OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Doblo la falda con mis brazos para colocarla en la pila sobre la cama, curvo mis brazos para sacarme la prenda superior que me aprieta el busto, desde la habitación de mi madre sigo hablándole a viva voz para que me escuche en la cocina. —Y entonces Phoebe comenzó a llorar— sigo relatándole, que los detalles de mi tarde de los recuerdos con los hermanos Powell no se los pude dar por teléfono cuando le comenté que estábamos armando un archivo de videos y fotografías para Tilly, ni tampoco en las otras ocasiones en que nos vimos desde entonces, que no fueron tantas porque es poco lo que salgo con la bebé de la mansión. Es de las escasas veces que vengo a la casa de Mohini, que alguna vez fue mi casa también, preferí ser yo quien viniera a revolver entre los sari que tiene guardados en el fondo del armario y también la colección de videos que he repasado en los que aparecen mis padres en su versión más joven, así como más feliz de un matrimonio reciente que estaba disfrutando de los primeros años de una hija que sería la única que tendrían.
—Hans se fue de la sala diciendo que cambiaría a la niña y me quedé con esa sensación de que los lastimé sobre la herida que ya tienen. Tendría que dejar de ser tan entrometida, ¿no?— suspiro para acompañar al desenlace de mi relato. Recojo a la bebé que se ha quedado en un nido de almohadas en medio de la cama de la abuela para acomodármela en el pecho, así la llevo hasta la cocina donde se encuentra Mohini. Recorro su figura inclinada sobre una mezcla de lo que sea, recordando como de niña venía a tironear de su ropa para que me dejara probar un poco de la masa. «¿Me das un poco? Haré un gusano. ¿Después puedes poner mi gusano en el horno?», la voz aguda de esa niña con las manos sucias de tierra, las mismas que usa para dar forma a un gusano hecho de masa dulce, es tan nítida en mis oídos que puedo escucharla llenando la cocina. Froto la espalda de la bebé para recordarme que estamos en un presente distinto al de esa niña que luego ofreció ese gusano a su padre para que se lo coma.
—Riley piensa tener tres hijos con su novia— lo recuerdo de pronto al recargarme contra el marco de la puerta, mis brazos cubriendo a Tilly que se acurruca contra mí con su cabecita allí donde se perciben mis latidos, así puedo mecerla. —parece una mujer amable, alguien que le hace bien, se ven…. bien juntos. Así que tal vez tu cocina se llene pronto de nietos— la sonrisa que le muestro esté cargada de humor, si la única nieta que podría darle a Mohini ya era mucho en cantidad considerando que hasta hace un año las probabilidades eran de cero, me agrada que mi mejor amigo también haga su aporte para que mi madre tenga un montón de niños que alimentar en la mesa de su cocina. —Riley y Kenna se veían como Phoebe y Charles— digo, la excusa por la que estuve revolviendo entre la ropa vieja de mi madre que vuelve un poco sobre las tradiciones de los Khan era precisamente la boda de la que seremos parte, noto que de pronto la vida de mi madre y la mía se han llenado de todos esos acontecimientos de familia en contraste con las cenas de a dos que compartimos por años. —Se veían como esas personas que recorren un largo camino por separado y cuando se encuentran en un punto se reconocen sin nunca haberse visto antes, como todo lo que necesitaban…— susurro, mi nariz bajando sobre los pelos finos de Tilly, busco con la mirada el anillo en mi mano y las encuentro a ambas desnudas. Me sobresalto lo suficiente como para que el cuerpecito de la bebé se agite sobre mi pecho. —¿Puedes sostenerla un momento?— pregunto, el pánico me recorre el cuerpo entero.
Desprendo a la niña de mi agarre para dejarla en los brazos de su abuela y con prisa vuelvo a la habitación para levantar cada prenda doblada, reviso una vez más arrojándolas en desorden sobre las almohadas, sacudo la sábana y me tiro al armario para tantear el suelo del mueble. Lo hago también debajo, sacudiendo un poco el polvo acumulado. No está, no está. —Hans va a matarme— murmuro para mí. Salgo casi que corriendo de la habitación para ir a la sala y arrojar todo el contenido del bolso de la bebé sobre el sillón, entre pañales y un talco que se derrama sigo buscando, tiro un par de almohadones al suelo. —¡Mo! ¡Mo!— la llamo, mis manos sobre las caderas al comenzar a dar vueltas en círculo, no puedo ni conmigo misma así que las uso para tirar de los mechones con nerviosismo y con esperanza vuelvo a inspeccionar mis dedos. Nada. —Mo, ¿cuándo llegué tenía algo en la mano? Ya sabes…— aparto mis ojos para no recibir una mirada condenatoria por haberme callado. —Algo así como un anillo— murmuro mucho más bajo, casi que no quiero oírlo.
—Hans se fue de la sala diciendo que cambiaría a la niña y me quedé con esa sensación de que los lastimé sobre la herida que ya tienen. Tendría que dejar de ser tan entrometida, ¿no?— suspiro para acompañar al desenlace de mi relato. Recojo a la bebé que se ha quedado en un nido de almohadas en medio de la cama de la abuela para acomodármela en el pecho, así la llevo hasta la cocina donde se encuentra Mohini. Recorro su figura inclinada sobre una mezcla de lo que sea, recordando como de niña venía a tironear de su ropa para que me dejara probar un poco de la masa. «¿Me das un poco? Haré un gusano. ¿Después puedes poner mi gusano en el horno?», la voz aguda de esa niña con las manos sucias de tierra, las mismas que usa para dar forma a un gusano hecho de masa dulce, es tan nítida en mis oídos que puedo escucharla llenando la cocina. Froto la espalda de la bebé para recordarme que estamos en un presente distinto al de esa niña que luego ofreció ese gusano a su padre para que se lo coma.
—Riley piensa tener tres hijos con su novia— lo recuerdo de pronto al recargarme contra el marco de la puerta, mis brazos cubriendo a Tilly que se acurruca contra mí con su cabecita allí donde se perciben mis latidos, así puedo mecerla. —parece una mujer amable, alguien que le hace bien, se ven…. bien juntos. Así que tal vez tu cocina se llene pronto de nietos— la sonrisa que le muestro esté cargada de humor, si la única nieta que podría darle a Mohini ya era mucho en cantidad considerando que hasta hace un año las probabilidades eran de cero, me agrada que mi mejor amigo también haga su aporte para que mi madre tenga un montón de niños que alimentar en la mesa de su cocina. —Riley y Kenna se veían como Phoebe y Charles— digo, la excusa por la que estuve revolviendo entre la ropa vieja de mi madre que vuelve un poco sobre las tradiciones de los Khan era precisamente la boda de la que seremos parte, noto que de pronto la vida de mi madre y la mía se han llenado de todos esos acontecimientos de familia en contraste con las cenas de a dos que compartimos por años. —Se veían como esas personas que recorren un largo camino por separado y cuando se encuentran en un punto se reconocen sin nunca haberse visto antes, como todo lo que necesitaban…— susurro, mi nariz bajando sobre los pelos finos de Tilly, busco con la mirada el anillo en mi mano y las encuentro a ambas desnudas. Me sobresalto lo suficiente como para que el cuerpecito de la bebé se agite sobre mi pecho. —¿Puedes sostenerla un momento?— pregunto, el pánico me recorre el cuerpo entero.
Desprendo a la niña de mi agarre para dejarla en los brazos de su abuela y con prisa vuelvo a la habitación para levantar cada prenda doblada, reviso una vez más arrojándolas en desorden sobre las almohadas, sacudo la sábana y me tiro al armario para tantear el suelo del mueble. Lo hago también debajo, sacudiendo un poco el polvo acumulado. No está, no está. —Hans va a matarme— murmuro para mí. Salgo casi que corriendo de la habitación para ir a la sala y arrojar todo el contenido del bolso de la bebé sobre el sillón, entre pañales y un talco que se derrama sigo buscando, tiro un par de almohadones al suelo. —¡Mo! ¡Mo!— la llamo, mis manos sobre las caderas al comenzar a dar vueltas en círculo, no puedo ni conmigo misma así que las uso para tirar de los mechones con nerviosismo y con esperanza vuelvo a inspeccionar mis dedos. Nada. —Mo, ¿cuándo llegué tenía algo en la mano? Ya sabes…— aparto mis ojos para no recibir una mirada condenatoria por haberme callado. —Algo así como un anillo— murmuro mucho más bajo, casi que no quiero oírlo.
Mi hija hizo llorar a la novia que está por casarse y a un hombre ir a cambiar el pañal de un bebé por voluntad propia. Si no llaman a eso éxito en crianza de hijos yo ya no sé lo que se esperan hoy en día de las madres. — Personalmente no creo que tuvieras una mala intención, tesoro, algunas cosas es imposible evitarlas y creo que son heridas que permanecerán abiertas toda la vida. — respondo mientras esparzo un poco de harina sobre la encimera para después depositar la masa que previamente he dejado crecer en un bol a temperatura ambiente. Me sacudo de unos manotazos en el mandil que he atado a mi cintura, haciendo una pausa en el cocinado como si Lara estuviera aquí mismo, chascando la lengua en el proceso de meditar el consuelo correcto. — No es más que lógico que tanto tú como la niña en el futuro quieran conocer de dónde procede la otra parte de la familia. — vuelvo a la tarea de amasar la base con las manos para no salirme de la tarea, sin perder el hilo de la conversación en ningún momento. No se lo digo a Lara, pero creo que en parte entiendo la posición de los hermanos de querer mantener a su madre como un secreto oculto, son memorias que duelen y puedo comprenderlas por haberlas sufrido de mano propia. No obstante, también soy de las que piensa que hablar de ello, con el tiempo, puede ayudar a superar el duelo, porque sino se verán incapaces de superar algo que, por mucho que no quieran, sigue influyendo de manera inconsciente en sus vidas.
Me apoyo un segundo sobre la mesada con un lado de mi cadera, casi estoy por cruzar los brazos en mi más profunda imagen de madre cotilla, pero me limito a bordear una sonrisa divertida. — ¿Tres? ¿Piensa tenerlos a todos de a una? — bromeo, mis cejas acompañan el comentario en un gesto gracioso al curvarse antes de regresar a la masa. Es la primera noticia que tengo de que Riley siquiera está teniendo una relación seria, como para asumir que de pronto a los dos les ha dado por la vida social y acomodada de parejas. — Mmm… Creía que Phoebe y Charles se conocían desde hace años. — comento, que solo estoy tratando de poner los datos en orden cuando compara las dos parejas, y se supone que una de ellas va a forjarse en matrimonio así que estas cosas hay que saberlas por si acaso a alguien se le olvida el discurso y hay que salir a salvarlo. Se me da tremendamente bien improvisar. — Me alegro por Riley, ya era hora de que alguien apostara por él, os está haciendo bien la década de los treinta. — acompaño el comentario con una risa, ¿porque quién dijo que a los treinta comenzaba una crisis? Desde donde yo lo veo, ¡no les podría ir mejor! — ¿Cómo decías que se llamaba la mujer? — digo, que habrá que introducirla en la familia, ya conocemos todos del interrogatorio que eso conlleva.
Tengo que volver a sacudirme rápidamente sobre el delantal cuando a Lara le entra un noséqué en el cuerpo y me encuentro con mi nieta en los brazos antes siquiera de que pueda comprobar que no tengo las manos llenas de harina, pero mientras sea algo tan indefenso como eso... Sigo a mi hija con la mirada al salir de la cocina directa a la habitación de nuevo, con una ceja alzada por el comportamiento inesperado, ese que no me tardo en seguir cuando vuelve a cruzar el pasillo hacia el salón. — ¿Qué es lo que no encuentras, cielo? — pregunto con voz de falsa inocencia en lo que mezo a la niña entre mis brazos, sonriendo tan tirante que por un momento creo que voy a echarme a reír delante suyo. Rebusco entre el bolsillo de mi pantalón hasta alcanzar a coger un anillo que mis ojos traviesos pudieron percatarse de que se le había caído a cierta alguien. — ¿Es esto lo que buscas? — le muestro la misma joya sobre la palma de mi mano, extendiéndoselo para que pueda cogerlo, pero creo que mi grito la va a sobresaltar antes de que atine a hacerlo. — ¿¡No tenías pensado contarle esto a tu madre!? ¡QUÉ VERGÜENZA! — me siento estafada, ¡estafada dije!
Me apoyo un segundo sobre la mesada con un lado de mi cadera, casi estoy por cruzar los brazos en mi más profunda imagen de madre cotilla, pero me limito a bordear una sonrisa divertida. — ¿Tres? ¿Piensa tenerlos a todos de a una? — bromeo, mis cejas acompañan el comentario en un gesto gracioso al curvarse antes de regresar a la masa. Es la primera noticia que tengo de que Riley siquiera está teniendo una relación seria, como para asumir que de pronto a los dos les ha dado por la vida social y acomodada de parejas. — Mmm… Creía que Phoebe y Charles se conocían desde hace años. — comento, que solo estoy tratando de poner los datos en orden cuando compara las dos parejas, y se supone que una de ellas va a forjarse en matrimonio así que estas cosas hay que saberlas por si acaso a alguien se le olvida el discurso y hay que salir a salvarlo. Se me da tremendamente bien improvisar. — Me alegro por Riley, ya era hora de que alguien apostara por él, os está haciendo bien la década de los treinta. — acompaño el comentario con una risa, ¿porque quién dijo que a los treinta comenzaba una crisis? Desde donde yo lo veo, ¡no les podría ir mejor! — ¿Cómo decías que se llamaba la mujer? — digo, que habrá que introducirla en la familia, ya conocemos todos del interrogatorio que eso conlleva.
Tengo que volver a sacudirme rápidamente sobre el delantal cuando a Lara le entra un noséqué en el cuerpo y me encuentro con mi nieta en los brazos antes siquiera de que pueda comprobar que no tengo las manos llenas de harina, pero mientras sea algo tan indefenso como eso... Sigo a mi hija con la mirada al salir de la cocina directa a la habitación de nuevo, con una ceja alzada por el comportamiento inesperado, ese que no me tardo en seguir cuando vuelve a cruzar el pasillo hacia el salón. — ¿Qué es lo que no encuentras, cielo? — pregunto con voz de falsa inocencia en lo que mezo a la niña entre mis brazos, sonriendo tan tirante que por un momento creo que voy a echarme a reír delante suyo. Rebusco entre el bolsillo de mi pantalón hasta alcanzar a coger un anillo que mis ojos traviesos pudieron percatarse de que se le había caído a cierta alguien. — ¿Es esto lo que buscas? — le muestro la misma joya sobre la palma de mi mano, extendiéndoselo para que pueda cogerlo, pero creo que mi grito la va a sobresaltar antes de que atine a hacerlo. — ¿¡No tenías pensado contarle esto a tu madre!? ¡QUÉ VERGÜENZA! — me siento estafada, ¡estafada dije!
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Mi mirada se queda en mi madre en los largos segundos que duran mi silencio, todo en la cocina sigue moviéndose, sus manos ablandando la masa que se estrella en golpes secos sobre la mesada. —No me gustaría que estén heridos toda la vida— musito, ambas sabemos que es algo sobre lo que yo no tengo decisión, las buenas intenciones no salvan a nadie aunque se agradecen y son válidas para disculpas cuando se ha provocado un meollo. Froto la espalda de Tilly en un consuelo para todas las heridas que también tendrá ella, sobre las que tampoco podré ejercer mi voluntad de sanarlas, tocará ser apoyo o alivio si me lo permite. Eso es lo que nos toca a todos y siempre dependerá del otro que nos acepte como tal.
Aprecio que ambos hermanos nos abran un espacio a su intimidad como para abusar de ello, así que lo dejo pasar con un suspiro que cierra esa parte de la conversación, para desviarnos hacia otra parte que nos hace sonreírnos en una complicidad sobre la más inesperada novedad en la vida de a quien vimos crecer en esta misma cocina y si no me equivoco, había dicho algo sobre no querer saber nada de tener una pareja. ¡Y lo he visto con mis propios ojos! Riley ha caído en la locura socialmente aceptada de enamorarse de otra persona, porque eso es lo más normal del mundo y al parecer no éramos tan raros como se decía. Si hasta tuve una bebé de manera natural, soy plenamente consciente de mi humanidad desde el momento en que Tilly nació. —Si tuviera que responder a esa pregunta en base al viejo Riley que conocía, te diría que seguro los tienen a los tres por inseminación artificial. Si te contesto en base al Riley que vi sentado de la mano de una mujer en— trastrabillo por casi decir «mi casa» —la sala, seguro los tiene uno tras otro con diferencia de un año y por partos naturales— predigo. Hay personas con el don como Phoebe, otras que solo decimos tonterías.
—Sí, claro, se conocen hace años— contesto, —los otros dos creo que no hace mucho. Pero no estaba hablando de tiempo, Mohini. Hay una manera en la que dos personas se miran, independientemente del tiempo, es algo que percibes desde afuera, desde tu sitio. La manera en que Riley agarraba de la mano a Kenna o Phoebe cuando presionó el hombro de Charles al sentarse en la mesa en Navidad. Papá y tú también tenían una manera de mirarse, una distinta a la que hablo, era su manera de mirarse, era propia— y quiero describirlo con palabras, así como lo hago con las otras dos parejas más cercanas que tengo en las que puedo percatarme de estos detalles, sin caer en la costumbre de antes cuando veía a matrimonios como los de Rose y Jack cargada de tantos prejuicios y presuposiciones. No logro hacerlo, me doy cuenta que he olvidado el modo en que mis padres se miraban y el único recuerdo que guardo es la impresión que había tenido en mí, una certeza idealizada de que mis padres se amaban por encima de todo lo bueno y lo malo. Eran la excepción a mi norma, esa que sostenía que un anillo era un símbolo de posesión pensado para ojos ajenos y tan fácil de ser retirado de la mano, para ser colocado luego como si siempre hubiera estado ahí, que el matrimonio era una institución social y no un vínculo real, y en este momento lo más real en mi vida es la desesperación que siento por haber perdido el anillo de mi anular, ese que me ha ido quedando más suelto por volverse mis dedos más delgados con el paso de las semanas al ir recuperando mi peso, porque perderlo se siente como una falta grave y un mal augurio.
Dudo entre enojarme con mi madre por retener el anillo para asustarme o abrazarla por el alivio de recuperarlo, no hago ni una cosa ni otra porque la enojada es ella. —Pues no, ¿sabes? No te iba a contar nada, ¡nada! Me iba a fugar para casarme y te ibas a enterar tres meses después. ¡Me iba a casar en una granja del norte y sin fiesta! ¡Sin flores, sin pasteles!— grito más alto que ella, que no cumplo con mi deber si no me rebelo también a sus intenciones de ponerle hasta listón a las servilletas en la boda de su única hija. —¡Me iba a casar con vaqueros!— lo sé, esto es bajo hasta para mí. Hago el amago de querer recobrar el anillo al menos, con el cuidado de que no vaya a echar a su nieta. —Si es que me caso, ya es la tercera vez que se me cae este anillo y un día se me perderá de verdad—. No creo que Hans vaya a enojarse si tengo una buena explicación, ¡no lo pierdo con intención! Rescato a la bebé de sus brazos y las manos blancas que dejan manchas sobre su enterizo amarillo limón. —Tenía tiempo para decírtelo, un año para ser más precisa. No hubiese sido amable de mi parte llenarte de ansiedad desde tan temprano— le quito importancia a mi manía de postergar ciertas cosas. —Por como están las cosas, podría ser dentro de cinco años también, tal vez diez— ruedo mis ojos, que las noticias en internet este verano no han sido puro chisme de dónde están pasando las celebradidades sus vacaciones. —Si es que seguimos vivos para ese entonces— esto último lo digo al pasar, que es un chiste más negro que se pueda decir, porque tiene mucho de verdad.
Aprecio que ambos hermanos nos abran un espacio a su intimidad como para abusar de ello, así que lo dejo pasar con un suspiro que cierra esa parte de la conversación, para desviarnos hacia otra parte que nos hace sonreírnos en una complicidad sobre la más inesperada novedad en la vida de a quien vimos crecer en esta misma cocina y si no me equivoco, había dicho algo sobre no querer saber nada de tener una pareja. ¡Y lo he visto con mis propios ojos! Riley ha caído en la locura socialmente aceptada de enamorarse de otra persona, porque eso es lo más normal del mundo y al parecer no éramos tan raros como se decía. Si hasta tuve una bebé de manera natural, soy plenamente consciente de mi humanidad desde el momento en que Tilly nació. —Si tuviera que responder a esa pregunta en base al viejo Riley que conocía, te diría que seguro los tienen a los tres por inseminación artificial. Si te contesto en base al Riley que vi sentado de la mano de una mujer en— trastrabillo por casi decir «mi casa» —la sala, seguro los tiene uno tras otro con diferencia de un año y por partos naturales— predigo. Hay personas con el don como Phoebe, otras que solo decimos tonterías.
—Sí, claro, se conocen hace años— contesto, —los otros dos creo que no hace mucho. Pero no estaba hablando de tiempo, Mohini. Hay una manera en la que dos personas se miran, independientemente del tiempo, es algo que percibes desde afuera, desde tu sitio. La manera en que Riley agarraba de la mano a Kenna o Phoebe cuando presionó el hombro de Charles al sentarse en la mesa en Navidad. Papá y tú también tenían una manera de mirarse, una distinta a la que hablo, era su manera de mirarse, era propia— y quiero describirlo con palabras, así como lo hago con las otras dos parejas más cercanas que tengo en las que puedo percatarme de estos detalles, sin caer en la costumbre de antes cuando veía a matrimonios como los de Rose y Jack cargada de tantos prejuicios y presuposiciones. No logro hacerlo, me doy cuenta que he olvidado el modo en que mis padres se miraban y el único recuerdo que guardo es la impresión que había tenido en mí, una certeza idealizada de que mis padres se amaban por encima de todo lo bueno y lo malo. Eran la excepción a mi norma, esa que sostenía que un anillo era un símbolo de posesión pensado para ojos ajenos y tan fácil de ser retirado de la mano, para ser colocado luego como si siempre hubiera estado ahí, que el matrimonio era una institución social y no un vínculo real, y en este momento lo más real en mi vida es la desesperación que siento por haber perdido el anillo de mi anular, ese que me ha ido quedando más suelto por volverse mis dedos más delgados con el paso de las semanas al ir recuperando mi peso, porque perderlo se siente como una falta grave y un mal augurio.
Dudo entre enojarme con mi madre por retener el anillo para asustarme o abrazarla por el alivio de recuperarlo, no hago ni una cosa ni otra porque la enojada es ella. —Pues no, ¿sabes? No te iba a contar nada, ¡nada! Me iba a fugar para casarme y te ibas a enterar tres meses después. ¡Me iba a casar en una granja del norte y sin fiesta! ¡Sin flores, sin pasteles!— grito más alto que ella, que no cumplo con mi deber si no me rebelo también a sus intenciones de ponerle hasta listón a las servilletas en la boda de su única hija. —¡Me iba a casar con vaqueros!— lo sé, esto es bajo hasta para mí. Hago el amago de querer recobrar el anillo al menos, con el cuidado de que no vaya a echar a su nieta. —Si es que me caso, ya es la tercera vez que se me cae este anillo y un día se me perderá de verdad—. No creo que Hans vaya a enojarse si tengo una buena explicación, ¡no lo pierdo con intención! Rescato a la bebé de sus brazos y las manos blancas que dejan manchas sobre su enterizo amarillo limón. —Tenía tiempo para decírtelo, un año para ser más precisa. No hubiese sido amable de mi parte llenarte de ansiedad desde tan temprano— le quito importancia a mi manía de postergar ciertas cosas. —Por como están las cosas, podría ser dentro de cinco años también, tal vez diez— ruedo mis ojos, que las noticias en internet este verano no han sido puro chisme de dónde están pasando las celebradidades sus vacaciones. —Si es que seguimos vivos para ese entonces— esto último lo digo al pasar, que es un chiste más negro que se pueda decir, porque tiene mucho de verdad.
La mirada que le dedico pretende consolarla, a pesar de que no hay ningún acompañamiento de palabras, porque no creo que puedan servir en estos casos. No está en nuestras manos el poder curar a una persona de sus heridas, podemos estar ahí para ellos, ser el soporte que necesitan cuando las cosas no parecen funcionar, pero al final de todo, no hay nadie, más que ellos mismos, los que deben decidir que pueden sanar, y hay veces, en las que eso ni siquiera es una decisión propia que puedan tomar. Algunas personas simplemente están destinadas a permanecer rotas, aunque no me gustaría pensar que ese es el caso de los Powell. Quizá les conozca de hace poco, pero en el poco tiempo que he podido compartir con ellos, no he sentido que sean esa clase de persona. Sé que no es lo que quiere oír, no ahora que está empezando a moldear su vida con ese hombre, creo que por eso es que decido mantenerme en silencio, dejando morir en su momento las cosas que es mejor no removerlas. Y bueno, conozco suficiente de cocina como para saber qué remover y qué no merece la pena darle más vueltas.
— ¿Nuestro Riley enamorado? ¿Cómo crecisteis tan deprisa? — hay un falso lloriqueo en mis ojos, ese mismo al que añado un poco de mi propio dramatismo, a pesar de chocarme con la realidad de que es así, que ya no hay manera de que pueda detener el tiempo y guardarlos enteros bajo mi techo. — Eso que primero se lo diga a la mujer, a ver si en serio quiere pasar por tres embarazos seguidos sin ninguna pausa. — me río, que sería gracioso verlo con tres hijos correteando por este mismo salón, como mis propios nietos, como también lo hará Tilly cuando empiece a dar sus primeros pasos. Ahora que Lara es madre, será partícipe de la tortura que será ver a su hija crecer, porque el tiempo pasa tan rápido que muchas veces ni siquiera eres capaz a pestañear, que ya has pasado por la graduación del colegio, de la universidad, de la vida misma… — ¿Cómo estás tú, tesoro? ¿Ya te vas encontrando mejor después del embarazo? — digo, que los meses posteriores al mismo no se comparan con el proceso en sí, pero aun así se pueden tornar tediosos para una madre primeriza.
Vaya, por una vez que creo entender a mi hija, y me viene con que son cosas que no se tratan del tiempo. ¿Desde cuándo se volvió tan profunda que me cuesta reconocer a mi niña descarrilada en esta mujer serena? No que vaya a quejarme, pero… — ¿Cómo es que te fijas en esas cosas? — digo, es parte de la sorpresa el que yo misma no pueda corresponder el sentimiento. Pero creo que puedo comprender a lo que se refiere. — Son gestos que salen de manera natural, cuando ya te has acostumbrado a convivir con esa persona, que haces parte de la rutina los gestos que te llevan a acercarla aún más a ti. — muchas veces pasan desapercibidos, por eso me sorprende que pueda notarlos y, en parte, me hace querer estar más atenta a ese tipo de expresiones de ahora en adelante.— Cuando estás con la persona correcta, cada gesto tiene un significado, incluso cuando parezca lo más natural del mundo, es como entenderse sin palabras. Desarrollas otra especie de expresión corporal, una que solo la persona indicada y tú podéis llegar a entender. El significado lo dais vosotros, y es solo vuestro. — no sé si me he explicado con claridad, pero tampoco creo que haga falta hacerlo porque como digo, se trata de algo tan natural que no es necesaria ninguna aclaración.
— ¡Ja! ¿Un granja del norte? ¿Pero tú sabes siquiera con quién te vas a casar? — a ver, repite eso en tu cabeza, Mo: ¿con quién se va a casar? Aaaaaaaah, solo de escuchar esa palabra me pongo histérica de emoción. Tanto que casi podría olvidarme que no pensaba contármelo de no ser porque he sido yo la que ha encontrado el anillo. ¡Y pedazo anillo! — ¿Casarte en vaqueros? ¡Por encima de mi cadáver! — y mira que estoy vieja, pero ya me puede dar un algo de pensar que mi hija va a casarse en algo tan banal como los pantalones vaqueros. No, señor. — ¿Ahora es cuando te preocupa el tiempo? ¡Mujer, es que no hay quién te entienda! — ¿de veras estoy hablando con la misma persona que hace unos minutos? ¿dónde se quedó la serenidad? — ¡Qué importa el tiempo, cuando tE VAS A CASAR! — ya se empieza a notar que no puedo contener la emoción y puede que me encuentre pegando un saltito en el sitio que me lleva a apretar las manos juntas. ¿Pero qué hago? Me acerco para atrapar su cara con mis manos y estamparle un beso en la mejilla de la felicidad, para después hacer como que le robo la nariz a mi nieta con la sonrisa aun en los labios. — ¿Te lo puedes creer, Tilly? — ¡y yo que todavía tenía mis apuestas en el hijo del panadero! Eeees broma… Me hubiera dejado perder por ese rumbo del humor, si no fuera porque la madre de este bebé dice algo que no me gusta un pelo y no tardo en defender mis quejas. — No digas esas cosas, por favor, céntrate en lo que tienes ahora, en vivir esto, disfrutarla a ella. — me muestro algo seria cuando poso una mano sobre el cuerpecito de Mathilda, pero es que pronto se dará cuenta de que no vale la pena lamentarse por lo que pueda pasar o no pasar, si es que todavía no se ha percatado ya. — En serio, no sabes cuánto me alegro por ti, tesoro. — regreso al tema del casamiento, ¡con lo que me ha costado que ocurra como para no!
— ¿Nuestro Riley enamorado? ¿Cómo crecisteis tan deprisa? — hay un falso lloriqueo en mis ojos, ese mismo al que añado un poco de mi propio dramatismo, a pesar de chocarme con la realidad de que es así, que ya no hay manera de que pueda detener el tiempo y guardarlos enteros bajo mi techo. — Eso que primero se lo diga a la mujer, a ver si en serio quiere pasar por tres embarazos seguidos sin ninguna pausa. — me río, que sería gracioso verlo con tres hijos correteando por este mismo salón, como mis propios nietos, como también lo hará Tilly cuando empiece a dar sus primeros pasos. Ahora que Lara es madre, será partícipe de la tortura que será ver a su hija crecer, porque el tiempo pasa tan rápido que muchas veces ni siquiera eres capaz a pestañear, que ya has pasado por la graduación del colegio, de la universidad, de la vida misma… — ¿Cómo estás tú, tesoro? ¿Ya te vas encontrando mejor después del embarazo? — digo, que los meses posteriores al mismo no se comparan con el proceso en sí, pero aun así se pueden tornar tediosos para una madre primeriza.
Vaya, por una vez que creo entender a mi hija, y me viene con que son cosas que no se tratan del tiempo. ¿Desde cuándo se volvió tan profunda que me cuesta reconocer a mi niña descarrilada en esta mujer serena? No que vaya a quejarme, pero… — ¿Cómo es que te fijas en esas cosas? — digo, es parte de la sorpresa el que yo misma no pueda corresponder el sentimiento. Pero creo que puedo comprender a lo que se refiere. — Son gestos que salen de manera natural, cuando ya te has acostumbrado a convivir con esa persona, que haces parte de la rutina los gestos que te llevan a acercarla aún más a ti. — muchas veces pasan desapercibidos, por eso me sorprende que pueda notarlos y, en parte, me hace querer estar más atenta a ese tipo de expresiones de ahora en adelante.— Cuando estás con la persona correcta, cada gesto tiene un significado, incluso cuando parezca lo más natural del mundo, es como entenderse sin palabras. Desarrollas otra especie de expresión corporal, una que solo la persona indicada y tú podéis llegar a entender. El significado lo dais vosotros, y es solo vuestro. — no sé si me he explicado con claridad, pero tampoco creo que haga falta hacerlo porque como digo, se trata de algo tan natural que no es necesaria ninguna aclaración.
— ¡Ja! ¿Un granja del norte? ¿Pero tú sabes siquiera con quién te vas a casar? — a ver, repite eso en tu cabeza, Mo: ¿con quién se va a casar? Aaaaaaaah, solo de escuchar esa palabra me pongo histérica de emoción. Tanto que casi podría olvidarme que no pensaba contármelo de no ser porque he sido yo la que ha encontrado el anillo. ¡Y pedazo anillo! — ¿Casarte en vaqueros? ¡Por encima de mi cadáver! — y mira que estoy vieja, pero ya me puede dar un algo de pensar que mi hija va a casarse en algo tan banal como los pantalones vaqueros. No, señor. — ¿Ahora es cuando te preocupa el tiempo? ¡Mujer, es que no hay quién te entienda! — ¿de veras estoy hablando con la misma persona que hace unos minutos? ¿dónde se quedó la serenidad? — ¡Qué importa el tiempo, cuando tE VAS A CASAR! — ya se empieza a notar que no puedo contener la emoción y puede que me encuentre pegando un saltito en el sitio que me lleva a apretar las manos juntas. ¿Pero qué hago? Me acerco para atrapar su cara con mis manos y estamparle un beso en la mejilla de la felicidad, para después hacer como que le robo la nariz a mi nieta con la sonrisa aun en los labios. — ¿Te lo puedes creer, Tilly? — ¡y yo que todavía tenía mis apuestas en el hijo del panadero! Eeees broma… Me hubiera dejado perder por ese rumbo del humor, si no fuera porque la madre de este bebé dice algo que no me gusta un pelo y no tardo en defender mis quejas. — No digas esas cosas, por favor, céntrate en lo que tienes ahora, en vivir esto, disfrutarla a ella. — me muestro algo seria cuando poso una mano sobre el cuerpecito de Mathilda, pero es que pronto se dará cuenta de que no vale la pena lamentarse por lo que pueda pasar o no pasar, si es que todavía no se ha percatado ya. — En serio, no sabes cuánto me alegro por ti, tesoro. — regreso al tema del casamiento, ¡con lo que me ha costado que ocurra como para no!
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Como mujer que soy, me solidarizo de inmediato con cualquiera que tenga que pasar por un parto tras otro, por algo es que sigo las indicaciones de mi madre de cuidarme durante la peligrosa cuarentena que siguió al nacimiento de la bebé, con una disciplina admirable por la que creo que me merezco una medalla de oro y con brillo. Si hasta le sonrío cuando me pregunta cómo me siento después de las primeras semanas, y que las bolsas negras de poco dormir bajo mis ojos no tengan el tupé de contradecirme. —Estoy tan bien y volviendo a ser yo misma, que van a creer que Tilly es mi hermana menor— contesto, ¿se puede exagerar, no? No era un mito que tras el primer embarazo el peso anterior se recupera con rapidez, ¿y lo mejor…? —Mi yo de dieciséis años también se siente conforme con que tenga senos por fin y ya no sea una tabla rasa— suspiro como si se tratara de un logro que se hizo esperar mucho, ¡si hubiera sabido que lo que se necesitaba era tener un bebé tal vez lo consideraba antes! Si es que Mohini le gustan los niños… es broma, es broma. ¡Por Morgana! ¡No! ¡Morgana me libre de haber tenido un bebé siendo más joven! Si yo a estas cosas las rehuía, así como Riley a andar de la manito con alguien. ¡Si era casi tabú!
Y de pronto me encuentro fijándome en todas esas cosas de las que le hablo a Mohini, que tal vez también lo hacía antes, con un ojo crítico diferente, más escéptico. ¿Quién me había dicho una vez que quizá siempre fui una romántica de closet? Es una pregunta retórica, no hace falta aclarar que fue el padre de mi hija. —Me fijo de curiosa que soy, porque esas cosas se me hacen raras, muy raras, así que le presto especial atención con estos ojos míos que tratan de entender lo inexplicable— respondo con una sonrisa que realza mis pómulos. Por algo Mohini es la madre y yo soy la hija, que cuando se pone a explicarme con su paciencia infinita y sabiduría agradecida sobre ese idioma que pertenece a solo dos personas, me quedo callada asimilando esa información que me ofrece desde lo que supongo que es la experiencia, si es que estuvo casada más de una década, habrá sido un repertorio muy amplio de significados el que armaron con mi padre y trato, en verdad trato, de no amargarme con el pensamiento de que pese a compartir algo que solo ellos dos entendían, no pudieron leerse lo suficientemente bien como para presentir el engaño que vendría luego por parte de mi padre. Quiero seguir diciéndome a mí misma con esa necesaria confianza infantil, que mis padres eran el uno para el otro, pero creo que estoy en una edad en la que puedo preguntar sin miedo a la respuesta: —¿Papá era el correcto, Mo? ¿Nunca has mirado hacia atrás y te has cuestionado si el indicado no era alguien más?
Ella tiene también la edad para ofrecerme una contestación que supongo que deberé darme a mí misma dentro de un par de décadas, porque con el anillo que logro recuperar, viene también la evocación de la persona que yo elegí como la correcta y debe ser por eso que pierdo los nervios cada vez que el anillo se resbala de mi dedo, porque no la pérdida de la cosa, sino la falta hacia la persona que me lo dio. Si digo tantas estupideces, alargando los años y presagiando tragedias es porque admitir simple y llanamente delante de mi madre de que puede ser que su hija vaya a casarse, no es algo para lo tenga voz. Tiene que decirlo alguien más por mí, porque yo no me lo creo. —Lo voy a secuestrar, me lo llevará a una granja y nadie más que él y yo sabremos que nos casamos— replico, para seguir en mis treces sobre esa boda inverosímil que creo que podría llevar a Mohini a sufrir un achaque de esos que anuncia siempre y no veo que se cumplan. Si es que no lo sufre ahora mismo en que creo que la felicidad le va a dar un paro al corazón. ¡Qué fuerte es que mi madre diga que me voy a casar! Creo que la que se va a desmayar soy yo, si mi cara de susto al oírla me hace ver hasta pálida. —¡AY, MO! ¡¿HACE FALTA QUE LO GRITES?!— me desespero, abrazando a Tilly contra mí y la palma de mi mano cubriéndole su orejita. Necesito otra para cubrirme las mías. No, necesito una silla. Me estoy mareando. No era consideración a lo ansiosa que estaría Mohini de saberlo, que con un año de anticipación habría tela de ansiedad para cortar, sino lo fuerte que es decírselo a otra persona y escucharlo así a bocajarro. —No, no me lo puedo creer— sé que se lo pregunta a Tilly, pero soy yo poniendo mis pensamientos en voz alta.
Y mi madre está tan feliz, tan contenta abrazándonos con su cariño y emoción, que a mí se me doblan las rodillas, no sé cómo me sostengo en mis pies con la bebé encima. Es mi madre, ante ella no puedo fingir que nada hace temblar mi compostura, que acepto esto como lo más normal del mundo, cuando para mí no lo es. —Mohini, es que yo a ti no puedo mentirte…— lo reconozco, tomo la mano sucia de harina de mi madre para llevarla conmigo hasta la mesa y que ambas nos sentemos donde antes solíamos hacer mis deberes. Con la cabecita de Tilly sobre mi hombro, retengo la mano de la mujer para continuar con voz que delata lo apenada que me siento. —Deseo esto, también me digo que debo disfrutarlo, lo hago, juro que lo hago… y hay momentos en los que quiero ir a donde esta Hans y decirle que no nos vamos a casar, que es una locura, que no te puedes casar con una persona que conoces, en verdad conoces, recién hace un año. Entonces él me dirá: «yo te lo había dicho»— lo remedo haciendo más grave mi tono, —porque hemos considerado todo lo malo que podía pasar, en serio lo hicimos, y lo mismo decidimos esta locura de que quizá podríamos casarnos. Lo han hecho otros antes que nosotros, también podremos, ¿no?— me callo. Pero no sé si es algo para nosotros, si algún día tendremos un idioma en común. Sé que si estuviera en una sala a rebosar de personas y él entrara, lo sentiría con fuerza en el tiempo que sea. Lo que no sé es si… siendo personas con tanto miedo al daño y diestros escapistas, podemos seguir avanzando en algo que lo tiene como parte innegable. Lo aceptas, como un todo. —No me gusta admitir que estoy asustada cuando la gente suele parecer muy segura de estas cosas— suspiro, conociéndome si no me diera miedo sería porque no me importa. Hay gente para que la otra cara de amar algo es el odio o el dolor, para mí es el miedo, a muchas cosas. —Yo sé que me hiciste con amor, ¿pero no crees que te he salido un tanto defectuosa, Mo?— bromeo, —en vez de echarme tanta inteligencia y sentido del humor en los momentos inoportunos a los genes, bien podrías haberme hecho un poco más alta y que las cosas normales a mí no se me hicieran tan raras.
Y de pronto me encuentro fijándome en todas esas cosas de las que le hablo a Mohini, que tal vez también lo hacía antes, con un ojo crítico diferente, más escéptico. ¿Quién me había dicho una vez que quizá siempre fui una romántica de closet? Es una pregunta retórica, no hace falta aclarar que fue el padre de mi hija. —Me fijo de curiosa que soy, porque esas cosas se me hacen raras, muy raras, así que le presto especial atención con estos ojos míos que tratan de entender lo inexplicable— respondo con una sonrisa que realza mis pómulos. Por algo Mohini es la madre y yo soy la hija, que cuando se pone a explicarme con su paciencia infinita y sabiduría agradecida sobre ese idioma que pertenece a solo dos personas, me quedo callada asimilando esa información que me ofrece desde lo que supongo que es la experiencia, si es que estuvo casada más de una década, habrá sido un repertorio muy amplio de significados el que armaron con mi padre y trato, en verdad trato, de no amargarme con el pensamiento de que pese a compartir algo que solo ellos dos entendían, no pudieron leerse lo suficientemente bien como para presentir el engaño que vendría luego por parte de mi padre. Quiero seguir diciéndome a mí misma con esa necesaria confianza infantil, que mis padres eran el uno para el otro, pero creo que estoy en una edad en la que puedo preguntar sin miedo a la respuesta: —¿Papá era el correcto, Mo? ¿Nunca has mirado hacia atrás y te has cuestionado si el indicado no era alguien más?
Ella tiene también la edad para ofrecerme una contestación que supongo que deberé darme a mí misma dentro de un par de décadas, porque con el anillo que logro recuperar, viene también la evocación de la persona que yo elegí como la correcta y debe ser por eso que pierdo los nervios cada vez que el anillo se resbala de mi dedo, porque no la pérdida de la cosa, sino la falta hacia la persona que me lo dio. Si digo tantas estupideces, alargando los años y presagiando tragedias es porque admitir simple y llanamente delante de mi madre de que puede ser que su hija vaya a casarse, no es algo para lo tenga voz. Tiene que decirlo alguien más por mí, porque yo no me lo creo. —Lo voy a secuestrar, me lo llevará a una granja y nadie más que él y yo sabremos que nos casamos— replico, para seguir en mis treces sobre esa boda inverosímil que creo que podría llevar a Mohini a sufrir un achaque de esos que anuncia siempre y no veo que se cumplan. Si es que no lo sufre ahora mismo en que creo que la felicidad le va a dar un paro al corazón. ¡Qué fuerte es que mi madre diga que me voy a casar! Creo que la que se va a desmayar soy yo, si mi cara de susto al oírla me hace ver hasta pálida. —¡AY, MO! ¡¿HACE FALTA QUE LO GRITES?!— me desespero, abrazando a Tilly contra mí y la palma de mi mano cubriéndole su orejita. Necesito otra para cubrirme las mías. No, necesito una silla. Me estoy mareando. No era consideración a lo ansiosa que estaría Mohini de saberlo, que con un año de anticipación habría tela de ansiedad para cortar, sino lo fuerte que es decírselo a otra persona y escucharlo así a bocajarro. —No, no me lo puedo creer— sé que se lo pregunta a Tilly, pero soy yo poniendo mis pensamientos en voz alta.
Y mi madre está tan feliz, tan contenta abrazándonos con su cariño y emoción, que a mí se me doblan las rodillas, no sé cómo me sostengo en mis pies con la bebé encima. Es mi madre, ante ella no puedo fingir que nada hace temblar mi compostura, que acepto esto como lo más normal del mundo, cuando para mí no lo es. —Mohini, es que yo a ti no puedo mentirte…— lo reconozco, tomo la mano sucia de harina de mi madre para llevarla conmigo hasta la mesa y que ambas nos sentemos donde antes solíamos hacer mis deberes. Con la cabecita de Tilly sobre mi hombro, retengo la mano de la mujer para continuar con voz que delata lo apenada que me siento. —Deseo esto, también me digo que debo disfrutarlo, lo hago, juro que lo hago… y hay momentos en los que quiero ir a donde esta Hans y decirle que no nos vamos a casar, que es una locura, que no te puedes casar con una persona que conoces, en verdad conoces, recién hace un año. Entonces él me dirá: «yo te lo había dicho»— lo remedo haciendo más grave mi tono, —porque hemos considerado todo lo malo que podía pasar, en serio lo hicimos, y lo mismo decidimos esta locura de que quizá podríamos casarnos. Lo han hecho otros antes que nosotros, también podremos, ¿no?— me callo. Pero no sé si es algo para nosotros, si algún día tendremos un idioma en común. Sé que si estuviera en una sala a rebosar de personas y él entrara, lo sentiría con fuerza en el tiempo que sea. Lo que no sé es si… siendo personas con tanto miedo al daño y diestros escapistas, podemos seguir avanzando en algo que lo tiene como parte innegable. Lo aceptas, como un todo. —No me gusta admitir que estoy asustada cuando la gente suele parecer muy segura de estas cosas— suspiro, conociéndome si no me diera miedo sería porque no me importa. Hay gente para que la otra cara de amar algo es el odio o el dolor, para mí es el miedo, a muchas cosas. —Yo sé que me hiciste con amor, ¿pero no crees que te he salido un tanto defectuosa, Mo?— bromeo, —en vez de echarme tanta inteligencia y sentido del humor en los momentos inoportunos a los genes, bien podrías haberme hecho un poco más alta y que las cosas normales a mí no se me hicieran tan raras.
En otras circunstancias, probablemente también con personas delante, que esta hija mía no tiene pelos en la lengua cuando se trata de soltar comentarios (sino miren al presidente, no tengo paréntesis suficientes para decir que casi la mato por esto), pues me hubiera quejado de que sea tan directa con ciertos temas. Pero a quién vamos a engañar, tiene su gracia y hasta yo me río recordando a la Lara de quince años quejosa porque sus amigas tenían más pecho que ella, que si con la regla no le habían salido ya, había perdido toda esperanza de dejar de ser una tabla de planchar. ¡Ha! Por algo dicen que nunca hay que perder la esperanza. ¿Vieron, vieron? — Pues qué suerte, de seguro no piensan que es mi hija, estoy empezando a contar mis arrugas, ¡no podemos extender por mucho más tiempo el crucero, a ver si me voy a ir para el otro lado antes! — mi vejez es una buena excusa para decirlo y no tener que alegar con que las dos necesitamos de un viajecito exprés desestresante. Laaas dos.
Solo mi hija podría ver algo como una caricia como un gesto extraño que necesite de una explicación científica. Lo que no me espero es que Lawrence aparezca en la conversación, y no sé por qué me extraño cuando somos, o éramos al menos, el referente más cercano que ella tiene acerca de una relación que ella misma se ha dispuesto a aceptar. — No. Cuando elegí a tu padre lo hice porque sabía que no existía otra persona con la que me gustaría pasar el resto de mi vida, con todo lo que eso incluye. Las relaciones se trabajan, obviamente no estuvimos de acuerdo en todo, teníamos nuestras diferencias, pero cuidarnos el uno al otro es algo por lo que firmamos. — soy consciente de que estoy evitando una conversación que tiene que tener lugar, porque su hija ya ha nacido y no hay más razón por la que retrasar lo que llevo viniendo queriendo contarle desde hace un tiempo. Pero de primeras, casi que prefiero responder a todas las dudas que se le aparezcan en la mente. — He mirado hacia atrás muchas veces, en ocasiones es necesario para recordarte por qué tomaste unas decisiones y no otras, pero jamás me arrepentí de haberme casado con tu padre, tampoco lo haré nunca, pero sí hay algo… — quizá no me encuentre tan preparada como creía.
Casi agradezco que pueda tomarme de la mano para sentarnos, si voy a tener que armarme de valor para tratar este tema, será mejor que lo haga sentada y no de pie. No he llegado a quebrarme nunca delante de mi hija, pero creo que esta puede llegar a ser la primera ocasión de eso. Con una risa algo nerviosa, me acomodo en la silla para atender a lo que ella tiene por decirme. — Si ya lo decidieron, si ya habéis considerado todo lo malo y aun así habéis tomado la decisión de permanecer el uno junto al otro, ¿qué más hay que plantearse? — porque entiendo de sobra de dónde vienen los miedos, pero para ser una persona que se interesa tanto sobre el tiempo y que reconoce que ese no existe cuando dos individuos se aman, bien parece que para ella no es el caso. — Tener miedo a lo desconocido es normal, estar asustado y tenerle temor al compromiso también lo es, porque requiere de mucha valentía el decir que se quiere compartir la vida, que al final no deja de ser tu vida, con alguien. Pero si ya lo barajaron, si ya sabéis a lo que os enfrentáis de ahora en adelante y queréis hacerlo juntos, ¿qué importa lo demás? Si tanto te preocupa, pregúntate a ti misma esto: ¿le hubieras escogido? Si Tilly no estuviera aquí, si no te hubieras quedado embarazada, ¿hubieras escogido a Hans Powell por el resto de tu vida? — se lo pregunto en serio, a sabiendas de creer saber la respuesta, es algo que necesito escuchar de ella misma. Más lo que dice a continuación me produce el llevar una mano a su mejilla y darle una suave caricia con mi pulgar. — No eres defectuosa, tesoro, quizás es el mundo el que lo está un poco, ¿no crees? — el comentario me lleva a sonreír con cierta gracia, aunque se queda más bien en una sonrisa de consuelo. — Te hice más alta que yo, ¿eso no cuenta? — bromeo al final, con la esperanza de borrar esos pensamientos que no merecen un lugar en su cabeza.
Solo mi hija podría ver algo como una caricia como un gesto extraño que necesite de una explicación científica. Lo que no me espero es que Lawrence aparezca en la conversación, y no sé por qué me extraño cuando somos, o éramos al menos, el referente más cercano que ella tiene acerca de una relación que ella misma se ha dispuesto a aceptar. — No. Cuando elegí a tu padre lo hice porque sabía que no existía otra persona con la que me gustaría pasar el resto de mi vida, con todo lo que eso incluye. Las relaciones se trabajan, obviamente no estuvimos de acuerdo en todo, teníamos nuestras diferencias, pero cuidarnos el uno al otro es algo por lo que firmamos. — soy consciente de que estoy evitando una conversación que tiene que tener lugar, porque su hija ya ha nacido y no hay más razón por la que retrasar lo que llevo viniendo queriendo contarle desde hace un tiempo. Pero de primeras, casi que prefiero responder a todas las dudas que se le aparezcan en la mente. — He mirado hacia atrás muchas veces, en ocasiones es necesario para recordarte por qué tomaste unas decisiones y no otras, pero jamás me arrepentí de haberme casado con tu padre, tampoco lo haré nunca, pero sí hay algo… — quizá no me encuentre tan preparada como creía.
Casi agradezco que pueda tomarme de la mano para sentarnos, si voy a tener que armarme de valor para tratar este tema, será mejor que lo haga sentada y no de pie. No he llegado a quebrarme nunca delante de mi hija, pero creo que esta puede llegar a ser la primera ocasión de eso. Con una risa algo nerviosa, me acomodo en la silla para atender a lo que ella tiene por decirme. — Si ya lo decidieron, si ya habéis considerado todo lo malo y aun así habéis tomado la decisión de permanecer el uno junto al otro, ¿qué más hay que plantearse? — porque entiendo de sobra de dónde vienen los miedos, pero para ser una persona que se interesa tanto sobre el tiempo y que reconoce que ese no existe cuando dos individuos se aman, bien parece que para ella no es el caso. — Tener miedo a lo desconocido es normal, estar asustado y tenerle temor al compromiso también lo es, porque requiere de mucha valentía el decir que se quiere compartir la vida, que al final no deja de ser tu vida, con alguien. Pero si ya lo barajaron, si ya sabéis a lo que os enfrentáis de ahora en adelante y queréis hacerlo juntos, ¿qué importa lo demás? Si tanto te preocupa, pregúntate a ti misma esto: ¿le hubieras escogido? Si Tilly no estuviera aquí, si no te hubieras quedado embarazada, ¿hubieras escogido a Hans Powell por el resto de tu vida? — se lo pregunto en serio, a sabiendas de creer saber la respuesta, es algo que necesito escuchar de ella misma. Más lo que dice a continuación me produce el llevar una mano a su mejilla y darle una suave caricia con mi pulgar. — No eres defectuosa, tesoro, quizás es el mundo el que lo está un poco, ¿no crees? — el comentario me lleva a sonreír con cierta gracia, aunque se queda más bien en una sonrisa de consuelo. — Te hice más alta que yo, ¿eso no cuenta? — bromeo al final, con la esperanza de borrar esos pensamientos que no merecen un lugar en su cabeza.
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—¡Ay, que exagerada!— suelto, si no será mi madre y yo su hija, no está tan vieja como le gusta decir que lo está, cuando la vea bailando en la boda de Phoebe le diré que tenga cuidado donde pisa que podría cruzar la línea, ¡que dramática! Si está con tantas energías en el cuerpo, que seguro ella me roba a Hans para bailarse todos los valses y contradanzas, y también esa en la que hacen la rueda, se toman de los brazos y van dando patadas al aire. Puedo verlo, la conozco, no irá a una boda sin sacarle todo el provecho que puede. Así como yo he sido reacia a lo que veía como mera ceremonia formal, no conozco persona que se complazca más que nadie de poder ir a una celebración de este tipo. Siempre he apreciado una vena fuertemente romántica en mis padres, y pese a toda mi renuencia, al parecer también la he heredado, si no hace falta más que escuchar las cosas que le pregunto y mis preocupaciones hacia el hombre del que recibiría un anillo o una galleta sin notar la diferencia, que a todo le diría que sí aunque esté aterrada.
Me conmueve muchísimo que diga que volvería a elegir a mi padre sabiendo todo lo que sabemos, que nos amaría y también que nos dejaría, que todas las veces que se tomó un momento para mirar hacia atrás fue para reafirmarse en su decisión y necesito que alguien me lo diga, creo que son en los momentos en los que importa tener a una madre que se toma el tiempo para traer calma, tener amigos que son felices en su matrimonio y otro par que está a punto de celebrarlo, personas que hacen posible creer en ello, cuando toda, toda tu vida te repetiste que no era algo para ti. Hasta que ocurre, tantos años pasando al lado de Hans Powell sin rozarlo, y un día solo chocas para comprobar que todas las creencias fundadas en estos años por ver el lado malo de las experiencias, se desbaratan. Y llegas a desear algo como compartir una vida, que es su vida, que es mi vida. Admitimos tantas veces para nosotros que todo esto es una locura, llegaría hasta a un altar con él por esta locura, pero me gustaría que no sea así, poder decirle muy claramente que lo elegí cuerda, en todos mis sentidos, con la razón y mi corazón reconciliados.
—Claro que lo hubiera elegido— contesto con franqueza, deslizo mi mirada por la bebé que tironea de mi ropa para alcanzar mi pecho aunque no sea la hora, exigente como ella puede ser. Y dulce como nadie, con sus ojos negros inocentes, su boquita que mueve y froto con mi pulgar. —No hubiera tenido un bebé si no hubiera sido con él, lo elijo a él todo el tiempo— musito, recuerdo tan bien mi vida meses antes, cuando nuestro trato se limitaba a la deuda, y mi manera de percibir al mundo era muy distinta, dañada, resentida, me negaba a poner una segunda piedra sobre lo que sea para construir algo personal, pero aspiraba a armar cosas que fueran grandes y resistentes a todas las fuerzas, que luego pudiera lucir en alguna exhibición o que me llevara lejos, quién sabe dónde era ese lejos. Y no me importaba dejar atrás a personas como Mo, ¿qué tan mal estaba entonces? Que ahora no puedo imaginarme lejos de ninguno de ellos. —Gracias por decir que es el mundo el que está mal y no yo, Mo— susurro, la sonrisa que llena mi cara tiembla un poco por las lágrimas que me pican en los ojos al sentir su caricia, me río de su esfuerzo por hacerme un poco más alta, eso también lo agradezco. Pero si voy a compartir mi vida con alguien, creo que no debo quedarme con la duda sobre la única cosa que al parecer hizo a mi madre lamentarse de elegir a mi padre, de alguna manera siento que eso importa en mi propia elección, como si todos los hijos al final de cuenta fuéramos un reflejo de las elecciones de nuestros padres. —Dijiste que había algo, algo… ¿por lo que sí te arrepentiste de casarte con papá? ¿Qué fue, Mohini?— pregunto.
Me conmueve muchísimo que diga que volvería a elegir a mi padre sabiendo todo lo que sabemos, que nos amaría y también que nos dejaría, que todas las veces que se tomó un momento para mirar hacia atrás fue para reafirmarse en su decisión y necesito que alguien me lo diga, creo que son en los momentos en los que importa tener a una madre que se toma el tiempo para traer calma, tener amigos que son felices en su matrimonio y otro par que está a punto de celebrarlo, personas que hacen posible creer en ello, cuando toda, toda tu vida te repetiste que no era algo para ti. Hasta que ocurre, tantos años pasando al lado de Hans Powell sin rozarlo, y un día solo chocas para comprobar que todas las creencias fundadas en estos años por ver el lado malo de las experiencias, se desbaratan. Y llegas a desear algo como compartir una vida, que es su vida, que es mi vida. Admitimos tantas veces para nosotros que todo esto es una locura, llegaría hasta a un altar con él por esta locura, pero me gustaría que no sea así, poder decirle muy claramente que lo elegí cuerda, en todos mis sentidos, con la razón y mi corazón reconciliados.
—Claro que lo hubiera elegido— contesto con franqueza, deslizo mi mirada por la bebé que tironea de mi ropa para alcanzar mi pecho aunque no sea la hora, exigente como ella puede ser. Y dulce como nadie, con sus ojos negros inocentes, su boquita que mueve y froto con mi pulgar. —No hubiera tenido un bebé si no hubiera sido con él, lo elijo a él todo el tiempo— musito, recuerdo tan bien mi vida meses antes, cuando nuestro trato se limitaba a la deuda, y mi manera de percibir al mundo era muy distinta, dañada, resentida, me negaba a poner una segunda piedra sobre lo que sea para construir algo personal, pero aspiraba a armar cosas que fueran grandes y resistentes a todas las fuerzas, que luego pudiera lucir en alguna exhibición o que me llevara lejos, quién sabe dónde era ese lejos. Y no me importaba dejar atrás a personas como Mo, ¿qué tan mal estaba entonces? Que ahora no puedo imaginarme lejos de ninguno de ellos. —Gracias por decir que es el mundo el que está mal y no yo, Mo— susurro, la sonrisa que llena mi cara tiembla un poco por las lágrimas que me pican en los ojos al sentir su caricia, me río de su esfuerzo por hacerme un poco más alta, eso también lo agradezco. Pero si voy a compartir mi vida con alguien, creo que no debo quedarme con la duda sobre la única cosa que al parecer hizo a mi madre lamentarse de elegir a mi padre, de alguna manera siento que eso importa en mi propia elección, como si todos los hijos al final de cuenta fuéramos un reflejo de las elecciones de nuestros padres. —Dijiste que había algo, algo… ¿por lo que sí te arrepentiste de casarte con papá? ¿Qué fue, Mohini?— pregunto.
— Ahí tienes tu respuesta entonces. — resumo, que el miedo que ella siente no es fruto que nada más que por lo desconocido, como es lo natural. Está viviendo de golpe experiencias de las que, si a mí me lo hubieran preguntado hace cinco años, conociendo a mi hija como la conozco, hubiera salido corriendo a la primera mención de mantener una relación estable con alguien, mucho menos llegar a tener un bebé con esa persona. No, a lo que se enfrenta en el día de hoy, no es nada por lo que otras mujeres no hayan pasado ya, yo misma me incluyo entre ellas, que a pesar de no haber tenido dudas tras años de matrimonio, uno no puede negar que siempre estará presente el temor a la incertidumbre. No podría ser de otra manera. — Pero todo eso es normal, tesoro, también por lo que eres ahora, tienes un bebé, eso es cargar con mucha responsabilidad. Pensar que es algo de lo que tendrás que ocuparte toda la vida, y lo harás, con mucho gusto espero, es lógico que te sientas de esa manera. Creo que me asustaría más si fuera diferente. — le reconozco, con una sonrisa vaga en los labios pese a no ser un comentario que requiera de diversión necesariamente.
Me acomodo un poco en el asiento, tengo la necesidad de estrujar una de sus manos con mis dedos, acariciando su piel suave en contraste con la mía que ya está empezando a arrugarse. Con la cabeza, niego suavemente, pues creo que no ha entendido mi punto, o yo no me he explicado como se debe. — No, no… Yo nunca, jamás, me he arrepentido de casarme con tu padre, no es eso lo que quería decir, yo… — ¿hay alguna manera de explicar esto sin que se me vaya a quebrar la voz, bien por el llanto que estoy tratando de no acumular, bien porque simplemente no puedo siquiera alcanzar a mirarla? Me paso uno de mis dedos por debajo de mis ojos con delicadeza, antes de armarme de valor para elevar la mirada hacia su rostro. — Cuando tu padre murió… el hombre que lo estaba cuidando acudió a mí no mucho después. Dijo que estaba enfermo, que llevaba un tiempo estándolo a causa de una enfermedad. — paso saliva, creo que he vuelto a descender la vista en el proceso, no muy segura de como proceder, pues hay ciertas cosas que me he guardado para mí. — Es la enfermedad de Huntington, y, como pude entender, es degenerativa, además de hereditaria. — decir lo último me lleva un tiempo, hago una pausa antes de hacerlo y para cuando mis ojos buscan los de Lara, creo que ya estoy llorando.
— Oh, por favor, tesoro… No sabes cuánto lamento no habértelo dicho antes. Créeme que quería, pero con el embarazo… y la niña… No quería asustarte, estabas ya muy estresada por tu cuenta. Yo no… — me llevo una mano a los labios, tratando de calmar el llanto que empieza a acumularse ya no solo en mi garganta, sino también en mis ojos cuando empiezan a caer las lágrimas a borbotones de mis ojos. No soy capaz a recordar ocasiones en las que me haya permitido ponerme a llorar frente a mi hija, esta debe de ser una de las pocas y, tristemente, no he podido evitarlo. Me repaso las ojeras de los ojos, tratando de calmarme a mí misma. — Tienes que ver a un médico, yo te acompañaré, haremos las pruebas, y… seguiremos desde ahí, ¿de acuerdo? — creo que no lo digo solo para ella, sino también para mí, que soy la que está llorando como una fuente, mientras me atrevo a besar su mano. No me contengo cuando con el cuidado de tener un bebé entres sus brazos, las estrecho contra mi pecho. — Todo irá bien, lo prometo. — que nunca he sido de prometer cosas, pero cuando se trata de mi hija, juraría por el cielo entero y la galaxia si así consigo tenerla entre mis brazos para siempre.
Me acomodo un poco en el asiento, tengo la necesidad de estrujar una de sus manos con mis dedos, acariciando su piel suave en contraste con la mía que ya está empezando a arrugarse. Con la cabeza, niego suavemente, pues creo que no ha entendido mi punto, o yo no me he explicado como se debe. — No, no… Yo nunca, jamás, me he arrepentido de casarme con tu padre, no es eso lo que quería decir, yo… — ¿hay alguna manera de explicar esto sin que se me vaya a quebrar la voz, bien por el llanto que estoy tratando de no acumular, bien porque simplemente no puedo siquiera alcanzar a mirarla? Me paso uno de mis dedos por debajo de mis ojos con delicadeza, antes de armarme de valor para elevar la mirada hacia su rostro. — Cuando tu padre murió… el hombre que lo estaba cuidando acudió a mí no mucho después. Dijo que estaba enfermo, que llevaba un tiempo estándolo a causa de una enfermedad. — paso saliva, creo que he vuelto a descender la vista en el proceso, no muy segura de como proceder, pues hay ciertas cosas que me he guardado para mí. — Es la enfermedad de Huntington, y, como pude entender, es degenerativa, además de hereditaria. — decir lo último me lleva un tiempo, hago una pausa antes de hacerlo y para cuando mis ojos buscan los de Lara, creo que ya estoy llorando.
— Oh, por favor, tesoro… No sabes cuánto lamento no habértelo dicho antes. Créeme que quería, pero con el embarazo… y la niña… No quería asustarte, estabas ya muy estresada por tu cuenta. Yo no… — me llevo una mano a los labios, tratando de calmar el llanto que empieza a acumularse ya no solo en mi garganta, sino también en mis ojos cuando empiezan a caer las lágrimas a borbotones de mis ojos. No soy capaz a recordar ocasiones en las que me haya permitido ponerme a llorar frente a mi hija, esta debe de ser una de las pocas y, tristemente, no he podido evitarlo. Me repaso las ojeras de los ojos, tratando de calmarme a mí misma. — Tienes que ver a un médico, yo te acompañaré, haremos las pruebas, y… seguiremos desde ahí, ¿de acuerdo? — creo que no lo digo solo para ella, sino también para mí, que soy la que está llorando como una fuente, mientras me atrevo a besar su mano. No me contengo cuando con el cuidado de tener un bebé entres sus brazos, las estrecho contra mi pecho. — Todo irá bien, lo prometo. — que nunca he sido de prometer cosas, pero cuando se trata de mi hija, juraría por el cielo entero y la galaxia si así consigo tenerla entre mis brazos para siempre.
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Con Mohini podemos ser francas, si aceptara todo esto como parte de un sueño que siempre anhelé y al que abrazo, sería una mentira contada para mí misma, esto no es nada de lo que hubiera imaginado que podría pasarme en esta vida. No exagero, esta vez no exagero. Estaría tan asustada como ella si lograra encajar en las comodidades de ser la pareja de un ministro, que en opiniones va al contrario de lo que las mías en ocasiones, y por la confianza que necesito que sienta hacia mí, fui desprendiéndome de costumbres y relaciones que nunca nos hubieran dejado ser transparentes con el otro. No he vivido más que para este trabajo que amo desde que aprendí a jugar con herramientas y en las últimas semanas mi mundo se cerró en la bebé que tengo en brazos, trasladé eso que fue mi prioridad a un segundo plano para que pasara a serlo ella. Toda ella, su padre, su hermana.
Me despierto todos los días con la pregunta de si estoy soñando esto, si es cierto que Hans Powell es la persona que me mira desde la almohada vecina y me ama, o si al pestañear todo se desvanecerá para que vuelva a encontrarme en un taller sucio y ruidoso con cacharros, un mensaje molesto de «El idiota» en pantalla diciéndome que pasará en unas horas a retirar algo, lo retirará, se irá, como lo hizo tantas veces. ¿Y si eso ocurre? ¿Cómo podría mirar a ese hombre y no pensar en todo lo que podría llegar a cambiar mi mundo? ¿Tomaría el riesgo? Cualquiera diría que sí, pero con una mano del corazón, no sé si lo haría la Lara de hace un año. Ella estaría aterrada, lo bloquearía entre sus contactos como mínimo. Porque una fuerza que llegará para arrasar sobre todo lo que crees, sobre todas tus prioridades, caprichos, malos hábitos y certezas, asusta. Toca ser una nueva persona después de eso.
Cada una de las paredes de esta casa me recuerdan bien la niña que fui y las cosas que quería para mí. Cortaba planchas de cartón para armarme mi traje espacial, el que iba a necesitar cuando los viajes interestelares se retomaran y fuera de las primeras mujeres en comandar una tripulación. Soñaba demasiado con lo que estaba fuera de este mundo, que no aprecié lo que estaba asentado sobre este suelo, tal vez porque di por seguro que mis padres estarían sosteniéndome siempre y que si se lo pedía a mi padre, él que medía dos metros, me tomaría de debajo de los brazos para colocarme sobre sus hombros. Entonces Mohini estaría detrás, cuidando de que no me cayera, en una conversación interminable entre los tres que comenzó el día en que nací y que terminó cuando papá murió, cuando eligió morir para nosotras. Supongo que con todo esto de la madurez, llega también la noción de la realidad y de que ocurren cosas que exigen que pongas los pies sobre la tierra, como enterarme que ese hombre que creí grande e invencible, lo suficientemente alto como para hacerme sentir más cerca del cielo, estaba enfermo.
Pensé que había logrado pasar de verlo como un dios a un simple hombre cuando supe de sus decisiones, saber que estaba sufriendo una enfermedad que lo fue consumiendo lentamente me regala una triste imagen para contraponer a la del padre que tenía las fuerzas para sostenerme. No puedo, aunque me diga muchas veces que su ausencia es algo que ya tengo asumido, no llorar por lo que sufrió y cuando veo llorar también a Mo. Tilly es el único peso que siento en mis brazos, el resto de lo que nos rodea ha dejado de existir para mí, me quedo prendida de la voz de mi madre para no desconectar con la realidad y me hunde, hace que caiga en un pozo bajo mis pies que me zambulle en agua helada y oscura, al entender lo que implican sus palabras. —¿Estoy enferma?— creo que en años hice esta pregunta, ni los desvelos en el taller me derrumbaban las defensas como para que tomara un virus y ni siquiera es tan banal como eso. —¿Estamos enfermas?— susurro, que si no lo digo lo suficiente alto, si no lo escucha nadie más que nosotras, esto no es verdad. Me fijo en la naricita de Tilly, ¿ven por qué no quería tener hijos? Porque aun cambiando todo en mí para que esto que parece un sueño sea real y se lograra lo imposible entre lo impredecible, hay algo en mí que se traslada a lo que podría llegar a ser lo más bueno que podría tener alguna vez.
Y entonces sí lloro, con mi cuerpo entero sacudiéndose por los sollozos, porque si miro a mi hija solo puedo ver cómo he conseguido arruinar de alguna manera algo que era hermoso. Me reclino contra el pecho de Mohini, no puedo hablar, no encuentro mi voz, y mientras tanto la oigo en mi cabeza negándose a esto, tratando de esgrimir un plan, diciendo que debemos confiar en las palabras de mi madre de que todo estará bien, pero lo que hago es llorar. Tenemos que llamar a Riley, él seguramente sabrá darnos información que nos tranquilice, con porcentaje y estadísticas. Lloro más fuerte porque a quién tendré que decirle que posiblemente tengo un gen dañado heredado de mi padre y no es mi mal carácter, es a Hans. Y enfrentarlo a la idea de que podría ser algo que también llegue a su hija. —¿Te enteraste durante mi embarazo?— pregunto de pronto, creo que eso es lo que dijo. Tal vez era mi padre el que me hacía girar sobre sus hombros en la cocina hasta marearnos, para susto de Mohini, pero por un momento trato de verlo como lo vio ella. A su hija embarazada, a su nieta naciendo, sabiendo esto. Entiendo lo fuerte que ha sido para mí. Me trago un sollozo al besar su frente y el cabello de su coronilla. —Iremos al doctor, lo haremos. Nos dirá que hacer. Todo estará bien— acaricio con torpeza algunos mechones de su pelo, soy igual de torpe al hablar. —Todo se arreglará, haré lo que tenga que hacer, estaremos bien— y no lo sé, estaba aterrada hace unos minutos de casarme con la persona que amo, lo que me aterra ahora lo frágiles que son todas las promesas, también las que no se han hecho todavía.
Me despierto todos los días con la pregunta de si estoy soñando esto, si es cierto que Hans Powell es la persona que me mira desde la almohada vecina y me ama, o si al pestañear todo se desvanecerá para que vuelva a encontrarme en un taller sucio y ruidoso con cacharros, un mensaje molesto de «El idiota» en pantalla diciéndome que pasará en unas horas a retirar algo, lo retirará, se irá, como lo hizo tantas veces. ¿Y si eso ocurre? ¿Cómo podría mirar a ese hombre y no pensar en todo lo que podría llegar a cambiar mi mundo? ¿Tomaría el riesgo? Cualquiera diría que sí, pero con una mano del corazón, no sé si lo haría la Lara de hace un año. Ella estaría aterrada, lo bloquearía entre sus contactos como mínimo. Porque una fuerza que llegará para arrasar sobre todo lo que crees, sobre todas tus prioridades, caprichos, malos hábitos y certezas, asusta. Toca ser una nueva persona después de eso.
Cada una de las paredes de esta casa me recuerdan bien la niña que fui y las cosas que quería para mí. Cortaba planchas de cartón para armarme mi traje espacial, el que iba a necesitar cuando los viajes interestelares se retomaran y fuera de las primeras mujeres en comandar una tripulación. Soñaba demasiado con lo que estaba fuera de este mundo, que no aprecié lo que estaba asentado sobre este suelo, tal vez porque di por seguro que mis padres estarían sosteniéndome siempre y que si se lo pedía a mi padre, él que medía dos metros, me tomaría de debajo de los brazos para colocarme sobre sus hombros. Entonces Mohini estaría detrás, cuidando de que no me cayera, en una conversación interminable entre los tres que comenzó el día en que nací y que terminó cuando papá murió, cuando eligió morir para nosotras. Supongo que con todo esto de la madurez, llega también la noción de la realidad y de que ocurren cosas que exigen que pongas los pies sobre la tierra, como enterarme que ese hombre que creí grande e invencible, lo suficientemente alto como para hacerme sentir más cerca del cielo, estaba enfermo.
Pensé que había logrado pasar de verlo como un dios a un simple hombre cuando supe de sus decisiones, saber que estaba sufriendo una enfermedad que lo fue consumiendo lentamente me regala una triste imagen para contraponer a la del padre que tenía las fuerzas para sostenerme. No puedo, aunque me diga muchas veces que su ausencia es algo que ya tengo asumido, no llorar por lo que sufrió y cuando veo llorar también a Mo. Tilly es el único peso que siento en mis brazos, el resto de lo que nos rodea ha dejado de existir para mí, me quedo prendida de la voz de mi madre para no desconectar con la realidad y me hunde, hace que caiga en un pozo bajo mis pies que me zambulle en agua helada y oscura, al entender lo que implican sus palabras. —¿Estoy enferma?— creo que en años hice esta pregunta, ni los desvelos en el taller me derrumbaban las defensas como para que tomara un virus y ni siquiera es tan banal como eso. —¿Estamos enfermas?— susurro, que si no lo digo lo suficiente alto, si no lo escucha nadie más que nosotras, esto no es verdad. Me fijo en la naricita de Tilly, ¿ven por qué no quería tener hijos? Porque aun cambiando todo en mí para que esto que parece un sueño sea real y se lograra lo imposible entre lo impredecible, hay algo en mí que se traslada a lo que podría llegar a ser lo más bueno que podría tener alguna vez.
Y entonces sí lloro, con mi cuerpo entero sacudiéndose por los sollozos, porque si miro a mi hija solo puedo ver cómo he conseguido arruinar de alguna manera algo que era hermoso. Me reclino contra el pecho de Mohini, no puedo hablar, no encuentro mi voz, y mientras tanto la oigo en mi cabeza negándose a esto, tratando de esgrimir un plan, diciendo que debemos confiar en las palabras de mi madre de que todo estará bien, pero lo que hago es llorar. Tenemos que llamar a Riley, él seguramente sabrá darnos información que nos tranquilice, con porcentaje y estadísticas. Lloro más fuerte porque a quién tendré que decirle que posiblemente tengo un gen dañado heredado de mi padre y no es mi mal carácter, es a Hans. Y enfrentarlo a la idea de que podría ser algo que también llegue a su hija. —¿Te enteraste durante mi embarazo?— pregunto de pronto, creo que eso es lo que dijo. Tal vez era mi padre el que me hacía girar sobre sus hombros en la cocina hasta marearnos, para susto de Mohini, pero por un momento trato de verlo como lo vio ella. A su hija embarazada, a su nieta naciendo, sabiendo esto. Entiendo lo fuerte que ha sido para mí. Me trago un sollozo al besar su frente y el cabello de su coronilla. —Iremos al doctor, lo haremos. Nos dirá que hacer. Todo estará bien— acaricio con torpeza algunos mechones de su pelo, soy igual de torpe al hablar. —Todo se arreglará, haré lo que tenga que hacer, estaremos bien— y no lo sé, estaba aterrada hace unos minutos de casarme con la persona que amo, lo que me aterra ahora lo frágiles que son todas las promesas, también las que no se han hecho todavía.
No estoy segura de haberme explicado como se merece, porque tengo las palabras acongojadas en mi garganta y no es una sensación a la que esté acostumbrada, si hay algo que no me falta a mí nunca son comentarios, pero esta es una situación diferente. A pesar de ello, la reacción que esperaba se plasma en el rostro de mi hija y estoy por jurar que ha perdido todo el color. — ¡No! No, tesoro, no estás… — sé que como madre mi principal tarea conlleva su protección y seguridad, ser la persona a quién debe buscar cuando sus miedos superen sus barreras, pero… ¿cómo puedo asegurar que no está enferma, cuando esa afirmación se escapa de cualquier contrato seguro que pueda darle? — No lo sé. — digo, tratando de calmar mi respiración a pesar de estar ofreciéndole una respuesta que tira más hacia la incertidumbre que a la convicción de un hecho. — El hombre me dijo que había un cincuenta por ciento de probabilidad de que se transmita, es… pura y estrictamente suerte. — reconocer eso en voz alta es algo que me cuesta horrores, en especial porque no se trata de una nimiedad con la que se pueda lanzar una moneda y esperar a que caiga del lado correcto. Se trata de mi hija, por el amor de los dioses.
En este tiempo me he replanteado muchas cosas con esta información, entre ellas la de no creer ni una palabra de lo que dijo Adam. Después de todo, no es un médico profesional, ni tiene los medios como para ofrecer un diagnóstico fiable. Si bien, las últimas experiencias que incluyen la muerte real de mi marido, me han dado a aprender que no puedo dejar nada a su suerte, mucho menos esto. No me importa si tiene razón o no, me importa mi hija y su salud, y no volveré a cometer el error de sobreponer a los míos por la comodidad que supone la negación, esa en la que me vi sumergida cuando recibí noticias de Lawrence. Me negué a creer que estaba vivo, que necesitaba de mí, y mira como terminó eso. No volveré a permitirlo. — Me enteré durante tu embarazo, sí, pero era demasiado tarde, no hubieras podido hacer nada diferente de haberlo sabido. — eso sí es algo que puedo asegurar, porque no quiero que piense que de haber conocido la información, hubiera tenido una salida distinta, como la de abortar. No, no es algo que pueda o deba siquiera atravesar sus pensamientos. — Sé que escogí por ti, merecías saberlo, yo solo… no quería ponerte más peso encima de los hombros, espero que puedas perdonarme. — un nuevo sollozo que me eleva el pecho acompaña mi disculpa, beso su cabeza en mi más profunda derrota por haberla fallado en esto, que últimamente es todo lo que parezco saber hacer.
Me atrevo a sabiendas de estar con las emociones a flor de piel a mirar a mi hija, no es la primera vez que la veo llorar, como tampoco espero que sea la última, pero esta en especial, me duele más que a ella. Entre mis brazos la sostengo, trato de que mi cuerpo sea su refugio ahora que todos sus murales parecen temblar, no solo los físicos, sino también los internos que sé que empiezan a debilitarse dentro de su cabeza. — Buscaré al mejor medimago, te lo aseguro, como si tengo que ir al mismísimo ministro de salud, ¿me oyes? — no hay rastro de broma en mi voz, que ella siempre ha sabido salir con ironías con respecto a ese hombre. Esta no es una de ellas, lo digo en serio cuando pienso acudir a su persona en caso de necesitar una segunda, tercera, cuarta o las opiniones que sean. Ya dije que estaba dispuesta hasta a presentarme en el laboratorio de Silas Jensen si hacía falta, tampoco lo digo bromeando.
En este tiempo me he replanteado muchas cosas con esta información, entre ellas la de no creer ni una palabra de lo que dijo Adam. Después de todo, no es un médico profesional, ni tiene los medios como para ofrecer un diagnóstico fiable. Si bien, las últimas experiencias que incluyen la muerte real de mi marido, me han dado a aprender que no puedo dejar nada a su suerte, mucho menos esto. No me importa si tiene razón o no, me importa mi hija y su salud, y no volveré a cometer el error de sobreponer a los míos por la comodidad que supone la negación, esa en la que me vi sumergida cuando recibí noticias de Lawrence. Me negué a creer que estaba vivo, que necesitaba de mí, y mira como terminó eso. No volveré a permitirlo. — Me enteré durante tu embarazo, sí, pero era demasiado tarde, no hubieras podido hacer nada diferente de haberlo sabido. — eso sí es algo que puedo asegurar, porque no quiero que piense que de haber conocido la información, hubiera tenido una salida distinta, como la de abortar. No, no es algo que pueda o deba siquiera atravesar sus pensamientos. — Sé que escogí por ti, merecías saberlo, yo solo… no quería ponerte más peso encima de los hombros, espero que puedas perdonarme. — un nuevo sollozo que me eleva el pecho acompaña mi disculpa, beso su cabeza en mi más profunda derrota por haberla fallado en esto, que últimamente es todo lo que parezco saber hacer.
Me atrevo a sabiendas de estar con las emociones a flor de piel a mirar a mi hija, no es la primera vez que la veo llorar, como tampoco espero que sea la última, pero esta en especial, me duele más que a ella. Entre mis brazos la sostengo, trato de que mi cuerpo sea su refugio ahora que todos sus murales parecen temblar, no solo los físicos, sino también los internos que sé que empiezan a debilitarse dentro de su cabeza. — Buscaré al mejor medimago, te lo aseguro, como si tengo que ir al mismísimo ministro de salud, ¿me oyes? — no hay rastro de broma en mi voz, que ella siempre ha sabido salir con ironías con respecto a ese hombre. Esta no es una de ellas, lo digo en serio cuando pienso acudir a su persona en caso de necesitar una segunda, tercera, cuarta o las opiniones que sean. Ya dije que estaba dispuesta hasta a presentarme en el laboratorio de Silas Jensen si hacía falta, tampoco lo digo bromeando.
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Una cuestión de suerte. Por sobre el desconcierto de esta revelación, se cuela una carcajada amarga, honda que me arrasa las entrañas, hasta lo profundo de mí llega esa incertidumbre de lo que podrá pasar, porque la suerte puede ser magnánima o la peor de las perras. Nos encontramos a su merced y es un vértigo distinto, un caer en suspenso al momento más oscuro en el que todos los caminos se cierran en dos, tocará ver cuál me toca por azar. —¿Por qué no nos dijo nada? ¿Por qué se fue y no se quedó con nosotras?— vuelve la verborragia de los reclamos a mi padre al ocultarnos esto, por no hacernos parte y que no sea él quien me diga esto, si se hubiera quedado, si lo hubiera sabido antes. Todo ha avanzado lento en estos años, con una curva inesperada hace unos meses que puso al tiempo a correr en frenesí, tan rápido que casarme con la persona que llegué a amar pareciera ser ese salto al vacío que daría con los ojos cerrados, y entonces el tiempo se detiene, como si mi vida fuera un reloj con el que alguien está jugando, lo han aventado contra el suelo para romperlo así las agujas no pueden seguir avanzando.
Y no sería yo si de todas formas no intentara dar pasos a ciegas, solo para demostrarme que puedo seguir avanzando pese al tiempo detenido, que nada se acaba mientras siga poniendo un pie detrás del otro. —Estaremos bien— es lo que repito, lo que no paro de repetir, hoy puedo llorar hasta vaciar mi cuerpo de la reserva de llantos que debería guardar para años próximos, dejar todas mis lágrimas en la casa de mi infancia, mientras escucho la voz chillona de una niña que creía en inmensidades que sobrepasaban al tiempo, la gravedad y la mortalidad, simplemente porque no pensaba en ellas, porque no reconocía límites. Era mucho más valiente de lo que he demostrado ser en todo este tiempo y me lamento por esto, por todos mis miedos que quedan al descubierto y expuestos, tomando el tamaño de gigantes como para llenar esta y las otras habitaciones de la casa.
Estoy aterrada por debajo de la sonrisa de consuelo que le ofrezco y la promesa necesaria para nuestros oídos de que estaremos bien. —No hay nada que perdonar, Mo— susurro, mis ojos caen sobre el rostro dormido de mi hija. —Gracias por no decírmelo, creo que… hubiera hecho estupideces de saberlo— admito con pena, paso con dificultad un poco de saliva por mi garganta reseca. —Pero no me creo capaz de renunciar a Mathilda ahora que la conozco, se ha vuelto real y no cambiaría de nada de poder volver hacia atrás, la tendría pese a todo— recojo su manito con mi dedo y la acerco a mis labios. Cierro mis párpados para contener un nuevo aluvión de lágrimas, froto mi nariz contra esa piel suave, tibia. —A pesar de todo— suspiro, aunque acabemos por encontrarnos en este momento en el que mi madre se quiebra al decirme lo que todos sabemos desde que nacemos, que la vida y la muerte son dados a la suerte que alguien arroja y que este minuto en el que puedo abrazarme a mi hija, para que mi madre nos abrace a ambas, hay algo más fuerte que los caprichos del azar sirviéndonos de escudo.
Y no sería yo si de todas formas no intentara dar pasos a ciegas, solo para demostrarme que puedo seguir avanzando pese al tiempo detenido, que nada se acaba mientras siga poniendo un pie detrás del otro. —Estaremos bien— es lo que repito, lo que no paro de repetir, hoy puedo llorar hasta vaciar mi cuerpo de la reserva de llantos que debería guardar para años próximos, dejar todas mis lágrimas en la casa de mi infancia, mientras escucho la voz chillona de una niña que creía en inmensidades que sobrepasaban al tiempo, la gravedad y la mortalidad, simplemente porque no pensaba en ellas, porque no reconocía límites. Era mucho más valiente de lo que he demostrado ser en todo este tiempo y me lamento por esto, por todos mis miedos que quedan al descubierto y expuestos, tomando el tamaño de gigantes como para llenar esta y las otras habitaciones de la casa.
Estoy aterrada por debajo de la sonrisa de consuelo que le ofrezco y la promesa necesaria para nuestros oídos de que estaremos bien. —No hay nada que perdonar, Mo— susurro, mis ojos caen sobre el rostro dormido de mi hija. —Gracias por no decírmelo, creo que… hubiera hecho estupideces de saberlo— admito con pena, paso con dificultad un poco de saliva por mi garganta reseca. —Pero no me creo capaz de renunciar a Mathilda ahora que la conozco, se ha vuelto real y no cambiaría de nada de poder volver hacia atrás, la tendría pese a todo— recojo su manito con mi dedo y la acerco a mis labios. Cierro mis párpados para contener un nuevo aluvión de lágrimas, froto mi nariz contra esa piel suave, tibia. —A pesar de todo— suspiro, aunque acabemos por encontrarnos en este momento en el que mi madre se quiebra al decirme lo que todos sabemos desde que nacemos, que la vida y la muerte son dados a la suerte que alguien arroja y que este minuto en el que puedo abrazarme a mi hija, para que mi madre nos abrace a ambas, hay algo más fuerte que los caprichos del azar sirviéndonos de escudo.
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