The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Muevo un poco más de heno con la pala para que el animal tenga de qué servirse, y como nadie me está mirando hago uso de mi varita para atraer un balde de agua que lo dejo en una esquina del comportamiento cerrado donde se encuentra para que otros caballos no la molesten mientras está con su cría. El interior del establo, con sus olores, no es diferente a muchos otros del distrito nueve, es cuando salgo al exterior con una mano como visera para cubrirme del sol que puedo apreciar las vistas de las mansiones de la isla ministerial. Es una ironía de la que me reiría si pudiera encontrar algo de mi humor, de que sea el sitio en el que estoy obligado a pasar algunas horas de mis mañanas durante todo el verano. Eva reaccionó mejor de lo que creí cuando al mudarme con ella le dije que no tenía ninguna intención de quedarme, como soy mayor de edad puedo vivir por mi cuenta, me dio una palmada en el hombro y empezó a conseguirme un par de empleos para que ahorre todo lo que pueda. En agosto hablaremos de a donde mis posibilidades me permiten mudarme y qué tanto puede colaborar ella. En parte, está buscando cómo escarmentarme a partir de esto, y en parte, sé que tampoco tiene planes de vivir conmigo después de tantos años de estar por su lado.

Limpio el sudor de mi frente con el ruedo de la camiseta y me escondo dentro del establo para escapar del calor sofocante, dentro la oscuridad ayuda a que se sientan uno o dos grados menos. Falta menos de media hora para que acabe mi turno, así que camino hasta el último de los compartimientos para esconderme allí, no sea que me encarguen una tarea que me retenga aquí una hora más. Cuando estoy sentado en el suelo, con la espalda contra la pared de madera, saco mi teléfono del bolsillo trasero de mi vaquero para revisar los mensajes que recibí y como no son muchos, entro a Wizzardface para ver como mis amigos del Prince pasan sus vacaciones haciendo cualquier otra cosa, menos trabajar. Hay un par que todavía comparten cosas alusivas a los disturbios de hace unas semanas, carteles y fotografías de graffitis anónimos, hay una sensación que sigue rondando entre la gente y siento que estoy en otro mundo en este momento, demasiado ajeno a todo lo que está pasando, con mis hermanos ni siquiera volví a hablar. Se me cae el teléfono de la mano cuando escucho los pasos sobre el piso de tablones y tengo que revolver en el heno para recuperarlo. Salto de un tirón para mirar por encima de la pared, lo que alcanzo a ver es a una chica rubia que debe ser una de las hijas de los ministros y estoy a punto de volver a agachar mi cabeza para que no me vea, cuando la reconozco. —¿Meerah?—pregunto, que tal vez sea alguien muy parecida. No, es ella. —¿Qué haces aquí?— es la primera pregunta que sale de mis labios, no alcanzo a puntualizar en mi mente qué espero que me responda en concreto, si me refiero a la isla o al establo, o al simple hecho de volver a verla. Y es que tal vez quien desencaja en el escenario soy yo.
Anonymous
M. Meerah Powell
Fugitivo
El club de la isla no era uno de mis lugares favoritos para frecuentar. Era un lugar demasiado grande para la poca gente que solía ir, y casi nunca había nada divertido para hacer. Era pésima en el golf pese a los intentos de Hans de cambiar mi destreza en el deporte, y si en el tenis se tiraran las raquetas en lugar de las pelotas probablemente fuese excelente tenista. Como ese no era el caso, lo único que me quedaba por hacer en mis momentos de aburrimiento era el visitar los establos y si bien en un inicio no era algo que me gustara, ¡uf! todo había cambiado luego de conocer a Aurum. Había sido poco después de la muerte de Argie, así que mis ánimos no eran precisamente los mejores. Me la pasaba distraída y ni siquiera me había dado cuenta que estaba en la cerca que dividía los establos del resto del campo hasta que el hocico del caballo me hizo pegarme el susto de mi vida. No me había hecho nada, solamente quería olfatearme y revolver mis cabellos, pero en su momento no había notado su presencia y por poco no me voy derecho al barro. Y le hubiera gritado, a él y a su cuidador, pero bastó darme vuelta y mirarlo para cambiar de opinión. Todavía no sabía si fue su atrevimiento, su mirada, o el hermoso color dorado de su pelaje pero algo me había atraído hacia el animal, y pese a que me habían advertido de no acercarme ya que era “salvaje”, a mí nunca me lo pareció. ¡Yo me comportaba más salvaje que el caballo antes de desayunar!

Y no, no le había pedido a Hans que me lo comprase, pero si no tuviese terror a sonar como una nena caprichosa, lo hubiera pedido. Aún así tampoco importaba mucho, el caballo solo respondía al nombre con el que lo había rebautizado (¿a quién se le ocurría ponerle Buttercup a un animal tan imponente?), y no dejaba que nadie más que yo lo monte (solo si no lo obligaba a usar la silla de montar). No era sencillo subir sin hacer uso de los estribos, pero lo había conseguido y de a poco me estaba convirtiendo en una buena amazona. Incluso la hermosa yegua negra que había llegado con Aurum me dejaba acariciarla en ocasiones, aunque ella sí era más recelosa y con un carácter algo complicado.

Estar con los caballos no era un hobbie que muchos conocían que tenía, y tampoco tenía demasiada confianza con los cuidadores así que no me esperaba escuchar mi nombre cuando estaba regresando de uno de mis paseos con el palomino. - Oh, vamos. Ya he dicho por vigésima vez que Aurum no es salvaje. No me sucederá nada y si pasa no será culpa de ust… ¿Leo? - Me freno en seco cuando doy la vuelta al caballo para enfrentar a quién me ha hablado y termino haciendo una especie de doble toma porque en definitiva no me esperaba ver a uno de mis viejos amigos del Prince aquí. - Creí que eras otra persona, lo siento. ¿Me disculpo? No. Aguarda. ¿Tú qué haces aquí? Yo vivo aquí.
M. Meerah Powell
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Invitado
Invitado
Ha pasado mucho tiempo desde que escuché su voz, que al oírla me lanza de un sacudón al pasado y creo que fue ayer cuando hablamos por última vez. Trago saliva con dificultad, se forma un nudo molesto en mi garganta que tengo que hacer pasar, muevo mis labios en una mueca contraída y con esfuerzo logro que se transforme en una sonrisa falsa. —La que se ve distinta eres tú— se lo digo, es decírselo o que se me quede atorado en la garganta, no tengo derecho para el tono de reproche, no es como si ser amigos alguna vez la obligara a volver a los distritos que en nada pueden compararse a la isla donde ahora vive, así como me lo dice. —Trabajando— me cruzo de brazos de mala gana, de modo inconsciente me coloco la defensiva de lo que pueda decir. —Es la manera en que los mortales pueden entrar al paraíso— resoplo, más para mí que para ella.

Muerdo mi lengua antes de decir que lamentablemente mis padres están bien identificados y no puedo hacer nada al respecto, ni guardar la esperanza de que aparezca uno que venga a cambiar mi vida para llenarla de lujos. Pensar que la identidad de su padre era un absoluto misterio y se trataba de nada más, ni nada menos, que un ministro. Por donde se mire, se ha sacado la lotería, y como le ocurre a todos los que de un día para el otro tocan el cielo, dejó de mirar a los que estaban por debajo. —Así que el ministro Powell es tu padre— lo reafirmo, es noticia vieja, esto es lo que pasa cuando se encuentran viejos amigos, ponerse al día obliga a ir demasiado atrás. Me acerco a ella para tomar las riendas del animal que la sigue, recordando que este es mi trabajo y que en definitiva, trabajo para ella y para su familia por un verano.

Le doy la espalda cuando me llevo al caballo con la distancia que me mantenga a salvo de cabezazos imprevistos como me ha pasado y cazo al vuelo un cepillo que quedó sobre una mesa para empezar a peinar su lomo. —Me crucé una o dos veces con tu tía Eunice, al parecer ni tu madre ni tu volvieron por el distrito. Eso evita que me lo tome personal— pese a que lo digo con un tono despreocupado, el cepillazo que paso por el pelaje del caballo es al ras, se escucha como un corte en el aire. Casi me atraganto con mi saliva al querer decirle que me alegro de ver que está bien en su nuevo hogar, así que lo evito. —¿Te gusta vivir con tu padre?— pregunto, por evidente que sea la respuesta si echamos un vistazo a este lugar, lo que me sigue haciendo eco en la mente es que no tenía idea de quien era hasta no hace mucho y de pronto, paso de un mundo al otro como si fuera tan fácil como cruzar una puerta. Si yo apenas puedo imaginarme vivir con mi madre, no sé cómo puede ella aceptar que un hombre que no conocía sea quien defina ahora las reglas de su vida.
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Por unos segundos me nace el impulso de acortar la distancia que me separa de él y envolverlo en un abrazo, un impulso que muere cuando su tono se torna algo despectivo. - ¿Distinta? - Levanto una ceja al no entender a qué se refiere ya que, pese a todas las situaciones por las que he pasado este último año, no sentía que físicamente hubiese sufrido algún cambio. ¿Estaría más alta? No es que quisiera ilusionarme pero… No podía medir un metro cincuenta toda la vida ¿no? - No sabía que trabajaras aquí ¿comenzaste hace poco? - Consulto de manera tentativa. Me moría por hacer un sinfín de preguntas, pero a la vez podía identificar que no todo iba bien con él. Además, no entendía a qué se refería con eso de “mortales” o “paraíso”.

- ¿Sí? - Por alguna razón su afirmación suena a reproche, y de verdad de verdad que no sé como tomarme su actitud. ¿Le caería mal Hans? Últimamente su club de fans iba disminuyendo así que no me sorprendería que hubiese discrepancias entre Leo y las políticas que predicaba mi padre. - Ha pasado más de un año y todavía no termino de acostumbrarme. - Que era verdad, todavía me despertaba de una pesadilla dudando que lo que estaba viviendo fuese real. - Aunque desde el nacimiento de Tilly todo se hizo un poco más tangible. - Aseguro.

Que nombre a Audrey o a Eunice me desconcertó de tal manera que por unos minutos no pude hacer nada más que callar. Porque si, ahora entiendo que me está reprochando el no haber vuelto al distrito cuando tengo perfectas razones para no haberlo hecho. - Creo que estás un poco desactualizado. Debes llevar tiempo sin ver a Eunice, a menos claro que sea tu costumbre visitar el geriátrico... - Respondo mordaz, casi que filosa. Después de todo, la tía estaba tan medicada que no recordaba ni mi nombre siquiera. - Aunque no puedo justificar a Audrey, tampoco me ha visitado a mí en todo este tiempo. Será cosa de familia… - Aventuro como si esa fuese la explicación más lógica que podía encontrar. - Así que para responder a tu pregunta, sí. Me gusta vivir con Hans, al menos él se preocupa por mí. ¿Algo más de lo que quieras acusarme? - Cuestiono cruzándome de brazos y mostrándome claramente ofuscada. - Mejor dímelo ahora, porque si vamos a estar señalando, yo no vi que ninguno de ustedes me hubiese querido contactar o visitar en todo este tiempo.
M. Meerah Powell
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Invitado
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Solo es un trabajo de verano, algo así como servicio comunitario— respondo entre dientes, un poco reacio a compartir con ella información más precisa sobre lo que me trae y me retiene aquí, es lo que pasa cuando conversar regularmente con alguien se interrumpe para dar espacio a un silencio del que no se puede salir tan fácil, queda la duda de cuánto se puede decir o si siquiera le interesa a la otra persona. Aunque por mi parte me escucho haciéndole preguntas respecto a todo, fingir que me resulta indiferente volver a verla no estaría saliéndome bien. —¿Tilly?— repito. ¿Qué cosa tiene ese nombre y puede ser tan importante como para que haga que todo este lugar cobre sentido para Meerah? Es cierto, estoy desactualizado con muchas noticias por lo visto. —Tu misma lo has dicho, pasó más de un año…— es tiempo más que suficiente para que todo lo que haya quedado atrás, se cubra de polvo.

No te estoy acusando de nada— mascullo, es mi respuesta instintiva, esa que me sale al colocarme a la defensiva. Hago bien, el golpe no tarda en volver. Separo mis labios para decirle que está equivocada y me quedo boqueando como un pez, mi mano que sostiene el cepillo cae a un lado de mi cuerpo. Choco fuerte los dientes porque no me voy a deshacer en excusas fáciles, si algo hice mal, no salgo de la situación salpicando mi culpa hacia otros. No voy a marcarla con mi dedo como la única culpable de que, habiéndola considerado una amiga y aunque se vea tan igual a la chica que fue hace un año, es una persona distinta, con una vida distinta. —Podrías haber mandado un mensaje por Wizzardface— suelto, —y también podría haberlo hecho yo, lo sé. Pero habiendo silencio de tu parte no sabía con qué me podía encontrar, no podemos leer a las personas a la distancia— bufo, al menos yo prefiero poder fijarme en los ojos y los gestos de las personas para medir lo que sale de sus labios. El silencio es siempre un abismo oscuro e impreciso entre dos.

Suspiro para una tregua de paz. —Hay que fichar con los de Seguridad cada vez que se entra a esta isla, tampoco hubiera sido cosa de venir a tocar el timbre de tu casa porque anduve de paso— no, no estoy justificándome, solo remarco lo diferente que se ha puesto todo en un año. Rasco una de mis cejas como lo hago cada vez que pienso si algo vale la pena decirlo o no. —Vine a vivir una temporada con Eva— hablo de mi madre, me guardo los detalles de esa decisión. —Ella me consiguió este trabajo, es por unas semanas— le cuento, relajo un poco más mi cuerpo y vuelvo a darle pasadas al caballo con el cepillo en movimientos menos bruscos. Detengo el ir y venir de mi brazo, mis ojos puestos sobre el pelaje del animal al preguntar: —¿Qué pasó con tu madre?— no tiene que contestar si no quiere, es que se me hace extraño porque la mujer rubia era parte de todo lo que conocía de Meerah y ahora también es una de sus partes ausentes, que dieron lugar a otras que me resultan tan extrañas.
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- Victorie Mathilda, Tilly de cariño. Mi hermanita menor. - Explico. Y no me basta con eso, así que termino sacando mi teléfono del bolsillo trasero, y enseñando mi fondo de pantalla en su dirección. Es una de las fotos más bonitas que tengo con ella, recostada contra el respaldo del sillón y sosteniéndola mientras la bebé hace esa mueca que parece una risa, pero que dicen que no lo es porque los bebés no sonríen desde tan temprano. Patrañas, mi hermana era una prodigio y sonreía desde los primeros días, nadie podría convencerme de lo contrario. - Tiene poco de nacida, pero es hermosa. Así que sí, muchas cosas pasan en algo más que un año

Elevo una ceja con incredulidad cuando dice no estar acusándome, y siento como uno de mis pies repiquetea contra el suelo con impaciencia. No le creo, tanto su tono como sus palabras evidenciaban el reproche y yo no lo iba a permitir. - No sé qué es lo que esperabas encontrarte que fuera tan distinto. Sí, estuve en silencio, fue un año movido y tuve que acostumbrarme a un estilo de vida completamente nuevo. Conocer lo que es tener un padre que está presente, y con ello una nueva familia en sí misma. - Phoebe y Chuck, Lara y Mo, el nacimiento de Tilly… La muerte de Argie; Hunter, Ophelia. La mansión en la isla, la casa del cuatro… Y no empecemos lo que era vivir dentro de mi cabeza en estos días. No es que él tuviera que saberlo, pero creo que tenía muy buenas razones para no haberme mantenido en contacto. - Yo tampoco podía leerlos a distancia, pero no voy a decir que lo intenté. Fue mucho y… estuvo mal de mi parte, lo sé. No voy a poner excusas con eso, pero en ningún momento fue el cuestionar el trato que podíamos o no tener.

Habla de la seguridad de la isla, como si no hubiera estado los primeros meses viviendo con Audrey en el Capitolio en donde era más fácil dar conmigo. Pero lo dejo pasar porque al parecer el fantasma de mi madre era algo presente en esta conversación y decido que es más rápido en todo esto contestar a su pregunta. - Si te soy sincera, no lo sé. Se marchó y me dejó con mi padre. No supe nada más de ella desde entonces, y tampoco me interesa saberlo. - Tal vez si lo repetía las suficientes veces en algún momento me lo creería. Pero era más fácil enfrentar todo cuando podía culparla a ella sin cuestionarme a mí misma. No quería caer en un sin fin de por qués sin sentido.

Cambio de tema y vuelvo a la cuestión inicial, relajando mi postura y forzándome a ser la primera en dar el brazo a torcer.  - No quiero que sigamos dando vueltas al asunto. Estuvo mal de mi parte no contactarlos, tú y tu consciencia sabrán si para tí estuvo mal el no hacer lo mismo conmigo. No quiero andar señalando o dañar lo que podría seguir siendo una bonita amistad. ¿Qué dices? - Extiendo mi mano hacia adelante para que pueda estrecharla, y le regalo una sonrisa que espero sea sincera. - Vamos, quiero que me cuentes de este trabajo y el por qué viniste a vivir con Eva. Llevo mucho, mucho, mucho sin saber de tí.
M. Meerah Powell
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Invitado
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El hecho de que su fondo de pantalla tenga las mejillas de su hermanita llenando toda la pantalla, me da la impresión de que no solo se acostumbró a la vida con su padre y al parecer con la nueva familia de este, sino que también la disfruta. Pensé que siendo hija única, encontrarse con que no lo es para su padre, no la haría sonreír como lo hace y mi ceja arqueada es de sorpresa. No la comprendo del todo, se me hace chocante para mí que pienso en el pasado como si hubiera sido ayer para contrastarlo con su presente, y no, me recuerdo que han pasado meses, más de un año. Lo raro de cómo me siento es que su presencia me sigue siendo tan familiar como para que no tarde en amoldarme a ella, ceder en mi parte de culpa sobre el distanciamiento, porque si he vuelto a verla lo que quiero es poder preguntarle un montón de cosas y contarle otras.

Y por mal que esté que lo piense, no me importa que luego ella siga quedándose aquí, que yo tenga que dar por terminado el verano. Me puede la curiosidad de saber qué fue de ella, porque nadie quiere vacíos repentinos y no tan repentinos en su vida, necesitamos llenarlos y la información disponible en las redes sociales no es suficiente. No es como si por ahí pudiera decirle, como se lo digo en este momento, lo que pienso de su madre. —¿Los padres de Neopanem están en una competencia para demostrar quién puede cagarse más en sus hijos?— resoplo con fuerza, en otro momento hubiera envuelto sus hombros en un abrazo rápido, esta vez me lo pienso sobre si tocar su codo en un apretón. —Lamento lo de Audrey— lo digo de verdad. Si me quejaba de los míos, al parecer hay casos de padres aún más egoístas, si es que pueden llamarse padres al renunciar por sí mismos a ese nombre.

Bajo mis ojos a la mano que me ofrece, siento el peso del cepillo en la mía y lo cambio de lado para poder tenerla libre, así uso para atrapar sus dedos. — Digo que son tonterías que parecen importantes como para hacernos parecer unos idiotas unos minutos, pero nada que no podamos superar— decido, ponerlo en voz alta para ella y para mí es mi manera de aceptar su tregua. —Porque en verdad me alegro de volver a verte— tengo que decirlo. Me llevo el cepillo conmigo al caminar hacia una banca de madera que está apostada contra la pared de una de las casillas, van a despedirme a este paso, no es como si fuera a durar demasiado tampoco. —Vine a vivir con ella porque mi padre se enojó conmigo por unirme a las revueltas. Fui a tirar piedras a un par de ventanas así que llamó a Eva para que se hago cargo de mí— lo minimizo, por televisión habrá visto lo que realmente pasó. —Es un poco ridículo que un profesor y una agente de seguridad no sepan qué hacer con un hijo adolescente y lo usen de balón, así que trabajo para que cuando alcance la mayoría de mi edad, esté por mi cuenta— falta poco, antes de que acabe el verano. —¿Y tú? ¿Qué se siente tener una hermana luego de ser tu sola durante tanto tiempo?— lo pregunto, tengo que hacerlo, se me hace tan extraño. —No puedo creer que tu padre sea un ministro, siempre pensé que sería un artista… quiero decir, Audrey no era… no era… ella era tan estructurada, que supuse que tu padre habría sido quien te heredó eso que tienes de ser muy creativa. Tal vez un pintor, no sé…
Anonymous
M. Meerah Powell
Fugitivo
- No te lamentes. No es culpa tuya que algunos padres no sirvan para ser justamente eso… - Había personas a las que no debería permitírseles tener hijos. Hermann o Audrey definitivamente estarían en esa lista, y mi abuelo probablemente la encabeza. No sé qué es lo que ha pasado en su caso, pero por sus palabras era claro que lo entendía del mismo modo. Y no, no era un capricho adolescente en el que uno no soportaba a sus progenitores. Eran ellos los que estaban en falta en esta ocasión.

Me sonrío cuando opina de la misma manera y no tiene inconvenientes en dejar los malos entendidos o malos accionares detrás nuestro. No tenía sentido andarse con acusaciones que no llevarían a ningún lado cuando bien podíamos usar ese tiempo para ponernos al día. Así que estrecho su mano cuando me la tiende, y lo dejo ir antes de envolverlo en un abrazo que probablemente me haría parecer la niña que había dejado de ser cuando nos vimos por última vez. - ¿Estuviste en las revueltas? Suena peligroso… No te pasó nada, ¿verdad? - Tenía que admitirlo, aunque estuviese de acuerdo con el descontento general que habían iniciado las revueltas, no me parecía que era la manera correcta eso de andar exponiéndose tan abiertamente sin un propósito definido. ¿Qué es lo que querían conseguir? Me gustaría preguntárselo, pero estando donde estábamos, no estaba segura de que alguien no pudiese entrar en cualquier momento y escuchar algo que no debería ser siquiera pronunciado en esta isla. - ¿Planeas mudarte cuando cumplas diecisiete? ¿Ya sabes a dónde quieres ir? ¿Seguirás estudiando? - No podía imaginar lo que debía ser que ambos padres se portaran de esa manera con él. Audrey había sido una traidora, pero Hans se había quedado conmigo y no había tenido que enfrentarme al no saber con quien contar en mi vida.

- No lo sé. Me siento feliz con ella. Es bonito no estar sola por más de que sea una bebé que a duras penas y puede reconocer que soy alguien de confianza. - No sé por qué la gente esperaba que estuviese celosa del nacimiento de una bebé. No me sentía amenazada por su presencia, sino que todo lo contrario. Tilly era esa pequeña cosa llorona que nos unía a todos aún más como familia, y me encantaba pasar tiempo con ella. Además, era reconfortante el saber que podía calmarla y ayudarla cuando lo necesitaba.

Al final acabo por acercarme a abrazarlo, porque en el fondo seguía teniendo ese impulso infantil que me hacía acercarme a las personas a las que apreciaba y porque, bueno me había llamado “creativa”. Y sí, me gustaba cuando me describían como alguien talentoso ya que le hacía bien a mi ego. Pero que me calificaran de creativa se sentía aún mejor, era una apelación directa a mi arte y se sentía todavía más sincero que otro tipo de calificativos que pudiesen darme. - Lo siento, impulso. - Me justifico cuando lo suelto. -  Pero gracias, supongo que será cosa mía y no heredada esto del arte, pero se siente lindo que lo tengan en cuenta. -

Doy unos pasos tentativos hacia atrás, y vuelvo mi mirada hacia el palomino que hace rato estaba montando. Yo había tenido varios cambios en mi vida, era cierto. Pero por lo que dice, él también. - Y tú Löwenthal, ¿qué tal te parece la vida por estas zonas? ¿sigues viendo a tus hermanos? No recuerdo si seguían viviendo contigo cuando me fuí, o no. - Nunca había querido meterme demasiado en los problemas familiares de los demás, pero algo creía recordar.
M. Meerah Powell
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No será culpa mía que algunos padres sean así, tampoco culpa de ella, entonces ¿Por qué somos los que tenemos que lidiar con las consecuencias de adultos que tuvieran la edad que tuvieran y por profesionales que digan ser, como padres son unos niños? Escapa de nosotros, así que dejo correr ese tema. Me centro en su curiosidad por las revueltas que a mí me saca un suspiro. —Estuve un rato, aprendí un par de coros, hubo empujones un poco violentos, la gente incluso se peleaba entre sí como si olvidaran que estaban ahí para enfrentarse a algo más. Fui con mis hermanos y desaparecieron en algún momento, cuando se hizo de noche y se pusieron violentos con los incendios en las esquinas, me volví a casa con un ojo morado de alguien que me clavó su codo sin querer…— me encojo de hombros, nada demasiado heroico, porque no lo fue.

¿Conoces la teoría de las masas?— le pregunto, —Es muy simple, un partido de quidditch basta para explicar. Imagina que alguien te lleva a un partido en vivo, a las tribunas, este partido es la final culminante de un torneo. ¿Lo puedes ver? Bien, ni siquiera eres fanática de ese equipo. Pero cuando estás entre el montón de gente que corea, llora y grita, surge un efecto de ola… eres parte de la masa y te mueves con ella. Entonces si lloran, lloras con ellos. Si se enojan, te enojas con ellos. Porque el sentimiento está palpable en el aire…— se lo explico, por sencillo que suene, desarrollar esta teoría para algunos académicos llevó tiempo. Maldición, soy tan hijo de profesor que me detesto por ello, trato de que no se note tanto como cuando era un niño y a veces fracaso. —¿Sabes por qué hay gente que busca o sigue a la masa? Porque da identidad a los nadies, dejas de ser tú y encuentras tu identidad en algo más grande que tu… suena loco, pero es lo que mueve a mucha gente…— uso el cepillo para moverlo en el aire mientras voy gesticulando con mis manos.

No lo sé— contesto a su pregunta, —tampoco lo sé— sigo con la siguiente, —y la tercera todavía menos. ¿Tú qué opinas? Si vas a darme la charla de que tengo que terminar la escuela, quiero escuchar una muy buena razón que me convenza— le sonrío, porque el sentido común por si solo ya se encarga de decirme qué debo hacerlo, el problema es que hasta el sentido común me lo cuestiono a veces. Me extraña lo de su hermana así que le doy mi opinión sobre eso. —Tenía entendido que las relaciones que formas con otras personas no tienen mucho que ver con la conciencia, es como algo que te late debajo de la piel… con los bebés en especial, ¿no es que ellos primero asimilan quienes son las personas de su entorno y se entregan a estas, faltándole años para entender siquiera qué es la confianza?

Estoy cayendo en un extraño humor reflexivo del que trato de espabilarme con una sacudida de mis mechones con los dedos, para sacarme del estado en sí, el desconcierto por su abrazo basta. Es Meerah después de todo, así que la rodeo brevemente en respuesta. —¿Pasó algo?— pregunto, por si las dudas sus pensamientos colisionaron en un paréntesis incomprensible para mí. Ah, un impulso. —Sé un poco sobre eso. Y creo que es grandioso que sea algo tuyo, que no lo hayas heredado de nada, ¿no? Te pertenece en exclusividad, nadie vendrá a cobrarte derechos de propiedad sobre tu talento…— le doy una palmadita suave en la espalda. —Porque los padres, lamentablemente, son capaces de hacerlo…— y vivir así, en ese estado de deuda permanente, es molesto. —Ahora, por cierto, mi apellido es Schmidt. Me enojé lo suficiente con pa… Viktor, como para quitarme su apellido. No pienso recuperarlo. Mis hermanos están por su cuenta desde poco antes que comenzaran estos disturbios, al parecer…— me detengo abruptamente antes de continuar, soy un imbécil. Pienso en cómo decirlo con cuidado, sin revelar demasiado, no por ella, sino por el lugar en el que nos encontramos. —Al parecer hay grupos de gente disconforme, ¿sabes? Aunque cuando estás aquí, es fácil olvidar que eso está pasando afuera. ¿Tú también lo sientes así? — se lo pregunto de buena manera, no estoy acusándole de nada.
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M. Meerah Powell
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Escucho atenta su explicación, pero la comparación que viene a mi mente con sus palabras es tan ridícula, que no sé qué imágen tener de los rebeldes; o bueno, de sus seguidores al menos. - No quiero faltar el respeto, de verdad que no pero… ¿Sabes que lo que dices suena demasiado a un recital? - O bueno, como él lo explica luego, a un partido de quidditch. - Es divertido, porque había visualizado los clásicos de tercero, del Royal versus el Prince, pero no había podido entender bien la comparación hasta que no dijiste esto de la teoría de las masas. Suena interesante eso del pensamiento colectivo para dar identidad a los que creen no tenerla pero… ¿Eso no causa el efecto contrario? Me refiero a que, si todos siguen ciegamente la misma ideología, en lugar de volverse alguien son solo copias repetidas que se encargan de seguir al montón. - No lo quería insultar o decirle vacío, pero el Leo que yo recordaba tenía algo que siempre lo hizo ser él mismo, sin la necesidad de tener que seguir a quien sea a una revuelta en la que ni siquiera creía.

- Si esperas que te convenza de que el estudio lo es todo y que tienes que seguir por ese camino a toda costa, busca en otro lado. Yo no opino de esa forma. Cada uno tiene que encontrar eso que lo motiva, y las especializaciones al iniciar tercer curso no siempre son las adecuadas. Faltan oficios, creatividad, alma en sí misma. - Que en mi caso no me afectaba del todo porque sabía que quería seguir por leyes; pero si ese no fuera el caso estaba segura de que ninguna especialidad me definiría. Tampoco era el fin del mundo, pero no creía que el estudio fuese la única solución. - Por algo tercer curso es optativo. Haz lo que quieras, yo no voy a juzgarte ni a tratar de convencerte de lo contrario.

Al menos parece tener bien en claro lo de las relaciones si no lo de su futuro, y eso me saca una sonrisa porque lo que dice me llega. No lo había visto de esa forma, pero me hace sentir aún más orgullo por mi pequeña hermana. - Pues ya me tocará luego estar a la altura de esa persona que Tilly imagine. Es una bonita forma de ver las cosas, el poder confiar sin saber siquiera que es la confianza.

Me hace reír cuando luego habla de que vengan a cobrarme derechos por mi talento, y recuerdo todas las peleas internas conmigo misma cuando uno de mis diseños se parecía demasiado a algo que ya conocía. Sobre mi talento no podrían decir nada, sobre mi obra… Ya era otra cosa. - Sabes, te queda bien el Schmidt. En definitiva será más sencillo de leer… Pero créeme, ni siquiera aquí adentro se puede olvidar todo lo de afuera. No… No lo sé. Pero se siente como una especie de inquietud constante. Incluso aunque no la quieras ver, está. Disturbios so no…
M. Meerah Powell
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Se trata de eso— concuerdo con ella, — cuando no sabes quién eres, necesitas pertenecer a algo que al menos te de una camiseta con un nombre que colocarte— la miro largamente y suspiro, puede que en un año hayan pasado demasiadas cosas, no solo por fuera, sino también en nosotros mismos. Meerah siempre tuvo muy claro quién era o qué quería, daba esa impresión al menos. ¿Yo? Es posible que antes no se notara tanto, recién a esta edad en que se quiebra todo para meterme de lleno en la crisis de tratar de descubrir quién soy y qué haré con mi vida si mis padres me sueltan la mano, y eso, el que te suelten la mano obliga a definirte, lo malo es que antes de definirte surgen mil dudas. —No tener una identidad es como andar desnudo y se agradece cualquier camiseta, a menos que…— le muestro una sonrisa de lado, — sean de las que saben confeccionar su propia ropa— es un guiño hacia ella, pésimo.

Suena tan convencida de cada cosa que dice que termino por convencerme yo también, y no, nada tiene que ver con que sigo multitudes y eso me parece fácilmente influenciable, que si lo soy, claramente Meerah es de las que se ubican en el extremo. En el que se colocan todas las personas con la fuerza para impulsar a otros. Meneo mi cabeza disimulando una sonrisa, que no me estoy tomando a broma, solo pienso en lo increíble que es lo familiar que me resulta su voz y su tono, devolviéndome a la amiga que conocí para darme el llamado a la realidad que necesitaba. Diciéndome que puedo hacer lo que quiera, después de decírmelo todo. —Sea tu hermana menor o cualquier persona…— le digo cuando hablamos de la bebé, que no queda claro quien mira a quien como si fuera lo más genial el mundo, —haces que una persona que no sabe de confianza pueda confiar, está en ti— se lo marco, porque hay cosas que aun cargándola a todos lados, no somos capaces de verlas y hace falta que alguien más lo señale. —Y en este mundo loco— creo que este es mi mejor conclusión posible del caos que sabemos está desarrollándose fuera, —siempre es bueno saber de un amigo que está y se puede confiar. Prometo no desaparecerme otra vez, Meerah. Cuando acabe mi trabajo aquí y vuelva al Prince, puedes seguir viéndome en Wizzardface— le sonrío, —y si necesitas hablar, de lo que sea, solo mándame un “hola”.
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