The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Invitado
Invitado
Con los pies debajo de mi cuerpo, coloco a la bebé en medio de mis piernas cruzadas y la recuesto contra mi vientre para que pueda ir mirando las fotografías que le muestro, que después de estar toda la tarde al borde de la piscina con kilos de protector encima y un sombrero que no le deja fuera ni los pies, volvimos al interior de la casa a esperar que aparezcan otras vidas humanas. —¿Te puedes creer lo hermosa que era tu hermana de niña? ¡Mira esos cachetes, Tilly!— chillo de la emoción, que no hay nadie más en la sala y las pocas fotografías de Meerah que logré conseguir de los cumpleaños a los que fui son material para enternecerse. Si no lo hice antes y lo hago recién ahora, es porque aprendí a apreciar la belleza de los cachetes redondos al tener que cargar desde hace un par de semanas con una bebé tan gorda, que picarle las mejillas es una tentación de la que nadie se priva. Dejo la fotografía a un lado cuando escucho el timbre y en lo que me tardo en descruzarme para ir a abrir, escucho como la puerta se abre, se cierra, avanzan los pasos por el pasillo y maldita Poppy veloz que me ha ganado, ella porque se aparece y desaparece en un pis pas, tramposa.

Recuesto mi espalda contra el respaldo del sillón y para cuando una figura tal alta como es característico de los Powell cruza el umbral de la sala, tengo a Tilly sobre mi pecho para que pueda saludarla con su manito en alto. —Hola, tía Phoebs—. Sacando lo de las noches en vela, lo de tener que estar limpiando un culo todo el día, de que los senos me duelen de muerte cuando se cargan de mucha leche y me escuecen a veces, ah, también que está acaparando nuestra cama, esto de tener un bebé es divertido y con la cantidad de juguetes que le traen, tenemos para entretenernos. Sí, claro, decían que la maternidad me iba a traer madurez, pobres ilusos. Ni que fuera Navidad y me la pudieran colocar como un obsequio debajo del árbol. Toma, Lara, aquí tienes tu madurez. Meerah le regaló un cactus bailarín a Tilly, o sea, ¡un cactus bailarín y con luces en las mejillas! Ni hablemos del chupete de snitch, me lo voy a robar, diré que se perdió y haré que Hans le compre otro. Esta licencia del trabajo se parece mucho a unas vacaciones en un parque de diversiones, las noches son la montaña rusa del terror, el resto es llevadero.

Todas las ideas desopilantes que se me ocurren de repente tienen que ver con la bebé y tal vez de las más sensatas, sea la de darme cuenta que Tilly necesita conocer a sus abuelos y no es demasiado pronto, quiero que sus caras se vuelvan tan familiares para ella que pueda hablar de la abuela Penny o el abuelo Lawrence de la manera más natural posible, que siempre los tenga presente como sé que Mohini siempre estará para ella. ¿Hermann? ¿Quién es Hermann? Yo no lo conozco, hay gente que hace mérito para que ni los mencionen. —Gracias por buscar una fotografía de tu mamá, Phoebe. No era mi intención sacudir los cajones de los recuerdos y que puedan traer nostalgias, lamento si fue así. Solo quiero darle lo mejor de nuestros pasados a las niñas— se lo explico, como ya lo hice por teléfono cuando la llamé para preguntarle con toda cautela si acaso tendría una fotografía de Penny que pudiéramos colocar en el álbum de Tilly, después de preguntarle a Hans con la misma y aún más exagerada cautela si tenía capturas del rostro de su madre para incluirla a ese libro que voy llenando en mis ratos de aburrimiento con todos los detalles de la bebé que no querremos olvidar. Extraigo de debajo de las que muestran la carita infantil de Meerah, una en la que se aprecia el viejo taller como lo era antes de que las cosas cambiaran tanto y en el centro de la imagen, mi padre con su mameluco de mecánico y ese rostro suyo, grueso y sonriente, de una época en la que yo era tan pequeña como la misma Tilly. Se la tiendo a Phoebe para que pueda verla. —Cuando volvamos a la casa de la playa, podemos colocar ambas en cuadros para colgarlas en la pared— aquí no me animo ni a poner un clavo en la pared para no arruinar la decoración.
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Cuando recibo la llamada de Lara pidiendo que le lleve una fotografía de mi madre, ni siquiera tengo que preguntarle a qué viene para hacerme una idea de por dónde van los tiros. No he sacado esas fotografías desde la Navidad pasada, muchas de ellas incluyen figuras que guardan historias que es mejor no contarlas, pero tampoco llegamos aquí exclusivamente a base de buenos recuerdos, así que tampoco se siente correcto el tratar de borrarlas. Un día, cuando tenga más tiempo, aunque tampoco es como si me faltara de ese en pleno verano, me dedicaré a ordenar las imágenes, ponerles un orden en la cronología que marca nuestras vidas, pero por hoy, rebuscar entre las cajas de metal que escondo en el armario es suficiente para poder cumplir con la petición de mi cuñada. Como están revueltas, mis manos se van topando con rostros cambiantes a medida que voy pasando de fotografía en fotografía. Trato de buscar la que más me gusta de Penny, hay varias de esas así que tengo donde escoger, el problema llega cuando me entretengo en mirar demasiado las fotos, mi corazón se estruja en ternura cuando sostengo entre mis dedos una imagen cuyos protagonistas son mi madre y Hans, tan bebé que parece increíble que ahora tenga las piernas tan largas.

Como no me decanto por ninguna, me hago llegar hasta la residencia ministerial de mi hermano con un sobre dentro del diminuto bolso que cargo conmigo. No me sorprende que sea Poppy quién me abre la puerta, pero tampoco necesito que me haga el recorrido hacia el salón del hogar como acostumbra a hacer con los invitados. Creo que se me ha partido el corazón varias veces hoy en lo que llevamos de día, pero ver a mi sobrina rechoncha definitivamente se lleva la palma cuando una ola cálida se asienta en mi pecho. Si es que parezco un perrito cuando me acerco para picarle la mejilla con los dedos en lo que un hoola bastante patético, y tierno por qué no, se escapa de mis labios. — ¿Alguna vez te cansas de esto? — no sé por qué me refiero a su hija por esto, probablemente porque tiene cara de muñeca y, cuando está tranquila o durmiendo, se me parece lo más adorable que he visto nunca. Claro que a quién no le gustan los bebés, creo que no soy la única que tiene esa reacción cuando una bola rosa aparece en escena, pero se me perdona porque es mi sobrina y tengo todos mis derechos a actuar como la tía que puede derretirse de amor en cualquier momento.

Dejo el bolso en la mesa pequeña del centro mientras tomo asiento en el sofá, al tiempo que meto la mano para sacar de él el sobre, lo único interesante que llevo dentro. — No ha sido problema, en serio, me gusta ver fotografías viejas, aunque no lo parezca. El único problema es que no he sabido cuál elegir, podemos ver algunas y decides tú cual prefieres según para lo que la quieras. ¿Era un álbum, cierto? Creo que también tengo alguna de mi abuela, no sé si querrás de esas también. — es linda la idea, así cuando sea mayor siempre podrá volver a ellas para saber de dónde viene su familia, toda ella, con lo bueno y lo malo. Saco la primera y se la tiendo tras echarle un vistazo, Penélope con un vestido con estampado de flores en verano, uno que siempre quise ponerme cuando era más niña. Como intercambio recibo una de quién asumo es su padre, porque le he visto en otras fotografías y en casa de Mo decorando la casa. — Parece un buen hombre. — creo que ya se lo he dicho varias veces y he escuchado historias sobre él de su propia madre, pero nunca está de mal mencionarlo de nuevo, especialmente cuando hay tan pocas personas así que queden en el mundo. — Volver a la casa de la playa, ¿desde cuándo te volviste tan señora, Lara? — me burlo, inocentemente solo por la gracia de la expresión. Si me río es solo por acompañar el comentario. — Es una idea genial, Lara, seguro que lo apreciará cuando sea más grande. — aseguro, acomodándome en el sofá solo para terminar estirando uno de mis brazos largos para hacerle cosquillas a Tilly en su barriguita de bebé.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Hace una eternidad que no me pasaba por el loft que solía habitar antes de mudarme a la isla. Se mantiene limpio gracias a los elfos que se toman la molestia de pasarse cada tanto a echarle un vistazo, pero se siente como un lugar vacío a pesar de conservar algunos muebles, al menos los necesarios como para considerarse “habitable”. Nada de esto me importa demasiado cuando le tengo que dar demasiadas vueltas a la idea de abrir el armario, más pequeño que el actual, donde sé que hay algunas cajas apiladas que contienen lo poco que he deseado conservar de una época demasiado lejana. A veces me creo demasiado cobarde por no ser capaz de enfrentarme al pasado, pero considerando que solo pude rescatar tres cajas de toda una casa, significa que no tenía demasiado a lo que aferrarme.

La más grande es la que me interesa, esa que sé que está repleta de memorias de infancia que van desde juegos a los álbumes de fotos que dejaron de completarse cuando mamá murió. Hay fotografías posteriores, desde luego, pero no son más que imágenes sueltas de una adolescencia solitaria que incluye salidas con algunos amigos y algún que otro retrato escolar. No hay rastro de mi padre, al menos no de manera involuntaria; no puedo borrarlo de aquellas fotos familiares en las cuales se había tomado la decencia de posar, a veces sonriente, junto a la familia que él mismo se encargó de destruir.

Le doy demasiadas vueltas, pero ni siquiera la abro cuando hago levitar la caja hasta que me desaparezco. En cuestión de minutos estoy subiendo por las escaleras de la entrada de la mansión, con la nuca hirviendo por culpa del calor en niveles que me hacen agradecer que el vestíbulo se encuentre tan fresco. No he terminado de quitarme los zapatos para andar a mis anchas que puedo escuchar claramente la voz de mi hermana, por lo que me acerco a la sala seguido por la caja flotante tras dejar que Poppy se encargue de guardar mi calzado — Desde que cambió las herramientas por pañales — bromeo en respuesta a una pregunta que no iba para mí, deteniéndome en la puerta de la habitación con las manos en los bolsillos — No voy a quejarme, es un cambio temporal que me agrada y al cual todos nos estamos acoplando. ¿Qué tal tus vacaciones, Phoebs? — algo que envidio de los docentes es la cantidad de tiempo libre que manejan en el verano, a pesar de que mi consuelo es la enorme piscina que decora mi extenso jardín. No le he estado dando el uso que se merece, pero algo es algo.

Doy los pasos necesarios para acercarme a ellas y, tras hacer que la caja se coloque sobre la mesa ratona, recargo mi peso en el apoyabrazos del sofá para volverme parte de la conversación. Me basta estirarme un poco para reconocer ese vestido, plasmado en una fotografía que lo vuelve inmortal y, con un suspiro, acepto que todo esto será difícil. Sé que las intenciones de Scott son buenas, no puedo contra eso — Tengo unos cuantos recuerdos aquí dentro — me acomodo para poder estirarme y abrir la caja, el olor a humedad me hace arrugar la nariz cuando lo primero que veo es una pequeña pila de medallas escolares. Me niego a tomarlas, así que aparto mis cartas coleccionables espaciales para poder dar con la fotografía de mi graduación; debajo de ésta, se encuentra la pila de álbumes que saco con mucho cuidado — No quiero asustarlas, pero también tengo algunos vídeos. No tengo idea de qué contienen, no los he visto en una eternidad — apoyo los recuerdos en el espacio que queda entre Lara y mi cuerpo, así puedo abrir el primer encuadernado para encontrarme con la imagen congelada de una Phoebe a la cual se le había caído el primer diente y una Pelusa mucho más joven. A su lado, el niño con el uniforme escolar desarreglado por el obvio cansancio y cara de aburrimiento atroz por no ser el centro de atención me suena bastante conocido — Verás, Tilly. Algún día comprenderás que tu familia es sinónimo de elegancia y estilo — nada que la fotografía que le enseño, esa donde estábamos vestidos ridículamente para Halloween, pueda negar. Al menos, la sonrisa de Penélope se encontraba intacta.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Sí, por lo general a las cuatro y media de la madrugada llego a cansarme de esto. Ahora estamos bien porque hace un rato dormimos una siesta reparadora para el humor— le muestro mi mejor sonrisa, esa que me identifica como la superviviente feliz a estos días interminables en los cuales si quiero cerrar los ojos, tengo que hacerlo al mismo tiempo que la bebé y que no se me ocurra desperdiciar minutos con pensamientos hasta que me llegue el sueño, son minutos perdidos que nunca más se recuperarán. Las fotografías no me cambian el semblante, así como le sucede a Phoebe, a mí también me gusta revisar álbumes viejos y la casa de Mohini sigue siendo una galería abierta de recuerdos familiares. Si hubiera tenido más hijos, tendría que haberse mudado a una casa de nueve habitaciones porque le faltarían paredes. En mi departamento eran unas pocas las que tenía y no son las mismas que me gustaría colgar para que Tilly crezca viéndolas, no porque sean inadecuadas que una era con Mohini el día que terminé el Royal y otra era con Riley de niños, una más con mi padre cargándome. Pero eran fotografías que hablaban de mí y de quien era, ella necesita de las propias y modero mi ansiedad por ver lo que ha traído Phoebe en el sobre, que el rostro de su madre parece la revelación del misterio que duró más temporadas que la serie que sigue Meerah. —¿¿Ella es tu madre??— la voz me sale ahogada, es la mujer más guapa que vi en la vida y no lo digo en voz alta porque es traición a Mohini.

No sé de donde surge la pregunta Phoebe en todo lo que dije, que ya llega su hermano con el comentario oportuno antes de que pueda acabar con mi: —No soy una…—. Cuadro mi mandíbula porque su voz se impone a la mía y espero a que se condene a si mismo con lo que dice, antes de alzar mi mano izquierda. —Hans, mírame— le pido, así centra su mirada en mí y en el dedo mayor que le enseño. —Como te decía, Phoebe…— regreso mi atención a su hermana con mi mano de vuelta a la panza de la niña y la otra sosteniendo la fotografía como si Tilly también fuera a verla, con tal de proseguir la conversación y que no nos detengamos en ese comentario sobre mi carácter, que ya bastante se dice al respecto sin que haga falta que le sumemos más calificativos. —¿Qué tal tus vacaciones?— repito la pregunta de Hans, así desviamos la charla para ese lado.

Si es que la caja que él trae no termina por acaparar toda la atención, y como la coloca a mi lado entre nuestros cuerpos, le devuelvo la fotografía de su madre a Phoebe con algo más. Coloco mis palmas debajo del cuerpecito de Tilly en tanto su padre le enseña cómo de elegantes son y hago el amago de traspasarla a los brazos de su tía. — Phoebs, ¿te gustaría practicar el cargarla?— pregunto, desligándome del peso de la bebé para apartarla del olor a humedad y también para tener ambas manos libres así puedo zambullirlas en el interior de la caja para rescatar medallas viejas, que a mí el cosquilleo en la nariz no me detiene. —Eras taaaaaaan nerd— me burlo de Hans deteniéndome en su foto de graduación con mis dedos sujetando el marco y luego rescato uno de los videos para colocarlo delante de su rostro. —No tienes la televisión que tienes como para que no podamos ver a un pequeño Hansel en pañales con la mejor calidad en sonido y alta definición— sacudo el video delante de sus ojos y entonces lo devuelvo a la caja. —Te dejo elegir el que prefieras— se lo concedo porque todos los presentes con consciencia en esta sala sabemos que hay un rostro en esos recuerdos del pasado que ninguno quiere ver y él sabrá mejor que nadie en cuáles no aparece, así nos ahorramos el mal rato. —¿Quieren que le pidamos un plato de pochoclos a Poppy?
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Asiento con la cabeza muy convincente porque parece realmente sorprendida de que la mujer de la foto sea mi madre, lo que me hace mirarla con falso recelo y una sonrisa chistosa. — ¿Tan poco nos parecemos? — bromeo inocentemente, que siendo mi madre algo debo parecerme a ella, a pesar de que mis mechones son más oscuros y tienden a parecerse más al color de pelo de mi padre. En defensa a la genética de los Lane, diré que era más rubia cuando era niña, segura de que la mugre y suciedad del norte no ayudaron a cuidar esa imagen. La aparición de mi hermano hace que gire la cabeza hacia la entrada al salón, de donde procede su voz y de la cual puedo sonreír con falsa diversión por el comentario que a su pareja no parece sentarle tan bien. — Tranquilas, ¿no lo dice mi piel? Estoy tratando de ponerme morena, y a juzgar por tu madre, Tilly… No me está yendo tan mal, ¿no? — le digo a la bebé como si la conversación fuera con ella también, pegando mi brazo al de Lara para comprobar la diferencia de tonalidades. Mi piel es bastante más clara, no lo voy a negar, pero tomar el sol es lo más normal que he hecho en una eternidad, así que tampoco voy a quejarme. Ignoro la parte que no es tan tranquila de estar refugiando un muggle con otra cosa que no tardo en señalar. — Ah, y he apuntado a Charles a clases de vals. — cruzo los brazos sobre mi pecho en señal de victoria y así camuflo la risa cómica que me produce la idea, cuando la realidad es que ni siquiera se lo he comentado y temo no salir tan triunfante como mi presente expresión.

Mi curiosidad se la lleva la caja que sigue a Hans levitando por el salón, hasta que él mismo la acomoda y alzo mi cuello, además de un poco mi torso, para ver el contenido antes de que él mismo lo confirme cuando saca de ella un álbum de fotos. Yo misma me hago con uno tan rápido como meto la mano en la caja, tomándome mi tiempo en pasar las imágenes que van desde el primer día de escuela de cada año hasta fotos ridículas en la piscina con manguitos enormes que me tapan la cara y un Hans más crecido con gafas de buceo. — ¡Aaah! ¡El día de Resurrección de Pelusa! — exclamo, con la risa saliendo de mi boca por la gracia de simplemente recordarlo. Estiro el cuello hacia Hans para ver la fotografía vieja que muestra a dos Powell casi igual de jóvenes que en las imágenes del verano, cuando la pregunta de Lara me lleva a mirarla con cara de terror. De acuerdo, soy la tía, pero creo que se evidencia mi poca experiencia en sujetar bebés cuando lo que entiendo es cagarla en lugar de cargarla. Solo por eso ni siquiera debería estar pasándome al bebé. Ups, demasiado tarde. Al menos, creo que la expresión de espanto se me pasa cuando la acomodo en uno de mis brazos y con el otro la hamaco por debajo, sin que llore esta vez. — Huh, fíjate, en esa foto todavía tenía cara de no haber roto un plato pese al traje. — comento a modo de broma al inclinarme un poco hacia Lara para poder ver la fotografía de graduación de mi hermano, esa que hasta ahora yo tampoco había visto.

Me acomodo en el sofá subiendo las piernas y colocándome a modo de indio, ignoro que es la casa de mi hermano porque él mismo se saltaba la norma favorita de Hermann de no subir los pies al sillón, y dejo a un lado el álbum que estaba hojeando. — ¿Tienes vídeos de casa y jamás dijiste nada? — la sorpresa de mi voz se mezcla un segundo con la emoción que me recorre el estómago, que tengo que sujetar al bebé con algo más de fuerza por miedo a que salga disparada hacia arriba. Creo que mi cuerpo nunca fue tan largo cuando hago maniobras para estirarlo y alcanzar a ver el interior de la caja sin perder de vista a Tilly, pero como no consigo ver nada, me pongo de pie para rodear la mesa y así curiosear más de cerca. Compruebo que, pese al paso del tiempo, las cintas están catalogadas una por una, desde el nacimiento de Hans hasta el mío, pasando por los veranos y las navidades de años posteriores. Si hasta creo ver la cajita del vídeo que guarda la boda de nuestros padres, pero prefiero no tocar esa para cuando alargo el brazo dentro del interior de la caja, sosteniendo a mi sobrina con el otro con mucho cuidado de mantener bien su cabecita. — ¿Por qué no probamos este? — saco el vídeo que tiene una etiqueta de Navidades 2444, porque de entre todas las memorias que hay guardadas ahí dentro, la época navideña nunca hizo mal a nadie. — Aunque por lo que aquí veo, hay como un repertorio completo de nuestra infancia, ¿tú recuerdas siquiera que mamá nos grabara tanto? — porque yo recuerdo hacer boberías delante de la cámara, pero no tanto como para guardar tantas grabaciones. — Ohh, mira, Hans, ¡de cuando íbamos a patinar al lago! — le doy la vuelta a la caja del vídeo que tengo entre mis manos y me sorprende que mamá fuera tan organizada de hasta resumir lo que hay en cada uno. — Había este lago cerca de casa, en verano íbamos a hacer picnics y dar de comer a los patos, pero en invierno bajaban tanto las temperaturas que siempre se helaba. — le explico brevemente a Lara, dedicándole una sonrisa rápida antes de volver la mirada al vídeo.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Se me escapa una risa entre dientes que deja en claro que no me tomo en serio el gesto que me dedica, me centro más en lo que mi hermana tiene para decir  — Pobre — no puedo evitar compadecerme de mi cuñado y, aunque no lo digo, temo que a Lara se le ocurran las mismas ideas cuando nuestra boda se lleve a cabo. ¿Será tan cruel de someterme a un montón de preparativos que quizá no necesitemos? No soy un experto en el vals, pero he ido a unas cuantas galas y creo que me manejo lo suficientemente bien. Al menos, no nos metemos demasiado en el tema porque el camino de la nostalgia es un poco más urgente y no sé si me entretiene ver más sus reacciones por la caja o la cara de mi hermana al verse con mi hija en sus brazos. El único motivo por el cual no le digo que le sienta la imagen, es porque no sé cómo puede tomárselo teniendo en cuenta su historial.

— Si no hubiese sido nerd, no estaríamos aquí. Y sigo sin romper un plato — ironizo, remarcando mi rostro con un dedo que forma un círculo a su alrededor — ¿Sabías que Hansel es una variación de mi nombre? Significa “pequeño Hans”, así que técnicamente acabas de decir pequeño pequeño Hans por si quería reafirmar lo nerd que puedo llegar a ser, con comentarios que se alejan demasiado de cualquier tipo de erotismo. Me encojo de hombros porque, a decir verdad, no dije nada a causa de haberlo olvidado. No es como si hubiera tenido tiempo de ponerme melancólico con ciertas cosas sucediendo a mi alrededor desde que ella regresó. Con un asentimiento, invito a Scott a llamar a Poppy y pedirle lo que se le antoje, porque yo estoy más centrado en la petición de Phoebe — ¿Quieres sufrir por que mis regalos eran mejores que los tuyos? — la verdad es que no recuerdo lo que recibí en esa Navidad, pero me asusta un poco la fecha. Intento no ser demasiado transparente cuando uso la varita para no tener que moverme y, en instantes, la televisión se encuentra encendida.

No sé bien cómo reaccionar a lo que Phoebe cuenta, solo hago una mueca que se asemeja a una sonrisa de labios fruncidos. No quiero pensar en los patos y en la promesa que le hice en el mismo lago, esa que jamás pude cumplir. Tengo la excusa de mi atención robada por una voz que creí haber olvidado, que se oye algo más alta que el resto por ser la que se oculta detrás de la cámara. Mi madre graba, eso es obvio, las risas la delatan cuando Phoebe aparece por la escalera corriendo y grita dando enormes saltos al ver la pila de regalos que se extendían a lo largo del árbol de fiesta. Creí haber olvidado cómo se veía mi hermana a esa edad, estaba tan despeinada que parecía una muñeca mal cuidada. Tengo que admitir que siento cierta vergüenza cuando la figura del niño con pijama con figuras espaciales aparece en escena, habiéndose tomado la molestia de colocarse un suéter para competir contra el frío del invierno — Al menos mi cabello se ve mejor que el tuyo — bromeo en dirección a Phoebe, aunque mis ojos se van hacia Lara. No sé muy bien cómo debo sentirme con todo esto, las voces en la pantalla son demasiado agudas, no puedo reconocerlas. Sí consigo recordar el momento en el cual desenvolví la colección de libros que había pedido y mi emoción al ver el modelo de la nave que había pedido. Y la decepción de la ropa que había enviado la abuela…

Es extraño cuando uno mismo se ve a sí mismo de pequeño. No alcanzas a olvidarte de ello, pero tampoco te reconoces en esa persona. Es un extraño, alguien que se perdió en las historias y las experiencias que te formaron en la persona que serás la mayor parte de tu vida. Mi memoria de ese árbol es que era grande y brillante, verlo en pantalla le quita toda esa magia. No tengo idea de si a ese Hans le agradaría el Hans actual. No puedo decir que se sentiría orgulloso de ver a dónde llegaría y a qué precio. De verlo así, creo que su interés no va más allá de que su hermana parece haber conseguido más juguetes que él, porque no se está dando cuenta de que está creciendo y todo lo que eso conlleva — ¿Qué tal si adelantamos? — no sé qué más hay en este disco, pero me apresuro a tomar el control y empiezo a saltar escenas. No hay demasiada emoción en mi voz ni tampoco en mi rostro cuando me salteo lo que parece ser la celebración de Año Nuevo, en lo que me diviso hablando de deseos tontos adelante de la cámara antes de caer en lo que creo que es mi cumpleaños. Claro, enero. Y obviamente estoy empujando a Phoebe para evitar que sople las velas por mí con el berrinche en toda la cara, lo cual en cierto modo, me hace reír — Había olvidado el rostro de mis compañeros de clase — admito, aunque creo que no podría nombrar ni a la mitad de esos niños — ¿Vas a querer hacerle una colección de vídeos a Tilly, Scott? Quizá podamos recortar algunos, de seguro tú tienes varios — algo me dice que Mohini atesoraría este tipo de cosas.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
No es eso lo que quise decir— aclaro, si bien es cierto que no le veo mucho parecido a la mujer de la fotografía, puede que no sea un comentario amable porque nos llevaría a mencionar a la otra parte que contribuyó con su genética. —Ahora entiendo por qué tu hermano y tú son tan guapos, ¡si su madre tenía belleza para compartir!—. Tanta que le heredó bastante de sus rasgos a su nieta mayor, ya veremos si es que la más pequeña tiene la misma suerte o le tocará conformarse con tener carácter, que eso está asegurado por mi lado en cuanto al aporte de mi familia. Como si estos pensamientos necesitaran de una ilustración, ahí está la cara bonita de Hans sonriéndole a mi gesto y el cambio de tema es agradecido para que podamos fingirnos interesados en cuantos tonos por debajo de mi tono de mi piel está el bronceado de Phoebe. —Te falta un poco más y yo conozco del lugar ideal donde te puedes asegurar de llegar al tono perfecto. Hay una piscina y hay una bebé con una mamá que no se quejaría de poder echarse una siesta si algún otro adulto la mira mientras tanto— digo mostrándole a Tilly y espero que acepte sin tener que caer en lo bajo de enseñarle sus distintos trajes de baño, para que solo la emoción de verla con su bañador de limones la convenza de que quiere pasar su verano en este sitio y en ningún otro. Porque el destino de vacaciones de Charles parece ser el mismo infierno y creo que mi cara de espanto lo demuestra, por reflejo mi mirada se voltea hacia Hans que con sus piernas largas y su gusto por la ópera, no me puedo esperar otra cosa que sepa bailar el vals como se debe. Y ya estoy haciendo cálculos mentales de si le pago las clases a medias a Charles, será que luego me hará el favor de tomarse una poción multijugos para reemplazarme si se da la ocasión obligatoria de tener que bailar esa tortura.

Sin miedo, Phoebe. Que las chicas de distrito hacemos bebés resistentes, no se va a romper— aliento a la mujer cuando percibo el pánico en su semblante, como lo experimenté puedo reconocerlo y la frente libre de chichones de Tilly demuestra que si hasta sus inexpertos padres pueden hacer malabarismo con ella, ¿quién no puede? Hay aportes que puedo hacer desde mi lugar sobre si Hans rompe o no platos, pero como lo que importa es que la bebé sigue entera en una pieza, se lo dejo pasar y no opino sobre algo en lo que tampoco saldría bien librada. Me sonrío cuando aparto el marco con la foto de la graduación para continuar inspeccionando el resto del contenido. —¿Estás tratando de impresionarme con tu nerditud? Aprecio que sigas esforzándote. Y no fue intencional, pero decir «pequeño pequeño Hans» es una redundancia muy tierna y acertada— me burlo hincándole un dedo en su mejilla como hacía cuando yo tenía los mofletes gordos por culpa del embarazo. Dejo que los hermanos se hagan cargo de la bebé así como de la elección de los videos de sus navidades pasadas y patos, y me corro del sillón para que Phoebe quede un poco más cerca de la caja, mientras yo me deslizo de la sala para ir a buscar a la elfina doméstica, quien prefiere chasquear los dedos para darme un tazón de pochoclos en vez de permitir que yo le queme la cocina por hacer el experimento. Estoy llenando la boca de un par de estos cuando al entrar a la sala me recibe una voz extraña y como parece pertenecer al de una mujer adulta, doy por hecho que estoy escuchando por primera vez a la madre de Hans y Phoebe. ¡¡¡Y esos dos que gritan como ardillas afónicas son ellos!!! Por poco no me atraganto con la risa al sentarme sobre la alfombra, así quedo con la espalda contra el borde del sillón y puedo estirar mis piernas cuan largas –cortas- son para ponerme cómoda. Hay algo en la escena que representan que me recuerda a las películas navideñas de niños traviesos que solíamos mirar cuando se acercaba la fecha, mejor dicho, no había otra cosa que pasaran en la televisión y era parte de la tradición verlas.

Abrazo mi tazón como si lo hubiera traído solo para mí y sigo metiendo pochoclos en mi garganta que no alcanzo a quejarme cuando Hans decide adelantar el video, ¿por queeeeee? Ah, esto se pone interesante, me concentro en la canción del feliz cumpleaños como si nunca la hubiera escuchado y espero a que la pequeña Phoebe con un hoyuelo en la mejilla sople todas las velas del pastel de su hermano. —¿Videos que luego podamos mostrárselos a sus amigos para avergonzarla? Me parece una idea estupenda— contesto con mis ojos todavía puestos en la pantalla y al caer en mi error me giro violentamente. —¡Espera! ¿Quieres decir de todos nosotros?— pregunto, con una palomita entre los dedos que se queda en suspenso aguardando la confirmación de lo que claramente ha querido decir. —Piénsalo de esta manera, tus videos en pañales quedarán para siempre unidos a los míos con faldita hawaiiana en un video en común que Tilly mirará una y otra vez, por siempre. Solo para que lo tengas en cuenta por si nos separamos o cosas así…— muevo mi mano en el aire para mostrar desinterés. —Y hablando de gente que se junta, tenía que contarte que vino de visita Riley— que esto no es lo raro, sino lo que sigue y para eso lo miro fijo con una sonrisa disimulada mientras muevo mis cejas, —con tu amiga Kenna—. Aparto mis manos del tazón para alzarlas en señal de inocencia. — Solo digo, cumplo en avisar.

Y me viene bien la presencia de Phoebe para desviar la atención, así que me volteo hacia ella para colocar una mano en su rodilla, bromas aparte con Hans, temo encontrarla llorando cuando levanto mi rostro para buscar su mirada. Froto mi mano en su rodilla en una caricia reconfortante, que debe ser la primera vez en muchos años que ellos también escuchan la voz de Penny. —Se nota que su mamá los quería mucho para tomarse el trabajo de grabar todos estos momentos. También puedo ver en Mohini esa necesidad de las madres de tener un recuerdo en el que los hijos nunca crecen y se quedan para siempre torpes y con cachetes redondos— me río para hacer más ligero el momento y continuo en un tono más serio, con una sonrisa. —Y que sea el recuerdo que les queda a ustedes ahora de la mujer que fue, tan feliz de criarlos. La idea de Hans es muy buena, deberíamos hacer una selección de las escenas donde aparezca tu madre o que se escuche claro su voz. Las fotografías estáticas son un poco aburridas, las podemos colgar claro, pero un video es mucho mejor para que Meerah y Tilly puedan conocer a su abuela y tal vez con los años mirar videos se vuelva su propio clásico de navidad— digo, que el anterior no fue tan malo hasta que cayó la visita indeseada, se sentía como estar en familia después de lo que pareció una eternidad sin abrazar ese sentimiento. Me reacomodo de espalda otra vez para preguntar con la vista puesta en las imágenes del video que se siguen sucediendo. —¿Ustedes creen que Penny nos hubiera aceptado a Charles y a mí?— inquiero, y antes de que metan la pata, aclaro: —Mientan si hace falta, por favor.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Era muy bella, sí. — es lo único que consigo acotar, con una sonrisa que solo me eleva las mejillas mientras mis dientes permanecen escondidos. La aseguración con que lo digo no es comparable con el recuerdo que tengo de ella, uno tan efímero que probablemente ni siquiera atine a hacer una descripción completa sin una fotografía delante que actúe como plantilla a mis memorias. Pero es lindo que alguien la vea como la mujer maravillosa que fue, segura de que jamás llegaré a estar a su altura. — Huh, creo que si ya pasé por la fase de que me llore encima, puedo con eso de ser la niñera de piscina. — igual, temo convertirme en una señora como le está ocurriendo a Lara por tomar prestada la piscina de mi hermano. Ah, pero solo estoy exagerando, ¡lo próximo para ella será tomar té con sus secretarias! — No quiero tener que daros envidia, pero creo que Tilly y yo estamos empezando a tener un vínculo especial de tía-sobrina. Ya pronto voy a ser de las que le den golosinas a escondidas, obviamente soy la preferida. — como si tuviera más tías... y encima lo digo como si realmente me dieran lástima de tener que verme congeniando con Tilly de una manera en que ellos no van a poder, porque para dar consejos sobre chicos (ni que yo tuviera tanta experiencia, en primer lugar), llevarla a tomar su primera cerveza de adolescente y quejarse de sus padres, seré la mejor tía del mundo. Como si necesitara de una prueba de mi lealtad, beso lo diminuta de su frente antes de estrujarla un poco contra mi pecho.

No necesito ser quién remarque lo patético que eso sonó de parte de Hans, Lara lo hace por mí y yo solo tengo que agregar una risa que argumenta su punto. Sigo a la morena cuando desaparece de la sala en búsqueda de la elfina, más mi atención no dura mucho en su figura cuando una voz que creía olvidada hace tiempo retumba en mi cabeza y la misma se gira en dirección a la pantalla. Creo que me siento algo decepcionada porque su figura no aparece en escena, está detrás de la cámara y me tengo que conformar con ver a una versión de mí misma mucho más pequeña. Cuando digo mucho más es que no creo llegar ni al metro de altura, lo que me ocasiona una sensación extraña en el pecho que reconozco como la nostalgia. No sé muy bien a qué exactamente, esa casa guarda muchos más malos recuerdos que buenos, pero de alguna forma, el ver la emoción en mi cara y en los propios gritos que la confirman después, me hace pensar en que eso es lo que echo de menos, la inocencia de una Phoebe cuya única preocupación era la de encontrarse con un pony rosa por Navidad. — Tu cabello siempre se vio mejor que el mío. — digo en defensa a mi figura despelujada, que parece que no hay más lugar para remolinos en mi cabeza, en comparación con el pelo bien peinado de mi hermano, ¿y es que no lo arreglaba frente al espejo cada día por las mañanas?

Aun así, no puedo hacer otra cosa que no sea sonreír mientras tomo asiento en el sillón de nuevo, con mi sobrina en brazos, observándome a mí misma abrir regalos uno detrás de otro hasta que pierdo la cuenta de cuanto papel de envolver cae al suelo. Algo me dice que debo atesorar esa imagen, resguardarla entre mis mejores recuerdos, así es cómo voy a proteger a esa niña de lo que viene después. Porque si puedo mantenerla de esa manera, como la niña del pelo despeinado y faltona de dientes, quizás lo que viene a continuación, que no puedo cambiar, quizás eso no duela tanto como de conservar estas imágenes congeladas. Adelantar el vídeo parece una buena opción cuando cambio un poco de postura en el sofá, me recargo mejor contra los cojines y procuro tener una expresión más abierta para cuando las velas de cumpleaños se me replican en los ojos de mi hermano cuando le observo. — ¿Ni siquiera recuerdas a Karen Loren? ¡Ja! Venga ya, si hasta creo que por ahí detrás está Bernard Owens, antes de que comenzaras a odiarle, o él a ti, no lo sé. — ¿por qué es que yo si recuerdo estas cosas y él no? No solo me sorprendo a mí misma, sino que al parecer también lo hace mi sobrina, que me mira con sus ojos enormes y sus labios se mueven en lo que creo que es una mueca, de modo que me acerco un poco a ella con mi cabeza. — Papá no quiere reconocer que Karen Loren fue su amor platónico en el colegio porque eso sería traicionar a mamá, pero entre tú yo, ella es mucho mejor que Karen. — le digo en un murmullo que no es lo suficientemente bajo como para que no lo oigan los demás, pero sí como para que quede como un secreto entre ella y yo, de modo que le pico la nariz con el dedo índice antes de pasar a sonreírle, a ella y a su madre cuando siento su contacto en mi rodilla.

No sé de quién están hablando cuando pasan a darse cuenta de lo genial que sería para Tilly el tener estos vídeos donde poder reírse de sus padres cuando sea más mayor, de modo que dejo que la charleta sea para ellos mientras hamaco a la bebé entre mis brazos y la pantalla me lleva a una escena que es menos festiva que los días de Navidad, algo tan simple como mi madre grabando a Hans desde la puerta de su habitación. Obviamente se encuentra con la cabeza metida en algún libro que por ese momento ya habrá consumido, el mismo niño se gira cuando descubre lo que está haciendo su madre y las malas caras, además de las quejas, no tardan en llegar. Es un gracioso contraste en comparación con la niña de la habitación de al lado que ni siquiera se percata de que la mujer está en la esquina porque se encuentra demasiado concentrada en su propio mundo de unicornios rosas, mientras le sirve el té a muñecos de peluche que apenas se mueven del sitio cuando les pregunta cosas al aire. El que responda ella misma a sus propias preguntas como si fuera un personaje más de la imagen me pasa desapercibido cuando escucho a Lara de fondo, que pasa a ser la voz principal que escucho. Me quedo en silencio más tiempo del que debería, pero la excusa de estar viendo las grabaciones es suficiente como para que no se sienta raro. — Pues claro. — es una respuesta simple, pero para responderla pueda explayarse Hans porque yo no creo poder hacerlo, y aun así… — A mamá le agradaba todo el mundo, sobra decir que el mundo la adoraba a ella, y quiero creer que si aceptó a nuestro padre, si siguió a su lado pese a que las circunstancias le demostraron que no debía hacerlo, podría aceptar a cualquier hombre que yo quisiera en mi vida, igualmente con mi hermano. Puede que el comienzo de nuestras infancias fuera mejor de lo que las siguió, que no seamos las mismas personas que entonces, y que el camino recorrido no haya sido el ideal, en ninguno de los aspectos. Pero yo sí estoy, en cierto modo, orgullosa de haber llegado hasta aquí, pese a todo. Creo que mamá también lo estaría, como de cualquiera que quisiera acompañarme en ese camino.
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Hans M. Powell
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¿Estás queriendo decirme algo, Scott? Porque podría responderte, pero no pienso hacerlo delante de mi hermana y la bebé — la sonrisa es maliciosa, pero no carga con verdadero rencor; solo me centro en sacudir un poco la cabeza para zafarme de ese pique en la mejilla — Incluso ahora y eso que no uso productos. ¿Tú cuánto gastas, Phoebs? — otra mofa, una que me indica que no estamos muy lejos de los mocosos de la televisión, esos que tanto se fastidiaban cuando tenían oportunidad. Al menos, ahora las bromas vienen desde otro lado, desde ese que nos reconocemos como adultos sin ánimos de una verdadera herida, como las que se plantaban dentro de nosotros incluso sin notarlo.

Y aunque intento no mostrarme tan interesado en ese comentario, no puedo evitar escuchar el murmullo de mi hermana y soy incapaz de morderme la lengua — No fue tan platónico — hacerme el misterioso no sirve de mucho, porque la atención se desvía con rapidez al escándalo de Lara, ese que no hace más que causarme algo de gracia. No quiero señalarle lo del anillo de compromiso que le he regalado, no delante de la persona cuya boda tiene que captar toda nuestra atención durante un tiempo, pero sí puedo ponerle mi mejor cara de pena que, además, me ayuda a ignorar un poco la pantalla — ¿Tan poca fe nos tienes? — porque puedo decir que si hemos soportado un año juntos, incluso cuando nos conocemos los defectos más minúsculos y con una bebé de por medio, no estaría tan seguro de que podríamos fallar. Seguiría poniéndome en víctima, pero no me lo permite. Puede que me cueste relacionar a Kavalier a una figura cercana, pero no tengo problemas en reconocer la otra mención — ¿Qué tiene que ver con Kenna? — inquiero, mis intentos de no parecer curioso se desmoronan con facilidad — ¿Y por qué dices “amiga” de esa forma? — o tal vez son ideas mías.

No quería esto, caer en las charlas cargadas de sentimiento que la nostalgia puede influenciar. Me estiro entre lo que ellas hablan, así puedo ponerme algunas palomitas dentro de la boca sin sentirle un verdadero sabor. Mi madre era una buena mujer, pero la imagen que tiene Phoebe suena tan idealizada que me hace dudarlo, porque sostengo la creencia de que nadie es perfecto, ni siquiera la persona que me dio la vida y perdió la suya en el proceso de mantenernos a salvo. Me gustaría seguir por el camino del vídeo para Tilly, pero obvio que mi hermana sigue el juego, la pregunta que me deja dudoso en mi sitio, masticando cada vez con mayor lentitud — Mamá aceptó a Hermann porque no fue siempre como lo recordamos. Y se quedó a su lado solo porque creyó que era la mejor manera de cuidarnos, porque temía lo que podría suceder si nos íbamos… — creo que sueno algo tajante, pero no me arrepiento. Limpio mis manos contra mi pantalón, más en un gesto nervioso que otra cosa y me alargo para poder hacer un cambio de grabaciones, yendo hacia las más antiguas. Para cuando la televisión vuelve a encenderse, es obvio que la definición de la imagen es anterior.

Lo único que se ve de Phoebe es una bola rosa envuelta en una manta amarilla y bordada, esa que mi madre sostiene para mostrarla a la cámara. El niño a su lado se sujeta a Pelusa dentro de un jardinero que remarca su panza infantil, tratando de captar la atención de su madre al picarle la mejilla a la bebé. Y la voz detrás de la cámara, masculina y fácil de reconocer, se nota alegre. No cuesta demasiado el adelantar la grabación para irnos a lo que parece ser unos pocos días, en los cuales un Hermann, en ese entonces Powell y mucho más joven, se encarga de ayudarme a andar en una bicicleta pequeña con sus respectivas ruedas de apoyo. Ladeo un poco la cabeza, porque puedo reconocer los rasgos juveniles que he heredado, en un hombre que hoy en día me resulta un extraño — No era un mal padre y, hasta donde sé, tampoco era mal esposo. Sí, era estricto y pasaba mucho tiempo en el trabajo, pero tengo buenas memorias de él antes de que todo cambiara. Mamá creyó que podría volver a convencerlo, que si se concentraba en lo importante él las aceptaría. Es obvio que se equivocó — porque mi padre se volvió un monstruo y nosotros, en sus sobras. No tengo hambre, pero me pongo una palomita en la boca para masticar con algo de fuerza — Le agradarías, Scott. Penny tenía una debilidad por las personas y sus buenas intenciones. Y tú no hiciste otra cosa que hacerme bien en todo este tiempo — como si fuese un ejemplo sonoro, Tilly se retuerce en los brazos de su tía y tengo el impulso automático de girarme hacia ella, tendiéndole mis manos por si quiere pasármela.
Hans M. Powell
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¿Qué quieres que te diga, Phoebe? Claramente muestra su favoritismo hacia ti, no hay nada con qué darle a eso— bromeo, y que Rose no me escuche, que no lo digo pensando en todos los amigos que tenemos cerca o no tan cerca, pero presentes. Sino que en el cuadro estrambótico que conformamos como familia, en la que somos varios ahora y seguimos siendo pocos, ella es la única tía de las hijas de Hans. Y cuando veo como se encarga de la menor de sus sobrinas, sabiendo también todo lo que comparte con Meerah, me digo que elegí bien al decidir que si Hans era el padre, sí tendría a este bebé que surgió de la nada misma y tiene la forma de una bebé con pancita, más grande de lo que creí que podría caber en mí. En los momentos que sea, contará con una familia para la que esto es lo más importante, estar juntos a costa de todo y a pesar de la distancia en años y en heridas que hay entre esos niños que festejan sus primeras navidades y los adultos que están sentados en esta sala. Siento que estará segura y que entre todos quienes la rodean, siempre habrá alguien que tenderá su mano hacia ella para impedir que se suelte, así la mantendrán en lo cálido de sentirse a resguardo. Y habrá muchos videos de ella echando papeles de regalos a un lado para descubrir juguetes y ropita diseñada por su hermana, que supongo recibirá con una alegría distinta a la de su padre en el video al encontrarse con ese obsequio.

Me atraganto con una carcajada por lo de Karen Loren, y cuando escucho que no fue tan platónico, levanto mi mano para limpiar el aire al moverla de un lado al otro. — No, no. Tendremos que censurar esas escenas entonces, no irán al video final— digo en broma, un poco más erguida sobre mi plato de pochoclos para que parezca que me puse seria. No creo que pueda fingir que no escuché la pregunta de Hans, que tal vez mi comentario no fue tan chistoso, y tengo que encontrar el punto entre seguir tomándolo como una cosa de broma y que reafirme lo que ya hablamos en otras ocasiones. —Si es una cuestión de fe, estoy empezando a creer que los milagros ocurren y podría fundar una nueva religión a partir de nosotros. Con hombrezuelos, mujerzuelas y juegos de azar— digo, yo por hacer chistes sobre esto es que me iré al infierno. —Las reuniones con los feligreses serán todos los lunes. Phoebs, estás invitada si quieres traer a Charles— digo, llevándome una palomita a la boca y eso sí que eso como excusa para no contestar a lo siguiente. Cargo mi garganta de un puñado así uso mi dedo para apuntar mis labios, como diciéndole a Hans: «No puedo contestar, tengo comida en la boca, disculpa.»

Y pese a mis reparos de no mencionar a Hermann para que el recuerdo de la abuela de Tilly no esté siempre ligado a él, sino a algo más cercano a sus hijos, no puedo evitar que su nombre termine siendo parte de esta conversación y me como los pochoclos en silencio. Podemos recortar las escenas donde él aparece, pero sigue siendo parte del cuadro y hubo un tiempo en que incluso parecía un hombre que amaba a sus hijos, que podía ilusionarse de tener una hija y que se encarga de impedir que su hijo se caiga de una bicicleta. Mis buenas intenciones, por mucho que le hubieran agradado a la madre de Hans, me hacen sentir que estoy masticando palomitas rancias y tengo que apartar el tazón. En esto de entrometerme está siempre presente la incertidumbre de si acabará bien o acabará mal, que no soy una persona de mucho tacto y en realidad es que a mí cómo la gente decidí vivir su vida no es algo en lo que me guste meterme, que cada quien viva a su aire y decida qué hacer, con quienes estar y a dónde ir, supongo que si les pido a los hermanos Powell que le saquen el polvo a fotografías de su madre, a la que me ha quedado claro más de una vez lo mucho que la amaban, es porque me importan. Así que siento que no la he pifiado si Hans puede decir que en todo este tiempo le hice bien.

No hay mucho que pueda opinar sobre Hermann, pero me animo a opinar lo que puedo decir a partir de los videos sobre esos dos hermanos que se peleaban y se siguen peleando por su pelo. —Estaría muy orgullosa de que hubieran llegado hasta aquí, para volver a estar juntos. Con Mo me he dado cuenta que hay padres que… no te piden un recuento de nada, creo que cuando llegamos a esta edad que tenemos, están más que seguros que habremos hechos un par de buenas estupideces, que cometimos errores, que hicimos cosas de las que nos arrepentimos, que hubo cosas que nos costaron mucho y tal vez sacrificamos cosas importantes a cambio, saben que hicimos muchas cosas mal, pero… están orgullosos de que llegamos hasta aquí— digo. —Cuando era chica, creo que por complejo de enana, solía subirme a las cosas y le decía a mis padres: «¡Mírenme, estoy en la cima del mundo!»— sacudo mis manos en el aire como para ilustrar la alegría de esa niña. —Y entonces me preguntaban qué haría ahora que ya había llegado a la cima del mundo. Entonces les contestaba que «duh, viajar al espacio exterior»— ¿qué no era obvio? Pero ese no es el punto. —Lo que quiero decir es que puede ser la cima del mundo o esta vida que tenemos, se enorgullecen de que vivamos y afrontemos cada una de las cosas que pasan. Es que, ¡¡miren a Tilly!!— la apunto con ambas manos. —Me aterra pensar en todo lo que le tocará vivir y que la mayor parte sólo lo sabrá ella y a ella le tocará decidir qué hacer. Le tocará vivir— lo digo como si fuera una gran cosa invisible y amorfa que da miedo. Vuelvo al punto de esto… —Y si después de todo lo que pasó, de la vida de cada uno, ustedes dos pueden sentarse en una misma sala y un mismo sillón a mirar videos de cuando eran niños, creo que se sentiría muy orgullosa de eso. Pero si quedan dudas, puedo llamar a Mo y que ella dé su opinión como autoridad en la materia.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Ruedo los ojos porque al parecer mi presencia resulta un incordio para los comentarios salidos de tema de mi hermano, por lo que solo termino de mover las cejas en un movimiento que acompaña a la sonrisa sarcástica que le muestro después por su gracia. — ¿En serio crees que dedico tanto tiempo a mi pelo? Este cabello es completamente natural. — digo con un tono que pretende no irse por el camino del primer comentario, y más por el segundo al que hilo con un gesto de mi mano para apartarme un mechón del hombro, casi hasta con dignidad. Digamos que nunca me he preocupado en exceso por mi aspecto físico en cuanto a belleza se refiere, tampoco es algo que desee hacer, pero es cierto que uno tiende a juzgarse más a nivel individual cuando hay otra persona en el cuadro. Le dedico un ademán de profundo agradecimiento exagerado a Lara cuando nos hace a mí y a Charles parte de su congregación de fe de los lunes, más se queda tan solo en eso. No quiero tener que poner en imagen mental lo que sería tener que presenciar eso y, aunque puede sonar atractivo al principio, solo Dios sabe lo que podría salir de ahí.

La charla amarga no se tarda en llegar, esa misma expresión se refleja en mi rostro cuando no puedo contener la cara de haberme chupado un limón por el modo que tiene Hans de hablar de nuestra padre, como si estuviera excusando que mi madre al quedarse con él, independientemente de nosotros, le arruinó la vida. ¿Cómo lo recordamos, a Hermann Powell, exactamente? Estoy segura de que Hans lo hace de una manera distinta a la mía, él tuvo la oportunidad de convivir con un tipo que él señala algo así como decente durante bastante más años que yo. En mi caso, solo tengo el recuerdo de una niña escondida bajo las sábanas de su hermano mayor, creyente de que de esa manera podría ignorar los gritos y el escándalo de fuera, cuando la realidad era otra. Fui lo suficientemente pequeña como para no darme cuenta de lo que estaba pasando en mi casa, pero sé que hubo un comienzo y un final en el modo que tenían de funcionar las cosas en nuestro día a día. Por eso no digo nada, a sabiendas de que tengo bastantes cosas que opinar al respecto, si me callo es porque no quiero hacer de esto una conversación desagradable.

Las imágenes que se presentan a continuación no ayudan a lo que empieza a ser una sensación de malestar en mi pecho, tampoco lo hacen las palabras de mi hermano, que no sé por qué me sorprende que esté defendiendo lo indefendible, cuando ha estudiado lo que ha estudiado por alguna razón. Creo que no me corto un pelo cuando aprieto mis labios, mordiéndome parte de la mejilla interna al tiempo que mis cejas pasan a formar una línea comprimida. Me cuesta pensar en Hermann como un buen esposo, o un buen padre siquiera, cuando fue la misma persona quién me arrebató a mi madre. Puede que yo tenga puesta a mamá en un pedestal, porque no dejé de tener apenas siete años cuando murió, cuando todo lo que recuerdo de ella son momentos felices en comparación con los que me ha brindado mi progenitor, pero jamás podría decir lo mismo de él, que fue un buen padre. No al menos para mí, no puedo compartir la imagen de Hans en bicicleta, acompañado por Hermann, porque esa no es la experiencia que yo recuerde. Reconozco mis memorias bastante vivas, soy capaz a recordar muchas más cosas de las que creía posibles de ponerme a ello, pero tampoco soy una grabadora y tenía unos seis años cuando toda nuestra vida tal y como la conocíamos se vino abajo. Como es evidente, no tengo una buena imagen de Hermann Powell, no creo que llegue a tenerla nunca, ni por muchos vídeos que vea en los que su figura parece menos trastornada.

Mis primeros pasos no me hacen tanta gracia o me producen tanta ternura como debería, siendo que la persona que estira los brazos para acompañar al bebé en su patoso camino es su padre, y después de lo dicho por Hans ni siquiera tengo ganas de fingir que su figura no está presente, cuando es obvio por todos los que estamos aquí sentados que no podemos borrarlo. — Sí. Se equivocó bastante. — no me doy cuenta de que mi voz suena seca, como si le estuviera echando la culpa a mi madre por haberse quedado con nosotros en lugar de salvarse a sí misma. En parte lo hago, pero sé que estoy siendo injusta, no puedo culparla por algo que hubiera hecho cualquier madre decente. Me limito a pasar al bebé a los brazos de su padre, es intensa la sensación que tengo de necesitar algo de aire, casi me estoy levantado con la excusa de ir a buscar más palomitas, que apenas el bol está terminado y me es igual, cuando Lara comienza a hablar.

No sé si tengo la contención suficiente como para tomar lo que dice sin que afloren las emociones que llevo ya un tiempo reprimiendo. Lo pone de una manera que me es imposible no echarle una mirada a mi hermano, me atrevo a sonreírle al verle cargando con su hija, a pesar de que dirijo un poco la vista hacia el suelo, tratando de no pensarlo demasiado por si se me escapan las lágrimas. Me quedo más callada de lo normal, y creo que es porque nadie se ha dado cuenta de que las imágenes del vídeo siguen rodando en la televisión pese a estar sumergidos en una conversación nostálgica de la que me veo incapaz de formar parte si no es que quieran que termine llorando. No hacen faltas las palabras tampoco, me basta con colocar una mano sobre el brazo de mi hermano para darle una caricia a modo de agradecimiento, por estar aquí, por haberlo estado incluso cuando no lo sabía. Le dedico unos segundos de mis ojos a Tilly antes de girarme hacia su madre y acariciar su hombro desde la diferencia de alturas por estar sentada en el suelo, porque menos mal que no tomó mi advertencia sobre usar protección, o ni siquiera estaríamos aquí para empezar.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es una suerte el tener a Tilly en brazos, puedo concentrarme en sostenerla con toda la delicadeza que soy capaz a pesar de que la conversación gira hacia un tema que ha sido complicado desde hace mucho tiempo. Oigo las voces de la televisión, a esos niños que ya no existen, a pesar de que mi mirada está clavada en la bebé que parece demasiado pequeña en comparación a mí al tenerla contra mi cuerpo, en lo que su madre habla desde su punto de vista. Siempre he tenido cierta sensación de urgente protección hacia ellas en cuanto empecé a incorporar a mis hijas a mi vida, el saber que están expuestas al exterior es algo que me llena de un pánico que no puedo controlar, porque soy consciente de que no puedo hacer nada contra eso. Hay veces, en especial cuando es de noche y puedo decir que están durmiendo tranquilas, seguras en sus camas, es que siento una enorme paz que me hace desear que todo se quede de esa manera. Por obviedad, la mañana llega.

Mi silencio se prolonga más tiempo del necesario, aunque giro el rostro en dirección a mi hermana en reacción a su caricia. A pesar de ser honesta, la sonrisa que le regalo se siente un poco tirante, tal vez porque mis labios tiemblan vagamente. Hay cosas de las que me arrepiento, sí; he hecho mil estupideces desde que me quedé solo, la mayoría en nombre de una persona a la cual no lograba encontrar y otras, en sensación de cobrarme los dolores que me produjo mi padre. Creo que no he tenido descanso en al menos una década — ¿Ves lo que te digo? Le hubieras agradado — es lo único que puedo decir, una broma tonta que no tiene tanta gracia. En mi posición no me puedo acercar a ella, pero le doy un suave toque con el pie para que Scott pueda sentir al menos un agradecimiento silencioso — Más de una vez me he preguntado si ella se hubiera sentido orgullosa de mí o no. La verdad es que solo puedo hacer suposiciones, nunca sabremos la verdad. Así que he optado con quedarme con el recuerdo que tengo de ella — que quizá no es tan ideal como el que tiene mi hermana, porque he visto cosas que ella no. Pero mi madre fue mi madre, tuvo sus errores y sus aciertos, aunque siempre la relacionaré a la calidez y a los buenos tiempos, antes de que todo se volviera complicado.

Noto los movimientos incómodos y la manera que tiene Tilly de retorcerse, mi rostro cargado de una expresión de asco deja en evidencia lo que ha sucedido. Siento la urgencia de salir de aquí por un momento y parece que mi hija me ha dado una buena excusa, así que no me demoro mucho en ponerme de pie — Tengo que cambiarle al pañal — sé que no es una tarea a la que suela ir con mucho entusiasmo, así que levanto una mano para que Scott se quede donde está — Yo me encargo. Ustedes quédense aquí y coman palomitas. Si quieren, estoy seguro de que hay grabaciones de mi adolescencia en algún sitio, como para que se rían a mis espaldas. Jack una vez me filmó tratando de hacer una seguidilla de tragos que terminó muy mal — suena a un buen soborno. Apenas les sonrío cuando me aparto, dando los pasos que abandonan la sala en lo que Tilly comienza con los quejidos que demuestran su molestia. La entiendo, de verdad; a muchos nos viene bien el quejarnos.
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Tilly no es la única que la cagó. Phoebe está llorando y Hans se hace cargo de cambiarle el pañal a la niña como un héroe de la patria para abandonar la sala antes de que siquiera pueda formar la petición de quien se la lleve, así los puedo dejar a los dos guardando sus recuerdos de la infancia. No importa que diga que tengo buenas intenciones, tengo ganas de llamarle a Mo para decirle que acabo de joderla con los hermanos y no sé qué hacer. Esta vez ni siquiera puedo decir que Hans se la buscó y se merecía que lo pellizque como si fuera una pelea de niños de preescolar, se siente más bien como si acabara de pisar esa tortuga que me dijo que tenía de pequeño. Mo, maté a la tortuga de Hans y Phoebs, así básicamente. Cuando ya no sé ve ni un mechón de su pelo al salir, me trepo al sillón para quedar sentada al lado de Phoebe y estiro mis brazos así puedo rodearla por los hombros, una de mis manos sobre su cabello, peinándolo. —No le hagas caso a tu hermano, tu cabello es hermoso también— digo, es lo más tonto que puedo decir, ¡lo sé! —Lo siento, Phoebs. No quería hacerte llorar, ni quería que Hans se fuera así— le pido disculpas, definitivamente fue una mala idea pedirle fotos de Penny, tendría que haber dejado que por su lado encontraran el momento de hablarle de ella a Tilly, quizá en cinco años cuando se pusiera a hacer preguntas. Quizá entonces a una niña sí se le podría contar lo que se quisiera contar, no más que eso. No haría falta ahondar tanto.

Yo sí creo que tu mamá estaría orgullosa de la mujer fuerte en la que te has convertido y también estaría orgullosa de Hans por conseguir, a veces volviendo sobre sus errores, que la familia se mantenga junta. Él, tú, Meerah, ahora Mathilda…—voy enumerando a los legalmente Powell y deslizo la palma de mi mano por su cabello, entonces la suelta para colocar mis manos sobre sus hombros. —Se notaba que era una mujer que amaba a su familia y ustedes son iguales a ella— froto sus hombros para reconfortarla, y en vista de que estoy siendo terriblemente invasiva de su espacio personal, la libero de mi efusivo intento por hacerla sentir mejor. —Se habría llevado bien con Mo, es más, yo me hubiera tenido que valer de Mo para mandarla por delante y le diga que iba a ser la madre de su segunda nieta. Hubiera sido el horror, soy el tipo de nuera que rompe los jarrones donde están las cenizas de los bisabuelos. Esta noche de seguro se me aparece en sueños para tirarme de la oreja por haberte hecho llorar—  parloteo, un poco incómoda porque no sé si se puede bromear sobre esto y eso es prueba más evidente de los nervios que me ha dejado esta mala tarde de películas.

Ni sé si quedan ánimos para ver los momentos vergonzosos de Hans. —¿Quieres continuar… o ir a hablar con tu hermano?— pregunto, que era quien sobraba en la escena y al final me dejó con su hermana, hay cosas que si se tienen qué decir, no creo que deba estar presente. —Si quieres, guarda algunos videos para mirarlos luego y le avisamos a Hans que te lo llevas. ¿No te gustaría ir un rato a casa de Mohini a comer kaju barfi?—la invito con una sonrisa que le pide que me diga que sí, que mi madre es mejor en esto de poner contentas a las personas con comida y abrazarlos sin razón aparente, puede ayudarme a arreglar la metida de pata.
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Phoebe M. Powell
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El hombre de las excusas, casi diría que me recuerda a alguien. Apenas levanto un poco la barbilla cuando le sigo con la mirada mientras procede a salir de la habitación, hasta que siento una presencia a mi lado por como se acomoda el sofá ante el nuevo peso y me obligo a mover un poco la dirección de mi cuerpo. — No estoy llorando. — me apresuro a añadir rápidamente. Tan solo se me ha metido algo de polvo en el ojo, eso es todo. Toda la culpa la tiene esa caja que permanece cerca, como un recordatorio de toda la suciedad que carga, ya no solo por la cantidad de tiempo que ha pasado desde que alguien le echó un vistazo, sino porque también guarda memorias que duelen. — De verdad, se me pasará. — quizá tenga que ver con que tengo demasiado tiempo libre, pero tengo la sensibilidad a flor de piel estos últimos días. — Y ese solo es el mecanismo de defensa de Hans. —añado, a pesar de que la voz suena algo precipitada. Nada de lo que en teoría haya que preocuparse, que ella como madre de su hija y compañera en más de un significado ya debe conocer sobre las formas que tiene mi hermano de confrontar sus preocupaciones.

Poso una mano sobre la de Lara cuando pasa a colocarlas sobre mis hombros, dándole una palmadita de agradecimiento sin menear mucho la cabeza. Sobre lo que cuenta después, solo me sale sonreír con algo de lástima por la idea de que mi madre se le aparezca mientras duerme. — No serás la única, entonces. — bromeo, que para sueños extraños siempre voy a estar yo para hacerle competencia. Desinflo mi pecho con algo de fuerza cuando dejo caer mi espalda sobre el respaldo del sofá, hundiéndome entre los cojines con una mueca en los labios. — Es solo tan extraño, echar de menos a alguien de quién ni siquiera recuerdas mucho. — confieso, pasándome la mano por debajo de la nariz al tiempo que bajo un poco la vista hacia el suelo. — Siempre he extrañado a mi madre, especialmente cuando murió, no entendía lo que realmente significaba la muerte, de alguna manera siempre pensé que aparecería por la puerta. Llegó un punto después, mucho más adelante, que dejé de necesitarla. Quiero decir, sabía que la extrañaba, pero no podía traerla de vuelta, así que era mejor olvidarla en ese aspecto. — como lo hice con Hermann, como ocurrió con Hans, de la misma manera que he construido una barrera de esos recuerdos. Hasta que… — No sé cuál ha sido el punto en el que no puedo dejar de pensar en lo que mucho que la necesito ahora. — son ilusiones estúpidas, unas que debería dejar de plantear. Por eso mismo le dedico un vistazo, alzo una mano en su dirección y asiento suavemente con la cabeza, a modo de entendimiento. — Sé lo que estás pensando, cómo se puede necesitar a alguien que ni siquiera has tenido. — tuve una madre por cuánto tiempo, ¿uno, dos años que pueda recordar?

Eso no es nada, nada comparado con lo que pueden tener Mo y Lara. No conozco lo que es tener ese vínculo, mucho menos el poder extrañar algo como eso. Con una mueca más que una sonrisa me enderezo un poco, le echo una hojeada a lo que hay restante por ver, demasiadas cintas que podrían tener la duración de una larga saga. Con un gesto negativo de cabeza, algo vago para ser sincera, declino su oferta. — Creo que Hans ha tenido suficiente con el paseo de los recuerdos como para tener que lidiar conmigo. — alcanzo a estirar un brazo para remover el interior de la caja una última vez, no busco nada en específico y a la vez creo que estoy esperando encontrar algo que llame mi atención. Creo que se me vuelven a empañar un poco los ojos para cuando me giro en su dirección. — No tengo ni idea de lo que es el kaju barfi, pero suena estupendo.
Phoebe M. Powell
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Hay cosas sobre las que no sé, pero puedo hacer el intento de entenderlas. Coloco mi codo sobre el borde del respaldo del sillón para sostener mi mejilla con una mano, escuchándola mientras me explica sobre eso de añorar sobre cosas que se desconoce, mi explicación inmediata a esa sensación ha sido siempre las reencarnaciones, que la memoria de todo aquello que nos provoca angustia, nostalgia o un inexplicable y fuerte lazo con una persona, tiene que ver con vidas que no recordamos y que se mantiene como un conocimiento callado dentro de nosotros, por eso a veces tomamos decisiones que suponemos instintivas, como alejarnos o atacar algo que creemos peligroso, solo porque en otra vida eso nos hizo mucho daño. Comprendo que ella no se refiere a nada de eso, sino a una niña que perdió demasiado pronto a su madre, incluso yo puedo partir mi vida por la mitad y recordar a mi padre abarcando todos los momentos de la primera, tal vez continué con esa angustia de lo perdido hasta no hace mucho, pero puedo volver a esos recuerdos de una manera distinta ahora, quedarme con la imagen de ese entonces y dejarla allí. De eso se tratan también las fotografías, de poder tomar algo y volver a ese momento, pero queda atrapado ahí. Puedo entender que ella lo que siente es la falta de esa fotografía, una que le diga quienes eran ella y Penny, la una para la otra.

Phoebe, sé que la mayor parte del tiempo digo muchas estupideces y cosas que no tienen ni pies, ni cabeza, pero…— hay razones muy bien fundadas en mi carácter de por qué pedí trabajar en el departamento de misterios, —sentimos a las personas. Esa idea extraña de que una persona está por estar en cuerpo y voz en un mismo espacio físico suele ser el mayor de los engaños, muchas personas compartiendo espacio no están. Estamos conectados de otra manera, vas a sentir en ocasiones que una persona puede llegar a ti y ni siquiera puedes verla, está a kilómetros de distancia o no está. Se da a veces de manera inconsciente, pero también necesita que estemos abiertos en actitud a esto, a creer. Porque las personas le dan explicaciones científicas, medibles y escépticas a los misterios, antes de tratar de entender la naturaleza de esos misterios y para entender algo, debes zambullirte en él — musito, una sonrisa tirando de mis labios hacia arriba. —No creo estar diciéndote nada que no sepas debido a tu don, pero que pueda servir para pensar que sí has tenido a tu madre, por el hecho mismo de que ella te tuvo y te amó, ha dejado contigo un vínculo contigo que se sostiene pese a todo. Y tal vez no sea ella, pero cuando la necesites o la extrañes, ella volverá a ti a través de muchas cosas y personas que tal vez no son las que imaginas.

Busco con mis dedos la frente de Phoebe para retirarle un mechón de cabello en una caricia que me ha quedado de algún momento de mi infancia, como eso que se hace para consolar a alguien, y pienso en que fue de las primeras cosas que me indicó que quizá estaba viendo en su hermano algo distinto a la cara que me mostró por años, como alguien con un pesar que podía tratar de entender, aunque no llegara a hacerlo del todo y que tal vez, solo tal vez, el idiota había tocado mi corazón. Lo que sé es que lamento todo lo que han tenido que pasar, que algunas cosas todavía les duele tanto, que es mentira eso de que el tiempo remite el dolor y hay algunos con los que simplemente se aprende a convivir, al lado de todas esas otras cosas que hacen sentir mejor, como un postre. —Puede que no sea el mejor momento— digo, antes de abandonar el sillón y llevar a Phoebe al refugio de Mo, —pero hay algo en lo que también me he quedado pensando todo este tiempo, como una fotografía, ¿sabes? Y aunque no lo parezca, tiene relación con todo lo anterior. Encontré, por casualidad, una profecía, una de esas… esferas con luz, muy bonitas, por cierto. Tenía… tu nombre. Fue hecha hace muchos años y había muchas, muchas personas no identificadas en esa profecía. Era… bastante caótico. Parecía una bola conteniendo más de lo que podía y que en el momento en que se rompiera…— lo dejo para que ella pueda hacer suposiciones, si es que no la recuerda, porque si lo recuerda, sabrá lo que ocurriría.
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Phoebe M. Powell
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Se me escapa una sonrisa rápida, porque no considero que Lara sea una de esas personas que hablan sin saber, que tienen una predilección por aconsejar sobre ciertos temas cuando lo cierto es que no son conscientes de lo que realmente supone esa pérdida. Con ella es diferente, también ha pasado por lo mismo que nosotros en algún punto de su vida, aunque sean situaciones diferentes, en tiempos más que distintos. Por eso le permito hablar, tomo cada una de sus palabras como una indicación para aplicármelo en el día de mañana, incluso cuando este paso es mucho más complicado y requiere de un esfuerzo mayor que el de apoyar la cabeza contra el respaldo para poderle prestar una mejor atención. Vuelve el sentimiento de culpabilidad por haber sido el detonante que hizo que Penny no esté aquí con nosotros, a día de hoy lo sigo pensando y, aunque sé que la última acción que valió fue la que hizo Hermann, yo también tuve un papel en esa historia. — Lo entiendo, y quiero creerlo también, pero no puedo evitar pensar qué es lo que diría ella, de quién soy, de las decisiones que estoy por tomar en mi vida, independientemente de lo que yo crea, al final es algo que nunca sabremos. — lo dijo Hans antes, pero tengo la necesidad de repetirlo por lo que añado a continuación. — Me hubiera gustado hablar con ella, desde una perspectiva diferente, no siendo una niña asustada de seis años. Lo que más me duele de todo esto es que en realidad, no conozco a mi madre. Puedo tener una idea de quién fue en base a mis recuerdos y a los vídeos y fotografías, pero aparte de eso, es completamente una extraña para mí. Y no quiero que mi propia madre sea una extraña. — voy bajando el tono de mi voz a medida que voy hablando, a pesar de que me veo mucho más capaz de dejar las lágrimas salir frente a Lara que frente a mi hermano. — Quiero saber quién era, lo que pensaba cada día al levantarse por las mañanas, lo que opinaba sobre lo que somos y lo que no es nuestro padre. — ese tipo de cosas que cuando eres niño no eres consciente de que existen, pero que cuando te vas haciendo grande te das cuenta de lo que influyeron en tu vida sin darte cuenta. No lloro, pero sí escupo el aire acumulado en mis pulmones lentamente por la boca como si estuviera controlándolo. — Supongo que tampoco importa del todo. — no es como si conociera a mucha gente que pudiera decirme como era mi madre, y tampoco creo que la opinión de alguien me fuera a servir para forjar una opinión sobre ella. Me quedaré con los recuerdos que tengo, con su gusto por la tarta de la manzana y su participación en mis fiestas de té, los vestidos de flores de verano y la sonrisa más cálida que he visto en la vida. Al final, creo que es lo que cuenta.

Vuelvo a llevar las piernas sobre el sofá, me acerco las rodillas un poco al pecho y dejo que mis brazos resten sobre el hueco que queda entre mis piernas y mi estómago, sin apenas mover el cuello de la figura de Lara. La confusión empieza a aparecerse en mi expresión cuando empieza a hablar sin dejar caer una palabra clave, me cuesta seguirle el ritmo de la conversación al no saber hacia dónde quiere parar con eso de la fotografía. Si no la insto a que se vaya al grano es porque conozco de los rodeos que le gusta dar a la mujer para llegar al tema en concreto. No lo voy a negar, se me erizan algunos pelos de los brazos, no importa que la temperatura en la habitación sea parecida a la que hay fuera, azotando el calor de pleno verano. — ¿Una profecía con mi nombre, dices…? — repito, casi con la duda de no haber escuchado bien. — ¿Hace cuánto tiempo dijiste? — no estoy segura de que haya especificado la fecha, pero si es lo que creo que es, tengo que asegurarme de que no se trata de una equivocación y que simplemente se ha confundido de nombre. ¿Cuántas Phoebe Powell, videntes, pueden existir en el planeta? Tomo aire por la nariz, volviendo la cabeza al frente mientras medito dentro de mi cabeza la propia respuesta, cuando lo cierto es que estoy tratando de poner en orden mis memorias. — ¿Crees que…? — empiezo, más me freno porque soy consciente de que lo que voy a preguntar no tiene sentido, al menos no para ella. Entonces me giro, cambio de postura para quedarme frente a ella, sentándome medio en el sofá, medio encima de mis gemelos. — Hubo esta vez… fue hace una eternidad, para entonces ni siquiera sabía que era vidente, o qué era la videncia para el caso. Tenía unos… no lo recuerdo bien, trece o catorce años, quizá ya tuviera los quince. — como dije, fue hace mucho tiempo y lo que estoy por contarle tampoco ayuda a que mis ideas de aquello sean claras. — Ocurrió con la caída de los Black, ¿recuerdas cómo fue? Cuando los aurores vaciaron el país de muggles para dejar en libertad a los magos. — creo que todos los que tenemos nuestra edad en adelante, recordamos cómo fueron esos meses. — Yo no era nadie, una niña sin nombre más, no tenían forma de saber que era bruja sin una prueba de sangre, y vamos a ser sinceras la una con la otra, en el norte no se iban a tomar esas molestias tampoco, menos con una que no era nadie y con apenas carne en los huesos. — evito mencionar a Andrew por el camino, en esta historia no tiene mucha relevancia. — Como te iba diciendo, en ese momento, ahí pasó algo, algo que ni siquiera yo soy capaz a recordar, porque cuando desperté estaba en un sitio completamente distinto de la calle. Nunca me dieron explicaciones, tampoco las pedí porque no iban a dármelas, tan solo terminé en un hospicio del norte, mismo lugar, diferente cama. — seguía siendo una basura, pero era mejor que el suelo. Por aquel entonces mi yo del pasado creyó que nada más me habían dado un golpe, estaba bastante agitada porque me separaran de Andrew y, ahora que lo pienso, jamás llegué a ver cómo se lo llevaron. — Lo consideré nada, algo sin importancia. Pero ahora… cuando has dicho lo de la profecía, me ha llevado a pensar que quizás había una razón por la que no recuerde nada de eso, más que imágenes inconexas y que si trato de ponerlas en alguna especie de patrón, no creo que tengan sentido. — me repaso los labios con la lengua, todavía pensativa en mis propias palabras, tratando de buscar alguna explicación. — ¿Crees que…? ¿Podría ser eso? ¿Qué es lo que había exactamente en la esfera? — me acerco a ella, a sabiendas de que ya me lo ha dicho, pero la parte ansiosa de mí que me hace posar una mano sobre la suya me lleva también a cuestionarlo de nuevo.
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No encuentro palabras que puedan responder a lo que me dice para brindarle algún tipo de consuelo, incluso un abrazo se me hace insuficiente para devolverle a la niña que Phoebe fue, esa madre que no llegó a conocer. La escucho en silencio, mis ojos puestos en ella en todo momento, para que sepa que tiene mi más absoluta atención, es al menos lo que puedo ofrecerle. Dudo en tomar su mano, en algún punto de todo lo que dice lo hago, acaricio sus nudillos con mi pulgar. Entiendo mejor que nunca por qué al fallecer a alguien nos acercamos a la familia que lo sobrevive con la frase «lo lamento». Puedo sentir que en verdad lo lamento, por ella, por su hermano, porque una fotografía en un marco nunca podrá llenar el espacio vacío que dejó y no bastan las anécdotas para conocer a una madre, como me gustaría que Tilly llegue a conocer a su abuela. —Sí importa— es lo que digo en un murmullo que queda entre nosotras, —cómo te sientas respecto a todo esto siempre importa— y si lo que necesita es poder ponerlo en voz alta, habrá alguien para escucharla.

Lamentablemente para todos nosotros, ese lugar donde se encuentran todas las cosas que perdimos alguna vez no existe, no se puede llegar a él, porque si existiera, sería de las primeras en tratar de construir algo que nos lleve a ese sitio y revolver entre todas las cosas perdidas, para que podamos recuperar lo que buscamos. Lo que no me atrevo a decirle es que lo perdido tal vez era algo que debía suceder, la muerte es quizá la única certeza que tenemos en medio de todo este caos que hasta la vida que nace es una cuestión de azar. Y el tiempo es también un negocio, en el que aquello que parece una pérdida de la que no podemos recuperarnos, pasar del todo a la nada, es el preludio a algo que vendrá. Si pudiéramos volver, abrazarnos a eso que perdimos para no soltarlo, ¿qué sería de lo que tenemos ahora? ¿Y si todo se esfuma? Este es un negocio en el que pierdes y ganas, el tiempo quita y da, si tuviéramos algún tipo de control sobre él, deberíamos pensarlo con cuidado. Pero no me atrevo a decírselo, no cuando me falta autoridad sobre el tiempo y el azar, como para prometerle que hay algo para ella o que vendrá. Porque nunca me ha gustado que las personas hagan promesas vacías y he luchado muy fuerte para no ser una de ellas. —Nada compensa la ausencia de tu madre, pero tienes una familia en Charles, tu hermano y tus sobrinas, también en Mohini y en mí si quieres, para que puedas apoyarte siempre que esto duela— susurro.

No es momento de traer lo de la profecía a cuento, estoy tomando la oportunidad de aparente privacidad para tocar el tema que me he guardado por semanas, no traigo a colación el nombre de su prometido porque no sé si eso podría significar problemas para el pobre hombre que me dijo que no se me ocurra romper ninguna profecía de las que estaban en el estante. Presto toda mi atención a su relato para encontrar en los detalles el punto al que quiere llegar y casi creo que por su cuenta podrá revelarme de qué trataba, en cambio me describe un contexto sospechoso en el que esa profecía por lo que entendió, acabó en una sala del ministerio. Mis ojos están entrecerrados por el esfuerzo de tratar de entender que se tomaran esas molestias. —Estabas en trance— asumo, —apareciste en un lugar diferente y no tienes idea de donde estuviste antes o con quienes cuando ocurrió el trance— decirlo me provoca un molesto escalofrío por los brazos de pensar en el estado vulnerable que se encontraba, sufriéndolo, y la sospecha de que en el norte no hubiera nadie con ella en ese momento que fuera de fiar, que si había alguien, bien podría ser un peligro. —No sé qué contenía la esfera— contesto francamente, —lo único es que se refería a muchas personas. Y está ahí, en uno de los estantes del departamento de misterios, debe ser importante—, como se lo dije a Charles en su momento, algo lo suficientemente importante como para que el ministerio lo tenga a resguardo y la única que lo sabe es la mujer que tenemos enfrente. —¿Recuerdas que hablamos sobre el estudio del tiempo y tus predicciones una vez? Si llegas a sentir— lo digo así para no insistir en si lo recuerda, —que una profecía tuya se cumple, ¿me lo dirías? Entonces podría tratar de entender algunas cosas.
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Phoebe M. Powell
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Oh, lo sé, soy un poco más afortunada cada día que paso con Charles, con Hans, con todos vosotros. — porque sé que no hay nada que pueda traer a mi madre de vuelta, o hacer que me sienta mejor sobre su ausencia, pero eso no quita que me considero, y eso es decir mucho viniendo de mí y de mi historial, muy afortunada de poder tener a alguien con quién compartir las nuevas experiencias que me trae este juego que comúnmente se conoce como vida. Porque al final no es más que eso, un juego en el que siempre va a haber un perdedor  y un ganador, habrá piezas que coleccionar en cada paso y cada día estaremos un poco más cerca de cumplir con el objetivo que nos hemos impuesto a nosotros mismos, que no es ni más ni menos que el de ser felices. Algunas personas tienen un comodín para alcanzarla, mientras que a otras nos toca recorrer el camino largo para poder siquiera atisbarla de refilón. Muchas veces preferimos darnos por vencidos, he asumido en varias ocasiones que la felicidad es simplemente algo que no va con mi genética, pero con el tiempo me he dado cuenta de que no es hereditaria, no porque mis padres no hayan tenido un final feliz o porque en mi familia corra la mala suerte signifique que yo estoy destinada a pasar por lo mismo. Se hace de rogar, la felicidad, nadie lo va a negar, una vez que la tienes, que puedes llegar a rozarla con los dedos hasta el punto de decir que eso es tenerla, se puede escapar tan fácil que parece que nunca ha estado allí. Porque eso es lo que se siente cuando desaparece, como si jamás la hubieras tenido, que apenas recuerdas lo bueno que una vez fue.

Un gesto afirmativo de cabeza me vale para confirmar sus sospechas, una que había asumido el momento de la mención porque estar en trance no es algo que haya experimentado con frecuencia. En ocasiones me encuentro fuera de sí cuando percibo algo que está por pasar, no se siente tan extraño como de pensar que he perdido la consciencia al punto de no acordarme de nada, pero sí que he notado sensaciones más fuertes que otras. De esta en concreto, pasó hace tanto tiempo que probablemente ni aun sin haberme ido para el otro lado hubiera podido recordarlo. O quizás sí, he leído libros sobre videntes que declaraban no haber sido capaces de deshacerse de una sensación por el resto de su vida. Creo que me siento un poco decepcionada al no poder decirme nada más, a pesar de que tampoco esperaba mucho más. Nadie que no haya estado presente en el momento que ocurre tiene el conocimiento sobre lo que cuenta una profecía, solo alguien con mucho poder tendría esa autoridad y las dos sabemos quién es. No especialmente una persona que me caiga bien, así que la idea de pedirle el favor a Silas Jensen desparece de mi cabeza al momento de pensarlo como si jamás se me hubiera ocurrido. Su petición, no obstante, sí que es algo que puedo cumplir. — Lo haré si quieres que lo haga. — tiendo a ser bastante reservada en lo que a predicciones se refiere a no ser que sean de carácter importante, esas que elevan mi nivel de preocupación por encima de lo normal incluso cuando yo no soy consiente de que están afectando a mi comportamiento. — Aunque no sé si eso te llevará a entender algunas cosas o a confundirlas más. Sé por experiencia que muchas cosas a las que le quiero sacar sentido al final terminan teniendo menos del que tenían en un primer lugar. — mis labios se transforman en una pequeña mueca, a la que acompañan mis cejas en una curva indefinida.
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Tiro de mis labios en una sonrisa débil y deslizo mi mirada hacía la puerta abierta que ha quedado de la sala por la que salieron Hans y la bebé, sé pese a que no los veo que están en algún lugar de la mansión, asumo que en la habitación de Tilly donde estará sacudiendo sus piecitos mientras su padre trata de cambiarla. Puedo verlos si hago el intento de imaginar esa escena que se ha vuelto parte de nuestra cotidianeidad, pero no era algo que pudiera haber visto hace unos pocos meses o de haberlo visto, poder interpretarla de la manera indicada. —Eso es cierto, quizá todo se vuelva más confuso…— admito, a diferencia de los sueños de Phoebe que son vaticinios, los míos no son más que incoherencias que proyectan en muchas ocasiones mis miedos, no he podido atrapar en ninguno de ellos algo que se haya vuelto parte de mi presente. Estiro mi mano para sujetar la de Phoebe en un último apretón. —Mejor no lo hagas— digo con un nuevo convencimiento, —salvo que necesites compartir con alguien si ves algo que pueda inquietarte o sino… no, no me lo digas, no insistiré. Tal vez sea lo mejor— asiento con mi barbilla, renuncio a querer importunar con sus visiones, es alguien demasiado cercano como para estar casi segura de que algún día podría ver algo que preferiría no saber.

Para elaborar teorías sobre los tiempos habrá otras profecías que no rocen tan de cerca a personas a las que podría poner un nombre, si de todas formas el futuro, así como el pasado, no es algo que yo pueda cambiar. Echo un vistazo a la caja que quedó sobre el sillón con todos los videos y no quiero que quede aquí en la sala, muevo mi varita para que desaparezca así luego Hans lo encuentra sobre el escritorio de su despacho en la casa. —Buscaré a Tilly para que vayamos a visitar a su abuela, ¿me esperas aquí? Si Hans no está ocupado también le diré si quiere ir a comer kaju barfi— cargo mi voz de un entusiasmo que no llego a sentir del todo, mis dedos van recogiendo las fotografías y las alinean para que coincidan sus bordes, coloco la de mi padre por detrás de las Penny así puedo familiarizarme con sus rasgos. No me muevo al pararme al lado del sillón, no doy el paso que me haga salir, permanezco con los ojos puestos en el rostro de alguien que una vez fue feliz. —¿Y sí…?— balbuceo, me esfuerzo en sonreír para no sonar tan grave al hablar. —¿Si el tiempo fuera un círculo? Solemos dibujarlo como una línea que alguien marca un principio y la traza hasta un final. Si fuera un círculo entonces el futuro ya estaría definido al mismo tiempo que se ha definido el pasado, las cosas ocurriendo cuando deben ocurrir, nunca sabrás donde están los principios y los finales, y tal vez… solo estamos viviendo— y siendo el pasado de alguien más, nuestro propio pasado. No puedo evitar pensar que somos el reflejo de nuestros pasados, como si se tratara de eso, del tiempo como un espejo. — Y la razón de que haya personas que ignoramos lo que vendrá, es para que sea posible vivir. Así que… tal vez el desconocimiento sea lo mejor que no se nos pueda dar a veces a los curiosos— decido. Ensancho mi sonrisa para que le reste importancia a mis divagues. —Iré a ver por tu hermano— digo y cubro las fotografías con mi mano, así las guardo en un cajón donde después será Tilly o Meerah quienes pueden verlas.
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