OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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La última vez que había estado en el ministerio de magia se había encontrado cara a cara con el mismísimo ministro de magia. Estos encuentros solían causarle cierta ansiedad pues no se sentía muy cómoda cerca de las figuras de autoridad, muchos menos las que conocían que ella había estado en prisión por año y medio por posesión de un libro muggle. Hasta sus padres la hacían sentir sumamente incómoda y no era para menos. Esperaba no tener ningún encuentro extraño mientras hacía la labor de ir a que arreglasen su problema con la red flu de su casa. Sí, la última vez que fue a eso se distrajo mucho y decidió dejarlo para otro día.
Amaba que sus padres nunca estuviesen en casa y no tener que encontrarse con ellos mientras usaba su red flu. Seguro se quejarían de que ella tenía que estar pendiente y darle buen uso a la suya propia para que no tuviese que ir a resolver nada y blablabla. Como si fuese su culpa que de un momento a otro la red flu la llevase a cualquier otro lado menos al lugar a dónde deseaba ir, además, le parecía que alguien había estado intentando contactarse con ella, alguien que no tenía autorización, y que no solo intentaba contactarse con ella si no espiar todas sus conversaciones. Sabía que ya existían personas en el ministerio encargadas de eso, así que no entendía el porqué de esa presencia extraña allí. No era un trabajador, era un intruso. Y necesitaba arreglar eso inmediatamente.
Llegó al ministerio, feliz de que ese día sus padres le hubiesen dado el día libre de ser su asistente personal pues estaban muy ocupados en otras cosas, con amabilidad saludó a los presentes y tomó el ascensor hacia el sexto piso, que, si mal no recordaba, era el departamento de transporte mágico. No se había equivocado, era justo ahí. Habló con la recepcionista y en cosa de segundos ya la estaba atendiendo alguien. Pasó el tiempo sin mayores complicaciones, nadie hizo alusión a su condena ni nada por el estilo, al parecer solo sus propios padres se interesaban en esto. Y aunque resolvieron el problema de la red flu inmediatamente, iban a comenzar una investigación, necesitaban saber quién era el intruso.
Estaba por irse del lugar, aprovechando para probar la red flu e ir directo a su casa, cuando le pareció ver de lejos a la ministro de educación. No había llegado con ganas de encontrarse con ninguna figura de autoridad, pero en esta ocasión necesitaba hablar con ella. Solo la había visto cuando la contrató y hasta el momento no la conocía mucho. Con algo de miedo, se le acercó. — Buenas...hm, disculpe la interrupción, ministro. Yo... — tomó un poco de aire y sonrió, más calmada. — Me preguntaba si le interesaría salir a tomar un trago conmigo, es que me encantaría poder conocerla un poco más.
Amaba que sus padres nunca estuviesen en casa y no tener que encontrarse con ellos mientras usaba su red flu. Seguro se quejarían de que ella tenía que estar pendiente y darle buen uso a la suya propia para que no tuviese que ir a resolver nada y blablabla. Como si fuese su culpa que de un momento a otro la red flu la llevase a cualquier otro lado menos al lugar a dónde deseaba ir, además, le parecía que alguien había estado intentando contactarse con ella, alguien que no tenía autorización, y que no solo intentaba contactarse con ella si no espiar todas sus conversaciones. Sabía que ya existían personas en el ministerio encargadas de eso, así que no entendía el porqué de esa presencia extraña allí. No era un trabajador, era un intruso. Y necesitaba arreglar eso inmediatamente.
Llegó al ministerio, feliz de que ese día sus padres le hubiesen dado el día libre de ser su asistente personal pues estaban muy ocupados en otras cosas, con amabilidad saludó a los presentes y tomó el ascensor hacia el sexto piso, que, si mal no recordaba, era el departamento de transporte mágico. No se había equivocado, era justo ahí. Habló con la recepcionista y en cosa de segundos ya la estaba atendiendo alguien. Pasó el tiempo sin mayores complicaciones, nadie hizo alusión a su condena ni nada por el estilo, al parecer solo sus propios padres se interesaban en esto. Y aunque resolvieron el problema de la red flu inmediatamente, iban a comenzar una investigación, necesitaban saber quién era el intruso.
Estaba por irse del lugar, aprovechando para probar la red flu e ir directo a su casa, cuando le pareció ver de lejos a la ministro de educación. No había llegado con ganas de encontrarse con ninguna figura de autoridad, pero en esta ocasión necesitaba hablar con ella. Solo la había visto cuando la contrató y hasta el momento no la conocía mucho. Con algo de miedo, se le acercó. — Buenas...hm, disculpe la interrupción, ministro. Yo... — tomó un poco de aire y sonrió, más calmada. — Me preguntaba si le interesaría salir a tomar un trago conmigo, es que me encantaría poder conocerla un poco más.
Había pasado por varias resoluciones complicadas a lo largo de todos mis años como funcionaria del gobierno. Algunas sensatas y ciertamente beneficiosas, otras no tanto y con consecuencias visibles en más de algún sector. Organizar las modalidades de estudio, el rango de edades, la distribución de varitas, las pruebas de aptitud… muchas habían sido tareas casi hercúleas que nos habían costado tiempo y dinero. ¿Pero esto? Nada, ni siquiera haciendo la sumatoria de todas reformas constitucionales o no, me habían generado tanto problema como el toque de queda impuesto por Magnar.
Entendía la necesidad del mismo, la protección que debía suponer para los ciudadanos, y la ventaja que significaba para los controles pero… ¿nadie podía pensar en los niños? O no en los niños, pero sí en los adolescentes que experimentaban de primera mano sus ataques de rebelión contra, bueno: todo. Sus padres, sus profesores, las figuras de autoridad y sí: las normas. Que si fuera solo un toque de queda sencillo, vaya y pase. Pero los dementores no diferenciaban entre adultos y niños por debajo de los dieciocho años así que, sin importar cuántas advertencias hubiésemos dado, tenía un sinfín de casos de muchachos con depresión, otros tantos con reportes de actividades sospechosas, y no empecemos por aquellos galpones que descubrían y que hacían que mi índice de presentismo de este año fuese en picada. Pero no, no podían levantar el toque de queda porque un puñado de niños fuesen “irresponsables” así que me toca lidiar no solo con los colegios, sino que también con los casos de aquellos que fueron gravemente afectados.
No estoy segura ni de en qué piso me encuentro, pero sé que estaré hasta bien entrada a la noche revisando y reasignando expedientes así que cuando mínimo necesitaré algo de café en mi sistema si es que no algo más fuerte… y no ha pasado ni un segundo de pensar eso que ya tengo un ofrecimiento de parte de ¿de dónde salió Grimaldi? Era una de nuestras más nuevas y… extravagantes adquisiciones, así que titubeo por unos segundos hasta encajar su apariencia con su personalidad y su oferta. - No interrumpes nada, querida. Pero temo que no puedo ir a tomar tragos en estos momentos… no oficialmente al menos. Pero si quieres podemos subir a mi oficina y disfrutar de un buen café Irlandés. - Que no era un trago técnicamente, pero mezclaba dos de mis favoritos y cumplía su función. - ¿Tienes interés en conocer algo en particular que pueda decirte?
Entendía la necesidad del mismo, la protección que debía suponer para los ciudadanos, y la ventaja que significaba para los controles pero… ¿nadie podía pensar en los niños? O no en los niños, pero sí en los adolescentes que experimentaban de primera mano sus ataques de rebelión contra, bueno: todo. Sus padres, sus profesores, las figuras de autoridad y sí: las normas. Que si fuera solo un toque de queda sencillo, vaya y pase. Pero los dementores no diferenciaban entre adultos y niños por debajo de los dieciocho años así que, sin importar cuántas advertencias hubiésemos dado, tenía un sinfín de casos de muchachos con depresión, otros tantos con reportes de actividades sospechosas, y no empecemos por aquellos galpones que descubrían y que hacían que mi índice de presentismo de este año fuese en picada. Pero no, no podían levantar el toque de queda porque un puñado de niños fuesen “irresponsables” así que me toca lidiar no solo con los colegios, sino que también con los casos de aquellos que fueron gravemente afectados.
No estoy segura ni de en qué piso me encuentro, pero sé que estaré hasta bien entrada a la noche revisando y reasignando expedientes así que cuando mínimo necesitaré algo de café en mi sistema si es que no algo más fuerte… y no ha pasado ni un segundo de pensar eso que ya tengo un ofrecimiento de parte de ¿de dónde salió Grimaldi? Era una de nuestras más nuevas y… extravagantes adquisiciones, así que titubeo por unos segundos hasta encajar su apariencia con su personalidad y su oferta. - No interrumpes nada, querida. Pero temo que no puedo ir a tomar tragos en estos momentos… no oficialmente al menos. Pero si quieres podemos subir a mi oficina y disfrutar de un buen café Irlandés. - Que no era un trago técnicamente, pero mezclaba dos de mis favoritos y cumplía su función. - ¿Tienes interés en conocer algo en particular que pueda decirte?
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