The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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James G. Byrne
Fugitivo
Sé que soy una persona que peca de orgullosa cuando se le da la gana, pero creo que en esta ocasión me he pasado un poco y también lo he mezclado con la cobardía. Es que Gaspard acaba de correrme por toda la casa porque se dio cuenta, por fin, que la cajita de color azul que se encontraba en el fondo de la nevera que tenemos para la sección de la servidumbre no eran sobras de comida, sino de algo mucho más desagradable que he limpiado hace unos pocos meses y que he conservado solo porque no tengo idea de cómo devolverlo a su dueña. Sí, es cruel y macabro, pero tampoco iba a tirar a la basura al pobre bicho que asesiné por accidente y que tuve que rescatar del interior de la podadora con mis propias manos, bajo la mirada atenta pero divertida de mi ama, quien no hizo más que reírse de mí cuando se enteró. Pudo haber sido peor, aunque ha tratado de inculcarme en más de una ocasión el tener que ser un esclavo educado y pedir las disculpas correspondientes.

Es por eso que estoy en el peor momento de mi vida, con un tic en una pierna y las manos cerradas alrededor de la cajita, justo al pie de la escalera que da al porche de la mansión de los Powell. Hay mil cosas que pueden salir mal ahora mismo, en especial porque tengo mucho miedo de quién pueda abrirme la puerta. ¿Y si lo hace Lara? No debería, vine en horario laboral a propósito, con la idea de que tanto ella como su señor no marido estén en el ministerio. Por lógica y si no he entendido mal los horarios escolares toda la vida, Meerah ya debería estar en casa. Tendría que ser tan simple como tocar la puerta, pedir disculpas y dejar la caja, si es a un elfo mejor. Subo un par de escalones, vuelvo a bajarlos, regreso sobre ellos… soy un patético intento de persona joven adulta. Al final, sacudo mis manos a los costados para quitarme los nervios y toco el timbre.

Estoy balanceándome sobre los talones cuando la puerta se abre y creo que ahogo un grito, porque… Primero, por algo estas personas tienen esclavos y, segundo, no sé qué es lo que tengo que decir ante la cara de Hans Powell. Abro la boca, en especial cuando alza las cejas con un “¿si?” que deja bien en claro que estoy jodiendo su tiempo y lo único que sale de mí es un balbuceo, así que tengo que aclararme un poco la garganta — NecesitohablarconMeerah — no, es obvio que no me ha entendido, que ni siquiera está parpadeando y se va a volver de cera si sigue estirando las cejas de esa manera. Tengo que cerrar los ojos con fuerza y hacer tripas corazón — ¿Está Meerah? Tengo algo para darle — abro un párpado para encontrarme con que me mira de pies a cabeza, parece evaluar la situación y se aparta llamando a su hija. Por la cara que me pone cuando aparece la cabeza rubia y se aleja, tomo la señal de va a estar posiblemente pegado a la ventana.

Aún así, estiro el cuello para ver sobre ella en un intento de chequear que estamos solos — ¿Tienes un momento? Quizá deberíamos… — no le pido ni permiso cuando me adelanto, cierro la puerta detrás de ella y le hago un gesto con la cabeza para que me siga — Sé que es un poco tardío y que debería haber hecho esto antes, pero… — con algo de atropello, le tiendo la caja con las dos manos — Prometo que Argie tiene un colchón para ir al más allá. Está hecho con servilletas, pero es lo mejor que pude hacer. Al menos no lo tiré a la basura, así que espero que tengas un mínimo de consideración. — ya sé que estoy pidiendo mucho si tengo en cuenta que yo fui quien lo puso ahí en primer lugar, pero bueno, prioridades.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Me quito un auricular con curiosidad cuando creo que escucho sonar el timbre y trato de parar la oreja pese a que sé que Poppy me avisará si es algo importante. No es común que recibamos visitas a estas horas si es que no las he pactado con anterioridad, pero tal vez podrían ser las telas que encargué la semana pasada. Todavía había había muchas cosas que considerar para la boda de Phoebe y ni quería empezar a revisar todos los pendientes que tenía con respecto a mi pequeño Muffin, Lara parecía a punto de explotar en estos días y temía que la pequeña impaciente quisiera conocernos antes de lo debido. Tengo unas pintas dignas de admirar con un alfiletero en mi muñeca, un metro colgando de mi cuello y un rodete que a duras penas y mantenía mi cabello fuera de mi rostro, y tal vez hubiese recordado mirarme al espejo si no fuese porque me sorprende que sea la voz de Hans la que me llame desde la entrada. ¿Estaba en casa? No recordaba haberlo escuchado llegar, aunque claro, también pudo ser que hubiese elegido trabajar desde casa para empezar.

Tengo que admitir que, si la voz de Hans había sido inesperada, la visión de la puerta era casi paralizante. ¿Qué demonios estaba haciendo aquí? Creo que pierdo algo de color a medida que me voy acercando a la puerta, y tengo que esforzarme en verdad mucho para no mirarlo a los ojos. Nuestra charla estaba aún muy fresca en mi cabeza, y si bien no había traído a James a colación, no podía no imaginar un sinfín de razones por las que podría estar buscándome. ¿Se habría enterado? ¿querría delatarme por mi propia cobardía? No, no era tan idiota, se expondría así mismo en ese caso… ¿Entonces? Escucho el suave “clack” que suena cuando la puerta se cierra a mis espaldas y lo miro con los ojos tan abiertos como platos a la espera de que hable.

No. Esto es lo inesperado. - Tú… tú… - Todo el color que había perdido se amontona sobre mis mejillas y me lleno de coraje cuando entiendo qué es lo que hay en la cajita que tengo ahora en mis manos. - ¡DESALMADO! ¿Por qué lo mantuviste tanto tiempo contigo? ¿Qué hiciste con él? Mi pobre bebé, ya estaba superando su pérdida y tú… ¡ARGH! - Quiero golpearlo. Nunca había querido golpear a nadie, no de verdad; pero en esos momentos quería golpear a James… ¡NI SIQUIERA SABÍA EL APELLIDO COMO PARA PODER REMARCAR CON ÉNFASIS MI PUNTO! - ¡Servilletas! Has puesto el cuerpo de puff sobre servilletas… Por favor, por lo que más quieras dime que no son servilletas de papel. - Podía aceptar que no fuesen de lino, pero incluso me conformaba con que fuesen de algodón. - Consideración dices… ¡PASARON MESES! - Respira Meerah, respira. Argie no querría verte así. Trato de calmarme para no terminar aventandole la caja por la cabeza, y solo lo consigo porque no quería ver los restos de Argie volar por los aires. - Tú, dijiste que me lo recompensarías, que harías lo que quisiera. Pues ahora mismo vas a cavarle una tumba como corresponde para poder honrar su memoria en paz.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Por favor, ¿acaso esta niña viene con una bocina incluida? ¿Cómo es posible que pueda ser tan estruendosa en cuestión de segundos? Levanto mis manos y las bajo delante de su cara al compás de mi “shhhh” que intenta calmarla y que por poco termina escupiéndole en la cara, porque estoy seguro de que veo agitarse las cortinas del otro lado de la ventana — ¿Qué voy a hacer con él? ¿Una macumba? ¿Condimentar la cena? — contesto con el tono más mordaz que soy capaz de emplear, a la mierda mis intentos de ser amable si va a reaccionar de esa forma. Abro la boca con una sacudida de la cabeza digna de una persona que va a retrucar un comentario ofensivo, pero me quedo así, con los labios separados y la mirada levantada por un momento porque, en efecto, he usado servilletas de papel. Al menos son de colores — Pst, por favor… — es lo único que puedo decir. Maldita mocosa adivina.

¡Ah, ah, ah! — le sacudo un dedo en alto frente a la cara — Fueron solo dos y fue porque estaba permitiendo que hagas el proceso de duelo, además de que me costó bastante sacar todo el… — no, creo que esa parte no necesita saberla. Por un momento temo que me pida que le bese el suelo al caminar, pero lo que dice me desconcierta incluso un poco más porque, para empezar, eso significa que quiere pasar más tiempo en mi presencia. ¿No podía solamente recibir el paquete y ya? — ¿Quieres hacerle un funeral a tu puff? ¿De verdad? — No sé por qué me sorprende, si ya ha demostrado lo rebuscada que puede ser — ¿Por qué no lo cavas tú, que para algo tienes una varita? Nos ahorrarías minutos y podrías volver a hacer… lo que sea que estabas haciendo — con una sacudida de la mano, busco señalar toda su pinta de arriba a abajo.

Además, yo tengo muchas tareas por hacer, como preparar la hora del té y luego la cena. Sé que estoy siendo cruel al privarte de mi cautivadora compañía, pero… — me encojo de hombros como si no pudiese evitar algo que me parte el alma, mientras que mis piernas van retrocediendo y voy bajando poco a poco los escalones, alejándome de ella sin darle la espalda — No puedo ser tu amor de verano, princesa. Y no lo digo por lo ilegal, sino porque ya he cumplido mi favor tomándome la molestia de venir hasta aquí — como si no fuéramos vecinos, ajá — Si consigues una pala en lo que cuento hasta tres, quizá te haga el favor, así que… Uno… ¡Au revoir! — y para dejar bien en claro que quiero huir de su ataque, me doy la vuelta y empiezo a caminar con paso apretado, rápido y marcado, como soldado con palo en el culo.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- ¡LO HICISTE! ¡USASTE SERVILLETAS DE PAPEL! - Su expresión lo delata como si lo estuviese anunciando con luces de neón. ¿Qué tanto quería hacerme sufrir? Mi bebé, en una caja precaria, sobre servilletas de papel. ¿Y qué podía hacer yo? Nada, porque no quería arriesgarme a ver su cadáver luego de que una podadora le había pasado por encima hace semanas, ¡semanas! - Más te vale que no hayas mancillado su cuerpo, James, o no respondo de mí. - Y sonaba a amenaza vacía, pero juro por lo que más quiera que si me enteraba de que había hecho algo con mi puff, me encargaría de hacerle lo mismo a él. Caja con servilletas de papel incluído. - Y necesito que me digas tu apellido, porque esto de llamarte por tu nombre cuando estoy enojada no-me-gusta.

Me cubro los oídos con rapidez cuando habla de que tuvo que sacar sus restos, y estoy a segundos de ponerme a cantar “lalala” en voz alta solo para no tener que imaginar un escenario tan desagradable. Cuando se frena a sí mismo de seguir hablando descubro mis orejas a tiempo para escuchar su queja, cuestionando mis decisiones. - ¡Porque Argie vale más que un par de minutos, servilletas de papel y algo de magia! Era una criatura inocente y compañera, que merece que le muestres tus respetos luego de haberlo asesinado ¡y guardado en una caja por DOS meses! - Y sé que estoy molesta porque ni siquiera me importa que haya hecho un comentario al respecto de mi apariencia. ¿Qué le importaba el cómo me vistiese o dejase de hacerlo?.

- De acuerdo, si así lo quieres hablaré con la ministra para que te disculpe de las tareas de la tarde. ¡La invitaré incluso para que esté en el funeral! - No, probablemente no lo haría, pero ganas no me faltaban. ¡Había dicho que haría lo que quisiera! - O le diré a mi padre, por Argie no me molesta sonar como una nenita caprichosa. - Y le iba a dar a elegir, pero no solo osa decir que lo quiero como amor de verano, sino que me desafía. - ¡ACCIO PALA DE JARDÍN! - Sacar mi varita y apuntarla hacia el cobertizo me toma microsegundos, y pese a que nunca había logrado realizar un hechizo convocador con tanto éxito, el máximo de mis orgullos radica en que la cabeza de la pala que atraviesa el aire a bastante velocidad, le da de lleno en la cara gracias a que se ha movido. ¡JÁ! se lo tenía merecido. - Ahí tienes la pala, antes de tres como pediste. ¿Ahora si harás lo que pido? - Y me cruzo de brazos, casi tirando el alfiletero que cuelga de mi muñeca, y repiqueteando mi pie contra el suelo en lo que espero a que se decida.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
¿De verdad me cree capaz de ponerme a jugar con un cadáver? Que no sé que clase de ideas tienen los magos sobre los muggles, pero a veces me sorprenden — No te daré mi apellido, a ver si te doy el poder de hacerme un maleficio de esos raros que hacen ustedes. ¡Me quieres pegar el mal de ojo! — que sé que estoy exagerando y es una creencia demasiado antigua que de seguro no tiene nada de verídica, pero eso no quiere decir que no voy a fastidiarla con algo tan simple como esto. Sí, me pongo a la altura de una niña que se cubre los oídos, que sigue gritando que su estúpida mascota era el ser más puro del planeta y ya, que quizá lo era, pero eso no quiere decir que no tengo derecho a mirarla como si fuese una pesada cuando sigue gritando. Si tuviera la habilidad para usar su varita, usaría uno de esos hechizos para volverla muda.

Si te interesa saber, la señora Leblanc ya tuvo demasiado con pedirme que limpie la podadora y venga a tu puerta. ¿No crees que sería fastidioso molestarla por tus caprichos? — porque oooobviamente, tiene que meter a su padre en escena, a lo que solo puedo responder con un exagerado bufido de irritación. Ni siquiera me molesto en contestarle, posiblemente porque eso significaría perder parte de mi orgullo mientras escapo de ella. Lo malo es que puedo oír su encantamiento y el sonido cortando el aire, pero soy lo suficientemente lento como para no reaccionar a tiempo. El sonido es seco, peor es el dolor. Mi cuerpo entero se echa hacia atrás con un impacto que me obliga a caer, siento las lágrimas que brotan involuntariamente de mis ojos en los segundos que me toma el llevarme las manos a la nariz. Hija de… ¡MI ROSTRO! — sollozo, presiono varias veces el puente de mi nariz a ver si la ha roto. Parece que no — ¿Por qué tenías que darme justo en la cara? ¡Es lo mejor que tengo! — ni que tuviera tanto, así que tengo que defenderme con lo que la vida me ha dado.

Aún estoy tratando de despejarme del dolor cuando la ubico, estoy seguro de que lo mucho que la detesto se me ve reflejado en los ojos. Me apoyo en el suelo con las dos manos, la cabeza me da vueltas y ponerme de pie me cuesta el doble que de costumbre — ¡Bien! — exclamo — Pero será una tumba pequeña. Tú llevas al muerto — me hago con la pala, me la coloco en el hombro y me voy directo hacia su jardín delantero, buscando un sitio donde ponerme a cavar sin llamar la atención de cualquiera que pueda pasar por aquí. Chequeo sobre mi hombro que siga detrás de mí y uso el brazo libre para mostrarle lo extenso de su jardín — ¿Dónde lo quiere la princesa? — pregunto, en el tono pomposo más falso y arrastrado de la existencia — La cosa será así: haré el agujero, lo enterraremos y no volveremos a mencionar nada sobre esto. Ni siquiera tenemos que reconocer que nos conocemos. Tú por tu lado, yo por el mío, cada uno de su lado de la cerca como debe ser. ¿Hecho? — al fin de cuentas, creo que será lo más cómodo para todos. En especial para la memoria del pobre Argie.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- ¿Pero de qué rayos estás hablando? - ¿Qué tipo de maleficio necesitaba de un apellido para poder lanzarse? No había oído nada similar desde la clase de historia de la magia, y esa me parecía de lo más aburrida así que casi nunca le prestaba atención. No podría estar hablando de eso, ¿o sí? - ¿Hablas del voodoo? Eso es magia arcaica. ¿Por qué querría usarla? Tengo mi varita ahora. - No estaba segura de que se tratase de eso porque, si mal no recordaba el voodoo necesitaba muñecos y algo perteneciente a la otra persona, ¿y un frasco de pepinillos? No, eso era de una caricatura de ciencia ficción. ¿Era de ciencia ficción? - No voy a pegarte el mal de ojo, no seas infantil. - Lo acuso pese a que mi pedido inicial era a causa de un capricho estúpido.

- Si eso significa que harás lo que prometiste que harías, no. No lo creo. - La mujer ya me había visto ebria en la puerta de su propia casa, ¿qué haría una humillación más? A estas alturas me era más importante el ganar esta discusión estúpida que el rebajarme a pedirle algo a la ministra de educación. o a mi padre. - No lloriquees. Te lo buscaste, si no hubieras querido huír antes de llegar a tres, la pala no te habría golpeado. - O tal vez sí, pero lo habría hecho en la cabeza en lugar de su rostro. ¡Además ni siquiera había sangre! - Oh por favor, si tu rostro es lo mejor que tienes, pobre de cualquiera que esté contigo. - No es que lo hubiese mirado, porque iugh; pero antes que su rostro hubiese mencionado su cabello, o tal vez destacado su sonrisa. ¡Que no eran bonitos! pero al menos eran mejor que su rostro en general. - Me refiero a que, si tuviste suerte el golpe tal vez achate un poco tu nariz. - Y separo mis brazos para formar una pequeña “L” con mis dedos, y posando mis yemas contra mi tabique y el borde superior de mi labio.

Sé por toda su expresión y por su mirada, que estoy lejos de ser su persona favorita. Pero no me importa, él está más que lejos de ser la mía. Levantando la cabeza todo lo alto que puedo, trato de mostrarme en toda mi dignidad pese a que no la siento.- ¡Bien! - Concuerdo con énfasis en mi enojo, para luego reparar en su forma despectiva de decirle a mi mascota. - ¡Pero no le digas así! Suena horrendo. - Podía estar muerto, pero… simplemente sonaba mal. Tomo nuevamente la caja en donde estaba reposando mi puff y lo sigo pese a que me molesta el ir a sus espaldas. Al menos de esa manera no podía ver lo que me costaba seguir el paso que marcaban sus largas piernas. Me detengo cuando lo hace, y trato de no aventarle la varita hacia su ojo cuando usa ese apodo detestable que tiene para mí. - ¿Sabes qué? De acuerdo, será como tú dices, así todos salimos ganando. Lo quiero ahí, justo en el punto donde estaba cuando lo asesinaste. - Le señalo la división de la cerca, y avanzo chocándolo a propósito con mi brazo al pasar. - Eres la persona más irritante que he conocido y no puedo creer que en algún momento de la vida haya creído que era coherente escucharte. - Que no había sido a causa de él precisamente, pero todavía tenía bastante fresca la charla con mi padre como para olvidar mis propias palabras. ¡Lo había citado, por todos los cielos! - Puedes cavar aquí, lo sepultaremos, grabaré una inscripción en la cerca, y tú le pedirás perdón por haberlo matado. - En voz alta, y no me iría de ahí hasta que pudiese escuchar el sentimiento de disculpa en su voz.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Me niego a decirle que no tengo muchas opciones de noviazgo porque creo que es la última persona en la Tierra a quien le hablaría de mi patética y nula vida sentimental o íntima, así que me contengo con presionarme un poco la nariz cuando la insulta sin rodeos — Al menos me da personalidad. Yo creo que tu actitud es la que te mantiene pegada al suelo — la mido con la mirada, echándole un vistazo despectivo de arriba a abajo con la intensidad suficiente como para remarcar mi punto. Es una enana malcriada, no tengo duda de eso. ¿Por qué terminé rodeado de estas personas? ¿Qué hice para merecer esto?

¿Y cómo quieres que le diga? — que es la pura verdad, no sé qué tanto escándalo. El día parece ser uno de esos que se quiere burlar de nosotros, con el clima ideal para pasarlo al aire libre si no fuese porque ninguno de los dos está aquí en puro disfrute. Hasta tengo que apartar una abeja de mi cara cuando nos acercamos demasiado a las rosas, las cuales tienen un aspecto estupendo y me hacen pensar que, ahora mismo, se las haría tragar en lugar de regalarle una — Dios, pero que cruda… — la acuso de ser una bruta verbal cuando utiliza el término “asesinar”, mirándola en reproche cuando pasa por mi lado y golpea mi costado — Wooow… por fin coincidimos en algo. ¡Siento exactamente lo mismo sobre ti! — clavo la pala en el suelo para apoyarme en la misma, usando ambas manos para sujetar mi mentón — ¿En qué parte me escuchaste? Porque lo único que obtengo de ti son disputas y contradicciones y siento que eres un total desperdicio de tiempo y espacio — le sonrío como si no acabase de insultarla con elegancia y me decido a hacerle caso, porque cuanto más rápido terminemos con esto, mejor para mí.

¿Por qué tuve intenciones de ser digno y devolverle a su estúpida mascota? Vuelvo a tomar la pala para acercarme al sitio que me indica y la hundo con obvia irritación, empujo con mi pie para retirar una mayor cantidad de tierra y empiezo a cavar — ¿También quieres que llore, que ore y te bese los pies? — le pregunto, aunque ni siquiera la miro al estar ocupado con la tarea que me ha encomendado, con mucho cuidado de no arruinar las raíces de los arbustos — Eres una macabra, espero que lo sepas. ¿Enterrarlo dónde estabas cuando murió? ¿Es para darle un entierro digno o para querer vengarte contra mi conciencia? Que yo ya te he perdido perdón — me quito el pelo de la frente a causa del calor y levanto la mirada hacia ella — ¿O acaso eres tan orgullosa como para aceptar unas disculpas? Los dos sabemos que ha sido un accidente — y, a pesar de la irritación, es obvio que hubiese preferido no cometerlo.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Pffff, personalidad. Si la personalidad la tenía en la nariz no me molestaría darle de nuevo con la pala, a propósito, repetidamente. - Al menos lo mío se soluciona con tacones, ya quiero ver que cirujano podría encargarse de eso. - Y lo peor es que ni siquiera tenía tan mala nariz. Mi altura era irremediable y me molestaba de sobremanera, pero jamás se lo admitiría. Si tenía que pararme sobre tacones de diez centímetros para demostrar mi punto, lo haría. Sin importar el peligro andante en lo que eso me convertiría.

- ¡EN NADA! - Si en verdad opinaba que era un fastidio, un estorbo… pues no le debía ningún tipo de respuestas. ¿Cómo hacía para volverse tan hiriente, además de irritante? Porque me habían dicho muchas cosas en la vida, ¿pero un desperdicio de tiempo y espacio? Ni siquiera yo pensaba eso de él, y eso que él era un esclavo. - Tú lo dijiste, disputas y contradicciones constantes. Déjalo así, James. - Porque no quería largarme a llorar como una estúpida otra vez, solo por un insulto de alguien que no valía la pena. ¿De verdad quería poner en duda mis ideales siendo que había gente como él? ¿Qué me garantiza que no todos fueran igual de idiotas?

Al menos hace caso de verdad, y sí se pone a cavar la tumba tal y como se lo he pedido. ¿Por qué no es satisfactorio? - No quiero que me beses nada. - Replico tajante. No quiero ni que ore, ni que llore, ni que nada que sea falso. Simplemente quería que Argie fuese reconocido como la mascota excepcional que había sido. - No es por ser macabra, no lo entiendes. Argie fue mi primer mascota. - Y dolía el haberlo perdido de una manera tan estúpida. Me era más fácil llamarlo asesino aunque no lo fuera, que creer que había sido un accidente sobre el que ninguno había tenido control. Estaba más acostumbrada a las acciones, a la causa y efecto que se producía por las decisiones que uno tomaba. No quería creer que la vida era tan cruel como para cobrarse una vida inocente por simple capricho. - Y sí, sé que no ha sido tu culpa. Ni siquiera la mía. Pero no es algo que pueda terminar de aceptar. No tus disculpas… su muerte. Una muerte que no le importa a nadie más que a mí - Y es obvio que lloro nuevamente. ¿Por qué mierda es que cada vez que interactuamos termino llorando de una forma u otra? Me dejo caer contra el costado de la tumba que está cavando, y me limpio la cara como puedo porque estoy harta de parecer una debilucha delante suyo - No te haré decir nada, ¿de acuerdo? Solo... - Quería que terminara y se fuese.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
¡Al fin! — exclamo cuando dice que lo deje, no puedo creer que ha decidido que es mejor callarse la boca y dejarme trabajar tranquilo, a pesar de que le dura poco. No sé por qué canto victoria, cuando creo que Meerah Powell es la clase de persona que jamás me dejaría con la última palabra, ni aunque su existencia entera dependiera de ello. Sí provoca que empiece a cavar más lento y, muy furtivamente, mantengo los ojos puestos en ese cuerpito que empieza a escupir muchas cosas de manera sincera mientras se desploma en el suelo, dejándome con la sensación amarga de no saber muy bien qué decir. ¿Qué tiene esta niña con usarme de su trapo para penas después de insultarme un buen rato? ¿Cómo es posible que alguien que vive en una casa tan grande, esté tan sola? Porque, a decir verdad, si tiene tantas emociones dentro como para acabar llorando después de dos meses, dudo mucho que tenga muchos amigos. O, al menos, no tan cercanos como para llorarles a ellos en lugar de a mí.

Me odio, de verdad lo hago, hasta resoplo con sonido y todo. Clavo con fuerza la pala en el suelo y me recargo en ella una vez más, aunque en esta ocasión es para inclinarme en su dirección — Mira, princesa. Jamás he tenido una mascota, así que no puedo decirte lo que se siente. Pero creo que lo mejor será que empieces a aceptarlo. ¿No crees que Argie debe estar feliz en el cielo de los puffs, todo peludo y saltando por ahí, en lugar de seguir sufriendo en esta vida tan deprimente? — es un consuelo tonto, tan viejo como los primeros humanos que se negaron a creer que la muerte puede ser un oscuro vacío — ¿Jamás pensaste en ir a terapia? Parece que tienes mucho que escupir, si cada vez que me ves terminas… así — sin mucho disimulo, la señalo con una mano perezosa.

Creo que mandar al psicólogo a la hija del Ministro de Justicia no es una gran idea, pero es la única que se me ocurre. Para ponerme en movimiento, vuelvo a mi tarea de hacer un pozo profundo para Argie; menos mal la tierra no está tan dura — Si quieres, puedes arrancar algunas de las dalias que hay en nuestro jardín delantero. O si lo prefieres, hay algunos cerezos que quedarían bien con ese sombrero feo que tenía puesto — por el tono desdeñoso y exagerado, creo que delato que estoy bromeando. Hasta le arrugo la nariz que tan poco le gusta, a pesar de estar mostrándole una furtiva sonrisa — Solo ya deja de llorar, que no soy la persona indicada para consolarte. Podemos conseguir un poco de chocolate de la despensa, pero eso es todo. Ya — dejo la pala a un lado, empujando algo de la tierra con mis dedos para chequear que es lo suficientemente profundo y me giro, estirando las manos en su dirección — ¿Quieres que lo haga yo mientras buscas las flores? Podemos cubrirlo rápido y ya dejarlo estar.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
¿Qué tan fácil creía que era aceptar la muerte? Todavía me sentía culpable cuando salía a jugar con Hunter, o aquellas mañanas en las que me despertaba con la calidez de Ophelia a mis pies. Argie me había acompañado siempre y… y… Sí, también había sido el mejor regalo que me había dado mi madre. Le había rogado por siglos por una mascota, y pese a que se había negado a un perro o a un gato, cuando llegó a la resolución de que un puff sería la solución más lógica, me había terminado por sorprender con él. Argie… Argie había sido lo último que me conectaba de verdad a Audrey, lo último desde que la tía Eunice no podía recordar ni mi nombre y había quedado internada en un geriátrico. - No soy tan niña como para creer en un cielo de puffs. Eso es una idiotez, y si todavía me cuesta aceptar y superar su muerte es porque soy una idiota sentimental que se aferra incluso a cosas que no debería. - ¿Por qué seguía queriendo y extrañando a mi madre? ¿No estaba viviendo una vida prácticamente perfecta? Incluso aunque Lara no se comportaba como una mamá en sí, como amiga, como compañera, como todo cumplía un mejor rol del que Audrey podría cumplir jamás.

Me limpio las lágrimas de las mejillas como puedo y trato de no encontrar algo de gracia en sus palabras. - ¿No será cosa tuya? Solo lloro contigo al parecer.- Mi voz sale entrecortada porque el hipo amenaza con tomarme la garganta. - Además, no sé qué tan buena idea sea un psicólogo. Sé que existe un grado de confidencialidad médico paciente. Pero no sé hasta qué punto pueda expresar todas las cosas que me dan vueltas en la cabeza sin temer que la información se filtre. - Porque claro, nada mejor que decirle a un psicomago de mis relaciones familiares, de mis dudas políticas, y del asesinato de mi puff a manos del esclavo de la vecina.

- ¿Cerezos con ese tono de violeta? - Mi indignación ante tal aberración es lo que termina de animarme luego de mi pequeño ataque de llanto, y termino incorporándome para terminar de recomponerme. - No voy a arrancar flores del patio de la ministra pero… - Respiro fuerte y pienso mentalmente que estoy ofreciendo una rama de olivo - Dices que no eres el indicado para consolarme, pero flores y chocolates no es una mala manera de empezar… creo. Prefiero… terminar con esto y empezar a no pensar más en… esto.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Se me muere en la boca un “tú lo dijiste, no yo” cuando se califica como una idiota sentimental, pero de todos modos me contengo lo justo y necesario como para que se me pinte en toda la expresión — Claro, culpa al esclavo de tus dilemas existenciales — intento sonar como un melodramático, pero creo que es una pantomima tan exagerada que pierde su poca credibilidad en segundos — Dudo mucho que un psicomago mande a la horca a una niña de diez años… — ¿Qué edad tenía? — lo que sea, solo por tener dudas sobre lo que ve en la televisión. A lo sumo, intentará lavarte el cerebro o le avisará a tu padre, eso es todo. Eres bastante miedosa para alguien que se da tantos aires, Powell — y no la estoy acusando ni insultando, es solo una observación, espero que la tome como tal.

Al menos parece que algo de todo lo que le digo surte el efecto deseado y se recupera, al menos lo suficiente como para ponerse de pie y regresar al tono que la identifica, al menos un poco — Te lo dije, “flores y chocolates…”. Sabía que estabas buscando una cita conmigo, pero no pensé que lo harías tan alevoso — es una mofa inocente, me estiro para tomar a Argie y coloco la caja con sumo cuidado.  Cubrirlo de tierra es mucho más sencillo que removerla, en un par de movimientos con la pala el suelo ya se encuentra decente, a pesar de que tengo que aplastarlo un par de veces para que no se note demasiado lo mucho que lo removimos. Mis brazos son lo suficientemente largos como para que no tenga que estirarme demasiado en busca de algunas rosas, las cuales parto con cuidado de no clavarme las espinas y coloco sobre nuestra improvisada tumba. Al final, doy un paso hacia atrás y apoyo la pala en el suelo para tener las manos libres y así unirlas en modo de rezo al cerrar los ojos — Hoy estamos aquí reunidos para despedir a Arginaldo Fredericko V y pedir por su pacífico ascenso a los cielos. Arginaldo, lamento mucho haber ayudado a causar el accidente que terminó con tu corta pero peluda vida. Espero que sepas perdonarme y no me condenes a una eternidad siendo perseguido por bolas peludas y palas que me estampan en la cara — abro un ojo para ver el rostro de Meerah, aunque vuelvo a cerrarlo y tomo aire con toda la solemnidad que soy capaz — Honraremos tu memoria cortando el césped con mayor cuidado y realmente te pedimos disculpas por no ser merecedores de tu compañía, en especial por haber dejado que Meerah te coloque ese sombrero. Ella tenía buenas intenciones, te lo aseguro. ¡Oh, gran Argie, te saludamos y esperamos que seas eterno! — quizá se me fue el drama, pero no puedo evitarlo, hasta me beso los dedos en señal de cruz y todo.

Aplaudo mis propias condolencias porque sé que nadie más va a hacerlo y acabo haciendo una floritura para darle espacio a Meerah a que diga unas palabras — Cuando acabes, tengo algo para ti. Pero deberás venir conmigo — sin más, le doy su minuto a solas con su mascota perdida para darle la vuelta a la cerca. La mirada que le lanzo es una obvia incógnita a saber si va a seguirme, pero no me detengo hasta que bordeo la mansión Leblanc hasta dar con la puerta que da a la cocina, que se encuentra mucho más fresca que el exterior. A sabiendas de que no hay nadie en casa y que a mi ama le caen bien los Powell, saco un poco del postre de chocolate que ha sobrado de anoche y lo coloco sobre la isla que decora el centro de la habitación, con un cucharón enorme en espera. Si necesitaba algo dulce y un poco de consuelo, es lo máximo que puedo y planeo hacer por ella.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- Tengo trece. - Mascullo con indignación. - Prácticamente catorce. Que eran más trece y medio si me lo ponía a pensar bien, pero no importaba. No tenía diez, no era una niñita tonta, ya era toda una adolescente con sus dramas y crisis dignos de cualquier estúpida serie que ahora no podía importarme menos. - No me preocupa que mi padre se entere, a él ya le planteé algunos de mis dilemas. - Y había sido una de las charlas más extrañas que había tenido en la vida. - Me preocupa que el psicólogo no sea de confianza y termine buscando una manera para ensuciar a Hans. Es el ministro de justicia, ¿qué tan bien queda que su propia hija cuestione sus métodos? - No quería imaginar lo que la prensa diría de mí si se enteraba, o peor, lo que esos buitres dirían de él en ese caso.

- ¿QUÉ? ¡NO! - No, no, no. basta de citas de las que nunca me termino enterando. No quería tener una cita con él, él no quería tener una cita conmigo. No, no, y no. Y sé que parte de mi cerebro debería reconocer la burla en sus palabras, pero solo estoy muy ocupada en negar con vehemencia. - No lo dije en ese sentido, y lo sabes. ¡Además de que tú fuiste el que sugirió eso! - Y me niego a acusarlo de que entonces es él el que quiere la cita, porque de verdad que es un concepto que no quería asociar a él. ¿Quién me mandaba a hablar con esclavos o enemigos públicos, eh? ¿Quién?

No lloro cuando cubre a Argie de tierra, solo miro como poseída el hueco que poco a poco se va llenando de tierra y me quedo pensando en si esta es la manera correcta de despedirlo. Voy a suponer que sí, Argie amó el jardín desde que llegamos a esta casa, tal vez le habría gustado que sus restos permanezcan aquí. - Argentum Crinitus Primero. - Corrijo cuando esucho el nombre que ha inventado, pero luego… luego me encuentro riéndome despacio por las ocurrencias de James, para luego aumentar en volumen cuando dice que mi puff lo condenará a algo y cosas por el estilo… - Y ese sombrero le quedaba hermoso. - Hago un mohín pero luego me quedo riéndo. Y qué concepto raro es el de reír por las ridiculeces que dice un esclavo para hacer que no me largue a llorar como una idiota.

Aprovecho el minuto que me da para dar unas palabras de despedida que realmente sí sienta, y es más fácil cuando sé que su cuerpo ya está en un solo lugar. No creo en el cielo de puffs, pero sí en las despedidas y los cierres. - ¿Qué es lo que tienes? - Consulto cuando le doy alcance, curiosa por lo que pueda mostrarme, pero algo cansada gracias a mis ojos hinchados por las lágrimas. Y no, no me esperaba un postre de chocolate pese a que había bromeado con eso antes. - ¿No te retarán por esto? No sé cómo manejan las osas aquí, y ya has hecho bastante por mí con Argie… que sé que te obligué, pero en verdad aprecio el gesto…- ¿Aprecio? ¿Qué? - Al menos tú también come un poco. - Lo invito empujando la copa en su dirección luego de haber cargado una buena cucharada de postre.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
No sé si es por haberla escuchado reír gracias a mis tonterías o porque ha aceptado el seguirme, pero al menos de momento puedo sentir que estamos en un extraño acuerdo de paz, que vaya a saber cuánto va a durar; conociéndonos, posiblemente un suspiro — Nah — respondo a su duda, restando importancia con un manotazo al aire — La señora Leblanc aprecia a tu familia y no creo que le moleste si le explico el panorama. No es como si ella no fuese a sacrificar un poco de postre para que la niña de oro de la casa de al lado no se sienta tan mal — al fin y al cabo, la parte más terrible, esa que tenía que ver con asesinar accidentalmente a su mascota, ya está aclarada. La devolví como ella me había dicho… ¡Y tuve que consolarla! Estoy seguro de que nos encontramos a salvo, aún así mi mirada se va por un segundo al arco de la cocina. Hasta donde se puede ver, la ministra aún no ha regresado y vaya a saber dónde se metieron los elfos.

Lo que no me espero es que diga que aprecia algo salido de mí. La observo como si de su boca hubiese salido la más incoherente de las locuras y solo me fuerzo a sonreírle por un breve momento, manteniendo los labios apretados. Porque no ha sido ningún problema… ¿No? — Si yo como, deberás guardar el secreto. O decirle a Eloise que fue cosa tuya — le explico, pero como casi nunca obtengo el permiso de comer postre, no me demoro mucho en encontrar una cuchara para mí. Recargo mis brazos sobre la isla y hundo el cubierto en el chocolate, el cual se siente demasiado bien en mis labios. Mierda, más que demasiado. Tengo que cerrar los ojos un momento y saborearlo antes de continuar. ¿Ven? Por estas cosas extraño a Sage, si no se hubiera ido corriendo detrás de Hero Niniadis, seguiría teniendo postres de contrabando. Baboso.

Así que… — lo dejo revolotear un poco en el aire, sacudiendo la cuchara delante de su nariz — ¿Cuestionas los métodos de tu padre? — sé que me estoy agarrando de algo del pasado, pero no voy a negar que eso llama la atención. Meerah Powell es la imagen que cualquiera podría esperar de una niña de la Isla Ministerial. Es rubia, pequeña, delicada como el cristal y siempre viste bien. Quizá no siempre ha vivido aquí, pero parece haber sido diseñada genéticamente para pertenecer a esta clase social. No sé lo diré, pero a veces me recuerda a una muñeca de colección, de esas que miman y consienten las veinticuatro horas. Y hemos discutido sobre ello, sobre sus beneficios sobre los derechos de los demás. ¿Cómo es que entonces ahora me viene con algo así? — No se lo diré a nadie, lo prometo. Pero no puedes ser la hija del sujeto que organiza y cumple la constitución y estar aquí… comiendo postre de chocolate con un esclavo, en buenos términos. Y ya sé que yo te he invitado, solo te estoy señalando un punto — le explico y me llevo un poco más de dulce a la boca — Eso habla mejor de ti que cualquier capricho que pudieras haber chillado en todo este tiempo. Y ya que no tienes un terapeuta… ¿Quieres hablar de eso con alguien que no puede decírselo a nadie? — solo para que quede claro, me señalo a mí mismo.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Me sentía molesta por cada vez que me llamaba niñita de oro, o princesita, o algún término de esos y, si no fuera porque lo pronunció en el réquiem de Argie hasta dudaría que siquiera sepa cuál es mi nombre. Al menos confiesa que la ministra Leblanc nos aprecia en cierta forma y me enorgullezco un poco de haber remontado esa horrible primera impresión que pude haberle causado. - A menos que me pregunte, no veo por qué iría a contarle con el chisme si es que yo misma te estoy ofreciendo. - No iba a ser tan malvada de invitarlo a probar el postre también solo para que luego se meta en problemas. Llevo la cucharada a mis labios, y disfruto del sabor del chocolate mientras observo como él imita mi acción. Es divertido ver su reacción y tengo la leve sensación de satisfacción que me dá cuando siento que hice algo bien.

- Algo así… - Poco a poco, más que cuestionar era rechazar directamente. No que eso lo dijese necesariamente en voz alta, ya había hablado con mi padre hace poco y básicamente el tema había quedado en la nada. Yo me había prometido pensar en el asunto con detenimiento y bueno… mis pensamientos no se habían rectificado, sino que todo lo contrario. Ahora estaba en una curva vertiginosa hacia un lugar al que no sabía si quería llegar, y tenía miedo, así que cuando Jim se ofrece a escucharme es un poco preocupante que casi no dude en abrir la boca. - Para tí tal vez no parezca mucho lo que vaya a decir, pero tienes que entender que fui criada toda mi vida con la idea de que los muggles eran criaturas malvadas que se merecían lo peor. - La historia no los pintaba en lo absoluto bonitos, y no era difícil hacerse una idea errónea cuando casi no me cruzaba con gente como él en mi antigua casa. No podía decir que en el distrito ocho hubiese el nivel de pobreza que en el norte, pero los esclavos no eran la moneda corriente que se veía en el capitolio o en los distritos más adinerados.

- Y uno pensaría que el Royal es peor con eso de despreciar a los mestizos, pero en el Prince era más común el ver algún niño nacido de al menos un muggle, o huérfanos que estudiaban gracias al programa de inserción… y eran casi que parias ahí dentro. - Había grandes divisiones sociales dentro del colegio que se veían incrementadas gracias a la malicia adolescente. No era el ambiente más sano, pero esas actitudes eran premiadas en vez de castigadas. ¿Cómo se supone que hubiese podido entender algo a esa edad? - No era difícil ver a las personas sin magia como no sé… animales, o gente que no se merecía tener derechos. Pero la realidad es que al final todos somos gente. Con o sin magia. Y sí, gran parte de mí sigue pensando que somos mejores gracias a nuestra condición, pero si somos mejores, ¿por qué no actuamos como tal? - Simplemente nos comportábamos como matones vengativos que disfrutábamos de las desgracias ajenas. - Una cosa es impartir justicia sobre aquellos tiranos que en su momento fueron opresores, ¿pero castigar a todos de la misma manera? - No me lo parecía. Eso no era justicia, era venganza disfrazada de prevención.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Ah, sí, lo somos. Nos levantamos a la medianoche para romperles sus artefactos mágicos y nos reímos por lo bajo frotando nuestras manos como moscas — me mofo con la seriedad pintada en el rostro en lo que clavo la mirada en la cuchara que acabo de limpiar dentro de mi boca, aunque le sonrío a medias al echarle un vistazo de soslayo — Sé lo que dicen de nosotros, me lo dejaron muy en claro — en todas esas anécdotas que ella no podrá comprender porque lo vio dentro de libros, son palabras que alguien más soltó y llegaron a sus oídos para formarla con una ideología más que cuestionable. Crecí oyendo esas cosas, lo poco de mi valía, lo dudosa de mi existencia. Era menos importante que la rata que tuve que comer porque no me daban alimento, estoy tan flaco que a veces creo que un aire fuerte puede levantarme por los aires. ¿Y a quién le puedo recriminar esas cosas? ¿Quién hablará por mí, cuando no hay nadie que pueda hacerlo?

Como el postre un poco más lento, creo que tengo que hacer un enorme esfuerzo para prestarle toda mi atención sin irme por las ramas con cada una de las cosas que está diciendo, esas mismas que a la vez no puedo creer que salgan de su boca. ¿No es la misma niña que me insultó con todo su nivel cuando nos conocimos? ¿No estaba tan orgullosa de ser una bruja? ¿Qué fue lo que cambió con exactitud? ¿Qué de todo la ha golpeado tanto? — Los magos se han excusado con haber sufrido tratos peores hace siglos. ¿Tienes idea de la cantidad de ejemplos que me dieron por culpa de la caza de brujas? A nadie le importó que pasó hace una eternidad. Es una historia que se ha escrito durante eones y solo les importa ser los últimos en poner un punto final. ¿No crees que es bueno al menos darte cuenta de ello? — creo que es la primera vez que la miro de esta forma. No hay mofa ni malas intenciones en mis ojos, hasta creo que mi voz pide su ayuda. Mi mano se arrastra por el mármol y tiene intenciones de tomar la suya para reclamar un apoyo, pero la detengo a medio camino porque reconozco que no puedo cruzar esa línea. Sé quién es, sé con quiénes vive. Y eso no va a cambiar por unas pocas palabras decentes.

Aún así, no puedo quedarme callado — Si más personas como tú pudiesen verlo de esa manera, las generaciones siguientes podrían hacer algún cambio. Ningún dictador duró para siempre, la historia está repleta de altas y bajas. Solo deberías saber que no puedes tenerlo todo. Tu padre es quién es porque ha cortado cabezas para llegar a esa posición y lo hizo con convicción. Y tú eres su hija, no puedes tener ambos mundos en tus manos. Hay decisiones que deberás tomar por tu cuenta — me encojo de hombros y, como me ha dado permiso, lleno mi cuchara hasta el tope — Al final, puede que te parezcas más a tu madre que a tu padre cuando llegue el momento adecuado — y como si hubiera zanjado la cuestión con una verdad absoluta, me lleno la boca de postre y me encojo de hombros.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Por un momento tengo el impulso de reírme al imaginar a James como una especie de monstruo que hace ese tipo de maldades a los magos, pero no lo hago porque la imagen ridícula se oscurece un poco con su siguiente comentario. Recuerdo la primera vez que lo ví en el mercado, y si bien yo había estado asustada y todavía abrumada por los que en ese entonces consideraba “grandes” cambios en mi vida, me había portado de una manera horrenda. Él tampoco había sido un santo, pero no podía estar hablando de no acusar, ni señalar, ni hacer que otros paguen por errores ajenos y todavía estar resentida por quién se había portado peor en nuestro primer encuentro. Además, no podía culparlo del todo si consideraba las pintas que tenía aquel día. El cuerpo esquelético, la piel amarillenta, los ojos hundidos y no me atrevía ni a mencionar su ropa o su cabello; o mejor dicho: sus harapos y su maraña de pelo sucio y grasoso.

- No sé muy bien si bueno es la palabra que usaría. Pero se siente… extrañamente correcto. - Como Lara con sus enteritos de jean. No eran bonitos, la mayoría no quería ver ese conjunto como algo a la moda, pero eran cómodos y nadie tenía que sufrir porque ella los usara… Okay, pésima comparación, pero era nueva en esto de la política pro muggle y la idea de que ellos fuesen jean y no poliéster. - Tampoco creo que la ideología opuesta sea la correcta, el extremismo que parece querer marcar Hermann no se siente bien, pero entiendo el tipo de atractivo que podría tener para ustedes. - Y no sé si él note la diferencia, pero hasta yo noto que el “ustedes” no tiene el mismo tono despectivo que solía usar para referirme a su raza. - A lo que voy es que nadie va a marcar el punto final porque la vida sigue pasando, y tenemos que encontrar un equilibrio que no se base en castigar o ser castigado. No me gusta esa balanza para la justicia.

Y puede que sonría un poco cuando dice que si más personas como yo pudiesen verlo tal vez hubiese un cambio, pero lo disimulo tomando otra cucharada del postre y llevándomelo a la boca en lo que lo escucho decir algo que ya no me cae tanto en gracia. Y tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no dejarme llevar por el enojo cuando me compara con mi madre. - ¿Te parezco una abandonadora que se va sin dar explicaciones en medio de una batalla en la que la vida de los que quiero puede estar en riesgo aún? - Y sí, el comentario destila veneno, así que tomo otra cucharada y dejo que el frío de la cuchara y el sabor del chocolate me calmen un poco antes de respirar profundo y dejar el comentario a un lado. - Tú dices que no puedo tenerlo todo, pero no por eso voy a dejar de tratar. Mi padre puede parecer alguien inamovible y terco, pero lo conozco hace poco más de un año y no te das una idea de lo que cambió en este tiempo. - El Hans que había conocido en esa cena tanto tiempo atrás seguía estando ahí, pero en ese momento no podría haber imaginado jamás que terminaría viviendo con él, con Lara y con una futura hermana. Con perros que corriesen en los jardines, y con más amor y cariño del que podría imaginar. - Me tomará tiempo, sobre todo para superar mi cobardía, pero no quiero llegar al punto en el que tenga que elegir entre mi familia y mis ideales porque sé que no voy a dudar. Mi familia viene primero, siempre. Solo espero que puedan ver un poco las cosas desde mi perspectiva, y no desde la justicia dictada a través de una historia que tal vez no fue buena con ellos en un principio.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
No esperaba que hable de su abuelo, se sienten como personas pertenecientes a realidades paralelas, muy lejos de estar emparentadas. Sí puedo ver las similitudes con su padre, pero no creo que deba decirle tan abiertamente que creo que ser juez en este país es lo mismo que ejecutar a un montón de aurores en televisión. ¿Powell no ha hecho lo mismo? — Es un “ojo por ojo, diente por diente”. No te negaré que muchos magos se lo merecen — ni hace falta aclarar que hablo de la mayor parte de quienes habitan en esta isla. Por un momento, hasta me siento sucio de comer este postre, en su compañía, porque es jugar con mi propia hipocresía. ¿Cómo puedo desearle lo peor a los magos, cuando estoy sentado en la cocina de una ministra bruja junto con una de las niñas más malcriadas del país? Está todo mal y aún así, no me marcho.

Parece que he tocado una fibra sensible, porque tengo que poner mi mejor cara de inocente en cuanto habla de su madre de esa manera tan cargada de resentimiento — No, pero tu madre tampoco estaba a favor del sistema si se marchó y tu padre es quien ayuda a ejecutarlo. Solo señalo algunos puntos obvios, princesa — ¿Acaso es tan difícil de ver? — ¿Cambió? Porque lo que yo he visto es un sujeto que condenó a dos personas a arder en vivo y en directo sin posibilidad de un juicio justo, que le lame las botas a Magnar Aminoff y ha ayudado a endurecer las medidas de seguridad. No sé si te prepara chocolate caliente y te arropa por las noches, pero por lo que al resto del mundo respecta, tu padre sigue siendo un cretino. Sin ofender — que tampoco es un secreto lo que pueda opinar o no sobre él. Supongo que ya debe tenerlo asumido.

Lo que dice me suena a historia vieja. Tengo que estirarme sobre la copa de postre para rasquetear un poco en el borde y evito sus ojos al seguir hablando — Lara me dijo algo parecido cuando me mandó a la mierda — sé que estoy sonando como un resentido después de todo este tiempo, pero al menos creo que me gané el expresar mi punto de vista — Cuando la conocí, ella era la clase de persona que se saltaría las normas para hacerle visitas amistosas a un esclavo en el mercado. No le agradaban las personas como tu padre, mucho menos tu padre en sí. Y no sé cómo mierda terminaron juntos y decidió que yo no valía un centavo en comparación a su nueva familia, así que dejamos de hablarnos. Lo que yo no comprendo… — tras limpiar la cuchara y pasarme la mano por mi boca, vuelvo a mirarla y me recargo de costado contra el mueble para poder verla mejor — … es cómo pueden permitir que las personas sufran solo porque no pueden enfrentar a aquellos a quienes aman. O cómo siquiera puedes sentir afecto por alguien que asesina, encubre y reprime. Lo lamento, Meerah, es difícil de entender para mí — tal vez porque yo no tengo a nadie que perder. La miro fijamente, creo que es la primera vez que me percato de que no tiene los ojos claros y sacudo la cabeza, paso a frotarme la frente con una palma por debajo de los rizos — Jamás podremos ver las cosas de la misma manera, este momento de paz es pura fachada. Tú volverás a tu puesto y yo al mío. Solo es bueno saber que no tienes el cerebro tan vacío como yo pensaba — por el modo que tengo de dejar la cuchara sobre el mármol, creo que queda en claro que no tengo más que decir.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- Y yo no te negaré que muchos muggles también. Pero eso es lo que digo, si vamos saldando cuentas una a una será una cosa de nunca acabar, porque luego se lo va a merecer el que hizo justicia por mano propia, y más tarde aquel que lo hizo bajo las leyes. - Hay círculos viciosos que parecen irrompibles y si seguíamos justificándonos de maneras absurdas nunca sabríamos quién fue primero, si el huevo o la gallina. Me gustaría que todo fuese tan sencillo como perdonar, olvidar y dejar el pasado atrás, pero eso era un concepto imposible en una sociedad que se manejaba a base de vendettas y superioridad. Una sociedad de la que formaba parte y que tenía valores en los que todavía creía pese a todo, así que como siempre, mi confusión era más grande que las soluciones en las que podía pensar.

- ¿Es que acaso conoces a mi madre y te dijo ella el por qué se marchó? Porque lo único que me dejó entender es que prefería ser una cobarde y abandonarme, que afrontar cualquier cosa que haya hecho.- Según ella, algo terrible; pero no podía imaginar qué siendo que jamás nadie me supo decir nada. En lo que a mí respecta mi madre fue una egoísta toda su vida. - Audrey fue el tipo de persona que se quejó siempre de estar sola, que me dió a entender que todos la habían abandonado y que no debía confiar en nadie a menos que se tratase de gente en enciclopedias gigantes. Así que perdona si me ofendo por la comparación, pero hasta que ella no aparezca y me explique qué fue lo que se cruzó por su mente voy a evitar hacer suposiciones. - Y tal vez no podría visitar a un psicomago por mi pequeño cambio de mentalidad, pero tal vez podría necesitar ayuda para tratar el resentimiento que me generaba mi progenitora. Ni siquiera James se merecía escuchar mi monólogo cargado de rechazo a una persona que había sido un pilar durante casi toda mi vida.

Claro que luego nombra a mi padre, y si bien en un principio me muerdo el labio inferior al sentir sus palabras como una especie de ataque, a su vez tiene algo de razón, no toda pero… - No voy a justificar sus acciones, pero las cosas no están sencillas para él tampoco. ¿O me vas a decir que Magnar Aminoff te parece la persona más estable del planeta? - No confiaba en el presidente, en sus discursos medidos y sonrisas oportunas. No cuando había acusado a Hero y la había convertido en una paria que sólo podía huír. - Y si bien no estoy de acuerdo con los métodos… No voy a decir que ambos se lo merecían, pero yo me enfrenté a ese mago y… ¿ves? ni siquiera fue un muggle, fue un mago peligroso que todavía aparece en mis pesadillas. - En mis sueños solía visitar esa noche, y aunque hubiesen pasado meses desde ese acontecimiento… no es algo que podría borrar pronto de mi cabeza, lo sabía.

Sé que en algún momento tendré que hablar con Lara, sobre James, sobre lo que pienso, sobre lo que ella pensó en su momento. No ahora claro, pese a que estaba llevando su embarazo como una campeona, no sería prudente el ir a hablarle de cosas que podrían o no alterarla. - No sé si tienes a alguien por el quién lo darías todo sin importar cuáles sean las consecuencias. En mi caso es mi familia, y si mi integridad es el precio que debo pagar, pues lo haré. - Hans, Lara, Mathilda, Phoebe, Hero… Incluso Mo y Chuck entraban en esa lista acotada de personas.  Y es una lista algo peligrosa si consideraba que Hero formaba parte, pero si su vida corría peligro, no dudaría en enfrentarme a mi padre. No dudaría ni en enfrentarme a Magnar Aminoff y su séquito de hombres lobo siquiera. - Y no es que no quiera enfrentar a los que amo, simplemente que porque los conozco, es que sé que el tiempo, el enfoque y las justificaciones son cruciales. Son convicciones arraigadas que hay que desenterrar, y no me sirve el ir de frente y rebelarme cuando todavía estoy aprendiendo a usar mi propia balanza de lo que creo que está bien o está mal. -  Y le sonrío porque no sé qué otra cosa hacer cuando ninguno de los dos llega a un acuerdo. - No lo sé, tú dices que es una fachada, pero yo creo que mal que mal ambos entendemos un poco del otro. No creo que sirva de nada, pero no creo que merezcas ser un esclavo. Es bueno saber que tú sí tienes un cerebro y no eres la clase de monstruo oportunista que siempre me pintaron.
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James G. Byrne
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Aunque mi primer impulso es silbar y señalar el grado de resentimiento adolescente que tiene con su madre, creo que lo más prudente ahora mismo es no hacerlo y solo me conformo con alzar un poquito mis cejas. No conozco a su madre, pero si tengo que juzgarla por lo que ella me está contando, no puedo hacerme una imagen muy positiva; lo cual tampoco me sorprende porque los Niniadis están todos chiflados, en mayor o menor medida. Quizá eso es lo que pasó en octubre: a Hero Niniadis se le activó por fin el chip de la locura y mató a su madre. ¿Acaso no pueden hacerles exámenes médicos a todos estos sujetos antes de dejar que nos gobiernen? —  Tal vez solo fue estúpidamente impulsiva, pero tú sabrás mejor que yo —  si era alguien que vivía metida en enciclopedias, quizá no era ninguna improvisada. ¿Y quién abandonaría así a su hija, por más irritante que pueda ser a veces?

 Me parece tan tierno como un mapache rabioso —  contesto, no me es muy difícil hacerme la imagen mental del flamante presidente — Magnar es creepy, lo mires por donde lo mires. Y el sujeto que prendieron fuego… tenía razón en su discurso, ¿sabes? —  al menos para mí. En cierta medida, dejó expuesto el pensamiento que nosotros estamos debatiendo en esta cocina: ¿No están acusando de salvajes a los muggles y rebeldes, siendo ellos los autores de actos completamente inhumanos? ¿Cómo puedes señalar la injusticia, cuando se esfuerzan en marcar los límites de las clases sociales hasta el punto de llegar a la esclavitud? Ninguna persona será honesta ni ningún político será bondadoso hasta que hagan un cambio, pero debemos estar a años luz de ello — Vives en la Isla Ministerial. Tu apellido es Powell y tienes sangre Niniadis. Las personas allá afuera no van a quererte — es el mismo rechazo que yo recibo de su gente. Las ironías.

No puedo decir nada a lo siguiente, solo aprieto mis labios. No quiero decirle que tengo pocas personas que en verdad me importan y creo, sobre todas las cosas, que la integridad es de lo poco que me queda para sentir que sigo siendo yo mismo. Cuando no tienes nada, tu espíritu es lo que te queda. Encuentro mi silencio como un modo maduro de evitar una nueva discusión que no nos llevará a absolutamente nada, aunque mis ojos se alzan hacia los suyos ante lo último y, sin poder evitarlo, me encuentro sonriéndole a medias — No veo muchas oportunidades que pueda tomar, ¿no crees? —  bromeo —  Pero gracias. Solo me falta un poco más de educación académica y ya podrás decir que hasta soy decente —  tomo la copa de postre y las cucharas para alejarme de ella, las coloco sobre el lavamanos y enciendo el agua —  Creo que tú deberías seguir haciendo lo que estabas haciendo y yo tengo que ponerme a trabajar. Pero si alguna vez necesitas de mi ayuda… —  la observo sobre el hombro, no estoy seguro de que pueda ver que estoy tratando de contener una nueva sonrisa, más divertida que la anterior —  Procura no venir con una pala, princesa. Sería de muy mala educación. Y me sentiría muy decepcionado.
James G. Byrne
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