OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Sin siquiera darme cuenta de cómo ha ocurrido, el calendario de la cocina ha empezado a marcar los días de noviembre como un recordatorio de que el tiempo no es algo que se pueda frenar. Mi vientre tampoco quiere excluirse de eso, obviamente y como era de esperar, verme crecer en anchura me recuerda que las circunstancias en que estoy pasando por este embarazo no son las ideales, creo que no es necesario el mencionar el por qué. Se empiezan a notar las semanas de que algo está creciendo en mi interior, al punto de que, después de haberme tomado unas semanas de baja en septiembre, me han sorprendido varios alumnos del colegio en este mes, primero con cuchicheos, para luego ir directamente con la pregunta de si estoy embarazada. Obvio que son los más niños los que se atreven a acercarse, su curiosidad es mucho mayor que la de estudiantes de cursos superiores y tienden a prestar más atención a los detalles de su profesora. De alguna forma, me resulta tierno, porque deben de ser los pocos que han mostrado una reacción que podría calificarse como positiva. No es que esté ocultando el embarazo, a estas alturas creo que ya es algo imposible, pero sí que es cierto que no son muchas las personas que lo saben por mi boca.
Y con noviembre no solo llega más frío, sino también mi cumpleaños, uno que nunca he tenido especial interés en celebrar desde que tengo uso de razón y que este año, por motivos conocidos, no va a ser una excepción. No hablarme con mi hermano, ni con ningún miembro de su familia por extensión, es algo que me está afectando más de lo que me gustaría. Según mi psicólogo, quién por obviedad no conoce los detalles significativos de la discusión, dice que es cuestión de tiempo, de poner una distancia, pero es evidente que no es algo que esté funcionando si han pasado meses y no percibo ninguna mejoría o intento de ello. Por contrariedad de la situación y su inamovilidad, yo sí estoy tratando de modificar mi conducta. Digo tratando porque es un proceso al que recién me estoy haciendo a la idea. No sé si la intención de todas estas horas que estoy dejando en ir a terapia está teniendo un efecto positivo en mi persona, la verdad, la única diferencia que he notado es que mis niveles de impulsividad se han reducido considerablemente. Y no estaría tan segura de no asociar eso como un síntoma del embarazo en sí, siendo que poco a poco me estoy volviendo más pesada.
En resumidas cuentas, le dije a Chuck que no estaba en los ánimos de celebrar nada, y lo único que me ha subido el humor por la mañana después de trabajar es que he recibido una llamada del hospital, diciendo que ya podríamos saber el sexo del bebé según la ecografía de la cita de la semana pasada si es que queríamos saberlo. Como es lógico yo he sido la primera en enterarme por ir directamente a mi teléfono personal, así que llevo todo el día comiéndome la cabeza pensando en la mejor manera de comunicárselo a mi marido. Sé que en verdad no es nada en comparación con saber que está sano y todo va bien, pero también creo que en días como los de ahora, cualquier noticia que no implique un nuevo problema es buena. Por costumbre suelo acusar al otro ser que habita dentro de mi cuerpo de no poder, dejar, ni un solo minuto, del día, de comer. Es agotador, en serio, porque quiero parar y no puedo, y a hoy se le suma el estrés de tener que entregar esta noticia y… ¡no puede estar pasándome esto! — ¡No quedan galletas! — el llanto de profundo desconsuelo, como si fuera lo peor que me ha pasado en la vida, ahora mismo lo es, debe escucharse por toda la casa, porque apenas pasan segundos que la cabeza de mi marido ya está asomándose por la puerta. — Es mi cumpleaños, ¡y no quedan galletas! — la mayor de las tragedias, le enseño la caja terminada entre lágrimas, cuando no hace medio minuto estaba feliz por haber estado más de dos horas lejos de la cocina. — He cambiado de opinión, sí quiero celebrarlo, y quiero galletas, no, ¡una tarta! ¿Por qué te dije que no quería celebrarlo? — en realidad no, no quiero celebrarlo, solo estoy llorando porque me he quedado sin comida, seguro.
Y con noviembre no solo llega más frío, sino también mi cumpleaños, uno que nunca he tenido especial interés en celebrar desde que tengo uso de razón y que este año, por motivos conocidos, no va a ser una excepción. No hablarme con mi hermano, ni con ningún miembro de su familia por extensión, es algo que me está afectando más de lo que me gustaría. Según mi psicólogo, quién por obviedad no conoce los detalles significativos de la discusión, dice que es cuestión de tiempo, de poner una distancia, pero es evidente que no es algo que esté funcionando si han pasado meses y no percibo ninguna mejoría o intento de ello. Por contrariedad de la situación y su inamovilidad, yo sí estoy tratando de modificar mi conducta. Digo tratando porque es un proceso al que recién me estoy haciendo a la idea. No sé si la intención de todas estas horas que estoy dejando en ir a terapia está teniendo un efecto positivo en mi persona, la verdad, la única diferencia que he notado es que mis niveles de impulsividad se han reducido considerablemente. Y no estaría tan segura de no asociar eso como un síntoma del embarazo en sí, siendo que poco a poco me estoy volviendo más pesada.
En resumidas cuentas, le dije a Chuck que no estaba en los ánimos de celebrar nada, y lo único que me ha subido el humor por la mañana después de trabajar es que he recibido una llamada del hospital, diciendo que ya podríamos saber el sexo del bebé según la ecografía de la cita de la semana pasada si es que queríamos saberlo. Como es lógico yo he sido la primera en enterarme por ir directamente a mi teléfono personal, así que llevo todo el día comiéndome la cabeza pensando en la mejor manera de comunicárselo a mi marido. Sé que en verdad no es nada en comparación con saber que está sano y todo va bien, pero también creo que en días como los de ahora, cualquier noticia que no implique un nuevo problema es buena. Por costumbre suelo acusar al otro ser que habita dentro de mi cuerpo de no poder, dejar, ni un solo minuto, del día, de comer. Es agotador, en serio, porque quiero parar y no puedo, y a hoy se le suma el estrés de tener que entregar esta noticia y… ¡no puede estar pasándome esto! — ¡No quedan galletas! — el llanto de profundo desconsuelo, como si fuera lo peor que me ha pasado en la vida, ahora mismo lo es, debe escucharse por toda la casa, porque apenas pasan segundos que la cabeza de mi marido ya está asomándose por la puerta. — Es mi cumpleaños, ¡y no quedan galletas! — la mayor de las tragedias, le enseño la caja terminada entre lágrimas, cuando no hace medio minuto estaba feliz por haber estado más de dos horas lejos de la cocina. — He cambiado de opinión, sí quiero celebrarlo, y quiero galletas, no, ¡una tarta! ¿Por qué te dije que no quería celebrarlo? — en realidad no, no quiero celebrarlo, solo estoy llorando porque me he quedado sin comida, seguro.
Los últimos meses han pasado dentro de una rutina nueva a la cual me he ido acoplando con una facilidad alarmante. A pesar de que paso muchas horas metido en la oscuridad del Departamento de Misterios, allí donde noto que me estoy perfeccionando en un área en la cual jamás creí que sería bueno, siento que no me detengo cuando llego al soleado cuatro a pasar tiempo con mi esposa. Jamás pensé que cuidar de una embarazada me tomaría tanto tiempo, pero también influye el querer que la casa se encuentre equipada para que sus comodidades no se vean afectadas y mantenerla feliz se ha vuelto una especie de meta diaria con la cual tengo que lidiar. ¿Cómo hacerle la vida fácil a Phoebe, cuando su hermano le ha dado la espalda y se llevó a su familia con él? Tal vez debería ayudar e interferir, pero lo único que consigo es evitarlo cuando nos cruzamos en el Ministerio y con algo de suerte, hablo con Lara en el trabajo para ponernos al día de las novedades. Y es es todo.
En novedades de la jornada actual, esa que debería ser de festejo pero que a petición de Phoebe solo será “un día más”, me encuentro tirado sobre el sofá comiendo un paquete de papas fritas que encontré en la cocina cuando llegué del trabajo, en sinónimo de que planeo desconectarme de la realidad hasta que sea el momento de atender a la cumplañera. No puedo escuchar la televisión cuando se oye el grito de Phoebe, ese que me hace aferrar lo que queda de mi paquete con fuerza porque ya vi como se me va a ir en sus antojos. Lo escondo debajo de los almohadones del sofá y me chupo rápidamente el aceite de los dedos en lo que llego a la cocina, por donde me asomo para encontrarme con la escena dramática del día. No puedo evitarlo, allí donde ella ve un problema, yo solo encuentro un motivo para apretar los labios en mi intento de no lanzar una carcajada en toda su cara.
— Ya veo… — la manera en la que arrugo el ceño delata que estoy tratando de no burlarme, hasta me acerco y tomo la caja vacía para sacudirla; en efecto, se ha masticado todo — Si mal no recuerdo, no querías celebrarlo porque “no vale la pena” según tú. Siempre podemos organizar una cena improvisada… o inflar globos en nuestro dormitorio — le doy la espalda para lanzar la caja al cesto de basura y me hago tronar los dedos, como si hubiera solucionado un asunto de enorme importancia ministerial — No soy un buen cocinero, pero si quieres, puedo comprar un pastel que no intoxique ni a ti ni al bebé. ¿O crees que salga a mí y tenga un estómago resistente? — para remarcarlo, le doy unas palmaditas cariñosas en el vientre, ese que poco a poco comienza a curvarse para delatar que su presencia es algo totalmente real.
En novedades de la jornada actual, esa que debería ser de festejo pero que a petición de Phoebe solo será “un día más”, me encuentro tirado sobre el sofá comiendo un paquete de papas fritas que encontré en la cocina cuando llegué del trabajo, en sinónimo de que planeo desconectarme de la realidad hasta que sea el momento de atender a la cumplañera. No puedo escuchar la televisión cuando se oye el grito de Phoebe, ese que me hace aferrar lo que queda de mi paquete con fuerza porque ya vi como se me va a ir en sus antojos. Lo escondo debajo de los almohadones del sofá y me chupo rápidamente el aceite de los dedos en lo que llego a la cocina, por donde me asomo para encontrarme con la escena dramática del día. No puedo evitarlo, allí donde ella ve un problema, yo solo encuentro un motivo para apretar los labios en mi intento de no lanzar una carcajada en toda su cara.
— Ya veo… — la manera en la que arrugo el ceño delata que estoy tratando de no burlarme, hasta me acerco y tomo la caja vacía para sacudirla; en efecto, se ha masticado todo — Si mal no recuerdo, no querías celebrarlo porque “no vale la pena” según tú. Siempre podemos organizar una cena improvisada… o inflar globos en nuestro dormitorio — le doy la espalda para lanzar la caja al cesto de basura y me hago tronar los dedos, como si hubiera solucionado un asunto de enorme importancia ministerial — No soy un buen cocinero, pero si quieres, puedo comprar un pastel que no intoxique ni a ti ni al bebé. ¿O crees que salga a mí y tenga un estómago resistente? — para remarcarlo, le doy unas palmaditas cariñosas en el vientre, ese que poco a poco comienza a curvarse para delatar que su presencia es algo totalmente real.
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Eso que veo es… ¿que se está riendo de mí? ¿se está riendo de una embarazada? No sé si estoy alucinando, pero juraría que está apretando los labios y eso produce que abra la boca y lo señale como si no pudiera creer lo que está ocurriendo, a pesar de que lo hago con intenciones de quejarme, solo terminan por sonar balbuceos de incredulidad mientras él continúa hablando. — ¡Eres más poco considerado! ¡Mira que creer a una embarazada! Puesclaroquequierocelebrarlo… — lo último lo digo tan rápido y bajando el tono de mi voz en lo que me cruzo de brazos que queda más como un refunfuño que otra cosa. De acuerdo, en su defensa puede que sí que haya mencionado que en efecto, no vale la pena, ¡pero era tan solo un flasheo! O… no. La verdad es que no tenía muchas ganas de hacer un festejo cuando ni siquiera mi propio hermano ha querido llamar. Claro, para cuando quiero ahogar mis penas en calorías no se puede… — ¡¿Globos?! ¿Es que no tienes suficiente con que me esté convirtiendo en un globo con piernas de a poco? — lloriqueo, porque me gusta mi figura, no estoy acostumbrada a engordar, lo cual debería ser algo bueno, ¡y es bueno! Pero creo que me estoy tomando un poco demasiado en serio las palabras del médico sobre que me vendría bien coger un par de kilos más por mi complexión delgada.
— Solo tienes un trabajo, un úuunico y pequeño trabajo. — para señalar lo pequeño que es, hasta uso mis dedos índice y pulgar para juntarlos al punto de que casi se pegan sin llegar a hacerlo. — Que es mantener la despensa llena mientras yo me encargo de saciar las necesidades de tu hijo. — no, todavía no estoy dando la noticia, es por costumbre hablar en masculino y aunque mi voz delate enojo, no es más que otra queja disfrazada de un puchero enorme. — Peeero, ¿qué me encuentro cuando se le antojan galletas? ¡Que no hay! No. Hay. — repito, lo repetiré tantas veces como el dramatismo me deje hasta que se me pase el llanto, porque es tan fácil contentarme estos días, que ya por una caja de galletas estoy montando un espectáculo.
Pongo las manos sobre mi cintura, o lo que va quedando de ella, a modo de jarra cuando se acerca para dar unas palmadas sobre mi vientre, la mirada que le lanzo ante su ofrecimiento es de indignación cuando paso a apartarle la cabeza. — ¡No, ya no quiero! — ah, porque se puede ser orgullosa además de dramática. Con un movimiento rápido me hago pasar por su lado y salgo de la cocina con actitud de ofendida mientras sigo murmullando por lo bajo, más bien alto. — Tener que andar pidiendo una tarta, en mi propio cumpleaños… ¡dejarás que nuestro bebé se muera de hambre! — claro, porque los otros dos paquetes de galletas que me comí hace unas horas no cuentan como comida. Me dejo caer sobre el sofá, no demasiado forzado, sobre mi lado, escondiendo la cara en una almohada y paso la mano por debajo, acomodando mi cabeza. Mis dedos rozan algo de textura metálica, una que no me tardo en sacar de debajo, encontrándome con una bolsa de patatas a medio empezar. Sin pensar que lo que se me había antojado era dulce, tomo una y me la llevo a la boca. — ¿Ni siquiera vas a cantarme el cumpleaños feliz? O infeliz… dadoquenoquedangalletas — creo que no voy a parar hasta que las consiga, pero mientras tanto, estas patatas no están mal.
— Solo tienes un trabajo, un úuunico y pequeño trabajo. — para señalar lo pequeño que es, hasta uso mis dedos índice y pulgar para juntarlos al punto de que casi se pegan sin llegar a hacerlo. — Que es mantener la despensa llena mientras yo me encargo de saciar las necesidades de tu hijo. — no, todavía no estoy dando la noticia, es por costumbre hablar en masculino y aunque mi voz delate enojo, no es más que otra queja disfrazada de un puchero enorme. — Peeero, ¿qué me encuentro cuando se le antojan galletas? ¡Que no hay! No. Hay. — repito, lo repetiré tantas veces como el dramatismo me deje hasta que se me pase el llanto, porque es tan fácil contentarme estos días, que ya por una caja de galletas estoy montando un espectáculo.
Pongo las manos sobre mi cintura, o lo que va quedando de ella, a modo de jarra cuando se acerca para dar unas palmadas sobre mi vientre, la mirada que le lanzo ante su ofrecimiento es de indignación cuando paso a apartarle la cabeza. — ¡No, ya no quiero! — ah, porque se puede ser orgullosa además de dramática. Con un movimiento rápido me hago pasar por su lado y salgo de la cocina con actitud de ofendida mientras sigo murmullando por lo bajo, más bien alto. — Tener que andar pidiendo una tarta, en mi propio cumpleaños… ¡dejarás que nuestro bebé se muera de hambre! — claro, porque los otros dos paquetes de galletas que me comí hace unas horas no cuentan como comida. Me dejo caer sobre el sofá, no demasiado forzado, sobre mi lado, escondiendo la cara en una almohada y paso la mano por debajo, acomodando mi cabeza. Mis dedos rozan algo de textura metálica, una que no me tardo en sacar de debajo, encontrándome con una bolsa de patatas a medio empezar. Sin pensar que lo que se me había antojado era dulce, tomo una y me la llevo a la boca. — ¿Ni siquiera vas a cantarme el cumpleaños feliz? O infeliz… dadoquenoquedangalletas — creo que no voy a parar hasta que las consiga, pero mientras tanto, estas patatas no están mal.
— Phee, no serías gorda ni aunque se te fuera la vida en ello — la señalo con una de mis manos de pies a cabeza, que lo único que delata su embarazo es el pequeño bulto en su abdomen. Hay algo en la genética de su familia que los hace ser delgados además de su mala alimentación por años, sino solo miren a Meerah y su estado minúsculo o a Hans, que no sé cómo sigue manteniéndose con la cantidad de alcohol que consume. Sé que no puedo seguir yendo por ese lado cuando empieza con el ataque maníaco, ese que me hace retroceder un poco para no comerme sus dedos — ¡No es mi culpa que seas una aspiradora! — me defiendo, aunque el tono de mi voz delata que no estoy en realidad enfadado, sino más bien pasmado — ¿Acaso quieres que vaya ahora? — sí, más que por amabilidad es mi lado perezoso y cobarde que me grita que es mejor eso que quedarme oyendo sus reproches hasta que se le ocurra otro antojo, que he aprendido que con tu esposa embarazada no discutes. Jamás.
Porque pasan estas cosas, cambia de opinión y me encuentro con su berrinche haciendo que me pregunte internamente si así será a partir de ahora. Hoy es ella con el capricho, mañana será un niño sujeto a un triciclo o haciendo un escándalo en medio del mercado. ¿Y queremos tener más de uno? Tengo que mentalizarme con que este es solo el inicio cuando sale de la cocina y, tengo que confesarlo, solo la sigo porque oigo el sonido metálico del paquete de papas — No se va a morir de hambre, si siempre estás robando mis reservas — me quejo con voz penosa, que no es la primera vez que me quedo sin un pequeño gusto porque ella me lo ha quitado o pedido con esa cara de perro mojado que le sale tan bien. Apoyo las manos en el respaldo del sofá y me asomo, rozando su oído con mis labios — Haré lo que tú quieras si eso hará que dejes ir las papas — lo digo con un ronroneo seductor, cuando sé muy bien que no viene con las intenciones reales.
Aprovecho la postura para tomar sus hombros, esos que siguen delgados a pesar de sus quejas y presiono, iniciando un masaje casual — Pensé que podríamos hacer algo diferente, ya que es tu primer cumpleaños en el cual somos padres y estamos casados — comento, más al aire que a ella, como cuando quieres convencer a un niño que tu idea es mejor y le quitará el capricho — ¿Qué te parece ir a cenar? A uno de esos sitios estúpidos en los cuales nos podemos reír de lo snob de las personas y que alguien traiga un pastel genial para ti, el cual podemos desperdiciar guardando las sobras en la heladera y sin lavar platos — bueno, vacilo un poco porque creo que acabo de describir a su hermano, pero supongo que está tan enojada con él que no le molestará — ¿Qué dices? Luego podemos volver y hacerlo en dónde quieras. Y ya mañana se te pasará absolutamente todo porque te darás cuenta de que no necesitas galletas para ser feliz.
Porque pasan estas cosas, cambia de opinión y me encuentro con su berrinche haciendo que me pregunte internamente si así será a partir de ahora. Hoy es ella con el capricho, mañana será un niño sujeto a un triciclo o haciendo un escándalo en medio del mercado. ¿Y queremos tener más de uno? Tengo que mentalizarme con que este es solo el inicio cuando sale de la cocina y, tengo que confesarlo, solo la sigo porque oigo el sonido metálico del paquete de papas — No se va a morir de hambre, si siempre estás robando mis reservas — me quejo con voz penosa, que no es la primera vez que me quedo sin un pequeño gusto porque ella me lo ha quitado o pedido con esa cara de perro mojado que le sale tan bien. Apoyo las manos en el respaldo del sofá y me asomo, rozando su oído con mis labios — Haré lo que tú quieras si eso hará que dejes ir las papas — lo digo con un ronroneo seductor, cuando sé muy bien que no viene con las intenciones reales.
Aprovecho la postura para tomar sus hombros, esos que siguen delgados a pesar de sus quejas y presiono, iniciando un masaje casual — Pensé que podríamos hacer algo diferente, ya que es tu primer cumpleaños en el cual somos padres y estamos casados — comento, más al aire que a ella, como cuando quieres convencer a un niño que tu idea es mejor y le quitará el capricho — ¿Qué te parece ir a cenar? A uno de esos sitios estúpidos en los cuales nos podemos reír de lo snob de las personas y que alguien traiga un pastel genial para ti, el cual podemos desperdiciar guardando las sobras en la heladera y sin lavar platos — bueno, vacilo un poco porque creo que acabo de describir a su hermano, pero supongo que está tan enojada con él que no le molestará — ¿Qué dices? Luego podemos volver y hacerlo en dónde quieras. Y ya mañana se te pasará absolutamente todo porque te darás cuenta de que no necesitas galletas para ser feliz.
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Ya, sé que me estoy quejando por vicio, demasiado estos días en los que cada vez siento más como una pelota está haciendo que se me muevan todos los órganos de mi cuerpo hacia arriba, que de a poco estoy empezando a pensar que si no tengo cuidado se me van a escapar con los vómitos. Así que no, ¡no me estoy quejando lo suficiente! Encima, me trata de aspiradora… — ¡Pues claro que es tu culpa! Tú con tus espermatozoides, siempre atacándome con tu sensualidad y ese, ese… innegable atractivo que tienes. — suspiro, de forma algo exagerada como si fuera una verdadera tortura el tener que acostarme con su persona, cuando lo cierto es que a estas alturas el embarazo me ha llenado de hormonas que no ayudan a mantener mis demandas a raya. Extiendo los brazos y abro las manos enseñándole las palmas a modo de obviedad por lo que pregunta. — ¿Acaso quieres que vaya yo? — exagero ese pronombre vocalizándolo bien, hasta llegaría a señalarme a mí misma de no ser porque estoy demasiado ocupada con esta crisis emocional por una caja de galletas. Pero que estoy embarazada, un poquito de comprensión no estaría mal.
Para colmo, me acusa de comerme su comida, como si no tuviera suficiente con que todo el mundo me eche las culpas de sus problemas, ahora también mi marido quiere participar de ese club. Me llevo otra patata a la boca, ignorando sus quejas, y masco con la seguridad de que hay lágrimas acumulándose en mis ojos. — Lo siento. — digo, en un murmullo en el que poco me falta para dar más pena, porque me he adjudicado ese papel en los últimos días en los que los cambios de humor me han atacado con más fuerzas. — ¡Es que solo tengo hambre! Intenta tú cubrir las exigencias de… esto sin que parezca que estás perdiendo los sentidos, ¡es agotador! Creo que solo por eso debe ser Powell Sawyer… — sugiero, porque si cuela cuela, que me duelen las piernas, voy al baño más que a la cocina, y ya es decir, mis músculos parecen una máquina de estirar caramelos y lo peor, lo peor de todo, es que no puedo protestar porque también lo quiero. Sí, a esta cosa que acaricio con una mano con la máxima calma a pesar del puchero que porta mi rostro por todo lo que aun no ha comenzado a pasar. Si así es el segundo trimestre, puedo morirme cuando tenga que dar a luz. Si cree que sus palabras tan cerca de mi oído van a hacerme cambiar de opinión, tiene toda la razón. — Quejica. — le acuso, estirando el brazo con la bolsa de patatas en alto para que la tome.
Me enderezo un poco en el sitio, acomodándome para aprovechar de que me esté dando un masaje sin que se lo pida, con la vista fija en la pantalla del televisor a pesar de estar apagada mientras escucho su propuesta. Me atrae por el pastel más que cualquier otra cosa, también por lo prometido cuando volvamos, por esos dos puntos aceptaría, de no ser porque… — Pero eso significa que nos tendríamos que arreglar, cambiarnos de ropa para mimetizar con el entorno… — puntúo en voz alta, por si todavía no ha sido consciente del detalle que llevo conmigo a pesar de no haberse dado cuenta, me tumbo en el sofá de vuelta, mirándole boca arriba. — ¡Y me niego a haber pasado toda la tarde llevando esta camiseta ridícula el día de mi cumpleaños para que me hagas desnudarme sin siquiera haberte fijado en tu mujer! — porque de acuerdo, Chuck siendo Chuck, para la próxima haré yo misma la tarta, tal vez unos muffins rellenos de crema azul o algo así, se ve que la camiseta que literalmente dice it’s a boy! sobre mi vientre ha pasado completamente desapercibida a sus ojos que solo se quieren centrar en una bolsa de patatas. Y yo que solo quería darle la noticia de que iba a ser padre de un niño de manera que pareciéramos una familia relativamente normal, con sus ñoñerías incluidas… ¡patético! — Es un niño. — farfullo al final.
Para colmo, me acusa de comerme su comida, como si no tuviera suficiente con que todo el mundo me eche las culpas de sus problemas, ahora también mi marido quiere participar de ese club. Me llevo otra patata a la boca, ignorando sus quejas, y masco con la seguridad de que hay lágrimas acumulándose en mis ojos. — Lo siento. — digo, en un murmullo en el que poco me falta para dar más pena, porque me he adjudicado ese papel en los últimos días en los que los cambios de humor me han atacado con más fuerzas. — ¡Es que solo tengo hambre! Intenta tú cubrir las exigencias de… esto sin que parezca que estás perdiendo los sentidos, ¡es agotador! Creo que solo por eso debe ser Powell Sawyer… — sugiero, porque si cuela cuela, que me duelen las piernas, voy al baño más que a la cocina, y ya es decir, mis músculos parecen una máquina de estirar caramelos y lo peor, lo peor de todo, es que no puedo protestar porque también lo quiero. Sí, a esta cosa que acaricio con una mano con la máxima calma a pesar del puchero que porta mi rostro por todo lo que aun no ha comenzado a pasar. Si así es el segundo trimestre, puedo morirme cuando tenga que dar a luz. Si cree que sus palabras tan cerca de mi oído van a hacerme cambiar de opinión, tiene toda la razón. — Quejica. — le acuso, estirando el brazo con la bolsa de patatas en alto para que la tome.
Me enderezo un poco en el sitio, acomodándome para aprovechar de que me esté dando un masaje sin que se lo pida, con la vista fija en la pantalla del televisor a pesar de estar apagada mientras escucho su propuesta. Me atrae por el pastel más que cualquier otra cosa, también por lo prometido cuando volvamos, por esos dos puntos aceptaría, de no ser porque… — Pero eso significa que nos tendríamos que arreglar, cambiarnos de ropa para mimetizar con el entorno… — puntúo en voz alta, por si todavía no ha sido consciente del detalle que llevo conmigo a pesar de no haberse dado cuenta, me tumbo en el sofá de vuelta, mirándole boca arriba. — ¡Y me niego a haber pasado toda la tarde llevando esta camiseta ridícula el día de mi cumpleaños para que me hagas desnudarme sin siquiera haberte fijado en tu mujer! — porque de acuerdo, Chuck siendo Chuck, para la próxima haré yo misma la tarta, tal vez unos muffins rellenos de crema azul o algo así, se ve que la camiseta que literalmente dice it’s a boy! sobre mi vientre ha pasado completamente desapercibida a sus ojos que solo se quieren centrar en una bolsa de patatas. Y yo que solo quería darle la noticia de que iba a ser padre de un niño de manera que pareciéramos una familia relativamente normal, con sus ñoñerías incluidas… ¡patético! — Es un niño. — farfullo al final.
— Si es hijo mío, está claro que va a tener buen estómago — que ella me conoce, la única razón por la cual no soy una pelota es porque me he esforzado siempre en mantenerme en forma, principalmente por las horas de boxeo ilegal que me daba de comer cuando no teníamos más opción que refugiarnos en el norte, entre aquellos que nos habían acogido. Suerte para mí, ella decide que yo no bromeo cuando se trata de comida y me regresa el paquete, ese que tengo que acomodar sobre el respaldo para poder darle el masaje que debería funcionar como ofrenda de paz. Que me llame quejica todo lo que quiera, no voy a quejarme si eso me lleva a ganar una discusión, por tonta que sea.
— ¿Qué tiene de malo? Pensé que te gustaba verme arreglado — o algo así me dijo el día de nuestra boda. En casa prefiero lo cómodo y en el trabajo vivo con un uniforme que a veces no me quito por pereza, así que no recuerdo otra ocasión en la que me hubiera visto luciendo como una persona importante o siquiera decente. Es la costumbre, nadie puede reprochármelo. ¿Y de qué camiseta está hablando? Tengo que estirarme por encima de ella para fijarme en su ropa, esa a la cual honestamente jamás le presto atención porque para mí luce toda igual. No acabo de formarme una idea en la cabeza que ella ya está lanzando una pequeña bomba y mis dedos dejan de toquetearla en lo que intento hacerme la idea de que… Es un varón.
No respondo de inmediato porque creo que mi mente hace una especie de cortocircuito. Hasta el momento, no había pensado en nuestro bebé como una persona con un género en específico y estaba más preocupado por que pase el primer trimestre sano, dentro de un cuerpo que tiene que crecer y prepararse para su supervivencia. Pero ahora creo que puedo verlo mejor, porque solo tengo hermanos varones y sería como repetir la imagen, una que poco a poco me va explotando una sonrisa en la cara en lo que me apoyo en el respaldo y tomo el envión para saltarlo, cayendo a su lado con pesadez — ¿De verdad? — sé que es una pregunta estúpida, pero es la primera que se me viene a la cabeza. Mis manos revolotean, sin saber de dónde aferrarse, hasta posarse sobre su vientre en lo que mis labios se estallan contra los suyos — Phee… Es genial — lo que me hace pensar… — No es como si no hubiera sido genial que sea una niña, pero tú sabes. Tipos de vínculos — o eso creo. ¿No era lo importante al final que el bebé solamente esté bien y con nosotros? Me acomodo para poder besar su mejilla, para luego dejar otro beso en su cuello — ¿Desde cuándo lo sabes? ¿Te pone feliz? — no sé si ella estaba esperando otra cosa, pero vaya a saber. ¿Por qué estábamos peleando, a todo esto?
— ¿Qué tiene de malo? Pensé que te gustaba verme arreglado — o algo así me dijo el día de nuestra boda. En casa prefiero lo cómodo y en el trabajo vivo con un uniforme que a veces no me quito por pereza, así que no recuerdo otra ocasión en la que me hubiera visto luciendo como una persona importante o siquiera decente. Es la costumbre, nadie puede reprochármelo. ¿Y de qué camiseta está hablando? Tengo que estirarme por encima de ella para fijarme en su ropa, esa a la cual honestamente jamás le presto atención porque para mí luce toda igual. No acabo de formarme una idea en la cabeza que ella ya está lanzando una pequeña bomba y mis dedos dejan de toquetearla en lo que intento hacerme la idea de que… Es un varón.
No respondo de inmediato porque creo que mi mente hace una especie de cortocircuito. Hasta el momento, no había pensado en nuestro bebé como una persona con un género en específico y estaba más preocupado por que pase el primer trimestre sano, dentro de un cuerpo que tiene que crecer y prepararse para su supervivencia. Pero ahora creo que puedo verlo mejor, porque solo tengo hermanos varones y sería como repetir la imagen, una que poco a poco me va explotando una sonrisa en la cara en lo que me apoyo en el respaldo y tomo el envión para saltarlo, cayendo a su lado con pesadez — ¿De verdad? — sé que es una pregunta estúpida, pero es la primera que se me viene a la cabeza. Mis manos revolotean, sin saber de dónde aferrarse, hasta posarse sobre su vientre en lo que mis labios se estallan contra los suyos — Phee… Es genial — lo que me hace pensar… — No es como si no hubiera sido genial que sea una niña, pero tú sabes. Tipos de vínculos — o eso creo. ¿No era lo importante al final que el bebé solamente esté bien y con nosotros? Me acomodo para poder besar su mejilla, para luego dejar otro beso en su cuello — ¿Desde cuándo lo sabes? ¿Te pone feliz? — no sé si ella estaba esperando otra cosa, pero vaya a saber. ¿Por qué estábamos peleando, a todo esto?
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Aprieto los párpados en señal de que estoy empezando a tener una crisis por haberme casado con un hombre que ¡definitivamente no sabe leer entre líneas! Más que entre líneas, no sabe leer. — ¡Y me gusta verte arreglado! Pero precisamente hoy... — no llego a terminar la frase, parece que sus neuronas por fin han dado conexión y son capaces a entender el mensaje que, en serio, no creí que fuera tan complicado de entender. Repito que tendría que haberme ido por los muffins azules. Al menos, el hundimiento del sofá por su peso lo siento como un recibimiento cercano a la idea de que seremos padres de un varón, por lo que trato de diferenciar las expresiones explosivas de su rostro como que es una buena noticia. El berrinche anterior me lleva a asentir con la cabeza, apretando los labios hasta formar una línea fina que indica que estoy tratando de no sonreír como una loca que acaba de montar una tragicomedia por una caja de galletas. Para no, sí que estoy llorando de nuevo, esto sigue. — De verdad. — como si necesitara de aseguración, vaya.
Me encuentro con sus labios mucho antes de que pueda arrastrarme las lágrimas, esas que son de pura emoción aunque ahora mismo parezca lo contrario. Sabía que le haría feliz, no necesito de sus palabras para confirmarlo, a pesar de que tomo las mismas como una buena señal, de que al menos algo dentro de todo lo que parece estar mal puede darnos unos momentos de felicidad. Coloco mis manos sobre las suyas, sin llegar a presionar pero acariciando sus nudillos en lo que una sonrisa aparece en mi rostro por las muestras de cariño que son más que bienvenidas, también para este bebé que poco a poco parece tener algo más de forma real. — Esta mañana, tuve que salir un momento de la clase para atender la llamada que venía del hospital. La enfermera me dijo que me enviaría por correo imágenes de la ecografía, por si nos da por hacer un álbum o algo así. — explico, extendiendo una mano para acariciar su mejilla que me queda más lejos, sin apartar la otra de sobre las suyas pero atrayendo su rostro hacia mí pese a no mirarle. Si le miro, creo que volveré a llorar por esa cara.
Salvo que para responder a esa pregunta sí me obligo a hacerlo, la curva se ha reflejado en mis labios mucho antes de que pueda contestar, funciona como un anticipo a la respuesta que pretendo dar. — Es la mejor noticia que podrían haberme dado en el día de hoy. — no porque sea mi cumpleaños, sino porque de verdad llevo tiempo esperando recibir un poco de claridad entre tanta nube, pero no voy a permitir que esos pensamientos nublen también la excitación que se extiende por cada una de mis fibras. — ¿A ti te hace feliz? — no es la necesidad de una aseguración con palabras lo que me lleva a repetir la pregunta, sino porque realmente quiero escucharlo salir de sus labios. Esos mismos que beso con ganas sin darle demasiado tiempo antes de deslizarme sobre su regazo, acomodando mis piernas en lo que una de mis manos acerca su rostro al mío al posarse sobre su nuca. Me separo solo lo suficiente como para mantener una distancia que me permita hablar, pegando su frente contra la mía sin ser capaz a dejar de sonreír. — No era por el pastel que estaba espídica esta tarde, sabía que lo tomarías bien, pero no quería estropearlo. — para la próxima me apunto el no usar una camiseta, anotado. Pasa que no sé si me estoy refiriendo exactamente a la noticia del sexo. — Lo que quiero decir es que... todo este tiempo me he estado preocupando de mí misma, de mi propia supervivencia, que desde que soy niña siempre he querido que alguien me cuidara. No es hasta ahora que me he dado cuenta de que lo que en realidad deseo es poder cuidar de alguien. — ni sé a dónde quiero llegar, y conozco precisamente a lo que me refiero, todo a la vez. Tomo sus manos para volver a depositarlas sobre mi vientre, puedo sentir el calor que emana de ellas sobre la fina tela que lo cubre. — De eso se trata la familia, ¿no? — no espero que responda, ya lo tengo claro. Aun así, mis labios se pasean por el lateral de su rostro hasta marcarlos sobre su mejilla dándole tiempo a hacerlo. — Quiero cuidar de ti, de nuestro hijo, quiero poder darle lo que nosotros no tuvimos, eso es lo que más me importa en este momento. — porque ha quedado claro que sí son los que quieren estar, los que escogen quedarse pese a los tropiezos.
Me encuentro con sus labios mucho antes de que pueda arrastrarme las lágrimas, esas que son de pura emoción aunque ahora mismo parezca lo contrario. Sabía que le haría feliz, no necesito de sus palabras para confirmarlo, a pesar de que tomo las mismas como una buena señal, de que al menos algo dentro de todo lo que parece estar mal puede darnos unos momentos de felicidad. Coloco mis manos sobre las suyas, sin llegar a presionar pero acariciando sus nudillos en lo que una sonrisa aparece en mi rostro por las muestras de cariño que son más que bienvenidas, también para este bebé que poco a poco parece tener algo más de forma real. — Esta mañana, tuve que salir un momento de la clase para atender la llamada que venía del hospital. La enfermera me dijo que me enviaría por correo imágenes de la ecografía, por si nos da por hacer un álbum o algo así. — explico, extendiendo una mano para acariciar su mejilla que me queda más lejos, sin apartar la otra de sobre las suyas pero atrayendo su rostro hacia mí pese a no mirarle. Si le miro, creo que volveré a llorar por esa cara.
Salvo que para responder a esa pregunta sí me obligo a hacerlo, la curva se ha reflejado en mis labios mucho antes de que pueda contestar, funciona como un anticipo a la respuesta que pretendo dar. — Es la mejor noticia que podrían haberme dado en el día de hoy. — no porque sea mi cumpleaños, sino porque de verdad llevo tiempo esperando recibir un poco de claridad entre tanta nube, pero no voy a permitir que esos pensamientos nublen también la excitación que se extiende por cada una de mis fibras. — ¿A ti te hace feliz? — no es la necesidad de una aseguración con palabras lo que me lleva a repetir la pregunta, sino porque realmente quiero escucharlo salir de sus labios. Esos mismos que beso con ganas sin darle demasiado tiempo antes de deslizarme sobre su regazo, acomodando mis piernas en lo que una de mis manos acerca su rostro al mío al posarse sobre su nuca. Me separo solo lo suficiente como para mantener una distancia que me permita hablar, pegando su frente contra la mía sin ser capaz a dejar de sonreír. — No era por el pastel que estaba espídica esta tarde, sabía que lo tomarías bien, pero no quería estropearlo. — para la próxima me apunto el no usar una camiseta, anotado. Pasa que no sé si me estoy refiriendo exactamente a la noticia del sexo. — Lo que quiero decir es que... todo este tiempo me he estado preocupando de mí misma, de mi propia supervivencia, que desde que soy niña siempre he querido que alguien me cuidara. No es hasta ahora que me he dado cuenta de que lo que en realidad deseo es poder cuidar de alguien. — ni sé a dónde quiero llegar, y conozco precisamente a lo que me refiero, todo a la vez. Tomo sus manos para volver a depositarlas sobre mi vientre, puedo sentir el calor que emana de ellas sobre la fina tela que lo cubre. — De eso se trata la familia, ¿no? — no espero que responda, ya lo tengo claro. Aun así, mis labios se pasean por el lateral de su rostro hasta marcarlos sobre su mejilla dándole tiempo a hacerlo. — Quiero cuidar de ti, de nuestro hijo, quiero poder darle lo que nosotros no tuvimos, eso es lo que más me importa en este momento. — porque ha quedado claro que sí son los que quieren estar, los que escogen quedarse pese a los tropiezos.
¿Cómo puede estar pensando en armar un álbum, cuando tenemos que organizar cómo funcionaremos con otra persona dentro de esta casa? Admiro su capacidad de ser multitasking, yo me quedaré con la parte de poder disfrutar de la felicidad de mi esposa en lo que acoplamos la idea de un niño corriendo por esta casa antes de que podamos darnos cuenta de ello — ¿Mi cara no lo dice por su cuenta? — pregunto — No veo la hora de tener que enseñarle a afeitarse el bigote — bromeo, sí, pero también sé que luego estaré haciendo una lista mental de la cantidad de cosas que tendré que enseñarle al mocoso. ¿Qué dirán mis hermanos? Intento no patear los pensamientos hacia el otro lado de la familia, esa que se ha ido rompiendo hasta el punto de que esta es una noticia para solo nosotros dos. No quiero caer en amarguras cuando tenemos una razón para celebrar, que últimamente he empezado a sospechar que seremos nosotros tres contra el resto del mundo.
Me acomodo en el sofá para que ella tenga el espacio para subirse encima de mí, son mis manos las que se apresuran a tomar su cintura en lo que podemos disfrutarnos, dispuesto a besarla hasta que se me caiga la boca. No la interrumpo solo por respeto, tengo que apoyar la cabeza en el respaldo para enfocarla mejor, perdido en su relato en lo que ella mueve mis manos hacia su vientre. Me he acostumbrado a acariciar su barriga, sorprendido en cómo ha ido creciendo poco a poco de manera que, sin darme cuenta, se ha vuelto un pequeño balón que suele colarse entre nosotros. Solo puedo dejar que me bese, hasta que soy yo quien busca sus labios ladeando la cabeza, apenas alcanzando a rasparlos con los dientes — Y lo tendremos — se lo juro porque es para lo que trabajamos todos los días, que si tuvimos una segunda oportunidad es para poder ser felices como no pudimos serlo antes. Le sonrío, incluso cuando lo hago presionando su boca — Ni tú ni nuestro hijo necesitarán absolutamente nada, porque me he prometido que tendrán una buena vida. No tienes idea… — me relamo, muevo mi nariz para que roce la suya — De lo feliz que me haces, Phee. No tengo idea de dónde estaría ahora si no fuera por ti.
De seguro en el norte, en una taberna apestosa, apostando unos pocos galeones para poder llegar a la semana entrante. A veces necesitas un farol al cual seguir y cuando es una persona, lo mejor es aferrarte a ella para no volver a perderte. Supongo que los dos estábamos muy solos, creo que nos merecemos poder disfrutar de todo esto. La beso, con esa suavidad nada propia de mí, mientras mis dedos acarician el contorno de su cintura — ¿Vas a querer mantenerlo en secreto o puedo contárselo a Jacques? — pregunto, interrumpiendo el contacto de nuestras bocas para poder hablar — Sé que solemos estar solos, pero me gustaría… bueno, organizar una comida de vez en cuando, algo que corte un poco con la amargura que últimamente tanto me preocupa. Quiero que te encuentres bien.
Me acomodo en el sofá para que ella tenga el espacio para subirse encima de mí, son mis manos las que se apresuran a tomar su cintura en lo que podemos disfrutarnos, dispuesto a besarla hasta que se me caiga la boca. No la interrumpo solo por respeto, tengo que apoyar la cabeza en el respaldo para enfocarla mejor, perdido en su relato en lo que ella mueve mis manos hacia su vientre. Me he acostumbrado a acariciar su barriga, sorprendido en cómo ha ido creciendo poco a poco de manera que, sin darme cuenta, se ha vuelto un pequeño balón que suele colarse entre nosotros. Solo puedo dejar que me bese, hasta que soy yo quien busca sus labios ladeando la cabeza, apenas alcanzando a rasparlos con los dientes — Y lo tendremos — se lo juro porque es para lo que trabajamos todos los días, que si tuvimos una segunda oportunidad es para poder ser felices como no pudimos serlo antes. Le sonrío, incluso cuando lo hago presionando su boca — Ni tú ni nuestro hijo necesitarán absolutamente nada, porque me he prometido que tendrán una buena vida. No tienes idea… — me relamo, muevo mi nariz para que roce la suya — De lo feliz que me haces, Phee. No tengo idea de dónde estaría ahora si no fuera por ti.
De seguro en el norte, en una taberna apestosa, apostando unos pocos galeones para poder llegar a la semana entrante. A veces necesitas un farol al cual seguir y cuando es una persona, lo mejor es aferrarte a ella para no volver a perderte. Supongo que los dos estábamos muy solos, creo que nos merecemos poder disfrutar de todo esto. La beso, con esa suavidad nada propia de mí, mientras mis dedos acarician el contorno de su cintura — ¿Vas a querer mantenerlo en secreto o puedo contárselo a Jacques? — pregunto, interrumpiendo el contacto de nuestras bocas para poder hablar — Sé que solemos estar solos, pero me gustaría… bueno, organizar una comida de vez en cuando, algo que corte un poco con la amargura que últimamente tanto me preocupa. Quiero que te encuentres bien.
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Esa clara visión de lo que parece nuestro futuro produce que se asome una risa agradable, junto con las otras muchas escenarios que se forman en mi cabeza casa vez con más naturalidad. — No sé si voy a poder con tanta genética tuya correteando por ahí, a partir de ahora será dos contra uno y voy a estar en profunda desventaja. — aunque el comentario se tiña de queja, estoy segura de que se puede apreciar la broma en el modo que tengo de arquear las cejas con la gracia pintada. Lo cierto es que ni siquiera me importaba lo que hubiera sido, hijo o hija no sería capaz a hacer distinciones pues lo único que en realidad me preocupa es que el embarazo culmine con un nacimiento sano. Tomo su mentón con una mano, alzando un poco la barbilla como si estuviera analizando sus facciones pese a conocerlas a la perfección para hacerme a la idea de como lucirá nuestro hijo. — ¿Habías pensado en algún nombre en caso de que fuera niño? Porque ahora tendremos que decidirnos por uno... — que sé que esa batalla no será tan difícil de ganar como el que el Powell vaya delante como apellido, aún tengo esperanzas con eso, creo.
El contacto con sus dientes me lleva a imitar el comportamiento, atrapando su labio inferior con los míos y no lo suelto hasta que la sonrisa que se me ensancha en el rostro me obliga a hacerlo. Sus palabras hacen que me sea imposible no mirarle con el sentimiento de que todo esto parece sacado de un ensueño que hace algunos años no hubiera sido para nosotros. Quizá es cierto lo que dicen de que todo llega, solo hay que ser lo suficientemente paciente como para esperarlo. — Ninguno de los dos estaría aquí si no fuera porque decidiste perseguir a la mujer que amas, aunque no te dieras cuenta hasta entonces de que era así, de modo que... creo que la que debe agradecer por tenerte a mi lado soy yo. En mi defensa diré que tampoco era consciente de lo que había dejado atrás. — susurro sobre sus labios al rozar su nariz contra la mía, con la calma de alguien que ha aprendido a no tener prisa y paso a reírme antes de volver sobre sus labios, recorriéndolos en busca de degustar su sabor. — Pero siempre te he amado, aquí, en el norte, en una cama vieja y ruidosa, no importa, solo te he querido a ti. Eres el único hombre al que podría amar. — no me avergüenzo de decir que solo he estado con un hombre, estar en el sentido más literal de la palabra, porque tampoco requiero de otras experiencias para saber que lo que necesito está aquí conmigo.
Puedo comprobarlo tomando su mano sin siquiera apartarme de sus labios, acaricio sus dedos hasta chocarme con el que porta la alianza, esa que tiene una gemela en mi posesión. Entrelazo nuestros dedos con suavidad, mientras la respiración me lleva a buscar aire un segundo solo para terminar besando su mentón. — No, se acabaron los secretos. — murmuro, a pesar de que la liberación de los mismos sea la razón por la que esta noticia no se extienda a mayores. — Sé que no puedo cambiar muchas cosas, ni hacer que regresen a como estaban, pero eso no significa que tus hermanos no puedan estar felices por nosotros. Me encantaría contárselo, juntos, organizar todas las comidas, meriendas o cenas que quieras, son sus tíos al fin y al cabo, ¿no? — sonrío, sin llegar a mostrar mis dientes, aunque sí me tira de las mejillas. Claro que me gustaría poder hacer lo mismo con mi hermano, claro que desearía poder compartir todo esto con su familia, pero tengo que aceptar, por mucho que duela, que para él ya no existe una relación que nos una. — Escucha, yo... también sé que hemos estado un poco apartados de... bueno, todo, últimamente. No ha sido justo para ti, necesitaba tiempo para pensar, para saber lo que esperar a partir de ahora y acostumbrarme a ello. — porque no han sido fáciles los últimos meses, cuando se suponía que tendrían que haber ido mucho mejor. Acaricio su mandíbula con mi dedo pulgar al tomar su rostro con una mano, la otra posada sobre su pecho en lo que siento como baja y sube a causa de su respiración. — Pero eso se ha acabado. Quiero ser una buena madre para nuestro hijo, también una buena esposa para ti, no una por la que tengas que preocuparte ni te lleve por el camino de la amargura. Somos felices, y quién quiera acompañarnos en ese camino, será más que bienvenido. — sé que lo de la amargura no lo ha dicho necesariamente por eso, pero me atrevo a sonreír, no sé muy bien por qué, tal vez porque digo lo último con toda la honestidad que siento.
El contacto con sus dientes me lleva a imitar el comportamiento, atrapando su labio inferior con los míos y no lo suelto hasta que la sonrisa que se me ensancha en el rostro me obliga a hacerlo. Sus palabras hacen que me sea imposible no mirarle con el sentimiento de que todo esto parece sacado de un ensueño que hace algunos años no hubiera sido para nosotros. Quizá es cierto lo que dicen de que todo llega, solo hay que ser lo suficientemente paciente como para esperarlo. — Ninguno de los dos estaría aquí si no fuera porque decidiste perseguir a la mujer que amas, aunque no te dieras cuenta hasta entonces de que era así, de modo que... creo que la que debe agradecer por tenerte a mi lado soy yo. En mi defensa diré que tampoco era consciente de lo que había dejado atrás. — susurro sobre sus labios al rozar su nariz contra la mía, con la calma de alguien que ha aprendido a no tener prisa y paso a reírme antes de volver sobre sus labios, recorriéndolos en busca de degustar su sabor. — Pero siempre te he amado, aquí, en el norte, en una cama vieja y ruidosa, no importa, solo te he querido a ti. Eres el único hombre al que podría amar. — no me avergüenzo de decir que solo he estado con un hombre, estar en el sentido más literal de la palabra, porque tampoco requiero de otras experiencias para saber que lo que necesito está aquí conmigo.
Puedo comprobarlo tomando su mano sin siquiera apartarme de sus labios, acaricio sus dedos hasta chocarme con el que porta la alianza, esa que tiene una gemela en mi posesión. Entrelazo nuestros dedos con suavidad, mientras la respiración me lleva a buscar aire un segundo solo para terminar besando su mentón. — No, se acabaron los secretos. — murmuro, a pesar de que la liberación de los mismos sea la razón por la que esta noticia no se extienda a mayores. — Sé que no puedo cambiar muchas cosas, ni hacer que regresen a como estaban, pero eso no significa que tus hermanos no puedan estar felices por nosotros. Me encantaría contárselo, juntos, organizar todas las comidas, meriendas o cenas que quieras, son sus tíos al fin y al cabo, ¿no? — sonrío, sin llegar a mostrar mis dientes, aunque sí me tira de las mejillas. Claro que me gustaría poder hacer lo mismo con mi hermano, claro que desearía poder compartir todo esto con su familia, pero tengo que aceptar, por mucho que duela, que para él ya no existe una relación que nos una. — Escucha, yo... también sé que hemos estado un poco apartados de... bueno, todo, últimamente. No ha sido justo para ti, necesitaba tiempo para pensar, para saber lo que esperar a partir de ahora y acostumbrarme a ello. — porque no han sido fáciles los últimos meses, cuando se suponía que tendrían que haber ido mucho mejor. Acaricio su mandíbula con mi dedo pulgar al tomar su rostro con una mano, la otra posada sobre su pecho en lo que siento como baja y sube a causa de su respiración. — Pero eso se ha acabado. Quiero ser una buena madre para nuestro hijo, también una buena esposa para ti, no una por la que tengas que preocuparte ni te lleve por el camino de la amargura. Somos felices, y quién quiera acompañarnos en ese camino, será más que bienvenido. — sé que lo de la amargura no lo ha dicho necesariamente por eso, pero me atrevo a sonreír, no sé muy bien por qué, tal vez porque digo lo último con toda la honestidad que siento.
— No, pero podemos empezar con una lista en cuanto quieras — que no me creía capaz de pensar en cosas tan básicas como un nombre, ahora mismo hasta me parece una buena idea, pero… — ¿O quieres seleccionar un puñado y ver de qué cara tiene cuando nazca? — esa siempre es una opción. No puedo imaginar un rostro exacto para mi hijo y, a diferencia suya, tendré que esperar un poco más para hacerme la idea de cómo es tenerlo conmigo. ¿Cómo podré entonces elegir un nombre, cuando luego tendré que llamarlo de esa manera por el resto de su vida? Es una suerte que pueda quitarme ese peso ahora, que aún falta tiempo y puedo concentrarme en su madre mientras me siga perteneciendo exclusivamente a mí. Sí, la he perseguido, he decidido que podíamos estar a salvo lejos de la guerra que se asoma por todos los rincones y nosotros estamos tan locos que decidimos casarnos y formar un hogar. No sé qué hice de bien para ganarme esas palabras de su boca, pero yo solo puedo sonreírle ampliamente; hasta ni me interesan las papas sobrantes.
Y conociéndola como la conozco, escuchar que dejaremos los secretos de lado se siente como un soplo de aire fresco. Nunca he tenido una familia normal, ni siquiera cuando estuve bajo el cuidado de esos padres que me dieron su apellido. Me gustaría que mi hijo sí pueda disfrutarlo, con todo y lo que conlleva — Eugene debería mostrar la cara alguna vez pero… sí, es una idea excelente — sé que Jacques estará loco con el niño, Eugene puede ser el tío que lo llena de regalos extravagantes. Al final del día, resulta que sí podemos tener una familia. A pesar de que Phoebe tiene esa manía de creer que lo ha hecho todo mal, me encuentro sentado a su lado, generando caricias en su cuerpo sin perderme ni una sola palabra que sale de su boca, incluso cuando concentrarme se vuelve una tarea complicada al tener sus manos sobre mí.
Al final, lo único que puedo hacer es tomar su rostro entre las mías, obligando a que me mire — Escucha una cosa — murmuro — Siempre fuiste más que suficiente para mí y sé que serás aún más inmensa para nuestro hijo. Jamás pienses que eres menos, no importa cómo el mundo intente hacerte sentir. Eres la mujer más maravillosa que he conocido y te amo, tanto como para dejar el juego y esa pequeña adicción a la cerveza barata — me burlo de mí mismo, ensanchando una sonrisa perezosa antes de dejar un beso sobre sus labios. Respiro en ellos, deteniéndome en su aliento como si fuera una droga — Jamás pensé que tendría nada de esto, ni siquiera sabía si lo deseaba o no, pero no puedo imaginar mi realidad de otra manera ahora que lo tengo. Y si tú eres feliz… eso basta — creo que eso es lo que me ha preocupado, no verla en todo su potencial, el saber que hay algo allí que siempre la amarga. Mi boca se desliza para besar su mejilla, bajando las manos para hacerme una vez más con las suyas — Así que… ¿Querrás salir al final o no? Mi traje está aguardando un veredicto.
Y conociéndola como la conozco, escuchar que dejaremos los secretos de lado se siente como un soplo de aire fresco. Nunca he tenido una familia normal, ni siquiera cuando estuve bajo el cuidado de esos padres que me dieron su apellido. Me gustaría que mi hijo sí pueda disfrutarlo, con todo y lo que conlleva — Eugene debería mostrar la cara alguna vez pero… sí, es una idea excelente — sé que Jacques estará loco con el niño, Eugene puede ser el tío que lo llena de regalos extravagantes. Al final del día, resulta que sí podemos tener una familia. A pesar de que Phoebe tiene esa manía de creer que lo ha hecho todo mal, me encuentro sentado a su lado, generando caricias en su cuerpo sin perderme ni una sola palabra que sale de su boca, incluso cuando concentrarme se vuelve una tarea complicada al tener sus manos sobre mí.
Al final, lo único que puedo hacer es tomar su rostro entre las mías, obligando a que me mire — Escucha una cosa — murmuro — Siempre fuiste más que suficiente para mí y sé que serás aún más inmensa para nuestro hijo. Jamás pienses que eres menos, no importa cómo el mundo intente hacerte sentir. Eres la mujer más maravillosa que he conocido y te amo, tanto como para dejar el juego y esa pequeña adicción a la cerveza barata — me burlo de mí mismo, ensanchando una sonrisa perezosa antes de dejar un beso sobre sus labios. Respiro en ellos, deteniéndome en su aliento como si fuera una droga — Jamás pensé que tendría nada de esto, ni siquiera sabía si lo deseaba o no, pero no puedo imaginar mi realidad de otra manera ahora que lo tengo. Y si tú eres feliz… eso basta — creo que eso es lo que me ha preocupado, no verla en todo su potencial, el saber que hay algo allí que siempre la amarga. Mi boca se desliza para besar su mejilla, bajando las manos para hacerme una vez más con las suyas — Así que… ¿Querrás salir al final o no? Mi traje está aguardando un veredicto.
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Esa propuesta que él parece tomar en serio y que yo no puedo más que ver como una gracia salida de la nada produce que se me escape una risa, aunque trato de no darle mucho volumen porque de verdad que lo está diciendo con toda la intención. — ¿Ver de qué cara tiene? Pues obviamente de mini Chuck, no espero otra cosa que no sean tus ojos azules y sonrisa de no haber roto un plato. — que creo que de esos rompió unos cuántos, pero es evidente que solo estoy bromeando y en realidad me es completamente indiferente el aspecto que tenga siempre que esté sano. Aun así, tanteo un poco el terreno, jugueteando con la tela de su camiseta entre mis dedos antes de pasar a mirarle. — Mi madre tenía esta... manía con que sus hijos llevaran la misma inicial, Penny, Phoebe, Hermann, Hans... suena un poco obsesivo si lo piensas, pero le gustaban esas cosas. — sé que no estaría siquiera mencionándolo de no ser por ella, así que ni me preocupo por estar haciendo el ridículo contándole esto. — No es más que una tontería, de seguro tampoco tendría mucho sentido seguir con esa tradición ahora que... bueno, ya sabes. Aunque también compartimos la M. — me encojo de hombros, un poco dubitativa sobre si de verdad me gustaría continuar con algo roto viendo como están las cosas dentro de mi familia, así que me apresuro a sacar la otra baza que tengo. — Sino siempre puede llamarse Charles Junior. — es obvio por el meneo de cabeza juntado con la rápida risa que no estoy hablando en serio, quizá no del todo, pero al menos me permito bromear sobre ello.
Asiento una vez con la cabeza, dando por hecho que a partir de este momento empezaremos a pasar más tiempo con los hermanos de Chuck, al menos con Jacques que es a quien vemos más a menudo. Me alegra, en verdad, poder tener alguien con quien compartir lo que se supone tienen que ser meses en los que disfrutemos de esto, aunque sí que es cierto que hay otro detalle que me gustaría poder arreglar ahora que estamos en ello. No siento que sea tema de su agrado, pero siendo que vino a la boda y que es la única de nuestros parientes con vida — Hermann no cuenta, creo que no es necesario mencionar el por qué —, me obligo a ser cautelosa cuando la menciono. — ¿Has hablado con... tu madre desde la boda? — tengo que recordar ese momento como uno que creí que terminaría peor, pero que al final acabó por sorprenderme desde ambas partes, tanto ella como la actitud de mi esposo ante su presencia. No quiero presionarle de ninguna manera, lo que decida hacer con respecto a Eloise no es otra cosa que una decisión que debe tomar él junto a sus hermanos, pero sí creo que, llegados a este punto donde es evidente que sabe que existen, merecen de al menos una explicación.
Me encuentro con que no puedo apartar la mirada de su rostro cuando pasa a tomar el mío entre sus manos, y por alguna razón, me preparo para lo que viene siendo un recordatorio que no es la primera vez que escucho. — No... No es que piense que sea menos, o cómo me hagan sentir los demás. Es más que soy consciente de que he cometido alguna que otra, por no decir unas cuantas, tonterías que no solo han puesto a mi familia en peligro, sino también a ti, y eso se acabó. — aclaro, más agradezco que se tome la molestia de decir esas cosas sobre mí, lo que me lleva a estirar mis mejillas en una sonrisa que se alarga incluso cuando sus labios rozan los míos. Me aferro a sus manos, cerrando los ojos para aprovecharme del contacto y sentir su calor relajar todos los músculos de mi cuerpo, sus caricias que acepto con gusto en lo que aporta una sugerencia. — Mmm... Creo que solo por eso debería aceptar, desde nuestro casamiento que no te veo en un traje y me encantaría poder repetir eso de la noche de bodas. — le sonrío de forma pícara, colando una mano bajo su camisa solo para explicar a lo que me refiero, como si hiciera falta. — ¿Me ayudas a escoger un vestido? — aunque esta vez espero que se fije algo mejor en mi ropa, o terminaré por vestirme con una bolsa de basura a ver si así termina por darse cuenta.
Asiento una vez con la cabeza, dando por hecho que a partir de este momento empezaremos a pasar más tiempo con los hermanos de Chuck, al menos con Jacques que es a quien vemos más a menudo. Me alegra, en verdad, poder tener alguien con quien compartir lo que se supone tienen que ser meses en los que disfrutemos de esto, aunque sí que es cierto que hay otro detalle que me gustaría poder arreglar ahora que estamos en ello. No siento que sea tema de su agrado, pero siendo que vino a la boda y que es la única de nuestros parientes con vida — Hermann no cuenta, creo que no es necesario mencionar el por qué —, me obligo a ser cautelosa cuando la menciono. — ¿Has hablado con... tu madre desde la boda? — tengo que recordar ese momento como uno que creí que terminaría peor, pero que al final acabó por sorprenderme desde ambas partes, tanto ella como la actitud de mi esposo ante su presencia. No quiero presionarle de ninguna manera, lo que decida hacer con respecto a Eloise no es otra cosa que una decisión que debe tomar él junto a sus hermanos, pero sí creo que, llegados a este punto donde es evidente que sabe que existen, merecen de al menos una explicación.
Me encuentro con que no puedo apartar la mirada de su rostro cuando pasa a tomar el mío entre sus manos, y por alguna razón, me preparo para lo que viene siendo un recordatorio que no es la primera vez que escucho. — No... No es que piense que sea menos, o cómo me hagan sentir los demás. Es más que soy consciente de que he cometido alguna que otra, por no decir unas cuantas, tonterías que no solo han puesto a mi familia en peligro, sino también a ti, y eso se acabó. — aclaro, más agradezco que se tome la molestia de decir esas cosas sobre mí, lo que me lleva a estirar mis mejillas en una sonrisa que se alarga incluso cuando sus labios rozan los míos. Me aferro a sus manos, cerrando los ojos para aprovecharme del contacto y sentir su calor relajar todos los músculos de mi cuerpo, sus caricias que acepto con gusto en lo que aporta una sugerencia. — Mmm... Creo que solo por eso debería aceptar, desde nuestro casamiento que no te veo en un traje y me encantaría poder repetir eso de la noche de bodas. — le sonrío de forma pícara, colando una mano bajo su camisa solo para explicar a lo que me refiero, como si hiciera falta. — ¿Me ayudas a escoger un vestido? — aunque esta vez espero que se fije algo mejor en mi ropa, o terminaré por vestirme con una bolsa de basura a ver si así termina por darse cuenta.
— Sí, algo he oído de esa tradición. ¿No es por eso que Tilly se llama Mathilda? — que no entiendo por qué eligieron la variante del nombre con H, supongo que es esa manía de su hermano de ser snob cada vez que respira. Ya, sé que no debería ser tan venenoso con la persona que se encargó de pagar la mitad de nuestros gastos, regalarnos casi toda la boda y una luna de miel y que encima me consiguió trabajo, pero desde que las cosas se cortaron con esa rama de los Powell, no puedo masticar alguna que otra bronca contra mi cuñado. Intento no pensar en él, en especial porque Phoebe me da razones para mantenerme centrado en ella — Había pensado en eso, Charles Benjamin Segundo — bromeo — Pero nah. Podemos elegir un nombre que se apegue a tus tradiciones familiares, si eso es lo que quieres. Aún tenemos tiempo — que nadie nos corre, al menos si no contamos al bebé que está creciendo dentro de ella recordándonos que en cualquier momento vamos a tener una alarma anti horas de sueño.
No sé por qué tiene que sacar el tema a colación ahora mismo, no logra más que se me apague la sonrisa hasta que desvío la mirada hacia el suelo — No — contesto simplemente — No sé tampoco si quiero hacerlo — mi madre demostró hace muchos años que no deseaba ser parte de nuestras vidas y no creo que ahora mismo se merezca un perdón, sí tengo la molestia sensación de necesitar un par de explicaciones. No es un tema que desee tocar, hago una mueca en lo que busco centrarme en ella, en la manera que tiene de aceptar mi tacto, presto mis oídos y acabo asintiendo, porque no es momento de discutir o de convencerla de que no ha hecho nada malo, sino de aceptar lo que me ofrece y seguir adelante. No llevo mucho tiempo casado, pero creo que he aprendido que a veces es mejor callarse la boca y tomar su mano si es lo que necesita de mí, porque estoy aquí para ser su compañero, no su mentor. Si este matrimonio va a funcionar, lo hará como un equipo.
Cualquier clase de amargura se va en cuanto veo como su sonrisa imita mis intenciones, esas que se me pintan en el rostro que se acerca al suyo, sintiendo un escalofrío caliente allí donde se cuela su mano — Eso depende — mascullo — ¿Puedo quitarte la ropa primero? Porque se me hace que el vestido puede esperar — subo mis manos hasta colocarlas en su espalda en lo que ahogo la risa cómplice al besarla, moviendo mis labios con lentitud en su boca, de manera vagamente superficial — ¿Sabes? Tendría como cinco hijos contigo, si eso significa que podemos practicar el proceso de reproducción hasta que ya no nos dé la edad — mi tono divertido se camufla entre mi risa y los besos, acabo tirando de su labio inferior con los dientes hasta soltarla, entornando la mirada — Sujétate bien — que no me tardo en colar mis manos en sus glúteos así puedo levantarme con ella, pasando el agarre a los muslos que cierro alrededor de mi cintura en lo que no dejo de besarla, marcando el camino que nos llevará al dormitorio, hacia las prendas lujosas que podemos lucir por una noche. Es como jugar a disfrazarse, uno de esos lujos que podemos darnos en estos días y que no permitiré que absolutamente nada ni nadie lo arruine.
No sé por qué tiene que sacar el tema a colación ahora mismo, no logra más que se me apague la sonrisa hasta que desvío la mirada hacia el suelo — No — contesto simplemente — No sé tampoco si quiero hacerlo — mi madre demostró hace muchos años que no deseaba ser parte de nuestras vidas y no creo que ahora mismo se merezca un perdón, sí tengo la molestia sensación de necesitar un par de explicaciones. No es un tema que desee tocar, hago una mueca en lo que busco centrarme en ella, en la manera que tiene de aceptar mi tacto, presto mis oídos y acabo asintiendo, porque no es momento de discutir o de convencerla de que no ha hecho nada malo, sino de aceptar lo que me ofrece y seguir adelante. No llevo mucho tiempo casado, pero creo que he aprendido que a veces es mejor callarse la boca y tomar su mano si es lo que necesita de mí, porque estoy aquí para ser su compañero, no su mentor. Si este matrimonio va a funcionar, lo hará como un equipo.
Cualquier clase de amargura se va en cuanto veo como su sonrisa imita mis intenciones, esas que se me pintan en el rostro que se acerca al suyo, sintiendo un escalofrío caliente allí donde se cuela su mano — Eso depende — mascullo — ¿Puedo quitarte la ropa primero? Porque se me hace que el vestido puede esperar — subo mis manos hasta colocarlas en su espalda en lo que ahogo la risa cómplice al besarla, moviendo mis labios con lentitud en su boca, de manera vagamente superficial — ¿Sabes? Tendría como cinco hijos contigo, si eso significa que podemos practicar el proceso de reproducción hasta que ya no nos dé la edad — mi tono divertido se camufla entre mi risa y los besos, acabo tirando de su labio inferior con los dientes hasta soltarla, entornando la mirada — Sujétate bien — que no me tardo en colar mis manos en sus glúteos así puedo levantarme con ella, pasando el agarre a los muslos que cierro alrededor de mi cintura en lo que no dejo de besarla, marcando el camino que nos llevará al dormitorio, hacia las prendas lujosas que podemos lucir por una noche. Es como jugar a disfrazarse, uno de esos lujos que podemos darnos en estos días y que no permitiré que absolutamente nada ni nadie lo arruine.
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Asiento con la cabeza, mi hermano terminó por salirse con la suya también siendo que el nombre de Meerah, creo no equivocarme al decirlo, no lo escogió él, pese a que las coincidencias surtieron un efecto sorpresa cuando dio la casualidad de que llevaba la misma inicial que todos los Powell. — ¿Nunca te dijeron que tienes nombre de rey de... Francia? — bromeo con una sonrisa, tratando de recordar si he dicho bien el nombre de lo que hace milenios fue una de las potencias mundiales en Europa. Es curioso que recuerde estas cosas cuando después de los Black ni siquiera se tomó la historia de los muggles con tanta importancia, aunque supongo que son ese tipo de detalles los que se le pueden quedar a una niña cuya cabeza revoloteaba pensando a qué príncipe sorprender con una fiesta del té. Obviemos la parte en la que todos ellos eran animales.
Inconscientemente pongo los labios en una mueca, porque no pretendía amargar la charla, solo pretendía saber en qué punto de la relación estamos. Creo que no soy quién para decirle nada, siendo que ni yo misma he aceptado muchas cosas de mi pasado, pero también estoy haciendo un esfuerzo enorme por hacerlo, que esté yendo al psicólogo sustenta ese hecho y, como iba diciendo, no debería meterme en asuntos que no me competen. O sí... también somos familia, ¿no es un error el que esté dejando pasar la oportunidad de obtener respuestas? Porque sé lo difícil que puede ser, pero siempre me encuentro con la contestación de que no sabe qué quiere hacer al respecto y en ocasiones se me ocurre que, a la larga, eso pueda llegar a hacerle más daño que la propia verdad. Con ella al menos podemos hacer el intento de seguir adelante, con todas las cartas sobre la mesa, tratar de no mirar atrás para no caer en las mismas equivocaciones.
Aun así no digo nada, aprovecho que toma mi propuesta con la misma picardía que yo con la suya, de forma que solo soy capaz a sonreír por encima de su boca. — Puedes hacerme lo que quieras, siempre que cumpla con las expectativas de mi cumpleaños. — como si tuviera, já, que todo esto empezó porque no tenía dulce que llevarme a la boca. Creo que ahora puedo conformarme con el sabor dulzón de sus labios, a pesar de que me río con ganas por esa forma de poner tener sexo de una manera tan correcta, nada más que lo que es, vaya, aunque le saquemos otro beneficio. — Entonces serán Charles Benjamin tercero, y cuarto... tal vez alguna Phoebe segunda por el camino, no estaría mal. — continuo con la broma, aunque por el momento podemos concentrarnos en que Sawyer junior venga al mundo, con todas las de la ley y un nombre que le vaya a juego. Me aprovecho de que ahora pueda cargar conmigo para no tener que subir al dormitorio por cuenta propia, que cuando pasen unos meses creo que las escaleras solo las voy a poder bajar rodando. Mis brazos rodean sus hombros, apegando mi pecho al suyo en busca de permanecer más cerca pese a que no creo que sea posible dentro de unos minutos, segura de que esto es lo único que necesitaba para este día.
Inconscientemente pongo los labios en una mueca, porque no pretendía amargar la charla, solo pretendía saber en qué punto de la relación estamos. Creo que no soy quién para decirle nada, siendo que ni yo misma he aceptado muchas cosas de mi pasado, pero también estoy haciendo un esfuerzo enorme por hacerlo, que esté yendo al psicólogo sustenta ese hecho y, como iba diciendo, no debería meterme en asuntos que no me competen. O sí... también somos familia, ¿no es un error el que esté dejando pasar la oportunidad de obtener respuestas? Porque sé lo difícil que puede ser, pero siempre me encuentro con la contestación de que no sabe qué quiere hacer al respecto y en ocasiones se me ocurre que, a la larga, eso pueda llegar a hacerle más daño que la propia verdad. Con ella al menos podemos hacer el intento de seguir adelante, con todas las cartas sobre la mesa, tratar de no mirar atrás para no caer en las mismas equivocaciones.
Aun así no digo nada, aprovecho que toma mi propuesta con la misma picardía que yo con la suya, de forma que solo soy capaz a sonreír por encima de su boca. — Puedes hacerme lo que quieras, siempre que cumpla con las expectativas de mi cumpleaños. — como si tuviera, já, que todo esto empezó porque no tenía dulce que llevarme a la boca. Creo que ahora puedo conformarme con el sabor dulzón de sus labios, a pesar de que me río con ganas por esa forma de poner tener sexo de una manera tan correcta, nada más que lo que es, vaya, aunque le saquemos otro beneficio. — Entonces serán Charles Benjamin tercero, y cuarto... tal vez alguna Phoebe segunda por el camino, no estaría mal. — continuo con la broma, aunque por el momento podemos concentrarnos en que Sawyer junior venga al mundo, con todas las de la ley y un nombre que le vaya a juego. Me aprovecho de que ahora pueda cargar conmigo para no tener que subir al dormitorio por cuenta propia, que cuando pasen unos meses creo que las escaleras solo las voy a poder bajar rodando. Mis brazos rodean sus hombros, apegando mi pecho al suyo en busca de permanecer más cerca pese a que no creo que sea posible dentro de unos minutos, segura de que esto es lo único que necesitaba para este día.
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