OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Sé que han llegado los días en los cuales no debo hacer preguntas de las cuales no quiero saber las respuestas. Recuerdo los tiempos en los cuales era un adolescente, de esos que se enfocan en los estudios de día y beben demasiado en las fiestas con sus amigos en busca de una excusa para no regresar a casa temprano, a sabiendas de que Hermann era el único que me esperaba entre esas cuatro paredes. Aunque he hecho lo que estaba a mi alcance para que Meerah no tenga esa sensación al querer darle un hogar decente, pero hay algunas cosas que no podré cambiar incluso con las mejores intenciones. Como, por ejemplo, el darme cuenta que ha regresado a casa con resaca de vaya a saber dónde y, en vista de que trata de disimularlo a pesar de que su ropa apesta, opto por no meterme hasta sentir que tengo un permiso de su parte para hacerlo. ¿Cómo consigues que tu hija de catorce años te cuente estas cosas? Si fuera un chico sería más fácil, tal vez tendríamos otra dinámica… o no, no quiero siquiera pensarlo. ¿Y si tiene un novio? ¿Cómo puedo aceptarme como suegro, cuando todavía me acostumbro a la idea de ser yerno? Soy muy joven para tener una hija adolescente y los años de ausencia no hacen más que jugarme en contra.
— Solo espero que no sea ese tal Singleton… se ve muy poco prometedor — me quejo tras un largo silencio en el cual solo se oyó el ruido de mi cepillo de dientes, me asomo con la boca llena de pasta para poder ver a Scott en el dormitorio, de seguro acomodando a la bebé en su cuna. Sé que deberíamos empezar a meterla en su dormitorio de una vez, pero creo que tengo que despegarme de las niñas paso a paso — ¿Crees que estoy exagerando y no tiene a ningún noviecito? No solía salir tanto… — me golpeteo los labios con el cepillo de dientes y me resigno a retroceder para poder escupir y limpiarme la cara. Para cuando regreso, desprendo los últimos botones de mi camisa para dejarla sobre una silla y así poder ponerme la remera delgada que utilizo de pijama en estos días en los cuales las noches se vuelven más frescas — Es muy joven para beber — retomo una disputa mental de la nada, utilizando el tono de alguien que ha tomado una decisión repentina — No puedo no hablar con ella, sería totalmente irresponsable de mi parte.
Por otro lado, sé que no soy la persona favorita de Meerah desde lo de Phoebe y eso me hace caer sentado en el borde de la cama con un bufido — Sé que es una estupidez — le advierto, bajando el tono de voz por si las dudas — Pero aún me es difícil verla crecida. Ya sabes, durante todos estos años pensé en la posibilidad de su existencia como si se tratara de un bebé y todo ha pasado demasiado rápido, que creo que la estoy perdiendo antes de tiempo. ¿Tiene un poco de sentido? — para mí sí, lo he conversado bastante con la almohada. Lo malo es que ponerlo en voz alta me hace sentir completamente estúpido.
— Solo espero que no sea ese tal Singleton… se ve muy poco prometedor — me quejo tras un largo silencio en el cual solo se oyó el ruido de mi cepillo de dientes, me asomo con la boca llena de pasta para poder ver a Scott en el dormitorio, de seguro acomodando a la bebé en su cuna. Sé que deberíamos empezar a meterla en su dormitorio de una vez, pero creo que tengo que despegarme de las niñas paso a paso — ¿Crees que estoy exagerando y no tiene a ningún noviecito? No solía salir tanto… — me golpeteo los labios con el cepillo de dientes y me resigno a retroceder para poder escupir y limpiarme la cara. Para cuando regreso, desprendo los últimos botones de mi camisa para dejarla sobre una silla y así poder ponerme la remera delgada que utilizo de pijama en estos días en los cuales las noches se vuelven más frescas — Es muy joven para beber — retomo una disputa mental de la nada, utilizando el tono de alguien que ha tomado una decisión repentina — No puedo no hablar con ella, sería totalmente irresponsable de mi parte.
Por otro lado, sé que no soy la persona favorita de Meerah desde lo de Phoebe y eso me hace caer sentado en el borde de la cama con un bufido — Sé que es una estupidez — le advierto, bajando el tono de voz por si las dudas — Pero aún me es difícil verla crecida. Ya sabes, durante todos estos años pensé en la posibilidad de su existencia como si se tratara de un bebé y todo ha pasado demasiado rápido, que creo que la estoy perdiendo antes de tiempo. ¿Tiene un poco de sentido? — para mí sí, lo he conversado bastante con la almohada. Lo malo es que ponerlo en voz alta me hace sentir completamente estúpido.
Somos demasiado jóvenes para estar teniendo esta charla. Tener a una bebé rolliza en brazos es algo a lo que estoy acostumbrándome, ya no la miro como si fuera lo más extraño que me podría haber ocurrido en la vida, sino como una amiga a la que conozco hace tanto tiempo que no puedo precisar. Es la cara a la que me familiaricé de tanto ver por las mañanas al despertar, la segunda con la que se encuentran mis ojos, la otra es la de su padre y dormir con mi cabeza en la almohada vecina a la suya es un hábito que hubiera sido inimaginable en otra época, en el presente no puedo pensar que sea de otra manera. Lo que todavía no sé si puedo tomar como parte de esta nueva normalidad en mi vida, es que la niña que vi crecer todos estos años y demostraba una madurez que dejaba en ridículo a ciertos adultos, esté sufriendo la adolescencia como la han sufrido cientos de chicos antes que ella. Lo que no cabe en mi mente es que estoy sufriendo la adolescencia de una persona para quien soy y no soy una figura materna. Hans puede hablar de los años que no la tuvo a su cargo, pero es su padre por ley y sangre, así que puede elevar el tono de su voz si quiere. Yo no tengo idea de qué debo decirle o qué debo hacer con una adolescente que llega a la casa con todos los signos claros de una resaca, cuando ayer tenía trece años ¡y hoy tiene catorce años! Y se siente como un abismo de tres siglos de diferencia entre una edad y otra.
Envuelvo a la bebé con su manta para protegerla del fresco nuevo de estos días y retiro la que cubre la cama para meter mis piernas debajo de esta. Me niego a sacar tan pronto la camisa de mangas largas que me sirve de pijama de invierno y tercamente, hasta que se extinga el último día de calor de verano, seguiré con mis pantalones cortos y camiseta con tirantes, si la necesito por las madrugadas le robaré la mayor parte de la manta a Hans. —Espero que sea Singleton, se ve muy poco prometedor, eso quiere decir que Meerah podrá manejarlo…— le doy mi opinión. No quiero agregar preocupaciones a su semblante de por sí desolado por la crisis que está atravesando, así que me guardo los comentarios sobre que fuera de esta casa hay muchísimos chicos con los que Meerah tendrá que lidiar e ir sorteando, con la menor cantidad de errores posibles. —Si se está viendo con alguien, ojalá sea un novio— contesto, si lo que quiere es que le ofrezca mi punto de vista. Todos los chicos allá fuera, a la edad en la que se encuentra Meerah, tienen las hormonas cargadas de alcohol y a veces de algunas drogas, y… ¿es que no recuerda su propia adolescencia? Todo, todo en lo que puedes pensar es en sexo y en cómo será.
Ahora los viejos somos nosotros, que nos metemos a la cama con ropa y tengo hasta el gesto de mujer casada hace treinta años, de entrelazar mis manos por encima de la sabana a la altura de mi pecho. Hago esto de dejarlo hablar sobre la crisis prematura que está padeciendo al darse cuenta que su hija mayor ya no es una bebé, con la ironía de que tenga otra que sí lo es a unos pasos de distancia. Hans es, desde los pies a la cabeza, el estereotipo de padre maduro en una familia conformada por miembros de distintas edades que lo obligan a estar limpiándole la baba a una hija mientras le grita a otra por su repentina rebeldía de púber. Todo ese cambio en poco más de un año y mi mirada es fiel a las palabras que salen de mi boca. —Hans, lo que creo es que— muevo mi cabeza en la almohada para poder centrar mis ojos en su cara —la vida nos pasó por encima y nos hizo mierda—. No es un comentario que aporte algo a todo el problema que supone para él entenderse con una hija adolescente, solo estrictamente necesario para ilustrar la situación y el estado en el que nos encontramos.
—No la estás perdiendo, solo está buscando su propio espacio. Si quieres, dile que puede reunirse aquí con sus amigos y si tiene algún novio lo traerá entre esos, siempre será mejor que las cosas ocurran bajo tus ojos que a escondidas. Pero a esta edad, todo el tiempo se trata de que tanto espacio podemos conquistar por nosotros mismos, fuera de la vista. A mí me molestaba demasiado que Mohini lo supiera todo de mí, necesitaba de esas cosas que sabía que eran solo mías, de las que Mo nunca debería enterarse—. Coloco un brazo bajo la almohada al girarme para quedar de lado. —De todas maneras se las contaba cuando todo salía mal— si mi intención es tranquilizarlo, no sé si lo conseguiré así. —¿Es que no te acuerdas como eres cuando tenías catorce años? Debe ser cosa de las canas, te van borrando la memoria de tu juventud— me río de él. —Yo sí me acuerdo y a los catorce años solía pasar mucho tiempo en casa de una amiga, necesitaba de alguien con quien hablar de besos, sexo y chicos… y también para probar, ya sabes, cómo besar con lengua sin que te falte el aire, entonces intentarlo con una amiga es lo normal y…— me silencio de inmediato, no quiero mirarlo al tener que preguntar lo siguiente: —¿Crees que le guste Maeve?—. Y si así es, tendría mucho sentido… todo. Meerah fue quien le confío el cuidado de su hermana menor, no veo mayor prueba de confianza que esa. —Parece una chica… agradable— atino a decir. —A Tilly le agrada.
Envuelvo a la bebé con su manta para protegerla del fresco nuevo de estos días y retiro la que cubre la cama para meter mis piernas debajo de esta. Me niego a sacar tan pronto la camisa de mangas largas que me sirve de pijama de invierno y tercamente, hasta que se extinga el último día de calor de verano, seguiré con mis pantalones cortos y camiseta con tirantes, si la necesito por las madrugadas le robaré la mayor parte de la manta a Hans. —Espero que sea Singleton, se ve muy poco prometedor, eso quiere decir que Meerah podrá manejarlo…— le doy mi opinión. No quiero agregar preocupaciones a su semblante de por sí desolado por la crisis que está atravesando, así que me guardo los comentarios sobre que fuera de esta casa hay muchísimos chicos con los que Meerah tendrá que lidiar e ir sorteando, con la menor cantidad de errores posibles. —Si se está viendo con alguien, ojalá sea un novio— contesto, si lo que quiere es que le ofrezca mi punto de vista. Todos los chicos allá fuera, a la edad en la que se encuentra Meerah, tienen las hormonas cargadas de alcohol y a veces de algunas drogas, y… ¿es que no recuerda su propia adolescencia? Todo, todo en lo que puedes pensar es en sexo y en cómo será.
Ahora los viejos somos nosotros, que nos metemos a la cama con ropa y tengo hasta el gesto de mujer casada hace treinta años, de entrelazar mis manos por encima de la sabana a la altura de mi pecho. Hago esto de dejarlo hablar sobre la crisis prematura que está padeciendo al darse cuenta que su hija mayor ya no es una bebé, con la ironía de que tenga otra que sí lo es a unos pasos de distancia. Hans es, desde los pies a la cabeza, el estereotipo de padre maduro en una familia conformada por miembros de distintas edades que lo obligan a estar limpiándole la baba a una hija mientras le grita a otra por su repentina rebeldía de púber. Todo ese cambio en poco más de un año y mi mirada es fiel a las palabras que salen de mi boca. —Hans, lo que creo es que— muevo mi cabeza en la almohada para poder centrar mis ojos en su cara —la vida nos pasó por encima y nos hizo mierda—. No es un comentario que aporte algo a todo el problema que supone para él entenderse con una hija adolescente, solo estrictamente necesario para ilustrar la situación y el estado en el que nos encontramos.
—No la estás perdiendo, solo está buscando su propio espacio. Si quieres, dile que puede reunirse aquí con sus amigos y si tiene algún novio lo traerá entre esos, siempre será mejor que las cosas ocurran bajo tus ojos que a escondidas. Pero a esta edad, todo el tiempo se trata de que tanto espacio podemos conquistar por nosotros mismos, fuera de la vista. A mí me molestaba demasiado que Mohini lo supiera todo de mí, necesitaba de esas cosas que sabía que eran solo mías, de las que Mo nunca debería enterarse—. Coloco un brazo bajo la almohada al girarme para quedar de lado. —De todas maneras se las contaba cuando todo salía mal— si mi intención es tranquilizarlo, no sé si lo conseguiré así. —¿Es que no te acuerdas como eres cuando tenías catorce años? Debe ser cosa de las canas, te van borrando la memoria de tu juventud— me río de él. —Yo sí me acuerdo y a los catorce años solía pasar mucho tiempo en casa de una amiga, necesitaba de alguien con quien hablar de besos, sexo y chicos… y también para probar, ya sabes, cómo besar con lengua sin que te falte el aire, entonces intentarlo con una amiga es lo normal y…— me silencio de inmediato, no quiero mirarlo al tener que preguntar lo siguiente: —¿Crees que le guste Maeve?—. Y si así es, tendría mucho sentido… todo. Meerah fue quien le confío el cuidado de su hermana menor, no veo mayor prueba de confianza que esa. —Parece una chica… agradable— atino a decir. —A Tilly le agrada.
Cuando giro la cabeza en su dirección, mis ojos la están juzgando como si se hubiera vuelto loca. ¿Acaso se está oyendo? De entre todos las opciones, que tenga un novio es una de las menos tentadoras — No. ¿De verdad? — ahí se me va el sarcasmo, ese que me entorna la mirada y arruga el ceño con una sonrisa cínica y casi maniática. Tengo que meterme en la cama para no acabar caminando por la habitación de nuevo, pero en cuanto golpeo la almohada para acomodarla y me recuesto, soy incapaz de apagar la lámpara. Siento que si lo hago, podré ver todos mis pensamientos de mierda más nítidamente porque sí, como ella ha dicho, la vida nos hizo mierda. ¿Dónde quedaron los tiempos en los que yo era quien salía de borrachera? ¡Estaban demasiado cerca, los siento muy vivos! Necesito salir con mis amigos, ese es el enorme problema. Quizá una noche en el club como en los viejos tiempos…
No sé cómo es que Lara tiene la facilidad de hablar de esto de esa forma, arrugo un poco la nariz porque la idea de que todo salga mal es una de las cosas que más me preocupa. Obvio que queda de lado cuando pone en palabras uno de los puntos clave — Claro que me acuerdo lo que es tener catorce años, por eso me preocupa. La mitad del tiempo me masturbaba y la otra mitad pensaba en cómo salir con alguien y en consecuencia volvía al punto inicial. ¡Ese es el punto! — que no quiero una hija hormonal besuqueándose con todo el mundo hasta descubrir dónde se siente más cómoda, me da terror — Y no tengo canas — una aclaración que suena a un capricho, aún así me paso una mano por el pelo como si de esa manera pudiera confirmar que se equivoca. Ladeo la cabeza para poder mirarla de frente, que sus ideas sobre meterse lengua no son cosas que quiera ligar a la imagen de mi hija y acabo resoplando — Eso me ahorraría el dilema del embarazo adolescente — ya, sé que estoy sonando melodramático, pero tengo mis motivos.
Me muevo para poder ponerme de costado, metiendo una mano bajo la almohada en lo que busco mirarla a los ojos — Audrey no fue precisamente una adolescente calma y mi historial me condena — me explico, creo que no hace falta ponernos en detallistas — No puedo ver a Meerah como una persona… sexualmente activa, tú me entiendes. No quiero que queme etapas o se apresure en crecer, pero no tengo idea de cómo pedirle por favor que no lo haga tan rápido, que no hay necesidad de correr. Y me siento muy… viejo — la imagen no ha cambiado tanto en el espejo, solo las líneas de expresión se han remarcado, pero me reconozco como un hombre aún joven. ¿Por qué entonces siento que todo ya se ha terminado? Me muerdo los labios, esos que acabo tirando hacia un lado en una sonrisa — No sé cómo voy a sobrevivir a esto cuando Mathilda tenga quince. Me agarrará mucho más gruñón y creo que soy muy poco original al decirte que me encantaría que se quede en esa cuna para siempre — es mucho más fácil de cuidar, nadie va a tocarla, nadie le va a romper el corazón ni hacerle sentir incómoda. Es solo la seguridad de casa, de una familia y de mis brazos, todo lo que necesita.
No sé cómo es que Lara tiene la facilidad de hablar de esto de esa forma, arrugo un poco la nariz porque la idea de que todo salga mal es una de las cosas que más me preocupa. Obvio que queda de lado cuando pone en palabras uno de los puntos clave — Claro que me acuerdo lo que es tener catorce años, por eso me preocupa. La mitad del tiempo me masturbaba y la otra mitad pensaba en cómo salir con alguien y en consecuencia volvía al punto inicial. ¡Ese es el punto! — que no quiero una hija hormonal besuqueándose con todo el mundo hasta descubrir dónde se siente más cómoda, me da terror — Y no tengo canas — una aclaración que suena a un capricho, aún así me paso una mano por el pelo como si de esa manera pudiera confirmar que se equivoca. Ladeo la cabeza para poder mirarla de frente, que sus ideas sobre meterse lengua no son cosas que quiera ligar a la imagen de mi hija y acabo resoplando — Eso me ahorraría el dilema del embarazo adolescente — ya, sé que estoy sonando melodramático, pero tengo mis motivos.
Me muevo para poder ponerme de costado, metiendo una mano bajo la almohada en lo que busco mirarla a los ojos — Audrey no fue precisamente una adolescente calma y mi historial me condena — me explico, creo que no hace falta ponernos en detallistas — No puedo ver a Meerah como una persona… sexualmente activa, tú me entiendes. No quiero que queme etapas o se apresure en crecer, pero no tengo idea de cómo pedirle por favor que no lo haga tan rápido, que no hay necesidad de correr. Y me siento muy… viejo — la imagen no ha cambiado tanto en el espejo, solo las líneas de expresión se han remarcado, pero me reconozco como un hombre aún joven. ¿Por qué entonces siento que todo ya se ha terminado? Me muerdo los labios, esos que acabo tirando hacia un lado en una sonrisa — No sé cómo voy a sobrevivir a esto cuando Mathilda tenga quince. Me agarrará mucho más gruñón y creo que soy muy poco original al decirte que me encantaría que se quede en esa cuna para siempre — es mucho más fácil de cuidar, nadie va a tocarla, nadie le va a romper el corazón ni hacerle sentir incómoda. Es solo la seguridad de casa, de una familia y de mis brazos, todo lo que necesita.
Tengo que apretar mis labios para no reírme en toda su cara al darme esa imagen de su yo adolescente que cambió mucho con los años, el humor pese a la conversación de terror que estamos teniendo, me dura lo suficiente como para levantar mi brazo y hurgar con mis dedos entre sus cabellos, esos que trató de limpiar de la sospecha de estar envejeciendo. —Yo vi un par de canas por aquí— me burlo de él, es inevitable, acabo con mi expedición dándole una caricia en la frente con las puntas de mis dedos y peino hacía atrás el mechón ondulado que siempre le cae sobre el rostro. —¿Eso es lo que te preocupa? ¿Un embarazo adolescente? Puedo decirle de Meerah de ir con un ginecólogo —. ¿Puedo escucharme lo que digo? Por un minuto, ¿puedo oírme? —O una ginecóloga si lo prefieres— aclaro, eso es lo que estoy haciendo, estoy asumiendo no solo la tarea sino también una realidad de la que ambos seremos parte y eso es, aceptar que Meerah está creciendo. ¿Estamos listos para esto? NO. Hasta hace un año no nos imaginábamos de estar viviendo con ella, que seríamos parte de este cuadro familiar en el que todo lo que nos salteemos con la mayor de las niñas de esta casa la estamos viviendo con la menor, como experiencias paralelas que nos abruman y ponen en duda que tan bien lo haremos todo. Y, claro, porque si criar a una bebé y una adolescente no da suficiente emoción a nuestra vida, también está el hecho del trabajo de Hans y que el mundo se esté yendo, lento pero seguro, a la mierda.
—Meerah tiene una personalidad propia, no debes preocuparte que sea una réplica de ti o de Audrey a esa edad— sigo en mi intento de tranquilizarlo, pese a la mentira a medias que es eso. Cualquiera sea la personalidad de cualquier adolescente, esta es la edad para hacer todo lo que está mal, es un hecho, es ley, es la naturaleza misma. Me quedo callada porque a lo que dice después no tengo que decir, estoy hablando a partir de la mirada que hecho a mi propia adolescencia, y fallo al querer ver las cosas desde su perspectiva, caigo en el pánico con él. ¿Eso es lo que hará Meerah? ¿Andará besuqueándose, probando alcohol y drogas, liándose con chicos o chicas de la escuela y empezará a querer probar de qué va el sexo? Y entonces me siento mal. —Tal vez tampoco fuimos un buen ejemplo— el vistazo que echo por encima de mi hombro hacia la bebé en la cuna demuestra mi sentimiento de culpa. De andar con prisas, tomando cada oportunidad para meternos mano debajo de la ropa o arrojándola fuera sin recaudos, sabemos bastante. ¿Eso es lo que le enseñamos a Meerah? ¿De ahí que quiera una adolescencia con tales libertades? Yo misma le dije que defendía a la libertad por sobre todas las cosas, y lamento si tomó mi discurso sobre derechos humanos como bandera de su pubertad. Maldición, todo lo hago mal, eso por no medir lo que sale de mi boca.
—¡No estás viejo, Hans!— me quejo moviéndome debajo de la sábana para ir a picar su estómago con un dedo. —Si vas a empezar a ponerte achacoso tan pronto tendré que ver de buscarme alguien más joven para casarme, no voy a pasarme la luna de miel cuidando de que no te lastimes la cadera— me río al acercarme a sus labios para un beso rápido, ¿ven que somos un mal ejemplo? Y la bebé no los recuerda con un quejido, que todavía no comenzó el horario de protección al menor y ella nos pide un poco de decoro. Giro sobre mi cuerpo para ir a buscarla a su cuna así la devuelvo al sitio al que empezó a acostumbrarse, entre nosotros, interrumpiendo todos los momentos. Saco mis piernas de la cama para traerla a mis brazos y la coloco con cuidado en el hueco que se forma entre las almohadas, su pijama naranja oscuro destacando sobre las sábanas. —Ni siquiera Mathilda te obedece en eso de querer quedarse en su cuna—. Pobre, Hans. Siento que este hombre tan irritable en algún tiempo de mi vida, en ocasiones no me provoca más que pena por la rebeldía a la que se enfrenta con cada miembro de esta familia improvisada. —Puedes abrazarla mientras sigues siendo el hombre más importante de su vida— busco su brazo para cruzarlo encima del cuerpo pequeño, pero regordete de Tilly, y me tiento de hacer un comentario que pueda enfadarlo, —aunque no sé si lo eres, suele pasar mucho tiempo con David y es un chico muy guapo.
También paso mi brazo sobre el cuerpo de la bebé, en mi caso para buscar la mejilla de Hans con mi pulgar que se entretiene allí. —Es solo una etapa, Hans. Y hay que pasarla, cometer muchos errores, todo nos lleva a donde tenemos que estar, con la persona que debemos estar. Se necesita crecer para poder asumir esas decisiones— meto una broma para aligerar la gravedad del asunto, —porque a veces ese que te parecía un idiota molestoso, luego de un tiempo y de pensar bien algunas cosas, pasa a ser el idiota con el que quieres estar— le sonrío y no me distraigo por ese lado. —Meerah está tratando de entender el mundo desde sus propias vivencias, ¿sí? Podemos darle nuestras opiniones, pero no decirle cómo debe ver el mundo— no voy a traicionar la confianza de la chica diciéndole a su padre lo que hablé con ella, estoy tratando de entender toda su repentina oposición hacia él a partir de eso que viene ocurriendo en esta casa como su inesperada amistad con Jim o la pelea de Hans con su hermana. —Y probar un poco de drogas es casi obligatorio para entender el mundo, ya sabes, para saber cómo no se ve— carraspeo, defiendo a Meerah a mi manera de haberla visto por la mñana con los ojos delatores de haber probado algo más que alcohol.
—Meerah tiene una personalidad propia, no debes preocuparte que sea una réplica de ti o de Audrey a esa edad— sigo en mi intento de tranquilizarlo, pese a la mentira a medias que es eso. Cualquiera sea la personalidad de cualquier adolescente, esta es la edad para hacer todo lo que está mal, es un hecho, es ley, es la naturaleza misma. Me quedo callada porque a lo que dice después no tengo que decir, estoy hablando a partir de la mirada que hecho a mi propia adolescencia, y fallo al querer ver las cosas desde su perspectiva, caigo en el pánico con él. ¿Eso es lo que hará Meerah? ¿Andará besuqueándose, probando alcohol y drogas, liándose con chicos o chicas de la escuela y empezará a querer probar de qué va el sexo? Y entonces me siento mal. —Tal vez tampoco fuimos un buen ejemplo— el vistazo que echo por encima de mi hombro hacia la bebé en la cuna demuestra mi sentimiento de culpa. De andar con prisas, tomando cada oportunidad para meternos mano debajo de la ropa o arrojándola fuera sin recaudos, sabemos bastante. ¿Eso es lo que le enseñamos a Meerah? ¿De ahí que quiera una adolescencia con tales libertades? Yo misma le dije que defendía a la libertad por sobre todas las cosas, y lamento si tomó mi discurso sobre derechos humanos como bandera de su pubertad. Maldición, todo lo hago mal, eso por no medir lo que sale de mi boca.
—¡No estás viejo, Hans!— me quejo moviéndome debajo de la sábana para ir a picar su estómago con un dedo. —Si vas a empezar a ponerte achacoso tan pronto tendré que ver de buscarme alguien más joven para casarme, no voy a pasarme la luna de miel cuidando de que no te lastimes la cadera— me río al acercarme a sus labios para un beso rápido, ¿ven que somos un mal ejemplo? Y la bebé no los recuerda con un quejido, que todavía no comenzó el horario de protección al menor y ella nos pide un poco de decoro. Giro sobre mi cuerpo para ir a buscarla a su cuna así la devuelvo al sitio al que empezó a acostumbrarse, entre nosotros, interrumpiendo todos los momentos. Saco mis piernas de la cama para traerla a mis brazos y la coloco con cuidado en el hueco que se forma entre las almohadas, su pijama naranja oscuro destacando sobre las sábanas. —Ni siquiera Mathilda te obedece en eso de querer quedarse en su cuna—. Pobre, Hans. Siento que este hombre tan irritable en algún tiempo de mi vida, en ocasiones no me provoca más que pena por la rebeldía a la que se enfrenta con cada miembro de esta familia improvisada. —Puedes abrazarla mientras sigues siendo el hombre más importante de su vida— busco su brazo para cruzarlo encima del cuerpo pequeño, pero regordete de Tilly, y me tiento de hacer un comentario que pueda enfadarlo, —aunque no sé si lo eres, suele pasar mucho tiempo con David y es un chico muy guapo.
También paso mi brazo sobre el cuerpo de la bebé, en mi caso para buscar la mejilla de Hans con mi pulgar que se entretiene allí. —Es solo una etapa, Hans. Y hay que pasarla, cometer muchos errores, todo nos lleva a donde tenemos que estar, con la persona que debemos estar. Se necesita crecer para poder asumir esas decisiones— meto una broma para aligerar la gravedad del asunto, —porque a veces ese que te parecía un idiota molestoso, luego de un tiempo y de pensar bien algunas cosas, pasa a ser el idiota con el que quieres estar— le sonrío y no me distraigo por ese lado. —Meerah está tratando de entender el mundo desde sus propias vivencias, ¿sí? Podemos darle nuestras opiniones, pero no decirle cómo debe ver el mundo— no voy a traicionar la confianza de la chica diciéndole a su padre lo que hablé con ella, estoy tratando de entender toda su repentina oposición hacia él a partir de eso que viene ocurriendo en esta casa como su inesperada amistad con Jim o la pelea de Hans con su hermana. —Y probar un poco de drogas es casi obligatorio para entender el mundo, ya sabes, para saber cómo no se ve— carraspeo, defiendo a Meerah a mi manera de haberla visto por la mñana con los ojos delatores de haber probado algo más que alcohol.
Tengo que sacudir un poco la cabeza para descartar cualquier preocupación por culpa de las canas, esas que me niego a revisar por temor a ver si en efecto están ahí. A decir verdad, hay una cosa más urgente por la cual preocuparme — ¿No es muy pequeña para eso? — voy a ser sincero, no tengo ni la más pálida idea de cómo funcionan ese tipo de consultas médicas más allá de lo que pude ver durante su embarazo. Meerah aún se me hace muy niña, lo único que sé es que en la lista de compras siempre están incluidas las cosas higiénicas que tiene que usar una vez por mes y ya — Te lo dejo a ti. No quiero meterme en esas cosas — sé que le estoy tirando una pelota gigante para que ella se haga cargo, pero mi hija se sentiría mucho más cómoda tocando esos temas con Lara que conmigo. Y yo también, para variar. Ni hace falta que me diga que Meerah tiene una personalidad propia, cuando está claro por mi cara que su carácter es una de las cosas a las cuales más temo — No creo que nos haya tomado de ejemplo de relación… — No… ¿No?
A pesar del índole de la conversación, se me escapa una risa involuntaria por culpa del pique en mi abdomen, ese que intento detener con mi mano sin mucho éxito — ¡Hablo de que ya no me siento joven como antes! — me explico — Es la falta de aire tóxico de club nocturno, tú me entiendes — la clase de vida que solía tener antes de todo esto, no es necesario aclarar. He cambiado la música y el alcohol por llantos y biberones de manera muy abrupta, creo que es totalmente comprensible. Ni siquiera puedo corresponder un beso como se debe que la bebé ya anda exigiendo atención, lejos estoy de quejarme y solo me acomodo en la cama a sabiendas de que, una vez más, seremos tres en el lecho esta noche. Le dedico a Lara esa clase de sonrisas de labios apretados, en lo que busco cubrir un poco a Tilly con la sábana — Es una pequeña rebelde. Quizá tengo que empezar a castigarla. Menos horas de chupete para ti — amenazo a la bebé, que lo único que puede hacer es sonreír como si me entendiera y estira su manito para apretarme la nariz sin fuerza alguna. Estoy más enfocado en eso, lo suficiente como para ni prestar atención a como Scott acomoda mi brazo, hasta que le echo una mirada helada por encima del cuerpo de nuestra hija — Si despido al chico, caerá sobre tu consciencia — amenazo.
Es fácil relajarse cuando la cama se torna cómoda, en lo que siento las caricias en mi rostro y el movimiento de Mathilda a mi lado, sin entender de lo que hablamos y encontrando entretenimiento en la sábana que puede golpear con sus puños rollizos. Sonrío vagamente ante las buenas intenciones de Scott, esas que no acaban de convencerme porque no puedo imaginar a mi hija enamorada o en pareja a estas alturas, pero no tiene sentido alguno seguir quejándome de ello cuando es obvio que no tengo el poder actual de solucionarlo, sino de intentar hacerme la idea. Triste para mí, no puedo encerrar a mis hijas para siempre en esta casa. La sonrisa no se hubiera borrado si no fuera por ese último comentario — Prefiero tener una charla con ella respecto a las drogas. Puede experimentar con otras cosas, pero no quiero que se descarrile — que si prueba, nadie puede darme la seguridad que no continúe por ese lado. Me obliga al silencio uno de los puños de la bebé, que se agitan hasta tirar de un mechón de mi cabello, ese que intenta alcanzar con tanto énfasis que su cuerpo se va girando hasta quedar de costado — Ey… ¿Crees que pueda darse la vuelta por completo? — pregunto, haciendo una mueca frente a un tirón que podría ser más fuerte, pero que de todos modos se siente como una pequeña molestia — ¿Sabes, Scott? Sigo creyendo que puede sacar tu nariz — sí, es una esperanza un poco ilusa, considerando que las facciones de la niña empiezan a definirse y puedo ver muy bien que su nariz se va ensanchando más que respingando. Mala suerte, no podía ser más perfecta.
A pesar del índole de la conversación, se me escapa una risa involuntaria por culpa del pique en mi abdomen, ese que intento detener con mi mano sin mucho éxito — ¡Hablo de que ya no me siento joven como antes! — me explico — Es la falta de aire tóxico de club nocturno, tú me entiendes — la clase de vida que solía tener antes de todo esto, no es necesario aclarar. He cambiado la música y el alcohol por llantos y biberones de manera muy abrupta, creo que es totalmente comprensible. Ni siquiera puedo corresponder un beso como se debe que la bebé ya anda exigiendo atención, lejos estoy de quejarme y solo me acomodo en la cama a sabiendas de que, una vez más, seremos tres en el lecho esta noche. Le dedico a Lara esa clase de sonrisas de labios apretados, en lo que busco cubrir un poco a Tilly con la sábana — Es una pequeña rebelde. Quizá tengo que empezar a castigarla. Menos horas de chupete para ti — amenazo a la bebé, que lo único que puede hacer es sonreír como si me entendiera y estira su manito para apretarme la nariz sin fuerza alguna. Estoy más enfocado en eso, lo suficiente como para ni prestar atención a como Scott acomoda mi brazo, hasta que le echo una mirada helada por encima del cuerpo de nuestra hija — Si despido al chico, caerá sobre tu consciencia — amenazo.
Es fácil relajarse cuando la cama se torna cómoda, en lo que siento las caricias en mi rostro y el movimiento de Mathilda a mi lado, sin entender de lo que hablamos y encontrando entretenimiento en la sábana que puede golpear con sus puños rollizos. Sonrío vagamente ante las buenas intenciones de Scott, esas que no acaban de convencerme porque no puedo imaginar a mi hija enamorada o en pareja a estas alturas, pero no tiene sentido alguno seguir quejándome de ello cuando es obvio que no tengo el poder actual de solucionarlo, sino de intentar hacerme la idea. Triste para mí, no puedo encerrar a mis hijas para siempre en esta casa. La sonrisa no se hubiera borrado si no fuera por ese último comentario — Prefiero tener una charla con ella respecto a las drogas. Puede experimentar con otras cosas, pero no quiero que se descarrile — que si prueba, nadie puede darme la seguridad que no continúe por ese lado. Me obliga al silencio uno de los puños de la bebé, que se agitan hasta tirar de un mechón de mi cabello, ese que intenta alcanzar con tanto énfasis que su cuerpo se va girando hasta quedar de costado — Ey… ¿Crees que pueda darse la vuelta por completo? — pregunto, haciendo una mueca frente a un tirón que podría ser más fuerte, pero que de todos modos se siente como una pequeña molestia — ¿Sabes, Scott? Sigo creyendo que puede sacar tu nariz — sí, es una esperanza un poco ilusa, considerando que las facciones de la niña empiezan a definirse y puedo ver muy bien que su nariz se va ensanchando más que respingando. Mala suerte, no podía ser más perfecta.
—Hans— tengo que decírselo, tengo que sacarlo de ese error que viene cargando por años y creo que en parte es culpa de ese ego suyo, —no sabes nada de chicas—. ¿Cómo va a preguntarme si Meerah no es muy pequeña para eso? Pequeña es la bebé que está en la cuna, ¡Meerah es una chica! ¡Ya no es una niña! —Cuando recibes tu visita mensual no está mal hacer una primera consulta con un ginecólogo para que te explique por qué te pasa lo que te está pasando y no debes tomarlo como que te estás muriendo desangrada—. No es que yo me haya lanzado sobre el escritorio del sanador a llorarle mi profunda angustia de que a los trece años ya me veía morir, es que yo no iba a aguantarlo cada mes si así tenía que pasar toda la vida. ¡En su momento me creí incapaz de soportarlo! No, no, yo prefería morir joven a sufrir toda la vida. —Y también te habla de sexo, de los métodos que hay en el mercado para prevenir tu temido embarazo adolescente, cosa que tal vez debamos dejarle a un profesionales… no somos…— vuelvo mi mirada a la cuna, las palabras quedan en el aire sin necesidad de que sean dichas. «Un buen ejemplo de nada». Me sentí confiada por años de mis maneras de cuidarme y luego, así como si nada, viene alguien y te olvidas hasta de cuanto da la suma de dos más dos, y eso que Mohini se sentía orgullosa de mi desempeño en matemáticas. Es el mismo riesgo siendo adolescente, la locura que puedes llegar a sentir tan pronto, tan rápido, y que se acaba también, muy rápido.
Al mencionar la razón de su envejecimiento prematura en vez de picarle el estómago, descargo mis nudillos en un golpe suave contra su estómago. —¿Estás nostálgico de tus viejos tiempos?— le pregunto con una ceja arqueada, que los meses desde que nació Mathilda son pocos en el contador y nos espera una larga infancia en el que tendremos que estar a las diez en la casa para hacer dormir a la niña. —Te diría de ir alguna noche— casi que lo sugiero, si a Mo se lo pedimos no pondrá reparos en tener la ocasión de dormir con su nariz pegada al cuello de su nieta, —pero sería terriblemente incómodo que sigas frecuentando los lugares donde tu hija se moverá pronto. Así que quédate tranquilo en tu casa, respirando el aire de pañales sucios— me burlo, creo que la posibilidad de toparse con su hija bastará para que no venga a lamentarse conmigo de todos esos trasnoches que extraña, sé que la vida ha cambiado demasiado para nosotros y espero que en algún momento abandonemos los pensamientos de lo que fue, para poder vernos como lo que somos ahora. Claro que también extraño algunas cosas buenas que ya no podrán ser, siento que no disfruté lo suficiente de tenerlo compartiendo una cama, que debo ceder a mi hija el espacio para que sea quien ocupe toda su atención y es que a su manera, mucho más inocente, ella tampoco es capaz de mantener sus manitos lejos de él. Golpeteo la coronilla de Hans con mis dedos al escuchar la reprimenda a Tilly. —No dejaré que seas un tirano con ella, si quiere saltar cunas, que lo haga. Encima lo hace porque quiere estar contigo— chasqueo mi lengua, el hombre no aprecia el esfuerzo. Si se nota que está loca por él, que ni Dave con toda su belleza y juventud lo puede opacar, disimulo una sonrisa al escuchar su frío enojo.
—Si vas a hablar de drogas con ella, que creo que debes hacerlo, ten cuidado como lo dices… a veces es una manera de oposición— si lo sabré, —y también de problemas que debe estar guardándose, los chicos hacen esas cosas porque a veces están muy enfadados por algo…— ufff, sí lo sabré, es posible que esté proyectando mi adolescencia más de la cuenta en Meerah y de ahí parte mi honesta preocupación por ella. Seré la primera que le diga que no a la idea de querer regalarle un automóvil a los dieciséis, ¡lo sé! ¡eso acaba en desastre! Hospitales, denuncias y chichones en la frente. —Meerah tiene muchos motivos para sentirse enfadada. Su madre se fue, no puede ver a su tía, su padre no le dice que va a casarse y se entera en el peor momento posible porque soy una bocazas…— me giro en la cama en lo que él está entretenido con Tilly, coloco mis manos unidas sobre la panza y miro al techo. —¿Y si me odia? ¿Y si le decimos que quiero adoptarla y me odia? Tal vez todos los consejos que le diga se lo tomará a mal, porque creerá que estoy tratando de imponerme como su madre y no lo soy— ¿también puedo poner mis miedos en esta cama, no? —No sé si podré hacerlo bien como madre de una adolescente, si ni siquiera soy su madre…— ladeo mi cabeza hacia él. —Te hubieras casado con Mohini, ¿ves? Ella sabría que hacer…— bufo, resignada a que por donde se mire, sigo sin ser lo que le conviene y, sin embargo, soy quien tiene una bebé con su nariz. —¿Prefieres una mentira que te haga feliz o la verdad?— bromeo, y en vista de que tal vez no somos muy buenos en esto de entender todavía el proceso de adolescencia de una hija, podemos seguir jugando con la otra como los primerizos que somos. Me siento en la cama para apartar las sábanas y atraigo la bebé hacia mi lado, recostándola de lado para que me mire. —Veamos… llámala tú que te hace más caso.
Al mencionar la razón de su envejecimiento prematura en vez de picarle el estómago, descargo mis nudillos en un golpe suave contra su estómago. —¿Estás nostálgico de tus viejos tiempos?— le pregunto con una ceja arqueada, que los meses desde que nació Mathilda son pocos en el contador y nos espera una larga infancia en el que tendremos que estar a las diez en la casa para hacer dormir a la niña. —Te diría de ir alguna noche— casi que lo sugiero, si a Mo se lo pedimos no pondrá reparos en tener la ocasión de dormir con su nariz pegada al cuello de su nieta, —pero sería terriblemente incómodo que sigas frecuentando los lugares donde tu hija se moverá pronto. Así que quédate tranquilo en tu casa, respirando el aire de pañales sucios— me burlo, creo que la posibilidad de toparse con su hija bastará para que no venga a lamentarse conmigo de todos esos trasnoches que extraña, sé que la vida ha cambiado demasiado para nosotros y espero que en algún momento abandonemos los pensamientos de lo que fue, para poder vernos como lo que somos ahora. Claro que también extraño algunas cosas buenas que ya no podrán ser, siento que no disfruté lo suficiente de tenerlo compartiendo una cama, que debo ceder a mi hija el espacio para que sea quien ocupe toda su atención y es que a su manera, mucho más inocente, ella tampoco es capaz de mantener sus manitos lejos de él. Golpeteo la coronilla de Hans con mis dedos al escuchar la reprimenda a Tilly. —No dejaré que seas un tirano con ella, si quiere saltar cunas, que lo haga. Encima lo hace porque quiere estar contigo— chasqueo mi lengua, el hombre no aprecia el esfuerzo. Si se nota que está loca por él, que ni Dave con toda su belleza y juventud lo puede opacar, disimulo una sonrisa al escuchar su frío enojo.
—Si vas a hablar de drogas con ella, que creo que debes hacerlo, ten cuidado como lo dices… a veces es una manera de oposición— si lo sabré, —y también de problemas que debe estar guardándose, los chicos hacen esas cosas porque a veces están muy enfadados por algo…— ufff, sí lo sabré, es posible que esté proyectando mi adolescencia más de la cuenta en Meerah y de ahí parte mi honesta preocupación por ella. Seré la primera que le diga que no a la idea de querer regalarle un automóvil a los dieciséis, ¡lo sé! ¡eso acaba en desastre! Hospitales, denuncias y chichones en la frente. —Meerah tiene muchos motivos para sentirse enfadada. Su madre se fue, no puede ver a su tía, su padre no le dice que va a casarse y se entera en el peor momento posible porque soy una bocazas…— me giro en la cama en lo que él está entretenido con Tilly, coloco mis manos unidas sobre la panza y miro al techo. —¿Y si me odia? ¿Y si le decimos que quiero adoptarla y me odia? Tal vez todos los consejos que le diga se lo tomará a mal, porque creerá que estoy tratando de imponerme como su madre y no lo soy— ¿también puedo poner mis miedos en esta cama, no? —No sé si podré hacerlo bien como madre de una adolescente, si ni siquiera soy su madre…— ladeo mi cabeza hacia él. —Te hubieras casado con Mohini, ¿ves? Ella sabría que hacer…— bufo, resignada a que por donde se mire, sigo sin ser lo que le conviene y, sin embargo, soy quien tiene una bebé con su nariz. —¿Prefieres una mentira que te haga feliz o la verdad?— bromeo, y en vista de que tal vez no somos muy buenos en esto de entender todavía el proceso de adolescencia de una hija, podemos seguir jugando con la otra como los primerizos que somos. Me siento en la cama para apartar las sábanas y atraigo la bebé hacia mi lado, recostándola de lado para que me mire. —Veamos… llámala tú que te hace más caso.
¿Por qué querría saber cómo funciona exactamente todo ese lado del mundo femenino? Hace tiempo que he aceptado que no soy bueno comprendiendo a las mujeres, creo que por eso el karma ha trabajado para darme dos hijas y ningún varón — No seremos buen ejemplo, pero creo que podemos hablarle de sexo. Si te soy sincero, creo que ibas a esos médicos cuando empezabas a tener relaciones — posiblemente estoy delatando mi enorme grado de ignorancia, pero bien, es un ámbito en el cual jamás me he movido; una vez más, Scott parece ser la persona indicada para llevar la voz cantante en el asunto. Al menos, sabe como sacarle cierto peso a un tema que debería ser incómodo como mi añoranza por la juventud, hasta que levanto un dedo en alto — Aún tengo tiempo. Muchos de los lugares que frecuentaba eran para mayores de veinticinco — creo que no hace falta aclarar absolutamente nada. ¡Y aún Meerah no llega a la mayoría de edad!
Sonrío vagamente por ese golpecito, desviando los ojos de los cachetes gordos de la bebé en su dirección por un momento, que puedo ser un tirano con la gorda solo por unos segundos hasta que ella se ría con sus sonidos burbujeantes, quitándome todo rastro de autoridad. Esa alegría es absorbida por la preocupación que me produce mi hija mayor, quien se asegura todos los días de generarme una nueva duda en lo que me pregunto para mis adentros qué es lo que exactamente la tiene enfadada. ¿Es por lo de Phoebe? ¿Es tan difícil de comprender? No suelto las dudas, porque Lara se encarga de dejar otras sobre el colchón y me veo obligado a pasar mi brazo de manera que puedo acariciar el suyo, dándole un apretón — No necesito a Mo para saber que he elegido bien — murmuro, mi sonrisa busca darle al menos una pequeña dosis de consuelo — Meerah no podría odiarte y estoy seguro de que ella no necesita una madre como tal, sino a alguien que más allá del título, cuide de ella y sea un buen ejemplo. Tienes tus cosas… — me permito bromear con vaga malicia — Pero creo que eres la mejor imagen femenina que puedo darle. Estará feliz, ya lo verás.
No tanto lo estará Mathilda, que cuando crezca y empiece a reprocharme su aspecto, se dará cuenta de que el ADN ha decidido no jugar a su favor. Resoplo con resignación y me quedo con la verdad que ya sé, picando con sumo cuidado la naricita de la bebé — La nariz y no el cabello, lo lamento mucho, Tilly. Con suerte heredarás mi cerebro — y algo me dice que esos pómulos redondos podrían marcarse como los míos. Se me pierde cuando Scott la atrae hacia ella, su reto es suficiente como para que empuje los dramas a un lado y hasta me acomodo en la cama, teniendo una mejor visión de la lechona — Eso es porque es una nena de papá. ¿O no es así, Tilly? — le chisto, repitiendo su nombre una vez más en lo que ella se remueve, agitando sus extremidades — Vamos, Mathilda. Si te portas bien, te compraré el sonajero de puff que tanto te llamó la atención el otro día en la tienda — dudo que sea mi soborno el que funcione, sino su instinto el que la lleva a girarse. Me mira, sí, pero se entretiene más levantando sus piecitos y agarrándolos en un intento de llevárselos a la boca. Es una imagen tan simple que lo único que puedo hacer es acercarme a ella, acurrucando su cuerpo pequeño contra mi pecho en lo que mi nariz rosa su cabecita oscura — Ya conseguiré que tú sí me escuches, lo prometo — es lo único con lo que puedo bromear ahora, que el mundo es demasiado grande como para prometer otra clase de fantasías.
Sonrío vagamente por ese golpecito, desviando los ojos de los cachetes gordos de la bebé en su dirección por un momento, que puedo ser un tirano con la gorda solo por unos segundos hasta que ella se ría con sus sonidos burbujeantes, quitándome todo rastro de autoridad. Esa alegría es absorbida por la preocupación que me produce mi hija mayor, quien se asegura todos los días de generarme una nueva duda en lo que me pregunto para mis adentros qué es lo que exactamente la tiene enfadada. ¿Es por lo de Phoebe? ¿Es tan difícil de comprender? No suelto las dudas, porque Lara se encarga de dejar otras sobre el colchón y me veo obligado a pasar mi brazo de manera que puedo acariciar el suyo, dándole un apretón — No necesito a Mo para saber que he elegido bien — murmuro, mi sonrisa busca darle al menos una pequeña dosis de consuelo — Meerah no podría odiarte y estoy seguro de que ella no necesita una madre como tal, sino a alguien que más allá del título, cuide de ella y sea un buen ejemplo. Tienes tus cosas… — me permito bromear con vaga malicia — Pero creo que eres la mejor imagen femenina que puedo darle. Estará feliz, ya lo verás.
No tanto lo estará Mathilda, que cuando crezca y empiece a reprocharme su aspecto, se dará cuenta de que el ADN ha decidido no jugar a su favor. Resoplo con resignación y me quedo con la verdad que ya sé, picando con sumo cuidado la naricita de la bebé — La nariz y no el cabello, lo lamento mucho, Tilly. Con suerte heredarás mi cerebro — y algo me dice que esos pómulos redondos podrían marcarse como los míos. Se me pierde cuando Scott la atrae hacia ella, su reto es suficiente como para que empuje los dramas a un lado y hasta me acomodo en la cama, teniendo una mejor visión de la lechona — Eso es porque es una nena de papá. ¿O no es así, Tilly? — le chisto, repitiendo su nombre una vez más en lo que ella se remueve, agitando sus extremidades — Vamos, Mathilda. Si te portas bien, te compraré el sonajero de puff que tanto te llamó la atención el otro día en la tienda — dudo que sea mi soborno el que funcione, sino su instinto el que la lleva a girarse. Me mira, sí, pero se entretiene más levantando sus piecitos y agarrándolos en un intento de llevárselos a la boca. Es una imagen tan simple que lo único que puedo hacer es acercarme a ella, acurrucando su cuerpo pequeño contra mi pecho en lo que mi nariz rosa su cabecita oscura — Ya conseguiré que tú sí me escuches, lo prometo — es lo único con lo que puedo bromear ahora, que el mundo es demasiado grande como para prometer otra clase de fantasías.
—No, eso es lo peor que puedes hacer. Si vas al sanador al comenzar a tener relaciones, quiere decir que vas porque ya metiste la pata y no crees tener suerte la próxima vez— le muestro una sonrisa al decirlo, riéndome de lo distinto que vemos algo tan simple como esto, si bien de por sí la situación no tiene nada de graciosa, ¡que estamos dejando no tan implícito que Meerah podría comenzar su vida sexual! ¿Y queremos pensar en eso? No, él ya dijo que se niega a pensarlo. Son ideas que la mente rechaza, cuesta imaginarlo posible. ¿Qué sigue después? ¿Qué nos pongamos pudorosos delante de la gente? ¿Qué andemos con batas de felpa? ¿Por qué creo que así es como acabaremos dentro de cinco años? Cuando Mathilda tenga edad para estar sola en su propia habitación y no necesite estar metiéndose en nuestra cama, creo que me habré acostumbrado a esto de no hacer otra cosa más que hablar con él entre las sábanas. — Me acaba de dar un miedo muy estúpido— digo, mis manos sobre mi pecho como debe ser para darme este semblante serio, porque soy la reina de los miedos tontos. —¿Qué haré si a veces ya no me da ganas de tener sexo contigo y… no sé, quiera solo que hablemos?— pregunto al ladear mi rostro sobre la almohada. —Suena raro, ¿no? Viniendo de nosotros—. ¿Es así? ¿Tu hija mayor comienza con esas y tu propia vida sexual se interrumpe de pronto? Sigo pensando que somos muy jóvenes para eso, lo miro esperando su respuesta, aunque ya creo tener la mía para entender lo que pasó.
Cubro mi cara con los brazos al saber lo que se espera de mí como presencia en la vida de Meerah. —Soy un mal ejemplo en todo, Hans. Seré un pésimo ejemplo para ella— me quejo contra mi piel, así que mi voz sale amortiguada entre los espacios que encuentra. Los aparto para volver a comportarme como una adulta y no caer en el pánico de mi vieja inmadurez. —Pero la cuidaré, sabes que la cuidaré como nadie— se lo prometo, con el peso de saber que por cuidarla también le debo cierta confianza y hay cosas que nunca podré llegar a hablarlo con él, también debe saberlo, no lo dice y lo sabe, su hija me dirá a mí esas cosas que él no puede preguntarle y yo tendré que ver como acomodo todo dentro de mí. Por fuera lo único que haré será asegurarme que Meerah no se aparte de nosotros. Me falta tanto para saber qué hacer con una adolescente, jugar con una bebé es la distracción que necesitamos mientras seguimos masticando preocupaciones. Había pensado que los quince era la edad de la transición, cuando no sabemos si eres niño o grande. Los treinta nos tratan casi igual, nos siento jóvenes de ratos y todavía con nuestros rasgos infantiles, y otros ratos estamos contando las canas de Hans. —¡Oye! ¡Sé matemáticas! Con suerte heredará mi cerebro— me quejo, cruzo el espacio que dejamos para la bebe con mi brazo para descargar mi puño en su hombro. Es pronto para saber qué será de ella, las elecciones que hará, hay momentos en los que quiero pensar que su padre le dará la misma libertad que yo de poder elegir, tal vez para cuando eso suceda, el mundo sea distinto.
Meneo la cabeza cuando el juego acaba porque los dos no pueden estar sin hacerse arrumacos, hasta finjo exasperación al rodar los ojos, dándolos por un caso perdido. Vuelvo a tumbarme sobre el colchón y mi cabeza se hunde en la almohada. —Vas a malcriarla así— le reprocho, como si yo no hubiera sido una niña de consentida de papá. ¡Ahí está! ¡Soy un claro ejemplo de cómo crecen esas niñas! —Y luego tu ego peleará con su ego, ¿sabes?— me burlo de él, algo me dice que para cuando Tilly tenga la edad de Meerah, entre ambas se habrán encargado de domesticar el ego de su padre. —Entonces… si ambos le hablamos a Meerah sobre el sexo y sus cuidados, si la llevo al ginecólogo, si tú le hablas de drogas, luego de eso… ¿podemos decirle que invite a sus amigos de anoche para que la próxima fiesta sea aquí? Puede ser en la piscina, así no rompen nada dentro. Servirá para ir memorizando rostros y conociendo algunos nombres… o sino es esperar a que Tilly crezca un poco más y luego le pidamos que nos cuente lo que escuche que hablan Meerah y Maeve— que tal vez no sea buena idea, porque si menciona alguno de los nombres que me dijo la vez pasada, estaremos en problemas. Pero invitar a un par de chicos del Capitolio o estos distritos no es mala idea, ¿no? Es solo Meerah moviéndose en el ambiente y entre adolescentes que menos problemas le traerán, y por como estamos, no estamos para problemas.
Cubro mi cara con los brazos al saber lo que se espera de mí como presencia en la vida de Meerah. —Soy un mal ejemplo en todo, Hans. Seré un pésimo ejemplo para ella— me quejo contra mi piel, así que mi voz sale amortiguada entre los espacios que encuentra. Los aparto para volver a comportarme como una adulta y no caer en el pánico de mi vieja inmadurez. —Pero la cuidaré, sabes que la cuidaré como nadie— se lo prometo, con el peso de saber que por cuidarla también le debo cierta confianza y hay cosas que nunca podré llegar a hablarlo con él, también debe saberlo, no lo dice y lo sabe, su hija me dirá a mí esas cosas que él no puede preguntarle y yo tendré que ver como acomodo todo dentro de mí. Por fuera lo único que haré será asegurarme que Meerah no se aparte de nosotros. Me falta tanto para saber qué hacer con una adolescente, jugar con una bebé es la distracción que necesitamos mientras seguimos masticando preocupaciones. Había pensado que los quince era la edad de la transición, cuando no sabemos si eres niño o grande. Los treinta nos tratan casi igual, nos siento jóvenes de ratos y todavía con nuestros rasgos infantiles, y otros ratos estamos contando las canas de Hans. —¡Oye! ¡Sé matemáticas! Con suerte heredará mi cerebro— me quejo, cruzo el espacio que dejamos para la bebe con mi brazo para descargar mi puño en su hombro. Es pronto para saber qué será de ella, las elecciones que hará, hay momentos en los que quiero pensar que su padre le dará la misma libertad que yo de poder elegir, tal vez para cuando eso suceda, el mundo sea distinto.
Meneo la cabeza cuando el juego acaba porque los dos no pueden estar sin hacerse arrumacos, hasta finjo exasperación al rodar los ojos, dándolos por un caso perdido. Vuelvo a tumbarme sobre el colchón y mi cabeza se hunde en la almohada. —Vas a malcriarla así— le reprocho, como si yo no hubiera sido una niña de consentida de papá. ¡Ahí está! ¡Soy un claro ejemplo de cómo crecen esas niñas! —Y luego tu ego peleará con su ego, ¿sabes?— me burlo de él, algo me dice que para cuando Tilly tenga la edad de Meerah, entre ambas se habrán encargado de domesticar el ego de su padre. —Entonces… si ambos le hablamos a Meerah sobre el sexo y sus cuidados, si la llevo al ginecólogo, si tú le hablas de drogas, luego de eso… ¿podemos decirle que invite a sus amigos de anoche para que la próxima fiesta sea aquí? Puede ser en la piscina, así no rompen nada dentro. Servirá para ir memorizando rostros y conociendo algunos nombres… o sino es esperar a que Tilly crezca un poco más y luego le pidamos que nos cuente lo que escuche que hablan Meerah y Maeve— que tal vez no sea buena idea, porque si menciona alguno de los nombres que me dijo la vez pasada, estaremos en problemas. Pero invitar a un par de chicos del Capitolio o estos distritos no es mala idea, ¿no? Es solo Meerah moviéndose en el ambiente y entre adolescentes que menos problemas le traerán, y por como estamos, no estamos para problemas.
Creo que eso es lo primero que ha dicho en toda la noche que me hace reír con fuerza — Scott, odio decírtelo, pero dudo mucho el tener la capacidad alguna vez de sacarte las manos de encima. ¿O a ti ya se te fueron las ganas? — la manera en la que arrugo el rostro y abro los ojos demuestra un falso dolor, como si me estuviera hiriendo en lo más profundo de mi ser. Se me va todo el acting con sus miedos, ante los que hago un ruidito con mi lengua — Que la cuides es lo único que me interesa. Es lo que Meerah necesita en todo este lío — que allá afuera las cosas se ponen locas y aquí dentro ella está creciendo, a sabiendas de que encontrar quién quieres ser es demasiado complicado como para hacerlo en un mundo inestable. No tanto como nuestras conversaciones, que suben y bajan con una rapidez a la que, espero, ya me he acostumbrado — Ser bueno con los números no significa ser inteligente, significa tener facilidad en cierta área y ya. Hay cosas que dicen mucho más de la capacidad intelectual de una persona que las matemáticas — aclaro, sonriendo vagamente en lo que me burlo de ella con un golpecito en la frente de mis dedos.
Sí, voy a malcriarla así, lo haré porque con ella tengo la oportunidad y Meerah ya no querrá pasar tiempo conmigo, asi que será su hermana la que sufra de mi presencia hasta que se aburra de mí. Además, jamás se queja de que la llene de mimos, es muy fácil entretenerla cuando no está loca por un berrinche de esos que se tira cuando tiene hambre — ¿Celosa, Scott? ¿De que me acurruque con otra en nuestra cama? — le muevo las cejas como si la estuviera retando, en lo que mis ojos siguen puestos en ella a pesar de rozar mis labios en la mejilla regordeta de la bebé. Se me va lo burlón cuando insulta mi ego y ruedo los ojos, me resigno a que quizá deba hacerle caso en algo como esto y me giro nomas para poder apagar la luz. Los movimientos de Tilly continúan en la cama, pero no me impiden el cubrirnos a ambos mejor con la sábana — Para cuando Mathilda tenga la capacidad de funcionar como espía, puede ser que ya sea demasiado tarde — dramatizo — Una reunión en casa no me parece mal. Además, si Maeve no es la susodicha en cuestión, voy a poder medir el valor de sus amigos en base a sus actitudes. Los adolescentes son fáciles de leer — ¿Es mucho el planear una charla en su escuela solo por meterme en su territorio? No, no quieres ir ahí.
Es cuando me acomodo mejor para irnos a dormir, que me percato que las manos de Tilly me tocan desde un ángulo diferente. Mis ojos tienen que acostumbrarse a la oscuridad y acabo tanteando hasta que doy con su espaldita, lo que me produce una extraña y patética emoción — Creo que se ha girado sola — sí… ¡Lo ha hecho! ¡Que me está babeando los dedos, por los cuales se arrastra con mucha dificultad! — ¿Quién es la bebé más lista de todo NeoPanem? ¡Sí, tú lo eres! — porque si voy a verlas crecer a pasos agigantados, tendré que ser quien las felicite por sus aciertos y las sostenga para evitar que caigan demasiado fuerte.
Sí, voy a malcriarla así, lo haré porque con ella tengo la oportunidad y Meerah ya no querrá pasar tiempo conmigo, asi que será su hermana la que sufra de mi presencia hasta que se aburra de mí. Además, jamás se queja de que la llene de mimos, es muy fácil entretenerla cuando no está loca por un berrinche de esos que se tira cuando tiene hambre — ¿Celosa, Scott? ¿De que me acurruque con otra en nuestra cama? — le muevo las cejas como si la estuviera retando, en lo que mis ojos siguen puestos en ella a pesar de rozar mis labios en la mejilla regordeta de la bebé. Se me va lo burlón cuando insulta mi ego y ruedo los ojos, me resigno a que quizá deba hacerle caso en algo como esto y me giro nomas para poder apagar la luz. Los movimientos de Tilly continúan en la cama, pero no me impiden el cubrirnos a ambos mejor con la sábana — Para cuando Mathilda tenga la capacidad de funcionar como espía, puede ser que ya sea demasiado tarde — dramatizo — Una reunión en casa no me parece mal. Además, si Maeve no es la susodicha en cuestión, voy a poder medir el valor de sus amigos en base a sus actitudes. Los adolescentes son fáciles de leer — ¿Es mucho el planear una charla en su escuela solo por meterme en su territorio? No, no quieres ir ahí.
Es cuando me acomodo mejor para irnos a dormir, que me percato que las manos de Tilly me tocan desde un ángulo diferente. Mis ojos tienen que acostumbrarse a la oscuridad y acabo tanteando hasta que doy con su espaldita, lo que me produce una extraña y patética emoción — Creo que se ha girado sola — sí… ¡Lo ha hecho! ¡Que me está babeando los dedos, por los cuales se arrastra con mucha dificultad! — ¿Quién es la bebé más lista de todo NeoPanem? ¡Sí, tú lo eres! — porque si voy a verlas crecer a pasos agigantados, tendré que ser quien las felicite por sus aciertos y las sostenga para evitar que caigan demasiado fuerte.
—No del todo— contesto con una media sonrisa, —pero estoy descubriendo que me gusta hablar contigo, temo que se vuelva igual de adictivo a querer acostarme contigo. Creo que empiezas a parecerme un sujeto agradable, Hans Powell— bromeo, ¿no éramos de los que no podían hablar porque cualquier comentario acababa en discusión? ¿Qué hace cinco o seis años era quien ponía excusa para no atenderle llamadas? Y su voz se ha vuelto familiar, como un abrazo por detrás de la espalda antes de dormir o al despertar, la reconozco donde sea y también entre sueños. El silencio se vuelve insoportable en la habitación si no está, no creía poder dejar que la voz de alguien llene todos mis espacios y que se volviera necesario escucharla cada día. Tan necesario como esta normalidad extraña en la que tratamos de entender cómo ser padres de dos hijas, cuya adolescencia y cerebro está en discusión. —Está demostrado que el conocimiento en matemáticas influye en muchos aspectos de las personas, la música por ejemplo es algo vinculado a las matemáticas, por mucho que se diga que estas y las artes no van unidas— lo contradigo, claro que lo hago, tampoco es que hayamos perdido todas las mañanas. —La inteligencia real tiene mucho que ver con la capacidad de adaptarse a los cambios, esa es la única que espero que herede de nosotros.
Me apropio de mi lado de la cama y le doy la espalda a ambos para abrazar a mi almohada cuando me acusa de celar su trato con nuestra hija. —Es un descaro de tu parte, la verdad— refunfuño contra la tela, —espero que esos hábitos se te quiten cuando nos casemos—. Cuando reacomoda las sábanas, la sujeto de un extremo con mis manos para tirar con fuerza y que no quede nada para ellos. Con tanta tela en mis brazos me giro al escuchar que acepta la idea de una fiesta, una lástima que el frío esté tan cerca, porque la piscina de esta casa no se ha usado más que para que Tilly moje sus pies con el cisne inflable. También oigo su felicidad en medio de la oscuridad y tengo que sonreír pese a mi enfado infantil, es increíble cómo suena su voz para admirar los logros de una bebé cuando no puedo ver con mis ojos esa sonrisa amplia en su cara que se me hace tan fácil imaginar. Cruzo mi brazo encima de la bebe para acariciar con mi pulgar donde sé que está su comisura, y hago que la bebé se acurruque en el mínimo espacio que queda entre nuestros cuerpos al acercarme para besarlo, luego bajo hasta la frente de Tilly. —Dejen de manosearse y duerman, que si no me iré con Meerah y nos estaremos contando secretitos hasta el amanecer por los que después me tendrán que rogar que les revele. No me hagan sentir que sobro en esta cama— les reprendo a ambos, arrimando mi cuerpo que la niña quede en el medio de nuestro abrazo.
Me apropio de mi lado de la cama y le doy la espalda a ambos para abrazar a mi almohada cuando me acusa de celar su trato con nuestra hija. —Es un descaro de tu parte, la verdad— refunfuño contra la tela, —espero que esos hábitos se te quiten cuando nos casemos—. Cuando reacomoda las sábanas, la sujeto de un extremo con mis manos para tirar con fuerza y que no quede nada para ellos. Con tanta tela en mis brazos me giro al escuchar que acepta la idea de una fiesta, una lástima que el frío esté tan cerca, porque la piscina de esta casa no se ha usado más que para que Tilly moje sus pies con el cisne inflable. También oigo su felicidad en medio de la oscuridad y tengo que sonreír pese a mi enfado infantil, es increíble cómo suena su voz para admirar los logros de una bebé cuando no puedo ver con mis ojos esa sonrisa amplia en su cara que se me hace tan fácil imaginar. Cruzo mi brazo encima de la bebe para acariciar con mi pulgar donde sé que está su comisura, y hago que la bebé se acurruque en el mínimo espacio que queda entre nuestros cuerpos al acercarme para besarlo, luego bajo hasta la frente de Tilly. —Dejen de manosearse y duerman, que si no me iré con Meerah y nos estaremos contando secretitos hasta el amanecer por los que después me tendrán que rogar que les revele. No me hagan sentir que sobro en esta cama— les reprendo a ambos, arrimando mi cuerpo que la niña quede en el medio de nuestro abrazo.
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