The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Año 2436, en Europa

¡No te puedes ir, Alice! ¡Hay… hay monstruos al otro lado de la frontera y te pueden matar!— exclamo, descruzo mis brazos como si fueran dos filosas espadas cortando el aire, todo mi rostro está fruncido por mi ceño enfadado y no hay duda por mi tono de voz que estoy muy molesto con ella. —¿Quieres que te maten?— pregunto, con diez años la palabra «matar» suena tan grave, tan temida, más si endurezco mi voz y la hago parecer profunda. Con las sombras negras de los pilares en ruinas en contraste con el naranja del atardecer lo hace parecer todo más peligroso, los monstruos de los que le hablo puede que se expandan como estas sombras, que sean inabarcables por nuestros pasos, y por mucho que caminemos, nos seguirían a donde fuéramos. La columna cuya base son escombros es un refugio muy precario, ha servido como el mejor escondite cuando jugábamos, y si se va, si abandona este refugio, esos monstruos podrían volverse reales, atraparla y entonces no estaré para ayudarla con mi arco a escapar. —¡No! ¡No! ¡No!— niego con mi cabeza de un lado al otro al dar vueltas en círculos y pateo una guijarro con mucha fuerza. —¡Eres una tonta! ¡Tu padre es un tonto!— estoy enfadado con ella, estoy enojadísimo con el señor Whiteley.

Vuelvo a cruzar mis brazos por delante de mi camiseta y alzo mis hombros hasta que casi tapan mis orejas al darle la espalda. —Mis padres me han dicho que no es seguro cruzar la frontera, algunos de mis primos lo hicieron y aun no vuelven. ¿Y qué harás si no puedes volver, eh? Porque…— mi voz enfurruñada cae en picada, me giro bruscamente hacia ella y no me veo enojado, sino asustado. Mis ojos se abren todo lo grandes que son. —¿Vas a volver, verdad?— pregunto, mi tono roto por el pánico que va subiendo por mi pecho y me está dejando sin aire. —¿Verdad que volverás, Ally?—. No quiero llorar, porque no me gusta llorar delante de ella, me hace ver tonto, pero me están picando los ojos y tengo que cruzar mi brazo por delante de mi cara para contener las lágrimas. Hago un ruido delator con mi nariz al sorber esas ganas de llorar que me están estrangulando la garganta, un sollozo trepa hasta mi boca y para disimularlo vuelvo a gritar, arrugo toda mi expresión para lanzarle una mirada furiosa. —¡Si te vas ya no serás mi mejor amiga! ¡Ya… nada! Diré que no te conozco y me voy a olvidar de ti. ¡Lo haré! ¡Buscaré a alguien más para cazar dragones y… y explorar… y jugar a las cartas! ¡No te necesito! ¡Estaré bien sin ti!— se lo juro, con las lágrimas gruesas ensuciando mi cara.

Todo mi cuerpo se queda duro, mi rabia contenida en los puños cerrados contra mis piernas, y noto lo calientes que son mis lágrimas al ir resbalando hasta mi mentón que sostengo en alto. No la necesito, es cierto. Puedo jugar con mis primos o con mi hermana, ellos además saben hacer magia, no como Alice. Ella es… diferente, de una manera en la que no me animo a contarle ni siquiera a mi melliza y por eso no dejo que venga conmigo cuando salgo a buscarla. Alice es mi amiga, mi mejor amiga, y si se va yo… yo estaré solo, me da pánico imaginarme en este mismo lugar merodeando solo entre las sombras. Porque no estará ella para cubrirme la espalda y matar a las bestias imaginarias que siempre veo aparecer entre las ruinas. Estaré solo para jugar a las escondidas, no puedo jugarlas si estoy solo. Me dejo caer en el suelo, derrotado, desarmando toda mi postura de enfado y vuelvo a menear mi cabeza. —No te vayas, Al. Por favor, no te vayas.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
El viento que sopla ligero desde el norte me revuelve el pelo mientras mis ojos están parados observando el horizonte, subida a unas rocas más altas de las que debería para mi edad, habiendo dejado a Colin unos metros más allá con el fin de analizar la frontera que él tanto teme. El sol escondiéndose aún llega a azotarme los ojos de forma que tengo que poner una mano a modo de visera sobre mi frente para impedir que me lloren, pues la luminosidad tiene ese efecto cuando choca contra lo claro de mi color. Escucho a Colin gritarme a las espaldas, pero me hago completamente ajena a las quejas, cómo si no fueran conmigo, mientras me permito tomar unos minutos en los que no tengo que pensar en nada más que la simpleza de este lugar. Ahora es todo lo que parece, simple, cuando estoy segura de que antes de las ruinas existía todo un reino, con sus murallas y castillos, mucho antes de la guerra, mucho antes del bombardeo en el que murió toda mi familia. Podría hundirme en ese pensamiento, en la sensación amarga que me eriza el vello de los brazos al alzarse con más fuerza la brisa cálida, pero son los gritos insistentes de mi amigo los que me alejan de mi cabeza una vez giro el cuello para alcanzar a divisar su figura.

No hay ningún monstruo al otro lado de la frontera, solo personas, como nosotros, pero malvadas. — explico, sentándome sobre el culo en el borde para alcanzar a estirar las piernas y bajarme de la roca ayudándome con mis manos. Mis extremidades son cortas, a pesar de ser alta para mi edad, de forma que tengo que ir tanteando sobre las ruinas salteando las piedras de un lado a otro hasta que los metros entre mi mejor amigo y yo se van reduciendo. — Y el señor Whiteley no es mi padre. — repito con algo de molestia, cansada de tener que hacer esa especificación cada vez que sale en conversación. Porque es la verdad, no es mi padre, por mucho que él esté esforzándose en aparentar que lo es, por cuidar de mí incluso cuando no le soporto. Que él esté conmigo significa que nadie más ha preguntado por mí, se ha quedado conmigo por pena, por no tener otra opción, esa es toda la verdad del asunto. Pero Colin no tiene la culpa, tengo que recordármelo cuando mi sombra tapa su figura en el suelo. — No voy a irme, Colin, de verdad que no me iré. — le aseguro, tendiéndole la mano para ayudarle a levantarse y que deje de gimotear.

¿A dónde iría igual? No hay más que ruinas de aquí para allá, y para allá también, y también un poco hacia allí. — voy moviendo mis brazos en todas las direcciones, señalando con el dedo en una explicación bastante obvia. — Solo hay eso, escombros, edificios viejos caídos y deshabitados, ¡más que por fantasmas! ¿Alguna vez viste un fantasma? — tiro de su camisa para que salga del refugio en el que solemos jugar, ahí donde los males no pueden acecharnos porque así es como lo hemos decidido, que será nuestro lugar secreto y seguro por y para siempre. Mi atención se la vuelve a llevar el exterior, la línea del horizonte que cubre también la frontera, de manera casi inmediata, poso mis ojos sobre la figura de mi amigo. — ¿No quieres saber lo que hay más allá? Incluso más allá de NeoPanem, donde los pájaros se esconden cuando hace frío, donde los barcos no llegan porque las olas son demasiado grandes para atravesarlas... — vuelvo la mirada, ni siquiera me importa que lo llame peligroso, que sus padres no se lo tengan permitido. Yo vengo de allí, nací en NeoPanem, y es por eso que puedo asegurar que cualquier lugar es peligroso con las personas incorrectas liderando. — No tendríamos que ser nadie allí, nadie más que nosotros, ¿no suena genial? Podrías ser el rey, y yo sería la reina, podríamos... tendríamos nuestras propias leyes, nuestro propio sello. — uno que dejar a las generaciones futuras, uno mucho mejor que el que hay ahora.
Alice D. Whiteley
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Invitado
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Pero tu padre… el señor Whiteley…— me corrijo y uso mi muñeca para limpiarme la nariz cargada de mocos por culpa del llano, —él quiere llevarte a Neopanem. ¿Y lo hará, verdad? Si él quiere ir, tendrás que acompañarlo— murmuro, me serena un poco saber que ella no tiene intención de mancharse de esta ciudad. Puede que sean solo ruinas de lo que fue alguna vez, pero es lo que conozco. Es todo lo que conozco y ella es parte de esto también. No sé qué habrá en Neopanem, el único momento de mi vida que lo pasé ahí fue mi nacimiento, no sé por qué mis primos no vuelven, lo que cuentan mis padres es poco porque dicen que todavía no puedo entenderlo y de lo que se habla es que algún día nosotros también volveremos, pero no cuando todavía haya amenazas. Si Alice se va ahora con su padre, se encontrará con todo eso, estoy tan seguro debido a que nunca me pregunté si lo que era peligroso para mí también lo era para ella. Di por hecho que así era, porque siempre hemos enfrentado juntos a todos los monstruos imaginarios.

Me sostengo de su mano un segundo como para ponerme de pie y sigo limpiando los ojos con las manos cuando trato de mirar todos los lugares que ella señala, esos escombros que conquistábamos para avanzar hacia nuevos y lejanos territorios. — Nunca he visto uno de verdad, ni espero ver. Me dan miedo, a los fantasmas no los puedes atravesar con una espada…— me avergüenza admitir delante de Al a qué cosas sí tengo miedo, he demostrado ser muy valiente cuando tuve que vencer yo solo a tres espadachines invisibles que casi nos robaron el huevo escarlata de dragón en una ocasión. Descanso mis ojos irritados por el llanto en esa línea naranja que puedo ver tan claro al salir del escondite, hay un tono naranja cayendo sobre nosotros y también sobre los rasgos de ella cuando me mira. —Claro que quiero— contesto, cuando sea grande quiero explorar que hay más allá de los pilares rotos que alguna vez sostuvieron catedrales, avanzar y descubrir lo que hay en otros lugares, otros que no sean Neopanem. Si todos mis primos van allá, ¿por qué no podemos intentar en otra dirección? No es algo que pueda sugerirle a mis padres, escuchan incluso más a Lily que a mí.

No sé si quiero ser un rey, Al— reconozco, alcanzo la primera roca que tengo cerca para subirme a esta de un salto. —No podría quedarme sentado en el trono cuando hay tantos territorios por explorar, a menos que tenga un dragón. Entonces podré volar con el dragón a cualquier parte del mundo y volver a tiempo para la cena. ¿Tendremos banquetes, verdad?— pregunto, bajo mis ojos a donde deberían estar mis zapatos, pero me los quite hace un rato porque se me hace más fácil trepar si no tengo puesta una suela que me hace deslizarme. —Si somos solo nosotros, no importa que vaya descalzo— murmuro, será un alivio no tener que ajustarme a esa etiqueta estúpida que mis padres tienen. Coloco una mano sobre mis cejas como si tratara de mirar en la distancia. —Me han dicho que hay selvas con cascadas tan altas que nunca terminas de caer. ¿Sabes lo que son las cascadas? Yo tampoco, son… montañas altas de las que sale agua de la cima y caen hacia abajo…— le cuento, —y también me han dicho que hay un desierto blanco en algún lugar, muy al sur, donde hace mucho frío. Tanto frío que no te alcanzan cinco mantas para cubrirte— mi voz se va cargando de emoción, voy olvidándome de que estuve llorando hace menos de cinco minutos, y podría seguir describiendo los lugares de los que me han hablado, a los que me gustaría llegar, pero le lanzo una mirada suspicaz antes de continuar. —¿Si yo soy el rey y tú eres la reina nos tendremos que casar? Porque soy muy joven para casarme— trato de decirlo con una seriedad un poco inapropiada para mis diez años.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Le fulmino con una mirada, una que no se prolonga demasiado a causa de que el mismo se corrige y puedo volver a observarle normal para prestar atención a lo que tiene para preguntar. Como respuesta me encojo de hombros, hago un mohín con mis labios que remarca todavía más mi expresión de duda. — Supongo que sí, tendría que acompañarlo. ¿Con quién voy a quedarme sino? No entiendo mucho de lo que hablan los mayores, pero sí he escuchado que algunos quieren regresar a NeoPanem. — en el caso de que lo hagan, ¿serán todos? ¿aparecerán allí como manada en busca de un lugar mejor que este? Me gustaría advertirles, decirles que atravesando el mar no hay mucho más de lo que hay aquí, pero eso decepcionaría mucho sus planes y de todas formas no sé si escucharían a una niña. — ¿Tú no vendrías? Si todos fueran, si decidieran que allí estaríamos mejor, ¿lo harías? — le pregunto porque yo le he contado mi versión, todo lo que conozco del país y como vivía antes de terminar aquí. Pero él no conoce otra cosa que Europa, no sabe que existen centros comerciales, con heladerías y tiendas de zapatos, a pesar de que yo tampoco he tenido la oportunidad de ir mucho porque mi familia no era necesariamente rica, solo teníamos una tienda de segunda mano, no era mucha cosa.

Claro que se puede atravesar a los fantasmas, lo único que no saldría sangre porque ya están muertos, pero claro que puedes. — repito, asintiendo afirmativamente con la cabeza como si la explicación fuese tan evidente que ni siquiera entiendo como es que se lo he tenido que aclarar. — Yo tampoco vi a uno nunca, quizás es que solo salen de noche. — para mí tiene todo el sentido del mundo, porque es precisamente cuando no tenemos permitido salir del perímetro donde nos alojamos, segura de que es en ese entonces cuando los fantasmas aprovechan para dar sus paseos y charlar entre ellos sobre los acontecimientos del día. Le miro desde abajo cuando al subirse a una roca pasa a estar a una altura superior a la mía, repasándome un mechón de pelo hacia atrás para pasar a sujetarlo detrás de mi oreja. — ¿Y por qué un rey no puede explorar? Si yo fuera reina es lo que haría, no habría nadie que me dijese lo que hacer o lo que no hacer, lo escogería yo misma e iría a explorar y conquistar nuevas tierras vacías si quisiera. — ¿quedarse sentado en un trono todo el día a la espera de nada? Prfff, suena tremendamente aburrido, además que le quita todo el interés a lo de portar una corona. — Todos los días, tendremos banquetes cada uno de los días de la semana, ¡con nuevos y extravagantes invitados! Esos que habremos conocido en nuestras expediciones y que vendrán de otros reinos, unos en los que no conocerán de las fuentes de chocolate, ¡o de los bollos de azúcar! — de repente, todo lo que nos rodea no parece tan malo cuando la imaginación toma el papel principal en nuestra tarde.

Me río porque lo primero que se le venga a la cabeza es que pueda ir descalzo, pasando a observar sus pies descubiertos que irónicamente me quedan más a la altura que sus ojos, pero desisto en el intento de pedirle que se calce porque ya lo he hecho un montón de veces y da igual cuanto lo diga que seguirá sin ponerse zapatillas. Hasta que llegue el día en que regrese a casa con un corte en los dedos y entonces sí aprenderá que los humanos nos ponemos calzado por una razón. — Siempre había escuchado que los desiertos eran cálidos... — murmuro mientras me ayudo de una mano para subirme hacia donde está y colocarme a su lado, utilizando mi mano a modo de visera para observar allá donde está mirando él. — La verdad es que no parece que haya mucho más que agua allá fuera. — incluso cuando sé que tiene que terminar en algún momento. Por lo siguiente, le miro como si hubiera dicho lo más estúpido que he escuchado nunca, quizá por eso sacudo la cabeza con tanta efusividad. — No tendríamos que casarnos, podemos hacer nuestras propias leyes, unas donde la reina y el rey no tienen que estar casados para poder liderar, ¿qué opinas? — es una buena solución para no tener que casarnos, más que nada porque como él remarca somos demasiado jóvenes y... bueno, casarme con mi mejor amigo sería un poco extraño. Creo que me pongo roja de repente y no entiendo la razón, solo atino a mover la cabeza hacia el sol para tener una excusa para no mirarle.
Alice D. Whiteley
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Me lo pienso tres segundos, la respuesta sale de mis labios de forma espontánea. — Te podrías quedar con mi familia— digo, rascándome el mentón, —Lily podría compartirte su pieza— agrego, hace poco le dieron una habitación para ella sola, pero algunas noches seguimos montando campamentos que también le gustarán a Al, porque contamos cuentos de terror con la luz de un farol bajo la sábana. Sé que Lily quiere conocer a Al, no las he presentado aún porque ella es mi amiga y hay pocas cosas que sean mías sin que tenga que compartirlas con mi melliza. Si Alice se queda con nosotros puede que tengamos un par de años más sin que tengamos que separarnos, porque al final todos, siempre, vuelven a Neopanem. Suspiro por dentro, inflo las mejillas, pero el aire no sale de mi boca. Siento un peso sobre mi pecho siempre que pienso en Neopanem. —Si va mi familia, supongo que tendría que ir con ellos. Pero…— vacilo, me agacho para recoger un guijarro del suelo y arrojarlo lo más lejos que me permite la fuerza de mi brazo, —cada vez que ellos dicen que algún día volveremos a casa, no lo siento así. Esta es mi casa— musito, extiendo mis brazos todo lo largos que son para abarcar este paisaje de ruinas que el atardecer hace ver aún más sombrío, apenas con un tono naranja que lo suaviza. —No iría a Neopanem para quedarme allí, no cuando hay tanto por ver— y entrecierro los ojos para afinar mi mirada, tratar de ver las figuras de ciudades, cascadas y desiertos que están más allá del horizonte.

Si atraviesas a un fantasma, seguro se ríen de ti. No les hace daño y ellos pueden seguir asustándote— meneo mi cabeza, me eriza los pelos de la nuca al pensar que podrían estar entre las ruinas de estos edificios que alguna vez fueron altos e imponentes, esperando que la noche se cierre alrededor de nosotros, matando hasta el último rayo de sol, y entonces aparecer para perturbarnos. Pero no quiero irme aún a casa por más que empiece a sentir mido, porque cada vez más adultos hablan de volver a Neopanem y no sé si hoy o mañana, el señor Whiteley podría solo llevarse a Alice. No tendré manera de saber a dónde fueron si un día desaparecen. Quiero quedarme un rato más con ella, que las horas se conviertan en años, que crezcamos rápido y nos convirtamos también en adultos, así no habrá nadie que nos diga a donde ir. Podríamos salir a explorar por nuestra cuenta, ser reyes si eso es lo que ella quiere. —Los reyes deben quedarse sentados por horas en su sala del trono para leer las cartas que les envían sus súbditos y escuchar sus pedidos si vienen a verlos, tienen muchas responsabilidades que les obliga a estar en su castillo. Y mí no me gusta el papeleo— arrugo mi nariz al decirlo, —ni siquiera me gusta sentarme horas a hacer los deberes, como Lily y Annie terminan más rápido, les copio a ellas—. Por supuesto, en nuestra familia se encargan de enseñarnos todo lo que debemos saber sobre lo básico y también sobre magia, a mí se me da mejor aprender a pelear con Riorden. —Si fuera rey, claro, trataría de cumplir, por más que me aburra.

Los banquetes suenan de maravilla, no hay muchas cosas deliciosas que podamos comer porque nos abastecemos de lo necesario, y solo de vez en cuando se nos permite de un poco de chocolate. ¡Es una locura! Si tuviéramos fuentes de chocolate, pediría que coloquen una al lado del trono, entonces si me pasaría horas allí. Pero sigue sin convencerme algo de todo ello, y no es la duda de si deberíamos casarnos porque tengo entendido que todos los reyes y reinas están casados si gobiernan juntos, sino algo más. Rasco mi nuca tratando de ver qué es lo que no me cuadra. —Tú puedes encargarte de las leyes,— decirlo me hace chasquear los dedos en un gesto de triunfo. —¡Ya sé! Tú te encargarás de gobernar y dictar leyes, puedes ser la reina, no, ¡emperadora! Porque los emperadores viajan a nuevas tierras y las conquistas. Yo seré el comandante de tus ejércitos— decido, con una mano en cada lado de mi cadera para verme un poco más alto y más grande. —Me encargaré de tus leyes se cumplan en todas partes, lucharé contra los monstruos que quieran invadir tu reino y algún día, moriré como un héroe—, me volteo hacia ella para mirarla con una sonrisa ancha en toda mi cara y frunzo un poco mi entrecejo al verla. —Al, creo que te quemaste con el sol, estás toda roja. Eso es por culpa de que eres tan blanca— apunto.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Imaginarme cómo sería vivir con los Weynart no se me hace muy difícil, a pesar de que son una familia extensa y no entiendo la mayoría de sus relaciones, pero se me hacen simpáticos lo poco que he conversado con ellos. Lo cierto es que Colin es el miembro de esa familia con el que mayor confianza tengo, quizá por tener la misma edad, quizá porque fue de los primeros en acercarse cuando todo mi mundo se vino abajo. — Supongo que podría… — acepto. Lily parece una niña agradable, así que no creo que tuviera problema en compartir habitación con ella. — ¿Eso me haría tu hermana? — es una duda que se me viene de repente a la cabeza, que no puedo contener y me encuentro observándole a la espera de una respuesta. No obstante, me despisto en medio de la conversación por lo que dice a continuación y no puedo evitar fruncir las cejas por el desconcierto que me producen sus palabras. — ¿Cómo puede ser esta tu casa? No hay… bueno, no es que haya mucho a lo que llamar hogar, lo siento. — es así como lo siento, desde que llegué no he visto más que ruinas, edificios viejos en los que nos alojamos, pero todos tienen aspecto de no poder mantenerse en pie por mucho más tiempo. — Mi padre solía decir que casa es dónde esté tu familia, es igual el lugar en el que se esté, o al que se vaya, mientras que se permanezca juntos, es todo lo que importa. — murmuro, a pesar de que es ahora que me pregunto si solo fue una excusa que decirme para dejar de poner pegas sobre no querer marcharme de NeoPanem.

Hago rebotar mis labios en un resoplido exagerado cuando habla del papel tan aburrido que tienen sus reyes, cuando los que aparecen en mis historias tienen una carga mucho más importante que la de firmar cartas o atender pedidos. — ¿Qué es lo que os enseñan a ti y a tu hermana en la escuela? — que no es exactamente la escuela porque no hay muchos niños aquí, pero creo que pilla el concepto y con eso incluyo también a la morena, Annie. La curiosidad me ha picado lo suficiente estos meses como para darme cuenta de lo que son y lo que no soy yo. Allen lo sabe, no creo haberlo formulado con palabras en ningún momento, ni él tampoco ha aclarado como funcionan aquí las cosas. Tampoco pienso que funcionen de ninguna manera en específica, tan solo… lo hacen. Tienen una forma de vivir muy distinta a la que solía conocer en el país donde nací, allí no había mucha libertad de expresión y la mayoría del tiempo tenía que cuidarme las palabras para no decir algo incorrecto delante de las personas equivocadas, por no mencionar los juegos. Creo que ahora empiezo a entender un poco más la razón por la que Colin desea quedarse aquí, junto con el resto de su familia. Puede que no sean más que ruinas lo que conoce, pero es mucho mejor que un lugar donde obligan a niños a matarse entre sí.

Pateo una de las piedras más pequeñas que me encuentro por el camino, avanzo pegando saltos a su lado, como si estuviera atravesando el foso de un castillo donde hay cocodrilos y que de tropezar podrían llegar a morderme las piernas. — Pero… de ser emperatriz yo también querría acompañarte en tus aventuras. Me dejarías, ¿verdad? Gobernaré sobre nuestros ciudadanos, seremos los emperadores más queridos de la historia porque en nuestro reino no habrá injusticias. — afirmo, lo acompaño con un movimiento afirmativo de mi cabeza, como para dejar constancia de que así será y nada hará que cambie de idea. — Podremos construir nuestro propio palacio, ¡mira! ¿Ves esa columna de allí? — señalo la que está hecha trizas, donde una de las paredes ya no existe y se pueden ver algunos peldaños de las escaleras que escalan hacia arriba. Sin pensármelo, corro entre los escombros para subirme a los pocos escalones que quedan en pie. — Tendremos una torre, una tan alta que llegará hasta las nubes, y desde allí podremos controlar a todos los enemigos que quieran hacernos daños. — me bajo de un salto, doy una vuelta sobre mí misma para comprobar con qué otra cosa puedo imaginar. No me es muy difícil hacerlo cuando las vistas desde este lugar son tan bonitas. — Quizá…. Podríamos tener el castillo sobre una cascada, como esas de las que hablas. Desde allí nadie podría tocarnos. — ¿y no es eso lo que quiere todo el mundo? ¿seguridad? Ni siquiera me importa que haya notado lo roja que estoy, me llevo las manos a las mejillas como si pudiera comprobar qué tan quemada estoy, cuando estoy más que segura de que el color rojizo ya se ha evaporado de mi rostro.
Alice D. Whiteley
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Toda mi cara se arruga al fruncir mi entrecejo por la pregunta que me plantea, a la que no sé qué contestar y me quedo con la boca apretada en un mohín. ¿Alice podría ser adoptada por mis padres? ¿Harían que también llevara el apellido Weynart? —No lo sé, supongo que sí— dudo, hay algo en el hecho de que sea mi hermana que no me cuadro, que se siente incorrecto y me callo para mí esos comentarios que se hacen en casa de mis padres sobre las personas que no tienen magia, si llevara a Alice conmigo estoy seguro de que la aceptarían, pero no sé… no sé si la harían parte de la familia. Es una preocupación que me surge, no le hago caso así que no retiro mi propuesta. Ella puede quedarse aquí, si quiere, puedo compartir mi casa y este reino con ella. Y no, no es tan bonito como los adultos suelen contar que eran otras partes del mundo, las que algún día podríamos recorrer si esperamos a una edad en la que podamos cruzar juntos la frontera, pero este es el hogar que conozco. Escucho lo que me dice sobre que donde sea que esté tu familia es tu hogar, y esas palabras se me quedan grabadas a fuego en algún lugar de memoria, a las que volvería en más de una ocasión sin recordar que fue ella quien me las dijo. En ese momento las escucho, las dejo correr con el viento y echo una mirada de aprecio a las columnas destruidas que nos rodean, no sé después, ahora mismo este lugar tiene todo lo que es importante para mí, no me veo abandonándolo.

Nos enseñan a escribir, a leer, a contar…— contesto seriamente a su pregunta, porque suelo tener la duda de si todos aprendemos lo mismo, puesto que algunos recibimos educación en nuestras casas y me explicaron que no todos los refugiados en este país saben hacer magia, así que esas clases ellos seguro no las tienen. Ni me animo a hablarle de estas a Alice, es solo… algo que queda por fuera de nosotros, no es algo que sea importante en realidad. Somos amigos porque somos los más valientes de toda Europa, conquistaremos tierras y dragones, ganaré muchas medallas en batalla y ella podrá llevar una corona o un casco de guerra si quiere. —Si te dijera que te quedaras en el castillo, no creo que lo hicieras tampoco. Me seguirías montada en tu propio hipogrifo— contesto en un tono que deja saber que no lo veo posible de otra manera, si bien soy yo quien la sigue a través del camino de piedras que va saltando, pisando cada una con la punta de pie y luego impulsándome hacia la siguiente. —Si nos quieren, ¿nos llevarán pasteles?— pregunto, me veo luchando contra todos esos monstruos que quieran venir a nuestro reino a hacer daño al pueblo, jamás lo permitiría. No habrá bandidos, ni tampoco asesinos. Nos encargaremos con Alice de que todas las personas puedan vivir en paz.

Levanto mi cabeza para mirar el punto que ella me señala, ¿qué tan alto podemos llegar? —Será una torre tan, tan alta, de una fortaleza hecha de piedras. Yo me colocaré en el balcón de la torre y desde allí con mi arco detendré a todos los enemigos que quieran venir desde el mar— me lo imagino así, desde allí podré asegurarme que todo lo que hayamos conquistado juntos, nadie pueda arrebatárnoslo. Voy trepando un escalón tras otro, subiendo tan prisa como nuestra facilidad para fantasear con un futuro de aventuras y gloria, como todos los grandes reyes de la historia tienen. Casi me tropiezo en un momento, me golpeo la rodilla y de todos modos sigo subiendo. —Si el castillo está sobre una cascada podríamos tener un puente de piedra y debajo algunas naves de vela para navegar sin llegar al borde del risco, podríamos navegar cuando atardezca. ¿Lo puedes ver? Sería toda una cascada teñida de naranja y el agua al caer parecería fuego. También podríamos tener aeroplanos, ¡aviones o globos! Y así la gente podría sobrevolar la cascada hasta abajo— uso mis manos para ir ilustrando cada movimiento y me paro a su lado, guardo silencio por un minuto, cuando vuelvo a hablar lo hago de frente a ella y con el dedo meñique de mi mano izquierda extendido hacia ella. —¿Lo juramos?— pregunto, entrelazando su dedo con el mío. —Juro solemnemente que lucharé todas las batallas al lado de mi mejor amiga, Alice. Juro que conquistaré tierras y gobernaré con ella, para ser reyes buenos, justos y valientes. Juro que la protegeré con mis armas y todo lo que construyamos— concluyo, es todo lo que creo que hace falta decir en una promesa, cuando me encuentro con sus ojos es que decido agregar algo más. —Y juro que si nos separamos, la buscaré y cumpliré este juramento.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
No digo nada a la idea de convertirme en su hermana, probablemente ni siquiera haga falta porque no creo que vaya a pasar mucho más tiempo aquí. No se lo he dicho a Colin, pero no quiero tener que quedarme con Allen más de lo necesario. Me salvó la vida, sí, me dio comida y me curó las heridas cuando me encontró bajo los escombros del bombardeo. Pero ha dado por perdida a mi familia, incluso cuando yo le insistí en que buscara, porque estoy segura de que no han mirado bien, de que todavía están allá fuera, preguntándose dónde estará su hija menor. Claro que mis quejas hubieran tenido más sentido hace unos meses, cuando todavía había alguna esperanza de que aparecieran y no ahora, que lo único que queda de ellos es mi llanto por las noches cuando creo que nadie me escucha. No lo menciono, no voy a hacerme la niña llorona delante de mi mejor amigo, así que en su lugar, cuestiono lo que me dice. — ¿No os enseñan magia? — pregunto, al principio con cautela, que ni siquiera le miro, hasta que es la propia curiosidad la que me permite girar el cuello en su dirección. No tenemos por qué hablar de ello, creo que él mismo sabe que soy diferente de él, de lo que es su familia, pero no por eso debemos dejar de ser amigos, ¿no? Se supone que este lugar es distinto también, mis padres quisieron llegar aquí porque no hablaban de las injusticias que llenan NeoPanem. Además, Colin lo ha dicho antes que yo, aquí podemos ser quienes queramos ser, incluso cuando solo se trata de un juego de niños sobre unas ruinas que se mantienen solas.

¿Qué es un hipogrifo? — digo entre risas mientras me bajo de la gran roca, bastante divertida ante su propuesta a pesar de no conocer el término. — ¿No tenéis caballos normales aquí? — bromeo, no durante mucho porque en verdad me interesa sobre las criaturas de las que habla como si fueran de lo más común, cuando en mi cabeza solo tienen lugar en historias infantiles y cuentos donde el príncipe rescata a la princesa. Aun estoy divisando el horizonte, el sol escondiéndose entre las nubes del atardecer, cuando mi visión es interrumpida por la cabeza de Colin y la falta de iluminación deja que mis ojos no tenga que forzarse para verle. Miro sus orbes un segundo antes de fijarme en el dedo que me tiende. — Jura también que no importa lo que el resto del mundo diga, que seguiremos siendo nosotros incluso cuando los mayores nos impongan ser algo que no somos. — proclamo, así como él hace sus aportaciones con las que estoy completamente de acuerdo. La sonrisa que le demuestro cuando entrelazo mi dedo meñique con el suyo recalca esa afirmación. — Seremos amigos por todos los siempres de los siempres, ¿de acuerdo? — porque esa frase no tiene nada de sentido si rechaza la oferta, junto todavía más nuestros meñiques antes de que le dé tiempo a negar mi petición.
Alice D. Whiteley
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Pateo una piedrita con mi pie descalzo y la miro caer rodando cuesta abajo. —Algo— es la respuesta esquiva que le doy sobre si aprendemos magia en casa, mis ojos puestos en los dedos sucios de mi pie. —No me sale tan bien como a Lily, me cuesta un poco más que las matemáticas y a veces rompo cosas sin querer— más seguido de lo que me gustaría admitir delante de mi amiga, porque es cuando mis padres se ponen a comparar y desean que hubiera sido un poco más como mi melliza, pero ella ni siquiera puede agarrar un balón con las manos, que la tonta tiene miedo y chilla si se lo lanzo con fuerza. Ni tampoco sabe subir por columnas rotas, se resbala o dice cansarse muy fácil para que nos detengamos. Hay cosas que yo puedo hacer que ella no, pero no lo valoran, me dejan sin postre algunas veces. Así que si tenemos súbditos que me regalarán pasteles si están a gusto de que los defienda de dragones y quimeras, se lo podré presumir a Lily. —¿¿No sabes lo que es un hipogrifo?? ¿¿O una quimera?? ¿¿O una esfinge?? ¡¿Qué te enseñan a ti en la escuela, Al?! No hay caso, te tendré que llevar conmigo a mis expediciones para que veas todas las criaturas mágicas que hay— decido, y resoplo por la nariz por su sugerencia, —¿Caballos normales? ¿Sin alas?— lo que escucha en mi voz raya en la incredulidad, como si lo atípico fueran ese tipo de animales y no los otros.

Hay muchas cosas que a Al le quedan por ver, nunca lo he pensado como diferencias entre nosotros, es solo un mundo distinto que podría enseñarle y me gusta dibujar así que la próxima vez que nos veamos puedo traerle el dibujo de un hipogrifo, también de cómo veo que podría ser nuestro castillo, pintaré todo el agua que cae del risco con un crayón naranja. Alzo mi cara al cielo parpadeando un poco por lo deslumbrantes que suelen ser los últimos rayos del sol antes de fundirse en el negro, sí, creo que ese es el naranja que tengo. Y sobre esta roca que es la primera roca de nuestro castillo, entrelazo su dedo con el mío para hacer el juramento. —Juro que si eso sucede, te recordaré este juramento y si soy yo quien lo olvida, puedes golpearme para que lo recuerde— asiento con mi mentón, así queda como una condición más en la que le cedo el honor. Sacudo nuestros dedos para dar por terminada la ceremonia y le sonrío muy amplio, tanto que se me marca ese pozo molesto en la mejilla. —¡Claro! Serás mi mejor amiga toda la vida, Al— prometo, ¿acaso puede ser de otra forma? Apenas si puedo ver sus ojos, su cara se va ensombreciendo por la oscuridad que va cayendo sobre las ruinas. —¿Quieres que te acompañe a casa?— propongo, y en vez de soltar el agarre de nuestros dedos, lo cambio para tomarla de la mano así podemos descender con la ayuda del otro.
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Consejo 9 ¾
A mi también me cuestan las matemáticas. — reconozco, no sé si para que no se sienta tan mal consigo mismo como creo que está haciendo, o porque realmente considero que se me dan mal. Veamos… hace mucho tiempo que no voy a la escuela, pero si tengo que basarme en mis propias experiencias con la asignatura, diría que los números no son muy bienvenidos en mi cabeza. Prefiero otras, como… no es exactamente una asignatura del colegio, pero siempre me ha gustado leer, pese a que en casa no teníamos mucha opción a libros nuevos, siempre quedaba la excusa de la biblioteca. No se lo digo a Colin, porque creo que en este lugar los cuentos van por boca, las historias se las cuentan de una persona a otra, pero casi estoy por decirle que yo también he roto cosas sin querer, pero creo que lo mío va más en dirección a lo patosa que era cuando era más niña y lo suyo tirando más hacia la vereda que incluye la magia. Me hago la sorprendida cuando él mismo se sorprende de que no conozca esos animales, cuando en mi cabeza no sé si se podrían señalar siquiera de esa manera. — ¡No lo sé! ¿Qué es lo que se supone que me tendrían que enseñar? ¡Yo conozco los anfibios, los mamíferos, reptiles…! Esa clase de cosas… — explico, como si fuera lo más obvio del mundo, pero tengo que admitir que se me escapa la risa por la reacción que ha tenido. — ¿Alguna vez viste un unicornio? — me río a su costa, retándole a que me diga que sí, pero es cuando acepta a llevarme a sus expediciones y entonces creo que es mi posición la de comerme mis propias palabras porque se me antoja bastante esa oferta. — ¡De acuerdo! ¡Pero solo si yo monto primero! — que él no sabe montar a caballo para empezar. Creo… Quizás aquí monten hipogrifos.

Creo que jamás he hecho una promesa tan importante como esta, ni siquiera con mis amigas de la escuela a quienes no veo desde hace una eternidad y a quienes probablemente no vuelva a ver. Eso me lleva a incluso apretar con más fuerza nuestros dedos, como si de esa forma pudiera atesorar este momento, grabarlo en la piedra que nosotros mismos estamos pisando, además del atardecer, que se llevará con él la promesa que hemos hecho, y cada día el sol se esconderá por el oeste, recordándonos el día en que nos prometimos ser amigos para el final de los días, mantener este juramento no será entonces solo cosa de nosotros dos, sino que la propia estrella, la más brillante que conocemos, será la encargada de que lo cumplamos, porque será el recordatorio de todo lo que nos juramos. — Volvamos por el camino de los espíritus de los elfos. — le digo, sonriente al apretar su mano entre la mía. Él conoce el camino, por la senda que nos ha llevado a este mismo lugar, allá donde cantan elfos de historias paralelas a las nuestras. No elfos domésticos de los que me ha hablado, otros, aquellos de mis propios cuentos, esos que le he explicado a Colin antes de comprender que el bosque está lleno de ellos. No sabremos nunca si son imaginarios o no, porque mientras que podamos escucharlos, realmente no importa.
Alice D. Whiteley
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¿Qué cosa son los anfibios?— pregunto, mi nariz arrugándose por esas criaturas extrañas de las que me habla y que no he visto en ninguno de los manuales que guardan en mi familia, tan viejos que deben limpiar el polvo para leer bien las líneas escritas a tinta. ¿Será que mi amiga tiene algún tipo de bestiario desconocido en el que hay animales que mi familia no conocen? —Y claro que he visto un unicornio— me ofende su duda, —mi hermano me mostró una enciclopedia en la que todas las criaturas están dibujadas—. Es la que pienso usar para copiar una de esas imágenes y traérselas cuando nos veamos otra vez, así puede saber qué es un hipogrifo y un unicornio. De esa manera podrá ver que hay animales más geniales que sus anfibios y reptiles, puedo enseñárselos y algún día llevarlos con nosotros a ese reino que juramos gobernar con nobleza y justicia, si es así, incluso los animales podrán vivir a gusto entre las personas. —En nuestro reino, podemos hacer que a cada niño le regalen una criatura mágica y así cada persona al crecer tendrá la propia, ¿qué te parece?

Atrapo su mano con mis dedos cerrándose alrededor de su palma así la sujeto bien al comenzar a bajar, resbalándome sobre el borde y teniendo que patinar un poco para llegar al siguiente escombro sobresaliente. Me detengo para colocar una mano detrás de mi oreja, procuro escuchar la canción que cantan los elfos a los que se refiere Alice, la que nos marca el camino a través de todas estas piezas rotas de edificios destruidos y podemos imaginar que es un bosque espeso a través del cual se abre un sendero de árboles centenarios que nos ven a nosotros, como antes de nosotros han visto pasar a nuestros antepasados. Es un camino conocido y seguro, no hace falta que tengamos a mano nuestras espadas y arcos, puedo andar al lado de ella con nuestras manos unidas. —¿Crees que al señor Whiteley le moleste si te regalo un hipogrifo para que te lo lleves a casa?— consulto. —Mi hermano me dijo que me enseñará a cazar cuando sea un poco más grande y puedo conseguir un hipogrifo para traértelo, así tendrás el tuyo— digo, —y serás una reina que no tendrá que quedarse sentada en su trono— sigo con el cuento un poco más, todavía queda una línea naranja sobre el horizonte casi que extinguiéndose, cuando se funde por completo y no queda más que la oscuridad de la noche, continuo. —Mamá nos ha dicho a mi hermana y a mí que dentro de unos años también iremos a Neopanem, que es a donde debemos ir. Quieren que aprenda a pelear así puedo ir con mi hermano y mis primos, es peligroso allá y habrá que luchar— esa es la realidad fuera de nuestros juegos, sí hay una guerra a la que deberemos ir. —Espero que estés bien cuando yo no esté, te buscaré cuando termine de pelear así sabré que estás bien.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
¿Que no sabes lo que son los anfibios?¿Qué es lo que te enseñan a ti en la escuela? — que ya he dado por hecho que cosas que la mayoría de habitantes en Neopanem consideraría normal no es el caso, pero tampoco pensé que no fueran a enseñarle cosas básicas. — Los anfibios son cosas como las ranas… también las salamandras. — porque asumo que sí sabe como se ve una rana, ¿no? Por un momento, creo que no me puedo sentir más fuera de lugar en una conversación, en especial porque no era consciente de cuántas son las cosas que nos hacen diferentes. — Ósea… que lo que es ver ver un unicornio no lo has hecho, solo te lo mostró tu hermano en un libro. — que no es por quitarle méritos, ¡pero eso ni siquiera debería contar! Vamos, es como quién dice que los dragones existen, pero jamás vieron uno en su vida. Medito la idea que lanza con una cara dubitativa, mis cejas se unen en una fina linea mientras trato de imaginarme un reino en el que a cada persona le corresponda una criatura de nacimiento. — Está bien, siempre que no sea algo tan aburrido como un hámster, o una tortuga. — bufo, aunque no es que puedan considerarse criaturas mágicas y, por lo que dice él, los unicornios e hipogrifos suenan muchísimo más interesante que un animal que se dedica a comer las veinticuatro horas del día, mientras le da vueltas a una ruleta en una jaula. No, no es como si hubiera tenido un hámster alguna vez… Se llamaba Bennie. Era bastante mono, hasta que se lo comió el perro del vecino.

Me aferro a su mano, entrelazando mis delgado dedos con los suyos en lo que bajamos por la ladera, entre escombros que aun pertenecen al reino caído y que en su día fue glorioso. Nuestras cabezas tienen la suficiente imaginación como para devolverlo a esas épocas, en las que la palabra ruina ni siquiera tenía un lugar en el diccionario. Nunca nadie hubiera pensado que sus historias acabarían enterradas entre arena y polvo, el mismo que todos los días arrastro en mis zapatos y parte de mi ropa. — Depende, ¿cuánto mide un hipogrifo? Quizás si fuera uno bebé, que no creciera mucho… — apunto, porque no soy de pedirle cosas a Allen y no estoy muy segura de que la mejor idea sea aparecerme con un caballo con alas en medio del cuarto. — Las reinas no están hechas para quedarse sentadas en su trono. — digo, como si necesitara de esa afirmación repetitiva para asegurar mi futuro como heredera de un reino. — Me encantaría poder volar, ¿sabes? Como lo hacen los pájaros, ¿sabías que la primera vez que baten las alas es la misma vez que aprenden a volar? — no sé si eso es del todo cierto, creo recordarlo que alguien lo dijo en la escuela, pero tampoco voy a poner mi mano en el fuego por ello, simplemente decido que Colin me creerá con lo que le digo. — Se ven bastante libres cuando alzan el vuelo, ¿no crees? — como si fuera lo único que están predestinados a hacer.

¿No eres un poco joven para aprender a pelear todavía? — le echo un vistazo rápido de arriba a abajo, nuestras manos siguen unidas en lo que le dedico unos minutos de mi duda sobre las expectativas que tienen sus padres sobre él mismo. — Si es así, yo también lo haré. Pelearé por quiénes necesiten de una voz, cuando no la tengan o no sean capaces a usarla. — declaro, tan segura de mí misma que llego incluso a apretar su mano con un poco más de fuerza en lo que nos desviamos del bosque para llegar a un sendero algo más cercano a la civilización. — Y estaremos bien. — eso no lo digo con tanta seguridad, quizás porque llevo un tiempo caminando sobre un terreno que menos firme podría calificarse de cualquier manera.
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«Anfibio» sonaba como el nombre imponente de una criatura, y resulta ser otra forma de llamar a las ranas. Hago una mueca para mostrar mi decepción. —¡Ah! ¡Ya sé que son!— exclamo, que no soy tan bruto aunque no vaya a una escuela donde enseñen todo eso que ella supone que debemos saber. No me hizo falta ir a ninguna, aprendí a atrapar anfibios por mi cuenta y sean ranas o lagartijas, no hay nada más divertido que ver la cara de mi hermana cuando se encuentra una entre sus ropas. —¡Los unicornios son rarísimos!— me excuso por lo que percibo como una acusación de su parte de que no sé tanto como digo. —Son muy difíciles de encontrar, ¿sabes? Mucho menos los verás en una ciudad destruida, habrá que ir a los bosques, mucho más allá de los bosques…— barboteo, no son como los anfibios que te los encuentras en cada charco, para hallar un unicornio y capturarlo hay que ser un experto explorador, como mi hermano me enseñará a ser. Y si logro capturar más criaturas mágicas, podré cumplir con eso de que cada uno tenga el suyo, ¿sería grandioso, no? Cada día sería una aventura y con diez años no puedo ver más allá de vivir y relatarlo todo como si fuera una gran hazaña, en la que hámster y tortugas están excluidos. —A menos que sea una de esas tortugas que tienen una isla sobre su caparazón—  esas no estoy seguro de que existan, para comprobarlo tendré que buscarlas.  

Y por eso le sonrío a mi amiga cuando dice que las reinas no están hechas para quedarse sentadas, supongo que por eso me gusta pasar tiempo con ella, otras niñas de mi familia actúan como princesas a las que hay que traerle todo lo que piden y pedirle disculpas si me enojo con ellas por una bobería, pero ellas sí que pueden tirarme del pelo que nadie le dice nada. De por sí ya lo tengo parado en puntas que se abusan. —No, no lo sabía…— digo con un poco de vergüenza, me doy cuenta que sé mucho sobre bestias fantásticas, pero ella me hace darme cuenta que hay muchas otras cosas que no y algo tan simple como que los pájaros no aprenden a volar hasta que lo intentan. ¿Será lo mismo para los hipogrifos? Ellos tienen más peso, seguro que a la primera caen y ruedan como bolitas por ser crías aún. Levanto mis ojos hacia el cielo casi negro cuando habla de la libertad que seguramente experimentan las aves y no lo dudo, por encima de todas estas ruinas que van cerrando como muros altos nuestro camino hacia su casa, hay un mundo que ignoramos por no poder hacer lo mismo que los pájaros. —Pueden ir a donde quieran y verlo todo— murmuro, alzo nuestras manos unidas hacia arriba, pero no hay plumas extendiéndose bajo nuestros brazos. —Algún día— prometo, total que hoy es un día de prometernos todo lo que nuestra imaginación pueda alcanzar.

Más tarde cuando vuelva a casa, a nadie voy a poder contarle que hay una niña con la que voy a fundar un reino sobre un acantilado y habrá criaturas mágicas para cada niño, a nadie le va a interesar saber de andanzas de explorador por estas ruinas, para mi familia no es más que un paisaje triste que los hace extrañar terriblemente cierto lugar del que me hablan, uno que excluyo de mi imaginación. Cuando me toque sentarme a cenar con ellos hablaremos de lo real, de los primos que ya no están, de quienes se irán después, de por qué aprendemos magia y también hay otras personas que no saben hacerla, y me hablaran de injusticias en otro lugar que no son mías, que no me pertenecen, que no las entiendo. Pero tendré que actuar como si lo hiciera y tratar de ser lo que esperan de mí, porque odiaría decepcionar a Riorden o que Lily se burle de mí por ser mejor. —Papá ha dicho que hay niños de mi edad que deben pelear y aprenden a hacerlo para sobrevivir…— susurro muy bajo, y no digo algo estúpido como que ella no debería aprender, ni siquiera se me pasa por la cabeza. Me parece lo más lógico del mundo que Alice también aprenda a hacerlo. Sostengo su mano con firmeza y le sonrío a pesar de la penumbra que ensombrece nuestros rostros. —Si lo haces, pelearemos juntos— decido, y me siento aliviado, por todo, también del miedo que me asalta a veces, porque si mi mejor amiga está peleando a mi lado, todo estará bien, creo en lo que ella me dice.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Como si fuera capaz a atisbar un unicornio en caso de hacerlo, estiro largo mi cuello por encima de todo lo que puedo pese a mi tamaño. Soy pequeña aún, mis piernas no alcanzan para ver por encima de los arbustos más lejanos, probablemente nunca llegaré a hacerlo aunque crezca. Eso es algo que solo podrán hacerlo los pájaros, o gente como Colin que, por lo menos en cuentos, vuelan en escobas. — ¿Hay tortugas que tienen islas sobre su caparazón? — pregunto con extrañeza, más eso una pregunta un tanto retórica, pues no espero que responda. A veces me encantaría meterme dentro de su cabeza, para ver qué clase de invenciones tiene allá escondidas, mucho más de la imaginación que ya suelta por su lengua parlante. Lo curioso es que lo he visto con su familia y no es igual de hablador, de lejos, cuando cree que ya nos hemos separado y no le estoy mirando, es cierto que lo hago. Se comporta distinto, y, aunque me gustaría preguntarle el por qué, creo que una parte de mí prefiere no saberlo.

Asiento con la cabeza, pues así es, mi cuello también se encoge cuando tiro de mi barbilla hacia arriba para poder ver el cielo, ese que está empezando a tornarse negro. De seguro la luna ya está por aparecer… Giro mi cabeza, así compruebo que tengo razón y regreso la mirada hacia mi mejor amigo. — ¿De dónde crees que vienen las estrellas? — he oído muchas explicaciones sobre ellas, pero son todas tan confusas que me cuesta entenderlas como algo que pueda pasar realmente. Opto por esperar a su veredicto, como siempre hago cada vez que me asalta una duda que los adultos no saben responder. Y no es que no sepan en sí, es que para nosotros los niños, a veces siento que solo dicen tonterías. Es mejor escuchar lo que tiene mi amigo para decir.

Toda mi cara se frunce en una especie de confusión que reflejo con mi frente arrugada y ojos ligeramente achinados, aunque acabo comprendiendo que la pelea de la que habla y que incluye niños, no es muy diferente de la que hay al otro lado del mar, donde chicos y chicas se enfrentan a la muerte para que solo pueda sobrevivir uno. El pensamiento hace que me recorra un escalofrío por todo el cuerpo, a pesar de que me aseguro de culpar la bajada de temperatura al llegar la noche por eso. — Supongo que todos tenemos peleas distintas que luchar. — ya sean internas, o físicas, decido quedarme con lo último que dice y por eso le miro con una sonrisa de oreja a oreja. No creo que la capte por la negrura que nos rodea, segura de que ya se ha pasado el toque de queda impuesto por los más grandes, aprieto su mano con fuerza. — Claro que lo haremos. — después de todo, no vamos a poder liderar un reino si no peleamos juntos.
Alice D. Whiteley
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Hay cuentos que hablan de una gran tortuga así, es muy sabia, he visto una imagen…— contesto, me da un poco de pena tener que reconocer que todas las cosas en las que creo y que digo que son ciertas, no las he visto con mis ojos, sino en dibujos de los libros que me gustaría poder imitar. Eso cambiaría algún día, es lo que me digo. El día que seamos adultos, que las guerras de otros lugares que no conocemos acaben, y entonces podremos salir a explorar el mundo, todos esos nuevos lugares ajenos a las peleas, donde habrá selvas en vez de catedrales destruidas y desiertos de arena, no de escombros. Podremos ver todo eso algún día, puedo creerlo al estar sujeto a la mano de Alice al avanzar por un sendero cada vez más oscuro, que nunca admitiré ante ella también suele darme miedo y por eso cuando la deje en su casa, volveré corriendo a la mía.

Por hoy, nuestras miradas se alzan al cielo en el cual se distinguen las primeras estrellas que por su luz se imponen, sin necesitar de la oscuridad absoluta para mostrarse. —Vienen de aquí— le contesto, —estuvieron primero en la tierra, luego se fueron al cielo. Cuando te mueres, de tu cuerpo se desprenden un montón de puntos invisibles de luz y suben al cielo. O se muere un animal, o se marchita una planta, o se seca un río, o se destruye un bosque, o se derrumba una ciudad… todo lo que tenga vida está hecho de una energía que se vuelve luz. Y cuando vamos allá arriba— señalo con mi dedo índice el negro que se va cerrando sobre nosotros, —somos eso, estrellas— me inclino un poco hacía ella, a su oído, para confesarle algo que suena increíble. —Ellas, desde allá arriba, también nos ven como luces. Así que en este momento que nos están viendo a nosotros, lo que ven son dos luces que se mueven juntas y segura inventan un montón de historias sobre quiénes seremos— susurro, ninguna tan grandiosa como las hazañas que esperamos contestar algún día. Detengo mis pies y un guijarro sale disparado cuando lo pateo sin querer, hay una sombra caminando hacia nosotros y me oprime el pecho por un segundo, hasta que la reconozco. —Creo que el señor Whiteley te ha salido a buscar— musito bajo para mi amiga, así que no hará falta que la lleve hasta casa. Desprendo el agarre de nuestras manos y hasta lo último mis dedos se arriman a los suyos para rozarlos. —¿Nos vemos mañana?— pregunto buscando su promesa.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Mi cabeza se gira en su dirección cuando se refiere a un lugar específico, con la esperanza de que me esté señalando algún sitio en concreto, solo para caer en la cuenta de que lo que sugiere engloba a prácticamente todo el territorio. Por eso mismo, mi cabeza vuelve a extenderse hacia atrás, mis ojos ruedan por las figuras brillantes y diminutas hasta caer hacia un lado sobre las sombras de los árboles, solo para terminar parándome sobre la silueta de mi amigo. — ¿Nos convertimos en estrellas cuando morimos? — la extrañeza no solo se planta en el tono de mi voz, sino también en la expresión de mi rostro que no estoy muy segura de que pueda alcanzar a ver entre tanta negrura. — Pensaba que cuando moríamos no íbamos a ningún lado, sino que… no lo sé, nos convertíamos en parte de la tierra y del mar. — por eso de la descomposición y cosas que he aprendido en el colegio, pero supongo que esta es otra de las diferencias que nos han marcado en ambas de nuestras enseñanzas. Debo reconocer que su explicación suena mucho mejor que la de putrefacción que yo planteo.

Me pregunto sobre qué inventarán esas historias, si ellas también creerán que somos los gobernantes de un reino poderoso, uno que nosotros mismos nos hemos imaginado. Probablemente para ellas no seremos más que dos puntos de luz, como él dice, pero apuesto a que somos más brillantes de lo que lo éramos por separado. Allen aparece no muy lejos de nosotros cuando tomamos el final de la ruta que lleva hasta mi casa, su llegada inesperada me produce una mueca en los labios, que podría resumirme perfectamente en fastidio, a pesar de que no murmuro ni una sola palabra cuando me acerco, estirando el brazo para despedirme de Colin con la mano. — Sí, nos vemos. — murmuro con voz algo apagada, solo alcanzo a sonreírle muy por encima, la vuelta a la realidad siempre se me hace tediosa.
Alice D. Whiteley
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