The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Hay pocas cosas que sean tan certeras como la muerte. Toda persona sabe que llegados a un punto determinado, su vida acabará consumiéndose hasta convertirse en polvo, no hay ninguna duda de ello, nadie lo discute, es una ley universal. Lo que uno no conoce es cómo va a irse de este mundo concretamente, cuándo llegará el momento en el que una figura encapuchada, si nos fiamos de lo que cuentan las historias, robe el último respiro, ni siquiera el por qué, que es la pregunta más fácil de responder, de ella no es posible sacar una explicación congruente acerca de lo que significa el morir. Se puede morir de enfermedad, de vejez, por accidente, por traición, por que alguien decidió que la vida del otro ya no vale nada… Hay tantas formas de poner un pie al otro lado de la línea, que resulta incoherente como algo tan seguro, algo tan fijo entre todas las incertidumbres que recorren los caminos, pueda llegar a ser también lo que lleve a lo más desconocido que existe. No se conoce nada, absolutamente nada, sobre la muerte, y aun así es acertado el pensamiento de que es el destino que espera a todos los que viven. Es el precio de respirar aire, se supone, porque no es infinito, no como otras tantas cosas que gustaría pensar que lo son.

Es madrugada de una noche fría de finales de otoño, como es costumbre desde hace varios días a pesar de no tener conciencia del tiempo en este paralelismo, llueve. Las gotas de agua rompen estrepitosamente contra los amplios ventanales, no dejando entrever lo que ocurre al otro lado del cristal. Tampoco tendría sentido asomarse, la propia casa está situada en el limbo del sueño e intentar observar el exterior sería como tratar de gritar bajo el agua. La escena que importa está teniendo lugar dentro de una de las habitaciones, una niña que no puede tener más de cinco años aparece con la cabeza despeinada por la puerta del cuarto de sus padres. No es difícil reconocer la expresión de terror en su rostro, tampoco lo es el adivinar que cualquier niño de su edad tendría miedo de la tormenta. La diferencia es que esta no tiene miedo de la lluvia, sino de lo que la misma provoca en su cabeza cuando cierra los ojos. Su madre dice que es solo una pesadilla, repite que es normal tenerlas cuando el cielo está tan oscuro que es imposible ver las estrellas, le recuerda que por eso pegaron las pequeñas luces con la misma forma sobre su techo, para que pueda encontrar consuelo en ellas. — Me ahogo, mamá, me estoy ahogando con agua, quema por dentro. — la madre toma los balbuceos como una respuesta normal, siendo que su hija todavía nada con manguitos. Lo que no comprende es lo que la niña no es capaz a expresar con palabras, porque todavía no las ha aprendido. Que no se ahoga porque no sepa nadar, se ahoga porque ella misma está tragando demasiada agua, es quién se está obligando a ahogarse, incluso cuando al hacerlo su garganta se siente como un incendio que no puede apagar por mucha agua que ingiera. Y es que es entonces posible… ¿que no sea agua?

El escenario ha cambiado un poco. No es la mujer rubia la que toma protagonismo junto a la figura de la misma niña, un par de años más tarde, porque la misma ya no forma parte de la imagen. Es su hermano mayor, quien está concentrado observando algo que la cabeza morena no tiene la oportunidad de distinguir. — ¿A quién miras? — le pregunta parándose a su lado, es entonces cuándo ella sea fija en otra mujer a un segundo plano, está de espaldas y no se le puede ver el rostro, pero su hermano no tarda en identificarla. De forma acusatoria, se dirige hacia la menor con cara de pocos amigos. — ¡Esa no soy yo! Estás diciendo boberías, Hans, ¿no ves que yo estoy aquí? ¡Cómo voy a estar en dos lugares a la vez! — se defiende ella, obviamente enfadada porque no puede hacer a su hermano entrar en razón, él se mantiene firme en su posición, la culpa de mentirosa por fingir ser alguien que no es, e incluso señala a la mujer de espaldas a forma de recriminación. — ¡No me digas mentirosa! ¡Te lo demostraré! — la niña tiene intención de acercarse, de hecho lo intenta, pero los pasos que da en dirección a la figura morena de extraño parecido, a pesar de no moverse de su lugar, parece estar a un kilómetro más de distancia con cada paso que se acerca. Obviamente enojada con eso, con la única verificación que poseía inalcanzable, se gira hacia su hermano con las lágrimas en los ojos. Solo que ya no es su hermano el que está su lado, tampoco el parque donde se encontraban pasa a ser parte del ambiente, sino un espejo de pie sobre una sala cuyas paredes son de blanco impoluto. Lo que refleja el espejo es la mujer de la que antes la niña se había quejado porque su hermano la incriminaba. ¿Cómo es posible? Es lo que se pregunta ella, si en ningún momento se ha movido de su lugar. Bien, muchas veces, las cosas no son verdaderamente lo que parecen.

Escoge. La palabra se repite una y otra vez, salida de la nada, como un eco repetitivo dentro de la cabeza de alguien. Concretamente, es fácil adivinar dentro de qué cabeza nos encontramos. Escoge. Suena otra vez. Es insistente a pesar de no presentarse como una fuerza capacitada para tener ese efecto sobre alguien. Muchos dirían que es peor, el tener que decidir uno mismo la opción que tomar, en especial cuando no tienes ni idea de lo que estás escogiendo. Es eso lo que ocurre, sabe que es importante, que tiene que tomar una decisión antes de que sea demasiado tarde, se le agota el tiempo. Sería más fácil tirar una moneda, esperar a que el sonido del metal chocando contra el suelo decida cuál será la elección de preferencia, sería como dejarlo a manos del destino. ¿Por qué no hacerlo otra vez más? Es lo que la voz repetitiva se pregunta, es lo que quiere, lo ha hecho toda la vida, siempre ha sido prisionera del azar, serlo en una ocasión más no tiene por qué importarle, sería lo justo, dice. Claro, lo que ocurre es que no se trata solo de su camino, y a la vez sí, porque todavía forma parte de ella. Por eso se le acaba el tiempo, lo extiende hasta que no tiene el poder de tomar lo que le corresponde y hacerlo una decisión suya, esperó demasiado tiempo. Ahora, sea cuando sea en que se presente, si es que lo hace en algún momento, será cuestión de lo que decidan otros. Eso asusta, por supuesto, no es fácil dejar la vida en manos de otros.


Para cuando despierto me cansaría de enumerar todas las partes de mi cuerpo que se encuentran bañadas en sudor. Mi espalda y mis manos son las que primero siento, utilizo las últimas para darme cuenta de que mi frente también está chorreando en lo que trato de calmar mi respiración, ayuda también a devolver la velocidad normal a mi corazón. Sigo sintiendo las palpitaciones apresuradas sobre mi pecho cuando tengo la fuerza suficiente como para sentarme en la cama, dejando mis piernas caer por un extremo. Muevo mi cuello como si fuera a hacerme un favor y liberar la tensión del mismo, es un esfuerzo inútil y termino por girar la cabeza hacia Charlie, tan dormido que me pregunto si no seguiré dentro del sueño. Es obvio que no, aunque por la ventisca de fuera cualquiera diría que no. Es un error cuando me dirijo hacia el baño, abro el grifo con intenciones de mojar mis palmas para limpiar mi frente y nuca, cuando probablemente sería mejor darme una ducha. No son horas. No trago saliva porque tengo la garganta seca, pero hago el movimiento de todas formas. Es estúpido preguntarme lo que acaba de pasar, cuando lo he vivido demasiadas veces como para negar cómo se siente. Pero no puede ser una predicción, cuando no hay imágenes que mostrar al tener los ojos despiertos. A no ser que, llegados un momento, la única aspiración de mi propio vaticinio sea fundirme con el negro persistente y frío que se acumula en mis pulmones, que se extiende desde mi corazón al resto del cuerpo por las arterias como veneno, hasta que me rompo en un millón de pedazos, tan frágiles como que nunca sostuve la vida sin cortarme antes, solo que no sabía que lo que cortaba, era yo misma. Esperaba una imagen certera, esa es la que obtengo cuando observo mi reflejo en el espejo.
Phoebe M. Powell
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We circle through the night, consumed by fire — os AKdsFhN
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