OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Mayo
Froto mi cara para sacarme el desgano con el que cargo hace horas, los muchos rostros de repudiados con los que me cruzo en el mercado del distrito doce y un par más que jamás deberé mencionar el Capitolio que los he visto por aquí. Busco abrirme un camino para salir del tumulto de gente, lo encuentro por un callejón que cruza entre dos edificios y sigo a un gato flaco que está tomando la misma ruta, aunque si intención sea la de subirse a un contenedor de basura para hurgar que encuentra allí. Temo por el bicho de que coma algo que lo haga transformarse en cucaracha, no creo que se pueda encontrar algo mejor por aquí. Me desaparezco al doblar una esquina, puedo retomar mi ruta de patrulleos por el once y es allí donde me dirijo. Pero el sitio en el que me aparezco es la terraza de uno de esos edificios que se fueron habitando de marginados sin un techo, ¿y quién tiene un techo en el norte? Todo es prestado, también la vida que llevan.
Me siento en la cornisa de la terraza, tengo un rato más antes de tener que reportarme y lo aprovecho para sacar la diminuta botella que conseguí en el mercado, voy bajando el líquido en tragos espaciados, porque estos son los momentos que encuentro para hacerlo sin que haya una niña de diez años en mi espacio. Ni siquiera tomo tanto, sé lo idiota que sería seguir patrulleando con la cabeza ida. Pero es lo que necesito para pasar ese segundo en que la línea naranja del horizonte se extingue por completo y queda la más absoluta oscuridad sobre el distrito once. Minutos después volveré a mirar la botella para comprobar qué tanto me bajé del vodka porque esto de ver fantasmas se está volviendo algo demasiado real y tengo que pestañear un par de veces al definir el rostro en medio de las penumbras cuando estoy en camino de bajar las escaleras del modo más convencional para hacerlo.
Debe ser el escenario, el estado abandonado de estos distritos contra el atardecer, es como un hechizo que me golpea la nuca y me hace evocar un montón de fantasmas, y de todos, jamás el que estoy viendo. Porque este fantasma no me pertenece. —Se supone que estás muerta— lo digo más que nada confundido, a pesar de la corta distancia no atino a moverme y mi voz se escucha hueca. Sigo suspendido en el segundo de no saber qué hacer, se tratar con animales, me defiendo ante las personas también, pero esto me descoloca y no siento el suelo firme bajo mis pies. Maldición, esto me pasa por comprar alcohol barato del doce, vaya a saberse qué tenía. De pronto me doy cuenta que mi mano se está cerrando alrededor de su brazo, ni siquiera fui consciente de haber dado esa ordena mi mente, pero no la suelto, la retengo para llevármela conmigo, a dónde no tengo idea. —Volvamos al ministerio— murmuro, por alguna razón eso se escucha como lo que se debería hacer.
Recordaba la clara preferencia que siempre había mostrado hacia las cálidas estaciones, lo amenas que le parecían y lo mucho que las disfrutaba en el pasado. Con el transcurso de los años muchas coas habían cambiado y, entre otras muchas, su afición por tales estaciones, mucho más en el momento de su vida en el que se encontraba. Encerrada en un pequeño apartamento que no disponía de aire acondicionado ni de un ventilador en condiciones. Realmente creía que podía acabar perdiendo la cabeza si seguía allí encerrada durante mucho más tiempo pero, a la vez, comprendía que no era seguro para ella misma llevar a cabo salidas al exterior, no mientras siguiera con aquella imagen tan reconocible. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que salió en la televisión votando a favor de la quema de aquellos rebeldes? Era una blanco fácil para las personas que los hubieran conocido, también lo era para el Gobierno desde que la habían dado por muerta. O, más bien, desde que habían acabado con su vida sin miramiento alguno.
Sin contar con los cambios que estaba experimentando desde que volvió a la vida, desde que el aire volvió a inundar sus pulmones en aquel vertedero del distrito once. Uno de los pasos hacia su ‘libertad’, era aprender a gestionar lo que le estaba sucediendo pero, ¿cómo lo hacía? Simplemente se molestaba con cualquier sonido o su paciencia saltaba con facilidad; y, entonces, era cuando una pequeña quemazón surtía en la boca de su estómago, extendiéndose por todo su cuerpo a gran velocidad, y consiguiendo que perdiera el control de sus propios nervios. Realmente no podía salir ahí fuera ni aunque lo quisiera.
Deslizó una de las cortinas hacia un lado, observando el exterior desde la ventana de la habitación, aprovechando que el sol había abandonado su lugar en el cielo y la oscuridad podía esconderla, sino por completo, al menos en cierta medida. Las últimas semanas había pasado más horas en la terraza del edificio que durmiendo las horas que le competían, ni siquiera alcanzaba a dormir en condiciones durante un par de horas diarias. Se cercioró de que nadie había en el pasillo antes de salir enfundada en una sudadera con capucha y precipitarse en dirección a las escaleras, girando antes de lo debido y encontrándose de frente con otro residente, o al menos eso pensó en un inicio.
Quiso susurrar un ‘perdón’ que no llegó a materializarse por obvias razones. Alzó la mirada apenas un ápice hacia él, encontrándose con un rostro ligeramente conocido de su tiempo trabajando en el Wizengamot. Podía volver a decir ‘te equivocas de persona’, realmente era la única primero opción que podía jugar, pero no tuvo el suficiente tiempo antes de encontrarse con la mano contraria aferrada a su brazo. Bajó la mirada hasta el lugar, colocando, entonces, ella su mano libre sobre la muñeca del contrario, apretándola con fuerza y deslizándola por su brazo hasta que del deshizo del agarre. —No tengo ningún asunto pendiente en el ministerio, pero gracias— contestó, soltándolo entonces ella. La aparición era algo delicado, y no permitiría que volviera a ponerle una mano encima aunque tuviera que romperle cada uno de los dedos. Puede que el hecho de tratarse de un familiar de alguien que no le agradaba influyera en sus planes mentales. —Puedes ir tú solo— agregó retirándose hacia un lado para que se marchara. Sí, tan simple como aquello. ¿Quién iba a creerle si decía que estaba viva? Tenía una cara común, un pelo asimilar a otros muchos y, teóricamente, estaba muerta.
Sin contar con los cambios que estaba experimentando desde que volvió a la vida, desde que el aire volvió a inundar sus pulmones en aquel vertedero del distrito once. Uno de los pasos hacia su ‘libertad’, era aprender a gestionar lo que le estaba sucediendo pero, ¿cómo lo hacía? Simplemente se molestaba con cualquier sonido o su paciencia saltaba con facilidad; y, entonces, era cuando una pequeña quemazón surtía en la boca de su estómago, extendiéndose por todo su cuerpo a gran velocidad, y consiguiendo que perdiera el control de sus propios nervios. Realmente no podía salir ahí fuera ni aunque lo quisiera.
Deslizó una de las cortinas hacia un lado, observando el exterior desde la ventana de la habitación, aprovechando que el sol había abandonado su lugar en el cielo y la oscuridad podía esconderla, sino por completo, al menos en cierta medida. Las últimas semanas había pasado más horas en la terraza del edificio que durmiendo las horas que le competían, ni siquiera alcanzaba a dormir en condiciones durante un par de horas diarias. Se cercioró de que nadie había en el pasillo antes de salir enfundada en una sudadera con capucha y precipitarse en dirección a las escaleras, girando antes de lo debido y encontrándose de frente con otro residente, o al menos eso pensó en un inicio.
Quiso susurrar un ‘perdón’ que no llegó a materializarse por obvias razones. Alzó la mirada apenas un ápice hacia él, encontrándose con un rostro ligeramente conocido de su tiempo trabajando en el Wizengamot. Podía volver a decir ‘te equivocas de persona’, realmente era la única primero opción que podía jugar, pero no tuvo el suficiente tiempo antes de encontrarse con la mano contraria aferrada a su brazo. Bajó la mirada hasta el lugar, colocando, entonces, ella su mano libre sobre la muñeca del contrario, apretándola con fuerza y deslizándola por su brazo hasta que del deshizo del agarre. —No tengo ningún asunto pendiente en el ministerio, pero gracias— contestó, soltándolo entonces ella. La aparición era algo delicado, y no permitiría que volviera a ponerle una mano encima aunque tuviera que romperle cada uno de los dedos. Puede que el hecho de tratarse de un familiar de alguien que no le agradaba influyera en sus planes mentales. —Puedes ir tú solo— agregó retirándose hacia un lado para que se marchara. Sí, tan simple como aquello. ¿Quién iba a creerle si decía que estaba viva? Tenía una cara común, un pelo asimilar a otros muchos y, teóricamente, estaba muerta.
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Mi voluntad pareciera estar sujeta a un encantamiento que desconozco el modo de romper, no hago más que mirar cómo mis dedos sueltan su brazo, por una orden que no es mía sino de ella. Caen inertes a la nada, sigo teniendo mis ojos fijos en su brazo, en esa piel que se sentía real, como no debería sentirse al tocar a los espíritus de los que han muerto. Sigo sintiendo el picor en mi palma que me indica de que fue una sensación real. Es el vodka, definitivamente fue el vodka. No puede ser real. Presiono las puntas de mis dedos en mi frente, camino un paso hacia atrás para poder recorrer cada rasgo de su cara con mi mirada y es el maldito alcohol que me está cerrando la garganta, porque no creo que esto me esté pasando. He visto su rostro muchas veces antes, no por trato obligado del trabajo, sino porque es de las caras públicas y también odiadas de Neopanem en estos meses. Los jueces del ministerio no son los más populares en cuanto a las medidas que fueron extremando, ni qué decir del ministro.
Y está aquí, en el mismísimo norte, cuando no debería estar en ningún lugar posible. —¿Qué estás haciendo aquí?— pregunto, como si tuviera alguna incumbencia en sus asuntos, como si siguiera siendo mi responsabilidad por ser parte de seguridad velar por un funcionario del ministerio, cuando… arrugo un poco más ceño, procurando hacer memoria de lo poco y nada que sé de los entredichos en los tribunales, no paso más del tiempo necesario en las oficinas como para saber en detalle qué ocurre allí, me encuentro desconociendo las razones por las que asumo que esta mujer ni siquiera debería seguir viva. —Maldición, es todo culpa del vodka…— mascullo entre dientes, me pesa la botella en el bolsillo de la chaqueta. Meneo la cabeza de un lado al otro. —No, esto está mal. No deberías estar aquí. Avisaré a los aurores, tú…— musito, hago el esfuerzo mental para hallar información que no tengo. — Vendrás conmigo. No me obligues a hacerlo por las malas, tienes que explicar qué estás haciendo aquí— agravo mi tono para que suene amenazante, confundido o no, no me gustan los juegos que no comprendo. Vuelvo a avanzar un paso para que mi estatura se imponga y salvo que atraviese paredes, puedo atraparla si trata de huir.
Y está aquí, en el mismísimo norte, cuando no debería estar en ningún lugar posible. —¿Qué estás haciendo aquí?— pregunto, como si tuviera alguna incumbencia en sus asuntos, como si siguiera siendo mi responsabilidad por ser parte de seguridad velar por un funcionario del ministerio, cuando… arrugo un poco más ceño, procurando hacer memoria de lo poco y nada que sé de los entredichos en los tribunales, no paso más del tiempo necesario en las oficinas como para saber en detalle qué ocurre allí, me encuentro desconociendo las razones por las que asumo que esta mujer ni siquiera debería seguir viva. —Maldición, es todo culpa del vodka…— mascullo entre dientes, me pesa la botella en el bolsillo de la chaqueta. Meneo la cabeza de un lado al otro. —No, esto está mal. No deberías estar aquí. Avisaré a los aurores, tú…— musito, hago el esfuerzo mental para hallar información que no tengo. — Vendrás conmigo. No me obligues a hacerlo por las malas, tienes que explicar qué estás haciendo aquí— agravo mi tono para que suene amenazante, confundido o no, no me gustan los juegos que no comprendo. Vuelvo a avanzar un paso para que mi estatura se imponga y salvo que atraviese paredes, puedo atraparla si trata de huir.
También sentía que estaba mirando a un fantasma cuando encontraba su rostro reflejado en los espejos, por lo que podía entender la forma en la que la estaba mirando. Pero ello no hacía que le gustara o estuviera conforme con ello. Mucho menos ante el hecho de reconocerla con tanta claridad y tener una actitud imponente con ella. Siempre la habían molestado las personas que trataban de imponerse por la fuerza, y ahora se molestaba con mucha más facilidad por cualquier cosa. Lo observó con palpable tranquilidad, no haciendo nada por esconder su rostro como un último intento por convencerlo de que se estaba confundiendo con otra persona. Desde ese momento aquella sería su frase estrella. Dejó que el aire escapara de entre sus labios. Si tan solo se hubiera percatado de que no había nadie más allí, si no se hubiera precipitado hacia las escaleras a la menor oportunidad. Mordió el lateral de su lengua, frustrada. —¿Yo? Tú eres el que se está saltando su trabajo— contestó simple. Bueno, en realidad ella ahora era también una criatura, ¿formaba entonces parte de su trabajo? El mero pensamiento consiguió que sus músculos se tensaran.
Era bueno tener su varita de nuevo junto a ella, durante los meses que estuvo sin ella se sintió completamente desprotegida, quizás por ella ahora se aferraba a la misma mucho más de lo que lo hizo antes. Chasqueó la lengua, poniendo los ojos en blanco apenas unos instantes. ¿A caso estaba bebiendo allí? Era la excusa perfecta para que perdiera por completo la poca credibilidad que sus palabras podían haber tenido. —Escucha, Weynart— habló entonces, fijando sus ojos en los contrarios desde la estatura y distancia que los separaba. Sabía que podía tener cierta influencia sobre los demás, pero también era cierto que no tenía ni la menor idea de cómo funcionaba aquello. Una mueca apareció en sus labios cuando la amenazó, sus dedos se crisparon ligeramente y se mantuvo completamente inmóvil frente a él. —No creo que estés en situación de amenazar a nadie, y, es más, te advierto que es mejor que no lo hagas. No estoy de humor como para soportar esto— pronunció entonces más seria. Realmente había tratado de dejar las cosas pasar pero seguía insistiendo y se estaba convirtiendo en una molestia que no quería soportar.
Alzó el mentón, dejando que una exhalada risa escapara de entre sus labios. —Acabas de reconocer que has bebido y estás diciendo que debería estar muerta cuando estoy justo aquí. ¿Tengo que explicarte la situación?— volvió a hablar golpeando con la lengua la comisura derecha de su boca.
Era bueno tener su varita de nuevo junto a ella, durante los meses que estuvo sin ella se sintió completamente desprotegida, quizás por ella ahora se aferraba a la misma mucho más de lo que lo hizo antes. Chasqueó la lengua, poniendo los ojos en blanco apenas unos instantes. ¿A caso estaba bebiendo allí? Era la excusa perfecta para que perdiera por completo la poca credibilidad que sus palabras podían haber tenido. —Escucha, Weynart— habló entonces, fijando sus ojos en los contrarios desde la estatura y distancia que los separaba. Sabía que podía tener cierta influencia sobre los demás, pero también era cierto que no tenía ni la menor idea de cómo funcionaba aquello. Una mueca apareció en sus labios cuando la amenazó, sus dedos se crisparon ligeramente y se mantuvo completamente inmóvil frente a él. —No creo que estés en situación de amenazar a nadie, y, es más, te advierto que es mejor que no lo hagas. No estoy de humor como para soportar esto— pronunció entonces más seria. Realmente había tratado de dejar las cosas pasar pero seguía insistiendo y se estaba convirtiendo en una molestia que no quería soportar.
Alzó el mentón, dejando que una exhalada risa escapara de entre sus labios. —Acabas de reconocer que has bebido y estás diciendo que debería estar muerta cuando estoy justo aquí. ¿Tengo que explicarte la situación?— volvió a hablar golpeando con la lengua la comisura derecha de su boca.
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Escucharle decir mi apellido barre un poco la confusión general de mi mente, es ese punto al que puedo sujetarme con ambas manos para tomar como eje y a partir de ahí, empezar a reordenar todo lo que creo saber. Me fuerzo a no cerrar los ojos que es lo que necesito para aclararme, porque temo que desaparezca si pestañeo y mi mano se cierra en un puño a un lado de mi pierna porque no me atrevo a volver a tocarla, todo en su postura me dice que si lo hago, esto acabará mal. Me he enfrentado a miradas furiosas antes, y no me apena decir que las peores han sido de mujeres, puedo distinguir, reconocer y admirar cuando hay desafío en el fondo de las miradas. Pero en ella se nota algo diferente, como si hubiera una fuerza que está manteniéndose latente y podría causar una tempestad si se libera, lo que ocurrirá si vuelvo a intentar pasar sobre ella. Pese a la culpa que le echo al alcohol de mi actitud errática, puedo identificar esta energía, supongo que porque con los años he logrado un entendimiento con las bestias y eso se basa mucho en percibir.
Y por estúpido que sea, porque sé que lo es, vuelvo a estirar mi brazo hacia ella para marcar con mis dedos su piel por encima de su codo, en una presión fuerte para que se no escape. —Sí, tienes que explicar mucho de todo esto, y si no quieres explicármelo a mí, te acercaré al cuartel que nos quede más próximo— digo, sueno tan formal que hasta yo me sorprendo de hacerlo parecer un procedimiento de rutina, porque todavía me punza algo en la nuca y es el presentimiento de que todo está mal de alguna manera, de que no puedo simplemente desaparecerme con quien creo que es Arianne Brown y arrojarla a los aurores. El segundo de vacilación me costará porque no logro desaparecernos, no consigo aclarar lo suficiente mis pensamientos como para que no sea un riesgo de despartición. Tiro de ella escaleras abajo para sacarnos de la terraza por nuestros pies, no necesito de la magia, encontraré alguna patrulla en la calle.
Y por estúpido que sea, porque sé que lo es, vuelvo a estirar mi brazo hacia ella para marcar con mis dedos su piel por encima de su codo, en una presión fuerte para que se no escape. —Sí, tienes que explicar mucho de todo esto, y si no quieres explicármelo a mí, te acercaré al cuartel que nos quede más próximo— digo, sueno tan formal que hasta yo me sorprendo de hacerlo parecer un procedimiento de rutina, porque todavía me punza algo en la nuca y es el presentimiento de que todo está mal de alguna manera, de que no puedo simplemente desaparecerme con quien creo que es Arianne Brown y arrojarla a los aurores. El segundo de vacilación me costará porque no logro desaparecernos, no consigo aclarar lo suficiente mis pensamientos como para que no sea un riesgo de despartición. Tiro de ella escaleras abajo para sacarnos de la terraza por nuestros pies, no necesito de la magia, encontraré alguna patrulla en la calle.
Apretó los dientes cuando su brazo volvió a ser apresado, la mano contraria trató de sostenerla y su paciencia estaba en las últimas. Hubo una época en la que odió que alguien cruzara aquella barrera, que trataran de alcanzarla físicamente sin ningún tipo de permiso o restricción; era algo que, medianamente, había controlado pero que ahora provocaba un sentimiento diferente a la animadversión de aquel entonces. La… cabreaba. Antes trataba de huir a los contactos, aterrada como si de un animalillo se tratara, en aquel instante solo quería romperle la muñeca para que la soltara y no volviera a tratar de retenerla. ¿Podía romperse algo a sí misma si ejercía demasiada fuerza en torno a la mano con la que la estaba sujetando? Sus manos querían deslizarse hasta las suyas y apretarlas hasta que toda la rabia que llevaba dentro desapareciera por completo, fuera liberada de algún modo.
Por suerte o por desgracia había estudiado de leyes y conocía los procedimientos que regían, o al menos los que lo hacían sobre el papel. —No, no tengo que explicar nada— habló, finalmente, tratando de controlar su humor y manteniéndose inmóvil en su lugar; al menos hasta que sus pies se movieron un ápice cuando trató de tirar de ella, pillándola por sorpresa y consiguiendo que se desestabilizara un instante. Clavó sus pies en el suelo, solo girándose en su dirección cuando avanzó hacia él, colocando la diestra contra su pecho y acabando por empujarlo hasta que la espalda contraria chocó contra la pared más cercana. Presionó la mano contra su pecho, no permitiendo que se moviera. En su momento le pidió perdón a un hombre por apretar su muñeca más de lo debido, con él no sería lo mismo. —Vete mientras estoy siendo amable, ¿si?— masculló, mordiéndose la lengua cuando terminó de hablar. Todos los Weynarts eran prepotentes, al parecer era algo que compartían de genética. —No tengo nada que hacer en un cuartel, mucho menos algo que explicar; quizás yo soy la que necesita una explicación pero, como ves, no la estoy pidiendo—. Estaba en su naturaleza ser racional, o al menos lo estaba en la naturaleza que conocía.
Se acercó más a él, quedando sus rostros algo más cercanos, y fijando sus claros ojos en los contrarios. —¿No puedes hacerlo? Simplemente… callarte e irte— pidió en un susurro, intentando influenciarlo con su tono, cercanía y palabras. Inclinó la cabeza apenas unos milímetros, no dejando que el contacto visual se interrumpiera.
Por suerte o por desgracia había estudiado de leyes y conocía los procedimientos que regían, o al menos los que lo hacían sobre el papel. —No, no tengo que explicar nada— habló, finalmente, tratando de controlar su humor y manteniéndose inmóvil en su lugar; al menos hasta que sus pies se movieron un ápice cuando trató de tirar de ella, pillándola por sorpresa y consiguiendo que se desestabilizara un instante. Clavó sus pies en el suelo, solo girándose en su dirección cuando avanzó hacia él, colocando la diestra contra su pecho y acabando por empujarlo hasta que la espalda contraria chocó contra la pared más cercana. Presionó la mano contra su pecho, no permitiendo que se moviera. En su momento le pidió perdón a un hombre por apretar su muñeca más de lo debido, con él no sería lo mismo. —Vete mientras estoy siendo amable, ¿si?— masculló, mordiéndose la lengua cuando terminó de hablar. Todos los Weynarts eran prepotentes, al parecer era algo que compartían de genética. —No tengo nada que hacer en un cuartel, mucho menos algo que explicar; quizás yo soy la que necesita una explicación pero, como ves, no la estoy pidiendo—. Estaba en su naturaleza ser racional, o al menos lo estaba en la naturaleza que conocía.
Se acercó más a él, quedando sus rostros algo más cercanos, y fijando sus claros ojos en los contrarios. —¿No puedes hacerlo? Simplemente… callarte e irte— pidió en un susurro, intentando influenciarlo con su tono, cercanía y palabras. Inclinó la cabeza apenas unos milímetros, no dejando que el contacto visual se interrumpiera.
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El golpe que recibo por parte de la mujer me provoca un aturdimiento distinto al del alcohol, me sorprende la fuerza que es capaz de ejercer, que un cuerpo que no creo real tenga esa fuerza para derribarme a mí. Mi mirada sigue siendo intensa al posarse en ella, recorriéndola de pies a cabezas como si tratara de entender un sueño que desopilante, así como son todos los sueños. Tengo que agradecer el golpe en realidad, me da dos minutos para no hacer otra cosa que mirarla y continuo sin poder alcanzar por mí mismo la respuesta más obvia que da un sentido a esta situación. —¿Explicación de qué quieres?— pregunto, tal vez un poco desafiante, para demostrarle que esto puede ser un entendimiento de a dos, que puedo conversar con ella y no la estoy intimidando a nada, presiento que no estoy en condición de hacerlo, porque su amenaza de una paciencia a punto de extinguirse suena real a mis oídos.
Mis ojos pasan de abarcar todo su rostro a fijarse en los suyos tan cercanos, percibo como mis respiraciones van tomando un ritmo distinto, más pausado, decayendo. — ¿Qué estás haciendo aquí, Brown? ¿Por qué no estás muerta?— murmuro, mi voz es un cordón tan fino a punto de soltarse, me embarga la duda más que otra cosa, creo que lo dejo saber por el tono que uso. Puedo percibirlo, aunque pocas sean las veces que lo he experimentado, esa sensación de la voluntad está resquebrajándose y el alcohol no es el principal culpable, sino una mirada que pretende asustarme a la vez que me persuade a obedecerla. Me esfuerzo por agarrarme a un pensamiento distinto, uno que tenga la certeza que proviene de mí. —¿Quieres un poco de vodka?— suelto, esas palabras me sacan a flote. Retiro un poco mis ojos de su contacto para interrumpir lo que sea que esté haciendo. —Está bien, no te llevaré a ningún lado. No le contaré a nadie que te he visto aquí— aseguro. ¿De dónde sale prometerle algo así? De que no será la primera vez que lo hago. —Tampoco a mi hermano—, es mi ofrenda de paz y no mido que consecuencias podría tener eso a largo plazo. —¿Es un sueño? ¿Una pesadilla? ¿Y por qué estás en una de mis pesadillas?—me pregunto más que nada a mí mismo, no creo que nos hayamos cruzado en el ministerio siquiera.
Mis ojos pasan de abarcar todo su rostro a fijarse en los suyos tan cercanos, percibo como mis respiraciones van tomando un ritmo distinto, más pausado, decayendo. — ¿Qué estás haciendo aquí, Brown? ¿Por qué no estás muerta?— murmuro, mi voz es un cordón tan fino a punto de soltarse, me embarga la duda más que otra cosa, creo que lo dejo saber por el tono que uso. Puedo percibirlo, aunque pocas sean las veces que lo he experimentado, esa sensación de la voluntad está resquebrajándose y el alcohol no es el principal culpable, sino una mirada que pretende asustarme a la vez que me persuade a obedecerla. Me esfuerzo por agarrarme a un pensamiento distinto, uno que tenga la certeza que proviene de mí. —¿Quieres un poco de vodka?— suelto, esas palabras me sacan a flote. Retiro un poco mis ojos de su contacto para interrumpir lo que sea que esté haciendo. —Está bien, no te llevaré a ningún lado. No le contaré a nadie que te he visto aquí— aseguro. ¿De dónde sale prometerle algo así? De que no será la primera vez que lo hago. —Tampoco a mi hermano—, es mi ofrenda de paz y no mido que consecuencias podría tener eso a largo plazo. —¿Es un sueño? ¿Una pesadilla? ¿Y por qué estás en una de mis pesadillas?—me pregunto más que nada a mí mismo, no creo que nos hayamos cruzado en el ministerio siquiera.
Mantuvo la diestra contra su pecho, presionándolo contra la pared, dejando claro que ya no dejaría que se marchara y que lo mejor era que dejara de agarrarla o tratar de arrastrarla con él. Se mordisqueó el lateral de la lengua, impaciente. Podía aprender muchas cosas de Holly, quizás en un par de encuentros más con ella habría conseguido controlar sus impulsos, pero aún no era el momento. Negó con la cabeza. Ni siquiera sabía por qué le había dicho que necesitaba una explicación; no sabía lo que necesitaba saber, eran tantas cosas que tratar de condensarlo en una sola pregunta se quedaba corta en todos los sentidos.
Dejó ir todo el aire en un largo suspiro antes de hablar. —Es Brawn— lo corrigió, no sabiendo si era un error o solo lo estaba haciendo por molestarla, pero, desde luego, que la estaba molestando a cada segundo que pasaba. Respiró lentamente por la boca, queriendo controlar su respiración y temperamento. —Estoy muerta— contestó, inclinando la cabeza hacia un lado pero manteniendo el contacto visual entre ambos. —El Gobierno me ha registrado como muerta pero, en realidad, me dejó ir porque… bueno, conozco los suficientes trapicheos como para tratar de negociar. No con el señor Presidente, obviamente, pero siempre hay quien cede— explicó con voz lenta y segura, queriendo convencerlo de que todas y cada una de sus palabras eran correctas —por lo que es un problema que estés aquí— puntualizó, deslizando la mano desde el lateral de su pecho hacia el centro del mismo.
Cambió el peso de su cuerpo de un pie hacia el otro, inclinando la cabeza a un lado mientras hablaba, escuchándolo con atención e incluso esbozando una diminuta sonrisa, divertida. —¿Por qué soñarías conmigo?— preguntó con diversión. Trataba de relacionar algo que no podía comprender del todo, porque no sabía todos los componentes del mismo. —Lo cierto es que tu hermano no es una de mis preocupaciones ahora mismo; pero veo que tú también eres bueno negociando, así que estoy dispuesta a darte el comodín de la duda— sonrió, alejando con lentitud la mano de su pecho, pero dirigiéndole una clara mirada de advertencia. —Decir que estoy aquí no solo me supondría un problema a mí— volvió a hablar. En realidad sería un problema superior para él ya que tendría que… ¿encerrarlo? ¿Tratar de influir con más interés en él?
Dejó ir todo el aire en un largo suspiro antes de hablar. —Es Brawn— lo corrigió, no sabiendo si era un error o solo lo estaba haciendo por molestarla, pero, desde luego, que la estaba molestando a cada segundo que pasaba. Respiró lentamente por la boca, queriendo controlar su respiración y temperamento. —Estoy muerta— contestó, inclinando la cabeza hacia un lado pero manteniendo el contacto visual entre ambos. —El Gobierno me ha registrado como muerta pero, en realidad, me dejó ir porque… bueno, conozco los suficientes trapicheos como para tratar de negociar. No con el señor Presidente, obviamente, pero siempre hay quien cede— explicó con voz lenta y segura, queriendo convencerlo de que todas y cada una de sus palabras eran correctas —por lo que es un problema que estés aquí— puntualizó, deslizando la mano desde el lateral de su pecho hacia el centro del mismo.
Cambió el peso de su cuerpo de un pie hacia el otro, inclinando la cabeza a un lado mientras hablaba, escuchándolo con atención e incluso esbozando una diminuta sonrisa, divertida. —¿Por qué soñarías conmigo?— preguntó con diversión. Trataba de relacionar algo que no podía comprender del todo, porque no sabía todos los componentes del mismo. —Lo cierto es que tu hermano no es una de mis preocupaciones ahora mismo; pero veo que tú también eres bueno negociando, así que estoy dispuesta a darte el comodín de la duda— sonrió, alejando con lentitud la mano de su pecho, pero dirigiéndole una clara mirada de advertencia. —Decir que estoy aquí no solo me supondría un problema a mí— volvió a hablar. En realidad sería un problema superior para él ya que tendría que… ¿encerrarlo? ¿Tratar de influir con más interés en él?
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—Brawn— repito para corregirme, así podemos llamar a la calma en esta conversación confusa que a poco va teniendo unos destellos de lucidez que empiezan a darle sentido a lo que está pasando. Está muerta, es estupendo saberlo, aclara bastante bien todo. ¡Joder! ¡Está muerta! Presiono con fuerza mis párpados para no verla, por mucho que lo intente, sigue estando allí cuando abro los ojos. Mis oídos la escuchan en todo momento, aceptan esa explicación que me da, no sería ni el primer ni el último cadáver con el que se carga el ministerio en estos tiempos en que es fácil ganarse la etiqueta de traidor. No me creo que haya una sola persona en el ministerio que pueda decir que no tiene un secreto que ocultaría con la vida, porque perderla puede ser el costo de que se sepa. Puedo sumar mi encuentro con Brawn a mi cajón de secretos propios. —No tiene por qué ser un problema— murmuro, ofreciendo una tregua, hay algo en su roce que me eriza la piel como cuando me acerco a un animal herido que sigue tirado en el suelo y sé que si me descuido, atacará de la manera en la que pueda. Suelo prestar toda mi confianza a lo que me dice mi instinto y en este momento lo hago.
—Buen punto, ¿por qué lo haría? No te conozco más de lo que te he visto en televisión, muy pocas veces. Creo que la última vez fue cuando inclinaste la balanza a favor de que quemen a los rebeldes. ¿Es seguro que estés en el norte con esos antecedentes? Esta gente es resentida— digo, convencido de mi juicio sobre los repudiados. Si no suelo mostrarles lástima es porque sé bien que están aquí porque algo habrán hecho, también supongo que Brawn habrá hecho algo para que su muerte sea una orden del ministerio. Y si es una veela, como asumo que es porque doy por hecho que el alcohol no me afectó en nada, que todo esto es real, habrá sido un episodio horrible. —Y siempre habrá peores cosas que te puedan hacer que la muerte— agrego. Tomo el comodín que me otorga, porque sé que me servirá. — Bien, de acuerdo, te dije que no te llevaré ante ningún auror— musito con mis palmas en alto, básicamente porque no puedo. —Podemos conversar— sugiero, —¿Por qué te asesinaron?— pregunto sin más vueltas.
—Buen punto, ¿por qué lo haría? No te conozco más de lo que te he visto en televisión, muy pocas veces. Creo que la última vez fue cuando inclinaste la balanza a favor de que quemen a los rebeldes. ¿Es seguro que estés en el norte con esos antecedentes? Esta gente es resentida— digo, convencido de mi juicio sobre los repudiados. Si no suelo mostrarles lástima es porque sé bien que están aquí porque algo habrán hecho, también supongo que Brawn habrá hecho algo para que su muerte sea una orden del ministerio. Y si es una veela, como asumo que es porque doy por hecho que el alcohol no me afectó en nada, que todo esto es real, habrá sido un episodio horrible. —Y siempre habrá peores cosas que te puedan hacer que la muerte— agrego. Tomo el comodín que me otorga, porque sé que me servirá. — Bien, de acuerdo, te dije que no te llevaré ante ningún auror— musito con mis palmas en alto, básicamente porque no puedo. —Podemos conversar— sugiero, —¿Por qué te asesinaron?— pregunto sin más vueltas.
Rodó los ojos cuando trató de evitar su mirar, o al menos pensó que era eso, pero siguió con sus azules ojos fijos en él cuando volvió a abrirlos. —¿Ah, no?— preguntó con una de sus rubias cejas alzada a la perfección, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado pero sin apartar su atención de él. Lo cierto era que estaba cansada de trucos, se conocía demasiados, y el despiste era algo que odiaba con todo su ser. Aún más teniendo en cuenta la intensidad con la que se mostraban sus sentimientos, fueran del índole que fueran, dentro de ella. Casi no podía controlarlos, por no decir que no podía hacerlo, por lo que mantenerse tranquila y serena era, para suerte de él, algo contra lo que estaba luchando en aquel preciso instante. —Nunca he confiado en el Departamento de Defensa pero, últimamente, mi confianza ha ido decayendo aún más. Lo siento por ello— comentó golpeándose con la lengua en el lateral de su boca. ¿Cómo iba a confiar en aquella gente? Sus formas nunca fueron las indicadas.
Su mirada se volvió más severa cuando mencionó lo ocurrido en el juicio. Era una decisión previa, se sabía cómo acabaría todo lo firmara o no; lo sentía, pero había acabado tomando el camino fácil para no seguir poniendo en peligro a su familia por las desastrosas decisiones que había estado tomando en el trascurso del último año. Prensó los labios. —Me ocuparé de ello cuando tenga que hacerlo— fue lo único que dijo como respuesta. Por el momento no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo. Tenía posibilidades de ser atacada tanto por un bando como por el otro, se había acabado colocando en una posición claramente indeseada. —¿Cómo crees que fue mi muerte?— preguntó entonces ella. —Te diré que casi me queman viva en una ocasión, también que casi me ahogo, decenas de insectos poco amigables cubrieron cada milímetro de mi piel, me apuñalaron en varias ocasiones, me partí una piernas cuando salté desde el tejado de una casa huyendo de quienes me quería matar— enumeró con duda alguna en su voz, alejando la mirada de él y posándola en la pared, como si estuviera viendo proyectadas todas y cada una de las escenas que enumeró. —Tengo más que interiorizada la posibilidad de morir— aseguró, por si no había quedado claro con sus palabras previas.
Recordar algunos de esos sucesos la hacían ¿más fuerte? Quizás más inconsciente. Las personas que no tenía nada eran así. En su momento dudó de todo por proteger a su familia, ahora solo se trataba de una sombra de quien había sido; solo no tenía que ser descubierta para que ellos siguieran bien. Regresó la mirada hacia él, entrecerrando, apenas, un poco los ojos. —Encontraron a un rebelde en mi casa y me advirtieron, la segunda vez que pasó… digamos que con el nuevo presidente las cosas son un poco más radicales— contestó frunciendo los labios. —Puede que debiera arrepentirme por ello, y quizás lo haga de la segunda vez— porque mi hermana acabó siendo asesinada, quiso agregar. Mas las palabras acabaron por ser masticadas y tragadas con dificultad. —No pretendo que alguien de tu ideología lo entienda— agregó.
Su mirada se volvió más severa cuando mencionó lo ocurrido en el juicio. Era una decisión previa, se sabía cómo acabaría todo lo firmara o no; lo sentía, pero había acabado tomando el camino fácil para no seguir poniendo en peligro a su familia por las desastrosas decisiones que había estado tomando en el trascurso del último año. Prensó los labios. —Me ocuparé de ello cuando tenga que hacerlo— fue lo único que dijo como respuesta. Por el momento no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo. Tenía posibilidades de ser atacada tanto por un bando como por el otro, se había acabado colocando en una posición claramente indeseada. —¿Cómo crees que fue mi muerte?— preguntó entonces ella. —Te diré que casi me queman viva en una ocasión, también que casi me ahogo, decenas de insectos poco amigables cubrieron cada milímetro de mi piel, me apuñalaron en varias ocasiones, me partí una piernas cuando salté desde el tejado de una casa huyendo de quienes me quería matar— enumeró con duda alguna en su voz, alejando la mirada de él y posándola en la pared, como si estuviera viendo proyectadas todas y cada una de las escenas que enumeró. —Tengo más que interiorizada la posibilidad de morir— aseguró, por si no había quedado claro con sus palabras previas.
Recordar algunos de esos sucesos la hacían ¿más fuerte? Quizás más inconsciente. Las personas que no tenía nada eran así. En su momento dudó de todo por proteger a su familia, ahora solo se trataba de una sombra de quien había sido; solo no tenía que ser descubierta para que ellos siguieran bien. Regresó la mirada hacia él, entrecerrando, apenas, un poco los ojos. —Encontraron a un rebelde en mi casa y me advirtieron, la segunda vez que pasó… digamos que con el nuevo presidente las cosas son un poco más radicales— contestó frunciendo los labios. —Puede que debiera arrepentirme por ello, y quizás lo haga de la segunda vez— porque mi hermana acabó siendo asesinada, quiso agregar. Mas las palabras acabaron por ser masticadas y tragadas con dificultad. —No pretendo que alguien de tu ideología lo entienda— agregó.
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No culpo su falta de confianza al escuchar el relato bastante preciso de cada una de las torturas que le hicieron pasar, suena al viejo juicio de las brujas y aun peor, un castigo hecho con la saña que sobrepasa el deber que tenemos de actuar con los rebeldes. Busco su mirada para sostener el contacto al tratar de apropiarme de cada de una de esas experiencias, espero a percibir en mi piel algo que me indique una mínima simpatía y no sucede hasta que me dice la razón para tal trato. Entonces no sucede nada, no soy capaz de sentir nada y retiro mis ojos porque su sufrimiento me resulta ajeno. —Eres alguien que trabajó con leyes, así que de todas las personas no puedes esperar algo distinto a lo que recibiste. Hace mucho tiempo cada uno definió su posición y el tuyo fue una banca de tribunal, en vez de tu supuesto desprecio a las miembros de Defensa, lo que recibiste fue simplemente lo que aprobaste hace demasiado tiempo, tu propio trabajo en leyes y justicia…— lo digo con calma, hablando más de lo que suelo hablar cuando bien podría resumirlo en algo más breve y cortante, que fue una estúpida a secas.
Y yo también lo he sido en una ocasión, cometer el mismo error una segunda vez corre a cuenta de cada uno y ella está siendo mi segunda ocasión, así que mejor me aparto. No puedo lidiar con alguien que tuvo la suerte que se buscó, bastante tengo con cuidar la mía. Coloco mis manos en sus hombros para apartar su cuerpo y su rabia de mí. —Mi ideología— repito con una sonrisa torcida que se burla de ella, —querrás decir mi apellido, porque de los Weynart se espera una única cosa y es que nos mantengamos en la línea— y deberías mantenerte en ella, Colin. En una línea recta que marca bien donde está parado cada uno. No te corras de esa bendita línea, Colin. —No diré que te he vuelto a ver, Brawn— peligrosamente saliendo de la línea, pero sigo en ella. —Ya has pasado por bastante para tener que informar a los aurores, tendrás de qué ocuparte cuando los repudiados reconozcan tu cara en la calle—. De un lado recibió su castigo, tendrá que lidiar con el que caerá sobre ella del otro lado, y entonces sí, siento algo de pena por esta mujer que ni siquiera sigue viva. —¿Por qué hacer algo tan estúpido como esconder rebeldes cuando trabajabas para el ministerio? La doble cara solo sirve para que te la abofeteen dos veces y ni siquiera debes quejarte de que así sea. Mejor morir y ser quemado por lo que se cree. Tal vez esto es lo que les pasa a los que no se definen, ni siquiera pueden morir del todo y están condenados a vagar— me estremece pensar que ese pueda ser un destino posible para mí, tengo pavor a los fantasmas y su eterno quebranto en la tierra, como para volverme uno. Trato de salirme del agarre de la veela para irme, aunque lo más correcto sería decir que para huir.
Y yo también lo he sido en una ocasión, cometer el mismo error una segunda vez corre a cuenta de cada uno y ella está siendo mi segunda ocasión, así que mejor me aparto. No puedo lidiar con alguien que tuvo la suerte que se buscó, bastante tengo con cuidar la mía. Coloco mis manos en sus hombros para apartar su cuerpo y su rabia de mí. —Mi ideología— repito con una sonrisa torcida que se burla de ella, —querrás decir mi apellido, porque de los Weynart se espera una única cosa y es que nos mantengamos en la línea— y deberías mantenerte en ella, Colin. En una línea recta que marca bien donde está parado cada uno. No te corras de esa bendita línea, Colin. —No diré que te he vuelto a ver, Brawn— peligrosamente saliendo de la línea, pero sigo en ella. —Ya has pasado por bastante para tener que informar a los aurores, tendrás de qué ocuparte cuando los repudiados reconozcan tu cara en la calle—. De un lado recibió su castigo, tendrá que lidiar con el que caerá sobre ella del otro lado, y entonces sí, siento algo de pena por esta mujer que ni siquiera sigue viva. —¿Por qué hacer algo tan estúpido como esconder rebeldes cuando trabajabas para el ministerio? La doble cara solo sirve para que te la abofeteen dos veces y ni siquiera debes quejarte de que así sea. Mejor morir y ser quemado por lo que se cree. Tal vez esto es lo que les pasa a los que no se definen, ni siquiera pueden morir del todo y están condenados a vagar— me estremece pensar que ese pueda ser un destino posible para mí, tengo pavor a los fantasmas y su eterno quebranto en la tierra, como para volverme uno. Trato de salirme del agarre de la veela para irme, aunque lo más correcto sería decir que para huir.
Apretó los dientes, incluso sus dedos se crisparon hasta convertirse en puños que prensó con tanta fuerza que alcanzó a sentir las uñas dañando la palma de éstas. Todo su cuerpo se tensó en apenas un instante, el suficiente para acelerar su corazón y nublar su vista. —Yo nunca he tenido una posición, nunca me he posicionado a favor o en contra. No creé esas leyes ni creí nunca en todas ellas; mi objetivo era proteger y defender a las personas que más lo necesitaban. Abusos, maltratos, discriminación. No seas cínico pensando que lo único que hay escrito son leyes contra humanos, no intentes menospreciar el hecho de que he dedicado seis años de mi vida en tratar de proteger a personas que necesitaban protección— habló con tono tirante —. Todos tenemos nombres sobre nuestros hombros, Weynart.— continuó, bajando tanto su tono de voz que acabó por tornarse en una especie de susurro casi inaudible. Estaba claro que había hecho cosas de las que no se sentía orgullosa pero, ¿cuántas personas trataban, simplemente, de sobrevivir? Era egoísta y lo había odiado al inicio, hasta que consiguió apagar aquel interruptor, el que le reconcomía por dentro; y acabó por centrarse únicamente en su familia, en la parte de ésta que le quedaba.
Deslizó sus manos hasta acabar rodeando las muñecas contrarias, aquellas que habían acabado sobre sus hombros. —Mi ideología— contestó, lenta —, querrás decir mi trabajo. Ex trabajo.— ironizó. A fin de cuentas no todo el mundo era lo que parecía, o al menos aquello era lo que se decía. Y dicho aquello permaneció en completo silencio, manteniendo sus claros ojos fijos en él hasta que se cansó de acusaciones y comentarios a medias tintas; sin información, sin fundamento alguno, pero que la molestaban de sobremanera. Soltó una de sus muñecas, alcanzando con ésta el mentón del hombre, sosteniéndolo para que la mirara directamente a los ojos. —Tengo la impresión de que tú y yo no somos tan diferentes, Weynart…— susurró acariciándole la línea de la mandíbula con el pulgar. —A ambos parece que nos gusta hacer cosas estúpidas y tener esa, ¿cómo la has llamado? ¿Doble cara? Yo trataba de proteger a mi sobrino, un niño de catorce años que se vió arrastrado por las decisiones que sus padres tomaron. ¿Cuál es tu excusa para no decir que estoy aquí?— inclinó la cabeza hacia un lado para, después, acortar el espacio entre ambos. —¿Pena? ¿Lástima?—. Paladeó las palabras, alzándose ligeramente en la punta de sus botas. —No tenía muy claro que hacer ahora que estoy condenada a vagar— lo citó —, pero puede que ahora tenga una pequeña idea—. Una de como lidiar con lo que estaba pasando, con lo que le estaba pasando. Sentía que su vida no le pertenecía, sino que era la de alguien más, pero tenía que hacerse a ello; y tener, al fin, una cara fija.
Deslizó sus manos hasta acabar rodeando las muñecas contrarias, aquellas que habían acabado sobre sus hombros. —Mi ideología— contestó, lenta —, querrás decir mi trabajo. Ex trabajo.— ironizó. A fin de cuentas no todo el mundo era lo que parecía, o al menos aquello era lo que se decía. Y dicho aquello permaneció en completo silencio, manteniendo sus claros ojos fijos en él hasta que se cansó de acusaciones y comentarios a medias tintas; sin información, sin fundamento alguno, pero que la molestaban de sobremanera. Soltó una de sus muñecas, alcanzando con ésta el mentón del hombre, sosteniéndolo para que la mirara directamente a los ojos. —Tengo la impresión de que tú y yo no somos tan diferentes, Weynart…— susurró acariciándole la línea de la mandíbula con el pulgar. —A ambos parece que nos gusta hacer cosas estúpidas y tener esa, ¿cómo la has llamado? ¿Doble cara? Yo trataba de proteger a mi sobrino, un niño de catorce años que se vió arrastrado por las decisiones que sus padres tomaron. ¿Cuál es tu excusa para no decir que estoy aquí?— inclinó la cabeza hacia un lado para, después, acortar el espacio entre ambos. —¿Pena? ¿Lástima?—. Paladeó las palabras, alzándose ligeramente en la punta de sus botas. —No tenía muy claro que hacer ahora que estoy condenada a vagar— lo citó —, pero puede que ahora tenga una pequeña idea—. Una de como lidiar con lo que estaba pasando, con lo que le estaba pasando. Sentía que su vida no le pertenecía, sino que era la de alguien más, pero tenía que hacerse a ello; y tener, al fin, una cara fija.
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No sabía que hubiera una posición distinta a estar a favor o en contra, ni que la responsabilidad que cada uno tiene como parte del ministerio de magia tuviera estas curiosas aristas. Podría tantear mi propio trabajo diciendo que como me encargo de la seguridad, hice la excepción por ciertas personas para resguardar su seguridad, pero es una manera de mentirme a mí mismo y excusarme. ¿No será que está haciendo algo similar? Por la picazón molesta que estoy sintiendo en alguna parte de mi consciencia, puedo reconocer por mi propia cuenta que estoy delante de una de esas personas que en verdad quieren ayudar y su discurso me trae el recuerdo incómodo de la madre de Hanna. Quizá mi problema fue que no podía ver las cosas desde una posición distinta a la que me inculcaron, hacerlo me lleva a sentirme en falta y froto mi frente con la palma de mi mano porque no quiero plantearme estas cosas, que el breve trago de vodka no me sirve para echarle la culpa y sí la voz de esta mujer tiene mucho que ver porque tiene una manera de ir calando entre mis pensamientos.
Lo mejor que puedo hacer es poner distancia con ella, no sé si quiero volver a las cavilaciones que surgieron a partir de mínimas dudas que fueron sembrándose por encubrir a Jess con Alice, o en la misma Hanna, cuando pienso en los años que vivió con su madre como repudiada. Todas ellas, mi propia hija, estaban paradas al otro lado de la línea y si no llegue antes a ella fue por no cruzarla. Pero si no hace otra cosa más que decir que echa de menos su hogar en el distrito cinco, ¿cuánto tiempo la tendré de mi lado hasta que decida volver? Me pone nervioso el roce de la mujer porque es simbólico, está tratando de encontrar dónde presionar. Regreso mi mirada a ella cuando menciona a su sobrino, me sienta como un peso que se hunde en mi estómago. —Lástima— contesto con franqueza. —No me has hecho nada para que actúe con malicia hacia ti, puedo ser un cazador, pero no disfruto de torturar a ninguna criatura. Ya sufriste el castigo del ministerio, así que nada me obliga a llevarte y no lo haré para que puedan volver a ensañarse contigo. Te mataron y no pudiste morir, así que siento lástima— por más que el orgullo impida que esa sea una palabra agradable de escuchar, es lo que siento. No sé qué puede estar pasando por su mente, pero en vez de insistir en hacerla a un lado, me quedo aguardando, notando cómo por dentro se extiende ese presentimiento de que se viene algo malo.
Lo mejor que puedo hacer es poner distancia con ella, no sé si quiero volver a las cavilaciones que surgieron a partir de mínimas dudas que fueron sembrándose por encubrir a Jess con Alice, o en la misma Hanna, cuando pienso en los años que vivió con su madre como repudiada. Todas ellas, mi propia hija, estaban paradas al otro lado de la línea y si no llegue antes a ella fue por no cruzarla. Pero si no hace otra cosa más que decir que echa de menos su hogar en el distrito cinco, ¿cuánto tiempo la tendré de mi lado hasta que decida volver? Me pone nervioso el roce de la mujer porque es simbólico, está tratando de encontrar dónde presionar. Regreso mi mirada a ella cuando menciona a su sobrino, me sienta como un peso que se hunde en mi estómago. —Lástima— contesto con franqueza. —No me has hecho nada para que actúe con malicia hacia ti, puedo ser un cazador, pero no disfruto de torturar a ninguna criatura. Ya sufriste el castigo del ministerio, así que nada me obliga a llevarte y no lo haré para que puedan volver a ensañarse contigo. Te mataron y no pudiste morir, así que siento lástima— por más que el orgullo impida que esa sea una palabra agradable de escuchar, es lo que siento. No sé qué puede estar pasando por su mente, pero en vez de insistir en hacerla a un lado, me quedo aguardando, notando cómo por dentro se extiende ese presentimiento de que se viene algo malo.
Su mano permaneció sujetando el mentón contrario, ascendiendo y descendiendo con el pulgar por aquella marcada línea que marcaba su mandíbula. Se permitió bajar la mirada hasta allí, esbozando una sonrisa triste tras escucharlo hablar. Lástima. No era la primera, y posiblemente tampoco la última, que le había dicho sentir pena por ella. Nunca se había ofendido con ello, no le gustaba despertar aquel tipo de sentimiento hacia los demás pero tampoco luchaba contra ello. Estaba claro que otras muchas personas convivían con una situación mucho peor que la suya, que no tenía el suficiente derecho como para quejarse de lo que le había sucedido. Pero, realmente, en ocasiones sentía que alguien se estaba cebando en su contra. Despertar lástima en los demás se había convertido casi en una costumbre con la que ya no se molestaba.
Elevó la mirada en su dirección, escudriñándolo unos instantes. —He querido morir muchas veces, yo misma crucé esa línea que suponía una peligro para mi vida— habló masticando el lateral de su lengua —. Nunca lo había pensado, no al menos realmente, pero yo también siento lástima por mí misma—. Ironías de la vida. Chasqueó la lengua, cesando en su caricia y acabando por separar la mano de su rostro y volviendo a colocarla sobre su muñeca. Lo cierto era que estaba cansada de aquel tipo de contacto, por lo que tiró de éstas hacia abajo para que soltara sus hombros. —Es como una ironía, parece que ni siquiera puedo morirme en paz. Estresante— una sonrisa cansada se dejó ver. Paladeó sus palabras, permaneciendo en silencio durante algo de tiempo, uno que la dejó pensar con algo de claridad y no dejarse llevar por aquellos instintos que despertaban dentro de ella cuando se sentía mentalmente agotada.
—Entonces estamos de acuerdo en que yo no tengo que ir a ningún sitio… contigo— concretó. Solamente quería tomar algo de aire, aprovechar las horas nocturnas para disfrutar del exterior y tratar de aclarar sus pensamientos; pero había acabado encontrándose con alguien. Otra vez. —Yo no diré que estabas bebiendo durante el horario laboral, prometido— comentó alargando el brazo y quitándole la botella de vodka con un rápido y preciso movimiento.
Elevó la mirada en su dirección, escudriñándolo unos instantes. —He querido morir muchas veces, yo misma crucé esa línea que suponía una peligro para mi vida— habló masticando el lateral de su lengua —. Nunca lo había pensado, no al menos realmente, pero yo también siento lástima por mí misma—. Ironías de la vida. Chasqueó la lengua, cesando en su caricia y acabando por separar la mano de su rostro y volviendo a colocarla sobre su muñeca. Lo cierto era que estaba cansada de aquel tipo de contacto, por lo que tiró de éstas hacia abajo para que soltara sus hombros. —Es como una ironía, parece que ni siquiera puedo morirme en paz. Estresante— una sonrisa cansada se dejó ver. Paladeó sus palabras, permaneciendo en silencio durante algo de tiempo, uno que la dejó pensar con algo de claridad y no dejarse llevar por aquellos instintos que despertaban dentro de ella cuando se sentía mentalmente agotada.
—Entonces estamos de acuerdo en que yo no tengo que ir a ningún sitio… contigo— concretó. Solamente quería tomar algo de aire, aprovechar las horas nocturnas para disfrutar del exterior y tratar de aclarar sus pensamientos; pero había acabado encontrándose con alguien. Otra vez. —Yo no diré que estabas bebiendo durante el horario laboral, prometido— comentó alargando el brazo y quitándole la botella de vodka con un rápido y preciso movimiento.
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Yo no, puede que mi trabajo me obligue a aceptarlo como una realidad posible, nunca deseé morir. Nunca he cruzado esa línea. No soy un hombre que se muestre especialmente orgulloso de nada, no tengo nada que presumir ante nadie, porque no creo haber vivido más que dando lo que se pedía de mí y no más que eso, pero tampoco hay nada que me haya miserable al punto de querer desprenderme de esta vida. Habrá pensamientos y recuerdos que me tienen más de una noche en vela, lo que se remedia después de largas guardias, de las que acabo cayendo como un peso muerto en la cama. No es la primera vez, sin embargo, que veo en la mirada de una persona esa total ausencia de ánimo por vivir, a quien se le quitado incluso la paz que debería proporcionar la muerte como ella lo dice. Al retirar mis manos de sus hombros rompe ese contacto del que ni siquiera era consciente y siento que podría dejarme caer en el suelo, en cambio recargo mi cuerpo contra la pared que tengo detrás.
Lo sencillo del acuerdo que me propone no me alivia como pensaba, perder la posesión de la botella no me saca más que un suspiro quedo. Percibo con más fuerza su cercanía en mi silencio que cuando sentía el contacto de su roce sobre mi rostro, sigo aguardando y no sé qué es. —No me hice cazador porque me gustara cazar animales por deporte— vuelvo a decir, con palabras diferentes, me fijo en el vodka que está entre sus dedos, —es parte de la naturaleza misma que haya un equilibrio entre bestias y cazadores que las mantienen a raya, en realidad me gustan mucho. Puedo llegar a entenderlas, me agrada cuidarlas, hay algo en las bestias que inspiran respeto…— me explayo, en algo que puede ser un sin sentido a sus oídos. — Las veelas están en ese punto confuso en que no sabes si son humanas o criaturas que podrían atacar con rabia— alzo mis ojos para encontrarme con ellos, —estoy tratando de entenderte— digo, cada palabra, cada paso se siente equivocado y estoy chocando mis propios pies. —¿Esa era tu idea, entonces? ¿Solo sigamos cada uno por su lado y aquí no pasó nada? — pregunto, porque por un momento creí que estaba por decir algo diferente.
Lo sencillo del acuerdo que me propone no me alivia como pensaba, perder la posesión de la botella no me saca más que un suspiro quedo. Percibo con más fuerza su cercanía en mi silencio que cuando sentía el contacto de su roce sobre mi rostro, sigo aguardando y no sé qué es. —No me hice cazador porque me gustara cazar animales por deporte— vuelvo a decir, con palabras diferentes, me fijo en el vodka que está entre sus dedos, —es parte de la naturaleza misma que haya un equilibrio entre bestias y cazadores que las mantienen a raya, en realidad me gustan mucho. Puedo llegar a entenderlas, me agrada cuidarlas, hay algo en las bestias que inspiran respeto…— me explayo, en algo que puede ser un sin sentido a sus oídos. — Las veelas están en ese punto confuso en que no sabes si son humanas o criaturas que podrían atacar con rabia— alzo mis ojos para encontrarme con ellos, —estoy tratando de entenderte— digo, cada palabra, cada paso se siente equivocado y estoy chocando mis propios pies. —¿Esa era tu idea, entonces? ¿Solo sigamos cada uno por su lado y aquí no pasó nada? — pregunto, porque por un momento creí que estaba por decir algo diferente.
No pretendía hacer las cosas más complicadas de lo que ya lo eran, quizás por ello trató de hacerlo más sencillo para ambos. O al menos para ella. Tomó la botella de vodka de sus manos, y lo escuchó con interés, no pudiendo evitar arquear ambas cejas conforme hablaba. Había pasado de querer entregarla a explicarle sus pensamientos. Bueno, al menos no estaba despertando en él el mismo tipo de pensamientos que en su vecino. —Las bestias solo son eso. Bestias.— contestó con pausa —Puede que algunas sean más inteligentes que otras, pero siempre acaban actuando por instinto, el más puro y natural instinto. El verdadero problema son las personas, el egoísmo es su bandera, lo cual los hace mucho más peligrosos— contestó, girando la botella entre sus dedos hasta acabar cambiándola de mano. —Un licántropo es un humano, piensa como ellos, salvo cuando se convierte en una bestia… entonces su raciocinio queda totalmente eclipsado— chasqueó la lengua, acortando las distancias hasta que sus pies chocaron con los contrarios. Alzó la mirada en su dirección. —¿Cómo crees que se siente ser ambas cosas a la vez? Ser humano y criatura a tiempo completo— murmuró en un hilo de voz, alzándose leve sobre la punta de sus botas para tratar de alcanzar su altura.
Esbozó una pequeña sonrisa divertida, inclinándose más hacia él pero interponiendo la botella entre ambos cuerpos. Recorrió con lentitud las facciones del cazador de criaturas, volviendo a pararse en sus ojos. —¿Quieres cuidarme también?— preguntó directamente. A fin de cuentas ella era también una criatura, ¿no? Le resultaba divertido ver a alguien tratando de entender y respetar a una criatura que, meses antes, debía matar o desterrar si tenía oportunidad. La mirada de la rubia se distrajo un instante cuando giró el rostro en dirección al final del pasillo, regresando hasta él con los labios ligeramente fruncidos. —Si tienes alguna idea mejor, adelante— ofreció regresando a su estatura normal cuando clavó los talones en el suelo. —Podemos seguir juntos si es lo que quieres— se permitió bromear. Sabía del efecto que tenía aunque no estuviera esforzándose en ello, no quería influenciarlo en ningún sentido.
Esbozó una pequeña sonrisa divertida, inclinándose más hacia él pero interponiendo la botella entre ambos cuerpos. Recorrió con lentitud las facciones del cazador de criaturas, volviendo a pararse en sus ojos. —¿Quieres cuidarme también?— preguntó directamente. A fin de cuentas ella era también una criatura, ¿no? Le resultaba divertido ver a alguien tratando de entender y respetar a una criatura que, meses antes, debía matar o desterrar si tenía oportunidad. La mirada de la rubia se distrajo un instante cuando giró el rostro en dirección al final del pasillo, regresando hasta él con los labios ligeramente fruncidos. —Si tienes alguna idea mejor, adelante— ofreció regresando a su estatura normal cuando clavó los talones en el suelo. —Podemos seguir juntos si es lo que quieres— se permitió bromear. Sabía del efecto que tenía aunque no estuviera esforzándose en ello, no quería influenciarlo en ningún sentido.
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Tengo claro eso, los peores crímenes se cometen desde la razón, es por eso que los humanos seguimos siendo los depredadores que están por encima de otros, tan así que la disputa está ahora entre mágicos y no mágicos. Presiono mis párpados, respiro el poco aire que puedo tomar entre nosotros para poder pensar su pregunta, sin que su cercanía me impida poder hablar, no sé distinguir que tanto de lo que estoy diciendo o sugiriendo tiene que ver con algo que llevo tiempo callando en mente y que tanto tiene que ver con una presencia a la que podría obedecer si dobla mi voluntad con una petición simple. —Se debe sentir confuso— contesto, pareciera que estoy hablando de mí mismo. —No sabes a qué parte de ti hacerle caso, a eso que te dijeron que debía ser o a lo que te impulsa el instinto que habla de lo que quieres ser— al decirlo caigo en lo imbécil que puedo ser por seguir diciéndole a una mujer con el encanto y la ferocidad de una veela, todo lo que está pasando por mi cabeza.
Me encuentro con sus ojos, puedo ver tan claro la trampa que me tienden, sea o no su intención. —Podría hacerlo— respondo, tan bajo que apenas me escucho a mí mismo, ofreciéndole una protección que no debería si hago caso a mi razón y, sin embargo, hay algo punzando dentro que me dice que es lo que tengo que hacer, si puedo prescindir de una buena razón para ello, darle mi ayuda es lo que se siente que está bien. No sé cómo lo haría, ni tengo una idea que sea coherente, ¿cómo ayudarla? Mi mente está en blanco, mi respiración tan lenta que necesito tomar otro poco de aire para tener que admitir que estamos ante un punto nulo. Entonces sus palabras me confunden aún más, acabaré con dolores en la sien o acabaré despertando de este extraño sueño en algún momento. —No podría llevarte conmigo— es lo que atino a decir, si sería una locura aparecer con ella en el Capitolio. —Pero puedo acompañarte, a donde quieras ir— me escucho decir, me sorprendo a mí mismo, —¿hay algún lugar seguro al que quieras ir?— pregunto. Sé que una vez que esté lejos de su contacto podré pensar mejor en esto y echarme hacia atrás, o tal vez no, quizá lo quiero hacer de verdad. —Por ahora no diré que te he visto, ni que merodeas por aquí, puedo ayudarte cuando lo necesites.
Me encuentro con sus ojos, puedo ver tan claro la trampa que me tienden, sea o no su intención. —Podría hacerlo— respondo, tan bajo que apenas me escucho a mí mismo, ofreciéndole una protección que no debería si hago caso a mi razón y, sin embargo, hay algo punzando dentro que me dice que es lo que tengo que hacer, si puedo prescindir de una buena razón para ello, darle mi ayuda es lo que se siente que está bien. No sé cómo lo haría, ni tengo una idea que sea coherente, ¿cómo ayudarla? Mi mente está en blanco, mi respiración tan lenta que necesito tomar otro poco de aire para tener que admitir que estamos ante un punto nulo. Entonces sus palabras me confunden aún más, acabaré con dolores en la sien o acabaré despertando de este extraño sueño en algún momento. —No podría llevarte conmigo— es lo que atino a decir, si sería una locura aparecer con ella en el Capitolio. —Pero puedo acompañarte, a donde quieras ir— me escucho decir, me sorprendo a mí mismo, —¿hay algún lugar seguro al que quieras ir?— pregunto. Sé que una vez que esté lejos de su contacto podré pensar mejor en esto y echarme hacia atrás, o tal vez no, quizá lo quiero hacer de verdad. —Por ahora no diré que te he visto, ni que merodeas por aquí, puedo ayudarte cuando lo necesites.
Una sutil sonrisa se dibujó en los rasgos de la veela. Al menos era bueno en sus respuestas, conseguía apaciguarla, lo cual estaba bien. Aún no era capaz de controlar del todo sus instintos, la rabia que encendía a sangre de sus venas cuando la impaciencia rebosaba por cada poro de su piel. Siempre pecó de paciente, era buena en su trabajo, y en su vida, por ello; con el cambio, todo lo que conocía en su interior se había transformado en algo diferente: más luminoso, cegador y energético. Incontrolable hasta el punto de exasperarla. Si mezclaba el hecho de no saber hacia donde ir con no poder controlarse… no resultaba nada recomendable para las personas de su alrededor. Pero Colin estaba teniendo suerte. —Esa fina línea se difumina. Tienes ese instinto visceral susurrándote constantemente en el oído, y tratas de controlarlo con todas tus fuerzas. Es una lucha diaria que no siempre puedes ganar— apostilló. Ella las ganaba a duras penas pero tampoco quería engañarse a sí misma, no se había visto envuelta en una situación que despertara plenamente la veela que dormitaba en alguna parte de su cabeza. —Te aconsejo que tengas en cuenta mis palabras la próxima vez que te encuentres con otra— insinuó con tranquilidad, bajando los talones y regresando a su estatura natural, aquella que siempre la había hecho parecer poca cosa.
Las finas cejas de la rubia se arquearon con sorpresa, chasqueando la lengua a la par que dejando caer ambos brazos a los lados de su cuero. Manteniéndose cerca de él. Sólo había bromeado, en ningún momento había sido una opción marcharse con él o dejar que se ocupara de ella; podía no saber que estaba ocurriendo, no controlarlo del todo, pero seguiría sin querer recurrir a los demás. Suspiró, acabando por separarse un paso, y luego dos, de él. —No creo que exista un lugar del todo seguro para mí— comenzó diciendo, cruzando los brazos bajo el pecho. Se raspó el labio inferior con los incisivos, acabando por fruncir el ceño. Sus dedos tamborilearon en la botella de vodka. —¿Por ahora? Pensaba que empezábamos a entendernos, que decepción— suspiró con algo de dramatismo. Estiró el brazo entregándole la botella y volviendo a mirar escaleras arriba. ¿Aún podría tomar algo de aire fresco? —Me gustaría poder prometerte lo mismo, pero no creo que necesites mi ayuda—. No, no la necesitaría. Tenía a buena parte de su familia correteando de un lado para otro del lado de Gobierno, algo realmente grave tendría que hacer para no poder ser protegido por los suyos.
Las finas cejas de la rubia se arquearon con sorpresa, chasqueando la lengua a la par que dejando caer ambos brazos a los lados de su cuero. Manteniéndose cerca de él. Sólo había bromeado, en ningún momento había sido una opción marcharse con él o dejar que se ocupara de ella; podía no saber que estaba ocurriendo, no controlarlo del todo, pero seguiría sin querer recurrir a los demás. Suspiró, acabando por separarse un paso, y luego dos, de él. —No creo que exista un lugar del todo seguro para mí— comenzó diciendo, cruzando los brazos bajo el pecho. Se raspó el labio inferior con los incisivos, acabando por fruncir el ceño. Sus dedos tamborilearon en la botella de vodka. —¿Por ahora? Pensaba que empezábamos a entendernos, que decepción— suspiró con algo de dramatismo. Estiró el brazo entregándole la botella y volviendo a mirar escaleras arriba. ¿Aún podría tomar algo de aire fresco? —Me gustaría poder prometerte lo mismo, pero no creo que necesites mi ayuda—. No, no la necesitaría. Tenía a buena parte de su familia correteando de un lado para otro del lado de Gobierno, algo realmente grave tendría que hacer para no poder ser protegido por los suyos.
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Nunca me he creído lo suficientemente fuerte como para estar seguro del triunfo de mi parte racional sobre la de los instintos, hice un buen trabajo hasta ahora y me he mantenido dentro de mis límites, lo poco que me corrí me acercó al borde, del que vuelvo a pender. Si me salvo de esa caída, de una derrota consciente, no es por mí. Sino por ella que se aleja, que me devuelve un espacio de aire, que da los pasos hacia atrás que acaban con cualquier contacto entre nosotros y sigo prendido a lo que ella pueda decirme, su voz reemplaza a ese instinto visceral que dice que susurra en mi oído, pero al apartarse libera mi voluntad y las excusas de por qué le ofrezco mi ayuda empiezan a debilitarse. No creo que sea la última veela que me encuentre, no cuando el ministerio las contrata como secretarias en estos días, sin embargo no se trata de la clase de criatura con la que pueda encontrarme en el borde en una próxima ocasión, sino quien hará que cruce la frontera.
Le mostraría una sonrisa desganada al prescindir de la ayuda que le ofrezco, mi semblante no conoce de esos gestos, mi mirada es simplemente vacía. Estoy caminando en el borde y otra vez fue alguien más quien me empujó para impedir que caiga. Y aun así mis labios modulan palabras dictadas por algo que no es la razón. —No diré nada, nunca— prometo. Le llamaré presentimiento, se siente como lo que tengo que decir, lo honesto para mí mismo, aunque todavía no entienda la razón para ello. Tal vez porque pese a mi renuencia, estoy andando el camino que me marcó una vidente de dos galeones, siguiendo las malditas huellas que señaló para mí. —No la necesito, es cierto. Ni tampoco tienes por qué hacerlo— murmuro, no es como si yo le provocara ¿lástima? Marco una distancia mayor entre nuestros cuerpos al hacerme a un lado para salir, no la pierdo de vista cuando avanzo caminando hacia atrás. No es como si bastara para salir de su influencia, en todo caso, no creo que su encanto de veela tenga algo que ver con lo que me impulsa a querer hacer algo por ella. Porque también al dar los pasos que me permiten mirarla entera, reconocerla más allá de ser criatura o una mártir. He podido apuntar con mi varita a las bestias que necesitaban un descanso de su agonía, pero a las personas sumidas en una vida de miseria por castigos que alguien más decidió, no queda más que darle la espalda si no se puede hacer nada y es lo que hago al alejarme de ella para bajar las escaleras.
Le mostraría una sonrisa desganada al prescindir de la ayuda que le ofrezco, mi semblante no conoce de esos gestos, mi mirada es simplemente vacía. Estoy caminando en el borde y otra vez fue alguien más quien me empujó para impedir que caiga. Y aun así mis labios modulan palabras dictadas por algo que no es la razón. —No diré nada, nunca— prometo. Le llamaré presentimiento, se siente como lo que tengo que decir, lo honesto para mí mismo, aunque todavía no entienda la razón para ello. Tal vez porque pese a mi renuencia, estoy andando el camino que me marcó una vidente de dos galeones, siguiendo las malditas huellas que señaló para mí. —No la necesito, es cierto. Ni tampoco tienes por qué hacerlo— murmuro, no es como si yo le provocara ¿lástima? Marco una distancia mayor entre nuestros cuerpos al hacerme a un lado para salir, no la pierdo de vista cuando avanzo caminando hacia atrás. No es como si bastara para salir de su influencia, en todo caso, no creo que su encanto de veela tenga algo que ver con lo que me impulsa a querer hacer algo por ella. Porque también al dar los pasos que me permiten mirarla entera, reconocerla más allá de ser criatura o una mártir. He podido apuntar con mi varita a las bestias que necesitaban un descanso de su agonía, pero a las personas sumidas en una vida de miseria por castigos que alguien más decidió, no queda más que darle la espalda si no se puede hacer nada y es lo que hago al alejarme de ella para bajar las escaleras.
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