me sentí genial por haberle demostrado a mi papá que yo no tenía razones para sentir miedo. Obviamente fallé, tropecé con una raíz que se camuflaba en el blanco y lloré muchísimo. En parte por el orgullo y por otro lado, el dolor también hizo de lo suyo; pero lo que más me dio miedo fue lo que Echo iba a decirme. Son esos segundos, cuando estás cayendo y el dolor te asalta, que te preguntas cómo darás la cara después de haber cometido un error. Crees que el mundo se detiene y es espantoso. Perder a Synnove se sintió incluso peor que eso, dolió más que ese tobillo torcido y el choque helado de la nieve. Y ya no soy un niño que puede ir corriendo a llorarle a su padre adoptivo.
Por eso yo tampoco quiero que vuelva a lastimarme, cuando sé muy bien que lo hará alguna vez porque somos humanos y eso es lo que hacemos, sentimos tanto que destruimos todo — Jamás podría odiarte — se lo recuerdo por si las dudas, pero sé que es una promesa vacía porque no tengo idea de dónde podemos terminar mañana. Si la amo con locura, puedo odiarla con locura. No quiero pensar en finales porque me amargan, los dos sabemos que nuestro final definitivo posiblemente será abrupto y, aún así, me robo un poco de su optimismo — No quiero pensar en finales ahora — no cuando no puedo juntar dos neuronas y hacerlas sentir funcionales. No quiero una tragedia ni el temor ni un punto final, solo la quiero a ella, tan caliente y real como ahora. Me quiero entre sus piernas, ahí donde es tan fácil encajar por culpa de un deseo tan nuevo que me carga por dentro, haciendo que me sienta hervir. Y soy feliz, por este momento efímero soy estúpidamente feliz, tanto que siento que soy una enorme burbuja que flota porque qué importa si el mundo es una mierda afuera, siempre y cuando Synnove Lackberg me mire de esa forma. Maldición, las películas cursis tenían razón.
Me da un pánico de vértigo cuando nos hace girar, me encuentro debajo de su cuerpo y solo puedo alzar la mirada en apreciación a ella. Debo verme patético porque me siento boquear en busca de aire, todo se siente pesado y frenético, tanto que tengo que ponerme una pausa para poder tomar lo que me dice. Mis dedos empujan su vientre, caminando por ella hasta pasar entre sus senos y acariciar su cuello, admirándola todo lo que puedo — Te amo, Syv — es la única respuesta que puedo darle, esa que se quiebra en mi boca antes de que, sin darme cuenta, le sonría hasta con los ojos. Estoy seguro de que se lo vuelvo a repetir, como cuando dices algo en voz alta varias veces porque tienes que oír cómo suena y a su vez se te hace extrañamente irreal. La amo. ¡Carajo, la amo! Y se siente perfecta, en cada uno de los besos que podemos darnos, en casa roce de nuestras caderas inquietas y nuestras manos invasivas. Obvio que la amo. Hace que este cuarto se vuelva escandaloso, que todo explote, que nuestras respiraciones y extraños sonidos me aturdan. No hay mejor lugar en el mundo para estar, que este colchón viejo, en una fábrica apestosa e ilegal, con Synnove Lackberg.
La cabeza me da vueltas y no sé cómo es que hemos terminado cruzados, porque esta no es la dirección que el colchón debería seguir; incluso mis piernas están sobre el suelo, que se siente muy frío en comparación a mi piel. Siento que vuelvo a estar ebrio, pero de algo totalmente diferente — ¿Crees que alguien habrá escuchado algo? — es un temor salido de la nada, pero por el modo que tengo de reprimir la risa no es algo que en verdad me preocupe. Tengo que mover la cabeza para mirarla, que me encuentro abrazándola con tanta fuerza que parece que busco que nuestros cuerpos jamás se separen. Me muevo un poco, tratando de mantenerme enroscado a ella en lo que doy un largo suspiro que busca recuperar mi respiración normal — Las paredes aquí no son muy gruesas y eso fue… muy diferente — supongo que eso es lo que sucede cuando te dejas caer en la desesperación. Ahora, solo puedo reírme entre dientes en nuestra complicidad en lo que escondo el rostro en su cuello, allí donde dejo un beso. Al final, ese juego de la botellita no salió tan mal.
Por eso yo tampoco quiero que vuelva a lastimarme, cuando sé muy bien que lo hará alguna vez porque somos humanos y eso es lo que hacemos, sentimos tanto que destruimos todo — Jamás podría odiarte — se lo recuerdo por si las dudas, pero sé que es una promesa vacía porque no tengo idea de dónde podemos terminar mañana. Si la amo con locura, puedo odiarla con locura. No quiero pensar en finales porque me amargan, los dos sabemos que nuestro final definitivo posiblemente será abrupto y, aún así, me robo un poco de su optimismo — No quiero pensar en finales ahora — no cuando no puedo juntar dos neuronas y hacerlas sentir funcionales. No quiero una tragedia ni el temor ni un punto final, solo la quiero a ella, tan caliente y real como ahora. Me quiero entre sus piernas, ahí donde es tan fácil encajar por culpa de un deseo tan nuevo que me carga por dentro, haciendo que me sienta hervir. Y soy feliz, por este momento efímero soy estúpidamente feliz, tanto que siento que soy una enorme burbuja que flota porque qué importa si el mundo es una mierda afuera, siempre y cuando Synnove Lackberg me mire de esa forma. Maldición, las películas cursis tenían razón.
Me da un pánico de vértigo cuando nos hace girar, me encuentro debajo de su cuerpo y solo puedo alzar la mirada en apreciación a ella. Debo verme patético porque me siento boquear en busca de aire, todo se siente pesado y frenético, tanto que tengo que ponerme una pausa para poder tomar lo que me dice. Mis dedos empujan su vientre, caminando por ella hasta pasar entre sus senos y acariciar su cuello, admirándola todo lo que puedo — Te amo, Syv — es la única respuesta que puedo darle, esa que se quiebra en mi boca antes de que, sin darme cuenta, le sonría hasta con los ojos. Estoy seguro de que se lo vuelvo a repetir, como cuando dices algo en voz alta varias veces porque tienes que oír cómo suena y a su vez se te hace extrañamente irreal. La amo. ¡Carajo, la amo! Y se siente perfecta, en cada uno de los besos que podemos darnos, en casa roce de nuestras caderas inquietas y nuestras manos invasivas. Obvio que la amo. Hace que este cuarto se vuelva escandaloso, que todo explote, que nuestras respiraciones y extraños sonidos me aturdan. No hay mejor lugar en el mundo para estar, que este colchón viejo, en una fábrica apestosa e ilegal, con Synnove Lackberg.
La cabeza me da vueltas y no sé cómo es que hemos terminado cruzados, porque esta no es la dirección que el colchón debería seguir; incluso mis piernas están sobre el suelo, que se siente muy frío en comparación a mi piel. Siento que vuelvo a estar ebrio, pero de algo totalmente diferente — ¿Crees que alguien habrá escuchado algo? — es un temor salido de la nada, pero por el modo que tengo de reprimir la risa no es algo que en verdad me preocupe. Tengo que mover la cabeza para mirarla, que me encuentro abrazándola con tanta fuerza que parece que busco que nuestros cuerpos jamás se separen. Me muevo un poco, tratando de mantenerme enroscado a ella en lo que doy un largo suspiro que busca recuperar mi respiración normal — Las paredes aquí no son muy gruesas y eso fue… muy diferente — supongo que eso es lo que sucede cuando te dejas caer en la desesperación. Ahora, solo puedo reírme entre dientes en nuestra complicidad en lo que escondo el rostro en su cuello, allí donde dejo un beso. Al final, ese juego de la botellita no salió tan mal.
Solo por este momento en el que también dice que me ama, cuando no creo que pueda haber otras palabras que puedan ser mejores que esas para que esto que estamos viviendo sea de las cosas más especiales que me pueden pasar en la vida, aparto todo lo que me han dicho y que me dije a mí misma sobre por qué no tendría que enamorarme de alguien como Kendrick. Desde la cuestión de su edad que lo hace un par de años menor a mí, hasta la realidad de que es un chico al que seguridad nacional busca por ser enemigo del gobierno, con un apellido a cuestas que pesa por tantos crímenes de familia. Conozco todas las razones de memoria, bien anotados en una lista imaginaria, sobre por qué al conocernos, bien podría haber pasado de él… y él también podría haber pasado de mí. Si nunca nos hubiéramos topado… es tan fácil imaginarlo, cada quien en su mundo, de esos que no se cruzan nunca. Cuando en este momento no hacemos más que chocar contra el otro, me escucho repetir sus palabras como un susurro tímido en cada segundo de pausa de los besos que tomo de su boca, nos envuelven y pierdo la noción de lo que pueda estar pasando afuera, si acaso existe un mundo afuera. De lo único que soy consciente es de cada parte de su piel que se frota con la mía, de sus respiraciones entrecortadas cerca de mi mejilla y como seguimos girando en el colchón con mis manos sosteniendo su rostro para que en la íntima distancia que queda entre nuestras boca queden atrapados todos los besos, gemidos y te amo.
Los latidos en mi pecho no aminoran cuando caemos en la calma de un abrazo, siento que voy sumiéndome en un letargo que me hace cerrar los ojos y aunque todo mi cuerpo se distiende, sigo escuchando a mi corazón retumbar en mis oídos, me siento tan plena que estiro mis piernas para cruzarlas con las suyas, mis dedos vuelven a su espalda. Puede ser de día a través de la ventana, que la habitación esté bañada de luz, pero no me creo capaz de levantarme por las siguientes horas, quiero quedarme en este hueco del distrito cinco, en el último rincón del mundo donde alguien buscaría a Ken y tenerlo para mí. —Nosotros no escuchamos a nadie más…— es mi respuesta de lógica, por la cual puedo suponer que las paredes son fuertes y nadie se enteró de nada de lo que pasó aquí dentro. Porque… no fuimos los únicos, ¿verdad?¿Verdad? Tal vez sí, quizá todos nuestros amigos están recogiendo las cosas que quedaron tiradas de anoche y cuando bajemos tendremos que encontrarnos con sus miradas de que lo saben todo. ¡Qué vergüenza! Entonces recuerdo que mi madre me encontró con una píldora del día después, literalmente el día después de acostarme con Ken. ¿Hay algo peor que eso? Ya lo pasé, así que puedo hacer cara a un de burlas de nuestros amigos también. —¿Diferente?— lo miro, el cosquilleo en mi piel todavía no se me va como prueba de lo intenso que ha sido esto. —¿Crees… que es posible que sí estemos hecho para esto?— es mi duda tras una corta vacilación, me gustaría que diga que sí, que como todo lo demás, también estamos hechos para esto.
Agarro mechones de su cabello con los dedos al acercarlo a mi garganta, le hablo al oído para pueda escuchar mi voz que sale en susurros por no tener la suficiente valentía como para gritarlo. —No sé si preguntarte qué somos ahora, pero si me amas y te amo, eso es todo lo que me importa, ¿no? Has sido muchas cosas para mí y al final lo que importa es que, aun habiendo un montón de gente entre nosotros, me amas como yo lo hago…—. Me echo un poco hacia atrás para que pueda ver mi cara al agregar lo siguiente, que dicho lo anterior, esto no me da nada de pena. —Y por cierto, mamá me dio una caja de pastillas después de lo que pasó aquella vez, no tienes que… preocuparte por esto—. Que los condones son también una necesidad de protección para prevenir enfermedades y mi madre fue muy clara en usarlos si viene al caso, como si no esperara otra cosa que por haber perdido la virginidad, ahora me empiece a liar con los chicos, vaya a fiestas y acabe exactamente aquí, sin recordar el sexo de la noche pasada. Pero pasó con Ken, la verdad no creo que hubiera pasado con alguien más. —Te eché mucho de menos— reconozco en voz alta.
Los latidos en mi pecho no aminoran cuando caemos en la calma de un abrazo, siento que voy sumiéndome en un letargo que me hace cerrar los ojos y aunque todo mi cuerpo se distiende, sigo escuchando a mi corazón retumbar en mis oídos, me siento tan plena que estiro mis piernas para cruzarlas con las suyas, mis dedos vuelven a su espalda. Puede ser de día a través de la ventana, que la habitación esté bañada de luz, pero no me creo capaz de levantarme por las siguientes horas, quiero quedarme en este hueco del distrito cinco, en el último rincón del mundo donde alguien buscaría a Ken y tenerlo para mí. —Nosotros no escuchamos a nadie más…— es mi respuesta de lógica, por la cual puedo suponer que las paredes son fuertes y nadie se enteró de nada de lo que pasó aquí dentro. Porque… no fuimos los únicos, ¿verdad?¿Verdad? Tal vez sí, quizá todos nuestros amigos están recogiendo las cosas que quedaron tiradas de anoche y cuando bajemos tendremos que encontrarnos con sus miradas de que lo saben todo. ¡Qué vergüenza! Entonces recuerdo que mi madre me encontró con una píldora del día después, literalmente el día después de acostarme con Ken. ¿Hay algo peor que eso? Ya lo pasé, así que puedo hacer cara a un de burlas de nuestros amigos también. —¿Diferente?— lo miro, el cosquilleo en mi piel todavía no se me va como prueba de lo intenso que ha sido esto. —¿Crees… que es posible que sí estemos hecho para esto?— es mi duda tras una corta vacilación, me gustaría que diga que sí, que como todo lo demás, también estamos hechos para esto.
Agarro mechones de su cabello con los dedos al acercarlo a mi garganta, le hablo al oído para pueda escuchar mi voz que sale en susurros por no tener la suficiente valentía como para gritarlo. —No sé si preguntarte qué somos ahora, pero si me amas y te amo, eso es todo lo que me importa, ¿no? Has sido muchas cosas para mí y al final lo que importa es que, aun habiendo un montón de gente entre nosotros, me amas como yo lo hago…—. Me echo un poco hacia atrás para que pueda ver mi cara al agregar lo siguiente, que dicho lo anterior, esto no me da nada de pena. —Y por cierto, mamá me dio una caja de pastillas después de lo que pasó aquella vez, no tienes que… preocuparte por esto—. Que los condones son también una necesidad de protección para prevenir enfermedades y mi madre fue muy clara en usarlos si viene al caso, como si no esperara otra cosa que por haber perdido la virginidad, ahora me empiece a liar con los chicos, vaya a fiestas y acabe exactamente aquí, sin recordar el sexo de la noche pasada. Pero pasó con Ken, la verdad no creo que hubiera pasado con alguien más. —Te eché mucho de menos— reconozco en voz alta.
Creo que no hubiera podido escuchar a nadie ni aunque lo hubiera intentado de verdad, así que eso no es excusa válida. Aún así, opto por no preocuparla con tonterías a las cuales todavía no tenemos que enfrentarnos, que ahora mismo me siento capaz de demorar por horas nuestra salida al mundo real, para quedarnos en paz en un sitio que ahora mismo nos pertenece a nosotros — Ya sabes… — es realmente estúpido que me dé vergüenza ponerlo en palabras después de lo que ha pasado, pero tampoco quiero sonar tan brusco — … dicen que las cosas mejoran con la práctica — y con las ganas, con la desesperación, un poco con el alcohol. Sé que los nervios no fueron nuestros aliados cuando decidimos hacerlo por primera vez, pero esto se sintió distinto, como si el haber pasado la primera experiencia fuese un ticket directo a una exploración más libre, una que no sabía que necesitaba hasta que la perdí. ¿Estamos hechos para esto? Ni siquiera tengo que echarnos un vistazo para sonreírle — Si digo que no ahora, sería un completo hipócrita — busco bromear, que se siente liviano después de los gritos de anoche. Por favor, nos hemos vuelto un cliché.
Mi boca deja pequeñas caricias en su piel, me impulsa la manera que tiene de jugar con mi cabello, manteniéndome cerca de ella en lo que puedo besar la curva de su cuello. Eso sí, mis labios se vuelven cada vez más lentos en lo que busco prestar atención a lo que está diciendo, hasta que acabo moviéndome un poco para poder encontrarme con sus ojos — Quizá pensar en títulos lo complica todo — ya había oído de esto, pero jamás lo había siquiera considerado — Podemos simplemente quedarnos con lo que sentimos y que el resto… solo suceda — visto y considerando cómo están las cosas, pensar no debe ser la opción más sana para personas como nosotros. Si puedo disfrutar de su compañía, creo que de momento eso me basta, sin barreras en el medio y sin dudas sobre lo que pasa dentro de su cabeza.
Se me escapa un suspiro de alivio que culmina en una risa, que ya me había visualizado corriendo hacia una nueva pastilla, aunque me recuerdo que luego tendré que hacerme con alguna caja de condones, por simple precaución — Bueno saberlo — que si no me lo tomo con humor, caeré nuevamente en la vergüenza de lo que fue ese día y volverán algunas dudas que prefiero no tener ahora. No cuando apoyo la cabeza a su lado, sonriendo como un idiota frente a las palabras que no sabía que necesitaba tanto, incluso cuando fueron tan solo unos días — Yo también — murmuro — Por eso mismo no planeo ir a ningún lado. Que sean los demás los que limpien la mugre de anoche — muchos tenemos magia, no debería ser muy difícil. Yo prefiero pasar las siguientes horas sin preocuparme por lo que sucede del otro lado de la puerta, en lo que me estiro para que mis labios acaricien los suyos, que se sienten como el sitio perfecto al cual pertenecer cuando no tienes un verdadero espacio que sea tuyo. Tal vez nos conocimos justamente por eso, porque el destino sabía que necesitaría de una mano que sostener para no irme de boca al suelo, que soporte los desastres y calme mis preocupaciones. Necesitaba a esa persona luminosa que me deje amarla y me ame en igual medida, porque entre todo lo malo y oscuro que he visto, gente como ella son el perfecto farol.
Mi boca deja pequeñas caricias en su piel, me impulsa la manera que tiene de jugar con mi cabello, manteniéndome cerca de ella en lo que puedo besar la curva de su cuello. Eso sí, mis labios se vuelven cada vez más lentos en lo que busco prestar atención a lo que está diciendo, hasta que acabo moviéndome un poco para poder encontrarme con sus ojos — Quizá pensar en títulos lo complica todo — ya había oído de esto, pero jamás lo había siquiera considerado — Podemos simplemente quedarnos con lo que sentimos y que el resto… solo suceda — visto y considerando cómo están las cosas, pensar no debe ser la opción más sana para personas como nosotros. Si puedo disfrutar de su compañía, creo que de momento eso me basta, sin barreras en el medio y sin dudas sobre lo que pasa dentro de su cabeza.
Se me escapa un suspiro de alivio que culmina en una risa, que ya me había visualizado corriendo hacia una nueva pastilla, aunque me recuerdo que luego tendré que hacerme con alguna caja de condones, por simple precaución — Bueno saberlo — que si no me lo tomo con humor, caeré nuevamente en la vergüenza de lo que fue ese día y volverán algunas dudas que prefiero no tener ahora. No cuando apoyo la cabeza a su lado, sonriendo como un idiota frente a las palabras que no sabía que necesitaba tanto, incluso cuando fueron tan solo unos días — Yo también — murmuro — Por eso mismo no planeo ir a ningún lado. Que sean los demás los que limpien la mugre de anoche — muchos tenemos magia, no debería ser muy difícil. Yo prefiero pasar las siguientes horas sin preocuparme por lo que sucede del otro lado de la puerta, en lo que me estiro para que mis labios acaricien los suyos, que se sienten como el sitio perfecto al cual pertenecer cuando no tienes un verdadero espacio que sea tuyo. Tal vez nos conocimos justamente por eso, porque el destino sabía que necesitaría de una mano que sostener para no irme de boca al suelo, que soporte los desastres y calme mis preocupaciones. Necesitaba a esa persona luminosa que me deje amarla y me ame en igual medida, porque entre todo lo malo y oscuro que he visto, gente como ella son el perfecto farol.
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