OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Estoy aburrido. Sí, que suena extraño y tal vez un poco pretencioso, pero nadie puede decir que las celdas de la base de seguridad son exclusivamente entretenidas. No tengo mucha experiencia en ellas, siempre tuve el “privilegio” de ser tratado en el mercado de esclavos y por la mismísima Jamie Niniadis, primero porque solo era un muggle y segundo porque, cuando regresé, le había jodido mucho la vida a la ministra como para que quisieran traerme aquí. Las paredes blancas son nuevas, tanto como mi postura en la cama que me tiene cabeza para abajo, con las piernas estiradas contra la pared en lo que le hago caras a la cámara de seguridad cuya lucecita titila en el rincón. Como ya he dicho, estoy aburrido.
Me han curado, al menos un poco. Lo suficiente como para que los golpes no sean más que una ligera molestia, a pesar de que la sangre ya seca sigue decorando las ropas sucias. No debo tener buena pinta, pero tampoco es algo por lo cual pueda preocuparme ahora. ¿Me preocupa algo? A decir verdad, no. Lo único que me molesta es el saber que van a buscar información que no pienso darles, hasta que se aburran y me descarten como un trapo viejo. Ya conozco este juego, lo he estado jugando hace casi dos décadas. Cuando entré a los Juegos Mágicos, no salí jamás. Soy un peón en esta bizarra existencia.
Debe ser por eso que ni me inmuto cuando la puerta se abre y dos personas entran por ella. Los reconozco, porque he visto sus rostros en la televisión. Él es el presidente de este cochino país y ella parece liderar lo que vendría a ser el nuevo y flamante escuadrón de hombres lobo. Largo un silbido, girando la cabeza aunque sigo viéndolos del revés — ¿Tan importante soy como para que Magnar Aminoff venga a visitarme? Me siento halagado — me llevo una mano al pecho como si fuese algo en verdad serio y regreso la mirada al techo — Como sé que son personas ocupadas les ahorraré tiempo: mi respuesta es no. No les diré nada, no haré nada, no me arrepiento de nada. Ya pueden ir a pedir el permiso de ejecución y terminar con esto, que será agónico para todos — ya me conocen, saben lo que hago o dejo de hacer. No sé para qué nos molestamos.
Me han curado, al menos un poco. Lo suficiente como para que los golpes no sean más que una ligera molestia, a pesar de que la sangre ya seca sigue decorando las ropas sucias. No debo tener buena pinta, pero tampoco es algo por lo cual pueda preocuparme ahora. ¿Me preocupa algo? A decir verdad, no. Lo único que me molesta es el saber que van a buscar información que no pienso darles, hasta que se aburran y me descarten como un trapo viejo. Ya conozco este juego, lo he estado jugando hace casi dos décadas. Cuando entré a los Juegos Mágicos, no salí jamás. Soy un peón en esta bizarra existencia.
Debe ser por eso que ni me inmuto cuando la puerta se abre y dos personas entran por ella. Los reconozco, porque he visto sus rostros en la televisión. Él es el presidente de este cochino país y ella parece liderar lo que vendría a ser el nuevo y flamante escuadrón de hombres lobo. Largo un silbido, girando la cabeza aunque sigo viéndolos del revés — ¿Tan importante soy como para que Magnar Aminoff venga a visitarme? Me siento halagado — me llevo una mano al pecho como si fuese algo en verdad serio y regreso la mirada al techo — Como sé que son personas ocupadas les ahorraré tiempo: mi respuesta es no. No les diré nada, no haré nada, no me arrepiento de nada. Ya pueden ir a pedir el permiso de ejecución y terminar con esto, que será agónico para todos — ya me conocen, saben lo que hago o dejo de hacer. No sé para qué nos molestamos.
Retiro con mis dedos los mechones cortos que caen sobre mi rostro para echarlos hacia atrás, al pararnos delante de la puerta de la celda en la que acomodaron a Benedict Franco después de que lo capturaran, no tan fácil como cabría esperar por la ventaja de haber sido dos a uno. No he tenido oportunidad aún para una charla tendida con Santiago como para conocer los detalles, más allá de lo que dice el reporte escrito. Me hago a un lado al abrir la puerta para que Magnar pueda pasar primero, se lo indico con un movimiento de mi mano y espero a que entre para seguirlo al interior que dista mucho de las comodidades precarias que ofrece el norte, debe ser un cambio agradable a lo que está acostumbrado, cualquiera sea el escondrijo donde estuvo escondiéndose este tiempo con los otros fugitivos. Es la antesala a lo que podría tener y me paro un paso detrás de Magnar para darle la bienvenida con una sonrisa impasible a la negativa rotunda en sus palabras.
Miro de soslayo al hombre que acompaño, a quien cedo los honores de explicar su presencia delante de uno de los criminales con los que más se encaprichó Jamie Niniadis en vida. Con otro paso quedo un poco más cerca de la mirada de Franco, mis manos guardadas en los bolsillos de mi chaqueta y los hombros relajados debajo del uniforme. —¿Así de simple? ¿Encontrarte tantas veces en este lugar te han vuelto indiferente a tu destino?— pregunto con calma, otro paso más para detenerme frente a él. Retiro una mano de mi bolsillo para que roce un lado de la garganta del hombre y se abra para abarcarla todo lo posible, su carne hundiéndose ligeramente a la presión de mis dedos.
—Te has visto antes en esta situación, la tortura a los presos tiene este inconveniente de que los vuelve insensibles a la larga. ¿Crees que ya conoces lo más bajo que se puede caer que no te quiebra la posibilidad de volver a ser arrojado al fondo, no? Qué raro que no nos hayamos visto antes en ese lugar…— curvo un poco más mi sonrisa, segura de que en esta vida no nos hemos cruzado nunca. —Pero, ¿estás seguro? Podemos terminarlo aquí mismo, sin formalidades, sin más rodeos, ya diste muchos. ¿Seguro que no hay nada que valga que sigas vivo? ¿Algo a lo que quieras aferrarte?— sigo con mi tono medido, concentrando mi fuerza en los dedos para que la presión se vuelva ligeramente asfixiante. —Yo no daré vueltas contigo, Benedict. Si quieres morir, lo haré. Pero…— relajo mi agarre para que mis dedos se aparten de su piel y recupero mi distancia de un paso, así dejo que sea Magnar quien hable. —Esta vez no es como las otras, tienes una oportunidad a tu alcance y mi consejo, mírame bien, es que la tomes.
Miro de soslayo al hombre que acompaño, a quien cedo los honores de explicar su presencia delante de uno de los criminales con los que más se encaprichó Jamie Niniadis en vida. Con otro paso quedo un poco más cerca de la mirada de Franco, mis manos guardadas en los bolsillos de mi chaqueta y los hombros relajados debajo del uniforme. —¿Así de simple? ¿Encontrarte tantas veces en este lugar te han vuelto indiferente a tu destino?— pregunto con calma, otro paso más para detenerme frente a él. Retiro una mano de mi bolsillo para que roce un lado de la garganta del hombre y se abra para abarcarla todo lo posible, su carne hundiéndose ligeramente a la presión de mis dedos.
—Te has visto antes en esta situación, la tortura a los presos tiene este inconveniente de que los vuelve insensibles a la larga. ¿Crees que ya conoces lo más bajo que se puede caer que no te quiebra la posibilidad de volver a ser arrojado al fondo, no? Qué raro que no nos hayamos visto antes en ese lugar…— curvo un poco más mi sonrisa, segura de que en esta vida no nos hemos cruzado nunca. —Pero, ¿estás seguro? Podemos terminarlo aquí mismo, sin formalidades, sin más rodeos, ya diste muchos. ¿Seguro que no hay nada que valga que sigas vivo? ¿Algo a lo que quieras aferrarte?— sigo con mi tono medido, concentrando mi fuerza en los dedos para que la presión se vuelva ligeramente asfixiante. —Yo no daré vueltas contigo, Benedict. Si quieres morir, lo haré. Pero…— relajo mi agarre para que mis dedos se aparten de su piel y recupero mi distancia de un paso, así dejo que sea Magnar quien hable. —Esta vez no es como las otras, tienes una oportunidad a tu alcance y mi consejo, mírame bien, es que la tomes.
Hay solo una cosa más entretenida que el prisionero que entra en desesperación y es aquel que se nota desinteresado por la vida, como un alma en pena que se ha rendido al verse minúsculo. No siento otra cosa por Benedict Franco que no sea curiosidad: es la clase de persona que estuvo bajo la nariz de mi madre en más de una ocasión y siempre ha encontrado el modo de salir parado, como un gato con siete vidas. Matarlo sería tan fácil, pero tanto, que lo vuelve un desperdicio. Ni respondo a sus palabras, me conformo con quedarme de pie, como un ente aburrido, en lo que Rebecca se encarga de desfilar su discurso. No es hasta que lo suelta que doy algunos pasos hacia delante, mirando como se extiende en su miseria como si esto fuese un recreo. Para mí, es casi Navidad.
— Recuerdo tus juegos — sé que es un modo inesperado de comenzar la conversación, pero mis ojos están más concentrados en mirarlo como si quisiera ver algo de ese pasado en el adulto que es ahora — Fue una buena competencia, debo concedértela. Jamás aposté por ti, si te soy sincero. Eras enclenque. Y aún así… — con un movimiento de la mano, mi ademán lo abarca entero — Recuerdo a tu hermana. Y a esa chica tan bonita… ¿Amelie se llamaba? Amelie Boehman. ¿No ganaron juntos? — es como estar hablando de gente que jamás existió, porque sus recuerdos son muy lejanos. Chasqueo la lengua y me pongo de cuclillas para estar a su altura — Pobre pequeño Bennie. Condenado por la sociedad cuyos juegos te arrebataron tu familia, aislado por aquella que te señaló como un muggle. ¿Acaso no ves el pequeño gran milagro que eres? Un licántropo con sangre muggle, sin otra opción que huir… No puedo culpar a mi madre por obsesionarse contigo, pero jamás voy a comprenderlo — ruedo los ojos, pero descarto rápidamente ese pensamiento porque es irse por las ramas — Debes estar agotado, ¿no es así, Bennie? Yo puedo matarte, tal y como me estás pidiendo. ¿Pero qué opinas de probar otra cosa? ¿Algo que no tienes desde los doce años? — con toda la confianza y calma del mundo, tomo su brazo y levanto un poco su sucia manga, para presionar con un pulgar la cicatriz de muggle de su muñeca — ¿Qué tal parece tener libertad?
— Recuerdo tus juegos — sé que es un modo inesperado de comenzar la conversación, pero mis ojos están más concentrados en mirarlo como si quisiera ver algo de ese pasado en el adulto que es ahora — Fue una buena competencia, debo concedértela. Jamás aposté por ti, si te soy sincero. Eras enclenque. Y aún así… — con un movimiento de la mano, mi ademán lo abarca entero — Recuerdo a tu hermana. Y a esa chica tan bonita… ¿Amelie se llamaba? Amelie Boehman. ¿No ganaron juntos? — es como estar hablando de gente que jamás existió, porque sus recuerdos son muy lejanos. Chasqueo la lengua y me pongo de cuclillas para estar a su altura — Pobre pequeño Bennie. Condenado por la sociedad cuyos juegos te arrebataron tu familia, aislado por aquella que te señaló como un muggle. ¿Acaso no ves el pequeño gran milagro que eres? Un licántropo con sangre muggle, sin otra opción que huir… No puedo culpar a mi madre por obsesionarse contigo, pero jamás voy a comprenderlo — ruedo los ojos, pero descarto rápidamente ese pensamiento porque es irse por las ramas — Debes estar agotado, ¿no es así, Bennie? Yo puedo matarte, tal y como me estás pidiendo. ¿Pero qué opinas de probar otra cosa? ¿Algo que no tienes desde los doce años? — con toda la confianza y calma del mundo, tomo su brazo y levanto un poco su sucia manga, para presionar con un pulgar la cicatriz de muggle de su muñeca — ¿Qué tal parece tener libertad?
No sé si es indiferencia, es más bien aceptación y no espero que ella lo comprenda. Hace tiempo que he aceptado que mi vida no será eterna, la de nadie lo es. He vivido sesenta años en treinta y debe ser por eso que estoy tan cansado. Le contesto con un encogimiento de hombros que se ve interrumpido por el modo que tiene de atacar mi cuello, lo que tensa mis músculos y me obliga a tragar con fuerza, en un intento de que el aire llegue a mis pulmones como si no hubiera cierta presión sobre mi piel — ¿Por qué lo haría? — es lo primero que atino a contestarle, sus ojos son tan claros como los míos — Todo a lo que pueda aferrarme, ustedes van a destruirlo. Si sigo aquí, es porque he tratado de joderles la vida antes de que ustedes jodan la mía. Me han enseñado a aceptar derrotas… — lo cual es irónico, porque he luchado para no terminar aquí. Boqueo cuando me suelta, tengo que aclararme la garganta y toser un poco — ¿De qué hablas? — porque, que yo sepa, aquí no son de las… ¿Séptimas oportunidades?
La voz de Aminoff me recuerda que sigue aquí, pero no me esperaba que empiece su discurso de ese modo. El modo que tiene de hablar me mantiene en mi sitio, me recuerda mucho a una víbora venenosa meciéndose delante de sus presas y creo que lo más inteligente que puedo hacer ahora, es callarme la boca. La mención de esos fantasmas capta mi atención, no voy a decir que no, pero asumo que este hombre solo ha hecho bien su tarea: ¿Por qué alguien recordaría a gente como Melanie o Amelie a estas alturas? Respiro con algo de fuerza en lo que él se mofa, mi piel se crispa al sentir el contacto con su mano y aparto el brazo con algo de brusquedad — Agotado o no, sé muy bien qué es lo que elijo — intento sonar firme, pero no lo hago. Me giro, poco a poco, hasta poder sentarme sobre la cama de este penoso sitio y, así, me apoyo en una de mis rodillas para pasar mis ojos de uno al otro — Sé que mis delitos, como ustedes los llaman, fueron realizados bajo otro gobierno. Pero también sé que ustedes se siguen moviendo con un montón de leyes que no respeto… ¿Por qué me darían libertad, cuando siguen buscándome? Quizá no soy muy listo, pero creo que no hace falta serlo para saber que nada de lo que ustedes ofrecen es gratis, así que… — arqueo una ceja, ladeando la cabeza en una mueca que busca descifrarlos — ¿Qué es lo que quieren?
La voz de Aminoff me recuerda que sigue aquí, pero no me esperaba que empiece su discurso de ese modo. El modo que tiene de hablar me mantiene en mi sitio, me recuerda mucho a una víbora venenosa meciéndose delante de sus presas y creo que lo más inteligente que puedo hacer ahora, es callarme la boca. La mención de esos fantasmas capta mi atención, no voy a decir que no, pero asumo que este hombre solo ha hecho bien su tarea: ¿Por qué alguien recordaría a gente como Melanie o Amelie a estas alturas? Respiro con algo de fuerza en lo que él se mofa, mi piel se crispa al sentir el contacto con su mano y aparto el brazo con algo de brusquedad — Agotado o no, sé muy bien qué es lo que elijo — intento sonar firme, pero no lo hago. Me giro, poco a poco, hasta poder sentarme sobre la cama de este penoso sitio y, así, me apoyo en una de mis rodillas para pasar mis ojos de uno al otro — Sé que mis delitos, como ustedes los llaman, fueron realizados bajo otro gobierno. Pero también sé que ustedes se siguen moviendo con un montón de leyes que no respeto… ¿Por qué me darían libertad, cuando siguen buscándome? Quizá no soy muy listo, pero creo que no hace falta serlo para saber que nada de lo que ustedes ofrecen es gratis, así que… — arqueo una ceja, ladeando la cabeza en una mueca que busca descifrarlos — ¿Qué es lo que quieren?
No me creo lo que dice, si algo sé de la naturaleza más baja de las personas, también de las que tenemos un lado más semejante a las bestias, es que aun sabiendo que podemos perderlo todo o que habrá alguien que vendrá a destruirlo, nos aferramos a lo mínimo que se pueda. Hacerlo es tan necesario como respirar, como buscar aire cuando nuestros pulmones están a punto de detenerse. ¿No es por eso mismo que estamos en esta celda mirándonos a los ojos? Porque nos aferramos a una vida mísera en vez de dejarnos ir cuando fuimos presa y víctima, aunque él lo fue antes, mucho antes de que un licántropo lo mordiera. El repaso que se hace de su vida me obliga a tratar de mirarlo como ese chico que fue, débil como apunta Magnar, y eso me saca una ligera sonrisa, tan débiles todos como para que la suerte pudiera torcernos y quebrarnos a muerte, sin embargo lo atravesamos para formar una fuerza que en él se aprecia con un simple vistazo. No dejaría solo a Magnar en su presencia, por muy segura que esté sobre lo fácil que podría reducirlo con su varita. Hasta que eso suceda podría pasar un momento desagradable a solas con Benedict.
—Humano, licántropo, el hijo bastardo de Neopanem que repudiaban las leyes— musito al ladear mi cabeza para que mi mirada pueda recorrerlo entero, lo magullado que se ve, lo desafiante que sigue siendo, porque sigue viéndonos con ojos que nos juzgan como enemigos. —Estás en un momento único que nunca has tenido y que puede no repetirse en toda tu vida, así que piensa en ti, Benedict. Tienes las leyes de Neopanem a tu favor como una oportunidad extraordinaria y puedes agradárselo a Magnar, hemos sido parias, ahora somos ciudadanos. Muggles, magos, que nos marginaban… y ahora las llamadas bestias pisamos el ministerio, puedes verme frente a ti como lo que soy—. Sé que no hace una presentación formal, mi apellido puede leerlo en el frente de mi chaqueta y mi condición es tan clara como el uniforme.
—Puedes ser parte del escuadrón licántropo también, Benedict. Únete para proteger nuestra justicia personal. Piensa en tu propia vida, en todo lo que has pasado y todo lo que te queda por pasar, porque siendo un fugitivo que se esconde haces del norte tu cárcel y la única libertad real que podrás conocer es en el Capitolio—. Es momento de ser egoísta, morirá sino por causas de otras personas que nunca le darán un lugar, porque seguirá bajo la sombra de todo lo que es y lo que ha vivido. —No somos tus enemigos, podríamos no serlo. Podrías encontrar aliados…— murmuro, dando un paso hacia él que vuelve a acercarme y la misma mano que se cerró sobre su garganta, ahora la extiendo abierta para que pueda tomarla. —Entre los que somos iguales a ti— acabo, y a punto estoy de no decir nada más, entonces lo hago: —porque si eliges tenernos como enemigos, seré quien te mate y se habrán acabado las oportunidades.
—Humano, licántropo, el hijo bastardo de Neopanem que repudiaban las leyes— musito al ladear mi cabeza para que mi mirada pueda recorrerlo entero, lo magullado que se ve, lo desafiante que sigue siendo, porque sigue viéndonos con ojos que nos juzgan como enemigos. —Estás en un momento único que nunca has tenido y que puede no repetirse en toda tu vida, así que piensa en ti, Benedict. Tienes las leyes de Neopanem a tu favor como una oportunidad extraordinaria y puedes agradárselo a Magnar, hemos sido parias, ahora somos ciudadanos. Muggles, magos, que nos marginaban… y ahora las llamadas bestias pisamos el ministerio, puedes verme frente a ti como lo que soy—. Sé que no hace una presentación formal, mi apellido puede leerlo en el frente de mi chaqueta y mi condición es tan clara como el uniforme.
—Puedes ser parte del escuadrón licántropo también, Benedict. Únete para proteger nuestra justicia personal. Piensa en tu propia vida, en todo lo que has pasado y todo lo que te queda por pasar, porque siendo un fugitivo que se esconde haces del norte tu cárcel y la única libertad real que podrás conocer es en el Capitolio—. Es momento de ser egoísta, morirá sino por causas de otras personas que nunca le darán un lugar, porque seguirá bajo la sombra de todo lo que es y lo que ha vivido. —No somos tus enemigos, podríamos no serlo. Podrías encontrar aliados…— murmuro, dando un paso hacia él que vuelve a acercarme y la misma mano que se cerró sobre su garganta, ahora la extiendo abierta para que pueda tomarla. —Entre los que somos iguales a ti— acabo, y a punto estoy de no decir nada más, entonces lo hago: —porque si eliges tenernos como enemigos, seré quien te mate y se habrán acabado las oportunidades.
Un momento único, de eso no cabe duda. Sé que se me dilatan las pupilas, pero nada de lo que dicen tiene un sentido en mi cabeza, porque conozco al gobierno como para saber que ellos jamás hacen nada sin una segunda intención. Mis ojos se pasean por la mujer, se detienen en la etiqueta con su nombre y siento el tirón de mi labio hacia uno de mis costados — Por supuesto — murmuro — Claro que eres como los que me trajeron aquí. Gente que ha olvidado lo que les han hecho, solo porque te prometieron… ¿Qué? ¿Ser parte de aquellos que te expulsaron en primer lugar? Yo estuve ahí. Sé cómo fueron las cosas hace dieciséis años — no solo porque tuve que huir cuando los vencedores fuimos señalados como peligrosos, sino también porque lo viví desde las calles. Jamie Niniadis no era una persona muy cuerda y permitió que la sociedad se volviera un desastre, pero ella no fue la pionera principal del caos. Los mismos magos empujaron a los muggles, su ira rechazó a todos los que eran diferentes a ellos. Lo que sucedió después fue algo a lo que Jamie le dio forma desde su cómodo asiento en el Ministerio de Magia que ayudó a fundar, clamándose salvadora.
Lo que me toma aún más por sorpresa es la carta abierta a tener un empleo. Es tan extraño que hasta me hace reír, estoy seguro de que incluso fuera de la celda se debe oír mi carcajada — ¿Aliados? ¿En el Capitolio? — por cómo hablo, presa de una divertida incredulidad, parece que me ha contado el mejor chiste del siglo. Seguiría riendo si no fuese porque su mano se alza frente a mí, como una oportunidad que no puedo tomar. Si estuviera solo… vaya y pase. Pero nada de esto tiene pies ni cabezas — Tú no eres igual a mí. Ninguno aquí nos ve como un igual — no tomo su mano, en su lugar me levanto con cuidado de la cama para poder verla desde mi altura, a pesar de no poder erguirme por completo — No sé qué te hace pensar que este sujeto te ve como su igual. ¿No ves siquiera que te está usando? ¿Que para él eres una vida descartable que lo único que hace es no ponerse en su contra y limpiar su mugre? — no me importa tenerlo al lado, incluso cuando siento que mirada fría en mi semblante. Lo único que puedo ver son los ojos de Hasselbach, que reflejan tan bien los míos — No soy como tú, por el simple hecho de que mi alma no está en venta.
Lo que me toma aún más por sorpresa es la carta abierta a tener un empleo. Es tan extraño que hasta me hace reír, estoy seguro de que incluso fuera de la celda se debe oír mi carcajada — ¿Aliados? ¿En el Capitolio? — por cómo hablo, presa de una divertida incredulidad, parece que me ha contado el mejor chiste del siglo. Seguiría riendo si no fuese porque su mano se alza frente a mí, como una oportunidad que no puedo tomar. Si estuviera solo… vaya y pase. Pero nada de esto tiene pies ni cabezas — Tú no eres igual a mí. Ninguno aquí nos ve como un igual — no tomo su mano, en su lugar me levanto con cuidado de la cama para poder verla desde mi altura, a pesar de no poder erguirme por completo — No sé qué te hace pensar que este sujeto te ve como su igual. ¿No ves siquiera que te está usando? ¿Que para él eres una vida descartable que lo único que hace es no ponerse en su contra y limpiar su mugre? — no me importa tenerlo al lado, incluso cuando siento que mirada fría en mi semblante. Lo único que puedo ver son los ojos de Hasselbach, que reflejan tan bien los míos — No soy como tú, por el simple hecho de que mi alma no está en venta.
Me hago a un lado, cediéndole el espacio a Rebecca para que ponga sobre la mesa nuestro juego de cartas. No es necesario que interfiera, hemos conversado sobre esto antes de asegurarnos que era una idea aceptable. Benedict Franco es un nombre reconocido, en especial para aquellos que tienen memoria. ¿Y qué mejor que una historia de redención frente al público, mientras que nosotros podemos hacernos con cada centímetro de su extenso conocimiento? No me gusta desperdiciar material, he aprendido a trabajar con lo que se me presenta con el correr de los años. Y matar a este hombre sería tan sencillo, tan rápido, que me aburre de solo pensarlo. No, es más divertido ver cómo se levanta y se enfrenta a la mujer que le está ofreciendo todo para no ser una pila de huesos grandes en el basurero. No me sorprende, tampoco me indigna. Al fin de cuentas, su reputación le precede, como a mi hermano, como a sus amigos, como a todo ese grupo que pasó una eternidad escondido entre las montañas y que se volvieron héroes sin rostro para aquellos que no tienen idea de cómo deben ser las cosas para funcionar.
En silencio, interrumpo su linda charla poniendo una mano firme sobre el pecho del hombre. No soy violento, pero la presión de mis dedos es suficiente como para indicarle que no voy a permitir que se acerque un paso más a mi compañera — Estás hablando del pasado, Benedict. Y creo que si hay algo que Rebecca ha comprendido y tú no, es que yo no soy mi madre. Yo no soy tu enemigo, Rebecca no es tu enemiga — le doy un suave empujón con los nudillos, invitándolo a retroceder a pesar de que es unos pocos centímetros más alto que yo. Sé que soy más grande — No queremos comprar tu alma, queremos ofrecerte un trato. Hay medidas desesperadas que tomar, más cuando allá afuera, hay un sujeto que iría tanto detrás de tu gente como los míos. Hermann Richter es una amenaza para todos y por eso debemos estar unidos, porque él no hará diferencia entre los unos y los otros cuando llegue el momento — se han abierto los frentes, está claro. Hay sacrificios que deben ser hechos — Ven a casa, Benedict. Toma un lugar en nuestras filas y a cambio prometo la seguridad de una persona, la cual tú elijas. Debe haber alguien ahí que merezca algo de protección, ahora que las cosas se pondrán feas. ¿No quieres eso? ¿Un poco de paz? — porque al fin de cuentas, es por ella que todos nos estamos sacando los ojos.
En silencio, interrumpo su linda charla poniendo una mano firme sobre el pecho del hombre. No soy violento, pero la presión de mis dedos es suficiente como para indicarle que no voy a permitir que se acerque un paso más a mi compañera — Estás hablando del pasado, Benedict. Y creo que si hay algo que Rebecca ha comprendido y tú no, es que yo no soy mi madre. Yo no soy tu enemigo, Rebecca no es tu enemiga — le doy un suave empujón con los nudillos, invitándolo a retroceder a pesar de que es unos pocos centímetros más alto que yo. Sé que soy más grande — No queremos comprar tu alma, queremos ofrecerte un trato. Hay medidas desesperadas que tomar, más cuando allá afuera, hay un sujeto que iría tanto detrás de tu gente como los míos. Hermann Richter es una amenaza para todos y por eso debemos estar unidos, porque él no hará diferencia entre los unos y los otros cuando llegue el momento — se han abierto los frentes, está claro. Hay sacrificios que deben ser hechos — Ven a casa, Benedict. Toma un lugar en nuestras filas y a cambio prometo la seguridad de una persona, la cual tú elijas. Debe haber alguien ahí que merezca algo de protección, ahora que las cosas se pondrán feas. ¿No quieres eso? ¿Un poco de paz? — porque al fin de cuentas, es por ella que todos nos estamos sacando los ojos.
—¿Olvidar?— musito, con el atrevimiento de sonreírme en su cara de una chiste que él no puede entender, porque esa palabra carece de significado para mí, la desconozco. —Si estoy aquí es porque no he olvidado nada—. Habría esperado todo el tiempo que hiciera falta en la oscuridad más miserable por el día en que pudiera volver de los lugares de los que me expulsaron hace años, mucho antes de que a él lo tiraran dentro de una Arena, a mí me habían arrojado fuera de mi familia. El destino de cada una de las personas en esta celda se definió antes de que pudiéramos tomar una decisión al respecto, asumimos otras para recuperar los lugares que nos merecemos y si Benedict no puede verlo es porque si parándose detrás de una línea del «yo nunca» que lo está encerrando cada vez más, porque los enemigos no son los mismos del pasado y son cada vez más.
—Benedict, ¿eso es lo que te ha pasado toda la vida? ¿Han tirado de ti en distintas direcciones que no puedes entender que cada persona está parada en el sitio que elige estar? Tengo muchos años más que tú, nadie me está usando— se lo aclaro, sé bien por qué estoy luchando y al lado de quien me paro para hacerlo, cuando rebeldes con aspiraciones al poder ha habido muchos y que arrojaron dos monedas a cambio de un favor, que recogí por trabajo, nunca empeñé mi lealtad que es exclusiva mía. —Toma tus elecciones, piensa en ti y considera esta oferta en la que se trata como una persona. No un criminal, no un humano, no una bestia. ¿Puede recordar lo que se trate como una persona o prefieres conservar la vida miserable que llevas porque es todo lo que conoces?— pregunto, en todo momento tratando de lograr un entendimiento con él y conservando el tono calmo en mis palabras.
Mantengo lo mejor que puedo esa serenidad cuando el nombre de Hermann quiebra el aire en la celda, aprieto un poco más fuerte la mandíbula, pero no pasa de ese gesto. Sigo con mi mirada centrada en Benedict y espero a conocer su reacción a los detalles finales del trato que le propone Magnar, es una excepción que nadie más que él puede hacer, porque todas las amistades de este hombre son criminales que no recibirán un juicio. Me intriga saber qué nombre saldrá de sus labios, si rechazará la oportunidad de poner a resguardo a una persona o será tan egoísta como para decidir por todos y aferrarse a la muerte inminente que les espera. —Dices que tu alma no está en venta, ¿pero en serio no puedes considerar la de salvar el alma de un amigo?— inquiero desde detrás de Magnar. —Debe haber alguien que lo valga, Benedict.
—Benedict, ¿eso es lo que te ha pasado toda la vida? ¿Han tirado de ti en distintas direcciones que no puedes entender que cada persona está parada en el sitio que elige estar? Tengo muchos años más que tú, nadie me está usando— se lo aclaro, sé bien por qué estoy luchando y al lado de quien me paro para hacerlo, cuando rebeldes con aspiraciones al poder ha habido muchos y que arrojaron dos monedas a cambio de un favor, que recogí por trabajo, nunca empeñé mi lealtad que es exclusiva mía. —Toma tus elecciones, piensa en ti y considera esta oferta en la que se trata como una persona. No un criminal, no un humano, no una bestia. ¿Puede recordar lo que se trate como una persona o prefieres conservar la vida miserable que llevas porque es todo lo que conoces?— pregunto, en todo momento tratando de lograr un entendimiento con él y conservando el tono calmo en mis palabras.
Mantengo lo mejor que puedo esa serenidad cuando el nombre de Hermann quiebra el aire en la celda, aprieto un poco más fuerte la mandíbula, pero no pasa de ese gesto. Sigo con mi mirada centrada en Benedict y espero a conocer su reacción a los detalles finales del trato que le propone Magnar, es una excepción que nadie más que él puede hacer, porque todas las amistades de este hombre son criminales que no recibirán un juicio. Me intriga saber qué nombre saldrá de sus labios, si rechazará la oportunidad de poner a resguardo a una persona o será tan egoísta como para decidir por todos y aferrarse a la muerte inminente que les espera. —Dices que tu alma no está en venta, ¿pero en serio no puedes considerar la de salvar el alma de un amigo?— inquiero desde detrás de Magnar. —Debe haber alguien que lo valga, Benedict.
Quizá sus dedos me detienen, pero mis ojos siguen fijos en la mujer que está protegiendo. Cuando era un niño, mi madre solía decir que las personas daban buenas o malas energías y puedo decir, con sinceridad, que ahora mismo solo siento veneno en el aire. Hay algo en el modo que tiene Magnar Aminoff de hablar que se siente como que te está absorbiendo el alma, muy parecido a los dementores que tanto aprecia para hacer el trabajo sucio. Me muerdo la lengua como si de ese modo pudiese mandarlos a la mierda, tengo que obligarme a mantener la cabeza serena, algo que he aprendido que no se me da muy bien cuando me encuentro acorralado. Y, muy a mi pesar, sé que lo que están diciendo tiene cierto sentido, a pesar de que mi reacción automática sea el rechazo. Me aparto de ellos por voluntad propia con sus voces a mis espaldas, paseándome por una celda demasiado asfixiante para mi gusto. Necesito aire, pero sé que no voy a obtenerlo.
— No voy a preguntar qué quieren conmigo, porque sé cómo funcionan. No me dejarían vivir por simpatía, ustedes quieren nombres y, si vienen con información ajena, mejor — sé que estoy en lo cierto, tanto que cuando miro al presidente, él ni siquiera se molesta en contradecirme — ¿Y planean que lo haga así? ¿Para salvar solo a una persona, cuando hay un puñado entero que me importa? Ni siquiera así creo que lo valga. Esas personas son mi familia y si aún tienen una mínima posibilidad… yo no seré quien se las quite.
— No voy a preguntar qué quieren conmigo, porque sé cómo funcionan. No me dejarían vivir por simpatía, ustedes quieren nombres y, si vienen con información ajena, mejor — sé que estoy en lo cierto, tanto que cuando miro al presidente, él ni siquiera se molesta en contradecirme — ¿Y planean que lo haga así? ¿Para salvar solo a una persona, cuando hay un puñado entero que me importa? Ni siquiera así creo que lo valga. Esas personas son mi familia y si aún tienen una mínima posibilidad… yo no seré quien se las quite.
n cuanto Benedict se aparta de nosotros, levanto dos dedos en dirección a Rebecca para indicarle que se mantenga en calma, porque sé que podemos hacer esto sin terminar en desastre. Nada de lo que sale de su boca es algo que ya no haya meditado antes, estas personas se rigen por una fidelidad que puede costarles la vida, no saben medir consecuencias en comparación a la inteligencia — Nobles intenciones… con una enorme carga de estupidez sobre los hombros — al menos, no es necesario fingir. Tanto él como Rebecca han expuesto sus puntos de vista, si este sujeto es lo suficientemente rápido como para adivinar cómo nos moveremos, no voy a ponerme a fingir que no. No somos un pan del cielo, es algo que he dejado bien en claro desde el primer momento que he llegado a este lugar. Haré las cosas con convicción, porque son necesarias, porque NeoPanem no se alzará sin rebeldes de la noche a la mañana. Y porque, al final del día, sé jugar mis cartas.
Con actitud de hombre abatido, asiento con la cabeza en aceptación de su negativa. Meto las manos en mis bolsillos y barro el suelo, paseando de manera tal que, a pesar de ser el único sin un gen lobuno en este sitio, me asemejo a uno rodeando a su presa — Te diré lo que haremos, Benedict. Verás que puedo ser muy persuasivo, me gusta pelear para obtener lo que quiero — mi voz hasta suena divertida, como si estuviese proponiendo un partido de Quidditch para un domingo a la tarde — Hoy te dejaré ir. Tendrás hasta el verano para pensar qué es lo que quieres. Vendrás aquí con un nombre como condición. Si aceptas, te recibiremos con los brazos abiertos. Si te niegas, serás un bonito decorado para una pequeña sorpresa que estoy preparando. Y para que sepas que no soy tan tonto y que confío en que volverás… — me detengo, hundiendo las manos aún más en mis bolsillos — Si no te apareces, el norte entero pagará por tu abuso de confianza. ¿Que te parece un montón de dementores invadiendo hogares con los permisos liberados? ¿Un montón de niños siendo besados por las calles? Encantador — me encojo de hombros como si fuese víctima de un escalofrío de emoción y le sonrío vagamente — Los dos somos iguales: solo queremos que esta guerra termine y para bien. Así que… ¿Trato?
Ni siquiera necesito una bola de cristal para saber lo que vendrá a continuación. Puedo ver en su rostro lo mucho que me desprecia, lo tenso de su mandíbula. Y cuando aprieta mi mano, no dice ni una palabra. No es como si la necesitase de todas formas.
Con actitud de hombre abatido, asiento con la cabeza en aceptación de su negativa. Meto las manos en mis bolsillos y barro el suelo, paseando de manera tal que, a pesar de ser el único sin un gen lobuno en este sitio, me asemejo a uno rodeando a su presa — Te diré lo que haremos, Benedict. Verás que puedo ser muy persuasivo, me gusta pelear para obtener lo que quiero — mi voz hasta suena divertida, como si estuviese proponiendo un partido de Quidditch para un domingo a la tarde — Hoy te dejaré ir. Tendrás hasta el verano para pensar qué es lo que quieres. Vendrás aquí con un nombre como condición. Si aceptas, te recibiremos con los brazos abiertos. Si te niegas, serás un bonito decorado para una pequeña sorpresa que estoy preparando. Y para que sepas que no soy tan tonto y que confío en que volverás… — me detengo, hundiendo las manos aún más en mis bolsillos — Si no te apareces, el norte entero pagará por tu abuso de confianza. ¿Que te parece un montón de dementores invadiendo hogares con los permisos liberados? ¿Un montón de niños siendo besados por las calles? Encantador — me encojo de hombros como si fuese víctima de un escalofrío de emoción y le sonrío vagamente — Los dos somos iguales: solo queremos que esta guerra termine y para bien. Así que… ¿Trato?
Ni siquiera necesito una bola de cristal para saber lo que vendrá a continuación. Puedo ver en su rostro lo mucho que me desprecia, lo tenso de su mandíbula. Y cuando aprieta mi mano, no dice ni una palabra. No es como si la necesitase de todas formas.
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