OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Veamos, quizás ya era hora de que me independizase de mis padres, llevo un tiempo queriendo hacerlo de todas formas y, aunque no parece un buen momento para mudarse a la capital, siento que no puedo pasar un día más dentro del dormitorio por el que llevo viviendo veintitrés años. No voy a mentir, creía que toda la movida de encontrar un apartamento sería muchísimo más fácil de lo que está siendo, y supongo que en eso me tengo que culpar a mí misma porque debería haber tomado la opción fácil de que mi padre comprara un loft para mí sin la necesidad de que yo tuviera que hacer nada del papeleo. Pero volvemos a lo de siempre, que soy lo suficientemente adulta como para organizarme estas cosas por mi cuenta, por mucho que mi padre se crea que soy una niña de papá que necesita de su ayuda para todo. Sí, quizás esto también es mi forma de demostrarle que puede dejarme volar libre como el pajarito que siempre ha creído que soy.
Y ya no solo es el hecho de que el capitolio no es el lugar idóneo para vivir en estas circunstancias, sino que los precios han subido una barbaridad en los últimos meses y me encuentro con que no me puedo permitir yo sola un apartamento en el centro de la ciudad con el sueldo base de un auror que recién empieza a trabajar en las filas de perfil más bajo. Me niego a tener que llamar a mi padre al respecto, segura de que verá mi llamada y pensará que ya me quiero volver a casa, por lo que no me queda otra que aceptar y hacerme a la idea de que a partir de ahora tendré que convivir con un compañero de piso. No era lo que yo tenía pensado, desde luego, y tampoco es que haya mucha gente dispuesta a llamar al teléfono de contacto que he puesto en una página web de internet. Creo que por eso salto desesperada a coger el móvil cuando recibo una llamada de un número que no tengo guardado, pensando que este debe de ser mi día de suerte después de días con el anuncio puesto y sin aparente interés por nadie.
— Este es el salón con comedor, ya ves que comparte espacio abierto con la cocina, pero no tiene terraza, y… este es el cuarto para la colada. — explico brevemente mientras guío a mi invitado por los distintos lugares de la casa, parándome durante unos minutos para que pueda hacerse a la idea de como es la vivienda. Cuando creo que es suficiente sigo por el pasillo hasta llegar a la parte que nos interesa a ambos. — Esta es la habitación, tiene baño incluido, la mía está al fondo del pasillo y son parecidas en tamaño, aunque puedes echarle un vistazo si es que prefieres la otra. — me encojo de hombros, que yo escogí la mía por las vistas y no por otra razón en concreto, como dije, son casi idénticas. La verdad es que es un apartamento moderno y de buena calidad, creo que él mismo lo puede comprobar, no solo por el precio. — Serían unos 300 galeones al mes más los gastos de luz y agua que corren aparte, la comunidad la pago yo, pero antes de que aceptes me gustaría hacerte unas preguntas... — no soy exigente, pero requiero de ciertas medidas de convivencia si vamos a vivir juntos.
Y ya no solo es el hecho de que el capitolio no es el lugar idóneo para vivir en estas circunstancias, sino que los precios han subido una barbaridad en los últimos meses y me encuentro con que no me puedo permitir yo sola un apartamento en el centro de la ciudad con el sueldo base de un auror que recién empieza a trabajar en las filas de perfil más bajo. Me niego a tener que llamar a mi padre al respecto, segura de que verá mi llamada y pensará que ya me quiero volver a casa, por lo que no me queda otra que aceptar y hacerme a la idea de que a partir de ahora tendré que convivir con un compañero de piso. No era lo que yo tenía pensado, desde luego, y tampoco es que haya mucha gente dispuesta a llamar al teléfono de contacto que he puesto en una página web de internet. Creo que por eso salto desesperada a coger el móvil cuando recibo una llamada de un número que no tengo guardado, pensando que este debe de ser mi día de suerte después de días con el anuncio puesto y sin aparente interés por nadie.
— Este es el salón con comedor, ya ves que comparte espacio abierto con la cocina, pero no tiene terraza, y… este es el cuarto para la colada. — explico brevemente mientras guío a mi invitado por los distintos lugares de la casa, parándome durante unos minutos para que pueda hacerse a la idea de como es la vivienda. Cuando creo que es suficiente sigo por el pasillo hasta llegar a la parte que nos interesa a ambos. — Esta es la habitación, tiene baño incluido, la mía está al fondo del pasillo y son parecidas en tamaño, aunque puedes echarle un vistazo si es que prefieres la otra. — me encojo de hombros, que yo escogí la mía por las vistas y no por otra razón en concreto, como dije, son casi idénticas. La verdad es que es un apartamento moderno y de buena calidad, creo que él mismo lo puede comprobar, no solo por el precio. — Serían unos 300 galeones al mes más los gastos de luz y agua que corren aparte, la comunidad la pago yo, pero antes de que aceptes me gustaría hacerte unas preguntas... — no soy exigente, pero requiero de ciertas medidas de convivencia si vamos a vivir juntos.
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Dicen que la décimo primera vez en la vencida, espero que así sea cuando me aventuro a llamar a un nuevo anuncio que llama mi atención y tengo todas mis esperanzas puestas en que esta persona si se bañe regularmente. Desisto de querer mudarme de casas de mis padres cuando mis mejores opciones se reducen a espacios reducidos con torres de cajas de pizza ocupando casi la mitad de la habitación. Me negué a que mis padres pusieran algo de su dinero en pagarme algo que sea solo para mí y ayude a mi salario como secretario del ministerio, porque esa no es la idea de querer independizarte cuando tienes la edad para hacerlo. Por un lado disfruto mucho de saber que puedo cenar con mi familia al final de la jornada, y por el otro, me avergüenza un poco tener que decir que vivo con mi familia cuando la edad obliga a vivir por mi cuenta. Probé algo de eso al andar por el norte, pero alquilar un piso en los distritos cercanos al Capitolio exige requisitos que nadie pide en los distritos repudiados. Buscar un compañero de piso es algo que creo que podría hacer, aunque me hubiera gustado que esa persona fuera mi mejor amigo, alguna vez lo hablamos con Locki y quedo en eso, en charlas de cosas que ya nunca podremos compartir.
El apartamento que recorro con miradas de aprobación no tienen comics en el piso, ni cajas de pizza en las esquinas y ¡la ducha es grande! Echémosle la culpa a que soy de piscis, pero el baño de cualquier casa a la que vaya a mudarme será siempre lo que se robe toda mi atención. Todo lo que alcanzo a ver me tiene conforme, debe ser cierto que puedo ser un poco quisquilloso con estas cosas. No me considero un obsesivo de nada, porque no tuve problemas de dormir donde fuera cuando lo tuve que hacer, pero si voy a tener que pagar a medias un piso y convivir con alguien, me agrada que todo esté en orden. —No te preocupes por eso, ocuparé la que está libre — le resto importancia a lo del dormitorio, si ella ya definió su territorio, no quiero empezar siendo invasivo. Guardo mis manos en los bolsillos de mi vaquero y cabeceo mientras doy las respuestas básicas. —No fumo, ni me drogo. Bebo poco porque no tengo buen estómago. Tengo novia, pero soy yo quien la visita de vez en cuando. Trabajo de lunes a viernes en la oficina y suelo llegar tarde, los sábados seguramente desde casa. Y muy probablemente, si mi jefe me llama a las tres de la mañana, escucharas que salgo. ¿Qué me estoy olvidando?— musito, no diré que no tengo antecedentes criminales porque eso estaría rozando casi la mentira. Lo de la novia es perdonable, era inventarme una o decir que era gay, y paso de este último recurso. —¿Tienes alguna política anti mascotas?— pregunto, y no me detengo. —Y por cierto, creo que tu cara me suena de la escuela hace varios años. ¿Alecto, verdad? Tal vez fuimos compañeros.
El apartamento que recorro con miradas de aprobación no tienen comics en el piso, ni cajas de pizza en las esquinas y ¡la ducha es grande! Echémosle la culpa a que soy de piscis, pero el baño de cualquier casa a la que vaya a mudarme será siempre lo que se robe toda mi atención. Todo lo que alcanzo a ver me tiene conforme, debe ser cierto que puedo ser un poco quisquilloso con estas cosas. No me considero un obsesivo de nada, porque no tuve problemas de dormir donde fuera cuando lo tuve que hacer, pero si voy a tener que pagar a medias un piso y convivir con alguien, me agrada que todo esté en orden. —No te preocupes por eso, ocuparé la que está libre — le resto importancia a lo del dormitorio, si ella ya definió su territorio, no quiero empezar siendo invasivo. Guardo mis manos en los bolsillos de mi vaquero y cabeceo mientras doy las respuestas básicas. —No fumo, ni me drogo. Bebo poco porque no tengo buen estómago. Tengo novia, pero soy yo quien la visita de vez en cuando. Trabajo de lunes a viernes en la oficina y suelo llegar tarde, los sábados seguramente desde casa. Y muy probablemente, si mi jefe me llama a las tres de la mañana, escucharas que salgo. ¿Qué me estoy olvidando?— musito, no diré que no tengo antecedentes criminales porque eso estaría rozando casi la mentira. Lo de la novia es perdonable, era inventarme una o decir que era gay, y paso de este último recurso. —¿Tienes alguna política anti mascotas?— pregunto, y no me detengo. —Y por cierto, creo que tu cara me suena de la escuela hace varios años. ¿Alecto, verdad? Tal vez fuimos compañeros.
Me dejo apoyar sobre el marco de la puerta de la que va a ser su habitación, con los brazos cruzados y escrutándole con una mirada que pretende analizarle de arriba a abajo, aunque soy disimulada cuando muevo mis ojos por lo largo de su cuerpo a la par que él empieza a hablar. — Como quieras, la oferta sigue en pie hasta que termine de mover mis cosas. — me encojo de hombros, que no tengo problema en hacer unos arreglos, para que luego digan que no soy generosa. Los muebles vinieron con la casa, creo que de la última persona que ocupó el piso, según lo que me dijeron de la dueña anterior, que ni siquiera terminó de pagar las cuotas cuando decidió mudarse de lugar. Me habría sido indiferente conocer de quién se trata, pero es evidente que un nombre como el de Phoebe Powell termina por colarse en tu mente cuando piensas que nadie más ocupó este apartamento cuando ella se fue.
Me gusta que tenga las cosas claras, ni siquiera hace falta que yo comience con mi interrogatorio de preguntas que algunos detallarían como íntimas, pero parece que con este tipo, es una persona organizada. — No me importa que bebas mientras recojas tu despilfarre cuando acabes, y si pretendes organizar fiestas en casa los fines de semana, aprovecha cuando esté fuera y procura que no me entere cuando vuelva. — no soy lo suficientemente idiota como para pensar que no hará algo si le digo que no debe hacerlo, pero tampoco soy alguien que ignore los detalles cuando hay cosas cambiadas de lugar en la sala. Tengo una ligera tendencia a analizar todo lo que me rodea y capto hasta el menor de los cambios. Cuando señala que tiene novia, lo único que se me ocurre hacer es elevar las cejas. — Bien, porque las paredes de esta casa no están precisamente insonorizadas. — aclaro, que no me apetecería estar escuchando los soniditos que haga con su novia querida, esa que tanto le gusta remarcar.
Sí, entendí por la llamada telefónica que trabajaba en el ministerio, pero creo que no llegamos a concretar en qué departamento. Asumo que se trata de algo que requiere de papeleo, si es que necesita estar mucho tiempo en una oficina, así que son reducidos los puestos de trabajo que vienen a mi cabeza. No importa. — Soy alérgica a los gatos, no me desagradan los perros, pero si vas a meter uno en casa que tenga aprendido lo de hacer sus cosas en la calle y no morder zapatos. — ah, porque me encanta especificar incluso cuando no he tenido un perro en mi vida. — Creo que para empezar no está mal, pero hay algunas cosas que sí me interesa que conozcas si vamos a convivir juntos. ¿Te consideras una persona desorganizada? — comienzo, ladeando la cabeza en lo que mis párpados se entrecierran ligeramente como si con eso pudiera analizarlo con rayos x. — No me gusta el desorden y si vamos a compartir ciertos espacios no me gustaría encontrarme con los platos sucios en el fregadero cuando hay un lavavajillas en perfecto estado y con funcionalidad impecable. — vuelta con las especificaciones, pero creo que son normas de convivencia básicas que los dos podemos aceptar para hacer de esto una experiencia menos desagradable. — No me importa juntar ropa para poner lavadoras y gastar menos agua, pero será por colores y mínimo tres veces por semana. Podemos repartirnos las tareas de la casa, si te parece bien. — que, tampoco estamos como para despilfarrar energía y, lo último no es tanto que le parezca bien, sino algo que debe ser así. — Toco el violín, generalmente al final de la tarde cuando el día ya está más calmado, ¿eso sería una inconveniencia para ti? — siempre puedo comprarle unos tapones para sus oídos, porque no es algo que piense dejar solo por capricho, tan solo son un par de horas. Creo que me estoy olvidando de algunas otras cosas que quería comentarle, pero es entonces cuando salta con algo que me hace cambiar de tema al instante, analizándole aun más en sus expresiones. — Ohhhh, sí, David Meyer, ¿no es cierto? El chico callado de la esquina. — que no sé si lo era, la verdad es que le prestaba poca atención a mis compañeros de clase en su día. — Así que trabajas en oficina. — digo, con intención de que sea él quién continúe con la charla.
Me gusta que tenga las cosas claras, ni siquiera hace falta que yo comience con mi interrogatorio de preguntas que algunos detallarían como íntimas, pero parece que con este tipo, es una persona organizada. — No me importa que bebas mientras recojas tu despilfarre cuando acabes, y si pretendes organizar fiestas en casa los fines de semana, aprovecha cuando esté fuera y procura que no me entere cuando vuelva. — no soy lo suficientemente idiota como para pensar que no hará algo si le digo que no debe hacerlo, pero tampoco soy alguien que ignore los detalles cuando hay cosas cambiadas de lugar en la sala. Tengo una ligera tendencia a analizar todo lo que me rodea y capto hasta el menor de los cambios. Cuando señala que tiene novia, lo único que se me ocurre hacer es elevar las cejas. — Bien, porque las paredes de esta casa no están precisamente insonorizadas. — aclaro, que no me apetecería estar escuchando los soniditos que haga con su novia querida, esa que tanto le gusta remarcar.
Sí, entendí por la llamada telefónica que trabajaba en el ministerio, pero creo que no llegamos a concretar en qué departamento. Asumo que se trata de algo que requiere de papeleo, si es que necesita estar mucho tiempo en una oficina, así que son reducidos los puestos de trabajo que vienen a mi cabeza. No importa. — Soy alérgica a los gatos, no me desagradan los perros, pero si vas a meter uno en casa que tenga aprendido lo de hacer sus cosas en la calle y no morder zapatos. — ah, porque me encanta especificar incluso cuando no he tenido un perro en mi vida. — Creo que para empezar no está mal, pero hay algunas cosas que sí me interesa que conozcas si vamos a convivir juntos. ¿Te consideras una persona desorganizada? — comienzo, ladeando la cabeza en lo que mis párpados se entrecierran ligeramente como si con eso pudiera analizarlo con rayos x. — No me gusta el desorden y si vamos a compartir ciertos espacios no me gustaría encontrarme con los platos sucios en el fregadero cuando hay un lavavajillas en perfecto estado y con funcionalidad impecable. — vuelta con las especificaciones, pero creo que son normas de convivencia básicas que los dos podemos aceptar para hacer de esto una experiencia menos desagradable. — No me importa juntar ropa para poner lavadoras y gastar menos agua, pero será por colores y mínimo tres veces por semana. Podemos repartirnos las tareas de la casa, si te parece bien. — que, tampoco estamos como para despilfarrar energía y, lo último no es tanto que le parezca bien, sino algo que debe ser así. — Toco el violín, generalmente al final de la tarde cuando el día ya está más calmado, ¿eso sería una inconveniencia para ti? — siempre puedo comprarle unos tapones para sus oídos, porque no es algo que piense dejar solo por capricho, tan solo son un par de horas. Creo que me estoy olvidando de algunas otras cosas que quería comentarle, pero es entonces cuando salta con algo que me hace cambiar de tema al instante, analizándole aun más en sus expresiones. — Ohhhh, sí, David Meyer, ¿no es cierto? El chico callado de la esquina. — que no sé si lo era, la verdad es que le prestaba poca atención a mis compañeros de clase en su día. — Así que trabajas en oficina. — digo, con intención de que sea él quién continúe con la charla.
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Yo aquí tratando de presentarme como un sujeto decente y ella me pone condiciones por si se me ocurre mandarme un desmadre en el departamento, algo no estoy haciendo bien. —Tengo más bien una fama contraria a la de ser el alma de las fiestas…— musito, por no decir abiertamente que soy del tipo aguafiestas, porque confisco la droga de las manos de menores, rechazo que quieran meter una pileta y alcohol en mitad de la sala y me preocupo de a que mi amigo, el criminal más buscado del país después de su tía, no lo pillen en una discoteca a la que fue para andarse besando con una chica. He hecho mucho mérito para que mi padre se sienta decepcionado de mí en este sentido, siendo mucho más joven que yo hizo honor a su nombre, Patrick. Las mentiras blancas son mi mayor defecto, y una novia imaginaria se me hace que queda bien para venderme como el compañero de piso ideal, por las dudas me arriesgo a preguntar: —¿Y tú tienes novio? Pregunto por las paredes, no son insonorizadas— recalco lo que ella misma expuso.
Más que un novio o una novia imaginaria en mi caso, lo de los animales es una cuestión sensible, no es que yo lo busque, son los animales callejeros los que me buscan a mí y más de una vez me hice cargo como hogar de tránsito. En el norte era mucho más sencillo porque me acompañaban a donde iba. En casa de mis padres se complicaba un poco más, con lo del trabajo de lunes a sábado tampoco es que tuviera mucho tiempo para una mascota, pero parte de vivir en un lugar propio es poder pasar por la experiencia de tener una mascota y hago nota mental de conseguirme un perro que sea del agrado de mi compañera. Uno que sea adulto. Tal vez Ken conozca a alguno… salgo de mis ilusiones sobre lo que será tener un perro, para volver a la realidad de que antes de plantearme la convivencia con una mascota, debo ajustarme a lo que será convivir con Alecto. —No soy una persona desorganizada, lo que tiro lo recojo. Pero si hay cosas tiradas tampoco me molesta, ni que caiga tierra de los zapatos, ni que haya pelos de perro en el sillón…— eso se lo aclaro para que tampoco espere de mí que mida con una regla cada vez que vuelvo a colocar una cosa en su lugar, si es que estoy respetando su posición anterior. Soy relajado, pero no descuidado.
Lo de clasificar la ropa para lavar por colores está un poco fuera de mi liga, pero es algo que puedo hacer. —Trataré, durante la semana estoy con las cosas del trabajo, así que tal vez se me acumulen un par de camisas sucias. Descuida, estará fuera de tu vista y bien escondida en mi pieza—, en serio trataré, pero con el alboroto de junio estamos un poco hasta el cuello con las quejas que llegan a la oficina y la hija de mi jefe ya nació, así que puede ser que me asciendan pronto a una categoría especial y estoy pendiente de hacer buena letra. Si consigo ser el secretario que designen para cuidar de la bebé, la mitad de mi padecimiento en la oficina pasará. —Un momento, espera… suena un poco injusto que yo no pueda traer a mi novia por los ruidos, pero tú puedas tocar el violín…— se lo señalo, y creo que es porque en cinco minutos ya consiguió intimidarme, pero nada más decirlo suena a que me estoy metiendo en una pelea que no quiero. —¿Tocas bien? Supongo que… puedo acostumbrarme a la música— balbuceo, que todos sabemos que la música con violín es muy agradable en conciertos y demás, la cuestión está en la práctica de todos los días. No vamos a mentirnos, son prueba y error, oídos que sangran también. Trato de imaginarme al violín asesino de tímpanos y a un perro viejo aullando por el sufrimiento. Lo bueno es que parece que tenemos en común que somos organizados, procuro mantener el optimismo. Y fuimos compañeros, eso siempre… ¿ayuda, no? —Eh… si, a veces era callado— contesto, —trabajo en el departamento de Justicia. Soy abogado, es decir, me recibí de abogado. Trabajo como secretario del ministro Powell…— explico, —y tú eres…— creo que no se lo he preguntado todavía. —¡Oye! ¿Quieres que prepare café? ¿Te gusta el café, no?— pregunto con miedo, porque no me sorprendería que me dijera que NO. —Hacer café se vuelve la especialidad número uno de todos los secretarios— aseguro, sonriendo de lado por lo cómico de que nuestro trabajo esté tan determinado por algo así.
Más que un novio o una novia imaginaria en mi caso, lo de los animales es una cuestión sensible, no es que yo lo busque, son los animales callejeros los que me buscan a mí y más de una vez me hice cargo como hogar de tránsito. En el norte era mucho más sencillo porque me acompañaban a donde iba. En casa de mis padres se complicaba un poco más, con lo del trabajo de lunes a sábado tampoco es que tuviera mucho tiempo para una mascota, pero parte de vivir en un lugar propio es poder pasar por la experiencia de tener una mascota y hago nota mental de conseguirme un perro que sea del agrado de mi compañera. Uno que sea adulto. Tal vez Ken conozca a alguno… salgo de mis ilusiones sobre lo que será tener un perro, para volver a la realidad de que antes de plantearme la convivencia con una mascota, debo ajustarme a lo que será convivir con Alecto. —No soy una persona desorganizada, lo que tiro lo recojo. Pero si hay cosas tiradas tampoco me molesta, ni que caiga tierra de los zapatos, ni que haya pelos de perro en el sillón…— eso se lo aclaro para que tampoco espere de mí que mida con una regla cada vez que vuelvo a colocar una cosa en su lugar, si es que estoy respetando su posición anterior. Soy relajado, pero no descuidado.
Lo de clasificar la ropa para lavar por colores está un poco fuera de mi liga, pero es algo que puedo hacer. —Trataré, durante la semana estoy con las cosas del trabajo, así que tal vez se me acumulen un par de camisas sucias. Descuida, estará fuera de tu vista y bien escondida en mi pieza—, en serio trataré, pero con el alboroto de junio estamos un poco hasta el cuello con las quejas que llegan a la oficina y la hija de mi jefe ya nació, así que puede ser que me asciendan pronto a una categoría especial y estoy pendiente de hacer buena letra. Si consigo ser el secretario que designen para cuidar de la bebé, la mitad de mi padecimiento en la oficina pasará. —Un momento, espera… suena un poco injusto que yo no pueda traer a mi novia por los ruidos, pero tú puedas tocar el violín…— se lo señalo, y creo que es porque en cinco minutos ya consiguió intimidarme, pero nada más decirlo suena a que me estoy metiendo en una pelea que no quiero. —¿Tocas bien? Supongo que… puedo acostumbrarme a la música— balbuceo, que todos sabemos que la música con violín es muy agradable en conciertos y demás, la cuestión está en la práctica de todos los días. No vamos a mentirnos, son prueba y error, oídos que sangran también. Trato de imaginarme al violín asesino de tímpanos y a un perro viejo aullando por el sufrimiento. Lo bueno es que parece que tenemos en común que somos organizados, procuro mantener el optimismo. Y fuimos compañeros, eso siempre… ¿ayuda, no? —Eh… si, a veces era callado— contesto, —trabajo en el departamento de Justicia. Soy abogado, es decir, me recibí de abogado. Trabajo como secretario del ministro Powell…— explico, —y tú eres…— creo que no se lo he preguntado todavía. —¡Oye! ¿Quieres que prepare café? ¿Te gusta el café, no?— pregunto con miedo, porque no me sorprendería que me dijera que NO. —Hacer café se vuelve la especialidad número uno de todos los secretarios— aseguro, sonriendo de lado por lo cómico de que nuestro trabajo esté tan determinado por algo así.
Bueno, no ser el alma de las fiestas es algo en lo que coincidimos, si empezamos porque en la escuela solía alejarme de esas cosas, si bien porque mis padres no me lo permitían o más bien porque nadie me invitaba a ese tipo de eventos. Tampoco es que me haya muerto por algo así, así que no hay pérdida. Durante mi entrenamiento para formarme como auror alguna vez acudí a fiestas, bien creo recordar que la graduación fue la única ocasión y, siendo honestos, porque no podía negarme a asistir a la única cosa que está diseñada para el disfrute personal de los nuevos graduados. Una tontería, en realidad, me pasé la noche con una copa en la mano, la cual se rellenaba sola por arte de, sorpresa, magia, espantando a un compañero baboso con el que espero, a día de hoy sigo rezando, no tener que compartir turno con él. Me cruzo de brazos con la pregunta, sonriendo de forma irónica por como lo pone en palabras, señalando lo que yo misma he dicho no hace muchos segundos atrás. — No tengo, así que por mi parte no tienes que preocuparte por visitas inesperadas. Aunque sí tengo una hermana, a la cual no veo mucho, pero no me sorprendería que aprovechara la oportunidad para estorbar. — mi relación con Bianka digamos que no es, necesariamente, de las más estrechas.
¿Que caiga tierra de los zapatos? ¿Es que quiere acabar conmigo? — Definitivamente pondremos una norma de quitarse los zapatos nada más entrar a la casa. — sonrío en una mueca, haciendo nota mental de comprar un mueble que aloje los zapatos y quepa en la entrada sin ser un estorbo. — No me importa lavar tus cosas si no tienes tiempo y las dejas en un lugar donde pueda verlas. — total, es tan fácil como juntar por colores y prefiero hacerle ese favor antes que terminar con la casa patas arriba porque no ha tenido tiempo de hacer la colada. Él puede encargarse de otra cosa como… qué sé yo, en la mayoría de los casos la magia es de mucha ayuda. Las tareas de la casa no me saben tan importantes cuando hace esa asociación y una de mis cejas sale disparada hacia arriba de inmediato. — Está científicamente demostrado que el violín estimula la inteligencia, por ambas partes, tocar y escuchar, mientras que tener sexo solo beneficia al que lo está teniendo por la liberación de endorfinas que produce, por no mencionar que no se me haría agradable escuchar los gemidos de tu novia o los quejidos en caso de que se te dé mal todo el tema. — digo, con un rostro completamente serio, a pesar de que muy en el fondo me encantaría reírme un poco, pero eso le quitaría la seriedad al asunto y pretendo que me tome en serio. — Toco desde los cuatro años, no desafino desde los trece, si eso es lo que te preocupa. — además, ¿no que trabaja hasta tarde?
Ósea, que no es realmente abogado, solo se dedica a hacerle el papeleo que el ministro es demasiado perezoso para hacer. Interesante… — Ohhh, ¿entonces puedes pedirle que nos bajen la cuota si te digo que la última dueña de esta casa fue su hermana? Piénsalo, los dos saldríamos beneficiados. — le guiño el ojo con gracia, pero oye, no es una mala idea del todo, aunque tampoco se me apetece tener de enemigo al ministro por no haber sido legal. Me río para desechar esa idea al instante, meneando la cabeza al tiempo que ruedo los ojos rápidamente. — Soy auror, terminé en la academia hace poco más de un año, así que mis horarios suelen variar bastante dependiendo de dónde me manden. — que, como novata, viene siendo a donde los más viejos no quieren ir. Trabajo sucio lo llaman. — Me gusta el café. — asiento, aunque tiendo a no tomar demasiadas tazas al día para no causar una adicción, que no es tan grave como la que tiene mi padre al tabaco, pero se entiende hacia donde quiero ir. — Wow, tiene que resultarte un trabajo realmente agotador. — ironizo, aunque sorprendentemente no va con intención de ofender.
¿Que caiga tierra de los zapatos? ¿Es que quiere acabar conmigo? — Definitivamente pondremos una norma de quitarse los zapatos nada más entrar a la casa. — sonrío en una mueca, haciendo nota mental de comprar un mueble que aloje los zapatos y quepa en la entrada sin ser un estorbo. — No me importa lavar tus cosas si no tienes tiempo y las dejas en un lugar donde pueda verlas. — total, es tan fácil como juntar por colores y prefiero hacerle ese favor antes que terminar con la casa patas arriba porque no ha tenido tiempo de hacer la colada. Él puede encargarse de otra cosa como… qué sé yo, en la mayoría de los casos la magia es de mucha ayuda. Las tareas de la casa no me saben tan importantes cuando hace esa asociación y una de mis cejas sale disparada hacia arriba de inmediato. — Está científicamente demostrado que el violín estimula la inteligencia, por ambas partes, tocar y escuchar, mientras que tener sexo solo beneficia al que lo está teniendo por la liberación de endorfinas que produce, por no mencionar que no se me haría agradable escuchar los gemidos de tu novia o los quejidos en caso de que se te dé mal todo el tema. — digo, con un rostro completamente serio, a pesar de que muy en el fondo me encantaría reírme un poco, pero eso le quitaría la seriedad al asunto y pretendo que me tome en serio. — Toco desde los cuatro años, no desafino desde los trece, si eso es lo que te preocupa. — además, ¿no que trabaja hasta tarde?
Ósea, que no es realmente abogado, solo se dedica a hacerle el papeleo que el ministro es demasiado perezoso para hacer. Interesante… — Ohhh, ¿entonces puedes pedirle que nos bajen la cuota si te digo que la última dueña de esta casa fue su hermana? Piénsalo, los dos saldríamos beneficiados. — le guiño el ojo con gracia, pero oye, no es una mala idea del todo, aunque tampoco se me apetece tener de enemigo al ministro por no haber sido legal. Me río para desechar esa idea al instante, meneando la cabeza al tiempo que ruedo los ojos rápidamente. — Soy auror, terminé en la academia hace poco más de un año, así que mis horarios suelen variar bastante dependiendo de dónde me manden. — que, como novata, viene siendo a donde los más viejos no quieren ir. Trabajo sucio lo llaman. — Me gusta el café. — asiento, aunque tiendo a no tomar demasiadas tazas al día para no causar una adicción, que no es tan grave como la que tiene mi padre al tabaco, pero se entiende hacia donde quiero ir. — Wow, tiene que resultarte un trabajo realmente agotador. — ironizo, aunque sorprendentemente no va con intención de ofender.
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—Entonces seremos nosotros dos y de vez en cuando una hermana inoportuna, tal vez un perro viejo…— hago un recuento de quienes pasarán por este piso, noto que ninguno de los dos mencionó a los padres y por mi parte sé que si le pido a los míos que no vengan, no lo harán. Tienden a respetar mis espacios. Lo que tendré que mantener a raya será la curiosidad de Charlie por ver dónde vivo y con quién, en unos años podría convertirse en otra visita inoportuna también, pero mientras no consiga quien la traiga todo estará bajo control. Mi futura compañera de piso no tendrá que preocuparse con llegar un día y descubrir que explotó la sala por culpa de mi hermana menor. Confirmo con cada cosa que dice que es demasiado ordenada como para encontrar divertido la sala esté bañada de plumas de almohadones y quizá el cadáver de su preciado violín.
Zapatos guardados, ropa clasificada y por qué los violines son mejores que el sexo, con ese dato me siento un poco más inteligente que hace media hora y me da ganas de compartirlo con alguien, tal vez a Ken. —Ese es un buen punto, te lo concedo— digo. Siento que la corbata me ahoga un poco por su pulla y debe ser el residuo de la sensación de tenerla puesta de lunes a viernes, porque cuando llevo mis dedos a mi cuello para aflojarla no la encuentro, lo único que noto es el calor de un sonrojo que va subiendo. Se me pasan un par de pensamientos por la mente que no llego a verbalizar, porque me dije que pondría ciertos límites para asegurarme de que esta idea de vivir con una chica funcione y no se patine a la primera. —Supongo que nunca lo sabremos porque en esta casa solo se escucharán violines—, carraspeo para aclarar mi garganta así mi voz no se escucha tan grave. Salta a una nota aguda cuando pregunto con toda sorpresa: —¡¿Los cuatro?! ¿Qué hacías a los cuatro tocando el violín en vez de hacer masitas de barro?—. ¿Masita de barro? ¿En serio? Me reprendo a mí mismo por sugerirlo, sin embargo en lo personal creo que nadie a los tres o cuatro años ya se dedica a clasificar la ropa para lavar en colores. Alzo mis manos para estudiarlas, imaginando como habrán sido las suyas a esa edad. —¿Siquiera podías colocar los dedos dónde iban?
Si dice que toca bien, que además puede que esto nos vuelva más inteligentes, no tengo ningún reparo en que el violín sea el tercer habitante de este departamento. —¿Su dueña era Phoebe?— cada cosa que dice esta chica, con o sin intención, vuelve a asombrarme. —La conozco, era mi psicóloga— lo digo sin pensar, llegué a pensar en ella de esa manera por las veces en que tuvo que escuchar mis desahogos, cuando buscar una tirada era solo una excusa para poder hablar de mis problemas con alguien. —Podría intentar hablar con ella…— prometo, ¿eso quiere decir que me acepta como compañero de piso? Tengo que reconocer que me ponía nervioso que me diera la patada por no ser de su agrado, y en vista de todas las condiciones que puso, puedo decir que no es alguien que le caigas bien de buenas a primeras. Posiblemente, no le caigo bien, necesita un compañero para repartir gastos y pasé la prueba. Siento como todo el alivio embarga mi pecho y estoy a un paso de mudarme hoy mismo, es entonces cuando escucho que es auror. Ah, genial, esto acaba de irse a la mierda en dos minutos. ¿Qué tan estúpido se debe ser para mudarse con una auror cuando estás trabajando en el ministerio para pasarle información a los rebeldes? Estúpido nivel Dave Meyer, con eso basta.
Me recompongo lo mejor que puedo, tiro de una sonrisa forzada y voy hacia donde está la cocina, con toda confianza voy abriendo las puertas de la alacena hasta dar con el frasco de café. —Es un trabajo terrible, los dedos se te quedan tiesos a veces como si siguieras sosteniendo la cucharita para revolver y mis padres juran que algunas veces tuve pesadillas en las que gritaba «dos de azúcar»— cuento, bajando un par de tazas para empezar a mezclar el contenido. Reviso la cocina para ver si tiene una cafetera, pero como la intención es impresionarla con mi talento y ojalá sea una adicta a la cafeína así tengo el mes asegurado, lo hago por mi cuenta. Saco mi varita del vaquero para echar un poco de agua caliente a cada taza. — Entonces… eres auror— no la miro cuando hablo, —¿te gusta?— pregunto con cautela. Y la sonrisa que le muestro es un tanto más auténtica cuando me volteo hacia ella. —¿Por qué no el violín?
Zapatos guardados, ropa clasificada y por qué los violines son mejores que el sexo, con ese dato me siento un poco más inteligente que hace media hora y me da ganas de compartirlo con alguien, tal vez a Ken. —Ese es un buen punto, te lo concedo— digo. Siento que la corbata me ahoga un poco por su pulla y debe ser el residuo de la sensación de tenerla puesta de lunes a viernes, porque cuando llevo mis dedos a mi cuello para aflojarla no la encuentro, lo único que noto es el calor de un sonrojo que va subiendo. Se me pasan un par de pensamientos por la mente que no llego a verbalizar, porque me dije que pondría ciertos límites para asegurarme de que esta idea de vivir con una chica funcione y no se patine a la primera. —Supongo que nunca lo sabremos porque en esta casa solo se escucharán violines—, carraspeo para aclarar mi garganta así mi voz no se escucha tan grave. Salta a una nota aguda cuando pregunto con toda sorpresa: —¡¿Los cuatro?! ¿Qué hacías a los cuatro tocando el violín en vez de hacer masitas de barro?—. ¿Masita de barro? ¿En serio? Me reprendo a mí mismo por sugerirlo, sin embargo en lo personal creo que nadie a los tres o cuatro años ya se dedica a clasificar la ropa para lavar en colores. Alzo mis manos para estudiarlas, imaginando como habrán sido las suyas a esa edad. —¿Siquiera podías colocar los dedos dónde iban?
Si dice que toca bien, que además puede que esto nos vuelva más inteligentes, no tengo ningún reparo en que el violín sea el tercer habitante de este departamento. —¿Su dueña era Phoebe?— cada cosa que dice esta chica, con o sin intención, vuelve a asombrarme. —La conozco, era mi psicóloga— lo digo sin pensar, llegué a pensar en ella de esa manera por las veces en que tuvo que escuchar mis desahogos, cuando buscar una tirada era solo una excusa para poder hablar de mis problemas con alguien. —Podría intentar hablar con ella…— prometo, ¿eso quiere decir que me acepta como compañero de piso? Tengo que reconocer que me ponía nervioso que me diera la patada por no ser de su agrado, y en vista de todas las condiciones que puso, puedo decir que no es alguien que le caigas bien de buenas a primeras. Posiblemente, no le caigo bien, necesita un compañero para repartir gastos y pasé la prueba. Siento como todo el alivio embarga mi pecho y estoy a un paso de mudarme hoy mismo, es entonces cuando escucho que es auror. Ah, genial, esto acaba de irse a la mierda en dos minutos. ¿Qué tan estúpido se debe ser para mudarse con una auror cuando estás trabajando en el ministerio para pasarle información a los rebeldes? Estúpido nivel Dave Meyer, con eso basta.
Me recompongo lo mejor que puedo, tiro de una sonrisa forzada y voy hacia donde está la cocina, con toda confianza voy abriendo las puertas de la alacena hasta dar con el frasco de café. —Es un trabajo terrible, los dedos se te quedan tiesos a veces como si siguieras sosteniendo la cucharita para revolver y mis padres juran que algunas veces tuve pesadillas en las que gritaba «dos de azúcar»— cuento, bajando un par de tazas para empezar a mezclar el contenido. Reviso la cocina para ver si tiene una cafetera, pero como la intención es impresionarla con mi talento y ojalá sea una adicta a la cafeína así tengo el mes asegurado, lo hago por mi cuenta. Saco mi varita del vaquero para echar un poco de agua caliente a cada taza. — Entonces… eres auror— no la miro cuando hablo, —¿te gusta?— pregunto con cautela. Y la sonrisa que le muestro es un tanto más auténtica cuando me volteo hacia ella. —¿Por qué no el violín?
Al menos, es un consuelo que no ponga pegas y los dos estemos de acuerdo que lo mejor para la convivencia es aceptar los puntos de cada uno. No espero que nadie más llame en interés por la habitación, más que nada porque si no lo han hecho ya no lo van a hacer ahora, de modo que tampoco tengo intención de decirle que no. Si en realidad estas preguntas van más bien dirigidas para enterarme de con quién estoy tratando, y creo que, por el momento, no parece un mal tipo. — Mis padres son algo refinados, mi madre aprendió a tocar de mi abuela y ella de su padre, así que digamos que es algo así como una obligación en mi familia que alguien en cada generación sepa tocar. — lo digo con poca emoción en la voz, a modo de explicación, como si el hecho de que me pregunte me aburra, pero en realidad no me molesta tocar el instrumento. Ni siquiera de niña se me hizo tedioso y puedo decir que a día de hoy disfruto de haber adquirido esa habilidad. — Hay violines de tamaño pequeño, ¿sabías? — lo cual no quiere decir que supiera colocar los dedos, pero eso es algo que él no tiene por qué saber. En su lugar, mis labios se curvan con algo de gracia. — Así que… ¿masitas de barro? ¿es eso lo que hacías tú en la guardería? — suena a que también se encargaba de metérselo a niños por el orificio de la nariz. Niños, tan… originales. Y curiosamente, no me desagradan.
Asiento con la cabeza un par de veces, a pesar de que no puedo evitar fruncir mis cejas un segundo. — ¿Psicóloga? Tenía entendido que trabajaba en el Royal como profesora. — me encojo de hombros, restándole importancia porque habré mezclado datos sin quererlo, incluso cuando en el fondo de mi cabeza sigo dándole vueltas a esa conexión extraña. — ¿Vas al psicólogo? — pregunto, no con intenciones de meterme mucho en su vida, sino por simple curiosidad. Mis padres me llevaron alguna vez a la consulta de un psicomago, cuando era más joven y aun iba al colegio, pero hace tiempo que me he olvidado de la experiencia. ¿Cuáles son los problemas que podría tener un chico como él? La verdad que, echándole un vistazo en este preciso segundo, no parece que muchos, pero cada persona es un mundo. Quién sabe de los secretos que podría estar guardándose. En fin, hago un gesto de aprobación con la cabeza cuando dice de intentar hablar con ella, aunque no elevo mucho mis esperanzas porque es mejor no hacerlo estos días.
Es una historia algo triste la que cuenta de su trabajo, pero aun así logra que me ría por lo bajo, incluso cuando después ruedo un poco los ojos se nota que es una risa honesta. — Tiene que ser horrible estar dentro de tu cabeza. — afirmo, moviendo los ojos como si pretendiera asentir con ellos, esperando a que haga el café cuando le sigo hacia la cocina. Me apoyo sobre una de mis caderas sobre la encimera, juntando mis brazos bajo el pecho en lo que pienso una respuesta que dar. — No está mal, tampoco es que haga la gran cosa, acabo de graduarme también, así que digamos que todo el trabajo sucio suele ir para los novatos. — creo que en eso es algo en lo que podemos coincidir, así si alguna vez tenemos que compartir conversación, no será raro que nos quejemos de nuestros superiores. Eso me hace mirar esta convivencia como no tan mala desde ese punto. En lo que respecta al violín como carrera profesional, me encojo de hombros. — En el mundo en el que vivimos, con internet y música que puedes descargar gratis, no hay mucha gente que aprecie un buen concierto de violín. Nadie pagaría por verme tocar, la mayoría lo consideran algo aburrido, aunque tampoco es algo que descarte, quizás cuando tenga sesenta y me retire pueda cumplir mi sueño de tocar en el concierto de Año Nuevo con la sinfónica del Capitolio. — que para ser sinceros, es una cosa que no había compartido con nadie y no sé por qué lo estoy haciendo con quién va a ser mi compañero de piso.
Asiento con la cabeza un par de veces, a pesar de que no puedo evitar fruncir mis cejas un segundo. — ¿Psicóloga? Tenía entendido que trabajaba en el Royal como profesora. — me encojo de hombros, restándole importancia porque habré mezclado datos sin quererlo, incluso cuando en el fondo de mi cabeza sigo dándole vueltas a esa conexión extraña. — ¿Vas al psicólogo? — pregunto, no con intenciones de meterme mucho en su vida, sino por simple curiosidad. Mis padres me llevaron alguna vez a la consulta de un psicomago, cuando era más joven y aun iba al colegio, pero hace tiempo que me he olvidado de la experiencia. ¿Cuáles son los problemas que podría tener un chico como él? La verdad que, echándole un vistazo en este preciso segundo, no parece que muchos, pero cada persona es un mundo. Quién sabe de los secretos que podría estar guardándose. En fin, hago un gesto de aprobación con la cabeza cuando dice de intentar hablar con ella, aunque no elevo mucho mis esperanzas porque es mejor no hacerlo estos días.
Es una historia algo triste la que cuenta de su trabajo, pero aun así logra que me ría por lo bajo, incluso cuando después ruedo un poco los ojos se nota que es una risa honesta. — Tiene que ser horrible estar dentro de tu cabeza. — afirmo, moviendo los ojos como si pretendiera asentir con ellos, esperando a que haga el café cuando le sigo hacia la cocina. Me apoyo sobre una de mis caderas sobre la encimera, juntando mis brazos bajo el pecho en lo que pienso una respuesta que dar. — No está mal, tampoco es que haga la gran cosa, acabo de graduarme también, así que digamos que todo el trabajo sucio suele ir para los novatos. — creo que en eso es algo en lo que podemos coincidir, así si alguna vez tenemos que compartir conversación, no será raro que nos quejemos de nuestros superiores. Eso me hace mirar esta convivencia como no tan mala desde ese punto. En lo que respecta al violín como carrera profesional, me encojo de hombros. — En el mundo en el que vivimos, con internet y música que puedes descargar gratis, no hay mucha gente que aprecie un buen concierto de violín. Nadie pagaría por verme tocar, la mayoría lo consideran algo aburrido, aunque tampoco es algo que descarte, quizás cuando tenga sesenta y me retire pueda cumplir mi sueño de tocar en el concierto de Año Nuevo con la sinfónica del Capitolio. — que para ser sinceros, es una cosa que no había compartido con nadie y no sé por qué lo estoy haciendo con quién va a ser mi compañero de piso.
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—Sé algo sobre tradiciones familiares— comento, algo sobre estudiar leyes, crecer en un taller mecánico, aprender sobre artes adivinatorias o vincularnos con personas que tienen un prontuario criminal, hay cierto karma ligado al apellido Meyer. De violines no sé nada, eso lo dejo en claro cuando mi siguiente pregunta también delata mi sorpresa. —¡¿Hay violines pequeños?!—. Muevo mis dedos como tratando de interiorizar todo ese conocimiento musical que ignoré por años y siento que he aprendido mucho sobre estos instrumentos en los últimos cinco minutos. Escondo esos mismos dedos dentro de los bolsillos de mis vaqueros como si me hubiera pillado haciendo esas masitas de barro que menciono. —Mi guardería fue el taller donde trabajaban mis padres en el distrito seis, jugaba con herramientas y motores. Me manchaba los dedos de grasa, no de barro. Para tu tranquilidad, descubrí que no tengo vocación para la mecánica como mis padres, así que despreocúpate. Si ves manchas negras de mis pulgares sobre el sillón será por la tinta de documentos, pero nada que sea más sucio que eso…— la tranquiliza, que en cinco minutos también creo haber aprendido lo imprescindible de Alecto Lancaster para no perturbar su paz mental.
—Es profesora— asiento con mi cabeza, pero no me corrijo por haber dicho que era psicóloga. Se cruza una sonrisa de un lado al otro de mi cara cuando me decido a hacer una broma al respecto. —Voy tres veces a la semana, cuatro si las pastillas fallan— lo digo con un tono despreocupado, de absoluto desinterés y cuando vuelvo a buscar su mirada, aclaro: —No va en serio—. Ahora que parece que me aceptó como compañera de piso, espero que vaya notando que conmigo se trata de meter dos verdades, una mentira y una broma en cada conversación, y a pesar de ello, sigo considerándome que soy un tipo de fiar. No sé qué tanto se puedan fiar entre sí una auror y un sujeto que está jugando a dos bandos, pero nos tengo fe como para al menos convivir tres meses, voy extendiendo en mis pensamientos ese plazo que comenzó siendo de veinticuatro horas cuando crucé la puerta de entrada. Pongo todo mi esmero en que el café sea el mejor que haya probado porque otras habilidades que presumir no las tengo, y tomo su risa como una buena señal de que me está aceptando en este terreno en el cual me presta una habitación. —Es horrible, de veras. Si algún día me escuchar decir que soy un zorro, ten por seguro que se me ha ido la cabeza— eso cuenta como una verdad disfrazada de broma, tal vez eso sí sea algo que puedo contar, de todas formas está en registros oficiales del ministerio, no es secreto. Últimamente son varias las cosas que debo enmascarar, que no sé bien qué compartir y qué no.
Termino de rellenar las tazas y se eleva una espuma casi hasta el borde, entonces le ofrezco la suya para que pueda dar su veredicto mientras yo me recargo contra la mesada con mis piernas extendidas hacia adelante y un brazo cruzado por delante de mi pecho. —Yo iría a escucharte— digo, así sin más, no lo pienso al dejar que las palabras salgan de mis labios. —De acuerdo, tal vez no lo haría por voluntad propia, nunca he ido a un concierto. Pero si me vuelvo tu compañero de piso, iría por algo así como lealtad y, claro, porque quiero caerte bien, que no te enojes conmigo y si me ves aplaudiendo entre sillas vacías tal vez me perdones si me paso de la fecha de pagarte mi parte— sigo, trato de equilibrar mis verdades a medias con estos arrebatos de franqueza. Bebo del borde de mi taza un poco del café amargo y al sentir el gusto me giro de inmediato hacia la alacena. —¡Perdon! Olvidé preguntarte cómo tomas el café, soy el peor secretario del ministerio en el mundo—, si no mentalicé lo básico después de meses, ¿qué futuro tengo? Bueno, tampoco es que me viera en una carrera a largo plazo en el departamento de Justicia teniendo en cuenta mis otras actividades.
—Y si me preguntas, aunque no lo haces y lo tengo en cuenta, no deberías esperar a los sesenta años para cumplir un sueño de lo que sea. Si hay algo que te mueve así, ¿por qué tenerlo guardado como un sueño de cajón?— habla el chico que escondió su cámara y todavía no tiene el coraje de sacarla, porque para dar consejos de vida a otras personas soy el mejor. —¿Sabes? Planeaba mudarme con mi mejor amigo— no sé por qué se lo cuento, tal vez porque ella mencionó lo del concierto de Año Nuevo. —Murió hace unos meses y sentí que me estanqué, que no podía dar un paso más en el tiempo, que todo tenía que quedarse inmóvil. Había perdido a otras personas antes, pero perder a una persona que di por hecho que estaría conmigo en todas las etapas de mi vida me noqueó. Pero son cosas que pasan, nada es seguro en esta vida, no empeñes cuarenta años de tu vida esperando por algo. El tiempo es hoy.
—Es profesora— asiento con mi cabeza, pero no me corrijo por haber dicho que era psicóloga. Se cruza una sonrisa de un lado al otro de mi cara cuando me decido a hacer una broma al respecto. —Voy tres veces a la semana, cuatro si las pastillas fallan— lo digo con un tono despreocupado, de absoluto desinterés y cuando vuelvo a buscar su mirada, aclaro: —No va en serio—. Ahora que parece que me aceptó como compañera de piso, espero que vaya notando que conmigo se trata de meter dos verdades, una mentira y una broma en cada conversación, y a pesar de ello, sigo considerándome que soy un tipo de fiar. No sé qué tanto se puedan fiar entre sí una auror y un sujeto que está jugando a dos bandos, pero nos tengo fe como para al menos convivir tres meses, voy extendiendo en mis pensamientos ese plazo que comenzó siendo de veinticuatro horas cuando crucé la puerta de entrada. Pongo todo mi esmero en que el café sea el mejor que haya probado porque otras habilidades que presumir no las tengo, y tomo su risa como una buena señal de que me está aceptando en este terreno en el cual me presta una habitación. —Es horrible, de veras. Si algún día me escuchar decir que soy un zorro, ten por seguro que se me ha ido la cabeza— eso cuenta como una verdad disfrazada de broma, tal vez eso sí sea algo que puedo contar, de todas formas está en registros oficiales del ministerio, no es secreto. Últimamente son varias las cosas que debo enmascarar, que no sé bien qué compartir y qué no.
Termino de rellenar las tazas y se eleva una espuma casi hasta el borde, entonces le ofrezco la suya para que pueda dar su veredicto mientras yo me recargo contra la mesada con mis piernas extendidas hacia adelante y un brazo cruzado por delante de mi pecho. —Yo iría a escucharte— digo, así sin más, no lo pienso al dejar que las palabras salgan de mis labios. —De acuerdo, tal vez no lo haría por voluntad propia, nunca he ido a un concierto. Pero si me vuelvo tu compañero de piso, iría por algo así como lealtad y, claro, porque quiero caerte bien, que no te enojes conmigo y si me ves aplaudiendo entre sillas vacías tal vez me perdones si me paso de la fecha de pagarte mi parte— sigo, trato de equilibrar mis verdades a medias con estos arrebatos de franqueza. Bebo del borde de mi taza un poco del café amargo y al sentir el gusto me giro de inmediato hacia la alacena. —¡Perdon! Olvidé preguntarte cómo tomas el café, soy el peor secretario del ministerio en el mundo—, si no mentalicé lo básico después de meses, ¿qué futuro tengo? Bueno, tampoco es que me viera en una carrera a largo plazo en el departamento de Justicia teniendo en cuenta mis otras actividades.
—Y si me preguntas, aunque no lo haces y lo tengo en cuenta, no deberías esperar a los sesenta años para cumplir un sueño de lo que sea. Si hay algo que te mueve así, ¿por qué tenerlo guardado como un sueño de cajón?— habla el chico que escondió su cámara y todavía no tiene el coraje de sacarla, porque para dar consejos de vida a otras personas soy el mejor. —¿Sabes? Planeaba mudarme con mi mejor amigo— no sé por qué se lo cuento, tal vez porque ella mencionó lo del concierto de Año Nuevo. —Murió hace unos meses y sentí que me estanqué, que no podía dar un paso más en el tiempo, que todo tenía que quedarse inmóvil. Había perdido a otras personas antes, pero perder a una persona que di por hecho que estaría conmigo en todas las etapas de mi vida me noqueó. Pero son cosas que pasan, nada es seguro en esta vida, no empeñes cuarenta años de tu vida esperando por algo. El tiempo es hoy.
Se me escapa una risa seguida de un rodeo de ojos cuando sigue sin creerse que existan violines de tamaño pequeño para aquellos que empiezan a una edad temprana. ¿Acaso esperaba que una mocosa de cuatro años pudiera sostener uno de tamaño real? No, mis padres eran bastante exquisitos, y, aunque no existieran, tenían el suficiente dinero como para hacerme uno a medida. Por dinero sería… — Me cuesta creer que te sorprendas por alguien que toque el violín a los cuatro años, pero no por unos padres que dejan jugar a un crío con motores. — comento, con el ceño ligeramente torcido en una mueca graciosa. — Dime que al menos tenías supervisión adulta. — bromeo, la verdad que no sé muy bien por qué lo hago, no es como si me preocupara por el estado de los demás muy a menudo. Supongo que hace una diferencia el que se vaya a encargar de pagar la otra mitad de la cuota. — ¿Sabes? Llevo toda la vida viviendo con mis padres, en el cuatro, jamás nos hemos movido de allí, he vivido en su pompa desde que nací. He tenido trabajos a lo largo de mi adolescencia, pero la mayoría han sido de niñera y el dinero me lo gastaba en cosas absurdas, mis padres son ricos así que tampoco importaba. — explico, hablando de como nos hemos criado, ni siquiera sé si le interesa, pero hago un esfuerzo por proseguir sin tener que fijarme demasiado en su rostro. — Esta es mi forma de demostrarles que puedo vivir por mi cuenta, que no necesito de su dinero, y créeme cuando te digo que es mucho dinero. — no lo remarco para sentirme superior, lo cual es curioso porque eso es precisamente lo que he hecho durante toda mi adolescencia, pero en este caso es para aclarar mi objetivo. — No hubiera necesitado buscar un compañero de piso si tuviera su dinero, mi padre ni siquiera me da tres meses, así que los dos vamos a tener que trabajar para que esto funcione. — eso sí suena algo más como yo, seco, serio, a pesar de que me atrevo a mostrar una sonrisa, o una mueca que por lo menos tiene esa intención.
Mis párpados se estiran un poco hacia arriba cuando menciona sus sesiones de psicólogo, a la espera de que diga que está bromeando, como no tarda en hacer y puedo relajar la tensión de mis cejas con un resoplido irónico. No obstante, poco tardan en volver a elevarse con gracia, con cara de incredulidad como si no me tragara sus siguientes palabras. — ¿Nunca has ido a un concierto? ¿Ni con el colegio? Estoy segura de que alguna vez nos llevaron a ver alguno, por no hablar de las actuaciones escolares, aunque no creo que eso se pueda denominar concierto como tal… — vamos, éramos cuatro pringados los que salíamos en los preparativos navideños y de fin de año, yo más que nada obligada por mis padres y por los profesores que alguna vez me escucharon tocar. — ¿No lo recuerdas siquiera? ¿Ves cuando te digo que a la gente no le interesa el violín? Ni la música clásica para el caso… — ruedo los ojos en señal de que el asunto ya está pasado de moda, aunque no puedo evitar soltar una risa por lo bajo al traerme recuerdos sobre nuestra época en el Royal. Giro un poco el torso para apañar la taza que parece ya haber terminado de servir, haciendo un gesto con la mano restándole importancia. — Solo está bien, gracias. — solía endulzarlo con un poco de azúcar hace un par de años, pero ahora me he acostumbrado al sabor amargo del café solo.
No esperaba que la charla se volviera tan profunda, la verdad, la intensidad de mi mirada se rebaja un poco cuando comienza su relato, mis ojos escondiéndose tras la taza en lo que me la llevo a los labios para darle un sorbo. Tampoco esperaba que me afectara del modo en que lo hace, puedo sentir mi estómago haciéndose un poco más pequeño, mi corazón acelerándose por el efecto del café. — Cuanto… cuanto lo siento. — sonará increíble, pero puedo decir que lo lamento de veras. Retiro un poco la taza de mi boca para posarla sobre una de mis manos, a la espera de que se enfríe un poco más. — Bueno, sé que no va a haber comparación posible entre vivir con tu mejor amigo y convivir con la aguafiestas de la escuela, pero trataré de que al menos sea un poquito como lo imaginaste. No prometo nada porque soy… digamos que no soy la mejor haciendo sociales, pero en serio trataré de no amargarte la existencia. — sí, hay algo de broma en eso último que digo, mis labios curvándose con timidez en un atrevimiento que no estoy segura de si debería tomar. — Te tendré en cuenta entonces si alguna vez decido presentarme a las audiciones para la orquesta, después de esto que me has contado, supongo que es lo que me queda por hacer. — aunque solo sea por hacerle el favor a él y no a mí misma, que llevo soñando con ello desde que tengo diez años. Creo que es de las escasas veces que pienso en alguien más en lugar de en mí misma por primera vez, pero creo que es porque me está por bajar y estoy en mis días sensibles. Debe de ser eso. — Y no es que quiera esperar para cumplir un sueño, es que es más fácil asumir el fracaso cuando tienes sesenta años y ninguna expectativa para los años próximos. — me encojo de hombros, llevándome un poco del café a los labios para darle un sorbo.
Mis párpados se estiran un poco hacia arriba cuando menciona sus sesiones de psicólogo, a la espera de que diga que está bromeando, como no tarda en hacer y puedo relajar la tensión de mis cejas con un resoplido irónico. No obstante, poco tardan en volver a elevarse con gracia, con cara de incredulidad como si no me tragara sus siguientes palabras. — ¿Nunca has ido a un concierto? ¿Ni con el colegio? Estoy segura de que alguna vez nos llevaron a ver alguno, por no hablar de las actuaciones escolares, aunque no creo que eso se pueda denominar concierto como tal… — vamos, éramos cuatro pringados los que salíamos en los preparativos navideños y de fin de año, yo más que nada obligada por mis padres y por los profesores que alguna vez me escucharon tocar. — ¿No lo recuerdas siquiera? ¿Ves cuando te digo que a la gente no le interesa el violín? Ni la música clásica para el caso… — ruedo los ojos en señal de que el asunto ya está pasado de moda, aunque no puedo evitar soltar una risa por lo bajo al traerme recuerdos sobre nuestra época en el Royal. Giro un poco el torso para apañar la taza que parece ya haber terminado de servir, haciendo un gesto con la mano restándole importancia. — Solo está bien, gracias. — solía endulzarlo con un poco de azúcar hace un par de años, pero ahora me he acostumbrado al sabor amargo del café solo.
No esperaba que la charla se volviera tan profunda, la verdad, la intensidad de mi mirada se rebaja un poco cuando comienza su relato, mis ojos escondiéndose tras la taza en lo que me la llevo a los labios para darle un sorbo. Tampoco esperaba que me afectara del modo en que lo hace, puedo sentir mi estómago haciéndose un poco más pequeño, mi corazón acelerándose por el efecto del café. — Cuanto… cuanto lo siento. — sonará increíble, pero puedo decir que lo lamento de veras. Retiro un poco la taza de mi boca para posarla sobre una de mis manos, a la espera de que se enfríe un poco más. — Bueno, sé que no va a haber comparación posible entre vivir con tu mejor amigo y convivir con la aguafiestas de la escuela, pero trataré de que al menos sea un poquito como lo imaginaste. No prometo nada porque soy… digamos que no soy la mejor haciendo sociales, pero en serio trataré de no amargarte la existencia. — sí, hay algo de broma en eso último que digo, mis labios curvándose con timidez en un atrevimiento que no estoy segura de si debería tomar. — Te tendré en cuenta entonces si alguna vez decido presentarme a las audiciones para la orquesta, después de esto que me has contado, supongo que es lo que me queda por hacer. — aunque solo sea por hacerle el favor a él y no a mí misma, que llevo soñando con ello desde que tengo diez años. Creo que es de las escasas veces que pienso en alguien más en lugar de en mí misma por primera vez, pero creo que es porque me está por bajar y estoy en mis días sensibles. Debe de ser eso. — Y no es que quiera esperar para cumplir un sueño, es que es más fácil asumir el fracaso cuando tienes sesenta años y ninguna expectativa para los años próximos. — me encojo de hombros, llevándome un poco del café a los labios para darle un sorbo.
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—¡No exploté nada!— exclamo, ¿verdad que era irresponsable? No se puede esperar demasiado de un par que a veces se comportan como un par de adolescentes de diecisiete años y a quien su hijo en verdad adolescente les tuvo que señalar que los padres adultos suelen ser un poco más… serios. En ocasiones me sentí como el adulto en una casa donde todavía le echan sal al café del otro como broma para cobrarse alguna falta. —Y sí, estaban cerca como para mirarme, siempre han sido… atentos—digo, eso es decir poco, no hay medidas que abarquen el entusiasmo que experimentaron al acompañarnos a Charlie y a mí mientras crecíamos, han sido padres estupendos y esa es la mejor palabra que los describe. Puede que cuando tengan sesenta años nos digan que se irán de viaje en un globo aerostático o que formaran su propia banda de rock, quien sabe. No me hace falta que me diga demasiado sobre sus padres para entender que ellos se ubican en una vereda distinta, cuando hablar de dinero -mucho dinero- va por delante de otras cualidades, eso dice bastante sobre las personas. —Funcionará— le prometo, es mi manera de mostrarle mi compromiso con esto, casi que lo tomo como que me ha pedido un favor y es algo que puedo hacer. —Ya llevamos media hora de esos próximos tres meses, vamos bien. Si vienen visita me aseguraré de tener la camisa planchada y al perro limpio para que no tengan queja de nada— la tranquilizo, me he movido entre tantas personas, que no importa lo abultada que sea la billetera de una persona, puedo sostenerla la mirada a los ojos y estrechar su mano sin que me intimide. Si puedo sobrevivir a mi jefe, ¿qué tan terribles podrían ser los padres de mi nueva compañera de piso?
—No recuerdo haber ido a un concierto, si los actos escolares. ¿Participaste en alguno con el violín?— pregunto, no sé por qué lo hago, si me dice que lo ha hecho, no recuerdo a ninguna niña de ojos azules tocando el violín para interpretar el himno del Royal. —Una vez me tocó decir unas líneas, me olvidé un par por los nervios y bajé del escenario llorando— narro, el café caliente escociendo mi lengua, tengo que soplar en el interior de la taza para entibiarlo. No regulé muy bien la temperatura del hechizo o será que me acostumbré a que mi café esté siempre frío en la oficina. —¿Y qué importa el resto si te gusta a ti?— replico, me da un poco de culpa que ir a conciertos de música clásico no esté entre mis actividades de los jueves, y no sé a qué viene esa culpa, tal vez porque no me agrada que rebaje lo que al parecer sí es importante para ella. —Puesto que no he ido a conciertos, tampoco puedo decirte si me gusta o no. A nadie le gusta lo que no conoce— apunto, creo que es lo que le pasa a la mayoría, con todas las cosas. Servirnos un café amargo es lo que hacemos todos, lo disfrutamos igual, hay otras cosas que… requieren tiempo y oportunidades que no siempre nos damos.
No sé porque a veces no hacemos otra cosa que dejar correr oportunidades. Sonrió por encima del borde de la taza que sostengo con una mano para agradecer sus palabras, se siente como la primera vez que se lo cuento a alguien que no lo conoció o será que lo sentí demasiado impersonal si se lo conté a una persona que no tenía idea del vínculo que nos unía, en esta ocasión sí hago carne del pésame que escucho de sus labios, lo recibo abriéndome al sentimiento y no cerrándome o alzando un muro para esconderlo. Lo curioso es que esta vez ya no duele tanto. —Ni siquiera lo intentes— la prevengo, meneando mi cabeza de un lado al otro. Si lo hago es por ella para que no se cargue de responsabilidades que no le corresponden, que por mí que a la larga conseguiré dar el cierre a las historias inconclusas, como debe ser, —no espero una réplica de nada de lo que no pudo ser. Me costó entenderlo, pero la vida continúa. Y si hay cosas que se detienen, si hay personas que ya no pueden avanzar con nosotros, si hay existencias que se consumen y se apagan… la vida sigue y lo que queda es continuar. El mundo no deja de girar por respeto a tu dolor— musito, mi café sabiéndome más amargo por el tono de la conversación y hasta la sonrisa que esbozo al imaginarla como una anciana arriesgándose a una audición de violín, tiene un sesgo triste. —O podría salir todo bien, te preguntarías entonces por qué no lo intentaste antes— opino, dejo mi taza sobre la mesada con una mancha marrón al fondo. Hace tiempo dejé de mirar qué me decían esas figuras. —Entonces… ¿crees que podría mudarme mañana?— tanteo, —¿hoy?— me arriesgo. —¿Pasé la prueba?— que no me pida antecedentes criminales, por favor.
—No recuerdo haber ido a un concierto, si los actos escolares. ¿Participaste en alguno con el violín?— pregunto, no sé por qué lo hago, si me dice que lo ha hecho, no recuerdo a ninguna niña de ojos azules tocando el violín para interpretar el himno del Royal. —Una vez me tocó decir unas líneas, me olvidé un par por los nervios y bajé del escenario llorando— narro, el café caliente escociendo mi lengua, tengo que soplar en el interior de la taza para entibiarlo. No regulé muy bien la temperatura del hechizo o será que me acostumbré a que mi café esté siempre frío en la oficina. —¿Y qué importa el resto si te gusta a ti?— replico, me da un poco de culpa que ir a conciertos de música clásico no esté entre mis actividades de los jueves, y no sé a qué viene esa culpa, tal vez porque no me agrada que rebaje lo que al parecer sí es importante para ella. —Puesto que no he ido a conciertos, tampoco puedo decirte si me gusta o no. A nadie le gusta lo que no conoce— apunto, creo que es lo que le pasa a la mayoría, con todas las cosas. Servirnos un café amargo es lo que hacemos todos, lo disfrutamos igual, hay otras cosas que… requieren tiempo y oportunidades que no siempre nos damos.
No sé porque a veces no hacemos otra cosa que dejar correr oportunidades. Sonrió por encima del borde de la taza que sostengo con una mano para agradecer sus palabras, se siente como la primera vez que se lo cuento a alguien que no lo conoció o será que lo sentí demasiado impersonal si se lo conté a una persona que no tenía idea del vínculo que nos unía, en esta ocasión sí hago carne del pésame que escucho de sus labios, lo recibo abriéndome al sentimiento y no cerrándome o alzando un muro para esconderlo. Lo curioso es que esta vez ya no duele tanto. —Ni siquiera lo intentes— la prevengo, meneando mi cabeza de un lado al otro. Si lo hago es por ella para que no se cargue de responsabilidades que no le corresponden, que por mí que a la larga conseguiré dar el cierre a las historias inconclusas, como debe ser, —no espero una réplica de nada de lo que no pudo ser. Me costó entenderlo, pero la vida continúa. Y si hay cosas que se detienen, si hay personas que ya no pueden avanzar con nosotros, si hay existencias que se consumen y se apagan… la vida sigue y lo que queda es continuar. El mundo no deja de girar por respeto a tu dolor— musito, mi café sabiéndome más amargo por el tono de la conversación y hasta la sonrisa que esbozo al imaginarla como una anciana arriesgándose a una audición de violín, tiene un sesgo triste. —O podría salir todo bien, te preguntarías entonces por qué no lo intentaste antes— opino, dejo mi taza sobre la mesada con una mancha marrón al fondo. Hace tiempo dejé de mirar qué me decían esas figuras. —Entonces… ¿crees que podría mudarme mañana?— tanteo, —¿hoy?— me arriesgo. —¿Pasé la prueba?— que no me pida antecedentes criminales, por favor.
Media hora se siente muy poco comparado con los meses próximos que nos esperan de convivencia, pero al menos me consuela que los dos tengamos una idea en mente y podamos trabajar con eso. Al final, todo necesita de un poco de trabajo para que funcione. — Veo que vas en serio con lo del perro. — apunto, con una sonrisa bravucona en los labios. Intento hacer una imagen mental de lo que sería convivir además de con un hombre, con un canino de cuatro patas y, honestamente hablando, creo que será más fácil tratar con el último que con el primero. — ¿Piensas comprarlo o adoptarlo de una perrera? — porque no quiero tener que educar a un pobre perro callejero, pero si no se da otra opción… Quizá sea mejor un cachorro, así podría acostumbrarlo a no subirse a las camas y sofás, hacer sus necesidades donde debe y no llenar la casa de papel higiénico; ni morder zapatos o rascar muebles. De repente son tantas cosas las que se me vienen a la cabeza que podrían salir mal de esa idea, que casi prefiero no volver a pensar en ello hasta que tenga forma física y un nombre por el cual llamarlo.
— Participé en varios, sí, en los actos de antes de las vacaciones de Navidad y para cerrar el fin del año escolar. Probablemente no lo recuerdes porque la mitad del alumnado se dormía a mitad del espectáculo. No te culpo, yo también me dormiría de tener que tragarme un teatro de dos horas sobre un duendecillo de Navidad. — bufo con gracia, no mucho antes de que ese bufido se transforme en una boca abierta por la sorpresa que pronto le señala vagamente con un dedo. — ¡Recuerdo eso! ¿Cuántos años tendríamos, ocho, nueve? Si te sirve de consuelo, creo que aquella vez me tocó hacer de árbol de Navidad. — no sé a quién se le ocurrió repartir semejantes papeles, pero entre eso y la llorera de Meyer, no fue un mal espectáculo después de todo. — Tranquilo, vas a tener tiempo de conocer si te gusta o no, a no ser que vuelvas tan tarde del trabajo que ya esté dormida para entonces. — tocar por las noches se me hace mucho más ameno, cuando no hay tráfico, la gente se encuentra cómodamente en sus casas debido al toque de queda y puedo disfrutar del silencio para concentrarme mejor en mi música.
Para la poca edad que tiene, bien parece que ha vivido una eternidad por el modo que tiene de expresar sus palabras. Creía no guardar o compartir los mismos sentimientos, pero lo cierto es que cuanto más habla, más me doy cuenta de que yo llevo toda la vida alejándome de las personas por miedo inconsciente de perderlas. No sé de donde viene ese sentimiento, cuando tampoco es que haya perdido a personas tan importantes en mi vida como para saber lo que se siente o se debe sentir. No obstante, aunque sea ajena a todo eso, me encuentro intrínsecamente atraída a ese contexto. No lo apunto, tan solo asiento con la cabeza, tomando su consejo y refugiándome en el silencio como llevo haciendo desde que tengo uso de razón. Me alegro internamente de que podamos cambiar de tema tan fácilmente, por lo que paso a sonreír, con algo de sorna por lo que digo a continuación: — Ah, no había ninguna prueba, la habitación era tuya desde que llamaste por teléfono. Esto era solo para saber qué clase de persona eras y con quién me iba a tocar convivir. — bromeo, que no es más que la pura realidad porque tal y como están las cosas hoy en día, nadie más iba a aparecer tomando el cuarto. — Así que puedes mudarte cuando quieras, hoy, mañana… es tu elección, te daré una copia de la llave y ya tramitaremos en otro momento todo el papeleo, si te parece. — dejo mi taza de café sobre la mesada cuando lo termino, estirando la mano en su dirección como forma de acuerdo amistoso.
— Participé en varios, sí, en los actos de antes de las vacaciones de Navidad y para cerrar el fin del año escolar. Probablemente no lo recuerdes porque la mitad del alumnado se dormía a mitad del espectáculo. No te culpo, yo también me dormiría de tener que tragarme un teatro de dos horas sobre un duendecillo de Navidad. — bufo con gracia, no mucho antes de que ese bufido se transforme en una boca abierta por la sorpresa que pronto le señala vagamente con un dedo. — ¡Recuerdo eso! ¿Cuántos años tendríamos, ocho, nueve? Si te sirve de consuelo, creo que aquella vez me tocó hacer de árbol de Navidad. — no sé a quién se le ocurrió repartir semejantes papeles, pero entre eso y la llorera de Meyer, no fue un mal espectáculo después de todo. — Tranquilo, vas a tener tiempo de conocer si te gusta o no, a no ser que vuelvas tan tarde del trabajo que ya esté dormida para entonces. — tocar por las noches se me hace mucho más ameno, cuando no hay tráfico, la gente se encuentra cómodamente en sus casas debido al toque de queda y puedo disfrutar del silencio para concentrarme mejor en mi música.
Para la poca edad que tiene, bien parece que ha vivido una eternidad por el modo que tiene de expresar sus palabras. Creía no guardar o compartir los mismos sentimientos, pero lo cierto es que cuanto más habla, más me doy cuenta de que yo llevo toda la vida alejándome de las personas por miedo inconsciente de perderlas. No sé de donde viene ese sentimiento, cuando tampoco es que haya perdido a personas tan importantes en mi vida como para saber lo que se siente o se debe sentir. No obstante, aunque sea ajena a todo eso, me encuentro intrínsecamente atraída a ese contexto. No lo apunto, tan solo asiento con la cabeza, tomando su consejo y refugiándome en el silencio como llevo haciendo desde que tengo uso de razón. Me alegro internamente de que podamos cambiar de tema tan fácilmente, por lo que paso a sonreír, con algo de sorna por lo que digo a continuación: — Ah, no había ninguna prueba, la habitación era tuya desde que llamaste por teléfono. Esto era solo para saber qué clase de persona eras y con quién me iba a tocar convivir. — bromeo, que no es más que la pura realidad porque tal y como están las cosas hoy en día, nadie más iba a aparecer tomando el cuarto. — Así que puedes mudarte cuando quieras, hoy, mañana… es tu elección, te daré una copia de la llave y ya tramitaremos en otro momento todo el papeleo, si te parece. — dejo mi taza de café sobre la mesada cuando lo termino, estirando la mano en su dirección como forma de acuerdo amistoso.
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—Soy un tipo de intenciones serias, Alec— lo digo con el tono que tiene que ser, pero se me escapa una sonrisa por la comisura de los labios. No recuerdo bien a qué edad fue que logré tal firmeza en mi voz, que mis padres aprendieron a no dudar de que si decía que haría algo, lo haría. Sea estudiar para ser abogado cuando todos sabíamos que no sabría que hacer después con ese título o tomarme un año sabático luego como un nómada con una cámara fotográfica vieja. No es una decisión tomada lo del perro, tengo que probar primero los límites de mi convivencia con ella, pero está en consideración como algo que me gustaría probar si todo está en orden y nadie entra en crisis antes de cerrar los tres meses de prueba. —Mientras sea un perro adulto que sepa modales, preguntaré también entre mis amigos si tienen alguien que ya no puede cuidar al suyo…— contesto, respeto la condición que ella me ha puesto. —No será pronto, descuida. Probemos primero la convivencia con nuestras propias pulgas— propongo con un guiño.
Tengo que rebuscar en fotografías cuando vuelva a casa de mis padres y traerlas conmigo al departamento, así puedo tratar de dar con el duendecillo de Navidad que tocaba el violín entre las muchas caras del colegio. Puedo esforzarme para que mi memoria evoque su rostro y muy posiblemente sean imaginaciones para compensar. ¿Ella dentro del incómodo disfraz de un árbol? ¡Tengo que conseguir esa foto! Me provoca una punzada de nostalgia verme a mí mismo delante de una caja a rebosar de recuerdos, que fue lo que en un principio me impulsó a querer hacer el mismo trabajo de capturar momentos en imágenes que sobreviven al olvido y al tiempo. —Teníamos doce años y eso lo hizo aún más vergonzoso, había compañeros que ya tenían granos en la cara. Yo me largué a llorar como un bebé— por honor a la verdad, tendría que decirle que no he cambiado mucho desde entonces. ¿Cómo había dicho Holly? Ah, sí, que soy un sentimental. No me molestó que lo dijera, sí que creyera que era gay debido a eso.
No voy a andarme con fachadas de supuesto chico rudo precisamente con la chica que me verá con mis caras de poco dormir por las mañanas, así que cuando le hablo lo hago con toda la franqueza que transparenta mis pensamientos. Mis divagaciones filosóficas serán tan frecuentes como este café amargo si vamos a pasar tiempo compartido, así como supongo que lo será la compañía de su violín. — Tengo la esperanza de que la paternidad y lo poco que podrá dormir, hagan de mi jefe un tipo más considerado con los horarios— lo ruego con el alma, —y así podré venir a tus conciertos de balcón— prometo, puedo darle una oportunidad a sus prácticas de violín así como vendrá darle oportunidades a un montón de cosas más, pretendo mostrarme sereno y con los nervios a resguardo, pero soy un nudo de ansiedad que está esperando el visto bueno para volver corriendo a su casa a buscar sus valijas, traerlas y arrojarlas al suelo de la habitación que ha pasado a ser legalmente mía. La sonrisa no me cabe en la cara cuando me convierto de manera oficial en su compañero de piso. Alzo mis brazos al aire en una pose triunfal y lo desarmo al cabo de un segundo, estiro mi brazo hacia adelante para tomar su mano en un apretón firme que trasluce mi emoción. —No te arrepentirás, seré el mejor compañero que puedas pedir. Me aseguraré de que todo sea perfecto— es el entusiasmo hablando a través de mis labios, que no dimensiono lo difícil que será cumplir con una expectativa tan alta como lo es la perfección.
Tengo que rebuscar en fotografías cuando vuelva a casa de mis padres y traerlas conmigo al departamento, así puedo tratar de dar con el duendecillo de Navidad que tocaba el violín entre las muchas caras del colegio. Puedo esforzarme para que mi memoria evoque su rostro y muy posiblemente sean imaginaciones para compensar. ¿Ella dentro del incómodo disfraz de un árbol? ¡Tengo que conseguir esa foto! Me provoca una punzada de nostalgia verme a mí mismo delante de una caja a rebosar de recuerdos, que fue lo que en un principio me impulsó a querer hacer el mismo trabajo de capturar momentos en imágenes que sobreviven al olvido y al tiempo. —Teníamos doce años y eso lo hizo aún más vergonzoso, había compañeros que ya tenían granos en la cara. Yo me largué a llorar como un bebé— por honor a la verdad, tendría que decirle que no he cambiado mucho desde entonces. ¿Cómo había dicho Holly? Ah, sí, que soy un sentimental. No me molestó que lo dijera, sí que creyera que era gay debido a eso.
No voy a andarme con fachadas de supuesto chico rudo precisamente con la chica que me verá con mis caras de poco dormir por las mañanas, así que cuando le hablo lo hago con toda la franqueza que transparenta mis pensamientos. Mis divagaciones filosóficas serán tan frecuentes como este café amargo si vamos a pasar tiempo compartido, así como supongo que lo será la compañía de su violín. — Tengo la esperanza de que la paternidad y lo poco que podrá dormir, hagan de mi jefe un tipo más considerado con los horarios— lo ruego con el alma, —y así podré venir a tus conciertos de balcón— prometo, puedo darle una oportunidad a sus prácticas de violín así como vendrá darle oportunidades a un montón de cosas más, pretendo mostrarme sereno y con los nervios a resguardo, pero soy un nudo de ansiedad que está esperando el visto bueno para volver corriendo a su casa a buscar sus valijas, traerlas y arrojarlas al suelo de la habitación que ha pasado a ser legalmente mía. La sonrisa no me cabe en la cara cuando me convierto de manera oficial en su compañero de piso. Alzo mis brazos al aire en una pose triunfal y lo desarmo al cabo de un segundo, estiro mi brazo hacia adelante para tomar su mano en un apretón firme que trasluce mi emoción. —No te arrepentirás, seré el mejor compañero que puedas pedir. Me aseguraré de que todo sea perfecto— es el entusiasmo hablando a través de mis labios, que no dimensiono lo difícil que será cumplir con una expectativa tan alta como lo es la perfección.
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