OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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—Hay algo que quiero decirte hace tiempo— comienzo tras una larga exhalación, —en realidad no, siéndote sincero, esperaba no tener que decírtelo nunca—. Escucho como la lluvia golpea el vidrio de la ventana con un repiqueteo suave. —No, escúchame, no creas que si te lo oculté era porque no confiaba en ti, sí, tal vez sí… ¡eres auror! ¡No puedo contarle estas cosas a un auror! ¡Me tendrías que llevar a la cárcel! Alec, escúchame, lo hice en parte para no exponerte a ningún peligro… o no sé, para no exponerme a mí a ningún peligro. A los dos… yo… No, por favor, no me mires así— se lo ruego, —si me miras así me haces sentir una persona horrible, un mentiroso, un miserable ruin, un imbécil, un holgazán, un irresponsable, un mal abogado— aparto el hocico de Moriarty con el dorso de mi mano, —¡Basta! ¡No me mires así!— ¿por qué el perro tiene también los ojos azules? No puedo escapar de ellos, me juzgan.
El sonido del chaparrón por fuera del edificio hace posible que me sienta aislado en mi parte del apartamento, tengo que afinar mi oído para notar si los pasos de Alecto se acercan y escucho tanto silencio en el pasillo que empiezo a creer que no está. Puede que haya recibido una llamada de la base de seguridad y bien puede irse sin avisarme, que tampoco soy su padre. Si no está, mejor. Podemos seguir practicando con Moriarty en la cocina mientras me como unas tostadas quemadas embadurnadas de dulce para apagar el sabor rancio, no necesito del mismo don que Phoebe para saber que será así. —¿Dónde nos habíamos quedado?— le pregunto al perro que sigue mis tobillos y se queda sentado al verme sacar las rebanadas de pan de la bolsa para colocarlas en un cálculo matemático admirable que hace que encajen perfectamente en la tostadora.
—Te decía… no es que no quisiera contártelo, es que no podía. Verás, es complicado…—. Mi mano se queda quieta en el aire al oír el ruido quedo que proviene de la habitación de Alecto. ¡Ah, mierda! Saco el pan a prisa para devolverlo a la bolsa y estoy a un paso de la huida cuando la veo salir de su dormitorio. Un momento, ¿por qué guardé el pan? ¡Las tostadas no me incriminan a nada! Quiero apoyar una mano en la mesada para una postura relajada así no sospecha nada y fallo al no sentir nada debajo de mi palma, estoy tocando aire. —Pensé que no estabas— comentarios estúpidos si los hay, claramente este. —Yo… estaba hablando con el perro— en verdad, no ayudo a mi causa. —Hay algo que queremos decirte—. ¿Acabo de hacer cómplice al perro? Puedo ver como Moriarty girar bruscamente su cabeza y sus orejas lo acompañan.
El sonido del chaparrón por fuera del edificio hace posible que me sienta aislado en mi parte del apartamento, tengo que afinar mi oído para notar si los pasos de Alecto se acercan y escucho tanto silencio en el pasillo que empiezo a creer que no está. Puede que haya recibido una llamada de la base de seguridad y bien puede irse sin avisarme, que tampoco soy su padre. Si no está, mejor. Podemos seguir practicando con Moriarty en la cocina mientras me como unas tostadas quemadas embadurnadas de dulce para apagar el sabor rancio, no necesito del mismo don que Phoebe para saber que será así. —¿Dónde nos habíamos quedado?— le pregunto al perro que sigue mis tobillos y se queda sentado al verme sacar las rebanadas de pan de la bolsa para colocarlas en un cálculo matemático admirable que hace que encajen perfectamente en la tostadora.
—Te decía… no es que no quisiera contártelo, es que no podía. Verás, es complicado…—. Mi mano se queda quieta en el aire al oír el ruido quedo que proviene de la habitación de Alecto. ¡Ah, mierda! Saco el pan a prisa para devolverlo a la bolsa y estoy a un paso de la huida cuando la veo salir de su dormitorio. Un momento, ¿por qué guardé el pan? ¡Las tostadas no me incriminan a nada! Quiero apoyar una mano en la mesada para una postura relajada así no sospecha nada y fallo al no sentir nada debajo de mi palma, estoy tocando aire. —Pensé que no estabas— comentarios estúpidos si los hay, claramente este. —Yo… estaba hablando con el perro— en verdad, no ayudo a mi causa. —Hay algo que queremos decirte—. ¿Acabo de hacer cómplice al perro? Puedo ver como Moriarty girar bruscamente su cabeza y sus orejas lo acompañan.
Lo reconozco, he estado más irascible de lo normal, y eso que suele ser parte de mi personalidad sin ningún problema. Para suerte de los demás, Dave, en este caso, cuando eso ocurre suelo pasar más tiempo encerrada en el cuarto, a resguardo con mis propios asuntos, que topándome sin querer con la situación de culpar al resto por mi propio comportamiento. Es más fácil así, me libro de tener que pedir disculpas que no son mi fuerte y me da opción a lidiarlo a mi parecer, como sea. No ocurre todos los días que tu abuela decide que es una buena ocasión el confesarte que eres adoptada, ya no solo eso, casi que rescatada de una madre tan frívola que ni siquiera tuvo la decencia de cargar contigo lo suficiente como para quererte. Vamos, no he querido a muchas personas a lo largo de mi vida, esa lista se reduce a unas cuantas en particular, y estoy hablando del sentido literal de la palabra amar, pero creo que esa excepción la haría con mi hija o hijo si se diera el caso. Al parecer, no todo el mundo tiene la misma opinión y eso me hace pensar que no soy del todo tan horrible como pienso que soy dentro de esa misma categoría.
Parte de mi enfado viene de encarar a mis padres, de haberles exigido una explicación después de las tantas que me dio Georgia, con el fin de que mi mente acepte que sus palabras eran verdad. Porque no es que no me fíe de mi abuela, siempre ha sido sincera conmigo y puesto mis intereses por delante de los demás sin ningún problema, pero el que me haya mentido durante prácticamente toda mi existencia ha dejado un agujero en mi interior que me hace dudar de cualquiera a estas alturas. Como era de esperar, la discusión no terminó bien, el portazo que di a la puerta de mi antiguo hogar dejó en evidencia que sería la última vez que pisaría aquellas salas, que no regresaría y que bien mis padres podrían darme por desaparecida. Lo peor es que me conocen, saben que tarde o temprano entraría en razón, por lo que ni siquiera se dignaron a seguirme o hacer lo que harían unos padres corrientes. Ah, no, que no son padres normales, si lo fueran no me hubieran comprado como si fuera pura lotería, conmigo les tocó el gordo si creen que voy a dejarme usar de tal manera.
Sigo enojada, tanto como para ni siquiera haber hablado por los últimos días, guardando mi rabia e impotencia sobre una situación de la que no tengo control alguno adentro de mí. Llegará un momento en el que explote, eso es obvio, solo puedo rezar por que cuando ese momento llegue, no haya nadie cerca. Ignoro las palabras de Dave como si no fueran tan importantes como lo que yo tengo para decirle cuando me digno a salir de la habitación, tan centrada en lo mío que apenas me fijo en lo que está haciendo. — Necesito un favor. — suena a petición, pero es más bien una demanda insistente cuando deposito la tablet que tengo entre mis manos para mostrarle una imagen de Rebecca Hasselbach. — Ella. Trabajas en el ministerio, eres secretario, además de abogado, se supone que tienes acceso a este tipo de archivos, ¿no? — que no tengo ni la menor idea, son suposiciones mías que hago porque me suena que cosas tan importantes como el historial de la jefa del escuadrón de licántropos deben estar guardados allá. — Necesito que lo robes para mí. — digo, así como si nada y como si tampoco fuera la gran cosa lo que le estoy pidiendo, mientras tomo asiento en una de las sillas de la cocina, cogiendo la bolsa de pan para tomar una rebanada y llevármela a la boca así sin más, mordiendo con fuerza. Creo que hace días que no pruebo bocado, no lo recuerdo. — ¿De qué era de lo que me querías hablar? — pregunto de pronto, lo cierto es que se me acaba de pasar por la cabeza que fue él quién habló primero.
Parte de mi enfado viene de encarar a mis padres, de haberles exigido una explicación después de las tantas que me dio Georgia, con el fin de que mi mente acepte que sus palabras eran verdad. Porque no es que no me fíe de mi abuela, siempre ha sido sincera conmigo y puesto mis intereses por delante de los demás sin ningún problema, pero el que me haya mentido durante prácticamente toda mi existencia ha dejado un agujero en mi interior que me hace dudar de cualquiera a estas alturas. Como era de esperar, la discusión no terminó bien, el portazo que di a la puerta de mi antiguo hogar dejó en evidencia que sería la última vez que pisaría aquellas salas, que no regresaría y que bien mis padres podrían darme por desaparecida. Lo peor es que me conocen, saben que tarde o temprano entraría en razón, por lo que ni siquiera se dignaron a seguirme o hacer lo que harían unos padres corrientes. Ah, no, que no son padres normales, si lo fueran no me hubieran comprado como si fuera pura lotería, conmigo les tocó el gordo si creen que voy a dejarme usar de tal manera.
Sigo enojada, tanto como para ni siquiera haber hablado por los últimos días, guardando mi rabia e impotencia sobre una situación de la que no tengo control alguno adentro de mí. Llegará un momento en el que explote, eso es obvio, solo puedo rezar por que cuando ese momento llegue, no haya nadie cerca. Ignoro las palabras de Dave como si no fueran tan importantes como lo que yo tengo para decirle cuando me digno a salir de la habitación, tan centrada en lo mío que apenas me fijo en lo que está haciendo. — Necesito un favor. — suena a petición, pero es más bien una demanda insistente cuando deposito la tablet que tengo entre mis manos para mostrarle una imagen de Rebecca Hasselbach. — Ella. Trabajas en el ministerio, eres secretario, además de abogado, se supone que tienes acceso a este tipo de archivos, ¿no? — que no tengo ni la menor idea, son suposiciones mías que hago porque me suena que cosas tan importantes como el historial de la jefa del escuadrón de licántropos deben estar guardados allá. — Necesito que lo robes para mí. — digo, así como si nada y como si tampoco fuera la gran cosa lo que le estoy pidiendo, mientras tomo asiento en una de las sillas de la cocina, cogiendo la bolsa de pan para tomar una rebanada y llevármela a la boca así sin más, mordiendo con fuerza. Creo que hace días que no pruebo bocado, no lo recuerdo. — ¿De qué era de lo que me querías hablar? — pregunto de pronto, lo cierto es que se me acaba de pasar por la cabeza que fue él quién habló primero.
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Quiere usarme, así como lo hacen todos, ella no es la excepción. Viniendo de su parte no logro precisar que es lo más pasmado me deja, que me esté pidiendo algo claramente ilegal o que me vean cara de pedirme estas cosas. Porque no puedo actuar todo digno y decirle que yo no hago esas cosas, ¡jamás! Que mi ética van por delante de los favores que pueda hacer a los amigos, ¿para qué vamos a andarnos con vueltas? Si lo hago por otros amigos, ¿por qué no lo haría por Alecto? Esta vez sí encuentro la mesada cuando me recargo hacia atrás así puedo mirar el rostro fijo en la pantalla que muestra a la líder del escuadrón de licántropos, la conozco bien. —Puedo pedirle a una amiga que se encarga de toda la parte de criaturas mágicas, verás, yo estoy en la parte de infancias…— aclaro, hay que buscar la manera elegante de decir que mi jefe me pone a cuidar a su hija menor.
Escarbo en la bolsa del pan para sacar una rebanada que mate un poco el hambre que me trajo hasta la cocina con el perro y simulo estar muy entretenido retirando el borde para demorar mi confesión. —Yo… se trata del trabajo que hago en el ministerio precisamente…— lo alargo. —¡Espera!— me interrumpo a mí mismo, levanto la mirada de golpe hacia Alecto. —Yo tengo un archivo sobre Rebecca Hasselbach— recuerdo, está guardado entre los míos personales, pese a que tiene todo el formato de ser un informe del departamento. Me llevo la rebanada de pan conmigo cuando vuelvo a mi dormitorio para tomar la laptop del escritorio que está al lado de la cama y lo enciendo mientras camino por el pasillo de regreso a la sala, el pan sobre las teclas que recupero para meterlo entre mis dientes al sentarme en el sillón.
Coloco la laptop sobre mis rodillas en la prisa de abrir una carpeta tras otra y recordar todas las contraseñas que me pide, no creces en el distrito seis sin saber algo sobre ordenadores y seguridad informática, que en mi caso me viene bien. Siempre que pueda seguir venciendo a Charlie en sus intentos de hackearme me consideraré satisfecho. —Es este— le indico al hacer girar la laptop hacia ella si quiere leerlo. —No sé si es algo que te sirva, es el informe de la noche en que murió mi mejor amigo— y si Alec siquiera preguntó alguna vez, también lo sabrá. —Su padre biológico era Paul Jefferson, estaba con él la noche en que lo atraparon. Hasselbach fue quien mató a mi amigo por interponerse en la captura— se lo explico más fríamente posible, leer varias veces el informe ayudó a que pueda hacerlo, si le quito sentimiento se hace algo más fácil de lo que hablar con el tiempo, diferente a cuando no podía encontrar mi voz para aceptar que estaba muerto. —¿Qué es lo que quieres saber de ella?— pregunto. —Así sabré qué pedirle a Holly.
Escarbo en la bolsa del pan para sacar una rebanada que mate un poco el hambre que me trajo hasta la cocina con el perro y simulo estar muy entretenido retirando el borde para demorar mi confesión. —Yo… se trata del trabajo que hago en el ministerio precisamente…— lo alargo. —¡Espera!— me interrumpo a mí mismo, levanto la mirada de golpe hacia Alecto. —Yo tengo un archivo sobre Rebecca Hasselbach— recuerdo, está guardado entre los míos personales, pese a que tiene todo el formato de ser un informe del departamento. Me llevo la rebanada de pan conmigo cuando vuelvo a mi dormitorio para tomar la laptop del escritorio que está al lado de la cama y lo enciendo mientras camino por el pasillo de regreso a la sala, el pan sobre las teclas que recupero para meterlo entre mis dientes al sentarme en el sillón.
Coloco la laptop sobre mis rodillas en la prisa de abrir una carpeta tras otra y recordar todas las contraseñas que me pide, no creces en el distrito seis sin saber algo sobre ordenadores y seguridad informática, que en mi caso me viene bien. Siempre que pueda seguir venciendo a Charlie en sus intentos de hackearme me consideraré satisfecho. —Es este— le indico al hacer girar la laptop hacia ella si quiere leerlo. —No sé si es algo que te sirva, es el informe de la noche en que murió mi mejor amigo— y si Alec siquiera preguntó alguna vez, también lo sabrá. —Su padre biológico era Paul Jefferson, estaba con él la noche en que lo atraparon. Hasselbach fue quien mató a mi amigo por interponerse en la captura— se lo explico más fríamente posible, leer varias veces el informe ayudó a que pueda hacerlo, si le quito sentimiento se hace algo más fácil de lo que hablar con el tiempo, diferente a cuando no podía encontrar mi voz para aceptar que estaba muerto. —¿Qué es lo que quieres saber de ella?— pregunto. —Así sabré qué pedirle a Holly.
— ¿Hay una parte de infancias...? — pregunto con cierta duda en mi voz, que no es lo que más me interesa dentro de esta conversación, pero sí un detalle que asalta a mi curiosidad a pesar de no tener nada que ver con el tema. Aprecio a Dave, en otros momentos me interesaría más — o quizás no — en saber a lo que se dedica en el ministerio, siendo que solo escucho la palabra 'Powell me mandó a por terrones de azúcar', 'Powell es un estirado con corbata', 'Powell lo otro'; en ocasiones me pregunto si no será que Dave está secretamente enamorado del ministro de justicia. No obstante, sé que para no darle la impresión de ser una interesada sin pelos en la lengua, debo mostrar un poco de interés en sus asuntos, así que arqueo una ceja cuando menciona su supuesto trabajo ministerial. — Mmmm, ya. Vamos, que Powell te tiene de su esclavo porque no quiere encargarse de cambiarle los pañales a su hija, muy considerado. — deduzco, que no critico, porque vamos, ¿quién no hubiera hecho lo mismo en su lugar? — Ahora comprendo a qué se debe el polvo de talco en tu ropa y el olor a colonia de bebé nada más entrar por la puerta. — puntúo, mirando a ningún punto concreto en un análisis que me hubiera tomado más tiempo de no ser por los datos principales.
Me encuentro sorprendida cuando dice tener un archivo de Hasselbach, aunque no lo muestro del todo en mi cara, al menos no lo suficientemente rápido como para que lo vea, ya que sale disparado por la puerta. Me quedo manoseando la tablet que regreso entre mis manos en lo que él se tarda en venir. He observado esta misma imagen tantas veces que sería un error ponerme a contar las ocasiones en las que no he podido reparar en la semejanza de sus expresiones. Antes de que pueda mostrar alguna clase de sentimiento al respecto al tener de nuevo la fotografía bajo mis ojos, apago el aparato en el botón del lateral justo en el momento en el que David vuelve a aparecer. Me inclino sobre la pantalla del ordenador que porta, casi tentada a tomar las riendas del mismo, pero creo que lo consideraría una intromisión a su intimidad. Lo que dice a continuación no me deja indiferente, ahora sí me tardo unos segundos de más en reaccionar y me obligo a parpadear para que no se note que he quedado perpleja por esas noticias. Genial, además de ser mi madre, también mató al mejor amigo del que considero mi amigo. ¿Hay forma de que estoy vaya a peor? — Lo lamento. — la disculpa sale de entre mis labios mucho antes de que pueda frenarme, y no es que me esté disculpando por la muerte de su amigo en sí, eso ya lo he hecho en otras ocasiones, sino porque siento la necesidad de hacerlo al enterarme de que estoy relacionada con su asesina y en vista de que mi madre no va a disculparse, esa tarea me queda a mí.
Todavía me cuesta reconocerla como mi madre, como para tener encima que lidiar con sus problemas. Por eso mismo, me aclaro la garganta y sacudo un poco la cabeza para quitarme de esa sensación amarga que nada tiene que ver con que la casa se encuentre fría. Hasta se me quitaron las ganas de seguir comiendo. — Todo, absolutamente todo lo que haya sobre ella, quiero saberlo. Dónde nació, dónde se crió, con quién, qué clase de persona es, sus motivaciones, todo lo que puedas conseguirme me interesa. Te devolveré el favor. — aseguro, sé, no por experiencia aunque sí por habladurías de mi abuela, que a la gente no le gustan las deudas. Me tomo la libertad de mover con un dedo el ratón de la pantalla para pinchar en el archivo, mis ojos vuelan por los informes, puro papeleo que no sé si me dará a entender a esta mujer de la forma en que quiero hacerlo. Regreso a mi tablet, iniciándola para abrir una carpeta que he coleccionado y se la muestro, sin ninguna razón aparente. — Esto es lo que tengo sobre ella de momento, apenas son datos importantes y no me fío de lo que pueda poner en internet. — lo lamento por mi abuela, pero conozco de sobra sus métodos y sé que no siempre las fuentes de esta clase de artículos son fiables. Aun así, puedo deducir sin llegar a mirarle que a Dave todo esto le tiene que estar sonando a chino, a Moriarty también que ha pasado a subirse a la silla contigua con interés, más por el pan que otra cosa. — Ha llegado a mis oídos la información de que puede estar relacionada con mi familia. Nadie importante, tan solo... una familiar lejana. — tanto que parecemos dos cuadros idénticos puestos al lado, solo pido que no aparezcan fotografías suyas de joven, a ver qué tanto nos parecemos de esa forma.
Me encuentro sorprendida cuando dice tener un archivo de Hasselbach, aunque no lo muestro del todo en mi cara, al menos no lo suficientemente rápido como para que lo vea, ya que sale disparado por la puerta. Me quedo manoseando la tablet que regreso entre mis manos en lo que él se tarda en venir. He observado esta misma imagen tantas veces que sería un error ponerme a contar las ocasiones en las que no he podido reparar en la semejanza de sus expresiones. Antes de que pueda mostrar alguna clase de sentimiento al respecto al tener de nuevo la fotografía bajo mis ojos, apago el aparato en el botón del lateral justo en el momento en el que David vuelve a aparecer. Me inclino sobre la pantalla del ordenador que porta, casi tentada a tomar las riendas del mismo, pero creo que lo consideraría una intromisión a su intimidad. Lo que dice a continuación no me deja indiferente, ahora sí me tardo unos segundos de más en reaccionar y me obligo a parpadear para que no se note que he quedado perpleja por esas noticias. Genial, además de ser mi madre, también mató al mejor amigo del que considero mi amigo. ¿Hay forma de que estoy vaya a peor? — Lo lamento. — la disculpa sale de entre mis labios mucho antes de que pueda frenarme, y no es que me esté disculpando por la muerte de su amigo en sí, eso ya lo he hecho en otras ocasiones, sino porque siento la necesidad de hacerlo al enterarme de que estoy relacionada con su asesina y en vista de que mi madre no va a disculparse, esa tarea me queda a mí.
Todavía me cuesta reconocerla como mi madre, como para tener encima que lidiar con sus problemas. Por eso mismo, me aclaro la garganta y sacudo un poco la cabeza para quitarme de esa sensación amarga que nada tiene que ver con que la casa se encuentre fría. Hasta se me quitaron las ganas de seguir comiendo. — Todo, absolutamente todo lo que haya sobre ella, quiero saberlo. Dónde nació, dónde se crió, con quién, qué clase de persona es, sus motivaciones, todo lo que puedas conseguirme me interesa. Te devolveré el favor. — aseguro, sé, no por experiencia aunque sí por habladurías de mi abuela, que a la gente no le gustan las deudas. Me tomo la libertad de mover con un dedo el ratón de la pantalla para pinchar en el archivo, mis ojos vuelan por los informes, puro papeleo que no sé si me dará a entender a esta mujer de la forma en que quiero hacerlo. Regreso a mi tablet, iniciándola para abrir una carpeta que he coleccionado y se la muestro, sin ninguna razón aparente. — Esto es lo que tengo sobre ella de momento, apenas son datos importantes y no me fío de lo que pueda poner en internet. — lo lamento por mi abuela, pero conozco de sobra sus métodos y sé que no siempre las fuentes de esta clase de artículos son fiables. Aun así, puedo deducir sin llegar a mirarle que a Dave todo esto le tiene que estar sonando a chino, a Moriarty también que ha pasado a subirse a la silla contigua con interés, más por el pan que otra cosa. — Ha llegado a mis oídos la información de que puede estar relacionada con mi familia. Nadie importante, tan solo... una familiar lejana. — tanto que parecemos dos cuadros idénticos puestos al lado, solo pido que no aparezcan fotografías suyas de joven, a ver qué tanto nos parecemos de esa forma.
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A defensa de mi ilustre puesto como cuidador de la seguridad de la hija de un ministro, solo voy a decir que -y con mi dedo índice en alto-: —Es colonia de Morgana’s Kids para que sepas, vale la mitad de tu sueldo— y un poco más que el mío, que mi antigüedad como funcionario es casi nula, así que no gozo de ciertos beneficios económicos que le corresponde a otros. En todo caso, no estamos aquí para hablar de los Powell, que nada tienen que ver con lo que yo fracaso en querer contarle, y dudo muchísimo que tenga algo que ver con el favor que ella me pide, podemos dejar el apellido de mi jefe por un rato. No quiero ni mencionarlo cuando nos metemos en esto de hablar y tener que mostrarle archivos que me he robado de la oficina, que no tengo que decir que es robado, se sobreentiende. Lo que espero es que no se note que no es el primero, ni será el último que tenga que esconder bajo mil contraseñas en mi computadora personal.
Pensar esto se me hace estúpido cuando hace diez minutos planeaba contarle a qué se debe que me mantenga en mi puesto en el ministerio, cuando un par de meses antes de que naciera Mathilda estaba claro que no tenía futuro en ese sitio, y, no, eso sería estúpido. ¡Lo peor de todo es que lo sé! Se lo diría pese a lo estúpido que es solo pensarlo, y si me quedo callado es porque la veo más interesada en el reporte que lo pasa a prisa, su interés por esta mujer queda como un interrogante abierto. Querer saberlo todo pasa de ser simple curiosidad, va un poco más lejos, ¿en qué lío está metida Alecto con la jefa de los licántropos? Si se la ha echado de enemigo tendré que entrenar a Moriarty a pelear con lobos, mierda. —Es un favor muy grande— digo, —muy grande— se lo remarco, y claro, como el idiota que soy lo resuelvo con un suspiro. —Y no te cobraré nada, si tuviera que hacerlo tendrías que pagar mínimamente con este apartamento…—. No soy del tipo que cobra favores, los hago sin más. —Pero— está el detalle de que vivimos juntos y me vendría bien tener un par de semanas en los que no tenga que preocuparme por las tareas domésticas, —lo pensaré—. Tampoco voy a gastarme ese comodín en algo infantil.
Claro que voy a preguntar por qué está averiguando sobre esta mujer, me apropio de su tablet para poder leer el rejunte de información que tiene, y ella se me adelanta al darme una respuesta que queda explícita en el parecido que puedo notar entre Rebecca Hasselbach y Alecto. Alzo la pantalla con mis manos para dejarla a una altura en la que puedo comparar el rostro de la fotografía institucional con el que tengo a una corta distancia. —Tienen genes muy fuertes para que se parezcan pese a que sean lejanas—. Los ojos tienen el mismo tono, el cabello de ambas es similar, me fijo en el contorno de la nariz, luego la barbilla… Paso mi mirada de la una a la otra hasta detenerse en el rostro de Alecto por unos segundos en los que estudio sus rasgos. —Son muy guapas en tu familia— se lo digo, —¿tienes alguna prima un poco más joven que ésta a la que no le importe mi pobre sueldo de abogaducho?— bromeo, devolviéndole su tablet para recuperar mi propia laptop, así puedo cerrar la cuenta que tengo abierta y abrir otra que es funciona con un sistema de incógnito, todo lo que haga con este nuevo inicio no va a quedar registrado en ningún parte, automáticamente se desconecta de internet que es el principal cable de transmisión y robo de datos. Cubro disimuladamente mi pantalla para que no quede a la vista de Alecto, solo vuelvo a mostrársela cuando tengo un nuevo archivo abierto tras colocar en el buscador el nombre de la mujer, así puedo rastrearlo entre la mucha información que me quedó de trabajar en la Red Neopanem. —Esto es lo que se dice de ella en el norte…— se lo comparto, —no hay nada sobre su infancia, ni su juventud. Solo un par de antecedentes sobre su colaboración con criminales, entre ellos estaba Magnar Aminoff. Todos sabemos que así es como consiguió que le dieran el puesto que tiene. También tengo un par de fotografías de ella, si te interesa, del tiempo que vivía allá… tenía el cabello más corto, siempre usaba un abrigo café, lo recuerdo… solías verla rondando las mesas de apuestas también, ahí fue donde la vi por primera vez y…— ah, idiota. —No, espera. No apuesto. Fue solo una racha, llamémosle juventud. No duró mucho, siempre perdía.
Pensar esto se me hace estúpido cuando hace diez minutos planeaba contarle a qué se debe que me mantenga en mi puesto en el ministerio, cuando un par de meses antes de que naciera Mathilda estaba claro que no tenía futuro en ese sitio, y, no, eso sería estúpido. ¡Lo peor de todo es que lo sé! Se lo diría pese a lo estúpido que es solo pensarlo, y si me quedo callado es porque la veo más interesada en el reporte que lo pasa a prisa, su interés por esta mujer queda como un interrogante abierto. Querer saberlo todo pasa de ser simple curiosidad, va un poco más lejos, ¿en qué lío está metida Alecto con la jefa de los licántropos? Si se la ha echado de enemigo tendré que entrenar a Moriarty a pelear con lobos, mierda. —Es un favor muy grande— digo, —muy grande— se lo remarco, y claro, como el idiota que soy lo resuelvo con un suspiro. —Y no te cobraré nada, si tuviera que hacerlo tendrías que pagar mínimamente con este apartamento…—. No soy del tipo que cobra favores, los hago sin más. —Pero— está el detalle de que vivimos juntos y me vendría bien tener un par de semanas en los que no tenga que preocuparme por las tareas domésticas, —lo pensaré—. Tampoco voy a gastarme ese comodín en algo infantil.
Claro que voy a preguntar por qué está averiguando sobre esta mujer, me apropio de su tablet para poder leer el rejunte de información que tiene, y ella se me adelanta al darme una respuesta que queda explícita en el parecido que puedo notar entre Rebecca Hasselbach y Alecto. Alzo la pantalla con mis manos para dejarla a una altura en la que puedo comparar el rostro de la fotografía institucional con el que tengo a una corta distancia. —Tienen genes muy fuertes para que se parezcan pese a que sean lejanas—. Los ojos tienen el mismo tono, el cabello de ambas es similar, me fijo en el contorno de la nariz, luego la barbilla… Paso mi mirada de la una a la otra hasta detenerse en el rostro de Alecto por unos segundos en los que estudio sus rasgos. —Son muy guapas en tu familia— se lo digo, —¿tienes alguna prima un poco más joven que ésta a la que no le importe mi pobre sueldo de abogaducho?— bromeo, devolviéndole su tablet para recuperar mi propia laptop, así puedo cerrar la cuenta que tengo abierta y abrir otra que es funciona con un sistema de incógnito, todo lo que haga con este nuevo inicio no va a quedar registrado en ningún parte, automáticamente se desconecta de internet que es el principal cable de transmisión y robo de datos. Cubro disimuladamente mi pantalla para que no quede a la vista de Alecto, solo vuelvo a mostrársela cuando tengo un nuevo archivo abierto tras colocar en el buscador el nombre de la mujer, así puedo rastrearlo entre la mucha información que me quedó de trabajar en la Red Neopanem. —Esto es lo que se dice de ella en el norte…— se lo comparto, —no hay nada sobre su infancia, ni su juventud. Solo un par de antecedentes sobre su colaboración con criminales, entre ellos estaba Magnar Aminoff. Todos sabemos que así es como consiguió que le dieran el puesto que tiene. También tengo un par de fotografías de ella, si te interesa, del tiempo que vivía allá… tenía el cabello más corto, siempre usaba un abrigo café, lo recuerdo… solías verla rondando las mesas de apuestas también, ahí fue donde la vi por primera vez y…— ah, idiota. —No, espera. No apuesto. Fue solo una racha, llamémosle juventud. No duró mucho, siempre perdía.
— Ah, disculpa. — bromeo en lo que estoy esforzándome un tanto en no dejar la risa salir de mis labios por haber confundido la colonia de bebé barata de supermercado con la de una marca de calidad. Solo por eso, tendría que haberme planteado lo de salir en su búsqueda por mucho antes, porque parece que los comentarios banales y con poco sentido de Dave son lo único que me sacan del mal humor. Ese mismo que me tiene aquí pidiéndole favores como si no fuera consciente de que robar al estado — técnicamente no será robar, tan solo coger prestado — es una gran responsabilidad. — Y haré lo que me pidas por el tiempo que quieras hasta saldar mi deuda. — prometo, también le daré todo el tiempo que necesite para pensarse lo que desea a cambio si es que así consigo tener ese informe en mis manos. — Piénsalo así, robas el informe, haces una copia, lo regresas a su sitio y nadie tiene por qué enterarse de nada. Eres tú, si te pillan siempre podrás decir que te confundiste de sala y problema resuelto. — nunca lo hago, pero le miro con ojos pedigüeños, parpadeando en una imagen muy poco de mí, pero que por esto lo vale. — Nada que Watson no pueda hacer, ¿cierto? — sigo, sino tendré que colarme yo misma y ambos sabemos que soy mucho menos discreta.
Tengo que mirar de forma ladeada la tablet cuando la coloca a la altura de mi cabeza para comprar mis rasgos con los de la fotografía de Rebecca, bufo enseguida, casi obligándolo a apartar la imagen de mi vista. — No nos parecemos tanto. — aseguro, ignorando la parte en que no hace más de medio minuto estaba pensando lo mismo que Meyer, pero escucharlo de boca de otro me hace darme cuenta de lo mucho que me molesta ese detalle. — Y no es de mi familia... bueno, como te dije es lejana, lo más probable es que ni siquiera ella sepa que estamos relacionadas. — suelto otro dato, uno del que estoy cien por cien convencida que es verídico, pues ¿qué se puede decir de una mujer que abandonó a un bebé sin un resquicio de remordimiento? Cuánto más lo pienso, menos quiero saber de esta figura de ojos claros y cabello color azabache, al mismo tiempo que no puedo frenarme a mí misma de observar la pantalla del ordenador.
Arqueo las cejas en dirección a nada en concreto, como respuesta inconsciente a todo lo que me va contando sobre mi madre, sin caer en la cuenta de que sabe mucho más de lo que podría saber cualquier otra persona corriente. No digo que Dave sea corriente, pero... no, para, tampoco me sorprende su círculo de sociabilidades. — Vamos, que no es más que una vulgar criminal del norte que ha aprovechado la ocasión de Aminoff para meterse entre sus filas y así poder seguir intoxicando allá donde pisa. — no soy consciente de lo frívolo de mis palabras, es evidente el enojo con que salen disparadas hacia la misma pantalla en reflejo de unos ojos que se parecen mucho a los míos. Creo que lo que más odio de todo esto es que, de alguna manera, nuestras personalidades no son tan distintas. — ¿Cómo es posible que tú la conozcas y yo...? — me corto antes de que pueda terminar la frase, porque la sorpresa de que haya coincidido con ella es mucho mayor que el interés por saber de las andanzas de Dave en barrios bajos del norte para frecuentar apuestas. — Olvídalo. Si no puedo obtener información sobre ella a través de sus informes, ¿quién crees que la conozca lo suficiente como para hablarme de quién es en realidad? — si como él asegura no hay datos sobre su infancia, ni juventud, y tampoco estamos seguros de que él pueda robar esos informes, tengo que tener más opciones. La otra sería enfrentar directamente a mi madre, pero vamos, no hace falta observarme mucho para darse cuenta de que esa no es una alternativa que me agrade.
Tengo que mirar de forma ladeada la tablet cuando la coloca a la altura de mi cabeza para comprar mis rasgos con los de la fotografía de Rebecca, bufo enseguida, casi obligándolo a apartar la imagen de mi vista. — No nos parecemos tanto. — aseguro, ignorando la parte en que no hace más de medio minuto estaba pensando lo mismo que Meyer, pero escucharlo de boca de otro me hace darme cuenta de lo mucho que me molesta ese detalle. — Y no es de mi familia... bueno, como te dije es lejana, lo más probable es que ni siquiera ella sepa que estamos relacionadas. — suelto otro dato, uno del que estoy cien por cien convencida que es verídico, pues ¿qué se puede decir de una mujer que abandonó a un bebé sin un resquicio de remordimiento? Cuánto más lo pienso, menos quiero saber de esta figura de ojos claros y cabello color azabache, al mismo tiempo que no puedo frenarme a mí misma de observar la pantalla del ordenador.
Arqueo las cejas en dirección a nada en concreto, como respuesta inconsciente a todo lo que me va contando sobre mi madre, sin caer en la cuenta de que sabe mucho más de lo que podría saber cualquier otra persona corriente. No digo que Dave sea corriente, pero... no, para, tampoco me sorprende su círculo de sociabilidades. — Vamos, que no es más que una vulgar criminal del norte que ha aprovechado la ocasión de Aminoff para meterse entre sus filas y así poder seguir intoxicando allá donde pisa. — no soy consciente de lo frívolo de mis palabras, es evidente el enojo con que salen disparadas hacia la misma pantalla en reflejo de unos ojos que se parecen mucho a los míos. Creo que lo que más odio de todo esto es que, de alguna manera, nuestras personalidades no son tan distintas. — ¿Cómo es posible que tú la conozcas y yo...? — me corto antes de que pueda terminar la frase, porque la sorpresa de que haya coincidido con ella es mucho mayor que el interés por saber de las andanzas de Dave en barrios bajos del norte para frecuentar apuestas. — Olvídalo. Si no puedo obtener información sobre ella a través de sus informes, ¿quién crees que la conozca lo suficiente como para hablarme de quién es en realidad? — si como él asegura no hay datos sobre su infancia, ni juventud, y tampoco estamos seguros de que él pueda robar esos informes, tengo que tener más opciones. La otra sería enfrentar directamente a mi madre, pero vamos, no hace falta observarme mucho para darse cuenta de que esa no es una alternativa que me agrade.
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—¿En serio?— tengo que preguntarlo, con esa marcada nota de incredulidad en mi voz que la hace un poco más alta, —¿te das cuenta que estás vendiéndome tu alma, Lancaster?—. Momento en que reconozco para mí que se ha dado cuenta que soy demasiado blando para aprovecharme de eso, tanto que lo ofrece así como si nada y debería replantearme esto de la gente asuma muy rápido soy un idiota. Un poco más de respeto, por favor. Finjan al menos que parezco ligeramente peligroso, tan solo sea para hacerme un poco más interesante. —Te haré firmar un cupón— tomo nota mental de ir a buscar un cuaderno para escribirlo y que estampe su firma como debe ser, que tal vez no me abuse de su ofrecimiento, pero en algún momento me puede servir. Sí, cuando me tiren en una celda de la base de seguridad puedo pedirle que me lleve brownies o que me deje salir al patio al menos, sería muy irónico que me pillaran por hacerle este favor y no por lo otro. Presto atención con obediencia a sus indicaciones y tengo que morder una sonrisa en mis labios. —Suena sencillo, si tengo problemas te aviso— en alguna parte de mí me siento muy mal por mentirle descaradamente, por detrás de la diversión inapropiada que me causa que sea quien me esté mandando a robar.
Nueva información sobre esta no tan misteriosa familiar de Alecto, son muy lejanas pese a que el parecido las hace casi hermanas y es posible que esta mujer no sepa nada del parentesco. Es lo que a mí me sirve para entender su repentino interés y espero que algo de todo lo que digo le sirva a ella, por el resumen que hace noto que se ha quedado con el final de la película y el desarrollo no fue tan interesante. —Por tu comentario, tomaré como que esta mujer proviene de un lado de tu familia, lejana familia, que no te agrada mucho…—. Y, bien, creo haber aprendido a convivir con los comentarios filosos de Alecto como para poder hacerle este comentario sin que se me mueva un pelo. —¿Te molesta estar vinculada con una mujer que fue una paria y encima es licántropo?— se lo pregunto sin vueltas, también aprendí que puedo hacerlo sin poner esa cara que me muestra Moriarty al alzar de repente sus orejas. Me manejo con el acuerdo tácito de dar y recibir en las conversaciones, así que si pregunto algo y espero una respuesta, también ofrezco las que se me piden a mí. Y es que me diga que lo olvide, que no hace falta que conteste, lo que me puede salvar de mentirle, porque por un segundo no parece que haya otra opción que mentirle. Me pesa que siempre busco la manera de dar al menos la mitad de una verdad, porque detesto tener que mentirle. —Solía hacer fotografías en el norte— fin.
Me pongo de pie y sigo hablándole en lo que voy a la puerta entreabierta de mi dormitorio, cargando mi laptop porque no voy a arriesgarme de dejarla sobre el sillón. —¿Alguien?— repito, me lo pienso por dos minutos, los que tardo en volver a salir de la habitación con un anotador y lapicera tras dejar la computadora cerrada sobre la cama. —¿Magnar Aminoff?— que me mate, al decirlo hasta esbozo una sonrisa. —Tal vez el presidente tenga su agenda ocupada como para hablar de ella…—. Me siento en el borde del sillón y abro el anotador sobre mi rodilla para comenzar a escribir lo que se lee como «Yo, Alecto _________ Lancaster, asumo en el día de la fecha un compromiso de deuda con David Maxwell Meyer, por el que juro hacer lo que me pida el tiempo que quiera, en compensación por servicios prestados de facilitación de información». —¿Tienes un segundo nombre?— consulto para rellenar el espacio que dejé en blanco. —Y no sé con quién podrías hablar… en el norte no llegué a verla con nadie de quien pueda darte un nombre. ¿Alguno de los miembros licántropos? No tiene familia, no tiene hijos, no tiene pareja. Nada. Buscas su perfil entre el personal del ministerio y no hay ningún vínculo con nada. ¿Es imposible alguna charla con ella?— le tiendo el papel al acabar. —Puedes firmar abajo.
Nueva información sobre esta no tan misteriosa familiar de Alecto, son muy lejanas pese a que el parecido las hace casi hermanas y es posible que esta mujer no sepa nada del parentesco. Es lo que a mí me sirve para entender su repentino interés y espero que algo de todo lo que digo le sirva a ella, por el resumen que hace noto que se ha quedado con el final de la película y el desarrollo no fue tan interesante. —Por tu comentario, tomaré como que esta mujer proviene de un lado de tu familia, lejana familia, que no te agrada mucho…—. Y, bien, creo haber aprendido a convivir con los comentarios filosos de Alecto como para poder hacerle este comentario sin que se me mueva un pelo. —¿Te molesta estar vinculada con una mujer que fue una paria y encima es licántropo?— se lo pregunto sin vueltas, también aprendí que puedo hacerlo sin poner esa cara que me muestra Moriarty al alzar de repente sus orejas. Me manejo con el acuerdo tácito de dar y recibir en las conversaciones, así que si pregunto algo y espero una respuesta, también ofrezco las que se me piden a mí. Y es que me diga que lo olvide, que no hace falta que conteste, lo que me puede salvar de mentirle, porque por un segundo no parece que haya otra opción que mentirle. Me pesa que siempre busco la manera de dar al menos la mitad de una verdad, porque detesto tener que mentirle. —Solía hacer fotografías en el norte— fin.
Me pongo de pie y sigo hablándole en lo que voy a la puerta entreabierta de mi dormitorio, cargando mi laptop porque no voy a arriesgarme de dejarla sobre el sillón. —¿Alguien?— repito, me lo pienso por dos minutos, los que tardo en volver a salir de la habitación con un anotador y lapicera tras dejar la computadora cerrada sobre la cama. —¿Magnar Aminoff?— que me mate, al decirlo hasta esbozo una sonrisa. —Tal vez el presidente tenga su agenda ocupada como para hablar de ella…—. Me siento en el borde del sillón y abro el anotador sobre mi rodilla para comenzar a escribir lo que se lee como «Yo, Alecto _________ Lancaster, asumo en el día de la fecha un compromiso de deuda con David Maxwell Meyer, por el que juro hacer lo que me pida el tiempo que quiera, en compensación por servicios prestados de facilitación de información». —¿Tienes un segundo nombre?— consulto para rellenar el espacio que dejé en blanco. —Y no sé con quién podrías hablar… en el norte no llegué a verla con nadie de quien pueda darte un nombre. ¿Alguno de los miembros licántropos? No tiene familia, no tiene hijos, no tiene pareja. Nada. Buscas su perfil entre el personal del ministerio y no hay ningún vínculo con nada. ¿Es imposible alguna charla con ella?— le tiendo el papel al acabar. —Puedes firmar abajo.
— Tanto como vender mi alma… — ¿por qué es que a este hombre le encanta dramatizar? Venga, ya, ¿un cupón? Intento por todos los medios no alzar las cejas por pura incredulidad, creo que termina por salir una risa acongojada, aunque es más bien un acto reflejo de tener que mantener la compostura. — No tendrás problema. — afirmo, como si tuviera la potestad de decir que será así y nada hará que termine en una celda. Estoy tentada a decirle que en caso de haya algún problema, siempre puede alegar que lo estaban extorsionando, no soy tan indecente como para dejar caer a alguien cuando está más que claro que la cosa iba conmigo, no con él. Aunque claro está, existe la parte de mí que se plantea, muchas veces, si vale la pena correr tantos riesgos — hablo como si tuviéramos que robar yo que sé, una de las reliquias de la muerte — por una mujer que es evidente no tuvo las mismas molestias por mí. Pongo la cara que se esperaría de mí cuando afirma no caerme bien, no hace falta la mueca gigante en que se transforma mi rostro para demostrarlo, pero aun así se me planta en la cara sin poder evitarlo.
— Obvio que me molesta. — bueno, eso sonó cruel, además de que creo que se van a malinterpretar mis palabras. No me molesta que sea licántropo… bueno, no tanto como se esperaría de un auror, que se supone que estamos en una especie de guerra interna por habernos robado el protagonismo, lo que me fastidia es su persona en sí. Obvio que no puedo ir soltárselo a Meyer porque… en realidad no hay ninguna razón por la que no podría hacerlo, me pesa que soy yo misma la que sigue sin asumirlo, como para que otra persona conozca de esta unión, una que no me agrada tener, por si todavía no había quedado claro. — Es algo complicado de explicar. — resumo en su lugar, porque probablemente crea que estoy hablando del nivel de purismo entre razas y, aunque en otro momento quizás sí me hubiera enojado con eso, no tiene nada que ver.
No puede ver cuando ruedo los ojos ante la mención del presidente, es él quién pone en palabras lo que pienso, así no hace falta que aclare que creo que tiene asuntos más importantes que atender, como para dedicarme a mí unas horas a explicarme sobre la vida de Rebecca Hasselbach. Como si tuviera que darme explicaciones, Aminoff es la clase de persona que da una orden y espera a que se acate sin que el resto pida una explicación. Así es como funciona el mundo hoy en día. Aun así, sacudo la cabeza, mordiéndome el labio inferior, sin pensarlo paso también a morderme la uña de un dedo, cosa que no he hecho nunca y no entiendo por qué empiezo ahora. — Lilith. — apunto cuando pregunta por mi segundo nombre, restándole importancia de manera que no corte con la conversación. Paso a apoyarme con los codos sobre mis rodillas, pensativa, ni siquiera miro el papel escrito cuando paso a rellenar mi nombre con una firma prolija y exquisita, propia de alguien que ha aprendido a escribir prestando atención a los detalles. — Sí tiene hijos. — le corrijo, no le estoy mirando cuando lo hago, estoy demasiado concentrada en no patear lo primero que tengo delante, fruto del enfado que siento crecer dentro de mi cuerpo. Cuando paso a mirarle, no obstante, tengo la misma expresión que utiliza Moriarty cuando pide un premio. Creo que no hace falta dar ninguna explicación, mi rostro habla por sí solo y si tengo que dar aclaraciones, probablemente sí patee algo.
— Obvio que me molesta. — bueno, eso sonó cruel, además de que creo que se van a malinterpretar mis palabras. No me molesta que sea licántropo… bueno, no tanto como se esperaría de un auror, que se supone que estamos en una especie de guerra interna por habernos robado el protagonismo, lo que me fastidia es su persona en sí. Obvio que no puedo ir soltárselo a Meyer porque… en realidad no hay ninguna razón por la que no podría hacerlo, me pesa que soy yo misma la que sigue sin asumirlo, como para que otra persona conozca de esta unión, una que no me agrada tener, por si todavía no había quedado claro. — Es algo complicado de explicar. — resumo en su lugar, porque probablemente crea que estoy hablando del nivel de purismo entre razas y, aunque en otro momento quizás sí me hubiera enojado con eso, no tiene nada que ver.
No puede ver cuando ruedo los ojos ante la mención del presidente, es él quién pone en palabras lo que pienso, así no hace falta que aclare que creo que tiene asuntos más importantes que atender, como para dedicarme a mí unas horas a explicarme sobre la vida de Rebecca Hasselbach. Como si tuviera que darme explicaciones, Aminoff es la clase de persona que da una orden y espera a que se acate sin que el resto pida una explicación. Así es como funciona el mundo hoy en día. Aun así, sacudo la cabeza, mordiéndome el labio inferior, sin pensarlo paso también a morderme la uña de un dedo, cosa que no he hecho nunca y no entiendo por qué empiezo ahora. — Lilith. — apunto cuando pregunta por mi segundo nombre, restándole importancia de manera que no corte con la conversación. Paso a apoyarme con los codos sobre mis rodillas, pensativa, ni siquiera miro el papel escrito cuando paso a rellenar mi nombre con una firma prolija y exquisita, propia de alguien que ha aprendido a escribir prestando atención a los detalles. — Sí tiene hijos. — le corrijo, no le estoy mirando cuando lo hago, estoy demasiado concentrada en no patear lo primero que tengo delante, fruto del enfado que siento crecer dentro de mi cuerpo. Cuando paso a mirarle, no obstante, tengo la misma expresión que utiliza Moriarty cuando pide un premio. Creo que no hace falta dar ninguna explicación, mi rostro habla por sí solo y si tengo que dar aclaraciones, probablemente sí patee algo.
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Trago lo mal que me sabe su evidente rechazo a las criaturas mágicas, obviemos que estamos hablando de quien asesinó a mi mejor amigo, así que mostrarme ofendido en nombre de ella sería lo más descabellado del mundo. La diferencia está en que no la juzgo por ser su condición de licántropo, sino por lo que es. La represente de cómo se maneja la seguridad nacional del ministerio y eso, lamentablemente, también la incluye. Dejo correr lo que creo que es elitismo de cuna, que no me olvido cómo es la familia a la que pertenece y aunque me dije que no tendría peso sobre mí para hacerme una opinión de Alecto Lancaster, es cierto que no es tan fácil ignorar cuando al fin y al cabo, de dónde venimos muchas veces determinada a donde iremos. — Si es algo complicado de explicar, te recuerdo que vivo aquí así que si lo que necesitas horas, créeme, no me iré a ningún lado…— se lo dejo abierto a que ella decida si quiere seguir por ese lado o no, que después de la última discusión por el perro cada vez que digo una de estas cosas, me entra la duda de si no estoy siendo un pesado otra vez con ella y haciéndole presión sutil por algo que si no me quiere compartir, no tiene por qué hacerlo. Salvo que… bueno, puede decírmelo.
Si es que sale de ese modo suyo de hablar con tantas pocas, que a mí repaso por el breve historial de la mujer no tiene mucho que comentar. —¿Lilith como la luna negra?— pregunto, no recuerdo bien de donde saqué esto, sé también que ese nombre está vinculado a brujas de magia oscura por cuentos de antes, curioso si lo pienso porque así como se ve, creo que ella es de las personas más transparentes que conozco y de una fuerte moral. Sé que lo dirían algunos de mis amigos del norte sobre una auror, y sin embargo, Alecto no parece de las que puedan darte con un puñal por la espalda. No es algo que ella haría. Suele suceder que las personas que hacen son muy distintas, las que inspiran una confianza de que no harán daño y a veces siento que eso es lo que hago yo. —Hay algo que quería decirte, por cierto…— digo con mi cupón de deuda firmado como corresponde, no es su alma, pero si le hago este favor, podría ser capaz de pedirle que por este pedazo de papel no me entregue y trate de perdonarme el engaño. Me distraigo, claro que lo hago, tomo cualquier salida que me ofrezca con tal de relegar lo que quiero decirle desde un principio. —¿Y tú como sabes que tienes hijos? ¿Corre ese rumor en tu familia? ¿Algún primo quedó a cargo de un hijo suyo?—. Dramas familiares, sé un poco sobre eso. —Es licántropo, los licántropos son estériles— se lo señalo, es una obviedad.
Si es que sale de ese modo suyo de hablar con tantas pocas, que a mí repaso por el breve historial de la mujer no tiene mucho que comentar. —¿Lilith como la luna negra?— pregunto, no recuerdo bien de donde saqué esto, sé también que ese nombre está vinculado a brujas de magia oscura por cuentos de antes, curioso si lo pienso porque así como se ve, creo que ella es de las personas más transparentes que conozco y de una fuerte moral. Sé que lo dirían algunos de mis amigos del norte sobre una auror, y sin embargo, Alecto no parece de las que puedan darte con un puñal por la espalda. No es algo que ella haría. Suele suceder que las personas que hacen son muy distintas, las que inspiran una confianza de que no harán daño y a veces siento que eso es lo que hago yo. —Hay algo que quería decirte, por cierto…— digo con mi cupón de deuda firmado como corresponde, no es su alma, pero si le hago este favor, podría ser capaz de pedirle que por este pedazo de papel no me entregue y trate de perdonarme el engaño. Me distraigo, claro que lo hago, tomo cualquier salida que me ofrezca con tal de relegar lo que quiero decirle desde un principio. —¿Y tú como sabes que tienes hijos? ¿Corre ese rumor en tu familia? ¿Algún primo quedó a cargo de un hijo suyo?—. Dramas familiares, sé un poco sobre eso. —Es licántropo, los licántropos son estériles— se lo señalo, es una obviedad.
Es obvio que me he excusado con que es complicado para no caer en tener que hacer de todo esto una historia poco agradable, pero claro que Dave no es suficiente avispado como para darse cuenta de ello. También cabe la posibilidad que sí y prefiere insistir, lo cual, si lo pienso dos veces, suena bastante como mi amigo. Apago la pantalla de la tablet para bloquearla y que la imagen de Rebecca desaparezca con un solo click, tal y como me gustaría hacer con esta información que se me ha otorgado y no sé qué hacer con ella. Por eso mismo, aprovecho el cambio de tema repentino para postergar mis explicaciones, si es que me decido por dárselas. — Lilith como la luna negra, como la mujer a quién expulsaron del paraíso, la que volvió en forma de serpiente para tentar a Adán y Eva... Tiene muchos nombres, sí. Cuando era más niña, pensé que era porque mi tía se llamaba Lily. — la tía que nunca conocí porque murió mucho antes de que yo pudiera conocerla, que resulta ahora no es tanto mi tía y tiene mucho más sentido la reflexión que hace David sobre mi segundo nombre que la otra. — ¿Cuál es el tuyo? — si es que tiene, conozco personas a las que no les gusta utilizarlo. Yo tampoco le veo la gracia, si me preguntan, es un nombre que pasa bastante desapercibido por norma general.
Mis cejas se alzan ligeramente cuando vuelve a repetir que hay algo que quería decirme, a la espera de que lo haga no digo nada para no interrumpirlo, pero parece que es él mismo quien regresa a hacerlo y ahora no me puede culpar a mí de salirle con otras. Supongo que debo hacer esto como se hacen todas las cosas en esta vida, del tirón, como al tirar de una tirita sobre la piel, porque unos segundos de dolor intenso es mejor opción que la de estar arrastrando lo inevitable. — Al parecer, Rebecca Hasselbach tuvo una hija con un desgraciado del norte antes de convertirse, y en lugar de abortar decidió darle la niña a una anciana con intereses personales. Seguro que la conoces, no hizo una muy buena impresión te daré eso a tu favor, resulta que también es mi abuela. — lo cuento como lo estaría haciendo una persona cualquiera sentada en una cafetería, hablando sobre cosas banales de la vida. Es evidente que me estoy guardando mis emociones para dentro, aunque no diría de la mejor manera. — No descarto que le hubiera pagado una buena suma de dinero por el bebé, además de como favor a la mujer, se deshizo de la niña como había querido y Georgia se la dio a una familia de bien que no podía tener hijos para armar un cuadro de familia perfecta. Así que sí, Lilith suena como un buen nombre para ese bebé. — bufo, hasta aparto una lágrima que a pesar de no haber caído por mi mejilla, la siento en el borde inferior de mi ojo, y antes de que pueda siquiera decir nada al respecto, continuo primero. — ¿De qué querías hablarme entonces?
Mis cejas se alzan ligeramente cuando vuelve a repetir que hay algo que quería decirme, a la espera de que lo haga no digo nada para no interrumpirlo, pero parece que es él mismo quien regresa a hacerlo y ahora no me puede culpar a mí de salirle con otras. Supongo que debo hacer esto como se hacen todas las cosas en esta vida, del tirón, como al tirar de una tirita sobre la piel, porque unos segundos de dolor intenso es mejor opción que la de estar arrastrando lo inevitable. — Al parecer, Rebecca Hasselbach tuvo una hija con un desgraciado del norte antes de convertirse, y en lugar de abortar decidió darle la niña a una anciana con intereses personales. Seguro que la conoces, no hizo una muy buena impresión te daré eso a tu favor, resulta que también es mi abuela. — lo cuento como lo estaría haciendo una persona cualquiera sentada en una cafetería, hablando sobre cosas banales de la vida. Es evidente que me estoy guardando mis emociones para dentro, aunque no diría de la mejor manera. — No descarto que le hubiera pagado una buena suma de dinero por el bebé, además de como favor a la mujer, se deshizo de la niña como había querido y Georgia se la dio a una familia de bien que no podía tener hijos para armar un cuadro de familia perfecta. Así que sí, Lilith suena como un buen nombre para ese bebé. — bufo, hasta aparto una lágrima que a pesar de no haber caído por mi mejilla, la siento en el borde inferior de mi ojo, y antes de que pueda siquiera decir nada al respecto, continuo primero. — ¿De qué querías hablarme entonces?
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Se lo tengo que decir, con toda la seriedad que puedo. —No te va el nombre— que me perdonen sus padres, pero ella no tiene nada de toda esa fama que acompaña al nombre de “Lilith”, no es peligrosa ni tampoco haría ese daño al mundo. Todo lo contrario, ella es… —Lily sí— puedo ser franco en esto, nunca me ha molestado abrirme sobre lo que pienso o me inspira una persona, porque a veces necesitan escucharlo. —No tienes nada de luna negra, sí mucho de un lirio blanco—, que el blanco sea además su color favorito y que quiera que la casa esté en punta en blanco, no influyen enteramente en mi percepción de ella, solo en parte para poder relacionarla con esta flor. —Maxwell— contesto entre dientes, con la edad se me quito el hacer también una mueca al decirlo. —Y no me gusta, así que no lo volvamos a mencionar. Mamá quería un nombre que me hiciera grande, pero hubiera sufrido vergüenza en el colegio si me decían Max… es, no sé, demasiado… incómodo—, que Charlie me diga Dax pasa más desapercibido y se volvió algo muy nuestro, lo prefiero.
Si todo se redujera a una charla de nombres, puede que hubiera encontrado el espacio para decirle de pronto que estoy trabajando como un infiltrado de los rebeldes en el ministerio. Casual. Con su compromiso de deuda firmado en mis manos para reclamarle inmediatamente su perdón. No creo que sea el momento para decir algo como eso con todo lo que me dice después, suerte que estoy sentado porque me pasa por encima con tantas relaciones que me tardo en hacer, hasta que llega a la conclusión esperada e inesperada por partes iguales. No, de esperada nada. No me lo vi venir. Esperada, tal vez, porque es adoptada. Y… me siento fatal por pensarlo así, pero cuando te hablan de padres que han demostrado tan poco cariño necesario a su única hija, que te diga que en realidad no es su hija es casi para gritar ¡AJA! Lo que me descoloca por completo es la identidad de su madre biológica. No, es que… no. —No puede ser, son demasiado distintas— suelto sin pensarlo, me estoy contradiciendo con mi yo del pasado de hace unos minutos. —No se parecen en nada, son totalmente opuestas. Ella es… tan oscura, tan… intimidante, perversa. Y tú… caminas sobre la línea blanca— ¿por qué no puedo decirlo de una manera más clara? No, no digo que Alecto no tenga su vena de querer matarme o tirarme cosas de vez en cuando, pero cuando la ves, sabes que te espera con ella, va de frente, no solapa nada, tiene un mundo de cosas dentro sí, que le cuesta horrores sacar fuera… pero es frontal y le gusta que las cosas sean bien hechas.
¿Y cómo se supone que diga que lo que quería decir después de esto? Me muevo para quedar a su lado y pese al riesgo a que me dé un codazo, rodeo sus hombros para acercarla. —Sigo sin creer que Lilith sea un buen nombre para ti— lo reafirmo, es necesario hacerlo. —¿Hace cuánto lo sabes?— pregunto, algo me dice que hace nada, eso explicaría el por qué de su humor en estos días y puedo descartar la opinión de mi hermanita de que seguro eran los SPM cuando le pregunté sobre humores cambiantes y chicas que se encierran en su habitación. —Y más importante que eso…— momento para pensar el punto de confianza en el que creo que he llegado con Alecto, que se lo pregunto sin más: —¿cómo te sientes con eso?
Si todo se redujera a una charla de nombres, puede que hubiera encontrado el espacio para decirle de pronto que estoy trabajando como un infiltrado de los rebeldes en el ministerio. Casual. Con su compromiso de deuda firmado en mis manos para reclamarle inmediatamente su perdón. No creo que sea el momento para decir algo como eso con todo lo que me dice después, suerte que estoy sentado porque me pasa por encima con tantas relaciones que me tardo en hacer, hasta que llega a la conclusión esperada e inesperada por partes iguales. No, de esperada nada. No me lo vi venir. Esperada, tal vez, porque es adoptada. Y… me siento fatal por pensarlo así, pero cuando te hablan de padres que han demostrado tan poco cariño necesario a su única hija, que te diga que en realidad no es su hija es casi para gritar ¡AJA! Lo que me descoloca por completo es la identidad de su madre biológica. No, es que… no. —No puede ser, son demasiado distintas— suelto sin pensarlo, me estoy contradiciendo con mi yo del pasado de hace unos minutos. —No se parecen en nada, son totalmente opuestas. Ella es… tan oscura, tan… intimidante, perversa. Y tú… caminas sobre la línea blanca— ¿por qué no puedo decirlo de una manera más clara? No, no digo que Alecto no tenga su vena de querer matarme o tirarme cosas de vez en cuando, pero cuando la ves, sabes que te espera con ella, va de frente, no solapa nada, tiene un mundo de cosas dentro sí, que le cuesta horrores sacar fuera… pero es frontal y le gusta que las cosas sean bien hechas.
¿Y cómo se supone que diga que lo que quería decir después de esto? Me muevo para quedar a su lado y pese al riesgo a que me dé un codazo, rodeo sus hombros para acercarla. —Sigo sin creer que Lilith sea un buen nombre para ti— lo reafirmo, es necesario hacerlo. —¿Hace cuánto lo sabes?— pregunto, algo me dice que hace nada, eso explicaría el por qué de su humor en estos días y puedo descartar la opinión de mi hermanita de que seguro eran los SPM cuando le pregunté sobre humores cambiantes y chicas que se encierran en su habitación. —Y más importante que eso…— momento para pensar el punto de confianza en el que creo que he llegado con Alecto, que se lo pregunto sin más: —¿cómo te sientes con eso?
Creo que si sonrío lo hago por pena hacia mí misma, un sentimiento que empieza a ser nuevo para mí, pero al que estoy comenzando a acostumbrarme, también a detestarlo. No diré que sus intentos de subirme el ánimo son los peores que he visto, porque lo cierto es que no muchas personas en mi vida se han hecho cargo de esa tarea y es algo que más o menos aprendí a hacer sola, que me he topado con gente con un cociente intelectual por debajo de la media de las medias y eso requiere de mucha paciencia. — Estoy segura de que muchos no opinarían lo mismo que tú. — qué va, mi obsesión con el blanco es pura superficialidad, no me considero el mayor rayo de felicidad y creo que él, como mi compañero de piso, puede atestiguarlo. Aun así, agradezco el intento y la mueca que le muestro debe pasar desapercibida como una sonrisa. — No es incómodo, es que simplemente es nombre de perro. — respondo, con mi clásica naturalidad de soltar comentarios de este tipo, quizá como recurso de defensa ahora que la atención se estaba depositando sobre mi persona.
Me tomo su reacción como que no se lo esperaba, ¿alguien lo haría, sinceramente? Con todo lo que me gusta fardar de provenir de una familia de bien, puristas ya no solo de mentalidad sino también de su propia sangre, yo soy la primera en verse sorprendida. — ¿Lo somos tanto, Dave? ¿Realmente? — mi voz se acongoja en cierta medida por compararme de esa manera con mi madre, en una comparación de similitudes que si bien él no comparte, yo estoy segura de que solo lo está haciendo porque no se le ocurre otra cosa mejor que decir. — No somos tan distintas, David. Me conoces, vives conmigo, sabes que puedo llegar a ser igual de desagradable que ella sin ningún problema, hasta ponemos la misma cara. Por mucho que me agrade que pienses que soy un lirio blanco, ninguna de esas cualidades pega con quién soy. No soy opuesta a mi madre, soy precisamente todo lo que ella es, sin siquiera haberme criado bajo su cargo. Es un buen ejemplo de que lo que se hereda no es algo que se pueda cambiar. — escupo, es la primera vez que me siento en cierto modo asqueada por quién soy, justamente porque no quiero parecerme a una madre que abandonó a su hija sin siquiera una pizca de remordimiento o culpa.
Ahora sí que no puedo tomarme su consuelo sobre mi propio nombre de la misma manera que antes, no cuando soy consciente de que me está juzgando y lo hago sin necesidad de meterme en su cabeza. — Desde el día después a la boda de tu psicóloga, al parecer a mi abuela se le va la lengua cuando está de resaca. — ¿puedo seguir llamándola abuela, después de esto? Es la misma pregunta que me hago con mis padres, viendo que hasta para pensar en ellos lo hago de la misma forma. Por lo siguiente, le dedico una mirada que debería iluminarle en cierto sentido. — ¿Que quiera pegarte un puñetazo por esa pregunta sirve para responderla? — alzo una ceja, a la espera de que conteste cuando ni siquiera le doy tiempo a hacerlo cuando paso a rodar los ojos, soltando un bufido largo. — Me he sentido de muchas maneras, David, engañada es la que peor me sienta, sabes que solo pido una cosa en las relaciones y es que las personas vayan de frente con lo que piensan, con lo que es la realidad. ¿Enterarme de que mis padres me han mentido durante toda mi existencia, que mi madre es una repudiada del norte que probablemente le hizo favores sexuales a Aminoff para tomar el puesto que tiene? No las mejores revelaciones de mi vida, si te voy a ser honesta. ¿A quién te aferras cuando todo el mundo a tu alrededor miente, Dave? — lo hemos hablado cientos de veces, en su afán por aumentar mis relaciones, pero es ahora cuando necesito una respuesta más honesta.
Me tomo su reacción como que no se lo esperaba, ¿alguien lo haría, sinceramente? Con todo lo que me gusta fardar de provenir de una familia de bien, puristas ya no solo de mentalidad sino también de su propia sangre, yo soy la primera en verse sorprendida. — ¿Lo somos tanto, Dave? ¿Realmente? — mi voz se acongoja en cierta medida por compararme de esa manera con mi madre, en una comparación de similitudes que si bien él no comparte, yo estoy segura de que solo lo está haciendo porque no se le ocurre otra cosa mejor que decir. — No somos tan distintas, David. Me conoces, vives conmigo, sabes que puedo llegar a ser igual de desagradable que ella sin ningún problema, hasta ponemos la misma cara. Por mucho que me agrade que pienses que soy un lirio blanco, ninguna de esas cualidades pega con quién soy. No soy opuesta a mi madre, soy precisamente todo lo que ella es, sin siquiera haberme criado bajo su cargo. Es un buen ejemplo de que lo que se hereda no es algo que se pueda cambiar. — escupo, es la primera vez que me siento en cierto modo asqueada por quién soy, justamente porque no quiero parecerme a una madre que abandonó a su hija sin siquiera una pizca de remordimiento o culpa.
Ahora sí que no puedo tomarme su consuelo sobre mi propio nombre de la misma manera que antes, no cuando soy consciente de que me está juzgando y lo hago sin necesidad de meterme en su cabeza. — Desde el día después a la boda de tu psicóloga, al parecer a mi abuela se le va la lengua cuando está de resaca. — ¿puedo seguir llamándola abuela, después de esto? Es la misma pregunta que me hago con mis padres, viendo que hasta para pensar en ellos lo hago de la misma forma. Por lo siguiente, le dedico una mirada que debería iluminarle en cierto sentido. — ¿Que quiera pegarte un puñetazo por esa pregunta sirve para responderla? — alzo una ceja, a la espera de que conteste cuando ni siquiera le doy tiempo a hacerlo cuando paso a rodar los ojos, soltando un bufido largo. — Me he sentido de muchas maneras, David, engañada es la que peor me sienta, sabes que solo pido una cosa en las relaciones y es que las personas vayan de frente con lo que piensan, con lo que es la realidad. ¿Enterarme de que mis padres me han mentido durante toda mi existencia, que mi madre es una repudiada del norte que probablemente le hizo favores sexuales a Aminoff para tomar el puesto que tiene? No las mejores revelaciones de mi vida, si te voy a ser honesta. ¿A quién te aferras cuando todo el mundo a tu alrededor miente, Dave? — lo hemos hablado cientos de veces, en su afán por aumentar mis relaciones, pero es ahora cuando necesito una respuesta más honesta.
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—Creo que estás juzgándote demasiado duro a ti misma— se lo tengo que hacer notar, si quiere que diga que peco un poco de idealizarla a ella y de demonizar a la líder de los licántropos, que tal vez mi mirada sea la que está un poco empañada. No lo creo, hago de estar de mirar a las personas más allá de lo que se ve a simple vista desde hace años, me considero con algo de práctica como para poder decir que la conozco más allá de las manías que me muestra en el día de día a de vivir con ella y aunque me diga que es tan terrible, tan temible, como quien es su madre biológica, no lo veo eso. Si pudiera verlo así, no sentiría toda la culpa que me embarga cuando me recuerda que todo lo que pide es honestidad sobre todas las cosas, entonces mentirle en la cara que es lo que al final de cuentas lo que hago, no sería la verdad con la que yo tengo que enfrentarme primero y tomarlo como lo que es, aceptarme como lo que soy, un mentiroso sentado a su lado escuchando cómo le duelen las mentiras.
Puedo delante de todos, incluso de mi jefe, estar convencido de que lo que hago está bien y no me pesa, de verdad, no me pesa en la consciencia robar documentos de los ordenadores y traspapelar carpetas. No me pesa ir luego al norte a ponérselo en manos a Jared o a cualquiera de los otros, mientras intercambiamos alguna conversación banal sobre todo y nada. No me pesa, no me quita el sueño, estar toda la tarde en la oficina, pero a última hora del día aparecerme en el distrito cinco. Me pesa cuando a la noche entro en el departamento y, aparte de buscarle pulgas a Moriarty para quitárselas antes de que las vea Alecto, tengo que mirarla a ella con el remordimiento de que la amistad que le doy y que recibo es sincera en sentimiento, pero tiene por debajo de un gran pozo de engaño en el que algún día caeremos si alguien corre la alfombra bajo nuestros pies. —A ti misma, siempre— le contesto, con ese peso maldito en el estómago. —Porque cuando las personas te mientan, cualquieras sean sus razones, y créeme, habrá quienes tendrán razones muy buenas, tendrás que confiar en ti misma para saber cómo actuar.
Desde que la vi salir de su habitación creo que cambié mi discurso cientos de veces, la manera de comenzar esto, de qué es lo que realmente quiero decirle, cuáles de todas las verdades es la que voy a sacar a la luz al final y qué de todo lo que me callo ella merece saber, aunque decírselo en este momento en el que está afrontando la mentira de su nacimiento, parezca el peor momento de todos. Sé bien que este es de esos momentos que no volverán, en el que tienes que decir y hacer lo que debes, porque el momento pasará, no volverá, más adelante vendrán los reproches de no haberlo dicho ahora, y lo peor es que, este momento ya es tarde de por sí. —Hay ocasiones en las que tampoco puedes precisar una mentira de una verdad, porque no era una mentira en sí al principio, es al pasar el tiempo y guardar silencio que un día te la encuentras de frente y te das cuenta que lo es. Tal vez son cosas de las que no se hablaron a tiempo… cuando debían ser…— esta vez estoy hablando de mí, mi mirada puesta en el espacio entre mis pies donde puedo ver el diseño limpio de la baldosa. —Pero a veces no estás listo para decirlo, ni la otra persona está lista para escucharlo. Puede que se necesite que pasen muchas cosas hasta finalmente poder decirlo y…— me enredo con lo que digo, tengo que morder mi labio para detenerme y pensar por unos segundos qué es lo que quiero decirle. — Porque a veces hace falta que primero conozcas a la persona antes de juzgarla y quiero creer que llegaste a conocerme, como yo te conozco a ti, y la verdad es que me siento horrible porque siempre he creído estar haciendo lo correcto, pero me importas lo suficiente como para sentir que estoy haciendo lo incorrecto contigo— se lo explico. —Porque me gustas de verdad y tal vez soy la persona más inadecuada para tener a una auror como amiga, hay un montón de cosas de mí que no te cuento como que el padre de Locki, al que atraparon cuando lo asesinaron a él, era un rebelde con el que trabajé por años. Y que tal vez, si era por mí, también hubiera estado ahí ayudándole a escapar— ahí está, apenas el comienzo de todo lo que podría empezar a confesar, si me da la patada ahora no hará falta continuar.
Puedo delante de todos, incluso de mi jefe, estar convencido de que lo que hago está bien y no me pesa, de verdad, no me pesa en la consciencia robar documentos de los ordenadores y traspapelar carpetas. No me pesa ir luego al norte a ponérselo en manos a Jared o a cualquiera de los otros, mientras intercambiamos alguna conversación banal sobre todo y nada. No me pesa, no me quita el sueño, estar toda la tarde en la oficina, pero a última hora del día aparecerme en el distrito cinco. Me pesa cuando a la noche entro en el departamento y, aparte de buscarle pulgas a Moriarty para quitárselas antes de que las vea Alecto, tengo que mirarla a ella con el remordimiento de que la amistad que le doy y que recibo es sincera en sentimiento, pero tiene por debajo de un gran pozo de engaño en el que algún día caeremos si alguien corre la alfombra bajo nuestros pies. —A ti misma, siempre— le contesto, con ese peso maldito en el estómago. —Porque cuando las personas te mientan, cualquieras sean sus razones, y créeme, habrá quienes tendrán razones muy buenas, tendrás que confiar en ti misma para saber cómo actuar.
Desde que la vi salir de su habitación creo que cambié mi discurso cientos de veces, la manera de comenzar esto, de qué es lo que realmente quiero decirle, cuáles de todas las verdades es la que voy a sacar a la luz al final y qué de todo lo que me callo ella merece saber, aunque decírselo en este momento en el que está afrontando la mentira de su nacimiento, parezca el peor momento de todos. Sé bien que este es de esos momentos que no volverán, en el que tienes que decir y hacer lo que debes, porque el momento pasará, no volverá, más adelante vendrán los reproches de no haberlo dicho ahora, y lo peor es que, este momento ya es tarde de por sí. —Hay ocasiones en las que tampoco puedes precisar una mentira de una verdad, porque no era una mentira en sí al principio, es al pasar el tiempo y guardar silencio que un día te la encuentras de frente y te das cuenta que lo es. Tal vez son cosas de las que no se hablaron a tiempo… cuando debían ser…— esta vez estoy hablando de mí, mi mirada puesta en el espacio entre mis pies donde puedo ver el diseño limpio de la baldosa. —Pero a veces no estás listo para decirlo, ni la otra persona está lista para escucharlo. Puede que se necesite que pasen muchas cosas hasta finalmente poder decirlo y…— me enredo con lo que digo, tengo que morder mi labio para detenerme y pensar por unos segundos qué es lo que quiero decirle. — Porque a veces hace falta que primero conozcas a la persona antes de juzgarla y quiero creer que llegaste a conocerme, como yo te conozco a ti, y la verdad es que me siento horrible porque siempre he creído estar haciendo lo correcto, pero me importas lo suficiente como para sentir que estoy haciendo lo incorrecto contigo— se lo explico. —Porque me gustas de verdad y tal vez soy la persona más inadecuada para tener a una auror como amiga, hay un montón de cosas de mí que no te cuento como que el padre de Locki, al que atraparon cuando lo asesinaron a él, era un rebelde con el que trabajé por años. Y que tal vez, si era por mí, también hubiera estado ahí ayudándole a escapar— ahí está, apenas el comienzo de todo lo que podría empezar a confesar, si me da la patada ahora no hará falta continuar.
No creo que esté siendo demasiado dura conmigo misma, no más de lo que suelo ser a diario, al menos. Soy mi mayor crítica y de quién recibo el peor juicio, si voy a ser honesta, de esa forma te evitas que venga otro con opiniones fuertes y sus comentarios te choquen en la cara como una bofetada a mano abierta. Aunque tengo que reconocerlo, esta sí que no me la esperaba, porque no hubiera imaginado ni en un millón de años esta mentira que me ha aplastado como una roca colina abajo. Me quedo callada, no tengo mucho que decir al respecto porque suelo confiar bastante en mi buen juicio, es por eso que todo esto se ha sentido como una patada en el estómago. ¿Cómo miras hacia adelante, cómo sigues siendo tú, cuando todo lo que creías que eras no es más que un cúmulo de actuaciones falsas? Nunca serán suficientes las veces que diga que me siento estafada, una impostora en mi propia vida, no me pertenezco y jamás lo hice.
Le miro con recelo ante su explicación que no cuadra con lo que estoy viviendo. No sé muy bien qué es lo que pretende justificar con sus palabras, pues no es mentira lo que empezó siendo verdad, mis padres no me acogieron sabiendo que sería ignorante de esta información por el resto de mi vida, ¿por qué ocultarlo entonces? ¿por qué no ir de frente? Sería mucho más feliz habiendo sabido que mi madre me dio voluntariamente a una familia porque ellos me cuidarían mejor, que el conocer que ni siquiera me tuvo en memoria lo suficiente como para llamarme hija. — Nada sale bien de acumular cosas, Dave, nada. Lo amontonas hasta que sobrepasa tus límites y luego es demasiado tarde para las disculpas porque no sabes a quién te llevaste por el camino, a quién aplastaste por temor a las consecuencias. — explico mi punto, nunca entenderé por qué las personas rehuyen tanto de sus acciones, creo que es con lo que más he tenido problema siempre, con que la gente no se responsabiliza de sus actos y espera a que los mismos lastimen para poder pedir perdón. No funciona así, no haces daño a quien dices querer y luego besas la herida pretendiendo que se cierre. Si las cicatrices se curaran con besos no quedarían rastros de ellas, está claro que permanecen para siempre.
Estoy haciendo una excepción muy grande con David, quizá porque es la primera persona que reconoce que le caigo bien, y eso no suele pasar con tanta frecuencia, así que me limito a escucharle, tomando aire de forma lenta en un intento de ignorar el criticismo que estaría por llegar con cualquier otra persona. Pero es Dave, he aprendido a apreciar su persona, disfrutar su presencia e incluso extrañar su desorden cuando le da por ser organizado. Por eso callo, me tomo un momento antes de responder, medito las palabras para que en su expresión no sean hirientes, sino de alguna forma comprensivas. — No soy abogada, Dave, soy auror, no entra dentro de mi trabajo el juzgarte. Acato órdenes, hago lo que me piden y lo que se espera de mí como protectora de la ciudadanía de este país. — no estoy diciendo ninguna mentira, probablemente solo esté aflojando la verdad, porque es cierto que estoy obligada a arrestar a cualquiera que no cumpla las leyes, pero este hombre ya murió, ¿no? Quedó en el pasado, independientemente de lo que hubiera hecho de estar allí, David no lo hizo. No tengo ninguna prueba de nada. — Pero no cometas ninguna estupidez, ¿por favor? — se lo pido, como podría estar pidiéndole que no ponga los pies en la mesa, se lo puedo suplicar también, no lo he hecho con nadie, pero creo que hoy no podría con más decepciones.
Le miro con recelo ante su explicación que no cuadra con lo que estoy viviendo. No sé muy bien qué es lo que pretende justificar con sus palabras, pues no es mentira lo que empezó siendo verdad, mis padres no me acogieron sabiendo que sería ignorante de esta información por el resto de mi vida, ¿por qué ocultarlo entonces? ¿por qué no ir de frente? Sería mucho más feliz habiendo sabido que mi madre me dio voluntariamente a una familia porque ellos me cuidarían mejor, que el conocer que ni siquiera me tuvo en memoria lo suficiente como para llamarme hija. — Nada sale bien de acumular cosas, Dave, nada. Lo amontonas hasta que sobrepasa tus límites y luego es demasiado tarde para las disculpas porque no sabes a quién te llevaste por el camino, a quién aplastaste por temor a las consecuencias. — explico mi punto, nunca entenderé por qué las personas rehuyen tanto de sus acciones, creo que es con lo que más he tenido problema siempre, con que la gente no se responsabiliza de sus actos y espera a que los mismos lastimen para poder pedir perdón. No funciona así, no haces daño a quien dices querer y luego besas la herida pretendiendo que se cierre. Si las cicatrices se curaran con besos no quedarían rastros de ellas, está claro que permanecen para siempre.
Estoy haciendo una excepción muy grande con David, quizá porque es la primera persona que reconoce que le caigo bien, y eso no suele pasar con tanta frecuencia, así que me limito a escucharle, tomando aire de forma lenta en un intento de ignorar el criticismo que estaría por llegar con cualquier otra persona. Pero es Dave, he aprendido a apreciar su persona, disfrutar su presencia e incluso extrañar su desorden cuando le da por ser organizado. Por eso callo, me tomo un momento antes de responder, medito las palabras para que en su expresión no sean hirientes, sino de alguna forma comprensivas. — No soy abogada, Dave, soy auror, no entra dentro de mi trabajo el juzgarte. Acato órdenes, hago lo que me piden y lo que se espera de mí como protectora de la ciudadanía de este país. — no estoy diciendo ninguna mentira, probablemente solo esté aflojando la verdad, porque es cierto que estoy obligada a arrestar a cualquiera que no cumpla las leyes, pero este hombre ya murió, ¿no? Quedó en el pasado, independientemente de lo que hubiera hecho de estar allí, David no lo hizo. No tengo ninguna prueba de nada. — Pero no cometas ninguna estupidez, ¿por favor? — se lo pido, como podría estar pidiéndole que no ponga los pies en la mesa, se lo puedo suplicar también, no lo he hecho con nadie, pero creo que hoy no podría con más decepciones.
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Decir que no tengo la intención de que sea así no es algo que pueda remediar el posible daño que pueda causar, es irónico como de una manera u otra acabé en ese punto en que lo hago tiene malas consecuencias seguras, para mí y muy posiblemente para los que están cerca. No me gusta verme de esta manera en que me cuestiono lo que estoy haciendo y al cuestionarme llego a la misma conclusión de que no es algo que vaya a dejar de hacer, así que mantengo la mirada gacha pensando en todo lo que me gustaría poner en voz alta para confesárselo a quien he decidido que merece mi confianza. El problema de fondo es ese, ella lo merece y compartírselo a quien deja en falta es a mí, yo no merezco su confianza, cosa que en todo momento tuve presente y se vuelve una realidad que presiona sobre mi nuca, obligándome a esta postura de penitente, echando vistazos de soslayo al perro. Las ganas de huir tiran de mí, podría decirle que iré un rato a ver a mis padres o que sacaré a Moriarty a pasear por la acera, no lo hago y en cambio froto su hombro para consolarla por la verdad de su madre biológica, si esa mujer la hirió con el peor engaño de su vida y sin haberle dicho una palabra nunca, sino que fueron todos los demás los que contribuyeron a la mentira, no soy el más idóneo en decir ninguna palabra para que caiga en sus oídos.
Salvo las que contesten a su pregunta, y a estas alturas no diré que trato de ser honesto en mis mentiras, sino que me reconozco como alguien está usando palabras a su conveniencia, eligiendo cuánto comparte que no le exponga al peligro definitivo y cuánto quedará en reserva, la mayor parte, también de aquellos que llamo amigos. Ya no hay manera de que pueda decir que hay momentos en que soy sincero con Alec y renuncio a esto en absoluto, el daño ya está hecho, solo que todavía no se conoce, y el tiempo que tengo, es para impedir que el estropicio cause un daño mayor. —Sigo en contacto con algunos rebeldes, no lo perdí, posiblemente haya un día en que vuelva a hacer una estupidez muy grande— la sonrisa que le muestro es amarga y la suelto de medio abrazo al ponerme de pie, — pero trataré de que eso no te afecte, prometo poner distancia de ti si eso sucede para que no te alcance la explosión de mi propio acto idiota. Es verdad eso que dices, no puedes controlar lo que yo decida hacer, lo mínimo que puedo hacer por ti es evitar que eso te alcance…— hablo mientras camino por la sala para ir hasta el pequeño espacio de la cocina y recuperar los panes que dejé hace un rato, mis proyectos frustrados de tostadas con dulce. —¿Quieres algo de comer? No vas a negarme que has comido horrible estos días y… es lo que importa ahora, ¿bien? Te ayudaré con todo lo que quieras de saber de su madre y… de idioteces a futuro, nos preocuparemos en el futuro…— no cuando ocurran, sino cuando salgan a la luz. Me concentro en las rodajas de pan como si fueran todo lo que merece atención en este momento, además de Moriarty que ha venido a sentarse cerca de mis rodillas, creo que a pedirme que le eche un trozo y también a mirarme con esos ojos suyos para hacerme sentir el peor imbécil cobarde.
Salvo las que contesten a su pregunta, y a estas alturas no diré que trato de ser honesto en mis mentiras, sino que me reconozco como alguien está usando palabras a su conveniencia, eligiendo cuánto comparte que no le exponga al peligro definitivo y cuánto quedará en reserva, la mayor parte, también de aquellos que llamo amigos. Ya no hay manera de que pueda decir que hay momentos en que soy sincero con Alec y renuncio a esto en absoluto, el daño ya está hecho, solo que todavía no se conoce, y el tiempo que tengo, es para impedir que el estropicio cause un daño mayor. —Sigo en contacto con algunos rebeldes, no lo perdí, posiblemente haya un día en que vuelva a hacer una estupidez muy grande— la sonrisa que le muestro es amarga y la suelto de medio abrazo al ponerme de pie, — pero trataré de que eso no te afecte, prometo poner distancia de ti si eso sucede para que no te alcance la explosión de mi propio acto idiota. Es verdad eso que dices, no puedes controlar lo que yo decida hacer, lo mínimo que puedo hacer por ti es evitar que eso te alcance…— hablo mientras camino por la sala para ir hasta el pequeño espacio de la cocina y recuperar los panes que dejé hace un rato, mis proyectos frustrados de tostadas con dulce. —¿Quieres algo de comer? No vas a negarme que has comido horrible estos días y… es lo que importa ahora, ¿bien? Te ayudaré con todo lo que quieras de saber de su madre y… de idioteces a futuro, nos preocuparemos en el futuro…— no cuando ocurran, sino cuando salgan a la luz. Me concentro en las rodajas de pan como si fueran todo lo que merece atención en este momento, además de Moriarty que ha venido a sentarse cerca de mis rodillas, creo que a pedirme que le eche un trozo y también a mirarme con esos ojos suyos para hacerme sentir el peor imbécil cobarde.
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