The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Born to die · Hans
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Invitado
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Recuerdo del primer mensaje :

Arrojo todo lo que está dentro del bolso de Tilly sobre la cama, tal vez de un modo inconsciente guardé el sobre allí. Revuelvo entre los pañales y algunas mudas de ropa sin dar con este, voy cayendo lentamente en un nerviosismo inquietante. ¿Lo habré olvidado en la casa de Mohini? Esa es la mejor de las posibilidades, si ella lo tiene no tengo de qué preocuparme, de hecho, ese sobre bien podría quedarse allí, que lo guarde en algún cajón oscuro. El siguiente alboroto lo causo al tratar de dar con mi teléfono, elijo una llamada en vez de un mensaje, así tengo la respuesta inmediata a través de la voz de mi madre de que nada ha quedado allí. —¡POPPY!— salgo al pasillo para llamar a la elfina, que la bebé se ha quedado dormida en su cuna por lo que creo que serán veinte minutos de gracia, entonces llegará su padre y como si percibiera el primer paso que da al entrar a la mansión, despertará para exigir su cuota de atención que a veces sobrepasa a la del resto. Cierro suavemente la puerta a mi espalda para que siga descansando y cuando tengo la confirmación por parte de la elfina de que todos los sobres y documentos van a parar al escritorio del despacho de Hans, no espero que vaya por si misma a traerme lo que es mío, me arrojo escaleras abajo así puedo entrar y salir antes de que llegue.

De acuerdo, no me gusta este lugar, se siente como si lo estuviera invadiendo y seguro que hay cosas que no voy a querer leer por accidente. Mi regla es no hacer preguntas que llevan a respuestas que no quiero oír, ni enfocar mis ojos en algo que no quiero ver. Pongo un pie tras el otro dando pasos tentativos hasta llegar al escritorio, con un rápido vistazo a los papeles que están encima trato de identificar el logo del centro médico del distrito cuatro, hacerme los estudios ahí parecía más discreto que en el hospital del Capitolio. Muevo apenas las carpetas con mi varita así puedo correrlas, y cuando logro dar con el sobre, se me cae la varita por el sobresalto de la puerta al abrirse. El ruido que hace al caer al suelo luego de rodar por la mesa suena como cristal roto, con estruendo en mis oídos. —¡HANS! ¡ME ASUSTASTE!— grito, descargo un golpe sobre la mesa. —¿Es que no te enseñaron a tocar? ¡Por favor! ¿Qué maneras son esas de entrar?— me indigno, así puedo recuperar mi sobre de un tirón y pararme como desafiándole a que me diga lo que sea, mi entrecejo fruncido trata de detenerlo, que la que está en falta soy yo y pruebo un escape veloz. —¡Por favor!— repito con tonito de enfado al pasar a su lado. Cierro la puerta a mi espalda y estoy a medio camino de las escaleras, cuando vuelvo sobre mis pasos al percatarme de mi error. Abro la puerta de un tirón con el sobre a la vista, me quema en la mano. —No, espera, este es de tu tarjeta— y yo no me hago responsable de esto, que si a él se le ocurre comprarle ponys arcoíris a Meerah y a Mathilda no es cosa mía.
Anonymous
Invitado
Invitado
Tardamos un poco más que el resto, pero lo hicimos— sonrío en respuesta a su comentario sobre que crecimos, es la verdad puesta de la manera más sencilla. — ¿Eso quiere decir que ya estás listo para darme la propiedad absoluta del capitán Kesibi?— pregunto por la oportunidad de hacer una broma al respecto, es una lástima para Mathilda que sus padres estén en este proceso de madurar y de que Meerah esté adelantada a nosotros, cuando ella recién está empezando con los juegos y espera en su flotador a que seamos parte de esta fiesta en el agua que la mueva de un lado a otro como un bote loco. No digo nada sobre esa confianza puesta en decir que volvería a pasar por todo si eso nos devuelve a este punto, muchos menos lo tomo a chiste, hay una bebé entre nosotros y Meerah que se ha vuelto tan real como para que tender un lazo entre todos de un material resistente al tiempo, para un futuro en que el ya no podremos soltarnos para volver a nuestros egoísmos en mi caso y el de Hans.   No suena a una frase vacía cuando lo dice él sino como una declaración real, cuando ambos sabemos que fue un camino transitado con muchos desastres que nosotros mismos provocamos, hasta que entendimos como movernos con el otro y a la par de sus pasos.

Puedo decir que conozco de él cosas que la vieja Lara nunca podría haber visto, ni creído posible, una lista muy larga de cosas de las que sería una escéptica furiosa, y otras que eran un enigma porque simplemente eran cosas que nunca había conocido para tener una referencia, dejé de preguntarme sobre la identidad de estas, aceptarlas así como se mostraban. —Yo también, todavía puedo ver al viejo Hans en ti— acoto con una sonrisa torciendo mis labios para tomarle el pelo, aunque no es mentira. No puedo decir que sea enteramente un hombre diferente, y en eso creo que radica la diferencia entre cambiar y crecer, puestas entre nosotros siguen siendo definiciones insuficientes, si hay algo que he hecho todo este tiempo al quedarme a su lado creo que ha sido conocerlo. No me quedé con su mejor perfil, ese que muestran en la televisión, ni tampoco con la cara más desagradable que muestra en sus tratos bajo la mesa. Al parecer dormir con alguien aporta un punto de vista único sobre esa persona, y cuanto más lo conoces, más te sumerges. Desde mi sitio puedo seguirlo con la vista, mantenerme en el borde no es un gesto de distancia, si a estas alturas me he sumergido entera en esto. Hay pocas cosas que me queden por decir que acepto en voz alta, casi pienso que se ha olvidado que me dio un anillo y estamos volviendo sobre lo mismo cuando me dice que me tome mi tiempo para responderle una pregunta.

Tengo que admitirlo, por un momento que pasa muy rápido, tengo el pensamiento de que va pedirme que tengamos otro bebé, que entre broma y broma, la verdad se asoma. Es que no sé qué más queda para que todo termine por encajar, sin pensarlo y sin planearlo, este rompecabezas que comenzamos de manera muy torpe se está mostrando como un cuadro bonito. Uno donde hay una gorda con bikini de cerezas navegando a capricho del agua cuando él se acerca como para que pueda ver las gotas de agua en su nariz. Todo lo que puedo pensar al escucharlo es que acaba de inventarse esta ley y mañana mismo el ministerio de justicia la hará entrar en vigencia, y todo lo que puedo decir es que sí, así que puede tramitar esta ley unicornio. —¿Tú crees que ella quiera?— pregunto, tiene edad como para entender a sus padres, decidir qué apellido llevar y delinear todo lo que tenga que ver con su identidad. —Si ella está de acuerdo, yo…— no sé cómo expresar como me sentiría porque todas las palabras me quedan cortas,  no logran medir lo que significaría para mí. — Es Meerah— trato de verlo en mi mente, por fuera de esta casa y esta isla, —si fuéramos solo ella y yo en el mundo, sin ti, sin Audrey, sin Mo, aun sin Tilly, no me veo haciendo otra cosa que yendo hacia ella para… estar con ella. Ella es exactamente como tú, algo que no sabía que estaba buscando y es extraordinario al descubrirlo—. ¿Estás llorando otra vez, Lara? Mierda, tengo que frotar mi nariz con el dorso de la mano para limpiarla, lo disimulo al meter mis piernas en el agua y voy a quejarme de que la llenen a la altura de Hans, luego, aprovecho lo cerca que está para abrazarlo por la cintura y dejar que las lágrimas se pierdan en la piscina. —¿Por qué demonios pones todo tu mundo en las manos de alguien que cuando conociste venía de romper tantas cosas?— le pregunto con mis dedos rodeando el flotador de Tilly para que no se vaya lejos por el movimiento del agua.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No puedo decir que he estado junto a Meerah toda la vida. Tampoco voy a alardear y asegurar la enorme mentira de que he sido un padre responsable y cercano a ella desde el primer momento. Conocerla fue todo un trámite, adaptarme a lo que una hija ya crecida necesitaba fue mucho más complicado de lo que hubiera creído, en especial porque no había espacio para niños dentro de mi agenda. Pero he aprendido a verla, a reconocer partes de mí en otra persona que habla, que piensa y se mueve, que crece y es posiblemente la cosa más perfecta que he visto, junto a la bola rosada que se dedica a dejarme sin dormir todas las noches y, a pesar del cansancio, puedo tomar esos minutos porque sé que debo disfrutarlos mientras pueda. Meerah se está metiendo en la edad donde veré más puertas cerradas que abiertas, en la cual estoy seguro de que me odiará y querrá lejos al menos tres veces a la semana y, para ser honesto, sé que en la mayoría de los casos preferirá hablar con Lara antes que conmigo. Hay cosas que ella puede comprender que yo no y es por eso que asiento con tanta seguridad frente a su duda, porque no puedo imaginar un mundo donde Meerah rechace la idea. Creo que aquí ha encontrado una familia, tal vez no ideal, pero sí firme a su manera, después de que su madre haya actuado como lo hizo.

Scott solo me confirma que tengo razón con esas palabras, sonrío más para mí que para ella porque siento el haber ganado una apuesta mental de que he elegido bien, entre todos los errores que cometí puedo decir que al menos hice algo que vale la pena — Sí, Meerah tiene ese efecto — aunque es una broma, sé que no estoy muy errado. Muchas cosas cambiaron desde la noche en la que nos conocimos, en ese pequeño apretón de manos con una niña cuyas mejillas ya han empezado a desinflarse. Tengo que moverme un poco para que ella pueda meterse en el agua, ahí donde me encuentro abrazándola en un intento de serle de apoyo, que tengo la sensación de que si la suelto va a hundirse — Porque me ayudaste a arreglarlo — es una respuesta tan simple y tan rápida que me doy cuenta que ni siquiera tuve que pensarlo. Froto mis manos por sus brazos, allí dónde puedo sentir que su piel sigue tibia — Sé que en otro lugar, puedo trabajar solo. Puedo dar órdenes y crear leyes sin que nadie meta su mano, pero aquí es diferente. Esta es una casa con sus propias normas y, para dos personas que estuvieron siempre solas, hacerlo de a dos es la mejor forma de encontrar el camino y poner los parches que hagan falta. No es perfecto, pero es nuestro — creo que eso es lo que acaba valiendo la pena al final del día, cuando la casa es un desastre pero todos están seguros en sus camas.

Sé que es extraño si vemos la parte que durante siete años estuviste bajo mi radar de mala vibra — agrego, no puedo evitar sonar vagamente divertido frente a eso — Pero confío en ti. Confío tanto como para poner a mis hijas y a mí mismo en tus manos. Quiero que esta casa sea tu hogar con todas las letras y que tanto Meerah como Tilly tengan a quien admirar mientras yo estoy muy ocupado siendo el padre gruñón que le lanza maleficios a sus pretendientes. Y es aterrador, lo sé, pero hemos enfrentado cosas peores — como el pasado, ese que ahora podemos ir dejando atrás. O el futuro, siempre tan inmenso e incierto. Por ahora puedo sostener su mano en una piscina, al flotador con la otra y creo, quizá con algo de ingenuidad, que es suficiente — ¿Puedo asumir que entonces eso es un sí?
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Es un efecto que heredan en esta familia— murmuro, mis ojos puestos en la bebé que abre su boca para llenarla con el puño pequeño de su manito, tiene tantas líneas en sus brazos gruesos que no puedo terminar de contarlas, es una bola arrugada en su flotador, con la cabeza del cisne marcándole un norte inmóvil, la mantenemos sujeta con nuestras manos. Con solo un brazo envuelvo la cintura de Hans, basta como agarre para colocar mi cabeza sobre su pecho, a su hombro no llego tratando de hacer puntitas de pie bajo el agua que por los movimientos se agita, trata de separarnos. No hace falta que nos sujetemos fuerte para permanecer unidos, con mantener el contacto es suficiente, el material del flotador quiere resbalarse en mis dedos, pero no lo dejo. No dejaría que nada separara a esta familia, no cuando estamos poniendo todo de nosotros para ser una, como ese algo que le dije que nunca soñé, y por el cual renuncié a tanto, porque lo que tengo siento que lo vale. Siempre que tengamos un momento antes de que acabe el día, en el que pueda sentir su piel contra la mía, meciéndonos en el agua o en las horas que restan en la noche, puedo convencerme que estamos bien y lo podemos sostener así, por terquedad si no es destino.

Escucho lo que me responde con la confianza de que sus palabras me ayudarán a dar solución a un acertijo que me ronda hace tiempo, la respuesta no la puedo encontrar por mí misma, necesito que sea él quien le diga, imponiendo su voz a todas las del pasado. Entonces puedo poner mi fe en lo que dice, abandonar la idea de que todo lo que pasa por mis manos será descartable, hecho para romperse, si es que no lo rompo yo, y poder verme en ese rol de ser quien puede arreglar lo roto, como me ha gustado creer en ocasiones, a veces como una mofa hacia él que me traía cacharros por reparar y otras veces para mí. Cierro los ojos a su caricia que me reconforta, en serio confío en él a ciegas como para ser en quien me apoye y pueda pensar de a dos, tal vez no sobre lo que está hecho, en lo que persistieron mis costumbres egoístas, sino en todo lo que vendrá para nosotros. Es increíble cómo ha conseguido que pueda mostrar mi cara al futuro y casi sentir emocionada al respecto, a todo lo vendrá envuelto en esa capa de incertidumbre.

La mala vibra era culpa de que me ponías en mis treces con una llamada, en el taller debían soportarme con energías negras saliendo de mí— contesto a su intento de bromear a mi costa, y seguido a esto viene su reafirmación de confianza, esa que me rodea como la única fuerza que necesito para sostenerme en este lugar, con sus privilegios incómodos y sus visitas maleducadas, si es donde esta familia puede descansar segura por las noches. —Y también enfrentaremos cosas peores, la ironía de todo esto es que me reconocía fuerte cuando luchaba sola con los problemas y entonces tenía más miedo a todo, contigo me reconozco frágil. Pero saber que estás desvanece mi miedo, puedo lidiar con lo que sea que venga, sea un troll o un presidente— la curva que crece en mis labios coincide con un gorjeo de Mathilda que parece querer reírse conmigo. Clavo mi barbilla en su hombro al preguntar en vez de responder a su pregunta. —¿Crees que a Meerah le gustaría tener los mismos apellidos que su hermana? ¿Scott-Powell?— creo que estoy retomando una discusión olvidada, procuro esconder la sonrisa con un beso que dejo cerca de su clavícula. —Es un sí, no podría decir otra cosa que sí. Y Hans…— murmuro, una piscina no logra tener el mismo impacto que el mar para lo que diré, repitiéndonos a nosotros mismos hace unos meses. —Te seguiría a donde sea, no importa lo hondo. No te dejaría solo allí. ¿Lo sabes, no?— es bueno preguntárselo, si son palabras que puedan quedar en él, para todos los tiempos que vendrán.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Sí, tengo bien en claro tu odio hacia mí en ese entonces. A veces todavía pones esa cara de desagrado cuando discutimos… — exagero, obvio que lo hago, el movimiento de mis hombros indica el tono bromista. Siempre fui bueno para leer a las personas, pero con Scott existía una barrera más que física. Apenas muevo una de mis cejas, la sonrisa se borra un poco — Intenta no tener que pelear contra ninguna de las dos cosas — es todo cuestión de tiempo, las figuras como Magnar siempre acaban pisándose la cola. Sé muy bien que en el pasado Scott pecó de orgullosa y boca floja, pero hoy en día hay algo más importante para nosotros que nuestro orgullo. ¿O yo era un lame botas de primera categoría cuando los Niniadis estaban al poder? No, solo me llevaba bien con ellos, respetaba sus ideas a pesar de lo que muchos pudieran decir. En esta ocasión, es diferente. Bajaré la cabeza siempre y cuando esta isla sea nuestro santuario para que Mathilda y Meerah sean felices y nosotros podamos tener nuestro espacio. Una casa de muñecas, limpia y perfecta.

El toqueteo de sus labios en mi piel se siente tibio, me tienta a cerrar los ojos de modo que tengo que hacer un esfuerzo en dejarlos abiertos — Meerah te adora, creo que para ella sería tanto un honor como para mí — siempre podemos tener una charla, aún nos queda tiempo. Hago un amago a tomar su mano bajo el agua, pero mi nombre hace que me fuerce a mirarla en un intento de oír lo que tenga que decir. No importa cuántas veces lo diga, hay algo en su fe que siempre me toma con la guardia baja, como si pudiera hacer temblar la piscina. Me demoro un momento en asentir con la cabeza — Eres el mejor flotador — aseguro, me tomo un momento en limpiar una gota que recorre su mentón pronunciado con uno de mis pulgares — Incluso mejor que el azul. Es imposible ahogarse estando contigo y si lo hago, no se siente mal. Es un sostén seguro — como la isla, pero personal.

Las patas de Tilly deben moverse, porque oigo un chapoteo que no viene de nosotros y puedo sentir la corriente de agua. La ignoro solo los segundos que me toma el probar los labios mojados de Scott en una caricia, la sonrisa que deposito en ella tiene mil significados diferentes, camuflados en algo muy simple. Ella sabe que jamás voy a dejarla sola, que le he regalado todo lo que soy para que esto funcione. En lugar de eso, me giro para picarle la panza redonda a Tilly, quién se sonríe detrás de su puño arrugado y regordete — ¿Sabes, Mathilda? Tu madre estaba loca por mí desde un inicio, pero ella dice que no. Algún día vas a conocer la historia y ya te contaré los detalles de cómo decía que me odiaba cuando solo quería casarse conmigo — me mofo, que para pasar historias, aún tenemos tiempo.
Hans M. Powell
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Invitado
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Miente, lo que más ha cambiado es mi manera de mirarlo a él y a todo lo que me rodea. No creo que a mis ojos pueda regresar un sentimiento tan viejo como el rencor por saberme en deuda con él, no creo que pueda encontrar en ellos ese resentimiento. Tampoco llego a mirarme desde afuera como para saber de qué modo lo hago en el presente, me incomodaría la idea de que podamos parecer unos idiotas románticos para quien nos mire desde afuera y no ayuda que comience con sus exageradas anécdotas a nuestra hija sobre mi supuesto amor callado por él todos estos años en que fingía no verlo cuando me lo cruzaba por los pasillos del ministerio. Descargo mi puño en su hombro con fuerza, le duele más a mis nudillos que a él que tiene músculo para amortiguar el golpe.

¡Ja!— exclamo. —Eres el que andaba detrás de mí, llamándome a cualquier hora, y tenías esos extraños sueños de que fuera la madre de tus hijos. Traerme aquí, a tu casa, para emborracharme y hacerme firmar los papeles de matrimonio. Pero como tienes el estómago más débil, para que no me fuera sin firmar me entretenías de otras formas…— lo acuso. Camino en la piscina para ir hacia el flotador de Tilly así puedo abrazar el inflable y llevarlo conmigo, lejos de los falsos rumores de su padre. —Yo te voy a contar la verdad sobre nosotros, no lo escuches. ¿Te puedes creer que una vez usó de excusa a Meerah para invitarme a almorzar? Porque era incapaz de pedírmelo bien. Fue un desastre, en medio de las hamburguesas trato de pedirme para ir al cine o al karaoke y no supo cómo…— se lo relato a la bebé que busca mi voz con sus ojitos, sonriéndome por detrás de su puño sin saber bien de qué le estoy hablando, pero creo que por mi tono entiende que es un chiste del que debe reírse y lo hace, el gorjeo divertido sale de su boquita y patalea con su poca fuerza. —Y después de sus trucos y artimañas me tiene aquí donde quiere, pidiéndome que sea la madre de sus hijas. Lo planeó desde un principio, lo sé— se lo susurro a Tilly al acercar mi nariz a la suya, así quedamos escondidas debajo de su sombrero donde ambas sonreímos hacia el hombre del cual hablamos.
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