OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Es irónico que me encuentre aquí, rodeada de criaturas mágicas que no han tenido la suerte de encontrarse en una vida de libertad, fuera de las jaulas en las que los tienen encerrados aquí con el mero propósito del disfrute de los demás. Presencio la ironía riéndose en mi cara cuando no hace muchos meses de que yo me convertí en una, que probablemente estaría en un lugar parecido a este si no fuera porque los de mi especie se han visto dotados de derechos que antes no tenían. Ese es precisamente el motivo por el que me encuentro aquí, en el zoológico del distrito, un lugar al que he acudido con más frecuencia de la esperada este año debido a mis visitas con Logan. Al principio no eran más que salidas escolares cuyo fin era el de enseñarme cosas que en su momento tenían sentido. Ahora... ya no las tienen tanto y mi razón de estar aquí es muy diferente a la de mi propio agrado personal.
Digamos que siendo yo no me puedo tomar esto de otra forma que no sea con humor, de modo que me encuentro delante de una jaula de Jarveys graciosos que no hacen más que soltar comentarios groseros a los que pretenden ofrecerles comida. Me robaría uno de no ser porque mi padre terminaría por echarme de casa, a mí, no al Jarvey. Otro que no sé como reaccionará cuando le cuente de mi pequeña hazaña navideña, porque en algún momento tendré que decírselo, y no se por qué tengo la sospecha de que la mujer morena con la que tengo el gusto de encontrarme hoy tiene algo que ver con eso. O no y tan solo son imaginaciones mías, fruto de que cada vez me es más difícil el engañar a mi padre de mis escapadas, tanto que temo el día en que se entere y sufra las consecuencias por dos. No soy la hija perfecta, eso creo que lo sabe, pero creo que hay una diferencia entre ser un desastre que no ordena su habitación y deja todo tirado, a tener una cicatriz que me delata como un monstruo.
Vaya, que ya está aquí, me meto lo que me queda de los chocolates en la boca, mascando con bastante rapidez cuando la veo acercarse entre el tumulto de gente. ¿Por qué escogería un lugar así para encontrarnos? Cuando el verano hace lo propio y no podría haber más familias aglomeradas en este lugar. Si es que hasta me ha dado envidia ese niño con un palo de algodón de azúcar y me hace desear el no haber escogido la chocolatina en lugar de eso. — Bonita insignia. — comento nada más verla relucir su placa, esa que la declara como miembro de seguridad del país, concretamente del escuadrón de licántropos. — ¿Por eso estamos aquí o es que a ti también te gustan los Jarveys, por algún casual? — digo con gracia, que no sé como debo tratar a una mujer que me ha citado tras una presentación breve en la escuela sin yo tener la menor idea de qué intenciones tiene.
Digamos que siendo yo no me puedo tomar esto de otra forma que no sea con humor, de modo que me encuentro delante de una jaula de Jarveys graciosos que no hacen más que soltar comentarios groseros a los que pretenden ofrecerles comida. Me robaría uno de no ser porque mi padre terminaría por echarme de casa, a mí, no al Jarvey. Otro que no sé como reaccionará cuando le cuente de mi pequeña hazaña navideña, porque en algún momento tendré que decírselo, y no se por qué tengo la sospecha de que la mujer morena con la que tengo el gusto de encontrarme hoy tiene algo que ver con eso. O no y tan solo son imaginaciones mías, fruto de que cada vez me es más difícil el engañar a mi padre de mis escapadas, tanto que temo el día en que se entere y sufra las consecuencias por dos. No soy la hija perfecta, eso creo que lo sabe, pero creo que hay una diferencia entre ser un desastre que no ordena su habitación y deja todo tirado, a tener una cicatriz que me delata como un monstruo.
Vaya, que ya está aquí, me meto lo que me queda de los chocolates en la boca, mascando con bastante rapidez cuando la veo acercarse entre el tumulto de gente. ¿Por qué escogería un lugar así para encontrarnos? Cuando el verano hace lo propio y no podría haber más familias aglomeradas en este lugar. Si es que hasta me ha dado envidia ese niño con un palo de algodón de azúcar y me hace desear el no haber escogido la chocolatina en lugar de eso. — Bonita insignia. — comento nada más verla relucir su placa, esa que la declara como miembro de seguridad del país, concretamente del escuadrón de licántropos. — ¿Por eso estamos aquí o es que a ti también te gustan los Jarveys, por algún casual? — digo con gracia, que no sé como debo tratar a una mujer que me ha citado tras una presentación breve en la escuela sin yo tener la menor idea de qué intenciones tiene.
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No hay mejor demostración de la injusticia de nuestro destino, que un zoológico a rebosar de familias que encuentran en cada criatura un espectáculo para su entretenimiento. Me paro al lado de una madre que se explaya en explicaciones a sus hijos sobre la naturaleza del nundu y cuyo letrero en su jaula indica que estará fuera de la vista por unos días debido a su humor. Mi presencia resulta tan incómoda debido a la identificación de mi placa, que se retiran en silencio. Espero delante de la jaula vacía a que los minutos pasen, me encamino hacia el lugar de la cita con Maeve cuando se cumple la hora que acordamos por mensaje. A medida que me acerco, mi mirada la recorre de pies a cabeza, cada rasgo en su fisonomía oculta la verdad sobre su licantropía y nadie actúa hacia ella con el recelo despectivo que me dedican a mí por el uniforme que llevo.
—Gracias— contesto, —es un honor que me costó conseguir—, que en la vida pensé que se me daría como una revancha sobre todo lo que se me había quitado, en principio por castigo familiar y luego por una cruel justicia social hacia las bestias mágicas. Desconozco si ella puede verlo de la misma manera, si sabe lo afortunada que es por ser lo que es y poder seguir mezclándose entre la gente como una chica más, sin la condena que trae una mordida y pasa de hacernos víctimas a ser culpables de una condición que no elegimos. Deslizo mi mirada hacia los jarveys y no muestro ninguna simpatía hacia esos animales. —Cuando tenía tu edad mi mascota era un conejo marrón. Un poco irónico, ¿no?— comento, me muevo hasta acercarme a un banco de piedra donde podemos seguir observando a los hurones groseros si es lo que quiere y cruzo mis piernas al sentarme.
»¿Podemos hablar un rato? No quería molestarte en la escuela y a decir verdad hay pocos sitios donde mi presencia, por más que lleve un uniforme del ministerio, sea bienvenida. Así que eres Maeve, si no me equivoco la hija del juez Davies, un poco joven para ser padre… y… tuviste un «accidente» antes de Navidad al escaparte de casa. No se sabe mucho sobre eso, pero lo suficiente como para que se reporte al escuadrón licántropo. Verás, todos están un poco susceptibles a que hayan bestias con permiso del presidente en las calles, aunque tengo entendido que tu encuentro no fue con ninguno de mis uniformados…— expongo la parte de la historia que yo conozco, con toda la amabilidad que una adolescente como ella se merece al estar invadiendo asuntos de vida privada, y aguardando a que haga su aporte para entender lo que sucedió.
—Gracias— contesto, —es un honor que me costó conseguir—, que en la vida pensé que se me daría como una revancha sobre todo lo que se me había quitado, en principio por castigo familiar y luego por una cruel justicia social hacia las bestias mágicas. Desconozco si ella puede verlo de la misma manera, si sabe lo afortunada que es por ser lo que es y poder seguir mezclándose entre la gente como una chica más, sin la condena que trae una mordida y pasa de hacernos víctimas a ser culpables de una condición que no elegimos. Deslizo mi mirada hacia los jarveys y no muestro ninguna simpatía hacia esos animales. —Cuando tenía tu edad mi mascota era un conejo marrón. Un poco irónico, ¿no?— comento, me muevo hasta acercarme a un banco de piedra donde podemos seguir observando a los hurones groseros si es lo que quiere y cruzo mis piernas al sentarme.
»¿Podemos hablar un rato? No quería molestarte en la escuela y a decir verdad hay pocos sitios donde mi presencia, por más que lleve un uniforme del ministerio, sea bienvenida. Así que eres Maeve, si no me equivoco la hija del juez Davies, un poco joven para ser padre… y… tuviste un «accidente» antes de Navidad al escaparte de casa. No se sabe mucho sobre eso, pero lo suficiente como para que se reporte al escuadrón licántropo. Verás, todos están un poco susceptibles a que hayan bestias con permiso del presidente en las calles, aunque tengo entendido que tu encuentro no fue con ninguno de mis uniformados…— expongo la parte de la historia que yo conozco, con toda la amabilidad que una adolescente como ella se merece al estar invadiendo asuntos de vida privada, y aguardando a que haga su aporte para entender lo que sucedió.
Tan solo muevo las cejas en afirmación a lo que dice. No sé qué tanto tuvo que luchar para conseguir el puesto que tiene ahora, no es una pelea que a mí me incluyera en su momento, pero sí me hace mirarla con algo más de respeto ahora que he pasado a ser una de ellos. Una de ellos. Sí ya sueno a que estoy hablando de una secta de hippies. Claro que esa categoría la tienen los del catorce, debo buscarme un nuevo nombre entonces… — Qué mono. — respondo, que aun me tengo que pensar a qué se refiere exactamente con que sea una ironía. ¿Es que acaso ahora se los come? Uf, dios me libre de pasar una luna llena hambrienta y me recuerdo a mí misma el darme un buen festín para cuando llegue la de este mes. Soy un poco inocente al pensar que eso arreglaría las cosas, lo llamo placebo psicológico y me hace sentir mejor conmigo misma que de pensar que estoy matando animalillos inocentes con cada escapada nocturna.
Alzo mis palmas porque paso de sentarme en un lado a hacerlo en otro, la charla solo sirve como acompañamiento a lo que parece un discurso por su parte. — No me escapé. Tan solo quise hacer acampada con un amigo de la escuela y ahí fue cuando los accidentes llegaron. — explico, saltándome la norma que promulgan los adultos cuando me dicen que no debo interrumpirles al tener la palabra. Pero hey, lo que especifico no es mentira, no estaba escapándome de casa, lo que ocurre es que no puedo ir por ahí diciendo que estaba buscando a mis padres adoptivos criminales como si fuera cosa corriente. Lo de la acampada suena mejor en este caso. Me quedo callada al resto de su parloteo, principalmente porque me da algo de miedo y su porte no ayuda a la tarea de que el contraste de sus ojos claros con el de su piel blanquecina deje de aportarme escalofríos. Por todo lo demás, creo que me puedo tomar su amabilidad como simpática.
— Llegamos al distrito cinco, era de noche, pasado el toque de queda, pero eso asumo que lo has deducido por tu cuenta. — no sé en qué momento me tomo la libertad de tutearla, pero tampoco me tomo el tiempo de preguntarle si está bien. — Soy adolescente, hago muchas tonterías y esta en específico me regaló una cicatriz, además de lo extra. — ya sabe a lo que me refiero, la parte de los aullidos, el pelo de más y de andar a cuatro patas. — No recuerdo mucho de cuando me mordieron, pero si tú dices que no es ninguno de los tuyos supongo que debo creerte. — la verdad es que no me planteé siquiera que algún miembro de seguridad se hubiera saltado la norma de no morder a los ciudadanos, pero quién sabe, quizá por haber estado fuera de casa en horario de toque de queda... — Si ya estoy registrada por lo que soy, me haría un enorme favor si no le contara nada a mi padre. No sabe nada de esto y tiene parte de culpa por creerse todo lo que le digo, pero no sería conveniente que se lo dijera. — por eso ha venido, ¿no? Aparte de por averiguar sobre el suceso. — Puedo manejarlo por mi cuenta, el padre de mi amigo es… bueno, está tratando de que haga la matalobos. Es por eso por lo que ha querido hablar conmigo, ¿no? — vamos, que no es novedad para nadie que Maeve Davies vaya por ahí sin control alguno de lo que hace con su vida, pero puedo hacer esto por mi cuenta.
Alzo mis palmas porque paso de sentarme en un lado a hacerlo en otro, la charla solo sirve como acompañamiento a lo que parece un discurso por su parte. — No me escapé. Tan solo quise hacer acampada con un amigo de la escuela y ahí fue cuando los accidentes llegaron. — explico, saltándome la norma que promulgan los adultos cuando me dicen que no debo interrumpirles al tener la palabra. Pero hey, lo que especifico no es mentira, no estaba escapándome de casa, lo que ocurre es que no puedo ir por ahí diciendo que estaba buscando a mis padres adoptivos criminales como si fuera cosa corriente. Lo de la acampada suena mejor en este caso. Me quedo callada al resto de su parloteo, principalmente porque me da algo de miedo y su porte no ayuda a la tarea de que el contraste de sus ojos claros con el de su piel blanquecina deje de aportarme escalofríos. Por todo lo demás, creo que me puedo tomar su amabilidad como simpática.
— Llegamos al distrito cinco, era de noche, pasado el toque de queda, pero eso asumo que lo has deducido por tu cuenta. — no sé en qué momento me tomo la libertad de tutearla, pero tampoco me tomo el tiempo de preguntarle si está bien. — Soy adolescente, hago muchas tonterías y esta en específico me regaló una cicatriz, además de lo extra. — ya sabe a lo que me refiero, la parte de los aullidos, el pelo de más y de andar a cuatro patas. — No recuerdo mucho de cuando me mordieron, pero si tú dices que no es ninguno de los tuyos supongo que debo creerte. — la verdad es que no me planteé siquiera que algún miembro de seguridad se hubiera saltado la norma de no morder a los ciudadanos, pero quién sabe, quizá por haber estado fuera de casa en horario de toque de queda... — Si ya estoy registrada por lo que soy, me haría un enorme favor si no le contara nada a mi padre. No sabe nada de esto y tiene parte de culpa por creerse todo lo que le digo, pero no sería conveniente que se lo dijera. — por eso ha venido, ¿no? Aparte de por averiguar sobre el suceso. — Puedo manejarlo por mi cuenta, el padre de mi amigo es… bueno, está tratando de que haga la matalobos. Es por eso por lo que ha querido hablar conmigo, ¿no? — vamos, que no es novedad para nadie que Maeve Davies vaya por ahí sin control alguno de lo que hace con su vida, pero puedo hacer esto por mi cuenta.
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La sonrisa por la que se tuercen mis labios es casi invisible, ¿así que una acampada? Reprimo el suspiro que quiere salir de mí, en esa actitud condescendiente que tendemos a mostrar ante los más jóvenes que siguen ignorando los peligros, cuando este reducido mundo que conocemos está plagado de ellos, e incluso una chica que tiene la osadía de andar a medianoche por los bosques, es tan vulnerable como el conejo que evoco. Eso somos, frágiles. El carácter importa poco cuando se han cerrado las garras alrededor de nuestra garganta, tenerlo puede ser además una equivocación. Escucho su parte del relato de aquella noche, inclinándome hacia delante con mis muñecas entrelazadas sobre las rodillas y en la sencillez de su detalle de los hechos, lo que la hace que la mire con mucha curiosidad. —¿Tu padre no sabe nada y no quieres decirle nada?— pregunto con la clara incredulidad que me provoca que una chica adolescente lo quiera cargar todo por su cuenta, algo como esto, y acuda a ayudas secundarias como la del ¿padre de su amigo? Entonces sí suspiro. —Maeve, eres una licántropo— se lo digo como una sentencia, se escucha así a pesar de mi tono ameno. —¿Puedes llegar a entender cómo tu vida cambiará a partir de esto?— inquiero con la misma amabilidad del principio.
Puesto que no la repudiarán por su condición, como nos sucedió a más de uno hace quince años, comprendo que no lo vea como un inconveniente que la expulsará de la vida que conoce, de la escuela y de sus amigos. Pero no será como otras chicas, sus preocupaciones no serán tan banales una vez al mes como podrían ser el de sus amigas, incluso bebiendo la poción matalobos, la transformación no solo afecta al cuerpo, la mente es la principal dañada en toda la transición por tener que adaptarse a algo que se mostrará como signos en nuestro comportamiento a lo largo de la vida. La licantropía es una enfermedad y está en nuestra sangre, no entenderlo y verlo de una manera romántica o frívola es lo que causa la irresponsabilidad en los actos de más de uno. Y ella es joven, demasiado joven. —He querido hablar contigo para que sepas que no estás sola. No es lo mismo que te lo diga tu amigo, el padre de tu amigo o tu padre si es que decides hablar con él en algún momento. Entiendo que no quieres que lo sepa la mayoría de las personas que conoces, me parece bien tenerlo en reserva. Pero no puedes mantener en desconocimiento a quien te tiene a su cargo— opino, que si un adulto decide asumir esa responsabilidad, que lo haga de toda ley o sino que se aparte. Los adultos con supuesta autoridad sobre nosotros cuando somos jóvenes, deberían hacerse a un lado si son obstáculo, más que una ayuda a nuestros problemas. —Puedo ser quien te enseñe a preparar la poción matalobos y también podría darte otros consejos, acércate a los que somos iguales a ti así podrás aprender— continuo, y le muestro una sonrisa más contenida, con un sesgo triste. —Eres joven, los jóvenes hacen cosas estúpidas, yo también las hice. Y no quieres que esa— trazo una línea en el aire con mi pulgar, —cicatriz que conseguiste por accidente, se repita en otra persona también por accidente y seas quien se lo cause, ¿no?— pregunto.
Puesto que no la repudiarán por su condición, como nos sucedió a más de uno hace quince años, comprendo que no lo vea como un inconveniente que la expulsará de la vida que conoce, de la escuela y de sus amigos. Pero no será como otras chicas, sus preocupaciones no serán tan banales una vez al mes como podrían ser el de sus amigas, incluso bebiendo la poción matalobos, la transformación no solo afecta al cuerpo, la mente es la principal dañada en toda la transición por tener que adaptarse a algo que se mostrará como signos en nuestro comportamiento a lo largo de la vida. La licantropía es una enfermedad y está en nuestra sangre, no entenderlo y verlo de una manera romántica o frívola es lo que causa la irresponsabilidad en los actos de más de uno. Y ella es joven, demasiado joven. —He querido hablar contigo para que sepas que no estás sola. No es lo mismo que te lo diga tu amigo, el padre de tu amigo o tu padre si es que decides hablar con él en algún momento. Entiendo que no quieres que lo sepa la mayoría de las personas que conoces, me parece bien tenerlo en reserva. Pero no puedes mantener en desconocimiento a quien te tiene a su cargo— opino, que si un adulto decide asumir esa responsabilidad, que lo haga de toda ley o sino que se aparte. Los adultos con supuesta autoridad sobre nosotros cuando somos jóvenes, deberían hacerse a un lado si son obstáculo, más que una ayuda a nuestros problemas. —Puedo ser quien te enseñe a preparar la poción matalobos y también podría darte otros consejos, acércate a los que somos iguales a ti así podrás aprender— continuo, y le muestro una sonrisa más contenida, con un sesgo triste. —Eres joven, los jóvenes hacen cosas estúpidas, yo también las hice. Y no quieres que esa— trazo una línea en el aire con mi pulgar, —cicatriz que conseguiste por accidente, se repita en otra persona también por accidente y seas quien se lo cause, ¿no?— pregunto.
— Soy un problema ya sin la licantropía, no necesito ser además un estorbo con patas. — reconozco yo misma que no hay nada de humor en mis palabras, no al menos como lo suele haber en cada comentario que hago. Porque eso es todo lo que hago realmente, camuflar mis sentimientos en forma de ironías para que el mundo no crea que en realidad me tomo las cosas en serio. Pero no necesitamos engañarnos entre personas que somos iguales, no hago referencia a nuestro carácter, sino a lo que somos debajo de estos montones de piel, esa que cambia cuando la perla aparece en el cielo y nos transformamos en un igual. — Sé lo que soy, lo he aceptado y lo he comprendido, pero no entiendo por qué mi vida debe cambiar a raíz de ello. — no sueno yo cuando estiro mi espalda y me hago parecer más alta de lo que en realidad soy. No hay rastro de risa, pero tampoco lo hay de malestar, simplemente la observo como alguien que se ha conformado con lo que le ha tocado. Y eso es, en toda regla, algo que siempre he hecho, que no puede ser más yo. — Deja a un lado la transformación, los síntomas de los días previos y la tortura de los que vienen después. Puedo vivir con eso, pero no quiero ser diferente a lo que soy ahora, no quiero que me vean diferente. Si se lo cuento a mi padre, al resto del mundo… Dejaré de ser yo y me convertiré en una etiqueta. — no quiero decir que como ella, pero es el ejemplo que más me salta a la vista cuando me fijo en la placa de su uniforme.
¿Me avergüenzo de lo que soy? Probablemente la respuesta es que sí, pero… ¿ella no lo hace también? Solo ha encontrado una forma mejor de ocultarlo, con un bonito uniforme y una chapa que la acompaña. — Mi padre no me tiene a su cargo. Puede que sí de forma legal, pero siempre me he cuidado sola, puedo hacerlo ahora también. — insisto. Mi padre está ciego, no verá nada más allá de una adolescente a la cual no ha tenido que criar porque ya estaba crecida cuando le tocó hacerse cargo de ella. Soy firme con mi postura, también lo soy con el lenguaje corporal que transmito, pero tengo que reconocer que mi mirada se torna un poco más intensa con lo que ofrece después. Mi cabeza se ladea en su dirección, inconscientemente, de manera que lo corrijo en cuanto me doy cuenta de que lo estoy haciendo. Su propuesta es tentativa en más de un sentido, empezando porque hablar de sus iguales como si fueran los míos lo hace parecer un poco más real, que no hay cosa más real que lo que se supone que soy: una de ellos. — ¿Tú podrías enseñarme? — no lo negaré, eso sería mucho más fácil que andar detrás de Helmuth, sobre todo porque él no llegaría a entenderlo. Quizás es por esto último por lo que la idea se me hace más llamativa. — No quiero hacerle daño a nadie, no de forma consciente, tampoco inconsciente. — reconozco, aunque no estoy muy segura de no haberlo hecho en alguna transformación sin quererlo. Todavía tengo mucho que aprender, lo sé, y por eso aprovecho la oportunidad. — ¿A qué te refieres con… mis iguales? Conozco de las normas y leyes que hay, todavía estoy estudiando, aunque si voy a serte sincera, en eso nunca me ha ido bien… ¿tendría que unirme a tu… escuadrón? — porque creo que soy demasiado joven para eso, ¿no? Suena raro hablar de reclutar a alguien que ni siquiera se ha graduado del colegio, pero tampoco es como si fuera a hacerlo en algún momento igualmente.
¿Me avergüenzo de lo que soy? Probablemente la respuesta es que sí, pero… ¿ella no lo hace también? Solo ha encontrado una forma mejor de ocultarlo, con un bonito uniforme y una chapa que la acompaña. — Mi padre no me tiene a su cargo. Puede que sí de forma legal, pero siempre me he cuidado sola, puedo hacerlo ahora también. — insisto. Mi padre está ciego, no verá nada más allá de una adolescente a la cual no ha tenido que criar porque ya estaba crecida cuando le tocó hacerse cargo de ella. Soy firme con mi postura, también lo soy con el lenguaje corporal que transmito, pero tengo que reconocer que mi mirada se torna un poco más intensa con lo que ofrece después. Mi cabeza se ladea en su dirección, inconscientemente, de manera que lo corrijo en cuanto me doy cuenta de que lo estoy haciendo. Su propuesta es tentativa en más de un sentido, empezando porque hablar de sus iguales como si fueran los míos lo hace parecer un poco más real, que no hay cosa más real que lo que se supone que soy: una de ellos. — ¿Tú podrías enseñarme? — no lo negaré, eso sería mucho más fácil que andar detrás de Helmuth, sobre todo porque él no llegaría a entenderlo. Quizás es por esto último por lo que la idea se me hace más llamativa. — No quiero hacerle daño a nadie, no de forma consciente, tampoco inconsciente. — reconozco, aunque no estoy muy segura de no haberlo hecho en alguna transformación sin quererlo. Todavía tengo mucho que aprender, lo sé, y por eso aprovecho la oportunidad. — ¿A qué te refieres con… mis iguales? Conozco de las normas y leyes que hay, todavía estoy estudiando, aunque si voy a serte sincera, en eso nunca me ha ido bien… ¿tendría que unirme a tu… escuadrón? — porque creo que soy demasiado joven para eso, ¿no? Suena raro hablar de reclutar a alguien que ni siquiera se ha graduado del colegio, pero tampoco es como si fuera a hacerlo en algún momento igualmente.
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Ella no sería la primera persona a la que han tildado de un problema a la que me acerco, la miro haciendo un repaso a partir de lo que sé, de lo que me dice y de lo que me supongo, tengo toda la intención de que esta conversación me permita ayudarla, que es lo que he hecho siempre, pidiendo a cambio algo que varía dependiendo de la persona. Es tan joven, eso quiere decir que le falta tanto aun por crecer, lo que puedo pedirle no será lo mismo que a la mayoría, pero mucho más importante. —Si no entendí mal, ya tienes dos etiquetas entre las que eliges cuál colocarte. Por un lado, «problema». Por el otro, «estorbo con patas»— se lo señalo, siguiendo su mirada hacia mi placa en el uniforme, esa que me identificaba como licántropo, soldado del gobierno y «Hasselbach». —La persona que somos, todo eso que abarcamos al decir «quien soy», son tantas cosas y estás en tu derecho que algunas las guardas en reserva. Pero quien eres y tu licantropía no son cosas separadas, tu licantropía ha pasado a ser parte de quien eres. Nos manejamos en un mundo de etiquetas, «mago», «humano», «criatura», «feo», «jefe», «problema»— desprendo mi placa de la solapa del bolsillo para sostenerla con mis dedos cerca de sus manos si quiere tomarla.
—Esa etiqueta nos coloca en un lugar en la sociedad, esta etiqueta me ha puesto en las calles en un momento y en el presente me coloca en el ministerio. Así que gracias otra vez por lo decir que es una bonita placa, solo yo sé todo lo que he pasado con esta etiqueta que ahora reluce en una chapa dorada. Y lo que he pasado con otras etiquetas antes que esta, todas esas que trataron de decirme quien era y algunas eran solo una parte de mí, otras eran opiniones ajenas—, porque «licántropo» siendo la que determinó los últimos quince años de mi vida, no fue la más ofensiva que recibí. —Y supongo que tienes una edad para entender que no estamos hechos de opiniones ajenas, esa es ropa que nos ponemos o nos sacamos dependiendo de si nos calza—. En ocasiones calza tan bien que la tomamos como una verdad. Tenía unos pocos años más que ella cuando me llamaron «perra» y eso definió mi carácter mucho antes que la mordida de un licántropo. Y esa persona ya me ha olvidado como para que pueda ir a decirle con todo orgullo: «Mírame, me he convertido en esa persona que dijiste que era», con todos los honores. —Estar solos, cuando la vida se hace larga, se vuelve un camino demasiado penoso y oscuro. No tienes por qué estar sola, Mae— dejo caer suavemente ese apodo.
Si la han catalogo como un problema y ella misma se lo cree, se puede convertir en uno. Y si llega a serlo, prefiero que sea a mi resguardo. Asiento quedamente con mi barbilla dándole a saber que puedo ser mucho más que una consejera y una maestra para ella, puedo ser una persona que la entiende, que le ayudará a entender todos los cambios que deberá afrontar. Puedo ser su apoyo, alguien en quien sostenerse y confiar que podrá solucionar los problemas que le queden demasiado grandes. Le muestro una sonrisa serena al escuchar el final de su duda, sobre qué tan iguales somos. —No, claro que no. Siendo joven y con derechos a tu favor, no deseo otra cosa que puedas definir tu propio camino— es lo mismo que le dije a Santi en su momento, a él casi rogándole que desistiera de unirse al escuadrón. No, no quiero que se pongan el uniforme. Pero sí quiero algo de ellos, algo que quiero pensarlo como lealtad. Porque hay batallas para el escuadrón licántropo en las que el gobierno determina nuestros enemigos, luego hay otras, siempre personales, en las que realmente importa quienes están contigo. —Ser iguales en el sentido de… alguien que pueda entender cómo te sientes. Suele pasar que cuando le decimos a una persona que algo nos duele, esa persona puede tratar de imaginar el dolor, pero no alcanza a comprenderlo. Pero hay quien pasa por lo mismo que tú, cuando le dices que algo te duele como la transformación, esa persona puede decirte: lo sé, lo sentí. Eso nos hace iguales.
—Esa etiqueta nos coloca en un lugar en la sociedad, esta etiqueta me ha puesto en las calles en un momento y en el presente me coloca en el ministerio. Así que gracias otra vez por lo decir que es una bonita placa, solo yo sé todo lo que he pasado con esta etiqueta que ahora reluce en una chapa dorada. Y lo que he pasado con otras etiquetas antes que esta, todas esas que trataron de decirme quien era y algunas eran solo una parte de mí, otras eran opiniones ajenas—, porque «licántropo» siendo la que determinó los últimos quince años de mi vida, no fue la más ofensiva que recibí. —Y supongo que tienes una edad para entender que no estamos hechos de opiniones ajenas, esa es ropa que nos ponemos o nos sacamos dependiendo de si nos calza—. En ocasiones calza tan bien que la tomamos como una verdad. Tenía unos pocos años más que ella cuando me llamaron «perra» y eso definió mi carácter mucho antes que la mordida de un licántropo. Y esa persona ya me ha olvidado como para que pueda ir a decirle con todo orgullo: «Mírame, me he convertido en esa persona que dijiste que era», con todos los honores. —Estar solos, cuando la vida se hace larga, se vuelve un camino demasiado penoso y oscuro. No tienes por qué estar sola, Mae— dejo caer suavemente ese apodo.
Si la han catalogo como un problema y ella misma se lo cree, se puede convertir en uno. Y si llega a serlo, prefiero que sea a mi resguardo. Asiento quedamente con mi barbilla dándole a saber que puedo ser mucho más que una consejera y una maestra para ella, puedo ser una persona que la entiende, que le ayudará a entender todos los cambios que deberá afrontar. Puedo ser su apoyo, alguien en quien sostenerse y confiar que podrá solucionar los problemas que le queden demasiado grandes. Le muestro una sonrisa serena al escuchar el final de su duda, sobre qué tan iguales somos. —No, claro que no. Siendo joven y con derechos a tu favor, no deseo otra cosa que puedas definir tu propio camino— es lo mismo que le dije a Santi en su momento, a él casi rogándole que desistiera de unirse al escuadrón. No, no quiero que se pongan el uniforme. Pero sí quiero algo de ellos, algo que quiero pensarlo como lealtad. Porque hay batallas para el escuadrón licántropo en las que el gobierno determina nuestros enemigos, luego hay otras, siempre personales, en las que realmente importa quienes están contigo. —Ser iguales en el sentido de… alguien que pueda entender cómo te sientes. Suele pasar que cuando le decimos a una persona que algo nos duele, esa persona puede tratar de imaginar el dolor, pero no alcanza a comprenderlo. Pero hay quien pasa por lo mismo que tú, cuando le dices que algo te duele como la transformación, esa persona puede decirte: lo sé, lo sentí. Eso nos hace iguales.
Bueno, en eso tiene un punto, se lo acepto con un meneo de cabeza que termina siendo un asentimiento hasta que dejo mi mirada sobre la jaula que tenemos en frente. A pesar de ello, no le dedico mucho tiempo a las criaturas que se pelean por comida de forma silenciosa, mi atención se la lleva la placa que sostiene con sus manos a modo de invitación y, aunque titubeo un poco al principio antes de tomarla, paso mis dedos por el relieve de su nombre en un análisis interno de lo que aporta semejante objeto. Me rehuso al principio de hablar sobre mí misma, las voces alegres de las familias que se pasean a un lado sin apenas percatarse de nosotras llenan el silencio. — Aún no tengo claro quién soy, es algo que llevo tratando de descubrir desde hace un tiempo. No quiero ser una etiqueta pese a que vivamos de ellas, tampoco deseo que la licantropía se convierta en todo lo que soy, cuando ni siquiera tengo una personalidad que me represente todavía. — explico, porque creo que su explicación tiene cierto sentido cuando se trata de alguien que ya se ha forjado como persona, que sabe lo que quiere, solo debe aprender a incluir la licantropía como otro aspecto de su vida. ¿Yo? Soy adolescente, cambio cada día de opinión, vivo nuevas cosas todos los días, que me hacen querer ser diferente de lo que fui ayer, hasta que haya probado tantas cosas que por fin pueda decir eso, así es como quiero ser de aquí a un par de años. Por el momento, creo que me conformo con no ser un desastre y eso, para ser yo, es bastante más de lo que podría haber pedido hace unos años. Con un gesto algo vago, le tiendo la placa de vuelta, no aparto la mirada del trocito de metal hasta que la vuelve a tener en sus manos. — Tengo mucho que aprender todavía, sobre quién soy y lo que quiero hacer con mi tiempo en el futuro, tener una opinión sólida, conocerme a mí misma. No sé si tiene sentido lo que estoy diciendo, pero siento que después de esto todo eso se me ha arrebatado. — es la verdad, lo siento más como una maldición que otra cosa.
No tengo ni la menor idea de lo que le ha podido ocurrir en su vida, no de lo que ha tenido que pisar hasta llegar donde está, de los caminos que ha recorrido para poder hablar de esa manera sobre lo que yo considero una condena, pero sí puedo decir algo y es que, dentro de lo que cabe, creo que la admiro. Y suena bien, lo que dice al menos, no sé si la realidad es distinta de lo que insiste en palabras, pero es una opción que hasta ahora no me había planteado. Porque como ella dice, nadie que no lo sufra igual va a entender en lo más mínimo lo que siente, no porque no quieran, Oliver empatiza bastante con eso, pero es cierto que no deja de ser alguien que es inconsciente a lo que en verdad se siente. — No sé… bueno, nunca se me ha dado bien eso de pertenecer a algún sitio. Me he movido de un sitio a otro lo que viene siendo toda mi vida y creo que en parte me he acostumbrado a no depender de la protección de nadie, más que de la mía propia. — algo que, he podido aprender a apreciar gracias a que no siempre he tenido alguien que vele por mí. Está bien poder hacer algunas cosas sola, pero también es verdad que su propuesta me resulta de lo más llamativa. — Me gustaría saber a controlarlo, sé que no puedo hacer nada mientras esté bajo el efecto de la luna, no sin la poción, al menos… pero hay otras cosas… ¿Es normal que quiera golpear a todo el mundo los días antes de una luna llena? — digamos que no soy la persona más dócil del planeta, pero cuando se trata de esos días… madre mía, si hasta creo que me cargué un cuadro uno de los primeros meses. — Es como que… todo me molesta y me comporto de un modo muy agresivo, solo quiero coger y mandarlos a todos a la mierda, como poco. — el comportamiento ansioso, las ganas de matar a cualquiera que me quite la razón, puedo sentir la rabia en mi interior en ocasiones y eso, no voy a negarlo, me asusta bastante. — No quiero ser así por el resto de mi vida.
No tengo ni la menor idea de lo que le ha podido ocurrir en su vida, no de lo que ha tenido que pisar hasta llegar donde está, de los caminos que ha recorrido para poder hablar de esa manera sobre lo que yo considero una condena, pero sí puedo decir algo y es que, dentro de lo que cabe, creo que la admiro. Y suena bien, lo que dice al menos, no sé si la realidad es distinta de lo que insiste en palabras, pero es una opción que hasta ahora no me había planteado. Porque como ella dice, nadie que no lo sufra igual va a entender en lo más mínimo lo que siente, no porque no quieran, Oliver empatiza bastante con eso, pero es cierto que no deja de ser alguien que es inconsciente a lo que en verdad se siente. — No sé… bueno, nunca se me ha dado bien eso de pertenecer a algún sitio. Me he movido de un sitio a otro lo que viene siendo toda mi vida y creo que en parte me he acostumbrado a no depender de la protección de nadie, más que de la mía propia. — algo que, he podido aprender a apreciar gracias a que no siempre he tenido alguien que vele por mí. Está bien poder hacer algunas cosas sola, pero también es verdad que su propuesta me resulta de lo más llamativa. — Me gustaría saber a controlarlo, sé que no puedo hacer nada mientras esté bajo el efecto de la luna, no sin la poción, al menos… pero hay otras cosas… ¿Es normal que quiera golpear a todo el mundo los días antes de una luna llena? — digamos que no soy la persona más dócil del planeta, pero cuando se trata de esos días… madre mía, si hasta creo que me cargué un cuadro uno de los primeros meses. — Es como que… todo me molesta y me comporto de un modo muy agresivo, solo quiero coger y mandarlos a todos a la mierda, como poco. — el comportamiento ansioso, las ganas de matar a cualquiera que me quite la razón, puedo sentir la rabia en mi interior en ocasiones y eso, no voy a negarlo, me asusta bastante. — No quiero ser así por el resto de mi vida.
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Si siente que todo eso se le ha arrebatado, eso quiere decir que sí puede apreciar que todo en su vida ha cambiado, que no puedo simplemente tratar de vivir sin que la licantropía tome una parte importante de su vida y en la definición de quién es, porque está hecho, es parte de ella y claro que influirá, sin embargo puede todavía ser alguien más aparte de lo que dicen que ella es y de esta enfermedad. Para mí, la licantropía es eso: una enfermedad. Trato de mirarla como si fuera el caso que marcará la diferencia, quizá ella sí es lo suficientemente joven como para poder ser algo distinto a todos los otros casos que nos corrompimos demasiado pronto, sin llegar a ser lo suficientemente ingenua como para caer en errores estúpidos que le pesarán. Es distinto al sentimiento que me inspira Santi, porque los ojos de Maeve son los de una chica, quizá sea una proyección estúpida, tratar que esta vez sea diferente y que no habrá traición. —No, tienes la oportunidad de descubrir todo eso. Tienes que creer por sobre todas las cosas que tienes esa oportunidad— procuro convencerla, estrujo mis dedos al entrelazar mis manos, yo me escucho como si realmente creyera en ello, cuando nunca lo creí para mí. Pero era lo que me hubiera gustado escuchar, ¿no? Y suena bien decírselo a una chica en un distrito donde no hay gente muriéndose de hambre en la calle frente a esta cuadra, se escucha mejor que cualquier promesa que le pude haber hecho a otra Mae en un pasado. —Cuando lo crees, cuando sabes que esa oportunidad te pertenece, no dejas que nada ni nadie te la arrebate—. Eso es algo que también deberá aprender, que este es un mundo no solo de etiquetas, sino también de oportunidades robadas. Las personas roban oportunidades a otros todo el tiempo, para asegurarse su propia comodidad.
Es una pelea constante, que no tiene tregua, cuando pierdes todas las oportunidades y también los derechos luego cuesta demasiado recobrarlos, sucede con un golpe de suerte a veces o porque un criminal asume como presidente, pero no puedes confiar tu bienestar al azar. Esa agresividad que está descubriendo en sí misma, puede lastimarla como lo descubrí en mi propia piel, y también puede ser lo que necesite para imponerse y defender lo que quiere ser, que nadie más lo defina por ella. Puedo, yo sé, conseguir que se coloque de cara al mundo para enfrentarlo y yo quedarme parada detrás de su espalda. —Solemos cometer el error de querer pertenecer a un lugar o a un grupo de personas, cuando eso cambia todo el tiempo. Te perteneces a ti misma, a nadie y a nada más que a ti, y sabiendo esto, encuentras gente afín. No les perteneces, claro que no. El sentimiento de comunidad surge al reconocerte a ti misma y al poder sentir en los otros que te comprenden, todo parte de ti— digo, una máxima egoísta quizá, la vida no me ha enseñado otra cosa que ser egoísta, en especial en el trato con otras personas. —Y todas esas alteraciones en tu conducta que puedas observar, se van regulando con la disciplina y el ejercicio de la mente y el cuerpo para tener control sobre nosotros mismos. Sin compromiso con el escuadrón, puedes venir a practicar las veces que quieras a la base o si prefieres privacidad, te abro la puerta de mi casa— lo digo con un ademán elegante de mi mano, pues esa invitación es casi un honor y no se lo doy a cualquiera. —Hay espíritus que son más fuertes que otros, ¿sabes? Rebosan de una energía que tenemos que aprender a controlar y creo que eso es lo que puede ser que estés necesitando. La energía que va sin cauce es la que provoca problemas, una energía bajo control no se extingue, no, se potencia hacia algo mejor y más provechoso… para una misma. Todo lo que eres y todo lo que puedas llegar a ser, se potencia.
Es una pelea constante, que no tiene tregua, cuando pierdes todas las oportunidades y también los derechos luego cuesta demasiado recobrarlos, sucede con un golpe de suerte a veces o porque un criminal asume como presidente, pero no puedes confiar tu bienestar al azar. Esa agresividad que está descubriendo en sí misma, puede lastimarla como lo descubrí en mi propia piel, y también puede ser lo que necesite para imponerse y defender lo que quiere ser, que nadie más lo defina por ella. Puedo, yo sé, conseguir que se coloque de cara al mundo para enfrentarlo y yo quedarme parada detrás de su espalda. —Solemos cometer el error de querer pertenecer a un lugar o a un grupo de personas, cuando eso cambia todo el tiempo. Te perteneces a ti misma, a nadie y a nada más que a ti, y sabiendo esto, encuentras gente afín. No les perteneces, claro que no. El sentimiento de comunidad surge al reconocerte a ti misma y al poder sentir en los otros que te comprenden, todo parte de ti— digo, una máxima egoísta quizá, la vida no me ha enseñado otra cosa que ser egoísta, en especial en el trato con otras personas. —Y todas esas alteraciones en tu conducta que puedas observar, se van regulando con la disciplina y el ejercicio de la mente y el cuerpo para tener control sobre nosotros mismos. Sin compromiso con el escuadrón, puedes venir a practicar las veces que quieras a la base o si prefieres privacidad, te abro la puerta de mi casa— lo digo con un ademán elegante de mi mano, pues esa invitación es casi un honor y no se lo doy a cualquiera. —Hay espíritus que son más fuertes que otros, ¿sabes? Rebosan de una energía que tenemos que aprender a controlar y creo que eso es lo que puede ser que estés necesitando. La energía que va sin cauce es la que provoca problemas, una energía bajo control no se extingue, no, se potencia hacia algo mejor y más provechoso… para una misma. Todo lo que eres y todo lo que puedas llegar a ser, se potencia.
Sé por como habla que es una persona que ha perdido muchas cosas en la vida, no me siento con la confianza como para preguntarle qué es lo que le ha hecho pensar que alguien le arrebataría lo que es suyo, porque yo también sé lo que se siente. Me arrebataron a mis padres, unos que no eran los biológicos pero que se comportaron mejor que ellos, que me dieron un hogar cuando ni mi padre estaba ahí para sostenerme entre sus brazos. Puede que sea la cercanía a una nueva luna llena, pero puedo sentir que me arden un poco las venas. Puede que también haya mentido con el hecho de decir que nada de esto me afecta, lo hace, mucho más de lo que estoy dejando entrever con mis comentarios llenos de humor y actitud desinteresada. Como dice ella, uno no puede negarse a sí mismo, no hasta el punto de que pueda convertirse en perjudicial para mi propia estabilidad mental. Solo tengo dieciséis años y ya siento que he perdido mi adolescencia, por mucho que me dedique a hacer el ganso y no dar un palo al agua. La diferencia de hacerlo antes es que lo hacía por pura diversión, cuando ahora me doy cuenta de que en realidad solo lo estoy haciendo por cumplir con mis propias expectativas hacia la vida que tenía antes de que esto pasara, obligarme a mí misma a ignorarlo. Supongo que llega un momento en la vida de todos en que nos damos cuenta de que tenemos que cambiar.
— ¿Sabes una cosa? No quería admitirlo, al menos no delante de alguien a quién no conozco de nada, pero quizás eso me ayude. Una de las razones por las que todavía no sé quién soy es porque no me gusta cómo soy, y nunca he tratado de cambiarlo. Pero creo que esto me da también una oportunidad a hacerlo, ¿no crees? — de eso se trata, ¿no? De tomar las oportunidades y sacar de ello lo mejor. — Soy un desastre en la escuela, odio estudiar y mis notas siempre están por debajo de la media, desaprovecho mi tiempo libre haciendo tonterías. — muchas de las cuales, como hemos podido comprobar, han terminado afectando de alguna forma mi vida. Me estiro un poco en el sitio, inflando mi pecho como si de alguna manera mi expresión corporal pudiera influir en mi forma de hablar. — Quiero ser alguien de provecho, mucho más allá de lo escolar, o de lo social, quiero sentirme satisfecha conmigo misma y con lo que soy. — si se lo digo es porque creo no equivocarme al ver en ella un modelo a seguir. Porque ella levanta la barbilla sin temor alguno a decir quién es, a presentarse delante de lo que sea para decir que ahí está, que nadie la moverá de ese escalón al que, por el modo que tiene de hablar, tanto le ha costado escalar.
Todavía se me inflan un poco más los pulmones cuando asegura que solo nos pertenecemos única y exclusivamente a nosotros, una filosofía que, a pesar de verla como llamativa, no estoy muy segura de que yo la siga en mi vida. Hago una nota mental de ponerla en práctica de ahora en adelante, porque lo cierto es que el camino que estoy recorriendo, por mucho que no quiera verlo así, es solitario. Nadie me va a llevar hasta al final, nadie más que yo misma va a ser capaz de tirar de mí, algunas personas pueden echar una mano, pero lo normal es que solo te indiquen el recorrido vagamente, y muchos con la intención torcida. No, es mejor confiar en uno mismo, así no compartes la decepción de llegar a un lugar vacío en caso de equivocación. — Soy buena creando caos, no soy de las que siguen un cauce y creo que, de hacerlo, el resultado sería peor que el de dejar que mi propio desorden alcance un equilibrio por su cuenta. — reconozco, porque su idea de control difiere bastante de la mía. — A veces, un poco de caos es bueno, ¿no? E incluso necesario. — ya no dudo, sino que afirmo, siento que si pretende que siga sus instrucciones, se va a llevar una tremenda decepción. No es algo que haga a propósito, a pesar de que en ocasiones se presente como tal. — Gracias, estás… bueno, siendo muy amable conmigo. — murmullo al final por abrirme los brazos a su manada, a su casa, a su forma de vida y de paso, le echo un vistazo rápido con una media sonrisa honesta.
— ¿Sabes una cosa? No quería admitirlo, al menos no delante de alguien a quién no conozco de nada, pero quizás eso me ayude. Una de las razones por las que todavía no sé quién soy es porque no me gusta cómo soy, y nunca he tratado de cambiarlo. Pero creo que esto me da también una oportunidad a hacerlo, ¿no crees? — de eso se trata, ¿no? De tomar las oportunidades y sacar de ello lo mejor. — Soy un desastre en la escuela, odio estudiar y mis notas siempre están por debajo de la media, desaprovecho mi tiempo libre haciendo tonterías. — muchas de las cuales, como hemos podido comprobar, han terminado afectando de alguna forma mi vida. Me estiro un poco en el sitio, inflando mi pecho como si de alguna manera mi expresión corporal pudiera influir en mi forma de hablar. — Quiero ser alguien de provecho, mucho más allá de lo escolar, o de lo social, quiero sentirme satisfecha conmigo misma y con lo que soy. — si se lo digo es porque creo no equivocarme al ver en ella un modelo a seguir. Porque ella levanta la barbilla sin temor alguno a decir quién es, a presentarse delante de lo que sea para decir que ahí está, que nadie la moverá de ese escalón al que, por el modo que tiene de hablar, tanto le ha costado escalar.
Todavía se me inflan un poco más los pulmones cuando asegura que solo nos pertenecemos única y exclusivamente a nosotros, una filosofía que, a pesar de verla como llamativa, no estoy muy segura de que yo la siga en mi vida. Hago una nota mental de ponerla en práctica de ahora en adelante, porque lo cierto es que el camino que estoy recorriendo, por mucho que no quiera verlo así, es solitario. Nadie me va a llevar hasta al final, nadie más que yo misma va a ser capaz de tirar de mí, algunas personas pueden echar una mano, pero lo normal es que solo te indiquen el recorrido vagamente, y muchos con la intención torcida. No, es mejor confiar en uno mismo, así no compartes la decepción de llegar a un lugar vacío en caso de equivocación. — Soy buena creando caos, no soy de las que siguen un cauce y creo que, de hacerlo, el resultado sería peor que el de dejar que mi propio desorden alcance un equilibrio por su cuenta. — reconozco, porque su idea de control difiere bastante de la mía. — A veces, un poco de caos es bueno, ¿no? E incluso necesario. — ya no dudo, sino que afirmo, siento que si pretende que siga sus instrucciones, se va a llevar una tremenda decepción. No es algo que haga a propósito, a pesar de que en ocasiones se presente como tal. — Gracias, estás… bueno, siendo muy amable conmigo. — murmullo al final por abrirme los brazos a su manada, a su casa, a su forma de vida y de paso, le echo un vistazo rápido con una media sonrisa honesta.
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Recuerdo lo que fue descubrirme en la mirada de otra persona y que no me gustara el reflejo que vi en ellos, haberme convertido en alguien que me provocaba desprecio a mí, que también recibía desprecio de otros. Presiono mis ojos al cerrarlos por un momento al evocar tan claro lo hondo que era ese sentimiento en la chica de dieciocho años, que tiempo antes de ser expulsada de la casa en la que creció, notaba que quien le hubiera gustado ser, alguien que se pudiera amar, distaba mucho del carácter que iba mostrando a otros y fue tomando de cada una de las cosas dichas en su oído con rencor para formarse una imagen de sí misma. Fui lo que dijeron que era, lo que querían que fuera, y me llevo años distanciarme de ello para ser esta mujer con tantos errores, que para compensar los juicios a los que fue sometida de chica, se ha puesto a sí misma como prioridad y se enorgullece de haber aprendido a sostener una mirada firme que hable de su carácter fuerte, sin tener que decir palabra. Para que ya no pasen sobre mí. —Todos podemos cambiar, te lo aseguro. Muchas veces en la vida, todas las veces que lo necesitamos. Distintas épocas de nuestras vidas también nos obligan a ser de una forma u otra. Eres tú en todos los cambios, redescubriéndote siempre, tratando en todo momento de ser la persona que te gustaría ser…— afirmo. —Diría que más que ser alguien de provecho, alguien con quien tú te sientas bien, más allá de cómo se sientan otros. Eres tú quien vivirá contigo misma toda la vida.
No he tenido hijos, nunca eché de menos esta falta, tampoco he querido ser maestra en alguna ocasión. La comprensión que trato de mostrarle a Maeve pasa por la responsabilidad que siento hacia alguien en quien quizá encuentro algo de mí, si no es en carácter puesto que el suyo tiene sus propios rasgos particulares, sí en cuanto a la necesidad de contar con alguien que le vaya marcando los pasos y eso es lo que me agrada de cobijar a una joven, poder mostrarle esos pasos. Mi mirada la recorre en una nueva evolución cuando señala la conveniencia de un poco de caos cuando hace falta y tengo que darle la razón a medias, ¿y sí eso en ella es su potencial? Puedo ver el beneficio de tener a una persona así a mi lado, de mi lado. —Tal vez así sea, un poco de caos hace bien— concuerdo con un asentimiento de barbilla, para que se sienta a gusto, puesto que esto seguirá siendo la definición de su temperamento por un tiempo más y será contraproducente si lo remarco en principio como algo malo, porque quizá no lo sea. —¿Si digo que soy amable porque me recuerdas a mí misma a tu edad es muy trillado?— aligero el tono con una broma. —También sé lo que es estar creciendo sola, tratando de saber quién soy. Mi madre adoptiva era una mujer enfermiza que murió pronto y mi padre adoptivo un hombre demasiado ocupado en sus asuntos, por años no conseguía ser alguien que… se necesitara. No había otra cosa que deseara más que me necesitaran. Quería ser alguien querida…— miro a la jaula de los jarveys con un vacío en mi voz por la total falta de ese sentimiento, —y me hubiera venido bien en ese entonces poder hablar con alguien que se tomara un rato para sentarse conmigo, escucharme y decirme que lo más importante de todo sería hacerlo por mí— la sonrisa que le enseño es amable, pero no auténtica. Porque eso que le prometo que a ella, que podrá llegar a ser alguien a su gusto, a estas alturas es una promesa sin sentido para mí que tuve que armar la mejor versión en base a todo lo mal hecho, ¿acaso se puede llamar a esto una mejor versión? Soy, al menos, alguien que se cobra su revancha.
No he tenido hijos, nunca eché de menos esta falta, tampoco he querido ser maestra en alguna ocasión. La comprensión que trato de mostrarle a Maeve pasa por la responsabilidad que siento hacia alguien en quien quizá encuentro algo de mí, si no es en carácter puesto que el suyo tiene sus propios rasgos particulares, sí en cuanto a la necesidad de contar con alguien que le vaya marcando los pasos y eso es lo que me agrada de cobijar a una joven, poder mostrarle esos pasos. Mi mirada la recorre en una nueva evolución cuando señala la conveniencia de un poco de caos cuando hace falta y tengo que darle la razón a medias, ¿y sí eso en ella es su potencial? Puedo ver el beneficio de tener a una persona así a mi lado, de mi lado. —Tal vez así sea, un poco de caos hace bien— concuerdo con un asentimiento de barbilla, para que se sienta a gusto, puesto que esto seguirá siendo la definición de su temperamento por un tiempo más y será contraproducente si lo remarco en principio como algo malo, porque quizá no lo sea. —¿Si digo que soy amable porque me recuerdas a mí misma a tu edad es muy trillado?— aligero el tono con una broma. —También sé lo que es estar creciendo sola, tratando de saber quién soy. Mi madre adoptiva era una mujer enfermiza que murió pronto y mi padre adoptivo un hombre demasiado ocupado en sus asuntos, por años no conseguía ser alguien que… se necesitara. No había otra cosa que deseara más que me necesitaran. Quería ser alguien querida…— miro a la jaula de los jarveys con un vacío en mi voz por la total falta de ese sentimiento, —y me hubiera venido bien en ese entonces poder hablar con alguien que se tomara un rato para sentarse conmigo, escucharme y decirme que lo más importante de todo sería hacerlo por mí— la sonrisa que le enseño es amable, pero no auténtica. Porque eso que le prometo que a ella, que podrá llegar a ser alguien a su gusto, a estas alturas es una promesa sin sentido para mí que tuve que armar la mejor versión en base a todo lo mal hecho, ¿acaso se puede llamar a esto una mejor versión? Soy, al menos, alguien que se cobra su revancha.
No puedo decir que no haya tenido el sentimiento egoísta de pensar en mí misma antes que en los demás, porque no estaría aquí si me hubiera dejado arrastrar por las personas que me han llamado fracaso a la cara, esas mismas que ahora se están regodeando porque tenían razón. Y no es que me considere uno tal que así, pero tampoco voy a negar que me he sentido sin un rumbo la mayor parte de mi vida, puede que fruto de los numerosos cambios a los que me he tenido que someter. Es la primera vez también que siento que formo parte de algo, o que al menos, me encuentro cómoda con lo que tengo, como para verlo convertirse en cenizas por, una ocasión más, mis propios errores. — Siento que si tengo que ser yo toda la vida, mirar única y exclusivamente por mí, terminaré repitiendo las mismas equivocaciones. No quiero tener que cambiar por nadie, pero sí deseo hacerlo por mí misma. — reconozco. Que ella que lleva... no me animo a preguntarle, pero asumo que no ha llegado a su posición por ser primeriza en esto, precisamente. Es así como la miro, como si con mis ojos pudiera expresar lo que pienso, lo que se me pasa por la cabeza cuando me pregunto en cómo lo hará. Cómo hace para poder lidiar con esto todos los meses del año, por el resto de la vida. Por no mencionar que jamás podré llegar a tener hijos, y no es como si fuera algo en lo que una chica de dieciséis años piensa todos los días, pero es obvio que a estas alturas, todo el mundo piensa que terminará por casarse con la persona correcta y tener hijos en el momento indicado. Es una parte tan natural de la vida, algo que hacen las personas constantemente cada día, que no he llegado a plantearme el momento en el que esa imagen se torció para mí. Siempre queda la adopción, después de todo, yo misma salí de ese lugar. Alguien como yo podría necesitarme en el futuro, como lo hice en su día de aquellas personas que decidieron acogerme en su hogar.
Sonrío tímidamente, la sonrisa se me ensancha un poco más cuando parece tomar mi punto y puedo creer, por este momento aunque sea, que hay alguien a la que todavía tengo una oportunidad de no decepcionar. De todas formas, un poco más de caos en un lugar en el que ya de por sí cada día el mundo está más de cabeza, creo que no importará. No sé si me encuentro más sorprendida por que me diga que la recuerdo a ella de más joven, o porque menciona a unos padres adoptivos que no sabía que tenía. Obvio que no tenía forma de saberlo, pero nunca he creído en las coincidencias y esta se me hace de lo más extraña. Porque puedo verme reflejada en su figura, de aquí a unos años, y espero poder sostener la barbilla del mismo modo en que ella lo hace cuando camina al lado de quiénes deberían ser nuestros iguales. — ¿De modo que no has hecho esto porque es tu obligación como jefa de escuadrón de licántropos? — bromeo, aunque no es tanto una broma cuando la sensación cálida de acogida se asienta en mi pecho. Es lo que me lleva a agachar la mirada hacia mis manos, mis dedos jugando en una especie de baile nervioso que nada tiene que ver con ello en realidad. Freno el movimiento cuando vuelvo a elevar la mirada hacia ella y la curvatura de mis labios creo que explica por sí sola todo lo que quiero expresar. — Gracias, no tenías por qué hacerlo. — creo que eso ya lo sabe, personas como ella tienen preocupaciones mayores como para perder el tiempo conmigo.
Sonrío tímidamente, la sonrisa se me ensancha un poco más cuando parece tomar mi punto y puedo creer, por este momento aunque sea, que hay alguien a la que todavía tengo una oportunidad de no decepcionar. De todas formas, un poco más de caos en un lugar en el que ya de por sí cada día el mundo está más de cabeza, creo que no importará. No sé si me encuentro más sorprendida por que me diga que la recuerdo a ella de más joven, o porque menciona a unos padres adoptivos que no sabía que tenía. Obvio que no tenía forma de saberlo, pero nunca he creído en las coincidencias y esta se me hace de lo más extraña. Porque puedo verme reflejada en su figura, de aquí a unos años, y espero poder sostener la barbilla del mismo modo en que ella lo hace cuando camina al lado de quiénes deberían ser nuestros iguales. — ¿De modo que no has hecho esto porque es tu obligación como jefa de escuadrón de licántropos? — bromeo, aunque no es tanto una broma cuando la sensación cálida de acogida se asienta en mi pecho. Es lo que me lleva a agachar la mirada hacia mis manos, mis dedos jugando en una especie de baile nervioso que nada tiene que ver con ello en realidad. Freno el movimiento cuando vuelvo a elevar la mirada hacia ella y la curvatura de mis labios creo que explica por sí sola todo lo que quiero expresar. — Gracias, no tenías por qué hacerlo. — creo que eso ya lo sabe, personas como ella tienen preocupaciones mayores como para perder el tiempo conmigo.
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