OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Le parecía un fin de semana excelente para salir a comer algún dulce en la ciudad. Quizá la ingesta de azúcares le bajaría un poco la nota que cargaba encima, que en esa ocasión no le había pegado muy bien. Además, también le iba bien salir a comprar comida porque la que tenía ya se la había comido toda y no se había dado cuenta. Quizá ya era hora de que contratase a una cocinera personal que no solo le cocinase si no que se encargase de cuidar que se alimentase bien y no gastara toda su comida a lo estúpido. Podría decirse que sería su cocinera/administradora. Sí, era una buena ide...hm...pero seguro no podía contratar a otros magos, seguro tenía que comprar a un elfo doméstico o a un esclavo o esclava para que hiciera su trabajo.
Al darse cuente de esto recordó por qué seguía haciendo todo ella sola. Cocinar, limpiar, organizar, comprar, crear su propia ropa. No quería tener que tomar a ninguna persona ni criatura como esclavos pues, aunque ella los trataría bastante bien, eso podría ser visto como traición a la sangre y no quería terminar en prisión de nuevo o peor, condenada a muerte. Odiaba demasiado tener que prohibirse cosas que deseaba, evitar decir las cosas que quería decir y demás solo porque la tiranía del nuevo gobierno no conocía límites.
De todas maneras, ya necesitaba salir de su casa. Tomó a su gatito negro y este se colocó en su hombro inmediatamente como si fuese un ave, y salió a buscar el primer lugar de dulces que consiguiese. Caminaba por las calles para poder ver bien todo pues conocía más las calles dónde vivían sus padres que las cercanas a su nueva residencia. Finalmente su gato le tiró del cabello y le apuntó a un lugar con la nariz. Él mismo había olido y luego ella lo olió también al acercarse. Un fuerte olor a café y chocolate que despertaba sus sentidos. Entró rapidamente al lugar, casi desmayándose del gusto cuando tuvo el olor prácticamente encima. Pidió cuatro tipos distintos de pastel y dos tipos distintos de pie, un brownie y un mokaccino helado. Sí, todo eso era solo para ella y su gato. Inmediatamente fue a sentarse mientras esperaba a que se lo trajesen.
Un chico cerca de ella se le hizo vagamente familiar, le parecía haberlo conocido de antes de haber entrado a prisión...un nombre le llegaba a la mente. — ¿Dave — dijo en un tono de voz un tanto alto, probando el nombre al aire, no sabía si era él.
Al darse cuente de esto recordó por qué seguía haciendo todo ella sola. Cocinar, limpiar, organizar, comprar, crear su propia ropa. No quería tener que tomar a ninguna persona ni criatura como esclavos pues, aunque ella los trataría bastante bien, eso podría ser visto como traición a la sangre y no quería terminar en prisión de nuevo o peor, condenada a muerte. Odiaba demasiado tener que prohibirse cosas que deseaba, evitar decir las cosas que quería decir y demás solo porque la tiranía del nuevo gobierno no conocía límites.
De todas maneras, ya necesitaba salir de su casa. Tomó a su gatito negro y este se colocó en su hombro inmediatamente como si fuese un ave, y salió a buscar el primer lugar de dulces que consiguiese. Caminaba por las calles para poder ver bien todo pues conocía más las calles dónde vivían sus padres que las cercanas a su nueva residencia. Finalmente su gato le tiró del cabello y le apuntó a un lugar con la nariz. Él mismo había olido y luego ella lo olió también al acercarse. Un fuerte olor a café y chocolate que despertaba sus sentidos. Entró rapidamente al lugar, casi desmayándose del gusto cuando tuvo el olor prácticamente encima. Pidió cuatro tipos distintos de pastel y dos tipos distintos de pie, un brownie y un mokaccino helado. Sí, todo eso era solo para ella y su gato. Inmediatamente fue a sentarse mientras esperaba a que se lo trajesen.
Un chico cerca de ella se le hizo vagamente familiar, le parecía haberlo conocido de antes de haber entrado a prisión...un nombre le llegaba a la mente. — ¿Dave — dijo en un tono de voz un tanto alto, probando el nombre al aire, no sabía si era él.
Era un alivio no tener que usar traje al menos dos días a la semana, el cuello me cosquilleaba de llevar cinco días con la corbata ahorcándome. Es la sensación con la llego a los viernes, después de pasarme toda la semana sentado detrás de un escritorio en el departamento de Justicia, como uno de los muchos secretarios a quien nuestro ministro enloquece. Y vamos enloquecer de veras, al menos yo, porque mis ojos se han tropezado con papeles que hubiera preferido desconocer y sé que sigo desconociendo muchas, sobre nuevas medidas que me han dado un dolor de cabeza que no se me pasa ni después de dormir doce horas de corrido. Ni las siguientes dos horas que me las paso tirado en el patio trasero de la casa en el césped a que el sol cada vez más caliente del verano termine por rostizarme, así no tengo que enfrentar al lunes que se viene.
Después de darle muchas vueltas, me prendo de la primera excusa que tengo para aparecerme en las calles del Capitolio a vagar, porque si lo hago por los distritos del norte sé en qué lugares acabaré y también los estoy evitando. Sé que iré en algún momento, más temprano que tarde, pero necesito al menos dos horas más para acomodar todo en mi cabeza. Paso delante de una pastelería cuando estoy a minutos de volver a casa, puedo llevar algo para compartir con mi hermana menor y embotarnos el cerebro de azúcar, a veces hace falta. Añaden mi pedido a los otros que están pendientes y me doy la vuelta, mi espalda contra el mostrador y apoyándome en mis codos, a esperar lo que haga falta.
No es solo oír mi nombre, sino reconocer inmediatamente a la persona que lo susurro, lo que me lleva a romper mi postura y dar un paso hacia ella. — ¿Dioni?— pregunto en el mismo tono, en unas pocas zancadas llego hasta donde está sentada. La sonrisa que me cruza la cara de una mejilla a la otra borra un poco el cansancio en mi semblante, hace que no se vean tan pronunciadas las ojeras con las que cargo. —Esto se ve un poco diferente a los últimos lugares donde nos habíamos visto— saludo, haciendo un paneo con mi mirada de todo el negocio. La pastelería se ve más colorida con sus paredes cálidas a los bares de rincones en penumbras donde compartimos un par de apuestas hace un par de años. Tiendo mi mano hacia el gato sin llegar a tocar su hocico, sino esperando a que sea el felino quien decida si quiere que lo toque o no, soy respetuoso con el espacio que las criaturas también piden. Pero no hay perro, gato, rata, puffkein que no vea sin que me surja el impulso de querer simpatizar. —Pensándolo bien, que nos reencontremos en el Capitolio es raro de por sí—. No hasta hace mucho yo no tenía trabajo ni compromiso por nada, era un chico con una cámara fotográfica moviéndose por todo el norte y metiéndose en uno que otro sitio poco recomendable, de los que salía con los bolsillos vacíos y a veces la nariz sangrando. — ¿Qué estás haciendo aquí?— inquiero, con mi curiosidad al descubierto.
Después de darle muchas vueltas, me prendo de la primera excusa que tengo para aparecerme en las calles del Capitolio a vagar, porque si lo hago por los distritos del norte sé en qué lugares acabaré y también los estoy evitando. Sé que iré en algún momento, más temprano que tarde, pero necesito al menos dos horas más para acomodar todo en mi cabeza. Paso delante de una pastelería cuando estoy a minutos de volver a casa, puedo llevar algo para compartir con mi hermana menor y embotarnos el cerebro de azúcar, a veces hace falta. Añaden mi pedido a los otros que están pendientes y me doy la vuelta, mi espalda contra el mostrador y apoyándome en mis codos, a esperar lo que haga falta.
No es solo oír mi nombre, sino reconocer inmediatamente a la persona que lo susurro, lo que me lleva a romper mi postura y dar un paso hacia ella. — ¿Dioni?— pregunto en el mismo tono, en unas pocas zancadas llego hasta donde está sentada. La sonrisa que me cruza la cara de una mejilla a la otra borra un poco el cansancio en mi semblante, hace que no se vean tan pronunciadas las ojeras con las que cargo. —Esto se ve un poco diferente a los últimos lugares donde nos habíamos visto— saludo, haciendo un paneo con mi mirada de todo el negocio. La pastelería se ve más colorida con sus paredes cálidas a los bares de rincones en penumbras donde compartimos un par de apuestas hace un par de años. Tiendo mi mano hacia el gato sin llegar a tocar su hocico, sino esperando a que sea el felino quien decida si quiere que lo toque o no, soy respetuoso con el espacio que las criaturas también piden. Pero no hay perro, gato, rata, puffkein que no vea sin que me surja el impulso de querer simpatizar. —Pensándolo bien, que nos reencontremos en el Capitolio es raro de por sí—. No hasta hace mucho yo no tenía trabajo ni compromiso por nada, era un chico con una cámara fotográfica moviéndose por todo el norte y metiéndose en uno que otro sitio poco recomendable, de los que salía con los bolsillos vacíos y a veces la nariz sangrando. — ¿Qué estás haciendo aquí?— inquiero, con mi curiosidad al descubierto.
Qué suerte que no se había equivocado, habría sido vergonzoso decir un nombre al aire y que nadie respondiese, todos allí pensarían que estaba loca, aún más de lo que ya muchos parecían pensarlo por la extravagancia de sus atuendos, que traían símbolos del satanismo, algo bastante muggle, pero que los magos solo veían como estrellas y formas extrañas. Ni siquiera en el ministerio parecían notar que toda la ropa que hacía tenía el simbolismo satánico oculto en algún lado, además, no le hacían mucho caso a eso pues decían que seguro había aprendido esas cosas de los locos con los que había pasado tiempo en prisión y no le hacía daño a nadie. Como buena chica rebelde que era sentía como una pequeña victoria personal el poder vestirse con esas cosas y que nadie lo notase, pues, en este caso, el pentagrama en su top pasaba por una estrella normal de cinco puntas.
Le agradecía a su madre haberle permitido leer tanto sobre los muggles, así su cerebro no estaba completamente lavado y le daba la opción de, sutilmente, burlarse de las reglas.
Saludó al chico con efusividad, le alegraba mucho ver a un antiguo amigo, una de las pocas personas con las que se llevaba bien realmente antes de entrar a la cárcel, cuando eran ambos solo adolescentes buscando obtener dinero y escapándose, haciendo cosas solo por lo divertido de la ilegalidad. O al menos, así era ella. Lo hacía todo solo por gusto, nada de necesidad. Escuchó que el chico hablaba un tanto imprudentemente en ese lugar lleno de personas, si a él no lo vigilaban constantemente en el capitolio, a ella sí, y no se podía dar el lujo de que la escuchasen hablar sobre lugares extraños y asuntos sospechosos. Sus ojos se abrieron repentinamente bastante, su azul volviéndose más brillante aún. — La propia e inigualable...y si ves diferente esto, creo que tu memoria te está jugando una broma — rió como si estuviese bromeando, esperaba que captara que tenía que tener cuidado con lo que decía.
Ya más calmada, sonrió al ver como saludaba a su gatito. — Se llama Aleister, un gatito muy inteligente y ágil aunque un poco bipolar — al decir esto el gato la miro y le mordió la mejilla, no muy fuerte pero tampoco con cariño. — Auch...y bueno, así me demuestra todo su amor, por suerte a diferencia de muchos este pequeño engreído no me llena de rasguños — Aleister se acomodó, enroscando su cola en una elegante pose, sus ojos grises mirando fijamente al chico con la barbilla en alto. Se acercó ligeramente para olisquear la mano del chico, tintineando la campana de su collar en el proceso y finalmente le dio una corta lamida en un dedo para luego volver a su posición La chica alzó ambas cejas — No te mordió un dedo hasta sacarte sangre, esa es una buena señal, le agradas...ven, siéntate un rato acá conmigo, tenemos que brindar con una taza de té y dulce para celebrar...luego podemos ir a un bar. — esto último lo susurró como con tono cómplice y le guiñó un ojo.
— Pues, siempre he vivido aquí, este es mi hogar, los otros lugares solo eran fuentes de diversión ocasionales. Estuve un tiempo...eh...bajo custodia, y ya he vuelto a mi vida normal. — se acercó a él, clavando sus ojos, un toque misterioso y divertido en ellos. — Lo que sí se me hace extraño es verte a ti por acá...¿sucedió algo malo?.
Le agradecía a su madre haberle permitido leer tanto sobre los muggles, así su cerebro no estaba completamente lavado y le daba la opción de, sutilmente, burlarse de las reglas.
Saludó al chico con efusividad, le alegraba mucho ver a un antiguo amigo, una de las pocas personas con las que se llevaba bien realmente antes de entrar a la cárcel, cuando eran ambos solo adolescentes buscando obtener dinero y escapándose, haciendo cosas solo por lo divertido de la ilegalidad. O al menos, así era ella. Lo hacía todo solo por gusto, nada de necesidad. Escuchó que el chico hablaba un tanto imprudentemente en ese lugar lleno de personas, si a él no lo vigilaban constantemente en el capitolio, a ella sí, y no se podía dar el lujo de que la escuchasen hablar sobre lugares extraños y asuntos sospechosos. Sus ojos se abrieron repentinamente bastante, su azul volviéndose más brillante aún. — La propia e inigualable...y si ves diferente esto, creo que tu memoria te está jugando una broma — rió como si estuviese bromeando, esperaba que captara que tenía que tener cuidado con lo que decía.
Ya más calmada, sonrió al ver como saludaba a su gatito. — Se llama Aleister, un gatito muy inteligente y ágil aunque un poco bipolar — al decir esto el gato la miro y le mordió la mejilla, no muy fuerte pero tampoco con cariño. — Auch...y bueno, así me demuestra todo su amor, por suerte a diferencia de muchos este pequeño engreído no me llena de rasguños — Aleister se acomodó, enroscando su cola en una elegante pose, sus ojos grises mirando fijamente al chico con la barbilla en alto. Se acercó ligeramente para olisquear la mano del chico, tintineando la campana de su collar en el proceso y finalmente le dio una corta lamida en un dedo para luego volver a su posición La chica alzó ambas cejas — No te mordió un dedo hasta sacarte sangre, esa es una buena señal, le agradas...ven, siéntate un rato acá conmigo, tenemos que brindar con una taza de té y dulce para celebrar...luego podemos ir a un bar. — esto último lo susurró como con tono cómplice y le guiñó un ojo.
— Pues, siempre he vivido aquí, este es mi hogar, los otros lugares solo eran fuentes de diversión ocasionales. Estuve un tiempo...eh...bajo custodia, y ya he vuelto a mi vida normal. — se acercó a él, clavando sus ojos, un toque misterioso y divertido en ellos. — Lo que sí se me hace extraño es verte a ti por acá...¿sucedió algo malo?.
—Pues una pastelería se ve bastante distinta a muchos lugares en general— insisto pese a su tono de advertencia y muevo mi mano para señalar a las paredes donde hay cuadros enmarcados de distintos postres, si no son los colores de las paredes, son los olores los que hacen inconfundible el sitio donde nos encontramos. Se podría tomar como que comparo el local con cualquier otro, en el silencio dejamos las referencias más explícitas que pongan sobre la mesa esos bares de apuestas, aunque en estos días se temen rumores peores que los que podamos ofrecer respecto a nuestras anécdotas sobre la mala suerte en los naipes.
El gato es una buena distracción para redirigir la conversación hacia lo seguro, memorizo su nombre y sonrío al notar el roce espino de su lengua sobre mi piel. —Es un gusto conocerlo, señor Aleister— lo saludo con la formalidad que creo que muchos gatos se merecen, son criaturas orgullosas como bien se sabe. Y también prefiero tomar precauciones con quien su propia dueña reconoce como bipolar, no quiero abusar de su simpatía inicial y le devuelvo su espacio. —Tomaré como un honor caerle bien— digo honestamente, con una sonrisa que curva mis labios. Retiro una de las sillas para sentarme frente a ella, puedo esperar allí hasta que pueda retirar mi pedido.
Nadie me echa apuro, de todas maneras. Puedo dedicar unas horas más a vagar por la ciudad antes de que mi familia suponga extraña mi ausencia. No debería mostrarme tan sorprendido, pero lo hago al alzar mis cejas tan alto que chocan con el inicio de mi cabello, al saber que el Capitolio es su hogar. Sé que es de mal gusto juzgar a partir de impresiones, que me condenen entonces por asumir que una chica extravagante que conocí jugando a las cartas venía de un sitio tan elitista como lo es el centro del Capitolio. Ese comentario al pasar sobre que estuvo bajo custodio tengo que dejarlo correr, porque no creo que sea lugar para preguntarle al respecto, aunque me intrigue. —Sucedieron muchas cosas malas—, ¿para qué mentir? Pero no quiero hacer un repaso de pérdidas y muertes. —Y ahora estoy trabajando en el ministerio, ese es el menor de los males si tengo que ser sincero. No es tan terrible como pensé que sería. Mi título de abogado al fin sirvió para algo y la verdad es que siempre soñé con ponerle azúcar en la medida exacta a mi jefe— bromeo sobre esto último, para que tampoco crea que el traje me ha dado cierto estatus, es más bien la ironía de que ponérmelo me hace sentir que he ido un poco más bajo.
El gato es una buena distracción para redirigir la conversación hacia lo seguro, memorizo su nombre y sonrío al notar el roce espino de su lengua sobre mi piel. —Es un gusto conocerlo, señor Aleister— lo saludo con la formalidad que creo que muchos gatos se merecen, son criaturas orgullosas como bien se sabe. Y también prefiero tomar precauciones con quien su propia dueña reconoce como bipolar, no quiero abusar de su simpatía inicial y le devuelvo su espacio. —Tomaré como un honor caerle bien— digo honestamente, con una sonrisa que curva mis labios. Retiro una de las sillas para sentarme frente a ella, puedo esperar allí hasta que pueda retirar mi pedido.
Nadie me echa apuro, de todas maneras. Puedo dedicar unas horas más a vagar por la ciudad antes de que mi familia suponga extraña mi ausencia. No debería mostrarme tan sorprendido, pero lo hago al alzar mis cejas tan alto que chocan con el inicio de mi cabello, al saber que el Capitolio es su hogar. Sé que es de mal gusto juzgar a partir de impresiones, que me condenen entonces por asumir que una chica extravagante que conocí jugando a las cartas venía de un sitio tan elitista como lo es el centro del Capitolio. Ese comentario al pasar sobre que estuvo bajo custodio tengo que dejarlo correr, porque no creo que sea lugar para preguntarle al respecto, aunque me intrigue. —Sucedieron muchas cosas malas—, ¿para qué mentir? Pero no quiero hacer un repaso de pérdidas y muertes. —Y ahora estoy trabajando en el ministerio, ese es el menor de los males si tengo que ser sincero. No es tan terrible como pensé que sería. Mi título de abogado al fin sirvió para algo y la verdad es que siempre soñé con ponerle azúcar en la medida exacta a mi jefe— bromeo sobre esto último, para que tampoco crea que el traje me ha dado cierto estatus, es más bien la ironía de que ponérmelo me hace sentir que he ido un poco más bajo.
Su expresión lo decía todo, sí...él no le tenía mucho aprecio a las personas del Capitolio. Ella nació y creció allí, pocas veces estuvo mucho tiempo fuera de allí, aunque no era un lugar en dónde las personas fueran exactamente muy buenas, sí que quería mucho su hogar, y se sentía feliz por haber estado allí y no en el Norte, las personas allí tenían unas condiciones de vida bastante malas y muy distintas a las suyas. Los respetaba, se sentía mal por ellos y en el fondo deseaba que todos pudiesen vivir igual, pero no llegaría al punto de decir que prefería vivir en el Norte siendo "libre" que esclavizada en el Capitolio. No era tan estúpida.
Aleister parecía haberlo notado también, ladeando su cabeza para pegarla más a la de ella, una forma extraña de protección. Ella acarició con cuidado su lomo para calmarlo un poco, bien ella podía ser bastante neutral pero su gato parecía ser pro-magos hasta la médula. Sí, esto no tenía nada de sentido, pero como buen gato elitista, solo le gustaba lo mejor de lo mejor. Al parecer solo le soportaba los comentarios no completamente pro-magos a ella, pero igual la mordía cuando los hacía como regañándola por siquiera pensarlo. Quizá ella lo estaba viendo mal y no los veía como superiores a todos por ser del Capitolio si no porque ambos eran gatos. Esto sonaba mucho más posible, en su cabeza seguro él era un dios y ella una diosa, un poco idiota pero una diosa igual. Luego se lo preguntaría en una de sus rondas nocturnas por los tejados.
A pesar de realmente tener tiempo sin verlo, se sorprendió a sí misma estando bastante preocupada por él y lo que le había sucedido. Cuando fuesen al bar hablarían mejor sobre eso. Escuchó lo que decía y rió, entendía perfectamente lo que era estar bajo el mando de otra persona que busca hacerte sentir inferior. — Y que lo digas...mi papá está en el Wizengamot, mi mamá es abogado también, y ambos me usan a mí que trabajo en educación como su camarera. Es insultante. — bufó, tomándose todo el té de tres tragos y pidiendo otro, sentía como si estuviese tomando alcohol ya. Se llevó a la boca una galleta de chocolate y habló masticando, porque así de poco fina era al comer dulce cuando no estaba con nadie con quién necesitara serlo. — Por suerte una vez en vez de servirle té a ellos hablé con el presidente y me tomé una taza de café con él. — movió las cejas, divertida, quería tomarlo como un momento agradable y ligero a pesar de haberse sentido presionada a comportarse debidamente todo el rato.
Aleister parecía haberlo notado también, ladeando su cabeza para pegarla más a la de ella, una forma extraña de protección. Ella acarició con cuidado su lomo para calmarlo un poco, bien ella podía ser bastante neutral pero su gato parecía ser pro-magos hasta la médula. Sí, esto no tenía nada de sentido, pero como buen gato elitista, solo le gustaba lo mejor de lo mejor. Al parecer solo le soportaba los comentarios no completamente pro-magos a ella, pero igual la mordía cuando los hacía como regañándola por siquiera pensarlo. Quizá ella lo estaba viendo mal y no los veía como superiores a todos por ser del Capitolio si no porque ambos eran gatos. Esto sonaba mucho más posible, en su cabeza seguro él era un dios y ella una diosa, un poco idiota pero una diosa igual. Luego se lo preguntaría en una de sus rondas nocturnas por los tejados.
A pesar de realmente tener tiempo sin verlo, se sorprendió a sí misma estando bastante preocupada por él y lo que le había sucedido. Cuando fuesen al bar hablarían mejor sobre eso. Escuchó lo que decía y rió, entendía perfectamente lo que era estar bajo el mando de otra persona que busca hacerte sentir inferior. — Y que lo digas...mi papá está en el Wizengamot, mi mamá es abogado también, y ambos me usan a mí que trabajo en educación como su camarera. Es insultante. — bufó, tomándose todo el té de tres tragos y pidiendo otro, sentía como si estuviese tomando alcohol ya. Se llevó a la boca una galleta de chocolate y habló masticando, porque así de poco fina era al comer dulce cuando no estaba con nadie con quién necesitara serlo. — Por suerte una vez en vez de servirle té a ellos hablé con el presidente y me tomé una taza de café con él. — movió las cejas, divertida, quería tomarlo como un momento agradable y ligero a pesar de haberse sentido presionada a comportarse debidamente todo el rato.
Bufo al saber que sus propios padres menospreciaban su trabajo en educación, lo considero ofensivo. —Siendo abogado te digo que todo el Wizengamot tendría que servirle tazas de té a los profesores del Royal o el Prince— resoplo, creo que se nota lo molesto de mi tono, son cosas que no he llegado a disimular del todo, por muchos meses que lleve en una oficina donde tengo que morder monosílabos entre dientes al acatar una orden. —Cualquier abogado o juez, necesitó primero de un maestro para estar sentado en esa banca— sigo, y puede que opine así por la variedad de profesiones en mi familia, que si soy abogado es por la influencia de mi tío y quizás de mi abuelo. O tal vez lo que me pasa es que siempre me voy a oponer a los que se colocan en un peldaño superior para mirar desde arriba con arrogancia.
Y silbo por lo bajo al saber que tuvo una merienda con el mismísimo presidente, me guardo la opinión que tengo sobre él. Me echo un poco hacia atrás en mi silla como si quisiera poner una distancia con quien tuvo ese honor, que es una broma puesto que está bien claro que no considero que nada hace a nadie superior moralmente, claro que ciertos escalafones de poder obligan a una inferioridad y tratar con ministros y presidentes va por ese lado. —¿Qué tal te fue?— pregunto con mis labios tirando hacia un costado en una sonrisa, supongo que es lo que preguntas cuando alguien te dice que se tomó un café con Magnar Aminoff, no abriré interrogantes sobre si hubo veneno de por medio o algo así, porque no quiero ser grosero. Mis opiniones sobre él no las pondré en medio de una pastelería en el Capitolio. —Y lo más importante, ¿qué dijeron tus padres cuando se enteraron?— mi sonrisa se ensancha, porque no me agrada saber que menosprecian su trabajo y no viene mal que haya algo que les haga tragarse el snobismo. —Si te estás dedicando a la educación, ¿eres profesora, no? ¿Del Royal o del Prince?— inquiero, que seguimos de largo a ese detalle. Y vuelve a parecerme raro que sea la misma chica con la que jugaba a las cartas, pero eso solo me causa más diversión, todos fuimos jóvenes alguna vez y luego somos abogados y profesores. Lo más loco de todo es que la juventud parece haber quedado tan atrás y ni siquiera llegamos a los treinta.
Y silbo por lo bajo al saber que tuvo una merienda con el mismísimo presidente, me guardo la opinión que tengo sobre él. Me echo un poco hacia atrás en mi silla como si quisiera poner una distancia con quien tuvo ese honor, que es una broma puesto que está bien claro que no considero que nada hace a nadie superior moralmente, claro que ciertos escalafones de poder obligan a una inferioridad y tratar con ministros y presidentes va por ese lado. —¿Qué tal te fue?— pregunto con mis labios tirando hacia un costado en una sonrisa, supongo que es lo que preguntas cuando alguien te dice que se tomó un café con Magnar Aminoff, no abriré interrogantes sobre si hubo veneno de por medio o algo así, porque no quiero ser grosero. Mis opiniones sobre él no las pondré en medio de una pastelería en el Capitolio. —Y lo más importante, ¿qué dijeron tus padres cuando se enteraron?— mi sonrisa se ensancha, porque no me agrada saber que menosprecian su trabajo y no viene mal que haya algo que les haga tragarse el snobismo. —Si te estás dedicando a la educación, ¿eres profesora, no? ¿Del Royal o del Prince?— inquiero, que seguimos de largo a ese detalle. Y vuelve a parecerme raro que sea la misma chica con la que jugaba a las cartas, pero eso solo me causa más diversión, todos fuimos jóvenes alguna vez y luego somos abogados y profesores. Lo más loco de todo es que la juventud parece haber quedado tan atrás y ni siquiera llegamos a los treinta.
Le hizo sonreír abiertamente la forma en la que el chico defendía su profesión, normalmente no la menospreciaban como hacían sus padres, pero tampoco existía nadie que la exaltara o la halagara de cualquier manera, era algo bastante nuevo para ella, y era agradable también. Ni siquiera los mismos profesores del royal parecían no estar muy felices del todo con sus profesiones. Sabía que algunos tomaban educación porque no se sentían suficiente para otras cosas o la veían como la opción más fácil, la más tranquila o la que podían tomar si ninguna otra les parecía lo suficientemente interesante, normalmente era la que tomaban los que no querían realmente estar en el colegio y tener una carrera. Hasta el momento solo conocía a una persona además de ella que estaba feliz por ser educadora. — Tienes razón, el aprendizaje suele venir de un maestro la mayoría de las veces, incluso si no tiene un título, con el solo hecho de preocuparse en enseñarte algo ya cuenta como maestro. Sin los profesores de estos colegios no existiría una sociedad real, sería todo mucho más primitivo...aunque de cierto modo aún lo es en el fondo..
Tristemente aún las personas se dejaban regir mucho por sus instintos, causando grandes guerras y arrasando con todo lo bueno a su paso. Al escuchar su silbido sus cejas se alzaron más, no se creía que le pareciese alguien agradable a él o alguien que el chico de verdad quisiese conocer también. Estaba casi segura de que sí le interesaba saber sobre su charla y estaba sorprendido, en efecto. Y que quizá podría usar algo de información para propósitos internos. — Pues...es un hombre alto y bien parecido, tiene cierto encanto y carisma a la vez que es intimidante, como todo buen político... — comenzó, intentando hacerlo sonar con un tono soñador de adolescente que definitivamente no era propio de ella, él tenía que saberlo. — ...estaba leyendo una biografía barata de él en la que decían que supuestamente había sido un mafioso, ¿tú has visto? ¿diciendo eso del presidente? no me lo puedo creer. — falso, en la biografía lo elogiaban, lo de mafioso lo sabía por cosas de su pasado. Rió como tonta, tomando la otra taza de té y agradeciendo, mientras revolvía el té intentaba no reír más — Espero los ejecuten a todos por andar diciendo que este señor que solo intenta mejorar al vida de los magos y mantener a los muggles donde pertenecen andaba metiéndose con delicuentes en prisión...ayudándolos. — abrió los ojos fingiendo estar horrorizada. — Me preguntó qué pensaba de la guerra y por supuesto desde mi posición de profesora, del Royal, por cierto, le dije que me preocupa que estos sucios traidores intenten venir de manera violenta a acabar con las vidas de los jóvenes estudiantes que son el futuro de nuestro país — lo último lo había dicho muy en serio, sí estaba muy preocupada por como sus estudiantes pudiesen acabar tras todo esto.
Suspiró e hizo un pequeño puchero. — Lástima que a pesar de verme radiante y hermosa como siempre no cayó bajo mis encantos, sería divertido vivir en la isla ministerial. Quizá mi mamá tenga mejor suerte que yo. — se encogió de hombros, metiendo otra galleta a su boca. — Quién por cierto pareció estar extremadamente feliz cuando le dije y hasta me dijo que un día saliésemos los tres juntos, que ella nos cocinaría algo. — su madre bien podía llamar a su abuela también e intentar entre ellas dos y usándola a ella también como carnada seducirlo. Tan así era que podrían forzarla a tener una orgía incestuosa con el presidente, eran seres bastante promiscuos, su padre feliz vería todo desde lejos. — Mi padre ahora quiere que lo acompañe más a ver si por casualidad se le ocurre a Magnar aparecer por mí y hablar con él. Ya me está dando demasiada importancia.
Tristemente aún las personas se dejaban regir mucho por sus instintos, causando grandes guerras y arrasando con todo lo bueno a su paso. Al escuchar su silbido sus cejas se alzaron más, no se creía que le pareciese alguien agradable a él o alguien que el chico de verdad quisiese conocer también. Estaba casi segura de que sí le interesaba saber sobre su charla y estaba sorprendido, en efecto. Y que quizá podría usar algo de información para propósitos internos. — Pues...es un hombre alto y bien parecido, tiene cierto encanto y carisma a la vez que es intimidante, como todo buen político... — comenzó, intentando hacerlo sonar con un tono soñador de adolescente que definitivamente no era propio de ella, él tenía que saberlo. — ...estaba leyendo una biografía barata de él en la que decían que supuestamente había sido un mafioso, ¿tú has visto? ¿diciendo eso del presidente? no me lo puedo creer. — falso, en la biografía lo elogiaban, lo de mafioso lo sabía por cosas de su pasado. Rió como tonta, tomando la otra taza de té y agradeciendo, mientras revolvía el té intentaba no reír más — Espero los ejecuten a todos por andar diciendo que este señor que solo intenta mejorar al vida de los magos y mantener a los muggles donde pertenecen andaba metiéndose con delicuentes en prisión...ayudándolos. — abrió los ojos fingiendo estar horrorizada. — Me preguntó qué pensaba de la guerra y por supuesto desde mi posición de profesora, del Royal, por cierto, le dije que me preocupa que estos sucios traidores intenten venir de manera violenta a acabar con las vidas de los jóvenes estudiantes que son el futuro de nuestro país — lo último lo había dicho muy en serio, sí estaba muy preocupada por como sus estudiantes pudiesen acabar tras todo esto.
Suspiró e hizo un pequeño puchero. — Lástima que a pesar de verme radiante y hermosa como siempre no cayó bajo mis encantos, sería divertido vivir en la isla ministerial. Quizá mi mamá tenga mejor suerte que yo. — se encogió de hombros, metiendo otra galleta a su boca. — Quién por cierto pareció estar extremadamente feliz cuando le dije y hasta me dijo que un día saliésemos los tres juntos, que ella nos cocinaría algo. — su madre bien podía llamar a su abuela también e intentar entre ellas dos y usándola a ella también como carnada seducirlo. Tan así era que podrían forzarla a tener una orgía incestuosa con el presidente, eran seres bastante promiscuos, su padre feliz vería todo desde lejos. — Mi padre ahora quiere que lo acompañe más a ver si por casualidad se le ocurre a Magnar aparecer por mí y hablar con él. Ya me está dando demasiada importancia.
Coloco mis manos sobre la mesa y entrelazo mis dedos en posición pensativa. —En el fondo lo seguimos siendo— repito, — y como profesora creo que puedo preguntarte… ¿a qué consideras primitivo?— pregunto, muestro mis palmas al hacerlo, como si acabara de revelar una carta sobre la mesa en una de esas viejas partidas en las que nos conocimos y estoy esperando a lo que me dice después, porque me intriga lo que ella pueda revelar. En estos tiempos en que podemos ser dos personas en una, con un pie de este lado de la frontera y con un pie en el otro, todo lo que va saliendo de sus labios lo tomo para mí como señales de precaución. Mi propia experiencia me advierte sobre que las apariencias engañan, pero cuando eres quien se vale de las apariencias, lo que dicen los demás hay que tomarlo con cuidado y lo que me dice de Magnar Aminoff hace que vaya colocando una distancia de prudencia obligatoria con ella. —¿Por qué será que dicen esas cosas de él?— contesto en un tono que trata de imitar al suyo, despreocupado y un poco incrédulo, cuando sé bien que el presidente tiene demasiados cadáveres en el armario y el olor siempre llega a percibirse.
Tamborileo suavemente la mesa con mis dedos, no llego a hacer ruido, es eso o cerrarlos en un puño al referirse a los rebeldes, al castigo que se merecen y opinando como si no hubiera también chicos entre ellos, que eso es algo que tuve en claro en todo momento, hay chicos de un lado y del otro. Mi hermana estudia en el Royal. Tengo amigos entre los rebeldes que no pasan de los veinte años. Cuando separo mis labios procurado ser mesurado al comentar: —Tienes entonces una gran responsabilidad como profesora, enseñar a esos chicos a reconocer sus enemigos y defenderse de ellos— opino, a sus enemigos reales, no los que se enumeran como lista en el boletín oficial, porque eso no es enseñarle a defenderse, eso es adoctrinamiento a una ideología racista y contaminada como la que cargamos desde hace décadas. Más décadas de las que tenemos entre ambos.
Arqueo mi ceja y se me escapa una sonrisa por un lado de mi boca al escuchar lo último, lo tomo con la frivolidad que se debe y aparto otros pensamientos más graves. —Eso quiere decir que tus padres ya están planeando la boda, eso es irse al otro extremo. Pero si a ellos les agrada Magnar…— apunto, que si es el modelo de yerno que les gusta, o será porque es presidente, el título acalla los cadáveres. — –Espero que no pase de ser una broma, Dioni, en serio. Esas personas que están en los sillones de poder actúan como un agujero negro con las personas que lo rodean, lo he visto. Estar cerca de ellos puede dar la sensación de estar seguros porque estás a su sombra, pero es como caminar al borde de un risco con los ojos vendados sujetando a una mano que… a veces te suelta. Las personas poderosas hacen sacrificios por mantener ese poder, llega a importarles más que nada— es la manera en la que veo esto.
Tamborileo suavemente la mesa con mis dedos, no llego a hacer ruido, es eso o cerrarlos en un puño al referirse a los rebeldes, al castigo que se merecen y opinando como si no hubiera también chicos entre ellos, que eso es algo que tuve en claro en todo momento, hay chicos de un lado y del otro. Mi hermana estudia en el Royal. Tengo amigos entre los rebeldes que no pasan de los veinte años. Cuando separo mis labios procurado ser mesurado al comentar: —Tienes entonces una gran responsabilidad como profesora, enseñar a esos chicos a reconocer sus enemigos y defenderse de ellos— opino, a sus enemigos reales, no los que se enumeran como lista en el boletín oficial, porque eso no es enseñarle a defenderse, eso es adoctrinamiento a una ideología racista y contaminada como la que cargamos desde hace décadas. Más décadas de las que tenemos entre ambos.
Arqueo mi ceja y se me escapa una sonrisa por un lado de mi boca al escuchar lo último, lo tomo con la frivolidad que se debe y aparto otros pensamientos más graves. —Eso quiere decir que tus padres ya están planeando la boda, eso es irse al otro extremo. Pero si a ellos les agrada Magnar…— apunto, que si es el modelo de yerno que les gusta, o será porque es presidente, el título acalla los cadáveres. — –Espero que no pase de ser una broma, Dioni, en serio. Esas personas que están en los sillones de poder actúan como un agujero negro con las personas que lo rodean, lo he visto. Estar cerca de ellos puede dar la sensación de estar seguros porque estás a su sombra, pero es como caminar al borde de un risco con los ojos vendados sujetando a una mano que… a veces te suelta. Las personas poderosas hacen sacrificios por mantener ese poder, llega a importarles más que nada— es la manera en la que veo esto.
Terminó de escuchar todo lo que decía en silencio y lo miró fijamente, sus ojos penetrantes sobresaliendo detrás de la taza de té que estaba tomando. — Primitivo. Del latín primitivus, primero en el tiempo. Lo que está en primer lugar en orden cronlógico. — sí, disfrutaba mucho leer sobre etimología. — En este caso, lo primero en el tiempo de cada uno son nuestras raíces, lo que traemos con nosotros desde bebés. Los bebés son naturalmente faltos de empatía, de emociones verdaderas, y solo desean buscar su propio placer sin importar si este es a costa de otros. Nacemos a costa del dolor profundo de nuestras madres, nos alimentamos a costa de lo que ellas tienen en sus cuerpos, robamos su energía día y noche para poder sobrevivir. — sabía que se estaba poniendo muy seria ya, pero el chico parecía sentir mucha menos confianza de un segundo para otro al hablar con ella, no podía permitir que pensara que apoyaba la injusticia, si no servía actuar como estúpida para que viera que estaba de su lado, quizá serviría lo contrario.
— En el fondo está nuestro lado más primitivo, el que aún nos hace comportarnos como bebés o como los animales que realmente somos. Algunos intentan dejarlo de lado y no permitir que afecte sus vidas. Otros lo usan como mecanismo de defensa, como base para todas sus acciones aunque estas parezcan a simple vista elegantes y decentes. Basan todo lo que hacen en eso, en su propio placer a expensas de otros. Y yo, desprecio a las personas que solo buscan lo mejor para ellos sin importarles a quién lastiman. — ahí se arriesgaba un poco más con lo que decía, pero nada que pudiese delatarla más que como una idealista que deseaba un mundo perfecto. Al menos para los ojos no muy detallistas.
Se inclinó, susurrando— Sí, yo sé quién es el verdadero enemigo, lo tengo bien en claro, y pretendo enseñarles a que sepan diferenciar y pensar por sí mismos. Los medios suelen mentirnos mucho sobre lo que suceden en el mundo y decirnos solo lo que ellos creen que es lo mejor para los que los manejan. — luego subió un poco más su tono de voz y sonrió — Y no sería divertido estar casada con un presidente, ¿te lo imaginas?, qué incómodo..
— En el fondo está nuestro lado más primitivo, el que aún nos hace comportarnos como bebés o como los animales que realmente somos. Algunos intentan dejarlo de lado y no permitir que afecte sus vidas. Otros lo usan como mecanismo de defensa, como base para todas sus acciones aunque estas parezcan a simple vista elegantes y decentes. Basan todo lo que hacen en eso, en su propio placer a expensas de otros. Y yo, desprecio a las personas que solo buscan lo mejor para ellos sin importarles a quién lastiman. — ahí se arriesgaba un poco más con lo que decía, pero nada que pudiese delatarla más que como una idealista que deseaba un mundo perfecto. Al menos para los ojos no muy detallistas.
Se inclinó, susurrando— Sí, yo sé quién es el verdadero enemigo, lo tengo bien en claro, y pretendo enseñarles a que sepan diferenciar y pensar por sí mismos. Los medios suelen mentirnos mucho sobre lo que suceden en el mundo y decirnos solo lo que ellos creen que es lo mejor para los que los manejan. — luego subió un poco más su tono de voz y sonrió — Y no sería divertido estar casada con un presidente, ¿te lo imaginas?, qué incómodo..
Presto mis oídos con el silencio que se merece por respeto, pero al hablar de qué es lo primitivo, lo que quiero es que me diga dónde lo ve en todo esto. ¿En escenas grabadas que retransmiten por los noticieros? ¿En lo que se dice de los distritos marginados del norte? ¿O es capaz de verlo también en las mismas calles del Capitolio? Porque todo eso que dice sobre lo que es ser primitivo, creo que se aplica también al hombre más correcto de traje que trabaja en el ministerio o a la mujer que con una bata de científica escala posiciones en esa misma institución. Y sí, puede que todo esto lo vea porque nací con esta inquietud de tratar de ver más allá de la línea de lo visible, de darle vueltas a las sombras hasta conocer sus dos caras oscuras, por eso siendo un crío me fui al norte y quería escuchar de los labios de las personas quienes eran, no que me contaran quienes se suponían que eran.
Por eso me metí en una radio que hablaba de lo que no hablaban los medios oficiales del Neopanem, porque el micrófono lo tenían esos que llamaban rebeldes y lo que hacían era hablar de las facetas escondidas de los héroes y ministros y de las grandes odiseas, hasta que entiendes que todos tienen un muerto en el ropero. Y los que anduvimos por el norte sabemos que eso no es un eufemismo cuando se trata de Magnar Aminoff. Suspiro con alivio cuando sus palabras me hacen saber que estoy ante alguien que todavía puede ver lo más claro de esto, que tal vez sí pueda ver que Magnar es uno de esos, pero no se lo puedo preguntar mientras bebe de su té en una pastelería del Capitolio. —No solo los medios mienten— tengo que recalcar, —no todas las mentiras se cuentan a través de una pantalla. También a la cara, con una taza de té de por medio, las mentiras las cuentan presidentes y también las caras amigas— esa es mi desconfianza otra vez hablando, la misma con la insulté a otra amiga hace poco, debe ser la paranoia de saber que estoy parado con un pie en cada lugar. Un pie en el ministerio, el Capitolio, y el otro en el norte, entre los rebeldes.
—Lo siento— balbuceo, —actúo un poco a la defensiva últimamente y se me hace difícil encajar personas que conocí en un ambiente, en otro muy distinto, pero…— respiro hondo para cargar mi peco de aire y lo suelto por mi boca entreabierta, mi espalda echada contra el respaldo de la silla y mis piernas extendidas todo lo largas que son debajo de la mesa. —me alegra mucho volver a verte y saber lo que quieres conseguir como profesora, hacen falta maestros así. Quiero decir… sé que muchas personas lo piensan, pero pocas quieren hacer realmente algo al respecto. Y que lo tengas tan claro... — le muestro una sonrisa, —lo estás haciendo bien—. No puedo decirle que me hace pensar así, adelantarle lo que se vendrá, que hará falta gente que piense por sí misma e incita a los más jóvenes a hacerlo también. Me reconforta con solo saber que lo está haciendo, que alguien que quiere marcar una diferencia por su propia cuenta, algún día nos encontraremos todos sin tantas máscaras de por medio. —No te cases con un presidente— bromeo con ella, —tendrías que renunciar al colegio y en serio te necesitan ahí—. El Royal, el Prince, son lugares que necesitan personas así. —Y lamento lo de tus padres, otra vez— vuelvo a eso que sí es una charla que se puede tener en un local público como este. —Que tengan ciertas pretensiones cuando tu vocación está claramente en otro lado, y cúlpame de prejuicioso si quieres, pero no te hubiera imaginado como profesora cuando nos cruzamos las primeras veces.
Por eso me metí en una radio que hablaba de lo que no hablaban los medios oficiales del Neopanem, porque el micrófono lo tenían esos que llamaban rebeldes y lo que hacían era hablar de las facetas escondidas de los héroes y ministros y de las grandes odiseas, hasta que entiendes que todos tienen un muerto en el ropero. Y los que anduvimos por el norte sabemos que eso no es un eufemismo cuando se trata de Magnar Aminoff. Suspiro con alivio cuando sus palabras me hacen saber que estoy ante alguien que todavía puede ver lo más claro de esto, que tal vez sí pueda ver que Magnar es uno de esos, pero no se lo puedo preguntar mientras bebe de su té en una pastelería del Capitolio. —No solo los medios mienten— tengo que recalcar, —no todas las mentiras se cuentan a través de una pantalla. También a la cara, con una taza de té de por medio, las mentiras las cuentan presidentes y también las caras amigas— esa es mi desconfianza otra vez hablando, la misma con la insulté a otra amiga hace poco, debe ser la paranoia de saber que estoy parado con un pie en cada lugar. Un pie en el ministerio, el Capitolio, y el otro en el norte, entre los rebeldes.
—Lo siento— balbuceo, —actúo un poco a la defensiva últimamente y se me hace difícil encajar personas que conocí en un ambiente, en otro muy distinto, pero…— respiro hondo para cargar mi peco de aire y lo suelto por mi boca entreabierta, mi espalda echada contra el respaldo de la silla y mis piernas extendidas todo lo largas que son debajo de la mesa. —me alegra mucho volver a verte y saber lo que quieres conseguir como profesora, hacen falta maestros así. Quiero decir… sé que muchas personas lo piensan, pero pocas quieren hacer realmente algo al respecto. Y que lo tengas tan claro... — le muestro una sonrisa, —lo estás haciendo bien—. No puedo decirle que me hace pensar así, adelantarle lo que se vendrá, que hará falta gente que piense por sí misma e incita a los más jóvenes a hacerlo también. Me reconforta con solo saber que lo está haciendo, que alguien que quiere marcar una diferencia por su propia cuenta, algún día nos encontraremos todos sin tantas máscaras de por medio. —No te cases con un presidente— bromeo con ella, —tendrías que renunciar al colegio y en serio te necesitan ahí—. El Royal, el Prince, son lugares que necesitan personas así. —Y lamento lo de tus padres, otra vez— vuelvo a eso que sí es una charla que se puede tener en un local público como este. —Que tengan ciertas pretensiones cuando tu vocación está claramente en otro lado, y cúlpame de prejuicioso si quieres, pero no te hubiera imaginado como profesora cuando nos cruzamos las primeras veces.
No sabía si entender, preocuparse, o reírse de la paranoia de su amigo. En cierta forma ella también actuaba así a veces, y otras veces se confiaba demasiado y eso la podía joder. Quizá le saldría mejor empezar a desconfiar de absolutamente todos como lo hacía él. Quizá así se le haría mucho más fácil evitarse una condena a muerte del mismísimo Magnar. Quizá, solo quizá.
Sin embargo en su mente aún no lograba terminar de convencerse de que era buena idea no confiar en nadie. Quería poder hablar con él con toda la tranquilidad posible, sin ninguna presión encima, si necesidad de estar hablando en susurros y con miedo y realmente el único lugar que se le ocurría era su residencia. Vivía sola con su gato en una casa grande pero bien cerrada y cuidada alejada del resto de las casas porque las personas del Capitolio no eran realmente de su agrado, tenía seguridad digna de confianza, pues se trataba de un montón de hechizos poderosos de todo tipo alrededor de esta y un elfo doméstico que estaba con ella por obligación de su padre pero a quién la chica le había dado su libertad y sin embargo decidió seguir con ella. Además, varias botellas de vino, un lago cerca y en su cuarto un montón de información que guardaba de todo lo que vio y vivió toda su vida.
Asintió a sus palabras con tranquilidad. — Está bien, corazón, entiendo perfectamente que seas un tanto desconfiado, pero tienes que creerme en esta ocasión. — luego rió, también entendía que no parecía exactamente una profesora de ninguna forma. — Créeme que no, ni por mi personalidad ni por mi forma de vestir lo parezco. Muchos ya me han criticado eso y sé que no me eligieron para el puesto porque lo pareciera, si no porque mis padres metieron la mano ahí y supongo que pensaron por las apariencias familiares que yo podría ser bastante manipulable. La persona que conociste nunca se ha ido. Solo tiene que intentar adaptarse a todo lo que sucede a su alrededor — le ofreció otra sonrisa y con cuidado acercó una de sus largas uñas al rostro del chico para acariciar suavemente su mentón, quizá usando sus encantos heredados de veela podría calmarlo lo suficiente para que aceptase su propuesta.
— Mira, de verdad quiero decirte muchas cosas que no puedo decirte acá, cariño. Espero poder tener suficiente de tu confianza para que aceptes venir a mi casa a conversar. — sonrió de la manera más encantadora que pudo, esperaba no lo tomara a mal.
Sin embargo en su mente aún no lograba terminar de convencerse de que era buena idea no confiar en nadie. Quería poder hablar con él con toda la tranquilidad posible, sin ninguna presión encima, si necesidad de estar hablando en susurros y con miedo y realmente el único lugar que se le ocurría era su residencia. Vivía sola con su gato en una casa grande pero bien cerrada y cuidada alejada del resto de las casas porque las personas del Capitolio no eran realmente de su agrado, tenía seguridad digna de confianza, pues se trataba de un montón de hechizos poderosos de todo tipo alrededor de esta y un elfo doméstico que estaba con ella por obligación de su padre pero a quién la chica le había dado su libertad y sin embargo decidió seguir con ella. Además, varias botellas de vino, un lago cerca y en su cuarto un montón de información que guardaba de todo lo que vio y vivió toda su vida.
Asintió a sus palabras con tranquilidad. — Está bien, corazón, entiendo perfectamente que seas un tanto desconfiado, pero tienes que creerme en esta ocasión. — luego rió, también entendía que no parecía exactamente una profesora de ninguna forma. — Créeme que no, ni por mi personalidad ni por mi forma de vestir lo parezco. Muchos ya me han criticado eso y sé que no me eligieron para el puesto porque lo pareciera, si no porque mis padres metieron la mano ahí y supongo que pensaron por las apariencias familiares que yo podría ser bastante manipulable. La persona que conociste nunca se ha ido. Solo tiene que intentar adaptarse a todo lo que sucede a su alrededor — le ofreció otra sonrisa y con cuidado acercó una de sus largas uñas al rostro del chico para acariciar suavemente su mentón, quizá usando sus encantos heredados de veela podría calmarlo lo suficiente para que aceptase su propuesta.
— Mira, de verdad quiero decirte muchas cosas que no puedo decirte acá, cariño. Espero poder tener suficiente de tu confianza para que aceptes venir a mi casa a conversar. — sonrió de la manera más encantadora que pudo, esperaba no lo tomara a mal.
—Han pasado muchas cosas y seguirán sucediendo otras, se hace cada vez más distinguir a quién creer y a quién no, no sé si eres la misma persona que conocí alguna vez, porque yo no soy la misma persona de ese entonces— lo reconozco para justificar mi desconfianza, esa de la cuál hice víctimas a varias personas y no puedo hacer una excepción con ella. De acá a un tiempo son varios los secretos que llegué a guardar, que no será de mis labios de los que salgan. Serán otros los que decidan en quiénes confiar, porque esas decisiones traen consecuencias y responsabilidades, me considero bastante crédulo y podría equivocarme, por eso tomo precauciones. Conducir a las personas equivocadas podría llegar a ser terrible, en especial con todo lo que está en marcha, pero me queda ser el contacto de un punto con otro y para eso necesito saber las opiniones de Dioni lejos de un sitio tan público como una pastelería, y tratar de ver por mi cuenta, si puedo darle un voto de confianza.
Por eso no me negaré a una charla privada, he prestado mis oídos a más de una persona, porque creo que es la única manera de llegar a conocer todas las voces, es la máxima que me quedó de deambular por el norte buscando testimonios en la ilusión de creerme periodista alguna vez, para al final de cuentas volver a calzarme el traje de abogado salido del Royal, un puesto que así como ella, nadie hubiera apostado que podía asumir. Así que asiento con mi cabeza con una sonrisa queda. —Busquemos otro lugar para conversar— acepto, y puesto que estamos en el centro mismo del Capitolio, ni un bar me parece un sitio seguro. Echo mi silla hacia atrás para poder ir hacia el mostrador a retirar el pedido que hice y se estaba enfriando en una bandeja, y pagar lo poco que consumimos. Con el paquete sujeto entre mis dedos se lo enseño. —Estoy listo— ensancho mi sonrisa al decirlo, y es parte de la jovialidad que puede mostrarse en un local como este, para enmascarar lo que se siente como una charla que podría tornarse seria y sobre la que tendré que volver dentro de un tiempo cuando todos estemos obligados a tomar una posición.
Por eso no me negaré a una charla privada, he prestado mis oídos a más de una persona, porque creo que es la única manera de llegar a conocer todas las voces, es la máxima que me quedó de deambular por el norte buscando testimonios en la ilusión de creerme periodista alguna vez, para al final de cuentas volver a calzarme el traje de abogado salido del Royal, un puesto que así como ella, nadie hubiera apostado que podía asumir. Así que asiento con mi cabeza con una sonrisa queda. —Busquemos otro lugar para conversar— acepto, y puesto que estamos en el centro mismo del Capitolio, ni un bar me parece un sitio seguro. Echo mi silla hacia atrás para poder ir hacia el mostrador a retirar el pedido que hice y se estaba enfriando en una bandeja, y pagar lo poco que consumimos. Con el paquete sujeto entre mis dedos se lo enseño. —Estoy listo— ensancho mi sonrisa al decirlo, y es parte de la jovialidad que puede mostrarse en un local como este, para enmascarar lo que se siente como una charla que podría tornarse seria y sobre la que tendré que volver dentro de un tiempo cuando todos estemos obligados a tomar una posición.
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