OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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— ¡NO, ASÍ NO! — grito con tantas fuerzas que hasta me hago daño en la garganta. Y es que Elfo me sabe sacar de mis casillas. Da igual mis intentos por llevarnos bien, por ser incluso amigos, que él siempre consigue enfadarme. A estas alturas me sorprende que siempre encuentre nuevas formas de conseguirlo. Arrugo la cartulina de la mesa, la hago una bola y la tiro contra el suelo, no muy lejos de sus pequeños pies. — ¿Por qué siempre estropeas todos? — pregunto, siendo consciente ya de que ni me contestará a eso. Y así es, pues se limita a soltar un gruñido que es su respuesta a casi todo en la mayoría de ocasiones. Papá y mamá dicen que viene Hanna a pasar la tarde conmigo y que debo de ser un buen anfitrión, así que he empezado a crear un juego. El problema es que ni siquiera sé qué hacer y cuando he empezado a probar ideas de cartas con cartulinas, el idiota de mi elfo doméstico lo ha estropeado todo.
Al final, resignado, me dejo caer en el sofá, de brazos cruzados, con el ceño notablemente fruncido y a la espera de que suene el timbre para pasar la tarde con mi nueva prima. Emma no viene con nosotros porque justamente han ido a pasar el día fuera a no sé qué distrito, pero si estuviera ella, al menos todo sería menos incómodo. No conozco a Hanna, más allá de haberla visto en alguna ocasión, incluido aquel desastre del funeral de Jamie Niniadis... Ni siquiera sé qué le gusta para pasar el rato.
Cuando el timbre suena por fin, no puedo evitar morderme el labio, nervioso. Puedo escuchar los pasos en la entrada, que cada vez suenan más fuertes mientras se dirigen hacia el salón. Para cuando veo la cabellera negra asomarse por la puerta, me levanto de un saltito y me acerco hacia ella. Lo primero que hago es saludarla con un escueto gesto de cabeza, hasta que... — Oye, ¿te gustan los hipogrifos? — Y es que quizá ella es la pieza fundamental en mi plan de robarle el hipogrifo a mi hermano mayor. Podría compartirlo con ella alguna vez, pero yo lo tendría la mayor parte del tiempo, por eso de haber sido el maestro del plan durante tanto tiempo.
Al final, resignado, me dejo caer en el sofá, de brazos cruzados, con el ceño notablemente fruncido y a la espera de que suene el timbre para pasar la tarde con mi nueva prima. Emma no viene con nosotros porque justamente han ido a pasar el día fuera a no sé qué distrito, pero si estuviera ella, al menos todo sería menos incómodo. No conozco a Hanna, más allá de haberla visto en alguna ocasión, incluido aquel desastre del funeral de Jamie Niniadis... Ni siquiera sé qué le gusta para pasar el rato.
Cuando el timbre suena por fin, no puedo evitar morderme el labio, nervioso. Puedo escuchar los pasos en la entrada, que cada vez suenan más fuertes mientras se dirigen hacia el salón. Para cuando veo la cabellera negra asomarse por la puerta, me levanto de un saltito y me acerco hacia ella. Lo primero que hago es saludarla con un escueto gesto de cabeza, hasta que... — Oye, ¿te gustan los hipogrifos? — Y es que quizá ella es la pieza fundamental en mi plan de robarle el hipogrifo a mi hermano mayor. Podría compartirlo con ella alguna vez, pero yo lo tendría la mayor parte del tiempo, por eso de haber sido el maestro del plan durante tanto tiempo.
Extrañaba su vida anterior, en especial todo lo relacionado con su madre. Colin era un buen padre pero no pasaba casi tiempo con ella por lo que no era raro el día en el que se sentí sola o rara. Quería volver a casa y volver a tener todas sus cosas, incluso extrañaba a la vecina con la que su madre la dejaba siempre que tenía que ir a hacer algún tipo de recado. Nunca había tenido en cuenta o pensado lo mucho que tenía hasta que lo perdió y su vida cambió por completo. Aunque no se quejaría, tener un padre era realmente extraño, no terminaban de acostumbrarse el uno al otro, y el hecho de trabajar tanto solo les dejaba un lapso de tiempo relativamente pequeño para estar juntos.
Siguió tomada de su mano, con las mejillas infladas con algo de silenciosa molestia; silenciosa en aquel momento ya que, previamente, se había acabado quejando de lo mismo. Las clases eran divertidas y la entretenían, pero no era así cuando llegaba el fin de semana. Dejó ir todo el aire que tenía en la boca, caminando a su lado los escasos metros que quedaban hasta la puerta de aquella gran casa. ¿Tyler vivía allí? ¡Seguro que podía tener todas las criaturas que quisiera sin problemas para el espacio! La pequeña aún trataba de hacer un listado con las criaturas mágicas que podrían tener en el apartamento ya que no quería que siempre estuvieran encerradas. Se escondió tras las piernas de su padre cuando una mujer les abrió la puerta, caminando agarrada a él y aún escondida hasta que le dijeron dónde estaba Tyler, instándola a que fuera allí.
Habían coincidido en un par de ocasiones, pero de ello no se podía sacar la conclusión de que se conocieran. ¿Qué cosas le gustaba hacer? Puede que fuera aquel tipo de niños que les gustaba pegar a los demás, empujarlos y… un mohín apareció en sus labios justo en el momento que él apareció. Lo saludó, tímida, con la mano y bajó la mirada hasta sus pies, balanceándolos ligeramente, y solo volviendo a mirarlo cuando habló de hipogrifos. Asistió lento con la cabeza, inclinándola hacia un lado. —¿Tienes un hipogrifo? Sé mucho sobre criaturas mágicas, mi papá las cuida— aseguró con seguridad. —Seguro que tienes muchas cosas, tu casa es muy grande— agregó después, dejando que su mirada vagara apenas un instante por el espacio que los rodeaba.
Siguió tomada de su mano, con las mejillas infladas con algo de silenciosa molestia; silenciosa en aquel momento ya que, previamente, se había acabado quejando de lo mismo. Las clases eran divertidas y la entretenían, pero no era así cuando llegaba el fin de semana. Dejó ir todo el aire que tenía en la boca, caminando a su lado los escasos metros que quedaban hasta la puerta de aquella gran casa. ¿Tyler vivía allí? ¡Seguro que podía tener todas las criaturas que quisiera sin problemas para el espacio! La pequeña aún trataba de hacer un listado con las criaturas mágicas que podrían tener en el apartamento ya que no quería que siempre estuvieran encerradas. Se escondió tras las piernas de su padre cuando una mujer les abrió la puerta, caminando agarrada a él y aún escondida hasta que le dijeron dónde estaba Tyler, instándola a que fuera allí.
Habían coincidido en un par de ocasiones, pero de ello no se podía sacar la conclusión de que se conocieran. ¿Qué cosas le gustaba hacer? Puede que fuera aquel tipo de niños que les gustaba pegar a los demás, empujarlos y… un mohín apareció en sus labios justo en el momento que él apareció. Lo saludó, tímida, con la mano y bajó la mirada hasta sus pies, balanceándolos ligeramente, y solo volviendo a mirarlo cuando habló de hipogrifos. Asistió lento con la cabeza, inclinándola hacia un lado. —¿Tienes un hipogrifo? Sé mucho sobre criaturas mágicas, mi papá las cuida— aseguró con seguridad. —Seguro que tienes muchas cosas, tu casa es muy grande— agregó después, dejando que su mirada vagara apenas un instante por el espacio que los rodeaba.
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