The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Desaparecerme cerca de casa es un recuerdo de que a partir de ahora viajaré a todas partes a pie  o a partir de otros medios, porque el revolcón que sufre mi estómago al frenar la caída con mis piernas en el asfalto me obliga a amarrarme a la primera papelera que veo, devolviendo lo poco que tengo dentro. Es tal la reacción de mi cuerpo ante el estrés, que no me doy cuenta de que una vecina se ha acercado hasta que puedo levantar la cabeza. La reconozco enseguida por ser una de las pocas personas que no curiosearon sobre nuestra llegada al cuatro, es una anciana bastante atenta y, a juzgar por el carrito que carga consigo, he interrumpido su camino al supermercado. Aun así, es lo suficientemente amable como para preguntar si me encuentro bien, si necesito de su ayuda, a lo que respondo con un movimiento de cabeza que indica que no debe preocuparse, que solo necesito llegar a casa. Por la mirada que me da no me es difícil comprender que no se lo traga, pero tampoco le doy el tiempo suficiente para atosigarme con más preguntas que ya estoy emprendiendo el resto del camino hasta la puerta de casa.

Mentiría si dijera que para cuando entro no estoy llorando, pero son unas lágrimas de impotencia mezcladas con tal angustia que me son imposibles de no derrochar en lo que atravieso el pasillo principal. No es como si les prestara mucha atención, a cada una que cae le pego un manotazo para apartarlas de mi rostro, asqueada por siquiera estar permitiéndome el llorar por esto. Ni me paro a fijarme donde es que se encuentra Charles, que ya estoy subiendo las escaleras a una velocidad sorprendente para alguien que hasta hace poco, le temblaban las piernas. Creo que lo siguen haciendo a pesar de todo, y no solo ellas, mi cuerpo entero también. — Nos vamos de aquí, no hace falta que deshagas las maletas. — es lo que voy diciendo y repitiendo a medida que subo un escalón detrás de otro, no me hace falta sonorizar mucho mi voz para que se me oiga, el llanto ya habla por sí solo.

Para cuando entro en la habitación, las maletas siguen sobre la cama, a excepción de que la propia ropa se está desenvolviendo a sí misma por magia. Poco me importa cuando uso mi mano para terminar con el hechizo, y ni siquiera lo reutilizo para hacer la tarea contraria, sino que me dispongo yo misma a abrir las puertas del armario. — Dejaré el trabajo, buscaré otro, nos iremos al nueve, o al siete, como si tengo que regresar al once. No pienso formar parte de nada más, mañana mismo voy a presentar mi renuncia en el ministerio. — refunfuño por lo bajo, aunque lo suficientemente alto como para ser escuchada si así se quiere. El tono de mi voz denota enfado, enojo, agotamiento y frustración, pero creo que no es nada comparado con la forma que tengo de arrancar las perchas del armario y tirar de la ropa para lanzarla sobre la cama, sin apenas perder el hilo de cada movimiento a pesar de no estar siquiera prestando atención a lo que hago. Es más bien el mecanismo de defensa que tengo para no estampar algo contra la pared, o golpearme a mí misma contra ella, si vamos al caso.

Hago un esfuerzo descomunal por no soltar ni una sola lágrima, a pesar de estar segura de que mi rostro se está tornando rojo en consecuencia. Es tal la impotencia que siento que la tomo con una prenda que no quiere desenfundarse de la percha y comienzo a tirar de ella sin siquiera hacerlo bien. — Joder. — termino por perder la paciencia y arrojo el conjunto a cualquier parte de la habitación, no estoy mirando para cuando no puedo aguantarlo más y dejo escapar un sollozo, cerrando los ojos con ayuda de mis dedos índice y pulgar sobre mis párpados para no permitir que el agua caiga sobre mis mejillas. Claro que lo hacen igualmente, es insoportable el dolor que siento en el pecho, el mismo me recuerda que tengo dificultad para respirar en cada uno de los espasmos que sufre al tratar de llenar mis pulmones de un aire que no llega.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Me quedo con la barra de chocolate a mitad de camino cuando oigo el escándalo de mi mujer al llegar, aunque como estoy en la cocina me demoro un momento en comprender que es ella y no alguna visita impensada. ¿Ahora qué le picó? ¿Es uno de esos arrebatos hormonales del embarazo? No acabamos de regresar de la luna de miel, así que he pasado una parte del día buscando sanadores especializados en internet a ver cuándo podremos ir a una sesión, así que todavía no tengo ningún guía en todo esto de las locuras que nos esperarán por un par de meses. Ni hablar de que sigue siendo un secreto para nosotros, así que no pude hacerle preguntas a las parejas con hijos que nos rodean. Esto recién empieza y ya tengo dudas como para los próximos cinco años.

¿Phee? — por el modo que tengo de asomarme por nuestro dormitorio, aún sosteniendo la barra de dulce, es obvio que tengo miedo de que me tire con algo por la cabeza. No recuerdo haberla vista tan alterada en todos los años que llevo de conocerla, así que tal vez lo mejor es mantener una distancia prudencial — ¿De qué estás hablando? No digas tonterías. Sé que dijimos de alejarnos de todo, pero creo que no es momento de sumarte el estrés de conseguir un nuevo empleo o una mudanza — es extraño el intentar ser la voz de la razón al menos una vez en la vida, pero es lo mejor que tenemos ahora que soy el único que no está teniendo un colapso. No puedo darme el lujo de perder una buena casa y un empleo aceptable con un bebé en camino, sería de lo más estúpido que he hecho y eso que tengo una lista muy amplia de idioteces.

Sé que hay algo tremendamente mal cuando ella parece perder los estribos. Doy las zancadas necesarias para llegar a ella y la tomo cuidadosamente por los hombros, tratando de conseguir que me mire — Hey… Phoebe, ¿qué sucede? ¿Pasó algo malo? — sé que dijo algo de ir a ver a su hermano, pero no tengo idea de cómo eso pudo haber terminado de esta manera. ¿Habrá algún problema en la isla ministerial? — ¿Le dijiste del embarazo a Hans y se lo tomó mal? — lo cual no tiene ningún sentido, porque nadie puede decirme que Tilly nació con todas las de la ley. Aún así y sin tener idea de qué hacer, le tiendo la barra de chocolate en un intento algo tonto de que eso la anime. No parece que exista algo que yo pueda hacer.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
El disgusto que llevo encima se puede palpar desde cualquier ángulo de la habitación, no importa que Charles aparezca en el marco porque me veo incapaz de contener las lágrimas que salen disparadas de mis ojos. Aun así, creo hacer el esfuerzo por correr mis dedos por debajo de mis pestañas para no tener que dejar claro lo mucho que me afecta. Está claro que lo hace, ni siquiera puedo levantar la mirada hacia mi marido cuando se acerca y el contacto de sus manos creo que es lo que va a partirme en un millón de trozos. Si decido no dejarme envolver sobre sus brazos es porque el enojo es más poderoso que mis ganas de seguir llorando. — Pasa que soy una estúpida por creer que mi hermano comprendería, es evidente que no tenemos nada que ver el uno con el otro, no sé por qué pensé que... pensé que podría ayudarme. Ni siquiera me dio una oportunidad para explicarme. — sé que nada de lo que digo tiene un verdadero sentido si no le doy el contexto concreto, pero tampoco hace falta tener muchas luces para averiguar de lo que estoy hablando.

No pretendo mostrarme enfadada, no cuando mi esposo no tiene nada que ver, pero no puedo evitar apartarme en rechazo a lo que sea que me ofrece, alejándome para agacharme y atrapar con mis manos lo que cayó al suelo. — No le dije nada sobre el embarazo, tampoco es que me diese tiempo a hacerlo de todas formas. — continúo, doblando de cualquier manera lo que sea que tengo en las manos para posarlo sobre la cama y volver a repetir la tarea con otra prenda. Solo lo hago porque no me veo capacitada para estar parada sin ponerme a llorar y, por el aspecto que tengo, ya es bastante notable que me estoy aguantando las ganas. — Le dije sobre Andrew, le conté todo, fui honesta porque pensé que si llegaba a entender la razón por la que hice lo que hice me ayudaría. Está claro que me equivoqué, no solo no le importa una mierda sino que además cree que puse a su familia en peligro. — hago un recalco porque creo que es necesario, no le miro en lo que siento una punzada de dolor atravesarme el pecho, pero sí lo hago cuando vuelvo a hablar. — Su familia, porque al parecer no tengo permitido formar parte de ella, ni de siquiera acercarme a mis sobrinas. — lo digo de tal forma que parece que no me afecta, cuando la triste realidad es que solo estoy tratando de mantener la compostura que perdí hace tiempo.

Se me ha quedado tan mal cuerpo, que me duele hasta tragar saliva, pero nada se resiste a lo que viene después. — Yo solo... solo quería tratar de salv... — no puedo hablar, tengo que sostenerme el vientre con un brazo en el que sostengo una camiseta, con la otra mano me tapo la boca porque no dejaré que esto pueda conmigo, a pesar de que por mi apariencia, parece que lo está haciendo. Y a quien pretendo engañar, no he sentido algo como esto desde hace mucho tiempo, no falta decir que tampoco recuerdo la última vez que se me acumularon tantas cosas encima. Intento recomponerme, tomando aire por la nariz así como por la boca solo para tratar de recuperar el control de la situación. — No es que quiera irme, pero sus hijas viven aquí, doy clase a Meerah así que tampoco es una opción el seguir con mi trabajo, puedo con una mudanza, encontraré otro empleo. No volveré a ser una paria en la vida de mi hermano. — para él, es todo lo que soy, lo ha dejado lo suficientemente claro. Es en situaciones como estas en las que me pregunto si de verdad hay algún error conmigo, por qué todo el mundo acaba echándome de su vida como si solo fuera un problema que se soluciona poniéndolo de patas en la calle. No me doy cuenta, pero con ese pensamiento se me está volviendo a venir todo el peso sobre los hombros, al punto de que tengo que apoyarme en el colchón con una mano para no irme de bruces contra el suelo.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Bueno, parece que el embarazo no ha sido el problema, lo cual no sé si es una buena señal o una muy mala. No es sorpresa el ver a Phoebe insultarse a sí misma con esa manía que tiene de atentar contra su persona, sí me altera el verla en este estado. ¿Cómo le dices a una embarazada que se calme porque va a hacerse daño, cuando es obvio que no está en ánimos para recibir siquiera consejos amables? Me muerdo la lengua porque está visto que no es momento de ponerme a echar leña al fuego y debo tomar ese papel que tanto se me ha pegado y me cuesta por sobre todas las cosas, que insultar ministros solía ser un deporte para mí — Phoebe, tu hermano es el Ministro de Justicia — lo digo muy despacio, alzando las cejas como si estuviera señalándole una obviedad innecesaria — Es quien pone su firma y su cara a leyes que condenan a los esclavos, que los pone a trabajar como servicio a la comunidad para que dejen de ser simples adornos. ¿No crees que perdonar a uno de ellos por favor familiar lo metería en problemas? — por no decir que posiblemente su preocupación se la ha pasado por el culo — Estoy seguro de que solo se ha enfadado por la sorpresa, ya se le pasará. Todos decimos cosas malas cuando estamos en caliente — es su hermana, pasó su vida buscándola, no puede descartarla tan fácil… ¿No?

No puedo quedarme parado como un idiota, me obligo a tomar asiento en la cama y acaricio su espalda, sintiéndome demasiado inútil como para ser real. No voy a decirle que sé que sus intenciones eran buenas porque no tiene caso, no es eso lo que en realidad le duele. Hans Powell es uno de los sujetos más poderosos en este país y ni siquiera él se ha detenido a serle de esperanza a su hermana, por arriesgada y loca sea su petición — No nos iremos — no es una petición, es una orden — Tu hermano va a tener que venir a hablar conmigo para que cambiemos nuestro estilo de vida solo por sus caprichos. Seguirás viendo a tus sobrinas, cuidarás de tu salud y la de nuestro bebé y me importa una mierda si es ministro o rey de Egolandia, si se opone tendrá que vérsela conmigo. Dale solo unos días — aprieto un poco su hombro, en busca de que calme la respiración — Vuelvan a hablar de esto con calma. Son familia y creo que es muy importante el tenernos los unos a los otros en los tiempos que se vienen. Te mereces compartir lo bueno con ellos.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
De todas las personas que me hubiera imaginado defendería a mi hermano, Charles no sería una de ellas. Eso me hace mirarle en un primer momento con el silencio en los labios como respuesta, si me obligo a prestar atención a sus palabras es porque no puedo ignorar que, por mucho que me  cueste reconocerlo, tiene cierta razón. Lo cual, me hace sentir todavía más culpable. — El punto no es que lo perdonara, el punto es que Andrew no hizo nada de lo que él dijo. — me defiendo, momentáneamente irritada y no sé si puedo atribuírselo al embarazo o a que simplemente me niego a creer que he podido ser tan imbécil. — Hans dijo que había confesado que apoyaba las ideas de mi padre, que había ido a la isla con la intención de convencer a otros esclavos para unirse a él. — definitivamente cuando se lo explico, no puedo siquiera con el pensamiento que me cuesta poner en palabras mientras me limito a ordenar la ropa. — ¿Qué si tiene razón? ¿Y qué si solo me ha estado utilizando para conseguir precisamente eso? — en ocasiones me pregunto si se trata de bondad, quizás incluso ingenuidad, pero creo que estoy empezando a considerarlo puro acto de estupidez. Tan clara como el agua. — ¿Por qué me esfuerzo tanto en tratar de ver lo mejor, lo bueno de una persona, cuando la propia experiencia me ha enseñado que la gente solo acude a mí por el interés? — lo escupo con tanto dolor que tengo que apartarle la mirada, porque me pasó con Rebecca, con la anciana ridícula de la que todo el mundo reía porque no la conocen de verdad, como también ocurrió con muchas otras que se aprovecharon de mi persona como si no fuera más que algo de usar y tirar. Soy imbécil porque aun sabiéndolo, lo permito.

No es solo un enfado, Charlie, conozco a mi hermano, cree que soy una traidora, que puse en peligro a su familia, ¿y sabes qué es lo peor de todo? — hago una pausa, le estoy dando tiempo a que él mismo saque la conclusión a esa pregunta. — Que lo más probable es que tenga razón. Inconsciente o no, solo hago más que cometer errores. Ya no es que sea lo suficiente ingenua como para creer que las personas tienen buenas intenciones, sino que me estoy cargando a mi familia con ello. Nada de lo que hago nunca es suficiente, no importa lo mucho que me esfuerce en mantener a todo el mundo contento, siempre encuentro la manera de decepcionar a alguien. — tampoco importa que su mano acaricie mi espalda porque las ganas de regresar al llanto son imposibles de rechazar. No sé qué es lo que esperaba, empecé por mi padre, era cuestión de tiempo que hiciera lo mismo con mi hermano.

Pongo una mano sobre la suya en mi hombro, acaricio sus nudillos en un momento de debilidad antes de apartar el contacto para repasar el borde de mis ojos con los dedos en lo que me aparto hacia la ventana. Tiene razón en muchas cosas, pero no puedo simplemente olvidar los sentimientos de mi hermano, tratarlos como si no hubieran sido más que el fruto del enojo, porque puede que yo cometa muchas idioteces estando en una situación parecida, pero no creo cuando digo, sino que lo sé, que jamás hubiera formado esas palabras de la forma en la que él lo hizo. — Tú no… no estabas ahí. No sabes la forma con la que me miraba, como si fuera un insecto o… era como ver a mi padre de nuevo. — porque pude ver la decepción en su mirada tanto como el rechazo, he vivido las dos cosas, lo que no esperaba era recibir ese trato por parte de mi propio hermano. — Sé de sobra cuando no soy bienvenida en un lugar, Charles. — con mi mirada fija a través del cristal de la ventana, paso un mano por mi vientre, tratando de relajar la sensación amarga que recorre todos los nervios de mi cuerpo, porque soy consciente de que nada de esto es bueno para el bebé. Quizá sea mejor así.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Porque es lo que haces — decirlo de esta manera suena a un consuelo demasiado penoso, pero es inevitable para mí el sonreír con cierto dulce orgullo hacia su persona — No todo el mundo te merece, Phee. A veces, hacer lo que uno cree que es correcto es lo que termina valiendo la pena, no los resultados. Hoy en día es complicado ser fiel a uno mismo — creo que todos estamos un poco podridos, ella no es la excepción, pero es importante ver que al menos intenta no estarlo. No es su culpa que la gente que la rodea se encuentre tan consumida, su propia familia se encuentra en el ojo del huracán y todo lo que salpica termina cayendo sobre ella. Phoebe no pertenece al mundo de Hans y viceversa, son como el agua y el aceite en medio de una cocina en llamas.

Sé que no hay nada que pueda decir o hacer que le saque esas ideas de la cabeza, Phoebe es la clase de persona que decide sentirse miserable y se aferrará a ello con uñas y dientes. Soy una tumba de silencio, oigo sus quejas como el marido comprensivo que se supone que tengo que ser hasta que se aparta, pronunciando lo que sé que le duele más: el rechazo y no de cualquier persona, de su hermano. El hombre mayor de la familia que ya la rechazó una vez, como un espejo de lo que sucedió hace añares. Es un poco irónico, sé que Hans detesta a su padre, pero a veces sospecho que se parece a él más de lo que le gustaría. Al fin de cuentas y genética aparte, Hermann fue quien lo crió… ¿O no?

Eres bienvenida en esta casa y creo que, por ahora, es lo único que importa — saco la varita para darle un golpe al aire y pronto, la ropa comienza a revolotear para regresar al armario con sumo cuidado — Tenemos un hogar que cuidar y no podemos tomar decisiones apresuradas. Hans fue un idiota, sí, pero creo que ninguno de los dos se está escuchando. Y antes de hacer una locura, tienes que comprender que ahora las prioridades son otras. No nos iremos a ningún lado — no es solo mi voz, también la mirada que le lanzo es determinante — Te darás un buen baño y tomarás una siesta, yo me encargo de la cena. Pero no dejaré que una pelea arruine una época que deberíamos estar disfrutando. La vida no es un callejón sin salida — siempre está la ruta rápida, pero no es tiempo de pensar en ello.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Meneo lentamente con la cabeza, bajando la mirada hacia mis pies por la vergüenza que siento ahora mismo. — Y qué si hacer lo correcto parece ser lo mismo que dañar a tu familia. — ni siquiera lo formulo como una pregunta, porque yo misma sé que es más bien una afirmación que se asemeja a un hecho. Hoy en día, las intenciones no importan lo suficiente como para tener un peso en la realidad, debería haberlo aprendido antes de empezar a cometer estupideces a diestro y siniestro. — ¿Recuerdas cuándo hablamos de esto? Te dije que no quería seguir guardando secretos para mi hermano, te prometí que trataría de serme fiel a mí misma, que mi hermano me aceptaría. — le recuerdo, expresando lo que llevo un tiempo acumulando en mi garganta.  — Hoy he comprobado que con eso no he hecho más que dañar lo que quiero, mi propio hermano ni siquiera quiere verme la cara ahora mismo y todo por… — regreso la vista hacia la ventana, a pesar de que no estoy observando nada fuera de ella y en realidad solo elevo los ojos hacia el techo en lo que me apoyo con un brazo sobre el marco de la ventana.

Me trago las ganas de sollozar solo porque está presente, no quiero tener que además preocupar a mi marido con cosas que ahora me son imposibles cambiar, por mucho que desee dar macha atrás en el tiempo, no sé muy bien hasta que fecha. Asiento con la cabeza, a pesar de que no hay un gran consuelo que pueda quitarme la sensación de debilidad que recorre mi cuerpo ahora mismo. Hace años no hubiera esperado que Charles tomaría la voz de la razón de la manera en que lo está haciendo en el presente, me hace notar lo mucho que ha cambiado y lo poco que lo he hecho yo en comparación. — Lo sé. — aunque no lo parezca, de verdad lo hago. Soy consciente de que no me puedo dejar llevar por el arrebato de querer dejarlo todo, no cuando espero un hijo de aquí a unos meses y lo más sensato no es abandonar un trabajo ni dejar una casa necesaria para lo que nos espera.

Sigo teniendo el malestar acumulándose bajo mi piel a cada segundo, culpo a que mi cabeza no es capaz a procesar de una vez lo que acaba de suceder y se limita a repetir la escena sin pausa. — Hablaré con mi hermano, le llamaré o… — no se me ocurren más opciones, por un momento mi cerebro funciona con algo de retraso. Hay un frío que se extiende por mi espalda, o al menos creo que es mi espalda, para cuando agacho la cabeza, apoyándome sobre el marco en una pequeña inclinación de mi cuerpo, no estoy segura de diferenciar lo que ocurre. Mi corazón empieza a palpitar con fuerza y el sudor es fruto de que asimile que el hilo grueso de color rojo brillante que se extiende por una de mis piernas es sangre. No me salen las fuerzas como para llamar a mi esposo, sé que está a unos escasos metros de distancia y ni con esas soy capaz a murmurar una palabra de aviso. Elevo la mirada hacia la ventana, no estoy muy segura porque todo en mi rango de visión aparece borroso y fuera de lugar, tampoco reconozco parte de lo que está diciendo porque me encuentro demasiado concentrada en tratar de mantener los ojos abiertos. Esa tarea que se hace complicada y me dura como dos segundos, puesto que pierdo la inconsciencia mucho antes de que mi cuerpo caiga desplomado sobre el suelo, como un muñeco de trapo al que se han cansado de sujetar.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No comprendo absolutamente nada. Han pasado unas pocas horas desde que Phoebe se ha marchado de casa y, así como si nada y antes de que pueda preocuparme por preguntarme cómo le comentaré a Lara y Meerah lo que ha sucedido durante la cena, ya estoy recibiendo un llamado de Charles ordenándome que debo ir al hospital. Sí, ajá, como dije, fue directamente una orden, de esas que no esperas recibir de dicha persona. Para cuando lo encuentro en uno de los pasillos desiertos, tiene la mandíbula tan tensa que creo que comió algo demasiado agrio, pero no llego a abrir la boca para preguntar qué demonios ha pasado que él ya se está poniendo de pie y viene hacia mí con el puño en alto. Y esa es la historia de cómo acabé con una enfermera curándome el ojo morado cuando vine aquí con la idea de saber qué pasó con mi hermana, mientras su marido me pone al tanto de la situación. Hermosas noticias.

No sé cómo debo sentirme cuando toco la puerta y asomo la cabeza para encontrarme con Phoebe sobre una camilla, aparentemente en buen estado de salud. Para cuando cierro la puerta detrás de mí, me siento totalmente fuera de escena, convencido de que esta visita no puede durar más de cinco minutos. Resoplo, paseando la mirada por la habitación — Charles me lo dijo todo. Muy amablemente — me señalo el cardenal que empieza a deshincharse gracias a los cuidados mágicos de la enfermera, aunque aún mantiene un color morado que se irá con las horas — Tendrías que habérmelo dicho. Felicidades, supongo — que no espere otra cosa de mí, ya es demasiado con haber venido.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Puedo agradecer que todo se haya quedado en un susto que podamos olvidar a partir de mañana, a pesar de que seguiré con el miedo a que se repita hasta que termine con el embarazo. Porque sí, lo que yo temía que fuera otro aborto al momento de ver la sangre chorrear, independientemente de la desorientación con que desperté después, al final solo resultó ser a causa de cambios en mi cuerpo. Lo cual tiene toda la lógica porque los últimos días, horas, por no decir segundos, han aumentado mis niveles de estrés hasta el punto de, bueno, esto. Aun así, me resulta imposible quitarme la sensación amarga con que se me ha quedado el cuerpo desde entonces, también me duele la cabeza por el golpe contra el suelo, pero lo considero un mal menor viendo lo que podría haber sido.

No me es agradable estar en esta posición, lo único que deseo es volver a casa y regresar a la normalidad, ahora ya no tanta si tengo en cuenta todo lo que ha cambiado en el transcurso de unas horas. Aunque sea reposar, que es exclusivamente lo que voy a poder hacer en las próximas semanas según la enfermera, acompañado de que sería bueno tomar un descanso del trabajo, al menos por unos días. Ante eso iba a quejarme, siendo que acaba de empezar el curso y no estoy cómo para pedir cosas al ministerio, pero la cara de Charles no es algo a lo que pueda discutir. Soy la que insiste en que vuelva a casa, que para mí esta habitación de paredes blancas será mi casa por el resto de la noche, más solo consigo que salga de la sala cuando dice tener que ir a hacer una cosa y que regresará en breves.

Llega el punto en el que no sé qué es lo que está haciendo para tardar tanto, que suene la puerta me extraña de pensar en que es mi marido y no lo necesita, así que asumo que será la enfermera. No sé el rostro que esperaba encontrarme, pero definitivamente el de mi hermano no era uno de ellos, razón por la que mi propia cara cambia completamente de expresión. No necesito que diga nada con respecto a su ojo morado porque puedo deducir a la perfección lo que ha podido pasar, lo que no sabía es que le había dado permiso a Charles para que lo llamara. — No te pedí que vinieras. — es mi defensa y única respuesta a la señalización que hace con la mano. Mi semblante no dice nada por unos segundos, ni siquiera trato de reacomodarme en la camilla. — No hubiera hecho una diferencia, me temo. — el motivo por el que añado lo último es desconocida para mí, lo que sí sé es que tengo razón al decir que el hecho de que Hans supiera sobre el embarazo no habría cambiado nada. Mi hermano no conoce de tacto. Es lo que dice a continuación, acompañado de ese supongo, lo que me hace modificar el tono de mi voz, no sé si se torna más severo, la verdad es que yo diría que se muestra débil cuando paso a escucharme. — Si has venido a discutir, este no es el lugar, ni el momento, y desde luego no es lo que necesito ahora mismo. — si quiero mantener mi nivel de estrés a raya, su presencia no es lo que me hace falta, y creo que casi puedo sentir mis palpitaciones acelerarse solo con sus comentarios. — Así que por favor, vete — pido, llego a hacer un movimiento hacia la puerta, es demasiado vago como para quedar explícito, porque paso a llevarme la mano a la frente, sin siquiera poder mirarlo. Cuando se marche probablemente me ponga a llorar, me gustaría poder culpar solo a las hormonas, pero por desgracia, no quiero tener que pasar otra vez por lo que ya ha quedado claro de su parte y es evidente por mi estado.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es extraño, no reconozco ningún sentimiento de remordimiento cuando su respuesta es tan mordaz. ¿Qué me preocupa por su salud? Pues claro. ¿Que no deseo que le pase nada al bebé? Tampoco. Pero todo esto me parece una rabieta infantil, el capricho de una persona adulta que no se da cuenta de que ha hecho algo mal y ha decidido pintarme a mí como el ogro. Tengo que hacer un enorme esfuerzo para no poner los ojos en blanco, aunque sí me permito el resoplar y cruzarme de brazos, sin intenciones de acercarme a ella — Tú no, pero Charles sí. Supongo que no se podía aguantar las ganas de… ¿Qué? ¿Culparme una vez más? — por favor, desde que desapareció fui yo el que se volvió loco buscándola, fui yo quien le dio dinero cada vez que lo necesitó y le consiguió trabajo a su marido. Ah pues claro, le digo que es una inmadura por confiar en terroristas y ya me merezco el infierno. ¿Para qué demonios vine, una vez más?

Levanto las manos con resignación, desarmo mi postura en vista de que mi presencia aquí es un error que no pretendo cambiar — No vine a discutir, solo pasaba a chequear que estuvieras bien, eso es todo — ella, el feto que tiene adentro y que ha venido a parar a una familia de locos… ¿Ni siquiera por su hijo es capaz de ver el panorama completo? Me balanceo un momento en mi lugar, no muy seguro de cómo actuar. Si fuera cualquier otra persona, tomaría su orden y me marcharía para no regresar, pero creo que no alcanzo a ese nivel de insensibilidad — Espero que al menos, todo esto te sirva como una señal de que debes tomar las cosas con más calma y más responsabilidad. Hay un bebé que dependerá de tus decisiones y en verdad espero que sepas ver lo afortunada que eres al poder darle una vida digna — vamos, que he hecho una carrera en base a dar sermones, pero no puede decirme que estoy equivocado. Que no sea tan inmadura, por una vez en su vida.

Me acerco, pero lo suficiente como para golpear suavemente los pies de su camilla con los nudillos — Si te interesa, Lara tiene muchos libros de maternidad que puedo enviarte — es una sugerencia libre, la mido con la mirada antes de enderezarme — Si me marcho… ¿Prometes que no harás ninguna locura? Dime que no estoy pidiendo demasiado.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No tienes que fingir que te sigues preocupando por mí, Hans, si no es algo que te faltó añadir es porque sé leer entre líneas, mucho menos si la razón por la que has venido es porque sientes que es lo que debes hacer. — contesto a su alegación sobre el motivo de su visita. Mi hermano tiene esa manía de hacer las cosas sólo porque debe, probablemente porque se ha pasado toda su vida entre leyes, siguiendo órdenes de sus superiores. Lo que me duele no es que haya venido, sabiendo que hace unas horas dejó en evidente lo que opina sobre mí, me duele que lo camufle como una preocupación que sé que ya no está ahí. Por lo siguiente, me remuevo un poco en la cama, no es la primera vez que recibo un sermón de parte suyo, creo que sería capaz de recitar todos los que me ha dicho a lo largo de mi vida. Precisamente en esta ocasión, no es lo que necesito, pero no es algo que pueda reprimir tampoco. — Puedes quedarte tranquilo, he aprendido mi lección, no voy a volver a confiar en las personas equivocadas. — no sé si es lo que necesitaba oír, es lo que me sale, aunque apenas le dirijo la mirada. — Al contrario de lo que piensas, sé dónde estuvo mi error y soy consecuente con mis acciones, pero ya estuve embarazada una vez, e incluso en el norte estaba preparada para darle la vida que se merece. — ¿espero que entienda que no pretendía que nada de esto pasara? No. Él no ha pasado su vida entera en el norte, no sabe que allí las reglas de raza no funcionan como aquí porque lo importante no es la sangre que se tiene, lo que allí importa es la supervivencia. Si para ello tuve que depender de un humano, uno en el que confiaba y que me salvó la vida, puede que mi equivocación estuviera en confiar en él después de tantos años, pero también lo hice con Hans, independientemente de que su cobardía lo hizo vivir una vida sin carencias. Con un padre posesivo, sí, pero la peor parte no la sufrió él.

Mis párpados se mueven de manera que enfoco hacia su figura cuando se acerca, mi rostro pasa a ser un reflejo de alguien que guarda el dolor de tener que estar pasando por esto. Me quedo callada a su invitación, pasan segundos en los que solo se aprecia el silencio y mis ojos no se apartan de los suyos en ningún momento. No me cuesta nada identificar los matices que para él pueden pasar desapercibidos en sus frases, pero que para mí son un determinante de que, una vez más, está actuando en base a lo que debe ofrecer, y no lo que realmente desea hacer. — Hans, si todo lo que soy para ti es una mancha en tu expediente, no quiero favores. He vivido a base de ellos toda mi vida y no deseo recibirlos de mi hermano también. Te devolveré todo lo que has hecho por mí en este tiempo, pero no busques forzarte a hacer cosas por mí solo porque te sientes en la obligación de hacerlo. — porque no es más que lo que he recibido con ese comentario de puedo enviártelo, que no denota otra cosa que el supuesto esfuerzo que le supondría. No planeo ser una presencia molesta en su vida de ahora en adelante, ya fui un estorbo por demasiado tiempo, supongo que esa es otra lección que debería haber aprendido en su momento, al nacer, por lo que parece. Me he cansado de vivir a base de los favores de otra gente, creía que había puesto freno a esa parte de mi vida al escapar del once, pero esto solo demuestra que mi hermano no me considera más que eso, alguien al que le debe echar una mano solo porque sí, no porque verdaderamente le importe. A lo de la locura, he apartado la mirada de su rostro, tomo aire por la nariz en lo que siento que mi garganta se está cerrando. — Eres libre de marcharte cuando quieras. — al final, todo el mundo lo hace. Solo me queda confiar en que mi marido se quede conmigo pese a las equivocaciones que está claro que mi hermano no puede, ya no digo perdonar, sino aceptar por lo que son.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No entiendo cómo es que, a pesar de la molestia dolorosa que me provoca toda esta situación, el sentimiento predominante sea exasperación. ¿Cómo es posible que ella siga poniéndose en el rol de víctima, cuando está admitiendo que sabe dónde estuvo su error? ¿O es que simplemente me dará la razón como a los locos, mientras se dedica a pensar que he sido cruel solo por decirle la verdad? Hay algo que siempre he detestado de las personas y es esa sensación constante de la autocompasión, la queja inmediata sobre un problema que no están buscando solucionar. Phoebe no tuvo nada, es cierto, pero lo poco que ha conseguido no lo ganó en base a esfuerzo, sino porque no tenía otra opción. ¿Y entonces de qué se queja? ¿De que nuestro padre fue una basura? Bingo, lo sé. ¿Qué hizo para solucionarlo? ¡Nada! Los demás vamos siempre detrás y limpiamos su mierda, porque pobrecita Phoebe. Y yo no seguiré con eso.

Creo que por eso mismo la miro con la lengua entre mis dientes. No quiero gritarle que es una llorona mal agradecida, hasta que algo de todo lo que dice hace que vuelva a abrir la boca — No quiero que me devuelvas absolutamente nada, no lo necesito — aclaro — Pero vas a escucharme bien. Nada de lo que hice por ti fue una obligación, lo hice porque me parecía lo correcto. Porque eres mi familia y cuidarte es mi trabajo, como lo haría por cualquiera de nosotros, incluso por tu marido o tu hijo. Y solo esperaba de ti lo mismo… un poco más de razón o cordura, eso es todo. Tú solo… — dejo caer las manos a mis costados con exasperación, respirando con pesadez en busca de las palabras — Te quejas, Phoebe. Crees que el mundo fue una mierda contigo y sí, tal vez lo fue, pero no haces nada con ello. Y no seré el malo de la película solo porque tú cometiste un error y lo único que sabes es sentarte a llorar por eso. Tengo mis prioridades, que son mis hijas y me haré cargo de mis acciones, sean cuales sean. Y si tú no puedes ver eso… — que me disculpe por enfadarme, por necesitar mi tiempo para pensar.

Estoy lejos de rogar por cinco minutos. Me basta con una palmada en uno de sus pies para darme la vuelta, hasta tomar el picaporte. Me detengo, dudoso, antes de abrir con suavidad y girarme para verla una última vez — Me alegro por ti. Por el bebé. Espero, de verdad, que sepan ser muy felices — porque tal vez eso es todo lo que necesita, la felicidad tiende a ser más sencilla de lo que alguna vez creí. Solo hago un gesto con la cabeza antes de salir por la puerta.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Hay una cosa en la que tiene completa y absoluta razón, sería hipócrita negar que no tengo un afán por la protesta. Esas quejas por las que está haciendo un escándalo son la única forma que tengo a día de hoy de ser escuchada, lo que no hace y es algo que yo tampoco voy a formular es por qué, por qué quejarme parece ser la alternativa a la que recurro con más facilidad. La respuesta es muy simple, y tiene que ver con que soy la sombra de una familia que siempre ha tenido opiniones fuertes, unas que son muy difíciles de discutir, como esto no es más que un ejemplo de ello. Mi padre juzgaba a los magos, pero era lo suficientemente pequeña como para no entender nada del asunto y no es algo sobre lo que pueda alegar. La situación ahora es otra. Me encuentro con que mi hermano es el ministro de justicia de una sociedad que se dedica a esclavizar humanos, culparlos de todo el mal que una vez se nos infringió a aquellos de sangre mágica. Leyes que yo, como alguien que ha visto, experimentado y escuchado muchos puntos de vista, no comparto. ¿Puedo luchar contra eso? ¿Podría hacer lo que hizo la madre de Meerah y regresar al norte, lugar donde se acumula la resistencia? Podría, claro que podría, ¿lo he hecho? No. No lo he hecho porque cuando Hans apareció de nuevo en mi vida, tenía claro que quería conservarlo. Sabía que no me aceptaría si era sincera con él, si le contaba que no estaba de acuerdo con lo que estaba haciendo, porque era Hans, ¿cómo podía hacerle eso precisamente yo, yo, que soy una de las razones por las que decidió seguir con esta vida de resentimiento?

No lo culpo, yo también estoy resentida, con mi pasado, con mi padre, creo que ese es mi principal problema, que no hago otra cosa que proyectar sobre mi presente lo que pasó hace años. Y lo acepto, soy consciente de que este fue mi error, ahora lo veo más claro que el agua. Tiene razón en muchas cosas, la mayoría de las cosas que salen de su boca se sienten como un llamado a la realidad que no me queda otra que asimilar, esta vez sin protesta. Porque es la verdad, puse en peligro a su familia, puede que él no comprenda que solo lo hice porque la propia experiencia personal me cegó, me hizo ver a una persona que en el pasado me había ayudado como alguien que solo quería comprobar que su familia estaba bien. ¿No es lo que hubiera hecho cualquiera? Quiero creer que sí, que mi hermano hubiera hecho lo mismo si la situación hubiera sido del revés, sangre dejada a un lado. Es por eso que me quedo callada, no tengo una defensa ante lo que dice y espero que el silencio sirva como respuesta tanto como mis ojos se mueven al tratar de permanecer quietos sobre los suyos. No pretendo excusar mis acciones, no lo haré, pero sí me atrevo a decir que el hecho de que no murmure una sola palabra refleja verdaderamente dónde estaban mis intenciones.

Su explicación se basa en que solo sé quejarme, y es una justificación perfectamente válida. Lo que no ve es que yo me he callado durante todo este tiempo porque valoro a mi familia, porque no quería que se rompiera por mis opiniones dispares, porque podría haber hecho muchas cosas diferentes, y no las hice sabiendo que a día de hoy los Powell están con la soga atada al cuello. Porque los quiero y no pretendía ponerlos en peligro. Me equivoqué, soy humana, he cometido toda clase de errores en mi vida, pero lo que me queda de esto es que el más grave ha sido confiarle quién soy a la persona que se suponía no iba a juzgarme. Mi falta está en haber sido yo misma al pretender ayudar a una persona que consideraba un amigo por lo que hizo por mí cuando todo lo que tenía se esfumó de un día para otro. No puedo cambiarlo, claro que me arrepiento de haber puesto mi confianza en alguien que la tomó y no solo la estrujó con la mano, sino que la pisoteó hasta que la convirtió en humo y cenizas, de la misma forma que yo ahora estoy viendo como mi propio hermano está haciendo lo mismo con la confianza que tenía en mí, no sé si solo por ser su hermana, o porque esperaba otra cosa diferente de mí, pero me duele haberle fallado de la peor manera posible.

Y sé que, si hay algo que me ha quedado claro de esto, es que voy a necesitar ayuda. No de mi hermano, ni de mi marido, tampoco de amigos. Necesito ayuda y no la de cualquiera, la de alguien que sea capaz a darme una perspectiva diferente, que sepa decirme qué es lo que estoy haciendo mal, para no volver a permitir que esto suceda de nuevo. Tengo que aprender a dejar de usar mi pasado como una excusa a todos mis problemas, cuando el principal problema es que solo hago que cometer estupideces por cuenta propia. Puede que no me haya dado cuenta hasta ahora, que he sido una egoísta en todo este tiempo, con Charles, con mi familia, que me he convertido en una amenaza para ellos, no importa si ha sido consciente o inconscientemente, el resultado es que por mi manía a verlo desde mi punto de vista, los he puesto en peligro. Y si continúo por este camino voy a terminar por ser mortífera para mí misma también, que no es ni la mitad de terrible como el de haberlo sido para los que me importan. Soy plenamente consciente de que necesito cambiar, que no valen las disculpas si sigo repitiendo los mismos errores, si continúo con los vicios que empecé a arrastrar desde vaya a saber cuándo. Pero no creo que pueda hacerlo sola, ya lo he intentado y he acabado traicionando lo que verdaderamente importa, incluso cuando eso signifique traicionarme a mí misma y lo que pienso. Necesito ayuda externa, de una vez por todas, y en esta ocasión no seré reacia a pedirla si con eso aseguro que no vuelva a repetirse. Por la forma que tiene mi hermano de marcharse, no queda duda de que una segunda oportunidad no es lo que voy a recibir, pero sí creo que sea algo que puedan darme mi hijo, mi esposo, si puedo intentarlo de nuevo.
Phoebe M. Powell
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