OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Respiro hondo, me digo que no debo caer en pánico porque la niñera de Tilly no me haya contestado el mensaje de los últimos cinco minutos, debe estar cambiándola o preparándole otro biberón. Aunque ¡no es horario para otro biberón! Mando un segundo mensaje al que todavía no leyó para decirle que no arme otro. En un tercero le explico que no es bueno que tome tan de seguido, en un cuarto le pregunto si están bien con muchos signos de pregunta. Y estoy abriendo un mensaje nuevo para mandárselo a Hans diciéndole que Maeve no me contesta, cuando recibo una respuesta de la muchacha que me calma. Tener que cuidar de una hija a la distancia es más estresante que esta ecuación sobre relatividad y ondas mágicas de influencia en ciertas coordenadas del mapa de planetas que llenan una de las salas. Masajeo mi frente para tranquilizar mis nervios de la primera semana sin estar con los ojos puestos sobre Tilly y trato de concentrarme en delimitar estas dimensiones amorfas en el espacio.
Aprovecho la hora del almuerzo para despejarme, lo que necesito es lograr que mi mente vuelva a centrarse en el trabajo como lo hacía antes, fuera toda noción del tiempo y de preocupaciones sobre las que no tengo control alguno. Casi lo consigo cuando el escalofrío de reconocimiento recorre mis brazos y la figura al final del pasillo puedo reconocerla con cada paso que da, colocándola más cerca, como la zorra de Abbey. Así una no puede concentrarse en nada, menos relajarse. Asumo mi habitual postura combativa de cruzar mis brazos al frente, enderezando mi espalda para verme –ojalá- dos centímetros más alta, si no es mucho pedir. No la he visto con su cara tan cerca de mi mano como para que sea tan fácil abofetearla, desde que se nos comunicó del cambio de dueños en el taller del distrito seis a los mecánicos que trabajamos para que ese sitio funcionara, pasamos a ser entonces simples empleados. Maldigo entre dientes, como lo vengo haciendo desde entonces, el haber querido salvar ese lugar empeñándolo a una bruja codiciosa que tuvo el dinero justo para ayudarnos en ese momentos y tomar ventaja de eso después. No todos se fueron como yo, dando un portazo sonoro. Y eso también me molestar, haber masticado rabia en soledad.
Rabia que trato de reprimir cuando me paro inmóvil como un obstáculo en su camino, así no puede simplemente pasar de largo. —Tiempo sin vernos, Abbey. ¿Tienes un momento para platicar o vas a prisa para chupar el alma de alguien?— pregunto con una ceja arqueada, porque cuando no salgo directo a la yugular, se me da esto de azuzar con poca gracia. Al parecer ese talento que tiene para la vida, lo pone ahora también a servicio de Magnar Aminoff, porque al parecer las promesas de seguridad a mi familia pasan también por su escritorio y me jode que vuelva a tener el control sobre un aspecto de mi vida. No me queda duda de que a sus ojos somos insignificantes, a mí me inspira sentimientos muy distintos, soy muy consciente de su presencia y su respiración en la nuca, incluso teniéndola de frente. —Lo del taller fue una putada con tu firma, pero… supongo que gracias. Dio lugar a cosas mejores— sacudo mis hombros, después de todo, replantearme mi trabajo como mecánica ayudó a que me postule como inefable y me sacó del distrito seis que se había vuelto una zona de confort que me tiraba de los pies para mantenerlo en el mismo sitio, impidiéndome ver más allá de la costumbre y lo conocido. Quiero pensarlo como que tengo una mayor capacidad de sobreponerme a las circunstancias de lo que creía y no hay zorra, por oportunista que sea, que me tire al pozo y me haga quedarme ahí.
Aprovecho la hora del almuerzo para despejarme, lo que necesito es lograr que mi mente vuelva a centrarse en el trabajo como lo hacía antes, fuera toda noción del tiempo y de preocupaciones sobre las que no tengo control alguno. Casi lo consigo cuando el escalofrío de reconocimiento recorre mis brazos y la figura al final del pasillo puedo reconocerla con cada paso que da, colocándola más cerca, como la zorra de Abbey. Así una no puede concentrarse en nada, menos relajarse. Asumo mi habitual postura combativa de cruzar mis brazos al frente, enderezando mi espalda para verme –ojalá- dos centímetros más alta, si no es mucho pedir. No la he visto con su cara tan cerca de mi mano como para que sea tan fácil abofetearla, desde que se nos comunicó del cambio de dueños en el taller del distrito seis a los mecánicos que trabajamos para que ese sitio funcionara, pasamos a ser entonces simples empleados. Maldigo entre dientes, como lo vengo haciendo desde entonces, el haber querido salvar ese lugar empeñándolo a una bruja codiciosa que tuvo el dinero justo para ayudarnos en ese momentos y tomar ventaja de eso después. No todos se fueron como yo, dando un portazo sonoro. Y eso también me molestar, haber masticado rabia en soledad.
Rabia que trato de reprimir cuando me paro inmóvil como un obstáculo en su camino, así no puede simplemente pasar de largo. —Tiempo sin vernos, Abbey. ¿Tienes un momento para platicar o vas a prisa para chupar el alma de alguien?— pregunto con una ceja arqueada, porque cuando no salgo directo a la yugular, se me da esto de azuzar con poca gracia. Al parecer ese talento que tiene para la vida, lo pone ahora también a servicio de Magnar Aminoff, porque al parecer las promesas de seguridad a mi familia pasan también por su escritorio y me jode que vuelva a tener el control sobre un aspecto de mi vida. No me queda duda de que a sus ojos somos insignificantes, a mí me inspira sentimientos muy distintos, soy muy consciente de su presencia y su respiración en la nuca, incluso teniéndola de frente. —Lo del taller fue una putada con tu firma, pero… supongo que gracias. Dio lugar a cosas mejores— sacudo mis hombros, después de todo, replantearme mi trabajo como mecánica ayudó a que me postule como inefable y me sacó del distrito seis que se había vuelto una zona de confort que me tiraba de los pies para mantenerlo en el mismo sitio, impidiéndome ver más allá de la costumbre y lo conocido. Quiero pensarlo como que tengo una mayor capacidad de sobreponerme a las circunstancias de lo que creía y no hay zorra, por oportunista que sea, que me tire al pozo y me haga quedarme ahí.
Ultimar los detalles del Coliseo ha hecho que mi semana se torne monótona y agitada en partes iguales. Mucho papelerío, normas de seguridad y bueno, el coste en sí mismo. No era una mala inversión en cuanto a números se trataba, y si bien tenía mis dudas en cuanto a qué tanto seriviría como campaña política, debía reconocer que el país no sabía funcionar de otra manera. Habían sido demasiados años de Juegos o Arenas como para concebir la idea de que la población buscaba paz y espectáculos tranquilos. Poner una obra de teatro nacional para generar algún tipo de interés era una idea completamente ridícula e inverosímil, no sin sangre, matanzas o cacerías que justificasen el entretenimiento en masa. Lo bueno es que el resto de los departamentos no parecen ser tan inútiles, pero eso también puede ser debido a que redujimos el trabajo que podrían tener. No se trataba de un evento lleno de gloria y grandilocuencia; se trataba de mostrar a los muggles y traidores como los animales que eran. No valían una inversión como la que se había dedicado a los eventos anteriores. Más simple, más corto, más seguido. Esa era la nueva política del Coliseo.
Los informes me demoran más de la cuenta, y los simuladores ya están corriendo los diferentes escenarios posibles, analizando los patrones de comportamiento habituales, y el estimativo de qué tan redituable podía ser todo. De momento no podría encargarme de nada más en ese aspecto, así que opto por tomar un breve descanso. No es algo que haga habitualmente, incluso prefería almorzar en mi oficina, pero de vez en cuando era entretenido recorrer los pasillos y contar cuántos segundos tardaban en descubrir mi presencia, y cuántos después de eso es que silenciaban sus conversaciones. No era difícil el descubrir las opiniones que tenía el resto de mí, pero nunca me había interesado ser popular.
El punto lo demuestra de excelente manera la morocha que cruza mi camino, y si bien es refrescante un cambio de aire, no puedo decir que esté de acuerdo con el tono que utiliza. - Eres adorable, Lara. Pero ese es trabajo de los dementores, a mí me divierte arruinar vidas, no tengo tiempo para encargarme de almas. - Le aseguro. Y no mentía, no en el sentido literal de la palabra al menos. - ¿Lo del taller?... Ah, ¿hablas del cambio de fachada? Me pareció un mejor enfoque, ¿a tí no? Supongo que no, después de todo la maternidad te debe estar consumiendo, ¿verdad? O bueno, no realmente, pero dicen que las caderas de una mujer nunca vuelven a ser iguales luego de concebir. - Y no menciono sus cachetes porque siento que sería hacer énfasis en que parece que estoy hablando con una niña caprichosa de quince. - ¿De qué querías hablarme?
Los informes me demoran más de la cuenta, y los simuladores ya están corriendo los diferentes escenarios posibles, analizando los patrones de comportamiento habituales, y el estimativo de qué tan redituable podía ser todo. De momento no podría encargarme de nada más en ese aspecto, así que opto por tomar un breve descanso. No es algo que haga habitualmente, incluso prefería almorzar en mi oficina, pero de vez en cuando era entretenido recorrer los pasillos y contar cuántos segundos tardaban en descubrir mi presencia, y cuántos después de eso es que silenciaban sus conversaciones. No era difícil el descubrir las opiniones que tenía el resto de mí, pero nunca me había interesado ser popular.
El punto lo demuestra de excelente manera la morocha que cruza mi camino, y si bien es refrescante un cambio de aire, no puedo decir que esté de acuerdo con el tono que utiliza. - Eres adorable, Lara. Pero ese es trabajo de los dementores, a mí me divierte arruinar vidas, no tengo tiempo para encargarme de almas. - Le aseguro. Y no mentía, no en el sentido literal de la palabra al menos. - ¿Lo del taller?... Ah, ¿hablas del cambio de fachada? Me pareció un mejor enfoque, ¿a tí no? Supongo que no, después de todo la maternidad te debe estar consumiendo, ¿verdad? O bueno, no realmente, pero dicen que las caderas de una mujer nunca vuelven a ser iguales luego de concebir. - Y no menciono sus cachetes porque siento que sería hacer énfasis en que parece que estoy hablando con una niña caprichosa de quince. - ¿De qué querías hablarme?
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—Tendrías que ponerlo debajo de la placa en la puerta de tu despacho. Vicepresidenta Road, no chupo almas, arruino vidas— opino, le concedo que es una frase ingeniosa dentro de su mente llena de mierdas, si la gente fuera con una etiqueta pegada en su frente, esta debería ser la suya. O no. No le hace falta, la cara de perra es una buena carta de presentación por sí misma, la pude reconocer cuando la conocí y creí que podía mantener a una zorra cerca, pero lejos de mis intereses. Es un error del que tomo nota para no volver a cometerlo, obligadas como estamos a estar próximas una vez. —No, no me pareció un mejor enfoque. De hecho, me pareció una mierda. Pero… será cuestión de gustos, supongo. Tenemos maneras distintas de apreciar la misma cosa— no se me hace fácil tomar a la ligera lo del taller, callarlo por meses como algo que ha quedado atrás y sentirme conforme con mis ocupaciones en el departamento de misterios, no me quita el resquemor que me provoca el verla, tan triunfante en su posición de pisar cabezas.
Me cruzo de brazos cuando me habla de maternidad, reparo en su “dicen que”. Antes de que se meta con mis caderas debería de ocuparse de llenar las suyas, ¿no? Si a cada año que pasa la veo más delgada, casi que parece un perchero inestable sobre el cual se coloca un traje, ese que luce. —No creo que deba meterme en una plática sobre lo que cree que es la maternidad con una mujer… que se comería a sus propias crías— dejo caer esto último con peso, mi mirada la juzga de pies a cabeza. —Lo lamento por Logan en la misma medida que me alegro por él, de que haya escapado de ese matrimonio antes de cometer el error fatal de tener un hijo contigo— lo digo porque es lo que siento, porque así como en su momento me planté ante él para decirle que esta mujer era de lo peor, también se lo arrojo a ella a la cara. Por su sola genética le habría nacido un niño contaminado del veneno que tiene por dentro y Logan no se lo merece, suerte que se divorció antes de que Abbey se consagre como la viuda negra, que a la larga era lo que pasaría.
Desarmo mi postura al dar un paso hacia delante y guardo las manos en los bolsillos traseros de mi pantalón vaquero. —Quería hacer eso, agradecerte por la putada del taller que me trajo cosas mejores, como una maternidad que no vas a entender porque no es algo que tus entrañas sepan aceptar y una familia que tampoco tienes porque trataste como un imbécil al único hombre que quiso pararse a tu lado en un estúpido altar. Agradecerte, porque al final de todo, volvemos a una colaboración forzada entre ambas— señalo, si Abbey es el apéndice podrido de Aminoff, una promesa con su persona, también lo es con ella. —Y según tengo entendido, te preocupas especialmente por mi familia. Solo una cosa, Abbey. No cometo dos veces el mismo error, habré perdido el taller por tu oportunismo, pero no dejaré que tu interés por mi familia traspase cierto límite— extraigo una de mis manos para colocarla como una barrera entre nosotras que le muestra hasta dónde puede llegar. —Que en tus reuniones privadas con Hans acuerden lo que tengan que acordar, pero te pasas un centímetro, Abbey. Traspasas siquiera un centímetro y te devolveré a tu lugar, no será de una manera amable, nunca lo fui. Esta vez no dejaré que ganes territorio.
Me cruzo de brazos cuando me habla de maternidad, reparo en su “dicen que”. Antes de que se meta con mis caderas debería de ocuparse de llenar las suyas, ¿no? Si a cada año que pasa la veo más delgada, casi que parece un perchero inestable sobre el cual se coloca un traje, ese que luce. —No creo que deba meterme en una plática sobre lo que cree que es la maternidad con una mujer… que se comería a sus propias crías— dejo caer esto último con peso, mi mirada la juzga de pies a cabeza. —Lo lamento por Logan en la misma medida que me alegro por él, de que haya escapado de ese matrimonio antes de cometer el error fatal de tener un hijo contigo— lo digo porque es lo que siento, porque así como en su momento me planté ante él para decirle que esta mujer era de lo peor, también se lo arrojo a ella a la cara. Por su sola genética le habría nacido un niño contaminado del veneno que tiene por dentro y Logan no se lo merece, suerte que se divorció antes de que Abbey se consagre como la viuda negra, que a la larga era lo que pasaría.
Desarmo mi postura al dar un paso hacia delante y guardo las manos en los bolsillos traseros de mi pantalón vaquero. —Quería hacer eso, agradecerte por la putada del taller que me trajo cosas mejores, como una maternidad que no vas a entender porque no es algo que tus entrañas sepan aceptar y una familia que tampoco tienes porque trataste como un imbécil al único hombre que quiso pararse a tu lado en un estúpido altar. Agradecerte, porque al final de todo, volvemos a una colaboración forzada entre ambas— señalo, si Abbey es el apéndice podrido de Aminoff, una promesa con su persona, también lo es con ella. —Y según tengo entendido, te preocupas especialmente por mi familia. Solo una cosa, Abbey. No cometo dos veces el mismo error, habré perdido el taller por tu oportunismo, pero no dejaré que tu interés por mi familia traspase cierto límite— extraigo una de mis manos para colocarla como una barrera entre nosotras que le muestra hasta dónde puede llegar. —Que en tus reuniones privadas con Hans acuerden lo que tengan que acordar, pero te pasas un centímetro, Abbey. Traspasas siquiera un centímetro y te devolveré a tu lugar, no será de una manera amable, nunca lo fui. Esta vez no dejaré que ganes territorio.
- Sería una bonita placa. Casi que me lamento no haber necesitado de elecciones, serviría de maravillas como slogan de una campaña política, ¿no lo crees? - La sinceridad y la crueldad funcionaban mejor que el apelar al lado humanitario de las personas. La caridad no estaba de moda, y pese a que a todos les gustaba dárselas de salvadores de vez en cuando, cualquier cosa que metiese galeones en sus bolsillos en lugar de sacarlos de allí, sería la elección más obvia. - Tú le dices gusto, yo le digo recursos. Y un buen enfoque de inversión. Cuando quieras te muestro el balance de los últimos meses, aunque tampoco servirá de mucho. Vi los que tenían antes y claramente nunca les importaron que los ceros vayan a la derecha. - ¿Es que acaso quería hacerme sentir culpable de algo? Había perdido su tan preciado taller por no saber explotarlo, no solamente por una jugada apropiada de mi parte. ¿Era esto todo lo que quería decirme?
Claro que no tengo tanta suerte, y por lo visto ahora tendría que soportar una de las tantas charlas acerca de cómo los hijos eran lo mejor que podía pasarle a una mujer. Tal vez no exactamente eso, pero el punto era obvio de todas maneras. - El que no tengamos hijos jamás fue cuestión de azar. Supe encargarme de esos problemas de antemano, ¿acaso me consideras una persona que se descuidaría de esa forma? - Mi relación con mi ex esposo era lo suficientemente frágil como para siquiera pensar en concebir, y lo que para ella había sido un escape, en mi caso se había tratado de una buena resolución monetaria con respecto al tiempo que invertí en una relación destinada al fracaso. Era buena en los negocios, e incluso cuando me iba mal, lograba sacar algo de eso. - Dale mis saludos cuando lo veas. - No lo hará, y tampoco me interesa que lo haga. Solamente me divierte el remarcarle que mi divorcio fue lo mejor que pudo haber salido de mi matrimonio.
Y estaba por retirarme sin mucho más que decirle, pero luego comienza a hablar, y continúa haciéndolo. ¿Se está escuchando? - Perdona si me cuesta un poco seguirte el paso. Siempre se me dieron mejor los números y creía que las probabilidades de que fueras tan imbécil no eran tan altas como me lo estás demostrando. ¿Eso fue un intento de amenaza? - Tenía entendido que Lara Scott era una persona de muchas luces, y casi que talentosa. Era decepcionante el ver como los estándares de la gente cada vez están más bajos ya que, delante mío solo podía ver a una idiota sentimentalista que ni siquiera era lo suficientemente estratega como para proteger a su familia como correspondía. - No sé qué me impresiona más, el que compares a tu familia con la pérdida de tu taller, o el que creas que tienes lo que se necesita para representar una amenaza en mi haber. No me interesa tu familia Scott, me interesa lo que pueda hacer el terrorista que está asociado a ella y el cómo eso repercute en el país. No sé qué territorio es el que crees que puedo ganar, cuando ya lo tengo en mis manos. - No entendía si tenía la impresión de que me hallaba en desventaja, o que había algo que necesitaba con urgencia de ella. Su amenaza representaba lo mismo que una mosca en mi té. Era un fastidio, pero podía retirarla con la yema de los dedos mientras la aplastaba entre ellos. - Aunque claro, si tanto lo deseas puedo empezar a interesarme en ustedes. ¿Dónde me prefieres? ¿Al lado de la cuna de tu bebé? ¿O en la cama de tu pareja? No debería ser muy difícil volver a ella, hubo momentos en la que la pasábamos muy bien.
Claro que no tengo tanta suerte, y por lo visto ahora tendría que soportar una de las tantas charlas acerca de cómo los hijos eran lo mejor que podía pasarle a una mujer. Tal vez no exactamente eso, pero el punto era obvio de todas maneras. - El que no tengamos hijos jamás fue cuestión de azar. Supe encargarme de esos problemas de antemano, ¿acaso me consideras una persona que se descuidaría de esa forma? - Mi relación con mi ex esposo era lo suficientemente frágil como para siquiera pensar en concebir, y lo que para ella había sido un escape, en mi caso se había tratado de una buena resolución monetaria con respecto al tiempo que invertí en una relación destinada al fracaso. Era buena en los negocios, e incluso cuando me iba mal, lograba sacar algo de eso. - Dale mis saludos cuando lo veas. - No lo hará, y tampoco me interesa que lo haga. Solamente me divierte el remarcarle que mi divorcio fue lo mejor que pudo haber salido de mi matrimonio.
Y estaba por retirarme sin mucho más que decirle, pero luego comienza a hablar, y continúa haciéndolo. ¿Se está escuchando? - Perdona si me cuesta un poco seguirte el paso. Siempre se me dieron mejor los números y creía que las probabilidades de que fueras tan imbécil no eran tan altas como me lo estás demostrando. ¿Eso fue un intento de amenaza? - Tenía entendido que Lara Scott era una persona de muchas luces, y casi que talentosa. Era decepcionante el ver como los estándares de la gente cada vez están más bajos ya que, delante mío solo podía ver a una idiota sentimentalista que ni siquiera era lo suficientemente estratega como para proteger a su familia como correspondía. - No sé qué me impresiona más, el que compares a tu familia con la pérdida de tu taller, o el que creas que tienes lo que se necesita para representar una amenaza en mi haber. No me interesa tu familia Scott, me interesa lo que pueda hacer el terrorista que está asociado a ella y el cómo eso repercute en el país. No sé qué territorio es el que crees que puedo ganar, cuando ya lo tengo en mis manos. - No entendía si tenía la impresión de que me hallaba en desventaja, o que había algo que necesitaba con urgencia de ella. Su amenaza representaba lo mismo que una mosca en mi té. Era un fastidio, pero podía retirarla con la yema de los dedos mientras la aplastaba entre ellos. - Aunque claro, si tanto lo deseas puedo empezar a interesarme en ustedes. ¿Dónde me prefieres? ¿Al lado de la cuna de tu bebé? ¿O en la cama de tu pareja? No debería ser muy difícil volver a ella, hubo momentos en la que la pasábamos muy bien.
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Si me insultara así como yo lo hago abiertamente con ella, ya que me paso su placa de vicepresidente chupa almas por donde no alcanza el sol, no me molestaría tanto como su recordatorio persistente de que fui una de las culpables de que el taller del distrito seis se fuera a pique. Puedo echarle todos los errores de administración a mi juventud, a mi mal carácter, a lo que quiera. Nada cambia al final del día, todo lo hice mal. No supe conservar un lugar y un trabajo que me legaron, se lo tuve que poner en bandeja a cada oportunista que fue llegando con un bolsillo abultado en galeones y así lo perdí, por mi orgullo y esa incapacidad de reconocer que estaba fallando, por tercamente creía que eso sería rendirme. Y a veces es mejor rendirse, detesto haber llegado a este punto de mi vida en que rendirme es una posibilidad más entre las posibilidades que tomo cada día. Pero si hay una mujer que me recuerda que no siempre voy a ganar, por mucho que ponga de mí, esa es Abbey.
No se puede vencer a quien ni siquiera es humana, la perra tiene hielo en vez de sangre al hablar de Logan. —No, olvídalo, no te haré de mensajera. Mi único rol como amiga de tu ex marido en lo que respecta a ti, fue marcarle en todo momento la estupidez de colocarse un anillo en el dedo— y me estremezco de pensar que llevaba las iniciales de ambos, ¿eso siquiera pasó en algún momento? Se me hace tan difícil de pensarlo posible, es la misma sorpresa que me llevé cuando me enteré que se casó, y puedo entender por qué lo hizo, el muy idiota podrá ser un romántico, pero cae demasiado fácil en la palma de cualquier mujer que marque las reglas del juego. Y así le fue, estuvo en sus manos y luego ella lo botó como basura. Sabiendo cómo es que juega, sabiendo de todas las sospechas que Logan tenía, lo alterado que le ponía darse cuenta que el tamaño de los cuernos le impedían pasar por la puerta, es que marco la línea de mi territorio, y bueno, hay cosas que una tiene que empezar a hacer en la vida, que me costó mucho conquistar ese territorio como para que una zorra se meta a jugar. No. —No, no fue un intento— se lo aclaro con mi palma en alto, —fue una amenaza en toda forma.
Coloco mis manos en la cadera para no usarlas en ella al oírle reafirmarse en la posesión de no sé qué territorio, ¿disculpa? Es la presencia de Tom a espaldas de Abbey lo que me obliga a limpiar mi semblante de toda intención asesina, si el hombre está aquí, eso quiere decir que Patricia Lollis está a tres minutos de hacer acto de presencia. —Ni en un lugar, ni en el otro, porque lo ocupo yo. Y créeme, sé ocuparlo, así que a donde sea que quieras volver, la tendrás muy difícil— modulo con gusto cada palabra que le impone un desafío y espero que no lo tome, por el bien de su cabello, espero que no lo tome. Siento en mi piel, en la manera en que se eriza el vello de mis brazos, la llegada de Patricia al pasillo y puedo contar mentalmente hasta diez para ver como el pasillo se convierte en un auditorio donde somos el show principal. Así que respiro, me sereno. —Hecho mi descargo sobre mi taller, mi amigo y mi familia, no me queda más que decirte que… espero que esta nueva sociedad funcione mejor que la anterior. Así que cualquier cosa que necesites— lo digo con toda amabilidad, una que es pensada para los oídos ajenos, —estoy para colaborar.
No se puede vencer a quien ni siquiera es humana, la perra tiene hielo en vez de sangre al hablar de Logan. —No, olvídalo, no te haré de mensajera. Mi único rol como amiga de tu ex marido en lo que respecta a ti, fue marcarle en todo momento la estupidez de colocarse un anillo en el dedo— y me estremezco de pensar que llevaba las iniciales de ambos, ¿eso siquiera pasó en algún momento? Se me hace tan difícil de pensarlo posible, es la misma sorpresa que me llevé cuando me enteré que se casó, y puedo entender por qué lo hizo, el muy idiota podrá ser un romántico, pero cae demasiado fácil en la palma de cualquier mujer que marque las reglas del juego. Y así le fue, estuvo en sus manos y luego ella lo botó como basura. Sabiendo cómo es que juega, sabiendo de todas las sospechas que Logan tenía, lo alterado que le ponía darse cuenta que el tamaño de los cuernos le impedían pasar por la puerta, es que marco la línea de mi territorio, y bueno, hay cosas que una tiene que empezar a hacer en la vida, que me costó mucho conquistar ese territorio como para que una zorra se meta a jugar. No. —No, no fue un intento— se lo aclaro con mi palma en alto, —fue una amenaza en toda forma.
Coloco mis manos en la cadera para no usarlas en ella al oírle reafirmarse en la posesión de no sé qué territorio, ¿disculpa? Es la presencia de Tom a espaldas de Abbey lo que me obliga a limpiar mi semblante de toda intención asesina, si el hombre está aquí, eso quiere decir que Patricia Lollis está a tres minutos de hacer acto de presencia. —Ni en un lugar, ni en el otro, porque lo ocupo yo. Y créeme, sé ocuparlo, así que a donde sea que quieras volver, la tendrás muy difícil— modulo con gusto cada palabra que le impone un desafío y espero que no lo tome, por el bien de su cabello, espero que no lo tome. Siento en mi piel, en la manera en que se eriza el vello de mis brazos, la llegada de Patricia al pasillo y puedo contar mentalmente hasta diez para ver como el pasillo se convierte en un auditorio donde somos el show principal. Así que respiro, me sereno. —Hecho mi descargo sobre mi taller, mi amigo y mi familia, no me queda más que decirte que… espero que esta nueva sociedad funcione mejor que la anterior. Así que cualquier cosa que necesites— lo digo con toda amabilidad, una que es pensada para los oídos ajenos, —estoy para colaborar.
- ¿Es que Logan necesitaba recordatorios para saber que era un estúpido? Que pena me da. - Ella me daba más pena claro, por seguir queriendo pintar mi matrimonio como ese gran diamante en bruto que me olvidé de pulir, como si el título de oportunista me lo hubiese ganado por azar y no a pulso. ¿Es que creía de verdad que mi matrimonio me pesaba? ¿que estaba arrepentida? Tenía ganas de llamar a mi ex marido solo para saber si esto era a causa suya por algún resentimiento, o solo era cosa de Scott y sus insultos gratuitos por haberse levantado con el pie izquierdo. Tal vez la maternidad la hizo perder su atractivo a los ojos de Hans o vaya a saber qué, porque lo único que podía pensar ahora como insulto hacia su persona era el de “mal cogida”, lo cual sería una pena, porque el desempeño de su pareja no había estado ni cerca de ser una decepción en aquel entonces.
- No sé quién te enseñó a jugar este juego, pero uno no saca las garras cuando, además de estar en desventaja, ni siquiera te afilas las uñas como corresponde. ¿A qué le tengo que tener miedo? ¿A que me tires una mamadera por la cabeza? No me hagas reír, gatita. - Que agradeciera que tenía el humor para soportar ese tipo de estupideces, porque poco sería el tiempo que me tomaría para hacer cumplir mi palabra y no ser considerada más que una víctima en el asunto. - ¿Te cohibe el público, Scott? - Consulto con gracia al sentir pasos a mis espaldas y al notar su completo cambio de expresión. De golpe su postura había cambiado por la de una trabajadora sensata que estaba teniendo una charla normal conmigo, y no la de la gatita con los vellos erizados que sacaba las garras mientras gruñía. - A mí no, así que guárdate tus opiniones sobre MI taller, MI es ex esposo, y agradece que todavía respeto lo suficiente a Hans como para no meterme en SU familia. Que hasta donde tengo entendido no eres más que un agregado, ¿es que acaso sirves de algo más que ser el alimento de una bastarda? Porque eso es lo que es, ¿no? Puedes quejarte de mi matrimonio todo lo que quieras, pero no creo que jamás hayas estado casada como para saber como funciona esto.
- No sé quién te enseñó a jugar este juego, pero uno no saca las garras cuando, además de estar en desventaja, ni siquiera te afilas las uñas como corresponde. ¿A qué le tengo que tener miedo? ¿A que me tires una mamadera por la cabeza? No me hagas reír, gatita. - Que agradeciera que tenía el humor para soportar ese tipo de estupideces, porque poco sería el tiempo que me tomaría para hacer cumplir mi palabra y no ser considerada más que una víctima en el asunto. - ¿Te cohibe el público, Scott? - Consulto con gracia al sentir pasos a mis espaldas y al notar su completo cambio de expresión. De golpe su postura había cambiado por la de una trabajadora sensata que estaba teniendo una charla normal conmigo, y no la de la gatita con los vellos erizados que sacaba las garras mientras gruñía. - A mí no, así que guárdate tus opiniones sobre MI taller, MI es ex esposo, y agradece que todavía respeto lo suficiente a Hans como para no meterme en SU familia. Que hasta donde tengo entendido no eres más que un agregado, ¿es que acaso sirves de algo más que ser el alimento de una bastarda? Porque eso es lo que es, ¿no? Puedes quejarte de mi matrimonio todo lo que quieras, pero no creo que jamás hayas estado casada como para saber como funciona esto.
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Mi problema siempre ha sido que, siendo que Rose era la que se estaba formando como auror, era yo la que saltaba de las banquetas en los bares para tirar del cabello a la primera perra que me buscaba pelea. Mi amiga nunca pudo enseñarme siquiera los movimientos básicos de defensa personal, si a alguien alguna vez le dije que practico aikido también es mentira. Siempre tuve esta cuestión de que, sin saber pelear, me lanzó sobre la cara de quien me provoca para arañárselo con mis uñas cortas. Si Abigail y yo fuéramos estudiantes en algún pasillo del Royal, ya los profesores nos estarían separando. Por el lugar en el que nos encontramos, siendo las personas que somos, dudo que Patricia o Tom vayan a intervenir si esto pasa a mayores, Tom ya está buscando su teléfono en el bolsillo para abrir la cámara. Bonita fotografía sería para que se la manden a Hans y la coloque al lado del cuadro que le regaló su hermana donde se ve a las dos niñas.
—No es una bastarda— lo digo así, lentamente, claro. —Y si incluso no tuviera el apellido de su padre, seguiría sin serlo, porque sería una Scott— hablo alto, si quiere grabarlo Tom que lo grabe, me tomo unos minutos más para pensar si también le regalo un plus al final abofeteando a Abbey o no, por el momento hablar me mantiene en calma, tan serena como nunca he estado en mi vida. —Y siendo una Scott, así pequeña como es, no más que una bebé, la bastarda serías tú por insultarla. Ella, en el más pequeño de sus dedos, tiene más dignidad que tu— apunto. En unos pocos pasos me coloco a la par de la morena, su hombro siendo casi rozado por el mío, y en un gesto bastante teatral que haría a mi madre fruncir el ceño por el espectáculo, me llevo las manos al pecho. —Abbey, no me molesta ser para nadie la amante pública de un ministro o la zorra que se mete en su oficina a cualquier hora, ni la loca histérica que anda buscando problemas con la vicepresidente. Mañana voy a traer puesta mi camiseta de Badass bitch para lucirla con todo orgullo— se lo prometo, y ese falso tono conciliador lo cambio por uno frío. —Pero de mi hija no digas palabra, porque ya te advierto, la mala fama no me importa y voy a darle a Patricia Lollis material para un video que entretenga hasta al mismo Magnar Aminoff— eso también se lo aseguro. Y en tres pasos me alejo haciendo oídos sordos a lo que pueda decirme, que ninguna de las dos quiere que en serio, yo monte un espectáculo para el recuerdo en estos pasillos.
—No es una bastarda— lo digo así, lentamente, claro. —Y si incluso no tuviera el apellido de su padre, seguiría sin serlo, porque sería una Scott— hablo alto, si quiere grabarlo Tom que lo grabe, me tomo unos minutos más para pensar si también le regalo un plus al final abofeteando a Abbey o no, por el momento hablar me mantiene en calma, tan serena como nunca he estado en mi vida. —Y siendo una Scott, así pequeña como es, no más que una bebé, la bastarda serías tú por insultarla. Ella, en el más pequeño de sus dedos, tiene más dignidad que tu— apunto. En unos pocos pasos me coloco a la par de la morena, su hombro siendo casi rozado por el mío, y en un gesto bastante teatral que haría a mi madre fruncir el ceño por el espectáculo, me llevo las manos al pecho. —Abbey, no me molesta ser para nadie la amante pública de un ministro o la zorra que se mete en su oficina a cualquier hora, ni la loca histérica que anda buscando problemas con la vicepresidente. Mañana voy a traer puesta mi camiseta de Badass bitch para lucirla con todo orgullo— se lo prometo, y ese falso tono conciliador lo cambio por uno frío. —Pero de mi hija no digas palabra, porque ya te advierto, la mala fama no me importa y voy a darle a Patricia Lollis material para un video que entretenga hasta al mismo Magnar Aminoff— eso también se lo aseguro. Y en tres pasos me alejo haciendo oídos sordos a lo que pueda decirme, que ninguna de las dos quiere que en serio, yo monte un espectáculo para el recuerdo en estos pasillos.
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