The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Noviembre 2461



Ya, sé que lo hice peor, lo siento. — digo cuando salta con un quejido, en mi defensa diré que nunca se me dieron bien los hechizos medicinales y tampoco entiendo mucho de medimagia. Además, no es como si la varita de la cual me he apropiado funcione como debería, quizás tendría que haberle comentado ese pequeño detalle antes de intentar arreglar su nariz. Que por cierto, no deja de sangrar, tengo que apretar un poco más fuerte el paño que sostengo contra ella para evitar que siga chorreando a borbotones. — ¿Te duele mucho? — es una pregunta un poco tonta si te paras a observar su aspecto, pero me siento ligeramente culpable a pesar de no haber sido yo la que empezó la pelea. Si es que no entiendo como se le ocurre meterse con dos tipos de su mismo tamaño, si no más y ya es decir, cuando era obvio que saldría perdiendo.

Me acomodo un poco en el colchón, que cruje por el ligero cambio de postura cuando paso a subir las piernas a la cama con intención de estar más cómoda para que no se me canse el brazo. Llevo sujetando el trapo por los últimos diez minutos, en los cuales la hemorragia no ha dejado de sangrar, pero creo que empieza a parar cuando libero un poco de la presión para comprobarlo. — Podrían dejarte vegetal cualquier día de estos, ¿lo sabías? — por el tono de mi voz se podría decir que suena a reproche, hecho que me lleva a poner los ojos en blanco un segundo antes de apartar por completo la tela. Por mi cara parece que a la que han dado el golpe es a mí, con mi propia nariz arrugada y ojos de espanto porque realmente eso tiene que doler. — ¿Seguro que no quieres hielo? — que no tenemos, creo que esa es la primera razón por la que no lo he propuesto antes, pero una lata de cerveza fría funciona igual de bien.

Suelto un suspiro de resignación, aunque me atrevo a sonreír con gracia cuando le vuelvo a mirar. — Deberías buscarte un nuevo hobbie, o, al menos, hacerme algo de caso la próxima vez que decidas pegarte con alguien. — bromeo, porque sí, así es como empezó todo esto, porque se negó a aceptar que había perdido la apuesta y... una cosa llevó a la otra, el jaleo que se montó bien podría haber alarmado a los aurores demasiado vagos como para hacer sus rondas una noche de finales de otoño donde empieza a palparse el frío y el viento helado se cuela por el hueco de las ventanas. Que, bueno, puestos a decir tampoco es como si pudiera dedicarse a otra cosa estos días, pero... no sé, algo que no requiera romperse la nariz no estaría mal. A veces me sorprende como es que sigue entero, pues si no es por las apuestas mal paradas es por las peleas clandestinas en las que se mete con tal de ganar unas monedas.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
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— No. Solo tengo esta cara porque me la estoy pasando de maravillas y no siento absolutamente nada — creo que es una respuesta más mordaz de la que se merece porque, al fin de cuentas, está haciendo lo que puede con los pocos recursos médicos que tenemos, ni hablemos de que tampoco hay demasiados conocimientos para poner en prueba. Quizá yo sí me merezco lanzar un nuevo quejido cuando ella se acomoda, lo cual cambia un poco la presión que está ejerciendo sobre mi lesión de esta noche, lo tomo como una venganza involuntaria a mis gruñidos y le lanzo una mirada de reproche por encima del paño — No seas exagerada. Para dejarme vegetal deberían ser al menos… diez centímetros más altos y bastante más rápidos. ¿No viste que tampoco salieron ilesos? ¡Y eran dos contra uno, así que tomo eso como que la victoria es mía! — obviemos que he sido yo el que terminó en el suelo, pero si pude llevarme parte de su entereza conmigo, puedo verme como satisfecho.

Sacudo una mano para repetirle una vez más que no, no quiero hielo, solo quiero que deje de doler y eso no significa que el frío vaya a ser de ayuda. Sí, puede calmar la hinchazón, pero bah… se preocupa demasiado. Le quito con poco cuidado el paño de las manos y lo acomodo contra mi nariz, echando la cabeza hacia delante en mis intentos de que la sangre que tiene que terminar de caer, lo haga de una buena vez — Estaba pensando en comenzar a tejer los fines de semana. ¿Crees que se me dará bien la técnica de gancho? — por debajo de lo que queda del trapito ensangrentado, creo que puede ver que se me asoma una sonrisa, a pesar de que el gesto no ayude al dolor. Separo un poco el paño, lo doblo para buscar alguna zona que se encuentre limpia y aprovecho a apretarme un poco el puente de la nariz. Nop, sigue doliendo — No te preocupes por mí, Mae. Soy fuerte como un roble y, mientras estés de mi lado, no habrá nada que pueda lastimarme — por obviedad, le doy un golpecito en medio de su frente porque los dos sabemos que su capacidad de adivinar el futuro nos ha salvado las papas. Vamos, que la comida que nos espera esta noche (poco y nada, pero es mejor un par de snacks que aire puro) se la debemos a sus capacidad y a mis ganas de meterme en problemas.

Apoyo la cabeza contra el respaldar de la cama, doy unos toques a mi nariz en chequeo de que ha dejado de sangrar y me señalo la cara — ¿Crees que puedes volver a intentarlo? No quiero ir corriendo a un sanador que querrá cobrarme sus servicios con cosas que no tengo — como dinero, por ejemplo. Estiro mis piernas todo lo largo que soy en una cama de la cual se me sobresalen los pies y hago una bolita con el paño — Lamento arrastrarte a estas cosas conmigo, pero tú sabes… es cuestión de la supervivencia del más fuerte — no es como si pudiéramos aspirar a un trabajo honesto.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Se me hace un poco imposible el encontrar, al menos, dos tipos en el mismo lugar que sean diez centímetros más altos que Charlie, así que tengo que darle la razón con un ladeo de cabeza que parece más bien un meneo que me produce fruncir los labios un segundo, aunque apenas puedo contener una sonrisa. — Tu nariz no diría lo mismo de esa victoria. — me tienta estirar un dedo para pellizcarla y hacérselo saber, pero que la arrugue en quejido me da a entender que es consciente del daño. — Pero ya, la próxima vez que alguien decida pegarte, solo di que en la cara no. — me río de mi propia estupidez, dudo mucho que alguien en esa situación se pusiera a pensar qué lugar golpear, más que el poder hacerlo, con tal de estampar un puño en cualquier lado. Pero me vale un simple vistazo cuando paso a tenderle el paño para comprobar que no tiene muy buen aspecto, si sonrío es solo porque la única manera que hay de tomarse esto es con un poco de guasa. Si no fuera por eso, ¿dónde estaríamos ahora?

Instintivamente mi mirada se va hacia sus manos con ese comentario burlón, me animo a coger la que tiene libre para compararla con la mía en un intento de que vea mi punto sin ni siquiera sentir la necesidad de utilizar palabras. — Tienes las manos un poco grandes para eso, ¿no crees? Pero no estaría mal, mucho más liviano que pegar puñetazos, te daré eso. ¿Me harías un jersey? ¡O mejor una manta! Porque va a empezar el frío de nuevo y realmente no quiero pillar un resfriado como el del año pasado. — ese que me mantuvo con una tos bronquítica durante varios meses, que a veces sospecho que se trató de algo más grave, pero poco importa ahora y es por eso que me permito bromear con respecto a su nuevo pasatiempo que, en verdad, tiene muchos más beneficios de los que hubiera pensado. — Si pudieras escoger a lo que dedicarte por el resto de tu vida, un trabajo decente, o lo que sea, ¿qué sería? — no sé de dónde me saco estas preguntas que ningún sentido tienen si vamos al caso de que jamás podremos aspirar a ellos, pero en ocasiones está bien hablar de cosas normales y no tanto de lo mierda que son nuestras vidas. — Y no vale decir ser presidente de Marte o dueño de una fábrica de chocolate, porque eso lo hemos querido ser todos. — añado a modo de advertencia, alzando las cejas con diversión en su dirección al mirarle.

Ese toquecito en mi frente me tiene mirando su dedo hasta ponerme bizca en el segundo que siento el contacto. — Oh, no sabía que fuera tu protectora, o que tuviera propiedades para acabar con los males que te acechen. — reconozco una sorpresa falsa en mi cara, como si realmente le estuviera retando a decirme una vez más que cree que solo por tener la habilidad poco común de adivinar el futuro no fueran a lastimarlo. — Pero no puedo asegurar que no te lastimen si vas a pasar de mi culo como esta noche, cuando te dije: Chuck, no te metas con esos tipos que te van a dar para el pelo. ¿Pero tú? ¡Bah, ni caso! Estoy segura de que solo lo hiciste para impresionarme. — no, en verdad no, revoleo los ojos con gracia en lo que mis mejillas se ensanchan como para demostrar ese punto, de modo que suspiro con una exageración dramática.

Me acomodo en el colchón y en lugar de apoyarme en la pared como él me deslizo para estirarme entera y apoyar la cabeza contra la almohada, mirándole desde abajo. — ¿Seguro de que quieres que lo vuelva a intentar? Si te soy sincera, no se ve tan mal desde aquí, hasta te da un toque más... interesante. — cabe mencionar que lo estoy observando casi del revés, se me escucha bromear por la risa que suelto después. — No, en serio, puedo probarlo de nuevo, pero no quiero quejas si tu nariz termina deforme por mi culpa. — porque ya lo empeoré una vez, puedo tener la certeza de hacerlo en esta ocasión también, si es que estoy segura de que esta varita antes estuvo rota por la mitad. Se pone serio un minuto en el que me permito dejar de sonreír, observándole desde mi posición a la espera de que en serio quiera que vuelva a sacar la varita, pero termino por encogerme de hombros en lo que pretende ser un gesto que le reste importancia a sus palabras. — Ni aunque tuviera otra cosa mejor que hacer me perdería de tus intentos de tirar una buena jugada, solo te acompaño y de paso ayudo a que no te pateen más de lo necesario, para eso están los amigos, ¿no? — me atrevo a sonreír, un gesto algo tímido en comparación con las otras risas de la noche.
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
A su broma solo puedo contestar con una risa y sacudo la mano que ha comparado con la suya, como si pudiese sentirme ofendido por algo tan simple e inocente como eso — Acabas de herir mis sentimientos e ilusiones sobre ponerme un negocio de macramé — que ni siquiera sé muy bien qué es, solo lo he oído en contexto y asumido que hace alusión a un tipo de tejido o algo así. No me espero una pregunta tan seria, incluso cuando la tiñe de broma al prohíbirme las mejores profesiones de entrada, lo que me hace mirarla con un puchero reprochador — Que amarga — murmuro — No lo sé, creo que podría conformarme con cualquier cosa. Pero si me das a elegir… quizá sería chef. Eso significaría que podría comer mucho, beber vino y ganar un buen dinero — lo cual ahora mismo no puedo hacer, así que tiene todo el sentido del mundo — ¿Y tú? ¿Cuál es tu trabajo soñado? — al cual no puede aspirar porque la vida la ha estancado aquí, para variar.

Por supuesto, como si necesitara el impresionarte. Sé que te encanta verme lleno de sangre, haciendo gala de mi fuerza bruta y mis quejidos tan masculinos de dolor — pongo la voz ronca, exagerando el tono como si pudiese tomarme en serio ese ideal estúpido de masculinidad que se ha perdido en el tiempo; hasta trabo un brazo para enseñarle un poco de músculo que acaba en una sonrisa burlona, demostrando lo poco que me interesa dar esa imagen — Conseguiré que me prestes atención cuando te canses de verme la cara, de tantas veces que tienes que curarla al mes — bromeo, estiro la trompa y le tiro varios besos burlones que quedan en el aire. Que todavía soy joven, recién empiezo mi veintena, tengo derecho a ser un completo idiota.

Hacerle espacio en la cama me hace agradecer que sea tan delgada, así no tengo que moverme mucho. Me toco la nariz un poco, con la expresión de alguien que está considerando que tan mal le va a quedar si no soluciona su pequeño problema estético. La verdad, si no fuese porque duele y hago un ruido extraño al respirar con fuerza, no me preocuparía demasiado — Un poco más de deformidad no le hace mal a nadie. Solo inténtalo. Si queda muy mal, siempre puedo demandarte — como si tuviese algo que robarle, para empezar. Le pico el costado para incitarla a hacerlo y giro un poco la cabeza, como si pudiese verla mejor a pesar de que me está viendo del revés — Claro. Eres la mejor guardaespaldas que podría pedir — en señal de que estoy dispuesto a dejarme hacer, apoyo la cabeza en la pared, alzo mi mentón y cierro los ojos. Prefiero no ver cuando se acerque y fingir estar tranquilo, antes de llenarme del pánico por culpa de un posible dolor — Algún día, cuando hagamos una estafa maestra y tengamos que huir, ya estarás preparada para curar las heridas más complicadas de todas. Sino, siempre puedo pedirle ayuda a Rachel — el tonito venenoso de mi voz, acompañado de la sonrisa maliciosa, deja bien en claro que solo la estoy picando. Sé que no le agrada la colorada del mercado más cercano, así que siempre es un buen modo de impulsarla a hacer algo por capricho. Algún día voy a arder en el infierno.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Le miro con la risa contenida a pesar de que su respuesta viene siendo más bien honesta, una que no me esperaba de su parte y que me produce soltar algo parecido a un resoplido jocoso. — ¿Para eso no tendrías que saber cocinar? — le pico, cuando no son muchas las opciones de comida en un lugar como este, donde los recursos si es que llegan lo hacen en condiciones más bien putrefactas. — Quizás te gustaría más ser crítico culinario en ese caso, entonces sí te pagarían por comer y beber a costa de la comida que preparan los demás. — si algo aprendí con el paso del tiempo, es que hay que aprovecharse de a lo que uno mejor le convenga. Aparto la mirada solo para pasar a observar el techo, analizando la mancha irregular de la superficie y que me lleva a pensar que se trata de una gotera. — Mmmm… ¿trabajo soñado? ¿Es que acaso a alguien le gusta trabajar tanto como para que sea un sueño? — pregunto sincera, porque no sé si soy la única que preferiría no tener que hacerlo y ganar dinero igualmente, pero ese pensamiento viene de alguien que jamás ha tenido aspiraciones en la vida, más que las fantasías vaga de una niña un poco ilusa, así que tampoco voy a darme muchas opciones. — Supongo que algo normal, no querría ser periodista, o dedicarme a la política, no me gustaría trabajar de algo que requiera de tanta atención pública. ¿Profesora, tal vez? O cajera, se me da genial contar monedas. — acumulo una risa en mi garganta que pronto sale disparada por el humor de lo último, que si las cuento es por urgencia de que no me hayan dado lo que me corresponde en un intercambio, y no precisamente por la cantidad.

En esta ocasión sí me permito soltar una carcajada algo más sonora, la misma que va seguida de un resoplo divertido que me lleva a rebotar los labios — ¿Quejidos masculinos? Si antes pensé que habían atropellado a un gato por aquí cerca. — por el modo que tengo de pellizcarle el abdomen con un dedo e imitar el aullido de un gato moribundo, bastante patético por cierto, es obvio que estoy bromeando.— Perderías todo tu encanto si no tuviera que arreglarte los moratones una vez por semana. — digo con falsa ironía, que no es como si no fuera atractivo, pero creo que preferiría no tener que utilizar de encantamientos curativos cada vez que se le antoja meterse en una pelea callejera. ¿No podría dedicarse a vender bollos como el señor de la esquina? Si lo del negocio de macramé no funciona, claro. Aun así, logra hacerme reír con esos besos que lanza al aire y que ligo con la risa rápida que me produce el cosquilleo en mi costado. — Vaya con quién te fuiste a conformar como guardaespaldas. — que no me considero una persona baja, todo lo contrario para ser sinceros, ¿pero de qué me sirve la altura cuando mis brazos son de espagueti y mis piernas casi igual de delgadas?

Me reincorporo un poco con intención de buscar la varita, girándome hacia él una vez la he recuperado del suelo hacia donde se había caído. La tengo entre mis dedos cuando sus palabras me distraen de la tarea principal, de manera que solo llego a quedarme sentada sobre mis piernas. — ¿Y a dónde se supone que huiríamos? Creía que era aquí donde acaban los desafortunados que creen que hay algo más allá fuera, junto con nosotros claro.  — los desgraciados que ni siquiera tienen opción a decidir donde escapar. Quizás sea un comentario pesimista, pero es el único que tengo. Lo que me saca de mi estado filosófico es esa mención a una mujer que no me cae especialmente bien, esa que me provoca rodar los ojos en un suspiro exasperado, antes de pararme a observar al que ha sido culpable de su aparición. — ¿Qué es lo que tanto te llama la atención de esa mujer? ¿Que le falte un diente, es eso lo atractivo? Porque si tiene que ser por carácter... — voy bajando el tono de mi voz conforme digo eso último, llevándome mis ojos hacia abajo con eso también. No obstante, no tardo en tomar mi venganza apuntando hacia su nariz cuando se coloca en disposición y murmuro un episkey bastante sonoro, al que lo acompaña inmediatamente después un crack algo desagradable. Auch, eso tuvo que doler. Me acerco un poco hacia su rostro posando una mano sobre el colchón, como si de esa forma pudiera comprobar el nuevo estado de su nariz antes de confirmarlo con palabras. — ¿y bien?
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Charles B. Sawyer
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No podría pedir a alguien mejor para el puesto — por extraño que suene, es una declaración completamente honesta. Mae no es la persona más fuerte y, para qué mentir, tampoco pasa desapercibida. Es alta y tiene una belleza llamativa, merecedora de encontrarse detrás del lente de una cámara y no de las capas de mugre que solemos recoger en el norte. Pero también es fiel y cálida, lo suficiente como para haberse ganado mi confianza en el tiempo en el cual nos conocemos y nos hemos ofrecido nuestra amistad, porque tienes que encontrar un compañero en esta ruta tan cruda como lo es el norte. Nunca hay que estar solo, incluso cuando crees que es la mejor opción.

¿Qué a dónde nos iríamos? Me hago un mapa mental de NeoPanem, ese que podríamos recorrer de pies a cabeza si no fuésemos un par de criminales de poca monta. ¿Qué tal retirarnos? No, esa no es una opción, no somos tan dignos como muchos otros que buscan otra clase de posibilidades — El mundo es muy grande fuera de NeoPanem — lo tiro como una opción tentadora, a sabiendas de que afuera hay sociedades destruidas y un montón de vida salvaje que supo imponerse sobre la destrucción humana, porque la naturaleza siempre florece y nosotros siempre sobrevivimos. Lo bueno de todo esto es que tampoco puedo quedar como un idiota iluso porque mis palabras tienen el efecto deseado y le enseño los dientes al reírme de ella — No la encuentro atractiva, solo es agradable conmigo. ¿Por qué no te cae bien? ¿Es que la ves como una amenaza para nuestro vínculo tan personal? Tú te ves mucho mejor conmigo que ella, somos más estéticos — la ironía de bromear con eso, cuando el quid de la cuestión es que tiene que solucionar mi problemita con la nariz.

Me lo merezco, claro. Gruño por cómo se acomoda el hueso y me llevo ambas manos a la cara, echándome hacia adelante en un momento de tensión producida por el dolor. Para cuando la miro, tengo lágrimas contenidas en los ojos — Creo que… mejor — toqueteo un poco el puente de mi nariz, el cual parece no doler como hace un momento — Sí, definitivamente mejor. ¿Ves, Mae? Te dije que no podría hacerlo sin ti. Ahora estoy en deuda contigo… de nuevo — estiro el brazo, tomo el saco de patatas y lo abro para llevarme unas cuantas a la boca, dejando que el sonido al masticar inunde el lugar — ¿Qué debo hacer para pagar por tus servicios? ¿Darte mi parte de la cena? ¿Un masaje? ¿Darme un baño? — porque soy consciente de que apesto y no es como que mi ropa haya quedado oliendo a rosas después del enfrentamiento. Dudo que quede agua caliente, pero eso es otro tema.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
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Para ser sincera nunca me ha emocionado la idea de lo que hay allá fuera, una vez el océano termina y la superficie de tierra vuelve a ser visible. Recuerdo que mi hermano lo mencionó alguna vez, pero son memorias vagas que prefiero no traer a mi vida en estos momentos. No es como si ahora tuviera la opción de comprobarlo tampoco, de manera que no le veo el sentido a comerse la cabeza por lugares a los que nunca podremos ir. Me conformo con asentir levemente con la cabeza en silencio, un gesto que apenas se siente y que me da pie a no tener que murmurar nada más. Al final, son solo nuestras bromas lo que quedan en el aire y, por el momento, es lo que creo que necesitamos para pasar el resto de la noche. — Claro, por supuesto que es agradable contigo, porque tienes partes masculinas, cosa que yo, como comprenderás, no tengo. Tú te ganas los comentarios agradables y los bollos de azúcar y yo las miradas de asco y el pan con pasas. — ¿a quién narices le gusta el pan con pasas? Abro los ojos un poco más de la cuenta como si simplemente con eso pudiera entender mi punto, porque esa mujer parece que quiere llevarse a cualquier hombre que puede a la cama, pero no es mi problema que el diente falto la haga ser menos atractiva. Que, si vamos al caso, estoy segura de que cree que me he acostado con él y por eso me odia, cuando la realidad es otra completamente distinta.

No obstante, lo siguiente que dice me hace poner algo de cara indignada, hasta llego a mover los labios un poco en una molestia falsa. — ¿Así que por eso soy tu amiga? Creía que era porque te caía bien y te agradaba mi compañía… pero de acuerdo, me tomaré eso como que al menos te parezco más sexy que tu colega Rachel. — y sí, lo digo con algo de retintín porque no es como que tenga edad para hacerlo, pero somos amigos desde hace tiempo, ya debería estar acostumbrado a esta clase de tonterías por mi parte. Me contento con que al menos el hechizo parece surtir el efecto apropiado, sorprendentemente, por lo que paso a acomodarme con la espalda contra la pared, cruzando una pierna estirada sobre la otra en lo que giro la cabeza para mirarle. — ¿Tengo que escoger entre una de esas tres opciones? ¿no vale un 3x1 por todos los intentos? — murmuro con una sonrisa socarrona, esa que evidencia el tono humorístico de mi voz, a pesar de que no lo digo tan en broma. — Nah, no sería tan poco decente como para dejarte sin cena, pero lo del masaje no suena mal… — reconozco, porque no es como si estuviéramos acostumbrados a cenar contundente, aunque tampoco es que yo tenga mucho músculo que masajear, si soy prácticamente todo hueso. Ahora entiendo por qué le gusta más la mercadera, ella al menos tiene curvas más definidas.

Tampoco sé por qué me planteo esas cosas ahora cuando en mi vida me han preocupado, me callo los pensamientos estirando el brazo para robarle una patata y llevármela a la boca con la intención de que el crujido entre mis dientes al masticar ocupe todo pensamiento dentro de mi cabeza. — También me conformaría con que no te dejaras golpear tan a menudo, ya sé que soy una pesada, no hace falta que lo anotes, es solo… — estoy usando la lengua para quitarme los restos de entre los dientes cuando me da por suspirar antes de dirigirle una mirada. — Me preocupo por ti, ¿sabes? Y no, no es porque seas mi única compañía decente, de verdad me preocupa que alguna vez te ocurra algo que yo no pueda arreglar. — confieso, porque no es como si fuese la medimaga del milenio, ni mucho menos, si ni siquiera sé lo que estoy haciendo la mayor parte del tiempo. Pero de verdad, llevamos tiempo de conocernos como para no reconocérselo en voz alta.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
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Por la cara que le pongo, delato que estoy tratando de no echarme a carcajear en toda su jeta; tengo que morderme la lengua y todo — Mucho más sexy — declaro, hasta asiento con la cabeza y todo con un mohín que debería remarcar que hablo en serio, pero que se me quiebra en una risita por lo bajo que no puedo ocultar. Maldita sea, algún día podré ser una persona seria a pesar de las cientos de tonterías que se me presentan para bromear todos los días. Quizá debí ser cómico y jamás lo supe — Un 3x1 sería un abuso y yo tendría que reclamar algo de mayor valor para equiparar, entonces entraríamos en un loop sin final de deudas — lo cual suena muy a nosotros, ahora que lo pienso. Lo bueno es que solemos tomar estas cosas con humor, porque si fuese de otra manera, creo que los dos estaríamos ya sumidos en la más profunda depresión. Le echo un vistazo a lo largo de su cuerpo, como si tuviese que medir qué tanto esfuerzo me tomaría el hacerle un masaje y, sin mucho disimulo, me llevo una papa a la boca para masticarla un poco más lento.

No recuerdo lo que es tener una madre. A la biológica ni siquiera la registro y la mujer que se dignó a criarme salió de mi vida hace algunos años, de modo que estoy acostumbrado a esto de valerme solo. Mae tiende a cubrir esa parte, el hueco de encontrar a alguien que se preocupe por ti, incluso cuando lo que tiendo a hacer es rodar los ojos e insistir que no tiene que preocuparse, porque soy lo suficientemente grande como para cuidarme solo. Hoy, en su lugar, me limpio algo de la grasa y la sal de mis dedos en la camiseta y me acomodo para sentarme más cerca de ella, buscando que me mire a los ojos — Creo ser lo suficientemente listo como para no participar en ninguna pelea que no pueda ganar. Y si eso falla, siempre puedo correr rápido, o desaparecer. No busco pleitos porque esté aburrido… — bueno, tal vez eso es mentira, gran parte de ellos empiezan por aburrimiento y ella lo sabe, así que carraspeo — … sino porque es la manera más fácil de salir adelante en un mundo de mierda que nos dice que no somos tan buenos como para aspirar a algo más. ¡Como si tuviéramos la culpa! — sí, fui criado por muggles, no tengo a nadie que me dé una mano y he optado por un camino no tan noble. Pero… ¿Qué otra opción tenía?

A pesar de que me llevo otra papa a la boca, aprovecho la cercanía para tomar una y acercarla a sus labios, invitándola a comer — No quiero que te preocupes por mí, no hace falta. Esto no durará para siempre, Mae, nadie puede vivir corriendo. Algún día tendré una casa y te invitaré a comer barbacoas los fines de semana — sé que es un sueño ridículo, ni siquiera creo estar hablando en serio, pero opto por bromear y no hacer de esto algo que nos quite el sueño por las noches.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
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Me encojo de hombros con la sonrisa algo ladeada, conforme con su respuesta a pesar de que ahora no me voy a quedar sin un masaje, es su culpa por haberse ofrecido. El cambio de tema me obliga a prestar atención a sus palabras, le miro a los ojos, tentada a elevar una ceja cuando asegura el no meterse en problemas por puro aburrimiento y vicio, pero me conformo con suspirar, aunque sea de forma ligera. — No lo sé, Charlie, no sé si tenemos la culpa de haber terminado aquí o si simplemente fueron otros los que se encargaron de echárnosla. — porque los dos sabemos que vivimos en un país donde antes que apechugar con lo propio, nos encanta señalar con el dedo al primero que pase con tal de no llevarnos la reprimenda. En el caso de Neopanem, es preferible culpar a las parias del norte de las desgracias que ocurren en el país que modificar lo que hacen mal desde el eje central. Al final resulta que todos son una panda de hipócritas. — ¿Tú crees que podríamos aspirar a algo más? Ya no hablo de trabajos soñados ni de dónde te gustaría vivir si pudieras elegir, sino de realmente ser igual a un ciudadano respetable. — no necesito buscar su mirada mientras hablo, estamos tan pegados que tan solo me vale girar el cuello en su dirección para tener su rostro a una distancia muy cercana. — Porque no sé tú, pero yo ya me he acostumbrado a ser la enfermedad de la cual todo el mundo se queja. No he hecho nada noble desde que vivo aquí, y eso ha sido desde bastante tiempo, ¿crees que la gente me mirará igual si sabe de dónde provengo? — para lo que es la realidad, casi me sale más rentable quedarme aquí, entre nosotros por lo menos no nos miramos como si fuéramos lo peor que le ha pasado al país.

Mi discurso pesimista choca en contraste a lo que él tiene por decir después, de forma que casi me siento mal por haber destrozado sus ilusiones de tener una barbacoa. Me silencio de soltar algo que baje todavía más la moral de la noche atrapando con los dientes la patata que me tiende, paso a mascar con tranquilidad en lo que vuelvo a apoyar la cabeza sobre la pared, elevando un poco la barbilla hacia el techo. — ¿Eso te gustaría? ¿Tener una casa donde poder hacer barbacoas? — hago la pregunta no para que responda, sino para que las palabras tomen la forma en la cabeza, casi tanto como puedo pensar en el olor que eso desprendería, uno que no debería estar imaginándome si no quiero que me empiecen a sonar las tripas. — Eso… bueno, suena genial, no voy a mentir. — tampoco voy a ponerme en modo depresivo esta noche, así que asiento con la cabeza antes de depositarla sobre su hombro con un suspiro. — Y no me preocupo por ti porque debo, sino porque quiero, hay una diferencia. Me importas, tanto como para querer saber si estás bien, o si no lo estás. — vuelvo a lo anterior que dejé sin contestar con la visión de una casa que solía ser la mía. Creo que en parte también lo siento de esa manera porque de alguna forma, el que yo me preocupe por él me da a entender que el sentimiento es recíproco, aunque quizás no lo sea, aunque sean imaginaciones mías. En realidad no importa, el hecho de no estar sola todo el tiempo me da, al menos, esa aseguración.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Creo que todo el mundo es merecedor de poder crear su propia suerte, no importa de dónde vengas o cómo te miren los demás — me cuesta un poco poner eso en palabras, suelto las sílabas muy lentamente como si estuviese tratando de convencerme a mí mismo y, me sorprende, puedo notar que lo digo en serio. Quizá soy un conformista, quizá estoy atado a este lugar porque es lo más cómodo y lo más cercano a aspirar, pero también creo que me merezco el mismo respeto que cualquier otro sujeto en este mundo miserable. ¿No sería todo mucho mejor de esa manera? ¿No estamos así, en este círculo vicioso de pobres y mendigos, porque hay personas que se creen mejores que nosotros basándose solo en las circunstancias fortuitas donde los puso la vida al nacer?

No sé si es lo que en verdad deseo, pero es un buen panorama. Tal y como ella dice, suena bien, incluso más pasable que nuestra triste realidad de un cuarto minúsculo todos los días — Agrega un vino. El más caro que se te ocurra — añado a la fotografía, nada de los cartones que solemos tomar porque es lo único que tenemos a mano. No, no me interesa la vida de un señor ricachón, pero sí les envidio las barrigas que se llenan a más no poder en pleno egoísmo de sus facultades. Hurgo dentro de la bolsa de papas fritas en lo que ella me brinda su calor, es mi excusa perfecta para llenar el aire del sonido plástico y no contestar de inmediato — Lo sé — es lo único que puedo decir, porque es verdad. He aceptado su cuidado y le he dado el mío, a mí modo, durante todo este tiempo. Arrugo un poco el paquete tras volver a llenarme la boca y mastico de manera escandalosa, de modo que no vuelvo a abrir la boca hasta haber tragado — Pero no quiero que lo hagas. Vivimos en un mundo cruel y egoísta y, a veces, tengo miedo de que te preocupes tanto que te olvides de ti misma. Podemos acompañarnos, Mae, pero al final… es mejor así. No estaremos juntos hasta el fin de los días y no voy a permitir que te dejes arrastrar por mí, cuando tienes mejores cualidades que yo para salir de esta. Este mundo es jodido, cubriré tu espalda siempre que lo necesites, pero… no malgastes tu tiempo cuando puedo cuidarme solo — sino, siempre vivirá preocupada y no haré otra cosa que decepcionarla.

De muy mala gana, le dedico una sonrisa que no sé si puede ver porque acomodo mi cabeza sobre la suya, frotando por un momento mi mejilla contra su cabello — No hay mal que dure cien años, tampoco lo hacen las compañías. Simplemente nos hemos topado en el camino cuando más nos necesitábamos. Nos sostenemos la mano y alguna vez tendrás que soltarla, no quiero que ese tiempo compartido te deje llena de arrugas.
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Supongo que tiene razón, a pesar de que bailo con la suerte que les ofrezco a los demás como si mis palabras fueran las que verdaderamente se van a cumplir, cuando lo único que hago es darles una opción entre las tantas a las que podría llevarles su propia suerte. Quizás sea por eso por lo que me cuesta coincidir con su punto, porque llevo tanto tiempo de jugar con la fortuna de los demás, centrarme en la suya más que en la mía, que me he olvidado de que yo también tengo una, aunque no haya sido favorable en ningún sentido. Me pregunto si en el futuro eso cambiará, si como dice él buscaré algo más que esto, cuando por el aspecto que tenemos ahora, no parece siquiera que vaya a intentarlo. No obstante, me sorprendo asintiendo con la cabeza, que más bien con la barbilla por la posición, sin moverme mucho, pero de manera que al menos pueda notar que respondo y que sus palabras no pasan desapercibidas dentro de mi cabeza.

Trato de distraerme pensando en la bebida más cara que se me pase por la cabeza, con una sonrisa en los labios por la aclaración, y para mi no tanta sorpresa me encuentro con que no se me ocurre ninguna. Así que en lugar de seguir con la guasa, me conformo con atender a lo que dice, sin poder evitar soltar un bufido silencioso en lo que mis cejas se mueven hacia arriba un segundo, porque si supiera de las cosas a las que me dedico por ahí para satisfacer las peticiones de cierta persona, no diría lo mismo de mis cualidades respetables. No digo nada, él sigue enfrascado en su idea de que puede cuidarse solo. — Ya sé que puedes hacerlo, de eso nunca he tenido ninguna duda, ¿pero y qué si quiero hacerlo de igual forma? — de acuerdo, puede que eso me convierta en un parásito a su persona, en especial por el modo que tiene después de decir que en la vida, pese a la compañía, por lo injusto, es mejor que nos preocupemos por nosotros mismos.

Levanto la cabeza de su hombro, obligando a la suya a despegarse de la mía en continuación al movimiento y me encargo de mirarle a los ojos para que él haga lo mismo. — Charlie, llevo cuidando de mí misma desde que tengo ocho años, ha pasado suficiente tiempo como para aprender que debo hacerlo por mi cuenta, o nadie lo hará, sé lo que es no tener nada y depender exclusivamente de tus capacidades, no me estoy olvidando de mí. — no creo que pueda hacerlo de igual forma, se llama instinto de supervivencia y lo tengo tan arraigado a la piel que se me hace imposible el pensar vivir de otra manera que no sea esa. — Pero eso no significa que no pueda preocuparme por lo que me rodea, ¿sabes? Sé que no me necesitas, podría marcharme ahora mismo y no haría ni la más mínima diferencia en tu vida. — ¿no se ha tratado siempre de eso? ¿de que nadie necesita de mí? Vaya si no fuera esa la razón por la que estoy aquí en primer lugar. — Pero eso tampoco significa que yo no lo haga, ¿de acuerdo? Así que vas a ser un buen amigo y vas a dejarme preocuparme por ti el tiempo que se me antoje, hasta que en serio me salgan arrugas, tengas una casa en la que hacer barbacoas con una esposa e hijos, el vino más caro de la ciudad o incluso si decides soltarme la mano, porque yo sí te necesito. — es una confesión que no hubiera hecho en voz alta si no fuera porque se ha puesto tan pesado con esto de que puede cuidarse solo, cuando lo cierto es que la que no puede hacerlo soy yo. Creía que podía, durante mucho tiempo lo pensé como la más cruda de las realidades, pero supongo que eso es lo que hace la compañía, te hace dependiente de ella con cada vez más fuerza.
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No sé ni para qué me molesto, si sé lo caprichosa que puede ser. De alguna manera, estoy lejos de enojarme y me encuentro a mí mismo tratando de no reírme de ella, de sus manías, de ese intento constante de ponernos a todos a salvo aunque el mundo se esfuerce en demostrarnos lo contrario. No le digo nada, pero se lo acepto, con un encogimiento de hombros tan vago que no sé si lo va a tomar como un permiso o una rendición; pueden ser ambas cosas. Mi silencio es su aliado, hasta que una de las cosas que dice me obliga a agradecer que se haya apartado, así puedo mirarla con todo el reproche que soy capaz de poseer en un rostro que hasta cinco minutos se estaba frunciendo del dolor — Te equivocas — digo simplemente, porque creo que no se da cuenta que sí haría un cambio, que sí la echaría de menos. Nos hemos topado por casualidad, sí, pero eso no quiere decir que no vaya a extrañarla en caso de perderla. Hay una pequeña diferencia entre saberse independiente y el ser una basura, porque puedo apreciarla, tanto a ella como persona como a su compañía.

Por tonto que sea, me obligo un momento al silencio. Si tuviese un reloj, estoy seguro de que solo podría escuchar sus tic toc. No tiendo a recibir muestras de cariño, mis amistades son contadas con los dedos de una mano y aquí todos aprendemos a no apegarnos a las personas, en especial porque no puedes confiar en todas. Al final, con una decisión que no sé de dónde sale, dejo el paquete de papas a un lado y me pongo de pie algo atropelladamente — ¿Por qué? — es lo primero que sale de mí — ¿Por que alguien como tú, que se ha cuidado sola desde que era una niña, necesita de alguien como yo? Podemos apegarnos, podemos querer a alguien, pero al fin de cuentas siempre acabarás siendo más fuerte de lo que crees. Tú no me necesitas, solo te gusta tenerme y… ¡Eso está bien! No hay que confundir necesidad con… cariño o lo que sea que sea esto — la señalo, me señalo y abarco el espacio entre nosotros con un vaivén de mi mano — Estoy contigo porque me agrada tenerte cerca, no porque necesite de ti. Pasamos tiempo juntos porque eres genial, no porque me ayudas a estafar gente… bueno, eso puede ser un poco que sí, pero no es lo fundamental. Ahora… ¿Podemos dejar el drama por cinco minutos? Que volveré a romperme la nariz a ver si curándola la pasamos mejor — me inclino hacia delante para ponerle mi mejor cara de perro mojado, que como súplica siempre me ha funcionado.
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Lo que sea que sea esto. Escuchar eso me produce el mirarle de una manera curiosa, como si estuviera tanteando seriamente a lo que se refiere. ¿Porque qué somos realmente? ¿Dos personas que se conocen demasiado bien a pesar de no haber sido más que extraños en su momento? ¿Solo confidentes con derecho a compartir secretos dadas las circunstancias en las que estamos? Yo sé que para mí es mucho más que eso, con él puedo tener cierta esperanza al pensar que el día de mañana no pinta tan desagradable como de encontrarme sin su compañía, siento que hay al menos algo por lo que merece la pena compartir quiénes somos, incluso cuando lo que hay para decir no sea agradable. Quizás solo por eso... — No me llamo Mae. — lo digo tan deprisa que ni siquiera le ha dado tiempo a terminar de hablar para cuando lo escupo, atropellada en una confesión que no dudo en explicar. — Bueno, sí lo hago, pero tan solo es mi segundo nombre, como realmente me han llamado siempre es Phoebe, Phoebe Mae Powell. — solo porque creo que nunca le he dicho mi apellido, lo añado, más allá de ser Mae “a secas”, porque no creo que tenga ningún valor el hecho de que lo mencione como si fuera a servir de algo más que para ponerle un nombre a mi familia.

Me obligo a una pausa para observar su reacción y debido a que él se ha levantado, me veo obligada a moverme de la pared encogiendo las piernas para dirigir mi cuerpo hacia él, pero no llego a moverme del sitio.  — No solo te ayudo a ti a estafar a la gente, también ayudo a otras personas desde hace unos años, les hago favores que cualquiera no consideraría demasiado dignos. — en especial porque muchas de esas personas ni siquiera aparentan ser legales, una de las razones por las que hago visitas rutinarias al mercado negro.  — No interesa que nadie sepa mi verdadero nombre porque... — bueno, no hace falta que termine la frase, creo que puede hacerse a la idea. — Tú sabes lo fácil que es acabar en prisión por cualquier mínima cosa, pero no es como si hubiera trabajos nobles que hacer cuando aquí todos somos criminales, de una manera u de otra, lo que sea con tal de sobrevivir. — y por ahí hay muchos negados que se dedican a dar chivatazos a los aurores con tal de tenerlos en su cartilla buena, incluso cuando eso significa fallar a los de tu propio bando. Porque al final siempre es así, por mucho que se trate de escalar en opiniones, somos nosotros y ellos, los ricos y los pobres, los que no necesitan aspirar a una vida mejor porque ya la tienen y los desgraciados que sí lo necesitan.

Pero no puedo hacer lo mismo contigo, Charlie, y lamento de veras el haberte ocultado algo como eso por todo el tiempo que nos conocemos. — ahora sí siento la necesidad de moverme, me ayudo de mis manos para acercarme en su dirección, pero sin llegar a bajarme de la cama todavía.  — Porque quiero que me conozcas por quien soy de verdad, no por la visión que tienen otros de mí o por lo que te puedan contar si preguntas, que no es nada de lo que no te haya contado ya, pero a la gente le gusta inventar. — de seguro Rachel ya tiene toda una historia inventada sobre lo arpía que soy.  — Y sí, sí que te necesito, porque contigo puedo ser yo misma sin sentir que me vas a juzgar, y en serio no quiero que te alejes por todo lo que no he dicho, no pensé que fueras a quedarte en mi vida por tanto tiempo. — que soy consciente de que tampoco ha sido tanto si lo comparamos con la edad que tenemos, pero aun así, es mucho más de lo que he tenido en mucho tiempo.  — Y aunque te vayas a ir, en algún momento, o yo lo haga, quiero que al menos te quede el recuerdo de Phoebe, y no de Mae. — creo que es lo más sincero que puedo decir, ni siquiera comprendo como es que me atrevo a sostenerle la mirada.  — Lo siento, por eso... y por esto. — no lo estoy pensando cuando aprovecho que está inclinado hacia delante para acercar mi boca a la suya y besar sus labios como sé que no he hecho con nadie. Que en cierto modo es patético en sí mismo porque tengo más de veinte años y jamás he besado a nadie por cuenta propia, porque los besos de colegio con siete años no cuentan y tampoco lo hacen los de un borracho en una noche que prefiero olvidar, a pesar de saber que eso está lejos de ser posible. Por no mencionar que no tengo ni la menor idea de lo que estoy haciendo cuando llevo mi mano hacia su cuello, rezando porque el roce de mi nariz con la suya no le esté doliendo porque en serio eso haría de esto el peor primer beso de la historia.
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No entiendo lo que me está diciendo, ni por qué lo hace. Por un momento me congelo, como si el tiempo se hubiera detenido al convencerme de que nada de esto tiene sentido, a pesar de que ella sigue hablando — Phoebe Powell — murmuro para mí mismo, tratando de comprender cómo ese nombre puede tener sentido en un universo donde ella ya tenía un modo de catalogarse dentro de mi cabeza. Obvio que no digo más, le doy ese espacio para que conecte las ideas que se van formando dentro de mí, con sus excusas e historias, algunas que me ofenden y otras que comprendo. ¿Cómo puedo juzgarla, cuando sé lo que ha vivido, cuando yo lo vivo todos los días? — Mae… — solo quiero que se calle, que me deje decirle que no me importa con quien trabaja, eso es cosa de ella y su supervivencia. Ni siquiera puedo silenciarla cuando levanto las dos manos en petición de que se calle — No tienes que aclarar nada… — es lo único que alcanzo a murmurar, creo que ni me oye.

Me río sin ganas, viendo como se acerca a mí y tengo el impulso de atajarla, pero el colchón no la arroja al suelo como temo que lo haga por un momento — Como si yo escuchase los rumores, me conoces — me siento un idiota al solo poder decir estas cosas, tampoco es que parezca que ella va a darme lugar a comentar mucho más. Abro la boca para contestar, aunque todavía tengo el shock en la garganta y el cerebro en cortocircuito, cuando sus labios se encuentran con los míos y me demoro un momento en cerrar los ojos, presa de lo inesperado que fue ese gesto. Mis manos se mantienen en el aire en lo que puedo conectar mis emociones con las ideas de mi cerebro, porque no esperé que ella quisiera besarme, cuando sé que he sido una de las personas menos amorosas y de las cuales ella conoce sus errores, en cualquier ámbito. De alguna manera, mi cuerpo se relaja y me encuentro colocando mis manos en su cintura con el cuidado de la porcelana, permitiendo que mi boca responda con sumo cuidado, como si de esa manera pudiera tomar todas sus confesiones y hacerles una caricia, sin juzgar, sin correr.

El silencio se siente ruidoso, culpa de nuestras respiraciones y de mis pálpitos. Pero mi cerebro se ha enmudecido, podría haber pasado una eternidad cuando por fin me separo unos centímetros de ella, buscando la mirada que tan bien conozco — No me importa tu nombre. Es solo eso, un nombre — musito. Ni siquiera me preocupa el darme cuenta lo honesto que estoy siendo — Y puedo comprender por qué lo hiciste. Pero no soy dueño de tu pasado ni de tus acciones, solo soy… yo. Creo que nos conocemos lo suficiente como para saber que estamos llenos de mierda — me río, aunque no hay una pizca de gracia en esa parte. Levanto una de mis manos para acariciar su mentón, permitiendo que mis ojos bajen a su boca — Aunque no me esperaba lo último. Eres… — me relamo un poco, volviendo a sus ojos — Una caja de sorpresas. ¿Phoebe Powell? — arqueo un poco las cejas, poco a poco paso a sonreírle — Un gusto conocerte, mi nombre es Charles Sawyer y tengo la nariz rota, espero que eso no te moleste. Ya podrás contarme todo sobre tu vida luego… — porque ahora estoy demasiado ocupado en ladear la cabeza para volver a asaltar su boca, abriéndome paso entre sus labios con una avidez nueva. Puedo abrazarla, hacer de mis brazos el refugio de su cuerpo en lo que la estrecho contra mí, sin interesarme por la identidad de nadie bajo este techo. Los nombres no conocen de piel ni de caminos. Ellos no nos guían hasta la cama, aquí solo podemos perdernos y ser humanos.
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Phoebe M. Powell
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Sé que no le importa, no a mucha gente le parece importante algo tan banal como un apodo, no cuando hay otras cosas mejores por las que conocer a una persona, en su mayoría interés. ¿De qué sirve un nombre cuando lo atractivo de alguien es lo que pueda ofrecerte a cambio? En lugares como el norte, las identidades solo benefician a aquellos que no tienen nada para ocultar, no a los que viven dependiendo de otros. Estoy enterada de cuando mis labios se despegan de los suyos porque por unos segundos puedo respirar con normalidad, a pesar de que mi corazón está algo acelerado y sus propios latidos resuenan en mi cabeza como el eco que me recuerda que respire. — Lo sé, pero si voy a besarte, quiero hacerlo siendo yo misma. — porque si voy a permitirme disfrutar de algo después de los años de basura que persiguen mi pasado, es de esto. Se me asoma una sonrisa que calificaría como tímida por el modo que tiene mi boca de curvarse, mis ojos siguen el movimiento de los suyos hasta que paso a observar sus labios. — Si te sirve como consuelo, yo tampoco lo hubiera esperado de mi parte. — reconozco, que si tengo que ser sincera conmigo misma, sé de las razones por las que me he demorado tanto en hacer esto.

No habrá más sorpresas, te lo aseguro. — añado con bastante más seguridad que antes. He podido comprobar con el paso del tiempo que muchas de las sorpresas no tienen nada bueno que mostrar, por lo que he preferido vivir mi vida sin esperarlas. Por alguna razón, pienso que él podría tener el mismo razonamiento que el mío, y es por eso que me aseguro el no formar parte de una, a pesar de ser consciente de que no tiene por qué ser malo. Supongo que ahí está la gracia de las sorpresas, que nunca sabes lo que te va a tocar. La cosa es que en mi caso, siempre suele ir por el camino de la desgracia. El movimiento de mi cabeza es apenas perceptible, pero puedo confirmar que asiento con la cabeza en confirmación a mi nombre. — Tienes la suerte de poder elegir como llamarme, no importa como, te daré esa opción solo por ser tú. Muchos no la tienen, así que deberías sentirte afortunado. — es una risa sobre sus labios lo que me sale a continuación, que no sé hasta qué punto eso sería algo por lo que sentirse afortunado, pero la verdad es que poco me importa cuando mi boca vuelve a entrar en contacto con la suya.

Me toma algo de esfuerzo el respirar entre un beso y otro, no sé muy bien lo que hacen mis manos sobre su cuerpo, pero sé que no se mantienen paradas cuando nuestro peso se acomoda a la superficie de la cama y tengo la oportunidad de observarle desde abajo, pese a que no tardo mucho en cerrar los párpados en lo que me dejo llevar. No soy consciente del temblor de mis dedos al recorrer su pecho con las palmas en un recorrido que culmina colándose por debajo de su camiseta para palpar su abdomen, pero son los flechazos intermitentes de recuerdos dentro de mi cabeza lo que hacen que frene de repente. Son mis manos las que se apartan primero, luego mis labios, jadeo al buscar algo de aire en un pulso acelerado. — Lo siento, yo… — es lo primero que acude a mi boca para cuando consigo armar algo de voz en mi garganta, paso saliva, pero no ayuda mucho que mi pecho se infle con fuerza hasta toparse con el suyo, sintiéndome atrapada bajo su cuerpo y por un segundo todo en lo que puedo pensar es en huir. Pero sé cual es la diferencia, tengo que aprender a no permitir que las malas experiencias intervengan en mi presente, porque si lo hago nunca podré mirar al futuro. Creo que solo por ese pensamiento es por lo que me animo a hablar, no muy segura de lo que voy a decir cuando hablo sobre su boca. — Perdona, es que… bueno, sé que es algo ridículo, pero jamás había hecho esto con nadie, y quiero hacerlo contigo, solo… — ¿a qué de todas las partes de querer hacer me refiero? ¿a sanar ciertas memorias? ¿a acostarme por decisión propia? Me tiembla el labio inferior antes de hablar, puede que también un poco la voz. — Me aprecias, ¿verdad? — porque creo que no podría soportarlo si la respuesta fuera la contraria. De modo que supongo que ahí tengo la respuesta a mi propia pregunta, que quiero sentirme querida, aunque solo sea por una noche. Como si la respuesta que vaya a darme no fuera importante después de todo, vacilo un instante en el que mi nariz roza la suya antes de volver a buscar sus labios.
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No más sorpresas, me parece bien — porque no sé qué tanto pueda soportar, si un nombre no es mucho, pero me gustaría saber qué esperar a partir de ahora. Con los puntos aclarados, sé que podemos avanzar sin tropezarnos de nuevo, al menos dentro del mundo de las extrañas confesiones de Phoebe Mae Powell. No puedo hacer otra cosa que sonreírle en lo que me regala, aún con la sensación de extrañeza de que nada de esto tiene sentido alguno y, a su vez, parece poseerlo — Aún me es extraño pensarte con otro nombre, vas a tener que darme más tiempo que solo dos minutos — le explico, disparando mis cejas hacia arriba como si estuviera diciendo una obviedad — Es… muy confuso para mí, lo siento. Puedo aceptarlo, pero también tendré que acostumbrarme a ello. Es… — me llevo las manos a la frente y las impulso hacia atrás fingiendo un estallido, a ver si puedo ser más gráfico.

A mí favor, podemos concentrarnos en los besos en lugar de hablar, lo que también desconecta mi cerebro de las miles de preguntas que se asoman de manera irritante. Me acomodo sobre ella en lo que hacemos de esta sonora cama nuestro lugar, que sus maderas son viejas y no dejan de chirriar, mientras sus manos se abren paso debajo de mi camiseta en una caricia que me hace sentir bien, que me tranquiliza lo suficiente como para saber que no importa quiénes somos, sino lo que hacemos con ello. Estoy por colar la mano dentro de su escote cuando me detengo porque ella lo hace, siento que he hecho algo mal y tengo que apoyarme en la cama para poder verla mejor — ¿Nunca…? — me siento un poco culpable, por no decir sorprendido — Puedo entender si no quieres — me apresuro a decir a pesar de que ella parezca decidida a que suceda, porque siento que lo que está sucediendo quizá va demasiado rápido y no tenemos por qué precipitarnos. Si ella quiere comer papas fritas y conversar, estará bien.

Por extraño y mal que suene, tengo que meditar una respuesta y lo hago observando las expresiones de su rostro, tan bello, tan digno de ser admirado. Sé que la aprecio, a veces me sorprende que tanto lo hago — No entiendo cómo preguntas eso — murmuro. Tengo que moverme con cuidado para acomodar el contacto de nuestros cuerpos y dejo un beso sobre una de sus mejillas — Luego de todo lo que hemos pasado, de los desastres que cometimos juntos, de la cantidad de bollos que te compartí a pesar de estar muerto de hambre… — busco bromear, pasando a besar su otra mejilla y la punta de su nariz, lo que me da la excusa de verla a los ojos — Es imposible no quererte. Y creo que ahora mismo me estás haciendo un poco imposible el no desearte también. Solo… confía en mí, ¿de acuerdo? Como yo estoy eligiendo el confiar en ti — porque si ella quiso regalarme su pasado, yo puedo darle un buen presente. Eso es lo que busco cuando me aventuro en su piel, tan caliente como la mía, como si pudiésemos calmar el hambre del norte en solo una noche, con bocas que han sabido contentarse con mucho menos que unos cuantos besos y varios secretos.
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