The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Últimos días de mayo

¿Qué culpa tengo yo de que justo se haya muerto el kneazle? Trato de convencer a mi melliza que de todas formas cuide de Hanna, pero me corta la llamada en medio de la conversación y su llanto. Rebusco entre los vestidos el de color verde, me había dicho que ese era su color favorito, y se lo entrego diciéndole que iremos a una cita. No tengo una corbata del mismo tono para que vayamos a juego, así que tendrá que ser una oscura, ni que tuviera tantas tampoco. El traje es el mismo que llevé al funeral de Jamie Niniadis. Espero cerca de la puerta a que termine de cepillarse el pelo, que lo tiene lacio de por sí, no como el mío que tengo que darle forma con los dedos. Tengo un segundo de inspiración y recojo del sillón su mochila para tendérsela con la indicación de que busque qué juguetes quiere llevar, así no se aburre durante la cena. —¿Estás lista?— pregunto cuando estamos fuera del departamento y me agarro de su mano al momento de desaparecernos, porque yo no lo estoy.

Compruebo en mi teléfono el último mensaje que me envío Rose con la dirección del restaurante en el que debería encontrarme con mi cita a ciegas. Me siento tan fuera de mi ambiente, que me sujeto con más fuerza de la mano de Hanna al atravesar el recibidor que resplandece por la araña de luces que cuelga sobre nuestras cabezas. Rose no me dio ningún nombre, solo el sitio reservado de la mesa y cuando nos acomodamos en esta, me resigno a que la suerte está echada. Las luces están un poco más bajas en este rincón, así que puedo quedarme tranquilo de que pasaremos desapercibidos, el único ojo crítico que tengo cerca es el de mi propia hija. —La tía Rose nos pidió que cenemos con una amiga suya, ¿sí? Sé amable con ella— le pido, porque uno de los dos tiene que serlo y sé que no soy especialmente habilidoso en caerle bien a la gente, puede que no sea tan mala idea tener a Hanna en medio para que con su charla y sus dibujos aligere los nervios, los míos sobre todo.

Muevo mis manos y presiono el pulgar en la palma contraria porque las siento tan rígidas de la tensión que no sé cómo haré para manipular los cubiertos. Espero a que el camarero se acerque a servirnos agua en las copas para pedirle si puede abrir la ventana porque siento que me está faltando el aire. Su mirada desganada precede a sus palabras corteses y me conformo con soltar mi corbata para guardarla en el bolsillo del saco, así puedo respirar como corresponder. —Creo que es ella— murmuro hacia Hanna cuando veo venir por el pasillo entre mesas a una morena alta de piernas largas por debajo de un vestido plateado que no termino de ver, porque se sienta en la mesa que está inmediatamente delante de nosotros. Tiene el gesto de al menos regalarnos una sonrisa. —Mala suerte, supongo— susurro.
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Hanna M. Yilmaz
Odiaba quedarse sola, no quería hacerlo, quería que su padre se quedara con ella y no se fuera a ningún lugar. Ni siquiera tenía verdaderas ganas de pasar tiempo con otras personas, aunque se lo pasó bien jugando con Tyler la anterior vez que se quedó en casa con él, además lo veía en clase por lo que se estaban convirtiendo, poco a poco, en amigos. Aunque no podía olvidar que le pegó en el funeral de la mujer pelirroja. Balanceó las piernas desde su lugar sentada en el sofá, observando las idas y venidas de su padre por el comedor, realizando llamadas que trataba de escuchar sin pudor alguno. —¿Le ha pasado algo a la tía Liriel?— preguntó arrodillándose en el sofá para poder seguirlo con la mirada antes de desaparecer dentro de la habitación para, segundos después, aparecer con su vestido entre las manos. —¿Puedo ir también?— gritó, bajándose de un salto del sofá y corriendo en dirección para tomar el vestido con una amplia sonrisa dibujada en los labios. ¿Desear las cosas con mucha fuerza conseguía que se hicieran realidad? Sonrió, inocente, mientras terminaba de cepillarse; tomando su libreta y estuche antes de salir del apartamento y tomar con fuerza la mano de su padre.

Acomodó la mochila en su espalda, caminando a su lado hasta el lugar que les indicaron, parpadeando confusa cuando habló de una amiga de la tía Rose. ¿No iban a cenar con la tía Rose? —¿Vamos a cenar con alguien que no conocemos?— preguntó sorprendida. —No sabía que los adultos cenabais con personas que no conocéis— siguió hablando. Lo adultos eran mucho más complicados en sus relaciones con los demás, su mamá siempre le había dicho eso. Ella confiaba fácilmente en los demás y compartía su almuerzo con sus compañeros, incluso cuando no los conocía lo suficiente, pero los adultos no era así. —¿Cómo se llama? ¿Quién es?— siguió preguntando, presa de la curiosidad que sentía por la persona que pudiera cenar junto a ello. Era la invitada de ambos, ¿verdad?

Alcanzó la copa con ambas manos, bebiendo agua pero moviendo la cabeza hacia un lado cuando la lejana mirada de su padre fue acompañada con palabras. Escudriñó a la mujer con la mirada, bajando poco a poco la copa, observándola con los ojos entrecerrados hasta formas una fina línea. Frunció los labios, dejando de mirarla cuando no vino hasta ellos. —No me gusta la gente con las piernas tan largas— se quejó, apoyando la espalda contra el respaldo de la silla y cruzando los brazos frente a su cuerpo. —Papá— llamó en un tono lo suficientemente alto como para que todos en el restaurante la escucharan perfectamente, queriendo inclinarse hacia él cuando una cabellera se hizo reconocible a sus ojos y consiguió que, por unos instantes, se olvidara de él y abandonara su asiento para ir corriendo en su dirección. —¡Profesora!— estalló con nueva emoción, dejando de lado el enfado por la mujer de piernas largas. —¿También vas a cenar aquí? Yo he venido con mi papá— habló de seguido, señalando con la mano la mesa en la que aún se encontraba sentado él.
Hanna M. Yilmaz
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Jolene W. Yorkey
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No puedo creer que estoy haciendo esto. No, de verdad, no puedo creer que lo estoy haciendo. ¿Y por qué? ¿Por qué le doy el gusto a mi abuela? ¿Es para que me deje tranquila, es porque Rose me dio mucha pena cuando me intentó convencer? Esto me pasa por ser buena persona, a mí manera. Ni me acuerdo la cantidad de tiempo que ha pasado desde la última vez que hice esto, tengo que darme la ducha más larga del año y me pruebo al menos la mitad de mi armario, ni siquiera con intenciones de impresionar a alguien, sino el encontrarme lo suficientemente cómoda como para hacer esto. Acabo decidiendome por un vestido color carmesí demasiado sencillo, de falda suelta y que apenas roza mis rodillas, con unos zapatos negros que no le hacen daño a nadie. Eso es todo, no voy a ponerle más esfuerzo… bueno, quizá un poco de maquillaje al natural, pero eso es todo. Y el cabello… suelto, he dejado las trenzas de lado. ¿Qué sucederá si me lo tiño un día de estos? ¿Podré cambiar un poco la imagen que todo el mundo relaciona conmigo? Maldito pasado, siempre llamando a la puerta.

Me aparezco en el Capitolio sin una pizca de ánimo, pero hago todo lo posible por caminar con paso decidido en lo que ingreso al restaurante, el cual no es de mi estilo; hay una reservación a la cual debo acudir y todo, lo cual por poco hace que ponga los ojos en blanco. ¿Era realmente necesario todo esto? Esquivo un par de mesas con los pasos marcando mi poco humor, cuando una vocecita hace que me sobresalte, choco contra una pareja que me echa una mala mirada y casi dejo caer mi pequeño bolso — ¿Hanna? — reconozco a la niña en cuanto la veo aparecer como un torbellino. ¿De verdad? ¿Ahora los niños me persiguen hasta en las citas? Pongo una mano en su hombrito en mi intento de comprender lo que está pasando, mi cara debe ser un poema cuando busco al sujeto que me señala y reconozco el número de la mesa. Ay, no… dime que no… Por favor, prefiero volver a ser fugitiva en Europa antes de tener una cita a ciegas con un Weynart y su… ¿Hija? ¿Por qué me sorprende, si sé de dónde ha salido la idea?

Lo que me sorprende es que tú también vayas a cenar aquí — le digo todo lo alegre que puedo, a pesar de que estoy apretando los dientes cuando le pico la naricita. Me quiero morir. Quizá tragar una píldora ácida. No conozco a Colin Weynart, solo lo he visto como he visto a todos los aurores en su momento y, a decir verdad, solo recuerdo su nombre por saberlo emparentado con el Ministro de Justicia. Sé que he hecho cosas peores y descarto la posibilidad de que al menos un polvo me sacará la tortura de tener una cita, así que me acerco con un suave movimiento que hace que Hanna se mueva conmigo — Original. Al menos sabemos que alguien evitará los silencios incómodos — intento bromear, suelto a la niña para tomar la silla y sentarme, tratando de no parecer tan amargada como me siento — Soy Jo — dudo que no sepa quien soy, pero prefiero ahorrarme eso — Y sí, soy la profesora de tu hija. El mundo es demasiado pequeño… ¿No? — agarro mi copa y chequeo que está vacía. ¿Es muy pronto para quejarme de que estoy sobria?
Jolene W. Yorkey
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Invitado
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No sé— contesto a su primera pregunta, —y no sé— es la misma que para la segunda. Tomo una inspiración de aire para tratar de traducirlo de una manera en la que ella pueda entenderlo. —Es un juego de adultos. Así como ustedes tienen las escondidas, nosotros solemos ir a cenar con personas que no conocemos…— digo, espero que las explicaciones sobre juegos de adultos no pase de ahí por esta noche, porque cuando toque hablar de esos temas espero que Lilith ya no esté llorando por alguno de sus gatos o que Rose cumpla con su promesa de hacerse cargo de esa parte de su instrucción. Calmo un poco de mi nerviosismo por la expectativa de quién ha elegido Rose para una cita que tendrá que redefinirse con una niña en medio, porque la observación de Hanna me saca una sonrisa que rompe con la incomodidad. —Pero si yo tengo piernas largas, ¿eso quiere decir que no te gusto?— inquiero, que sentados casi no se nota, pero tengo que seguir bajando mi mirada hacia ella que sentada o no, sigue siendo muy pequeña. Casi que la tapa el borde de la mesa. Y es una pequeña cosa corriendo fuera de su silla para ir hacia alguien que al parecer conoce.

Pese a las veces en que acompañé a Hanna a la entrada del Royal, no puedo decir que conozca a todos sus profesores y mucho menos que sea del tipo de padre que llega hasta la puerta del aula para simpatizar con ellos. Me desaparezco apenas ella pone un pie dentro de la seguridad de la escuela. Pero no puedo decir que desconozca a la mujer que saluda. No habría mayor problema si todo acabara con un saludo típico que hace de todos los maestros las personas más populares cuando se encuentran con sus estudiantes por ahí, sino fuera porque se dirige hacia nuestra mesa y por dentro maldigo sobre Rose y sus buenas intenciones. No pones una pistola en la cabeza de tu amigo que te ha dicho que quería algo tranquilo y alguien más bien común, que ya bastante tenemos con el contraste que somos mi hija y yo. —Esa silla es de Hanna — es lo primero que digo cuando se sienta, y como lo ha hecho, me paro para correr la que queda a mi lado para que la ocupe la niña. —Siéntate aquí, Han— le indico.

Respondo un poco más tarde al saludo de la mujer. Paso mi brazo por encima de la mesa para ofrecerle mi mano. —Soy Colin— contesto, su nombre no me dice nada y creo que se me hará difícil pensarla así, que a muchos los conozco por su fama más que como personas. —Neopanem es…— echo una mirada a la niña de la mesa para morderme la lengua, —molestamente pequeño. Pero lo bueno es que al menos dos personas de esta cita a ciegas ya se conocen…— y Hanna podrá llenar con su cháchara mis silencios, que son bastantes. Ahí va el primero, me quedo en blanco sin saber qué más decir, aparte de lo obvio y estúpido de preguntar por Rose como persona en común. —Entonces eres su profesora de…— comienzo, y me obligo a no poner los ojos en blanco cuando noto que esto fácilmente puede convertirse en un cita entre Han y su maestra, en la que soy el tercero invitado. —¿Quieren pedir?— sugiero.
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Hanna M. Yilmaz
Resopló hacia arriba, consiguiendo que su flequillo volara apenas durante unos instantes. Los adultos eran raros. Cenar con gente que no conocían no era algo normal, ella prefería hacerlo con personas que conociera para poder hablar de cosas que tuvieran en común; aunque, en realidad, a la pequeña no le costaba hablar con nadie. Volvió a observar a la otra mujer, inclinándose hacia un lado y luego hacia abajo para tratar de volver a ver sus largas piernas. No  tenía nada contra sus piernas, pero no le gustaban. Se giró hacia él, mostrándose totalmente ofendida por sus palabras. —Tú eres guapo, es diferente. Además tú no te pones ropa tan corta por lo que tus piernas no se ven tanto— se quejó arrugando un poco quito los labios —Si te caes te puedes hacer daño porque estás más lejos del suelo— agregó.

Por suerte poco duró al molestia por ello puesto que, en el siguiente instante que alzó la mirada sus ojos dieron con una persona conocida y la emoción tiró de ella hasta levantarla de su silla y hacer que corriera en dirección a la mujer. Esbozó una amplia sonrisa, asintiendo con la cabeza cuando dijo su nombre y señaló la mesa en la que se encontraba con su padre. La verdad es que sería divertido que su profesora se sentara con ellos, era alguien que conocía y no tenía las piernas tan largas como la otra mujer. —¿Quieres saludarlo?— preguntó automáticamente mirando en dirección a su padre y luego a ella. Seguramente ni siquiera se conocieran porque su padre siempre estaba demasiado ocupado y, aunque la dejaba cada día en el colegio, tardaba poco en desaparecer. Seguro que ni conocía los nombres de sus profesores o compañeros de clase. Suspiró, avanzando a su lado hasta llegar a la mesa. Parpadeó confusa cuando ocupó un asiento en la mesa. ¿Podía leer la mente? Casi quiso gritar e intentando comenzar a mantener su mente en blanco por miedo a que realmente pudiera hacerlo.

Se acercó a su padre, tomando la mochila para sacar un peluche de oso y colocarlo en la silla que quedaba libre entre su padre y su profesora, antes de sentarse en su propia silla de un pequeño salto. —¿Qué es una cita a ciegas?— preguntó cuando escuchó a su padre hablar de ello. —¿Nos van a poner vendas en los ojos mientras comemos?— su voz sonó algo más aguda de lo normal. Podía mancharse la cara, puede que incluso cortarse con un cuchillo cuando tratara de cortar algo. Quiso balbucear un par de palabras más, confusas y entremezcladas, pero acabaron siendo silenciadas. Volvió la cabeza en dirección a Jolene, dedicándole una alegre sonrisa. Se suponía que sería una cena con un desconocido, pero no lo era para ella.  Tomó una de las cartas, colocándola frente a su rostro y, por unos instantes, desapareciendo por completo del campo de visión de ambos adultos. Todo tenía nombres un poco raros y no entendía lo que quería decir, por lo que mordisqueó el interior de su mejilla, bajando la carta y mirando a su padre. —La comida  tiene unos nombres muy raros— informó balanceando levemente las piernas bajo la mesa. —Quiero algo sin cebolla y con queso— agregó después, entregándole la carta a Jolene para que escogiera lo que más le gustara para cenar.
Hanna M. Yilmaz
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Jolene W. Yorkey
Mentor
¿Si quiero saludar a su padre? Es una pregunta complicada, porque de ser completamente sincera, no deseo hacerlo. Hoy debería ser uno de esos días en el cual Fred y yo nos acurrucamos en sus ronroneos, como la vieja solterona que se supone que tengo que ser. ¡Y aquí estoy, con una niña y su padre, el cual no parece muy contento con que use la silla que era de su hija! Alzo mis manos junto con mis cejas en señal de disculpa, que no quería ser maleducada, pero no llego ni a ponerme de pie que él ya le ha encontrado un reemplazo. Al menos, espero que Hanna capte mi expresión de disculpa, porque ella no tiene la culpa de haber terminado en una situación tan ridícula como esta — Ni que lo digas. Podré conversar con Hanna sobre lo horrible que es el postre del comedor escolar — tomo al menos eso como el pie para hacer una broma que busque sacar lo amargo del ambiente en lo que presiono la mano que me tiende. Buen agarre, pero no lo suficientemente bueno como para que todo esto valga la pena.

Al menos, el comentario de Hanna hace que me aguante la risa, para lo que tengo que prensar mis labios en una mueca divertida — No exactamente, pero sería un juego interesante. También acabas teniendo que adivinar lo que comes sin mirarlo — bromeo, negando con la cabeza para indicarle que no es en serio. Me hago con el menú, no me voy a meter en las decisiones de la comida de la niña porque para algo su padre está aquí y le echo un vistazo al sujeto en lo que paso mis ojos a la lista de la cual Hanna se queja —  Duelo. En realidad, solo le enseño un par de hechizos defensivos a los de su curso, solo se lanzan chispas. ¿No es así, Hanna? — si ella habla, quizá la charla sea un poco más amena.

No tengo que pensarlo demasiado. Los platos son demasiado pomposos, la mitad tiene nombres tan complicados que me sorprende que la niña pueda leerlos y, en mi cabeza, ni siquiera tienen un modo correcto de pronunciarse. Así que, como no tengo intenciones de impresionar a nadie, cierro con fuerza la carta — Me pediré la hamburguesa completa con papas — que, por lo que he visto, con “completa” quieren decirlo de manera literal: hay hasta pan de campo y salsa especial incluidos. Me acomodo en mi sitio como si fuese la persona más elegante de la sala cuando sé que no es así y me aparto un mechón rebelde de la cara, echándolo hacia atrás — Entonces… Tú eres quién cayó en la tortura conmigo — por la sonrisa que le dedico, espero que se dé cuenta que no estoy tratando de ser ofensiva — Dime: ¿Estabas buscando esto o simplemente te arrastraron en un capricho trágico sobre almas solitarias? — solo para subrayar mi punto, me llevo una mano dramática a la frente y profundizo mi voz. Jamás seré la adulta que mi abuela espera, eso está claro.
Jolene W. Yorkey
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Noto la preocupación de Hanna por la suposición que hace, y estoy a punto de tranquilizarla cuando escucho cómo su profesora lo presenta como un juego. —Podría ser divertido— coincido, con sus primos solíamos jugar al diricawl ciego en casa de Riorden y por largas que sean mis piernas, lo que me aleja bastante del suelo, no solía importarme, suelo sufrir caídas peores en terreno. Y a veces también caigo en citas con mujeres que fueron competidoras en los viejos juegos mágicos y que siguen ejerciendo como maestras de duelo. Puedo apreciar el esfuerzo que ha puesto Rose en buscar a alguien que pueda lograr que camine recto durante el transcurso de una cena, agradezco también que esté el peluche en el medio así lo puedo usar como escudo de felpa si es necesario. —¿Ahora es una cita de a cuatro?— pregunto hacia Hanna que ocupa el lugar vacante que queda en la cena.

Reviso mi propia carta para pasar por la lista de nombres pomposos y estoy buscando algo con carne y poco adorno, cuando sigo de largo para rastrear un plato que no tenga cebollas. Puesto que nuestra compañía, pasa a plural porque Hanna y su oso están incluidos, pide una hamburguesa, creo que podemos volver a lo seguro y conocido para todos. —¿Quieres una pizza o una hamburguesa de tres quesos? Podemos pedir que retiren las cebollas— vuelvo a hablarle a la niña, y si bien es solo la parte típica de toda cena de hacer los pedidos, me siento en falta porque todos mis intentos de charla vayan en dirección a mi hija. Ojalá el peluche pudiera hablar e hiciera los honores de entretener a la profesora, lo que probablemente acabaría en el patético resultado que veo venir en que me voy a casa con mi hija y la maestra se lleva al peluche. Porque así están condenadas a acabar las citas en que llevas a tu hija de diez años, a quien echo una mirada cautelosa porque no puedo admitir abiertamente delante de ella que todo esto comenzó por estar buscándole un reemplazo de madre. Dicho así, hasta suena mal. —Digamos que lo estaba buscando— parece la respuesta más segura, no me compromete demasiado, —aunque digamos que no eres precisamente lo que estaba buscando— admito.

Llamo al camarero para que nos tome los pedidos así pasamos el momento. Bien, ¿qué se hacía en estas situaciones? No sé por qué me giro hacia Hanna como buscando una respuesta en ella, aunque su conocimiento en citas se limite a las charlas con sus muñecos o eso quiero creer. Creo que la última vez que fui a cenar con alguien con la obligación de conversar en medio fue hace… no, no quiero hacer ese cálculo. —¿Y tú por qué aceptaste la tortura a ciegas?— pregunto, es bueno saberlo, pero le sostengo la mirada para que cuide lo que va a decir delante de Hanna, por si las dudas. No creo que haga falta la advertencia silenciosa porque es maestra. Tengo un nudo en la garganta que me hace incapaz de hacer las preguntas clásicas sobre trabajo, amigos en común, familia. Tomo una copa de agua para hacerlo pasar y le lanzo una mirada a Hanna para salve la conversación.
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Hanna M. Yilmaz
Esbozó una amplia sonrisa cuando regresó a su silla, reclinándose en ésta, aunque no fuera realmente necesario, para que se saludaran. Su padre no era alguien que tratara de socializar con el resto de padres del colegio, le bastaba con llevarla cada mañana y esperar a que atravesara el umbral de la puerta principal para desaparecer tan pronto como había aparecido. No le molestaba porque las otras madres no le gustaban, sobre todo las que los miraban fijamente cuando llegaban juntos, incluso cuando ella se había separado de él. Asintió con la cabeza en relación al postre. —Cuando una gelatina es de color rojo debería ser de fresa, ¿verdad, papá?— preguntó automáticamente girando el rostro hacia él. —Creen que pueden engañarnos— informó a su profesora, girando el rostro entonces en su dirección, asintiendo con plena confianza y seguridad por sus palabras.

Abrió la boca con sorpresa, mirando los platos que aún yacían vacíos sobre la mesa. ¡Comer con los ojos tapados podía ser divertido! ¡Quería comer así! Alternó su mirada entre ambos, queriendo que fuera real y les trajeran cintas de color blanco junto a la comida. Incluso inclinó el cuerpo hacia un lado para ver si en el resto de mesas también estaban teniendo una cita a ciegas como ellos. Asintió, permaneciendo con los ojos entrecerrados en un intento de ver no solo las cintas sino también lo que estaban comiendo en el resto de mesas que los rodeaban. Solamente había comido una vez en un lugar como aquel, y su mamá le dijo que mirara los platos de los demás  y que cuando encontrara algo que llamara su atención lo pidiera. Regresó hasta su mesa, percatándose en que ambos estaban leyendo sendas cartas. —Sólo chispas; pero Tyler, en la fiesta de la mujer pelirroja, me hizo bailar y cosquillas con su varita— acusó a su primo sin miramiento alguno. Era un tramposo.

—Una hamburguesa, pizza comimos ayer— contestó estirándose para tomar su copa con agua. No estaba acostumbrado a vivir con alguien más y siempre se olvidaba por lo que acababan repitiendo comidas continuamente. Bebió de su copa, siguiendo con la mirada, como si de un partido de tenis se tratara, a los adultos mientras hablaban. Sostuvo la copa contra sus labios durante unos instantes, retirándola solo cuando el mesero llegó hasta ellos y tomó nota de lo que tomarían. —Hablar con desconocidos es raro— comentó entonces. —Cuando llegué a clase todos parecían conocerse y no tenía nada que hablar con ellos— explicó desdoblando la servilleta. —, además no me caen muy bien porque todos son muy— hizo gestitos con las manos, refiriéndose a que eran muy repipis y tenían muchas cosas de las que presumían delante de los demás. Ella era del distrito once y nunca había tenido todo aquel tipo de cosas. Suspiró, echaba de menos a sus amigos.

Pero, sin duda, ella era mejor con otras personas de lo que era su padre. —Mi papá cuida de criaturas mágicas, por eso, a veces, no sabe cómo hablar con las personas— aseguró con un asentimiento de cabeza.
Hanna M. Yilmaz
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Jolene W. Yorkey
Mentor
Mi silencio le regala la oportunidad a Weynart de ser quien decida con su hija lo que la niña va a comer, a pesar de que en cierto modo agradezco de que no voy a ser la única metiendo la trompa en una pila de papas fritas. Tampoco voy a ser quien diga algo frente a alguien con ese apellido sobre las chispas que Tyler y Hanna, que lo que ha ocurrido en el funeral de Jamie Niniadis me parece una de esas salvajadas de las cuales yo no puedo opinar. ¿Quién está bien, quién está mal? ¿Quién se merece ser juzgado, cuando las relaciones más importantes que he tenido han sido con muggles? Me giro, ansiosa por encontrar a alguien que nos atienda de una vez para acabar con esto temprano.

Ni que lo digas — coincido con la niña, intento tomarme todo esto con seriedad hasta que la expresión que reprocha contra sus compañeras me saca una risa que no puedo contener. Sé que estoy rodeada de personas como las que ella está describiendo y tengo que cubrirme un poco la boca para toser y disimularlo, pero tampoco puedo ocultar que no soy de aquí. Vamos, jamás podría tener la postura y elegancia de la mujer que se encuentra a dos mesas de distancia — Sé que la gente del Royal puede ser un poco… — hago una imitación de su gesto sin una pizca de verdadera gracia — … pero si no los conoces, jamás sabrás si tienen cosas en común como para ser amigos. A veces hay que darle una oportunidad al resto a pesar de las diferencias — que, ojalá, su tío o lo que sea pudiese entenderlo.

La respuesta de Colin se gana un arqueamiento de mi ceja, pero la sonrisa se me acentúa sin una pizca de haberme ofendido — Eso puedo ver — le comento a la niña en lo que me cruzo de brazos al acomodarme en el asiento — Sé que no soy lo que alguien estaba buscando. ¿Crees que soy fea? — me voy a lo más banal de la superficialidad para no tocar temas más sensibles y abro mis ojos en espanto, llevándome una mano al pecho que acabo sacudiendo al reírme — La acepté porque no tenía otra opción. Era esto o soportar reproches y ojos de perro mojado por los próximos meses, hasta que me ganase el cansancio. No he tenido una cita en… una eternidad — por no decir “nunca”, porque no sé si cualquiera de mis pocas experiencias cuentan como citas. Tampoco quiero pensar en ellas ahora mismo.

Menos mal que ha llamado al camarero, me da la excusa perfecta para hacer mi pedido y desviar la atención de la conversación a cualquier otra cosa. Me entretengo en lo que ellos ordenan con pellizcar algunos pancitos saborizados de la canasta, pasando los ojos de uno al otro en busca de una señal que me indique de qué hablar sin meter la pata. No es que me importe mucho, pero tampoco quiero que me caiga pesada la cena — ¿Y qué es lo que “precisamente” estabas buscando? — pregunto, más por curiosidad que cualquier otra cosa — ¿Hanna está aquí para dar su aprobación? — no puedo evitar bromear, moviendo mis cejas con gracia en dirección a la niña, a quien le guiño el ojo. Tampoco espero ganarla, pero es mejor esto que nada.
Jolene W. Yorkey
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Invitado
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Eh…— me obligo a callar porque no tiene caso corregir a Hanna en su versión de los hechos de lo que fue el funeral y no la fiesta de Jamie Niniadis, cuando su primo de la misma edad sufrió de las alucinaciones que muchos de los allí presentes padecidos, y que por eso la atacó con toda la intención de lastimarla, yo también lo hice con el pobre de Jack. Siendo honesto con los hechos, el que terminó más golpeado fui yo, así que nada de «pobre Jack». —Pero luego te invitó a ver el hipogrifo de Ethan, ¿verdad? No debes enojarte con Tyler, es tu primo y a pesar de las peleas, los primos se cuidan las espaldas entre sí, siempre— digo, uso mi dedo índice para presionar su frente allí donde se fruncen sus cejas al acusar al niño. Y tal vez nunca pasé, pero es una posibilidad abierta de que si algo llega a pasarme, Riorden es la única persona que se haría cargo de ella así que Tyler pasaría a ser su hermano. Ni siquiera Liriel. Todos sabemos que quien cuidaría de ella sería Riorden.

Supongo que será hamburguesas para todos, y ojalá nos hubiéramos ahorrado el tener que pensar atuendos elegantes que encajaran con este lugar que parece el apropiado para una cita, al parecer no para nosotros, porque el gesto de Hanna lo imita su profesora y tengo que reírme de ambas entre dientes. Coloco mi codo en la mesa para recostar mi sien contra el puño cerrado de mi mano y dejo que sea la mujer quien le dé un consejo mejor que el que yo podría darle. Si nadie le cae bien, no está obligada a simpatizar con ellos. No hay nada malo en estar solo porque la mayoría de las personas te dan lo mismo, pero puede que sea una práctica de vida más conveniente para un adulto solitario, que para una niña de diez años que de lejos se puede apreciar que tiene un carácter sociable que obviamente lo habrá sacado de Xing, aunque no recuerdo muy bien si lo era. No fue muy sociable cuando me dejó, así que conservo esa mala impresión.

Podemos quedarnos con el acertado comentario de Hanna sobre mi carácter, que por cierto se gana un asentimiento de mi parte porque estoy de acuerdo, no me pondré a negar nada de lo que es una verdad evidente y me alivia un poco que ella pueda explicarlo tan fácil. Retomo la conversación en el momento en que tengo que responder a la consecuencia de mi propio comentario y me siento erguido en la silla otra vez. —No, no creo que seas fea— y al decirlo creo que la oración está incompleta, así que continuo. —Eres bastante atractiva por cierto, no del tipo demasiado atractivo que pueda llegar a ser incómodo, tienes… rasgos simpáticos— hasta lo digo como un cumplido, la verdad es que hubiera sido terriblemente incómodo que Rose me hubiera mandado a una cita a ciegas con una rubia con los mismos gestos que criticaba Hanna. —Ya somos dos— coincido cuando me da una medida del tiempo que lleva sin citas y le echo una mirada divertida a Hanna. —¿Y tú, Han? ¿Has tenido citas antes? Lamento si esta es la primera y tuvo que ser con tu padre— presiono mi boca en una línea que es una sonrisa de disculpa.

Mis ojos regresan a la niña una segunda vez cuando tengo que contestar a la siguiente duda cuando el camarero se va y creo que la dirección de mi mirada es la respuesta, lo mismo me esfuerzo en buscar palabras que den una contestación vaga. —Estaba buscando alguien… normal, común, corriente. Que quisiera pasar tiempo con un sujeto que se entiende mejor con los animales que con las personas y una niña de diez años que no tiene amigos en la escuela porque ellos son muy petulantes y todavía no ven lo increíble que ella es. Que quiera comer pizza o hamburguesas los viernes y sábados a la noche porque el resto de la semana se complica, y claro, no puede ser alérgica a los pelos de ningún animal— digo, tomando una rodaja de pan de la canasta para ir sacando pedacitos con mis dedos. —Es una proposición muy tentadora, lo sé. Y es tan tentadora que por supuesto, si te interesa deberás contar con la aprobación de la niña en cuestión. No quiero asustarte, pero Hanna conoce algunas tácticas ancestrales de cuidado para poner a prueba a los valientes—, sí, claro. Es Han, seguro que la invita a dibujar en casa mañana.
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Hanna M. Yilmaz
Asintió lentamente con la cabeza. Lo cierto era que tenía un secreto con Tyler, uno que, por obvias razones, no podía contarle a su padre sino quería ser regañada. ¡Y no quería serlo! Sonrió con total inocencia, asintiendo con la cabeza y apoyando las manos en el filo de la mesa. —De momento solo no tenemos en un al otro en el colegio, así que estamos juntos— comentó con naturalidad, asintiendo con la cabeza. Ella quería tener también amigas, no solamente un amigo que, encima, era su primo por lo que no contaba como amistad, ¿verdad? —Antes tenía muchos amigos— contestó a su profesora, suspirando sonoramente a la par que sus hombros se hundieron un poquito por ello. Aún extrañaba a su casa, a sus amigos y, sobretodo, a su mamá.

Alcanzó la servilleta, dejando que los adultos hablaran mientras la pequeña trataba de doblarla de alguna de las formas que su mamá la había enseñado. Podía hacer un cisne con una toalla, hasta un perrito si ensayaba mucho, también pajaritos y barcos con papeles, ¿una servilleta de tela serviría igual? ¿Luego las tiraban como las normales o que hacían? Hizo el plato hacia un lado, estirándola frente a ella y tratando de alisarla con los dedos, solo levantando la cabeza en dirección a su padre cuando llamó simpática a su profesora y, acto seguido, la nombró. —¿Qué es tener rasgos simpáticos?— preguntó a su padre, manteniendo la mirada en él pero con las manos aún apoyadas sobre la servilleta. —. Y esto no es una cita. Las citas las tienen personas que se quieren, y tú eres mi padre y ella  mi profesora— explicó con tranquilidad, regresando su atención a la tela y comenzando a doblarla por unos extremos como si su intervención hubiera sido meramente de paso.

Sus dedos dejaron de recorrer la tela cuando su padre comenzó a hablar de seguido y tantas palabras que, por un segundo, se asustó que malo pudiera estar sucediendo. Parpadeó, confusa, alternando su mirada entre ambos adultos, incluso por oso, hasta que acabaron nuevamente en su padre. ¿Qué estaba proponiendo? No quería que nadie se metiera en sus vidas; no lo quiso cuando solo tenía a su madre, no lo quería ahora que solo tenía a su padre. Prensó los labios y deslizó las manos sobre la mesa, llevándose consigo la servilleta y la pequeña parte de la figura que había conseguido armar. Bajó la mirada y se mantuvo inmóvil, en silencio, con sus oscuros ojos fijos en sus manos. Cuando se molestaba o sentía triste, en ocasiones, su cabello cambiaba con sutileza. Volviéndose lentamente azul, comenzando por las puntas y extendiéndose hacia las raíces. Se mordió el labio inferior y enredó los dedos con la falda de su vestido. —Quiero ir al baño— acabó por susurrar, moviéndose sobre la silla hasta que sus pies dieron contra el suelo. —No… no os comáis mi hamburguesa— pidió tratando de esbozar una pequeña sonrisa en los labios antes de encaminarse, inicialmente, hacia ningún lado hasta que consiguió dar con un camarero que le indicó hacia donde debía ir.
Hanna M. Yilmaz
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Jolene W. Yorkey
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Nunca he tenido la clase de risa que pasa desapercibida en las multitudes, así que tengo que cubrirme la boca con el dorso de la mano cuando se me escapa una carcajada — Debes ser un éxito entre las mujeres — murmuro sin una pizca de ofensa — Son las pecas, a que sí. ¡O no, no me digas! Es culpa de los ojos saltones, de seguro son lo suficientemente simpáticos como para creer que abandonarán mi cara pequeña si me asombro demasiado — solo para remarcar mi punto, los abro tanto que acabo poniéndome bizca hasta que la pregunta de Hanna hace énfasis en mi punto — Eso, necesito una mejor aclaración de “rasgos simpáticos— que puede que haya venido aquí a regañadientes, pero mi sonrisa maliciosa dice que puedo al menos quitarle provecho a la situación. Reírme de boberías nunca viene mal y quizá no necesite estar ebria para ello.

Sé que no debe ser complicado de comprender para una niña, una vez más opto por que no me corresponde a mí el ser quien le explique la situación, así que mis ojos toman un tamaño algo más normal cuando me fijo en el rostro de mi acompañante a ver cómo manejará el asunto. Claro que sus intenciones suenan a la clase de propuesta que harían que me levante y salga corriendo, pero por alguna razón me quedo aquí sentada, escuchándolo en un silencio nada propio de mí. Ni siquiera le presto mucha atención al hecho de que la comida se acerca, por más bien que huela, porque la niña “en cuestión” decide que es momento de abandonar la mesa. La sigo con la mirada, preocupada por su andar hasta que veo que es detenida por un mesero. Bien, no quería hacer esto, pero el suspiro que se me escapa deja en claro que voy a hacerlo.

Colin, no quiero entrometerme en tu vida — murmuro, vuelvo a girarme hacia él y apoyo mis brazos en la mesa para inclinarme en su dirección, así puede escucharme con claridad a pesar de estar hablando con calma — Pero conozco a Hanna lo suficiente como para saber que es una niña dulce y sensible que, quizá, no está lista para sumar a alguien a ese cuadro familiar. Conozco algunas cosas de las vidas de mis alumnos por sus fichas, pero no voy a hacer preguntas que no me incumben. Lo que quiero decir es… ¿Aunque sea hablaste con ella sobre todo esto? ¿O solo te estás guiando por lo que crees que es correcto? Porque no seré madre, pero he visto a muchos padres actuando en base a lo que creen que es lo que deben hacer y ahí es cuando la cagan — le sonrío suavemente, si tuviera más confianza le daría una palmadita en la mano; en su lugar, me hago con una papa frita — Tu propuesta es muy tentadora, pero soy de las que creen que las cosas se dan por sí solas. ¿Quieres buscar a Hanna, quieres que vaya yo o solo le daremos su espacio? — como no sé cómo rematarlo, doy un mordisco generoso sin aparle los ojos de encima.
Jolene W. Yorkey
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La respuesta que espero de la mujer, la recibo de parte de Hanna que aparta su silla para levantarse de la mesa con toda educación, la que no le enseñé yo, sino que fue puro mérito de su madre, y me deja sentado en la mía observándola irse con las puntas de su cabello delatando su humor. Mis conocimientos de psicología se limitan a los animales, así que son casi nulos, pero el azul es un color que al menos a mí me habla de lo triste que se puede sentir una persona y creo que en lo que acaba de ser el mejor discurso que he dado en mi vida, que hablar nunca ha sido mi fuerte, para tratar de impresionar o siquiera convencer a alguien, la única persona que en realidad importaba en todo esto ha resultado lastimada. La voz de Jolene hace que vuelva mi mirada hacia ella, no digo nada en tanto me da su opinión sobre esta situación, a claras me doy cuenta que está siendo más amable de lo que debe o de lo que sería alguien más que tuviera que lidiar con esto, así que la escucho y acomodo mi mentón sobre mis manos entrelazadas, meditabundo, con los codos sobre la mesa contra toda norma de etiqueta.

Puedo encontrar por mí mismo la respuesta que resuelve esta situación y espero que pueda perdonar la pérdida de tiempo, no creo que se ofenda porque ella pudo verlo tan claro, a quien le costó fue a mí. —Supongo que este es el momento de ir detrás de la chica que importa— digo, mis ojos puestos en el plato todavía vacío y mi expresión muestra mi resignación al saber que así quedará. Retiro mi silla hacia atrás con un ruido que pasa desapercibido entre las muchas voces que llenan el salón y estiro mi brazo para tomar al oso de peluche por una de sus orejas, así lo llevo de regreso con su dueña. —Lo lamento— lo digo en verdad, creo que se escucha así, no por el fracaso de una cita que apenas empezaba, sino por hacerla salir de casa en vez de quedarse a mirar una película que sería mucho más interesante que tener que explicarle a un padre que está siendo un imbécil con su hija. Por simpatía podría traer a Hanna para que no hagamos otra cosa que comer hamburguesas, así al menos la cena habría valido la pena, pero decido no alargarlo. Tomó también la mochila de Hanna y no hay mucho más que decir, me despido con un asentimiento de cabeza.

Cruzo el salón hacia el pasillo que lleva a los baños y busco el que tiene la identificación de las damas, como no quiero problemas con nadie, me quedo en la puerta. —¿Han? ¿Estás bien?— pregunto, una mujer me lanza una mirada al salir y me echo un paso hacia atrás. Levanto un poco mi voz para que me escuche. —¿Estás lista para volver a casa? Podemos pasar por un supermercado y comprar un par de maruchan— propongo, que es lo más cercano que puedo ofrecerle a la comida que le preparaba su mamá y creo que esta noche le vendría mejor que unas hamburguesas, esas las podemos comer otro día. —¿Hanna?— insisto.
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Hanna M. Yilmaz
Ser adulta era complicado, mucho más cuando se encontraba en un lugar desconocido y viendo como otras personas iban y venían de un lado para otro. Algunos recién llegados, camareros sirviendo o tomando notas, risas, conversaciones en voz alta… La pequeña de azabaches cabellos solo consiguió reorientarse cuando acabó chocando contra una camarera, la cual le prestó curiosa atención hasta que preguntó dónde estaba el baño; entonces se agachó a su altura y le indicó la dirección que debía de tomar. Esbozó una pequeña sonrisa, enredando, tímida, los dedos en el bajo de su verde vestido antes de dirigirse hacia el lugar indicado.

Nunca había sido tímida, le era fácil hablar con lo demás, ser la persona que rompía los incómodos silencios con algún comentario surgido de la nada. Pero ya no se sentía de aquella manera. Prefería no tener que hablar sobre el comedor o sus comidas, hechizos, amigos o familia. Lo cierto era que habría preferido quedarse con su tía Liriel, acariciando a su gato y dibujando en la mesa baja, sentada en el suelo y con las piernas estiradas. No estar allí. Suspiró aventurándose al interior de uno de los cubículos, cerrando la puerta tras de sí. No le importaba compartir, todos sus amigos sabían que, en ocasiones, compartía las cosas más de lo que debía, pero algunas cosas eran… simplemente suyas. Nunca quiso que nadie más viviera junto a ella y su madre; se alegraba y celebraba las visitas, pero no había querido compartir a su madre más de lo debido. Y ahora no quería tener que compartir a su padre. Prensó los labios, balanceando los pies sentada en el baño, golpeando con el tacón de sus zapatos la base del servicio.

Mordisqueó su labio inferior, inclinando su cuerpo al frente para abrir el grifo y lavarse las manos, percatándose entonces del color azulado de su cabello. Peinó su liso cabello y suspiró. —No quiero que nadie más coma pizza con nosotros— susurró, bajando la mirada hasta sus zapatos —, tampoco quiero que coman maruch— no terminó de hablar puesto que su mirada se alzó, yendo en dirección hacia la puerta, lugar desde el que había escuchado la proposición que entró en su cabeza pero no prestó atención.

—¿Papá?— preguntó cuando salió del baño, mirando hacia ambos lados en busca de la presencia de su profesora. En realidad no le molestaba, le parecía alguien divertida y que sabía muchas cosas que trataba de enseñarle. —¿Qué haces aquí?— preguntó extrañada, percatándose entonces de la presencia de oso, el cual estaba siendo arrastrado de una oreja. —¿Nos vamos a casa?— siguió preguntando, alzando la mirada en dirección a su padre sin saber muy bien si se habían peleado mientras  no estaba allí.
Hanna M. Yilmaz
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Invitado
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Es cuando tengo que doblar mi cuello y bajar la mirada que recuerdo una vez más lo pequeña que es Hanna en comparación conmigo o con la mayoría de las personas, puede que tenga diez años, sigue pareciéndome demasiado pequeña. Todavía no me hago una idea de qué haré con alguien así a mi cargo, pero queda descartado llevarla a nuevas citas a ciegas o invitar a alguien más a unirse a nuestras cenas de pizza con sopa, la verdad es que no siento que necesitemos a nadie más. Y es una lástima, en verdad, que haya una mujer a unos pocos pasos a quien tocó decirle «lo siento», lo que no remedia del todo el plantón en medio del restaurante y es la única cosa honesta que en realidad tengo para ofrecer, que no creo estar listo para abrir otro espacio en mi vida a alguien más aparte de Hanna.

La acerco a mí cuando sale del baño y froto su hombro con una mano, con la otra sigo sosteniendo la correa de la mochila y el oso de peluche. —Nos vamos a casa— contesto, sigo con mis ojos el pasillo de vuelta al salón. —¿Quieres despedirte de tu profesora y decirle que se verán el lunes?— pregunto, que ellas tendrán que seguir viéndose, yo me quedo al margen en el sector de las malas anécdotas sobre citas. Suelto su hombro para que vaya hacia ella si así quiere, antes de que avance un paso hago que se detenga y tomo las correas de la mochila para subirlas por sus brazos, así está lista para que podamos irnos, al oso lo puedo seguir cargando un par de cuadras. — Entonces, ¿cenamos fideos?— digo, me fijo en su vestido verde y pienso en que acabaremos cenando sopa de fideos mientras mirábamos caricaturas. No es un mal plan para mí, solo quiero tranquilidad, pero podría ser mejor. —Te has vestido muy elegante para eso, ¿alguna vez fuiste a un cine?— inquiero, y ni siquiera sé para qué pregunto si conozco la respuesta. —¿Vamos?
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