OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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—¡Ramik!— grito, cierro la puerta de un golpe seco, impidiendo que el hocico de la bestia muerda mi bastón. Este animal me ha hecho andar más rápido de lo que puedo a mis ochenta años con las articulaciones doliéndome cada día, obligándome a volver los tres pasos que hice hasta la casa cuando me divisó desde no sé hace cuántos metros en la playa, donde se estaba revolcando en la arena hace nada con otro perro mucho más grande y de pelaje oscuro, que por suerte se ha quedado en las suyas. —¡Patea al chucho, Ramik! ¡Apartalo!— le ordeno al esclavo al bajar la ventanilla hasta la mitad para darle las indicaciones que cumple con su parsimonia habitual, como si cada movimiento que le hace le pesara por tener que cargar con su cuerpo hecho de piedra, es tan alto que tenerlo a mi espalda me da la tranquilidad que necesito. Como ha quedado claro con este perro mugroso, ya no soy tan veloz para huir si acaso alguien quiere clavarme un puñal por la espalda, se necesita tener a alguien macizo para cubrirlo y que no tenga cerebro como para ser quien cargue el puñal.
No patea al perro, en cambio lo toma con sus manos por los lados de su torso, a lo que el perro responde moviendo la cola amistosamente y creo que hasta quiere lamer la mano de Ramik. Me da lo mismo. Salgo del coche en un segundo intento de acercarme a la casa de Phoebe Powell, con mi obsequio debidamente envuelto en un papel dorado, con un lazo blanco que contrasta. Cada uno de mis pasos a mí también me pesa, sobre todo por esta molesta arena, pero más tarde que temprano llego hasta la puerta para tocar, haciendo malabares entre el bastón, el regalo y presionar el timbre con un dedo. Me he enterado que está aquí viviendo con cierto muchacho que... ¡Vaya coincidencia! También es otro de los inadaptados del norte. Un mago, así como Phoebe que es bruja, a los que no le costado nada saltarse un par de distritos para venir a poner una casa decente en la playa. Le ha costado un par de acomodos políticos, claro. No es que lo diga yo, solo las malas lenguas y la mía que la repite por obligación periodística.
—¡Phoeb…! — exclamo de la emoción al divisar su rostro cuando entreabre la puerta y planeo usar mi bastón para que no la cierre de un sopetón, pero una cuestión más inmediata altera mi plan. Una ráfaga de pelos blancos corre hacia nosotros y por poco no se me cae el regalo, al ser presa de la agitación que hace mover mis manos en aleteos. —¡Aparta a tu perro, Phoebe! ¡Apartalo! ¡Ramik! ¡Ramik! ¡EL PERRO! —. ¿Dónde está ese incompetente que ni siquiera sirve para retener a un mendigo perro? Ahí viene, el imbécil, corriendo a cámara lenta como si fuera un gran golem luchando contra la arena. —¡Déjame entrar! ¡Rápido, Phoebe! ¡Ese perro quiere matarme!
No patea al perro, en cambio lo toma con sus manos por los lados de su torso, a lo que el perro responde moviendo la cola amistosamente y creo que hasta quiere lamer la mano de Ramik. Me da lo mismo. Salgo del coche en un segundo intento de acercarme a la casa de Phoebe Powell, con mi obsequio debidamente envuelto en un papel dorado, con un lazo blanco que contrasta. Cada uno de mis pasos a mí también me pesa, sobre todo por esta molesta arena, pero más tarde que temprano llego hasta la puerta para tocar, haciendo malabares entre el bastón, el regalo y presionar el timbre con un dedo. Me he enterado que está aquí viviendo con cierto muchacho que... ¡Vaya coincidencia! También es otro de los inadaptados del norte. Un mago, así como Phoebe que es bruja, a los que no le costado nada saltarse un par de distritos para venir a poner una casa decente en la playa. Le ha costado un par de acomodos políticos, claro. No es que lo diga yo, solo las malas lenguas y la mía que la repite por obligación periodística.
—¡Phoeb…! — exclamo de la emoción al divisar su rostro cuando entreabre la puerta y planeo usar mi bastón para que no la cierre de un sopetón, pero una cuestión más inmediata altera mi plan. Una ráfaga de pelos blancos corre hacia nosotros y por poco no se me cae el regalo, al ser presa de la agitación que hace mover mis manos en aleteos. —¡Aparta a tu perro, Phoebe! ¡Apartalo! ¡Ramik! ¡Ramik! ¡EL PERRO! —. ¿Dónde está ese incompetente que ni siquiera sirve para retener a un mendigo perro? Ahí viene, el imbécil, corriendo a cámara lenta como si fuera un gran golem luchando contra la arena. —¡Déjame entrar! ¡Rápido, Phoebe! ¡Ese perro quiere matarme!
Lo que me faltaba, si es que esta mujer encima no puede ser discreta no, tiene que montar un espectáculo que haga a todos los vecinos elevar la cabeza de sus cosas e ir a husmear por la ventana. Eso mismo hago yo cuando escucho una voz demasiado conocida, no importa cuanto tiempo haya pasado de la última vez que nos vimos, la recuerdo como si no nos hubiéramos pasados tardes en compañía de la otra, algunas más por obligación a la necesidad que por otra cosa. No puedo decir lo mismo de Georgia Ehrenreich, cuya figura puedo divisar gracias a los ventanales amplios del salón que dan al paseo marítimo de la playa, seguida de uno de los perros de Lara como si se tratara de un hueso viejo al que debe morder. Estoy tan dispuesta a dejarle hacerlo que ni me planteo el ir a abrir la puerta, soy consciente de a lo que viene, así que simplemente optaré por hacer como si no estuviera en casa.
Si es que casi no puedo contener la risa, cuando la veo correr cargando con ese bastón viejo y su esclavo detrás, sacudo la cabeza con la intención de borrarme esa imagen de la cabeza y dejar de reír, pero resulta imposible cuando se mete en el coche despavorida. Aun así, el timbre de la casa suena unos minutos más tarde, que me hace plantearme el siquiera levantarme del sofá desde donde estoy acomodada tras escurrirme hacia abajo, pero un suspiro es suficiente para incitarme a ser razonable. Si no abro hoy, volverá mañana, o pasado, y así sucesivamente hasta que en lugar de una viejita huyendo de un perro me encuentre con una vieja malhumorada y con un bastón de madera por arma, de modo que me resigno a tirar de la manija para encontrarme con su rostro anciano. — Es tan solo un perro, Georgia, no quiere matarte, lo más probable es que solo quiera jugar. — no sé como es que mi tono de voz es tan calmo, cuando no hace unas semanas la simple mención de su nombre me producía irritación. — Y no es mío, es de la vecina. — aclaro, entreabriendo un poco más la puerta solo porque pienso que Ophelia se la va a comer de un salto. Dejo que la mujer anciana entre a mi hogar, algo a regañadientes si voy a ser sincera, para después acariciar la cabeza peluda del perro con una sonrisa un poco más natural.
Le indico que vuelva con su compañero que aun sigue revolcándose en la arena de la playa, un gesto que me saca un ladrido por su parte, pero asumo que es amistoso por como mueve el rabo de un lado para otro con efusividad. Solo cuando se decide por salir corriendo de nuevo, creo que a por una nueva víctima vestida de esclavo, me preparo para cerrar la puerta, pero me tomo mi tiempo en echarle un vistazo a Georgia antes de hacerlo. — ¿Qué es eso? — inquiero señalando el paquete envuelto que porta, vacilante en lo que espero una respuesta que espero no acabe como la última vez que alguien se presentó aquí con un objeto envuelto. — ¿Ya te cansaste de escribir sobre mi familia o es que vienes a por más información para rellenar tus artículos? — desisto en tratar de averiguar lo que guarda, me limito a cerrar la puerta tras de mí y doy unos pasos en su dirección. — Aunque tampoco es como si te hiciera falta, ¿no es así? — suena a que se lo estoy reprochando, y es precisamente eso lo que estoy haciendo, porque esta mujer tiene predilección por usar su imaginación cuando le conviene.
Si es que casi no puedo contener la risa, cuando la veo correr cargando con ese bastón viejo y su esclavo detrás, sacudo la cabeza con la intención de borrarme esa imagen de la cabeza y dejar de reír, pero resulta imposible cuando se mete en el coche despavorida. Aun así, el timbre de la casa suena unos minutos más tarde, que me hace plantearme el siquiera levantarme del sofá desde donde estoy acomodada tras escurrirme hacia abajo, pero un suspiro es suficiente para incitarme a ser razonable. Si no abro hoy, volverá mañana, o pasado, y así sucesivamente hasta que en lugar de una viejita huyendo de un perro me encuentre con una vieja malhumorada y con un bastón de madera por arma, de modo que me resigno a tirar de la manija para encontrarme con su rostro anciano. — Es tan solo un perro, Georgia, no quiere matarte, lo más probable es que solo quiera jugar. — no sé como es que mi tono de voz es tan calmo, cuando no hace unas semanas la simple mención de su nombre me producía irritación. — Y no es mío, es de la vecina. — aclaro, entreabriendo un poco más la puerta solo porque pienso que Ophelia se la va a comer de un salto. Dejo que la mujer anciana entre a mi hogar, algo a regañadientes si voy a ser sincera, para después acariciar la cabeza peluda del perro con una sonrisa un poco más natural.
Le indico que vuelva con su compañero que aun sigue revolcándose en la arena de la playa, un gesto que me saca un ladrido por su parte, pero asumo que es amistoso por como mueve el rabo de un lado para otro con efusividad. Solo cuando se decide por salir corriendo de nuevo, creo que a por una nueva víctima vestida de esclavo, me preparo para cerrar la puerta, pero me tomo mi tiempo en echarle un vistazo a Georgia antes de hacerlo. — ¿Qué es eso? — inquiero señalando el paquete envuelto que porta, vacilante en lo que espero una respuesta que espero no acabe como la última vez que alguien se presentó aquí con un objeto envuelto. — ¿Ya te cansaste de escribir sobre mi familia o es que vienes a por más información para rellenar tus artículos? — desisto en tratar de averiguar lo que guarda, me limito a cerrar la puerta tras de mí y doy unos pasos en su dirección. — Aunque tampoco es como si te hiciera falta, ¿no es así? — suena a que se lo estoy reprochando, y es precisamente eso lo que estoy haciendo, porque esta mujer tiene predilección por usar su imaginación cuando le conviene.
—Esos dicen todos, ¡tonterías! Dicen que todo era un juego luego de haberme dado el susto— mascullo entre dientes, que me he movido por lugares en que te matan con una puñalada certera o te piden disculpas si es que fallan, diciendo que no fue la intención. Juzgo con desconfianza a ese perro que peca de entusiasta, ¿será siquiera un perro? ¡¿Y qué si es un animago?! No se puede confiar en las apariencias, ¡si lo sabré yo! No me extrañaría que el ministro de Justicia o los aurores que viven aquí cerca, de la casa que sea que proviene este perro, en realidad se hayan conseguido un guardia camuflado en animal. La seguridad de estos días es débil, escribo sobre eso todos los días, aunque desde hace tiempo que me reservo la columna de editorial que es la voz principal del diario, donde puedo explayarme dando un panorama general y haciendo énfasis en los rumores de los funcionarios más importantes del ministerio, que me dio la oportunidad de poner en sobre aviso a Phoebe para que supiera que iría a por ella ahora que estamos viviendo cerca. Si me tardé demasiado en hacerle la visita para darle la bienvenida a la vida civilizada de Neopanem.
Cruzo la puerta de su casa con la confianza y el aplomo que me han dado los años, golpeando con mi bastón las baldosas. Busco el primer sillón que me queda cerca para sentarme a mis anchas, con la excusa siempre de que no puedo estarme mucho tiempo de pie, y también porque una vez sentada, es más difícil que me echen. —¡Tu regalo de bodas, por supuesto!— contesto, tan animada como si la celebración fuera hoy mismo. —Querida, no sé si es que mis secretarios son unos inútiles o si apuntaste mal mi dirección, pero no me llegó la invitación. ¡Descuida! Entre viejas conocidas no necesitamos de esas formalidades, te acompañaré de todo corazón ese día. ¿Qué tal van los preparativos? Te traje estas tacitas de té encantadoras por los buenos recuerdos, espero que las disfruten con tu esposo cuando reciban invitados— hablo, imponiendo mi voz a su sala, dando por sentado tantas cosas como es mi costumbre, no se llega a ocupar un sillón con el mío con la barbilla baja, no, eso lo hice por años cuando me pare al lado de Gilbert como una esposa trofeo.
Coloco con cuidado el obsequio en la mesita baja que tengo al alcance y tomo el puño de mi bastón con ambas manos. —Ay, Phoebe, te veo y no puedo creer lo que ha pasado el tiempo— me finjo conmovida con una sonrisa que me llena la cara. Fueron años de frecuentarla a ella y a Rebecca en mis andanzas por el norte, recogiendo esa información que Gilbert agradecía sin hacer muchas preguntas de cómo lo conseguía, dejando que me encargara del trabajo sucio del que no quería saber nada porque su ética le impedía ser quien se manchara las manos, pero no que las usara para escribir. Se lo agradezco, me dio la oportunidad de personas fascinantes, criminales en su mayoría, de los que se puede aprender más que de los estirados del Capitolio. Y mentes fabulosas, como las de mi adorada Phoebe. —Tan madura, con tan buen juicio. ¡Si ya vas a sentar cabeza! Ojalá todas las muchachas de tu edad fueran así…— lanzo un suspiro teatral, tan acongojada que me siente aunque por motivos distintos a los que planteo. —Contigo no me andaré con vueltas, Phoebe. Sé que estarás ocupada con lo de tu boda… he venido a pedirte un favor, ¡oh, tranquila! Nada fuera de tus posibilidades. Necesito que me ayudes a ayudar a otra persona…—. Me inclino un poco hacia ella con mi bastón en medio. —Mi nieta, mi pobre nieta está algo desorientada. No la veo bien, necesita… encontrar un rumbo.
Cruzo la puerta de su casa con la confianza y el aplomo que me han dado los años, golpeando con mi bastón las baldosas. Busco el primer sillón que me queda cerca para sentarme a mis anchas, con la excusa siempre de que no puedo estarme mucho tiempo de pie, y también porque una vez sentada, es más difícil que me echen. —¡Tu regalo de bodas, por supuesto!— contesto, tan animada como si la celebración fuera hoy mismo. —Querida, no sé si es que mis secretarios son unos inútiles o si apuntaste mal mi dirección, pero no me llegó la invitación. ¡Descuida! Entre viejas conocidas no necesitamos de esas formalidades, te acompañaré de todo corazón ese día. ¿Qué tal van los preparativos? Te traje estas tacitas de té encantadoras por los buenos recuerdos, espero que las disfruten con tu esposo cuando reciban invitados— hablo, imponiendo mi voz a su sala, dando por sentado tantas cosas como es mi costumbre, no se llega a ocupar un sillón con el mío con la barbilla baja, no, eso lo hice por años cuando me pare al lado de Gilbert como una esposa trofeo.
Coloco con cuidado el obsequio en la mesita baja que tengo al alcance y tomo el puño de mi bastón con ambas manos. —Ay, Phoebe, te veo y no puedo creer lo que ha pasado el tiempo— me finjo conmovida con una sonrisa que me llena la cara. Fueron años de frecuentarla a ella y a Rebecca en mis andanzas por el norte, recogiendo esa información que Gilbert agradecía sin hacer muchas preguntas de cómo lo conseguía, dejando que me encargara del trabajo sucio del que no quería saber nada porque su ética le impedía ser quien se manchara las manos, pero no que las usara para escribir. Se lo agradezco, me dio la oportunidad de personas fascinantes, criminales en su mayoría, de los que se puede aprender más que de los estirados del Capitolio. Y mentes fabulosas, como las de mi adorada Phoebe. —Tan madura, con tan buen juicio. ¡Si ya vas a sentar cabeza! Ojalá todas las muchachas de tu edad fueran así…— lanzo un suspiro teatral, tan acongojada que me siente aunque por motivos distintos a los que planteo. —Contigo no me andaré con vueltas, Phoebe. Sé que estarás ocupada con lo de tu boda… he venido a pedirte un favor, ¡oh, tranquila! Nada fuera de tus posibilidades. Necesito que me ayudes a ayudar a otra persona…—. Me inclino un poco hacia ella con mi bastón en medio. —Mi nieta, mi pobre nieta está algo desorientada. No la veo bien, necesita… encontrar un rumbo.
Mi regalo de qué. No pensé que esta mujer se tomaría tantas molestias, pero siendo que la conozco desde hace tiempo, tendría que haber pensado tan solo un poco más para recordar lo mucho que le gustan a este mujer las apariencias, los detalles incluso cuando no los siente. Me pregunto si esta vez se trata de uno de esos sentimientos, si realmente ha tenido el gesto amable de presentarse en mi casa con un regalo por pura bondad, o si por el contrario se trata de un aliciente para que actúe en su favor. Conociéndola, lo más probable es que se trate de ambas. — Deberías buscarte nuevos secretarios en ese caso, hace tiempo que enviamos las invitaciones. — miento, que no es por decirle directamente a la cara que ni locos la hubiéramos invitado a la boda, pero siendo que se va a presentar igualmente — tiene los métodos como para hacerlo y prefiero que no le dé un infarto como admita que no pensé en enviarle una tarjeta —, pues al menos que quede bien diciéndolo.
La observo moverse por mi casa con la comodidad de como si fuera suya, que yo termino siguiéndola como si no fuera la mía y eso me deja en un segundo plano mientras pasa a acomodarse en el sofá, por lo que hago lo mismo con el que se encuentra en frente, así vigilo sus movimientos desde una buena perspectiva. — Bien, los preparativos van bien, pero prefiero no estropearte la sorpresa. — y sí, definitivamente voy a contratar a alguien que se encargue exclusivamente de no permitir entrar a esta mujer a mi boda, a saber lo que puede ir contando por ahí sobre mí como se le cruce un cable, que ya sabemos que de esos tiene varios con el circuito erróneo. Me siento un poco mala persona con ese pensamiento, así que me apresuro a mostrar una sonrisa, aunque sea bastante forzada y por obligación a su detalle. — Erm… gracias, no tenías por qué. ¿Cómo te has enterado? No es que subestime tu capacidad para conseguir información, tan solo es mera curiosidad. — que tampoco es como si mi compromiso fuera secreto siendo que soy la hermana de un ministro, pero quiero escucharlo salir de su boca. ¿Y no es todo esto un poco incómodo? Creo que un tanto, no vamos a mentir diciendo que esta mujer no se está comportando como si fuera mi abuela. ¡Y tazas de té! ¿En serio? Si es que seguro que lo ha hecho a propósito.
No olvido con quién me estoy sentando, a quien tengo en frente es la misma persona que lleva trabajando su doble cara de ciudadana respetable durante décadas, al punto de que hasta a mí se me hace complicado el averiguar cuando está hablando ella y cuando su otra faceta de maníaca. Está bien… puede que también me haya pasado con ese último comentario. — No ha pasado tanto tiempo en realidad, son las circunstancias las que han cambiado. — me atrevo a corregirla, puesto que para ella unos años no tienen que ser nada en comparación con todo lo que lleva vivido. No es el paso del tiempo en sí lo que ha cambiado, ni la rapidez con la que transcurre, sino el hecho de que ya no dependo de nuestros tratos para poder subsistir. Pero ese pequeño detalle creo que ella no lo ha debido de apreciar todavía. — Tú te ves… igual. — que iba a decir más vieja, pero tampoco voy a pasarme precisamente hoy, así que me conformo con que eso que añado suene casi como un cumplido.
Si por dramas fueran a esta mujer le daría un premio, tengo que recordarme que es la misma mujer que podría poner mi vida patas arriba si empieza a sacar a relucir mi pasado en sus páginas, con tinta negra pero por una verdadera razón. — Hace ya tiempo de que asenté cabeza, Georgia, y no tengo tan buen juicio, eres tú la que tiene una imagen errónea. — la hablo como si estuviera tratando con una niña a la que ya han explicado varias veces la lección y siguiera sin entender, con un tono de voz pausado y algo calmo en contraste con su actuación. Se me hace raro escucharla llamarme por mi primer nombre, pero qué más da, lo que tiene por decir me interesa bastante más que eso. Tratándose de favores, es normal que mis cejas tomen una curvatura especial, que pretende delatar sus intenciones incluso cuando creo saber por donde van los tiros. — ¿Y qué rumbo sería ese, precisamente? — pregunto con exasperación, que a esta anciana hay que sacarle las cosas con pinzas. — Si no se encuentra a sí misma, dile que vaya a un psicomago, son más efectivos y mucho más cualificados para tratar con lo que sea. — ¿qué voy a hacer yo? ¿animarla con una tacita de té? Hay que ver… y claro que esta mujer viene con segundas intenciones.
La observo moverse por mi casa con la comodidad de como si fuera suya, que yo termino siguiéndola como si no fuera la mía y eso me deja en un segundo plano mientras pasa a acomodarse en el sofá, por lo que hago lo mismo con el que se encuentra en frente, así vigilo sus movimientos desde una buena perspectiva. — Bien, los preparativos van bien, pero prefiero no estropearte la sorpresa. — y sí, definitivamente voy a contratar a alguien que se encargue exclusivamente de no permitir entrar a esta mujer a mi boda, a saber lo que puede ir contando por ahí sobre mí como se le cruce un cable, que ya sabemos que de esos tiene varios con el circuito erróneo. Me siento un poco mala persona con ese pensamiento, así que me apresuro a mostrar una sonrisa, aunque sea bastante forzada y por obligación a su detalle. — Erm… gracias, no tenías por qué. ¿Cómo te has enterado? No es que subestime tu capacidad para conseguir información, tan solo es mera curiosidad. — que tampoco es como si mi compromiso fuera secreto siendo que soy la hermana de un ministro, pero quiero escucharlo salir de su boca. ¿Y no es todo esto un poco incómodo? Creo que un tanto, no vamos a mentir diciendo que esta mujer no se está comportando como si fuera mi abuela. ¡Y tazas de té! ¿En serio? Si es que seguro que lo ha hecho a propósito.
No olvido con quién me estoy sentando, a quien tengo en frente es la misma persona que lleva trabajando su doble cara de ciudadana respetable durante décadas, al punto de que hasta a mí se me hace complicado el averiguar cuando está hablando ella y cuando su otra faceta de maníaca. Está bien… puede que también me haya pasado con ese último comentario. — No ha pasado tanto tiempo en realidad, son las circunstancias las que han cambiado. — me atrevo a corregirla, puesto que para ella unos años no tienen que ser nada en comparación con todo lo que lleva vivido. No es el paso del tiempo en sí lo que ha cambiado, ni la rapidez con la que transcurre, sino el hecho de que ya no dependo de nuestros tratos para poder subsistir. Pero ese pequeño detalle creo que ella no lo ha debido de apreciar todavía. — Tú te ves… igual. — que iba a decir más vieja, pero tampoco voy a pasarme precisamente hoy, así que me conformo con que eso que añado suene casi como un cumplido.
Si por dramas fueran a esta mujer le daría un premio, tengo que recordarme que es la misma mujer que podría poner mi vida patas arriba si empieza a sacar a relucir mi pasado en sus páginas, con tinta negra pero por una verdadera razón. — Hace ya tiempo de que asenté cabeza, Georgia, y no tengo tan buen juicio, eres tú la que tiene una imagen errónea. — la hablo como si estuviera tratando con una niña a la que ya han explicado varias veces la lección y siguiera sin entender, con un tono de voz pausado y algo calmo en contraste con su actuación. Se me hace raro escucharla llamarme por mi primer nombre, pero qué más da, lo que tiene por decir me interesa bastante más que eso. Tratándose de favores, es normal que mis cejas tomen una curvatura especial, que pretende delatar sus intenciones incluso cuando creo saber por donde van los tiros. — ¿Y qué rumbo sería ese, precisamente? — pregunto con exasperación, que a esta anciana hay que sacarle las cosas con pinzas. — Si no se encuentra a sí misma, dile que vaya a un psicomago, son más efectivos y mucho más cualificados para tratar con lo que sea. — ¿qué voy a hacer yo? ¿animarla con una tacita de té? Hay que ver… y claro que esta mujer viene con segundas intenciones.
Si la práctica la ha hecho una zorra mentira, que tiene la cara para mentirme con tanto descaro sobre cierta invitación a una boda en la que nunca colocaron mi nombre para enviármela, se bien que lo último que querría es tenerme presente entre los más allegados por las cosas que podría contar. Conozco mejor a esta muchacha de lo que incluso su hermano puede saber, porque me precio de conocer mejor a las personas de lo que pueden saber cualquiera de sus cercanos. Si no es falso cuando digo que mi relación de años con esta chica que recuperó el apellido Powell me da el derecho a irrumpir en su vida a capricho. Pero, ¡no perdamos los buenos modales debido a resentimientos de antaño! Estamos del lado civilizado de Neopanem, mantengamos la elegancia. —Un comentario por aquí, un comentario por allá. Sabes que mi trabajo me obliga a estar pendiente de lo que la gente dice… así como darles cosas para decir— se lo recuerdo, si mal no lo recuerdo, el artículo que hablaba su familia dio motivo de charla a más de uno. Por mi parte tenía en conocimiento que el padre de nuestro joven y prometedor ministro de Justicia era un humano, ¡pero si hasta a mí me sorprendió verlo en pantalla! Lo daba como un esclavo del que ni siquiera yo pude tener información por haberse vuelto poco menos que un anónimo en el mercado.
Mis labios conservan la sonrisa tirante que remarca las arrugas de mi rostro por su comentario que peca de halagüeño, se lo agradezco con el gesto, es una charla tan medida que me da ganas de pedirle que estrenemos las tazas de té y si tiene algún esclavo que pida que traigan las masitas. Pero, ¡ah! No lo tiene, lo sé bien. Phoebe está aquí probando cómo se siente vivir decentemente, ¿cuánto tiempo les demandará a ella y a su futuro marido volver a los viejos malos hábitos? En especial al muchacho, las apuestas no son fáciles de dejar, ni tampoco esa tendencia a la violencia. Lo que más me apenaría de todo, es que Phoebe sea una víctima similar a su madre con un marido que haga gala de esas mañas. En verdad lo lamentaría, la necesito bien, viva, con la mente lúcida. —Sé juzgar a la gente, Phoebe. Te verás más madura y te lo reconozco, pero no peques de soberbia conmigo. Te llevo décadas de madurez como para saber medir a las personas y saber qué puedo esperar de cada una, así como qué pedirle…
Y eso nos trae al motivo de mi visita, porque necesito ir moviendo mis piezas para conseguir de Jolene lo que pretendo, la persona que espero que sea para poder pedirle lo que deseo. Pero necesita convertirse en esa persona primero. — No le pagaré un psicomago para que vaya una terapia de años que no le darán ninguna solución, el dinero de esa gente se hace a partir de nuestros traumas, ¿por qué los resolverían?— replico, descartando esa opción a la que no consideraré un segundo pensamiento, tengo mis estrategias y pienso ponerlas en acción. —Necesita de un empujón, de unas pocas palabras que la animen, lo único que quiero para mi nieta es lo mismo que tienes tú— digo, esa sonrisa que endulza mi mirada me hace ver como una vieja romántica. — Quiero que se case, Phoebe—. ¡Oh, sí! ¿Qué abuela no querría ver a su nieta casada, asentada y la alegría de un bisnieto al menos para asegurarse que la familia se perpetúa? Saquemos de lado que lo mejor que podría pasar es que los Yorkey como apellido se extingan, ¡lo bueno de que Jolene sea mujer! Si tiene un niño llevaría el apellido del padre. —Y no con cualquier hombre, por supuesto que no. Sólo quiero lo mejor para Jolene y… un marido bien acomodado en el ministerio. No pienses en los escalones medios, querida. Mira a la cima, tenemos varios ministros solteros—, solo por molestarla, hago un rodeo antes de llegar a mi punto. —Tu hermano, por ejemplo. ¿Te gustaría conocer a Jolene y comprobar su calidad como cuñada? Las dos son muchachas que han pasado por muchas experiencias difíciles, tendrán mucho para conversar y entenderse. También podría ser el ministro Helmuth… un poco mayor, pero eso no es problema, sigue siendo atractivo para su edad. Es una lástima que nuestro ministro Weynart esté casado y cazado de pies y manos. Pero sé que tiene un hermano menor, la verdad es que no me molestaría cambiar el rango de mi búsqueda, porque el peso del apellido sigue siendo el mismo. ¿No te inspira ayudarme, cariño? Toda esta alegría por tu matrimonio, transmitirle a otra muchacha— tiendo mi mano hacia ella esperando su respuesta.
Mis labios conservan la sonrisa tirante que remarca las arrugas de mi rostro por su comentario que peca de halagüeño, se lo agradezco con el gesto, es una charla tan medida que me da ganas de pedirle que estrenemos las tazas de té y si tiene algún esclavo que pida que traigan las masitas. Pero, ¡ah! No lo tiene, lo sé bien. Phoebe está aquí probando cómo se siente vivir decentemente, ¿cuánto tiempo les demandará a ella y a su futuro marido volver a los viejos malos hábitos? En especial al muchacho, las apuestas no son fáciles de dejar, ni tampoco esa tendencia a la violencia. Lo que más me apenaría de todo, es que Phoebe sea una víctima similar a su madre con un marido que haga gala de esas mañas. En verdad lo lamentaría, la necesito bien, viva, con la mente lúcida. —Sé juzgar a la gente, Phoebe. Te verás más madura y te lo reconozco, pero no peques de soberbia conmigo. Te llevo décadas de madurez como para saber medir a las personas y saber qué puedo esperar de cada una, así como qué pedirle…
Y eso nos trae al motivo de mi visita, porque necesito ir moviendo mis piezas para conseguir de Jolene lo que pretendo, la persona que espero que sea para poder pedirle lo que deseo. Pero necesita convertirse en esa persona primero. — No le pagaré un psicomago para que vaya una terapia de años que no le darán ninguna solución, el dinero de esa gente se hace a partir de nuestros traumas, ¿por qué los resolverían?— replico, descartando esa opción a la que no consideraré un segundo pensamiento, tengo mis estrategias y pienso ponerlas en acción. —Necesita de un empujón, de unas pocas palabras que la animen, lo único que quiero para mi nieta es lo mismo que tienes tú— digo, esa sonrisa que endulza mi mirada me hace ver como una vieja romántica. — Quiero que se case, Phoebe—. ¡Oh, sí! ¿Qué abuela no querría ver a su nieta casada, asentada y la alegría de un bisnieto al menos para asegurarse que la familia se perpetúa? Saquemos de lado que lo mejor que podría pasar es que los Yorkey como apellido se extingan, ¡lo bueno de que Jolene sea mujer! Si tiene un niño llevaría el apellido del padre. —Y no con cualquier hombre, por supuesto que no. Sólo quiero lo mejor para Jolene y… un marido bien acomodado en el ministerio. No pienses en los escalones medios, querida. Mira a la cima, tenemos varios ministros solteros—, solo por molestarla, hago un rodeo antes de llegar a mi punto. —Tu hermano, por ejemplo. ¿Te gustaría conocer a Jolene y comprobar su calidad como cuñada? Las dos son muchachas que han pasado por muchas experiencias difíciles, tendrán mucho para conversar y entenderse. También podría ser el ministro Helmuth… un poco mayor, pero eso no es problema, sigue siendo atractivo para su edad. Es una lástima que nuestro ministro Weynart esté casado y cazado de pies y manos. Pero sé que tiene un hermano menor, la verdad es que no me molestaría cambiar el rango de mi búsqueda, porque el peso del apellido sigue siendo el mismo. ¿No te inspira ayudarme, cariño? Toda esta alegría por tu matrimonio, transmitirle a otra muchacha— tiendo mi mano hacia ella esperando su respuesta.
Alzo una ceja porque sí, creo que la parte favorita de su trabajo es el poder escuchar a la gente chismorrear sobre sus escritos, más allá de habérselos inventando o de haber adquirido una información más que errónea. No me confundo al decir que me he ganado más de una mirada indiscreta en los últimos meses por su culpa, que gracias a ella he podido comprobar lo mucho que algunos desprecian mi apellido. — Ya veo, ¿no te es difícil mantener tu reputación en alto a costa de la los demás? Mucha gente te odia, aborrece lo que escribes y, aun así, yo misma te he dejado poner un pie en mi casa. — digo sin mucho preámbulo ni dilación, curiosa por saber dónde es que se termina su poder y empieza a pensar cuando ha sido suficiente. Caigo en el error de creer que lo hay, que habrá un punto en que la mujer que tengo en frente frenará sus propios pasos antes de que sea demasiado tarde, pero claro está que vive con la aseguración de que la gente escuchará sus palabras, porque siempre sabe lo que el público necesita oír, cuáles son los sentimientos que quiere avivar en aquellos no tan interesantes a sus ojos como para aparecer propiamente en sus páginas.
Y ahí está, esa forma de hablarme como si estuviera recibiendo una regañina por parte de mi propia madre, que se parece en cierto modo a la forma que tiene Rebecca de hacerlo también, incluso cuando es evidente que ya no estoy en posición de buscar su consejo. Aun así, siento como mi espalda se estira en el sofá, entrecruzo mis piernas de manera que puedo moverme para disimular mi respiración en el movimiento. Me molesta, me incomoda que en mi propio hogar tenga la capacidad de hacerme sentir como si no perteneciera aquí, lo puedo sentir en su mirada casi tanto como pude percibir el odio en los ojos de Becca hace pasadas semanas. Me fuerzo a morderme la lengua para no tener la oportunidad de soltar una tontería, relajando mi compostura solo porque me autoconvenzo de que se trata únicamente de una simple anciana, a pesar de que tan solo las arrugas que recorren su rostro me producen respeto.
— ¿Quieres casar a tu nieta? — pienso en voz alta, la cara de espasmo que se me queda relata bastante bien lo que pasa por mi cabeza. ¿En qué clase de siglo cree esta mujer que vivimos? Se me cierra la garganta solo de que mencione a mi hermano, aun más cuando el ministro de salud aparece en conversación y ahora sí mis cejas junto con mi nariz se arrugan en oposición inmediata. Si no suelto un chasquido de chiste cuando termina es porque aun me reservo para peticiones futuras, que estoy segura de que esta mujer podría llegar a niveles más altos de desvaríos. — Pues no, la verdad. — no me inspira hacerle ese favor, así se lo presento en una respuesta corta y honesta, que aunque ambas camuflemos nuestras intenciones las dos tenemos esa capacidad de reconocer en qué situaciones debemos ser sutiles y en qué otras no hace falta escondernos los propósitos. — ¿Acaso le has preguntado a ella si quiere casarse? Creo que la primera en decidir algo como eso debería ser ella, no por puro capricho familiar. — despego la mirada un segundo hacia la mano que me tiende, pero lejos de aceptarla vuelvo a posar mis ojos sobre los suyos. — Ha pasado tiempo desde que progenitores o adyacentes escojan con quién debería casarse una mujer, que, de todas maneras, ¿en qué la beneficiaría a ella? No quieres pagar un psicólogo, pero estás dispuesta a ponerle un anillo en el dedo con cualquiera que presente un apellido de peso, ¿no que estaba perdida? No llego a captar como es que la ayudaría a encontrarse un marido al que no conoce más que por lo que sale en televisión. — puede notarse por el tono de mi voz que lo que propone me resulta ridículo, mucho más que otras propuestas con las que me ha incordiado en el pasado, y eso que han sido bastantes. — Me caso porque quiero hacerlo, Georgia, porque amo al hombre que me pidió casamiento, no porque me lo haya impuesto mi hermano. — que si estuviéramos en otros tiempos, lo más probable es que fuera él quién se encargase de casarme con alguien de una etiqueta mayor. Pero que ya hemos pasado de esa época, por favor, solo de pensar de esa manera se me aparece la cara de repugnancia. — De modo que en realidad no quieres ayudarla, solo quieres utilizarla a tu favor. — adivino, que no es tan difícil porque lo viene haciendo desde que la conozco. — ¿Con qué intención, si no es molestia preguntar? — ¿qué es lo que tanto ansía y que se sale de su alcance?
Y ahí está, esa forma de hablarme como si estuviera recibiendo una regañina por parte de mi propia madre, que se parece en cierto modo a la forma que tiene Rebecca de hacerlo también, incluso cuando es evidente que ya no estoy en posición de buscar su consejo. Aun así, siento como mi espalda se estira en el sofá, entrecruzo mis piernas de manera que puedo moverme para disimular mi respiración en el movimiento. Me molesta, me incomoda que en mi propio hogar tenga la capacidad de hacerme sentir como si no perteneciera aquí, lo puedo sentir en su mirada casi tanto como pude percibir el odio en los ojos de Becca hace pasadas semanas. Me fuerzo a morderme la lengua para no tener la oportunidad de soltar una tontería, relajando mi compostura solo porque me autoconvenzo de que se trata únicamente de una simple anciana, a pesar de que tan solo las arrugas que recorren su rostro me producen respeto.
— ¿Quieres casar a tu nieta? — pienso en voz alta, la cara de espasmo que se me queda relata bastante bien lo que pasa por mi cabeza. ¿En qué clase de siglo cree esta mujer que vivimos? Se me cierra la garganta solo de que mencione a mi hermano, aun más cuando el ministro de salud aparece en conversación y ahora sí mis cejas junto con mi nariz se arrugan en oposición inmediata. Si no suelto un chasquido de chiste cuando termina es porque aun me reservo para peticiones futuras, que estoy segura de que esta mujer podría llegar a niveles más altos de desvaríos. — Pues no, la verdad. — no me inspira hacerle ese favor, así se lo presento en una respuesta corta y honesta, que aunque ambas camuflemos nuestras intenciones las dos tenemos esa capacidad de reconocer en qué situaciones debemos ser sutiles y en qué otras no hace falta escondernos los propósitos. — ¿Acaso le has preguntado a ella si quiere casarse? Creo que la primera en decidir algo como eso debería ser ella, no por puro capricho familiar. — despego la mirada un segundo hacia la mano que me tiende, pero lejos de aceptarla vuelvo a posar mis ojos sobre los suyos. — Ha pasado tiempo desde que progenitores o adyacentes escojan con quién debería casarse una mujer, que, de todas maneras, ¿en qué la beneficiaría a ella? No quieres pagar un psicólogo, pero estás dispuesta a ponerle un anillo en el dedo con cualquiera que presente un apellido de peso, ¿no que estaba perdida? No llego a captar como es que la ayudaría a encontrarse un marido al que no conoce más que por lo que sale en televisión. — puede notarse por el tono de mi voz que lo que propone me resulta ridículo, mucho más que otras propuestas con las que me ha incordiado en el pasado, y eso que han sido bastantes. — Me caso porque quiero hacerlo, Georgia, porque amo al hombre que me pidió casamiento, no porque me lo haya impuesto mi hermano. — que si estuviéramos en otros tiempos, lo más probable es que fuera él quién se encargase de casarme con alguien de una etiqueta mayor. Pero que ya hemos pasado de esa época, por favor, solo de pensar de esa manera se me aparece la cara de repugnancia. — De modo que en realidad no quieres ayudarla, solo quieres utilizarla a tu favor. — adivino, que no es tan difícil porque lo viene haciendo desde que la conozco. — ¿Con qué intención, si no es molestia preguntar? — ¿qué es lo que tanto ansía y que se sale de su alcance?
—¿Sabes por qué lo hacen, querida?— pregunto, poniéndome todo lo cómoda que puedo en su sillón, me costó mucho tiempo y mucho sacrificio de partes de mi misma que nunca recuperaré, el poder sentarme donde sea con la autoridad de la que hago gala. —Porque la gente dice escandalizarse de lo morboso, pero no apartan la vista. La gente critica el chisme, y criticándolo, lo difunden. La gente dice detestar lo que ve, lo que lee y juzga a quien pone eso en sus manos, pero… lo toma, la gente se regodea en lo que dice despreciar, llámalo placer culposo o hipocresía, también digamos que la gente es simplemente así—, la sonrisa que le muestro es serena, es honesta. —El artículo sobre tu familia les encantó, Phoebe. Lo amaron. Estás en boca de todos y tu hermano… tu hermano sigue siendo una criatura que cautiva al público…— muevo mi mano hacia ella, como demostrándole lo que ha sido evidente desde la primera vez que escribí un artículo con el apellido Powell en el encabezado. Los suplementos de chismes de la farándula también suben en sus ventas cada vez que se menciona a uno de nuestros ministros o jueces, ¡y sí que han dado material!
Me aparto de esos temas que no le interesan, banalidades que cualquier persona que como ella ha pasado por miserias reales, no compraría. No son charlas para un carácter como el suyo que ha sabido dar fuerza a sus comentarios escuetos, puedo recordar esas respuestas cuando también era una muchacha que apenas tenía para comer y aceptaba las dos monedas que se le daban a cambio de una lectura porque las necesitaba, claro que no las necesita ahora, no tiene por fingirse amable conmigo y tampoco aceptar mi amabilidad. Enderezo mi espalda en lo que termina de marcar su postura al respecto del favor que espero pueda cumplirle a mi nieta, mi mirada no titubea cuando juzga de antiguas mis prácticas. ¿Qué tan segura está de eso? ¿En serio cree que las familias que tienen algo que resguardar siguen admitiendo casamientos a capricho? Porque el casamiento por amor es eso, puro capricho. Se necesitan bases más sólidas y las necesito para Jolene. —Si noto a mi nieta desorientada, no esperaré sentada a que acabe en cualquier camino equivocado, no en estos tiempos que corren y esos caminos abundan. Y busco para ella un compañero con virtudes, es lo que estoy haciendo. ¿Se puede juzgar eso de crueldad? Sólo es preocupación—, ofrezco mi falsa justificación.
Pero ¡claro! Phoebe me conoce, distingue mis segundas intenciones debajo de esa declaración de amor familiar. —Cariño, necesito que le hagas una lectura a mi nieta que la convenza de casarse o de que me acompañe al menos. A cambio te haré el favor de escribir un nuevo artículo sobre tu hermano y sobre ti, recordando todo lo bueno que aportó el ministro Powell para eximirlo de la culpa de cargar con el padre que tiene— soy tan clara como puedo, —pero si no colaboras conmigo, temo que los rumores sobre tu familia se seguirán difundiendo y apuesto a que las ventas irán en crescendo cuando la historia de amor de la hermana del ministro con un apostador del norte, al público le encantan esos romances turbulentos que terminan con un final feliz para todos. ¿Acaso tu hermano no se encargó de dárselos? Todo lo malo ha quedado atrás… ¿ha quedado realmente atrás?
Me aparto de esos temas que no le interesan, banalidades que cualquier persona que como ella ha pasado por miserias reales, no compraría. No son charlas para un carácter como el suyo que ha sabido dar fuerza a sus comentarios escuetos, puedo recordar esas respuestas cuando también era una muchacha que apenas tenía para comer y aceptaba las dos monedas que se le daban a cambio de una lectura porque las necesitaba, claro que no las necesita ahora, no tiene por fingirse amable conmigo y tampoco aceptar mi amabilidad. Enderezo mi espalda en lo que termina de marcar su postura al respecto del favor que espero pueda cumplirle a mi nieta, mi mirada no titubea cuando juzga de antiguas mis prácticas. ¿Qué tan segura está de eso? ¿En serio cree que las familias que tienen algo que resguardar siguen admitiendo casamientos a capricho? Porque el casamiento por amor es eso, puro capricho. Se necesitan bases más sólidas y las necesito para Jolene. —Si noto a mi nieta desorientada, no esperaré sentada a que acabe en cualquier camino equivocado, no en estos tiempos que corren y esos caminos abundan. Y busco para ella un compañero con virtudes, es lo que estoy haciendo. ¿Se puede juzgar eso de crueldad? Sólo es preocupación—, ofrezco mi falsa justificación.
Pero ¡claro! Phoebe me conoce, distingue mis segundas intenciones debajo de esa declaración de amor familiar. —Cariño, necesito que le hagas una lectura a mi nieta que la convenza de casarse o de que me acompañe al menos. A cambio te haré el favor de escribir un nuevo artículo sobre tu hermano y sobre ti, recordando todo lo bueno que aportó el ministro Powell para eximirlo de la culpa de cargar con el padre que tiene— soy tan clara como puedo, —pero si no colaboras conmigo, temo que los rumores sobre tu familia se seguirán difundiendo y apuesto a que las ventas irán en crescendo cuando la historia de amor de la hermana del ministro con un apostador del norte, al público le encantan esos romances turbulentos que terminan con un final feliz para todos. ¿Acaso tu hermano no se encargó de dárselos? Todo lo malo ha quedado atrás… ¿ha quedado realmente atrás?
Espero paciente que conteste ella misma a esa pregunta que ha lanzado al aire, incluso cuando sé cual va a ser la respuesta. No es muy difícil de adivinar tampoco, tratándose de una mujer que vive de la opinión pública, pero el saberlo no me quita de mirarla como si hubiera chupado un limón por demasiado tiempo. — ¿Y acaso eso me tiene que hacer sentir mejor? — me importa más bien poco que a la gente le gustara su artículo, como dejo entrever por la expresión de mi rostro. — Precisamente estar en boca de todos no es lo que me interesa aquí, sino más bien todo lo contrario. Porque por si todavía no se ha dado cuenta, mi familia está con la soga al cuello, como para necesitar de tus ayudas extra. — bufo. Pasar desapercibida siempre fue algo que se me dio bien en el norte, era mi única tarea más allá de sobrevivir como podía, eso la incluye, pero aquí, donde cada paso que doy parece que puede ser usado en mi contra, ser ignorada es algo de lo que solo puedo soñar. — ¿De dónde sacaste esa fotografía? — y con esa pregunta espero que quede explícito que me refiero más bien de quién y no del lugar en sí. No necesito aclarar de lo que hablo, también sabe a lo que me refiero.
— Son extrañas tus formas de preocuparte. — digo, no me engaña soltando toda esa palabrería sobre lo preocupada que le tiene su nieta. Falsa preocupación, eso es lo que esta mujer se trae entre manos, lo que sea que le ponga en el foco de la buena atención, como si le faltara algo por lo que pedir. Si conociera otras circunstancias, si supiera lo que les depara a personas que, como yo no hace tanto, no tienen nada, sería más agradecida a la hora de pedir favores, se conformaría con la vida que lleva como mucha otra gente no puede permitirse. Pero ahí está la cosa, una vez te acostumbras a tenerlo todo, no dejas de buscar algo ausente, incluso cuando eso parece no existir.
Esta vez se permite ser clara, ya no hay espacio para sus comentarios engañosos. No tendría que haber empezado por ahí, nos conocemos de hace tiempo como para no ir con las cosas claras de primeras, directas al grano como siempre le ha gustado hacer. Parece que el hecho de que ahora tenga una casa y un apellido que reclamar le ha hecho olvidar ese detalle. — Ósea, que lo que necesitas en realidad es que le mienta, que le dé una falsa visión de lo que puede esperarla para que lo busque. Aun conociendo que eso es todavía más desalmado que el ir directamente con las intenciones claras. Estará buscando algo inexistente hasta que haga lo propio y huya de ello o caiga en el agujero. — y con eso último me refiero a caer sobre la trampa que su abuela le ha puesto, supuestamente con mi ayuda. ¿Acaso no escucha lo horrible que suena eso? Por supuesto que no. Se me ponen en tensión todos los músculos de la cara, mis labios se aprietan en una fina línea que mis cejas tratan de imitar a pesar de que estoy tratando de impedirlo para que mi reacción no se vea tan obvia. Esta zorra me está amenazando en mi propia casa y todavía tendré que permitirlo. Alto ahí. — No harás algo así. — es mi única respuesta, esperando que el tono de voz se declare lo suficientemente potente como para infringir algo de respeto. — Tengo las herramientas como para hacer que prohíban tu periódico. — lo cual no sé si es del todo cierto, ¿podría mi hermano hacer algo así si se lo pido? ¿incluso cuando eso evidenciaría que lo que escribe Georgia es certero? Tengo mis dudas, pero más temor me da el hecho de que empiece a hablar sucio sobre Charles, a lo que se dedicaba en el norte, a lo que nos dedicábamos.
— Son extrañas tus formas de preocuparte. — digo, no me engaña soltando toda esa palabrería sobre lo preocupada que le tiene su nieta. Falsa preocupación, eso es lo que esta mujer se trae entre manos, lo que sea que le ponga en el foco de la buena atención, como si le faltara algo por lo que pedir. Si conociera otras circunstancias, si supiera lo que les depara a personas que, como yo no hace tanto, no tienen nada, sería más agradecida a la hora de pedir favores, se conformaría con la vida que lleva como mucha otra gente no puede permitirse. Pero ahí está la cosa, una vez te acostumbras a tenerlo todo, no dejas de buscar algo ausente, incluso cuando eso parece no existir.
Esta vez se permite ser clara, ya no hay espacio para sus comentarios engañosos. No tendría que haber empezado por ahí, nos conocemos de hace tiempo como para no ir con las cosas claras de primeras, directas al grano como siempre le ha gustado hacer. Parece que el hecho de que ahora tenga una casa y un apellido que reclamar le ha hecho olvidar ese detalle. — Ósea, que lo que necesitas en realidad es que le mienta, que le dé una falsa visión de lo que puede esperarla para que lo busque. Aun conociendo que eso es todavía más desalmado que el ir directamente con las intenciones claras. Estará buscando algo inexistente hasta que haga lo propio y huya de ello o caiga en el agujero. — y con eso último me refiero a caer sobre la trampa que su abuela le ha puesto, supuestamente con mi ayuda. ¿Acaso no escucha lo horrible que suena eso? Por supuesto que no. Se me ponen en tensión todos los músculos de la cara, mis labios se aprietan en una fina línea que mis cejas tratan de imitar a pesar de que estoy tratando de impedirlo para que mi reacción no se vea tan obvia. Esta zorra me está amenazando en mi propia casa y todavía tendré que permitirlo. Alto ahí. — No harás algo así. — es mi única respuesta, esperando que el tono de voz se declare lo suficientemente potente como para infringir algo de respeto. — Tengo las herramientas como para hacer que prohíban tu periódico. — lo cual no sé si es del todo cierto, ¿podría mi hermano hacer algo así si se lo pido? ¿incluso cuando eso evidenciaría que lo que escribe Georgia es certero? Tengo mis dudas, pero más temor me da el hecho de que empiece a hablar sucio sobre Charles, a lo que se dedicaba en el norte, a lo que nos dedicábamos.
—Querida, yo no puse esa soga alrededor del cuello de nadie, que cada familia se haga cargo de las sogas que solitos se han puesto, yo apenas si di un tirón de nada… — me hago la desentendida por lo molesto que me resulta su tonito altanero, su carácter echado a perder de por sí, se ha vuelto más insoportable ahora que es la hermana de un ministro y tiene privilegios para darse ínfulas. ¿Y a mí va a venir a cuestionarme? ¿Se ha olvidado quién soy? —Todos conocen a todos en algún punto en Neopanem, tu madre fue una persona real, ha dejado huellas que se pueden encontrar si uno las busca… y sé buscar, Phoebe. Nunca te olvides que sé buscar—, y me trago el comentario desagradable y cruel de decirle que atesore la fotografía de su madre, que hasta le he hecho un favor devolviéndole un recuerdo. Si mi cariño es extraño, puede ser. Los hijos que nacieron de mi vientre son los primeros que pueden dar testimonio de eso, siguiendo por mi nieta, y que Phoebe, la muchacha que me ha fascinado desde un comienzo con su mente igual de extraña, repare en esto es una reafirmación de lo que es sabido. Tengo mis maneras peculiares de ser con aquello que quiero.
—¿No lo hiciste antes?— la increpo, por su acto de absurda dignidad de adivina, —¿no vendiste mentiras antes por un par de monedas cuando no tenías carne en los huesos y comías de la basura?— escupo, hablemos claro si es lo que quiere, si quiere desnudar mis intenciones, le hablaré yo también del recuerdo todavía fresco que tengo de aquella muchacha del norte que no tenía nadie que la ampare y ahora tiene la cara para amenazarme con cerrar mi periódico. La carcajada que suelto es alta, burlona, tan cargada de desprecio a su arrogancia. —¿Se lo pedirás a tu hermano? Descuida, iré yo personalmente a tener una charla con él, no hace falta que le lleves mis saludos…— muevo mi mano en el aire como haciéndolo a un lado. —Phoebe, estoy pidiendo un favor y sabes que no espero que lo hagas gratis. Siempre hemos sigo generosas en nuestra amistad. El escenario ha cambiado un poco, pero podemos retomarla. Dime, ¿qué quieres? ¿Qué puedo hacer por ti? Podría continuar con la historia de los pobres niños Powell que tuvieron a un padre abusivo, hablar de lo mucho que le ha costado al pequeño Hans sobreponerse a ello y las penurias que tuvo que pasar la inocente Phoebe, puedo hacer de tu padre el enemigo más terrible y colocarlos a ustedes como los héroes trágicos de esta historia, un par de niños que velan por Neopanem. Puedo hacerlo, puedo escribir historias que todos crean…— expongo, así es. La gente lee el boletín oficial, pero consume amarillismo. —Podrías… podrías incluso trabajar conmigo, querida. Con tu mente…— y ella sabe a lo que me refiero, —podríamos vender tantas páginas con lo que puedas hallar en tu mente…— susurro.
—¿No lo hiciste antes?— la increpo, por su acto de absurda dignidad de adivina, —¿no vendiste mentiras antes por un par de monedas cuando no tenías carne en los huesos y comías de la basura?— escupo, hablemos claro si es lo que quiere, si quiere desnudar mis intenciones, le hablaré yo también del recuerdo todavía fresco que tengo de aquella muchacha del norte que no tenía nadie que la ampare y ahora tiene la cara para amenazarme con cerrar mi periódico. La carcajada que suelto es alta, burlona, tan cargada de desprecio a su arrogancia. —¿Se lo pedirás a tu hermano? Descuida, iré yo personalmente a tener una charla con él, no hace falta que le lleves mis saludos…— muevo mi mano en el aire como haciéndolo a un lado. —Phoebe, estoy pidiendo un favor y sabes que no espero que lo hagas gratis. Siempre hemos sigo generosas en nuestra amistad. El escenario ha cambiado un poco, pero podemos retomarla. Dime, ¿qué quieres? ¿Qué puedo hacer por ti? Podría continuar con la historia de los pobres niños Powell que tuvieron a un padre abusivo, hablar de lo mucho que le ha costado al pequeño Hans sobreponerse a ello y las penurias que tuvo que pasar la inocente Phoebe, puedo hacer de tu padre el enemigo más terrible y colocarlos a ustedes como los héroes trágicos de esta historia, un par de niños que velan por Neopanem. Puedo hacerlo, puedo escribir historias que todos crean…— expongo, así es. La gente lee el boletín oficial, pero consume amarillismo. —Podrías… podrías incluso trabajar conmigo, querida. Con tu mente…— y ella sabe a lo que me refiero, —podríamos vender tantas páginas con lo que puedas hallar en tu mente…— susurro.
No me cabe ninguna duda de que sabe buscar, es la razón principal por la que nuestros caminos se toparon en el norte, un encuentro que me temo se alarga por más tiempo del que me gustaría. A cualquiera le gustaría fardar de las maneras que tiene esta mujer de meterse por los lugares más inhóspitos del norte y salir ilesa, además de victoriosa. Tampoco puedo recriminarle su forma de objetar sobre mi familia porque en esa parte lleva razón. Mi familia no estaría como está si no fuera por las acciones de mi padre, y eso es algo que por mucho que quiera no puedo cambiar, porque no existe una máquina del tiempo que pueda modificar los hechos cuando el daño ya está hecho. Más no es eso lo que produce que la mire titubeante, echando el cuerpo un poco hacia atrás en lo que se me arruga la nariz por el comentario desagradable. — Eran otros tiempos. — me limito a decir, pues no entra en mi rutina diaria el recordar lo desesperada de mi situación. — No negaré lo que hice, y tampoco me excusaré porque alguien me dijo que ninguna de nuestras acciones lo son, por mucho que estén justificadas. — y digo ese alguien a regañadientes con la intención de que tome en cuenta de quién se trata, estoy muy segura de que lo hará, sin necesidad de nombres, hubo un tiempo en el que ni siquiera los necesitábamos. — Pero si ahora tengo la oportunidad de cambiar, créeme, Georgia, que voy a tomarla, no me guiaré por instintos que me lleven a escoger las malas decisiones de entonces. Creo que eso, por mucho que seamos dos personas con crianzas muy diferentes, puedes entenderlo. — y si no, pues tampoco voy a hacer un esfuerzo mucho más grande por hacérselo comprender.
¿Tengo yo que entender eso como una amenaza? Mis ojos intentan descubrir esa connotación que mis oídos no han sido capaces de captar, a pesar de que el tiempo que llevo de conocerla me hizo una experta a la hora de denotar cuando está hablando sin filtros y cuando hay una amenaza directa camuflada de forma sutil entre sus palabras. Creo que esta vez, cuando habla de visitar a mi hermano, se trata de la última. ¿Qué podría contarle ella a mi hermano que no le haya contado yo ya? Pues lamentablemente, muchas más cosas de las que admitiría si me preguntaran. — No quiero nada de ti. — reafirmo, no tan segura de mis palabras como podría haberlo estado hace unos minutos con la misma frase. Y es lo que escupe a continuación que llama un poco más mi atención, porque si bien todo lo que ha escrito hasta ahora no ha resultado en ningún beneficio para mi familia, podría… quizás podría cambiar. Sacudo la cabeza de forma apenas visible, como si quisiera borrar esos pensamientos de mi cabeza y no dejarme llevar por la tentación de su propuesta. — ¿Por qué querría trabajar contigo? Ya tengo un trabajo, no necesito dinero, ni secretos, de esos tengo muchos y con los míos ya me resulta suficiente, ¿por qué, entonces, tendría que aceptar? — me inclino hacia adelante, apoyando mis codos sobre mis piernas, mis manos recorriendo mi frente hasta peinar mi cabello hacia atrás en un gesto que debería ser delicado, pero que decanta todo lo que está pasando a alto flujo por mi cerebro. — Si lo hago… si te hago este único favor… ¿será suficiente? — es un murmullo lo que sale de mis labios, como si de decirlo demasiado alto estuviera aceptando sin ni siquiera darme tiempo a pensarlo. Es una pregunta porque quiero que salga de ella, quiero que sea quién me diga que con esto daremos nuestro acuerdo por zanjado, a pesar de que estoy cerrando de mi mente de los recuerdos en el norte, cómo siempre encontraba la manera de engatusarme en su siguiente capricho.
¿Tengo yo que entender eso como una amenaza? Mis ojos intentan descubrir esa connotación que mis oídos no han sido capaces de captar, a pesar de que el tiempo que llevo de conocerla me hizo una experta a la hora de denotar cuando está hablando sin filtros y cuando hay una amenaza directa camuflada de forma sutil entre sus palabras. Creo que esta vez, cuando habla de visitar a mi hermano, se trata de la última. ¿Qué podría contarle ella a mi hermano que no le haya contado yo ya? Pues lamentablemente, muchas más cosas de las que admitiría si me preguntaran. — No quiero nada de ti. — reafirmo, no tan segura de mis palabras como podría haberlo estado hace unos minutos con la misma frase. Y es lo que escupe a continuación que llama un poco más mi atención, porque si bien todo lo que ha escrito hasta ahora no ha resultado en ningún beneficio para mi familia, podría… quizás podría cambiar. Sacudo la cabeza de forma apenas visible, como si quisiera borrar esos pensamientos de mi cabeza y no dejarme llevar por la tentación de su propuesta. — ¿Por qué querría trabajar contigo? Ya tengo un trabajo, no necesito dinero, ni secretos, de esos tengo muchos y con los míos ya me resulta suficiente, ¿por qué, entonces, tendría que aceptar? — me inclino hacia adelante, apoyando mis codos sobre mis piernas, mis manos recorriendo mi frente hasta peinar mi cabello hacia atrás en un gesto que debería ser delicado, pero que decanta todo lo que está pasando a alto flujo por mi cerebro. — Si lo hago… si te hago este único favor… ¿será suficiente? — es un murmullo lo que sale de mis labios, como si de decirlo demasiado alto estuviera aceptando sin ni siquiera darme tiempo a pensarlo. Es una pregunta porque quiero que salga de ella, quiero que sea quién me diga que con esto daremos nuestro acuerdo por zanjado, a pesar de que estoy cerrando de mi mente de los recuerdos en el norte, cómo siempre encontraba la manera de engatusarme en su siguiente capricho.
Golpeteo la baldosa con la base de mi bastón con impaciencia, ¡tonterías! Las ratas del norte vienen a vivir cerca del Capitolio y se creen damas y caballeros de la buena vida, ¡como si la mala fortuna no los persiguiera y todas sus buenas intenciones al tomar decisiones no fueran en vano! Phoebe puede decirme ahora que está sentada en un cómodo sillón que no tiene resortes a la vista, entre paredes por las que no entran fugas de aire y una puerta que sí se puede cerrar, ¡si esta casa sí tiene puerta! Que se mantendrá por el camino recto y luminoso de los buenos ciudadanos de Neopanem, porque la suerte le ha sonreído. ¡Menudas boberías! La suerte es perra, nos muerde la mano que un día lamió, y el camino de regreso a una vida de miserias no ha quedado tan atrás como ella cree. ¿Crianzas diferentes? Inevitablemente frunzo mi ceño a esto, ¿qué puede creer que sabe esta muchacha sobre lo que fue mi vida? Vaya arrogancia la que tiene, creer que me conoce y puede hacer un juicio de mi persona. Conoce a Georgia Ehrenreich, esposa de Gilbert Enrenreich, dueño y periodista de The Guardian. No sabe nada de mí.
¿Quién demonios se cree? Y desprecia mi ayuda, diciendo que no quiere nada de mí. Estoy lista para ponerme de pie y declararle que si no me quiere de amiga, asumo que somos enemigas, pero su ligero interés en mi propuesta me calma lo suficiente como para querer darle una segunda oportunidad, o una tercera, o una cuarta. ¿Qué no ve todas las oportunidades que le he dado por mi admiración? —¿Eso es lo que quieres? ¿Ser una insulsa profesora de escuela?—, como Jolene, ¡pobre, Jolene! —La escuela es el sitio de los faltos de aspiraciones, de mediocres que tienen que enseñar porque no tienen el coraje de vivir sus propias vidas. No me vengas con discursos altruistas de amor a la educación de los más jóvenes, dime cuántos alumnos tienes en tu clase o, mejor aún, pon una mano en tu corazón y dime que estar ahí es una elección que hiciste tú—. ¿No? ¿Verdad que no? Fue la ministra LeBlanc, tan inteligente como para ir alineando piezas sobre un tablero, ¡y la tonta de Phoebe que también se para ahí!
—Si aceptaste ese puesto, ¿por qué no este trabajo? Podrías… no te imaginas el poder y la influencia que te daría sobre los demás, escribir en el diario… ¿lo has pensado? ¿No te importa la reputación de tu hermano y toda tu familia? Phoebe, escúchame, si compartiéramos tus profecías...— sueno tan entusiasmada como me siento, —¡por Morgana! ¡Tantas personas te harían caso! ¡Serías tan popular! ¡Tendrías…!— la miro, la miro intensamente, con una sonrisa que se me sale del rostro, —tanto poder—. Y yo con ella, anticipando todo lo que vendrá, vendiendo tantas tiradas y, más importante que eso, ganándonos el apoyo de todo Neopanem por adelantarnos a lo que vendrá, tanto… poder.
¿Quién demonios se cree? Y desprecia mi ayuda, diciendo que no quiere nada de mí. Estoy lista para ponerme de pie y declararle que si no me quiere de amiga, asumo que somos enemigas, pero su ligero interés en mi propuesta me calma lo suficiente como para querer darle una segunda oportunidad, o una tercera, o una cuarta. ¿Qué no ve todas las oportunidades que le he dado por mi admiración? —¿Eso es lo que quieres? ¿Ser una insulsa profesora de escuela?—, como Jolene, ¡pobre, Jolene! —La escuela es el sitio de los faltos de aspiraciones, de mediocres que tienen que enseñar porque no tienen el coraje de vivir sus propias vidas. No me vengas con discursos altruistas de amor a la educación de los más jóvenes, dime cuántos alumnos tienes en tu clase o, mejor aún, pon una mano en tu corazón y dime que estar ahí es una elección que hiciste tú—. ¿No? ¿Verdad que no? Fue la ministra LeBlanc, tan inteligente como para ir alineando piezas sobre un tablero, ¡y la tonta de Phoebe que también se para ahí!
—Si aceptaste ese puesto, ¿por qué no este trabajo? Podrías… no te imaginas el poder y la influencia que te daría sobre los demás, escribir en el diario… ¿lo has pensado? ¿No te importa la reputación de tu hermano y toda tu familia? Phoebe, escúchame, si compartiéramos tus profecías...— sueno tan entusiasmada como me siento, —¡por Morgana! ¡Tantas personas te harían caso! ¡Serías tan popular! ¡Tendrías…!— la miro, la miro intensamente, con una sonrisa que se me sale del rostro, —tanto poder—. Y yo con ella, anticipando todo lo que vendrá, vendiendo tantas tiradas y, más importante que eso, ganándonos el apoyo de todo Neopanem por adelantarnos a lo que vendrá, tanto… poder.
Ese golpe con el bastón hace que inmediatamente estire mi espalda manteniendo mis manos sobre mis piernas, pero la mirada que le dedico evidencia que no me esperaba ese gesto, tan salido de la nada y con la suficiente potencia como para hacerme prestar atención a sus palabras. — Pero es que yo nunca he tenido aspiraciones, Georgia, he vivido de la mano del conformismo prácticamente toda mi vida. — que no me hable como si fuera alguien que pudiera aspirar a más, cuando creo que no hace falta aclarar que cuando la gente del norte se topa con algo de buena suerte, se aferra a ella como náufrago a un bote salvavidas, que no es mucho más que eso, como para tirarlo todo por la borda por puro capricho. — No lo escogí yo, tienes razón en eso, pero qué importa de verdad, cuando me gusta mi trabajo, da igual que sea insulso y que vaya a dedicarme a ello toda la vida, si me aporta lo suficiente como para poder vivir en paz. — que, dicho de esa forma, parece mucho que pedir en un país que se encuentra en guerra abierta y donde nada es seguro ni nadie tiene nada asegurado.
No soy como mi hermano, no necesito de poder para sentir que tengo un lugar en el mundo, no tengo que buscarlo porque alguien que viene de la nada no puede ser tan avaricioso como para querer tener esa influencia en la gente. — Claro que me importa la reputación de mi hermano, lo que no quiero es volver un foco contra nosotros ahora que estamos en el punto de mira, ¿entiendes? — creo que se lo he dicho como cinco veces ya desde que está aquí, pero parece que esto de que se esté haciendo vieja no la está colocando en una buena posición, y si fuera por sordera pues todavía tendría una disculpa, la diferencia es que sí está escuchando lo que digo, lo que pasa es que no le importa. — No me gusta el poder, Georgia, vuelve a uno vulnerable, demasiado quizás, dados los tiempos que corren. Solo quiero tener una vida tranquila, casarme y vivir como no he tenido oportunidad de hacerlo hasta ahora. La popularidad no me interesa, podemos ser amigas, aprecio la ayuda que me diste en su momento, pero no creo que sea algo por lo que venir a importunar mi presente. — es una forma discreta de pedir una disculpa, hasta parece que valoro nuestra amistad. Quizás en el fondo lo hago. — Puedo hacerte ese favor con tu nieta solo por ser quién eres, pero después de eso no veo porqué deberíamos alargar nuestros encuentros. — declaro, por el compromiso que tiene mi familia con el país, lo quiera o no. ¿Sería sensato compartir algo tan indeciso como lo es el futuro con la población? Parecería que escrito en papel, tiene algo más de peso que dicho en palabras y, después de las advertencias del presidente, no creo que eso me interese. Suficiente tengo con que me quieran leer la cabeza y compartir mis recuerdos sobre visiones posibles, como para hacerlo con la sociedad entera.
No soy como mi hermano, no necesito de poder para sentir que tengo un lugar en el mundo, no tengo que buscarlo porque alguien que viene de la nada no puede ser tan avaricioso como para querer tener esa influencia en la gente. — Claro que me importa la reputación de mi hermano, lo que no quiero es volver un foco contra nosotros ahora que estamos en el punto de mira, ¿entiendes? — creo que se lo he dicho como cinco veces ya desde que está aquí, pero parece que esto de que se esté haciendo vieja no la está colocando en una buena posición, y si fuera por sordera pues todavía tendría una disculpa, la diferencia es que sí está escuchando lo que digo, lo que pasa es que no le importa. — No me gusta el poder, Georgia, vuelve a uno vulnerable, demasiado quizás, dados los tiempos que corren. Solo quiero tener una vida tranquila, casarme y vivir como no he tenido oportunidad de hacerlo hasta ahora. La popularidad no me interesa, podemos ser amigas, aprecio la ayuda que me diste en su momento, pero no creo que sea algo por lo que venir a importunar mi presente. — es una forma discreta de pedir una disculpa, hasta parece que valoro nuestra amistad. Quizás en el fondo lo hago. — Puedo hacerte ese favor con tu nieta solo por ser quién eres, pero después de eso no veo porqué deberíamos alargar nuestros encuentros. — declaro, por el compromiso que tiene mi familia con el país, lo quiera o no. ¿Sería sensato compartir algo tan indeciso como lo es el futuro con la población? Parecería que escrito en papel, tiene algo más de peso que dicho en palabras y, después de las advertencias del presidente, no creo que eso me interese. Suficiente tengo con que me quieran leer la cabeza y compartir mis recuerdos sobre visiones posibles, como para hacerlo con la sociedad entera.
La rabia a una edad como la mía, a lo único que me llevará es a un infarto cardíaco que apresurará lo que de por sí he visto venir, la única cosa sobre la que no me atrevería a consultar a Phoebe, porque el día y la hora de la muerte de cada uno creo que debe ser el misterio necesario a conservar el resto de nuestras vidas. Me trago mis palabras letales sobre su mediocre profesión, la misma en la que se acogió Jolene, ¡qué puede extrañarme de todo esto! Dicen querer una vida apacible, como si esconderse detrás de un pupitre les asegurara esa paz. —El último consejo que te daré sobre esto es que no seas ingenua, el Royal es la escuela por excelencia para los futuros magos y brujas de Neopanem, la existencia misma del Royal es un estandarte de la supremacía mágica. Si crees que estando allí te mantienes al margen, déjame decirte que incluso mucho antes que el ministerio, esa escuela es el centro de todo—, y allí está ella, Jolene, otros profesores traídos del Prince, ¿se han dado cuenta la fila de soldados que ha colocado la ministra de educación al frente de la gran puerta del Royal? Esperemos el día en que haga falta que actúen, ignoro si sucederá, o si los rebeldes del norte seguirán dándose de cabezazos contra el ministerio. No tengo manera de saberlo en realidad, no por mi cuenta, pero si tuviera a Phoebe… sí la tuviera conmigo, a mi lado… y se conforma con su vida insulsa, que decepción.
—Estás bajo el foco, estás en la mira, tu hermano y todo quien lleve ese apellido está puesto en la mira desde que ocupó un sillón de ministro y se mudó a la isla ministerial. ¿Qué tan ilusos quieren ser de creer que pueden llevar sus vidas fuera de ese foco?— bufo, me estoy impacientando y de todas formas trato de mantener un tono controlado en mi voz, sigo insistiendo en que estos son consejos que le doy, que claro que no los tomará, porque su abierta actitud de rechazo me lo ha dejado en claro. Pero con mis años, ya las cosas no me las callo y están obligados a escucharme. Me pongo de pie con lentitud colocando todo mi peso en el bastón. —Créeme, querida, que si algún día tu hermano, el ministro de justicia, es quien debe pasar por un juicio, la suerte de su familia no estará desligada a la suya. Con los Weynart sucede lo mismo. Ha pasado con los Black, también con los Niniadis. Los juicios son a las familias, ¿y sabes cuál es el juez que puede condenarte o salvarte, Phoebe? Los ciudadanos de Neopanem, por eso importa quién le dice que son los buenos y quienes son los malos, claro que es un trabajo de persuasión que lleva su tiempo… pero hay que comenzarlo cuanto antes— digo, quizá apremiándola a que tome mi propuesta, aunque sienta que me voy con una negativa de su parte y eso me pone de un pésimo humor que me tiene refunfuñando por lo bajo, que acepte ayudarme con lo de mi nieta me suaviza un poco. —Te lo agradezco, la ves más seguido que yo en el colegio así que sabrás encontrar la oportunidad y me encargaré de continuar la historia de esos niños trágicos para que alguna simpatía despierten en la gente, tu hermano podría necesitarla dentro de un tiempo…—, si los rumores que me han llegado son ciertos, pero no es algo que discutiré con ella a menos que acceda poner un pie en la redacción, como al parecer no hará. —Nos vemos en tu boda, querida— me despido así avanzando hasta la puerta con una prisa que me hace prescindir de mi bastón, porque creo que para un primer reencuentro, los términos han quedado claros. Tengo un largo camino por delante con estas muchachas y espero que la salud me acompañe para verlas algún día donde creo que deben estar.
—Estás bajo el foco, estás en la mira, tu hermano y todo quien lleve ese apellido está puesto en la mira desde que ocupó un sillón de ministro y se mudó a la isla ministerial. ¿Qué tan ilusos quieren ser de creer que pueden llevar sus vidas fuera de ese foco?— bufo, me estoy impacientando y de todas formas trato de mantener un tono controlado en mi voz, sigo insistiendo en que estos son consejos que le doy, que claro que no los tomará, porque su abierta actitud de rechazo me lo ha dejado en claro. Pero con mis años, ya las cosas no me las callo y están obligados a escucharme. Me pongo de pie con lentitud colocando todo mi peso en el bastón. —Créeme, querida, que si algún día tu hermano, el ministro de justicia, es quien debe pasar por un juicio, la suerte de su familia no estará desligada a la suya. Con los Weynart sucede lo mismo. Ha pasado con los Black, también con los Niniadis. Los juicios son a las familias, ¿y sabes cuál es el juez que puede condenarte o salvarte, Phoebe? Los ciudadanos de Neopanem, por eso importa quién le dice que son los buenos y quienes son los malos, claro que es un trabajo de persuasión que lleva su tiempo… pero hay que comenzarlo cuanto antes— digo, quizá apremiándola a que tome mi propuesta, aunque sienta que me voy con una negativa de su parte y eso me pone de un pésimo humor que me tiene refunfuñando por lo bajo, que acepte ayudarme con lo de mi nieta me suaviza un poco. —Te lo agradezco, la ves más seguido que yo en el colegio así que sabrás encontrar la oportunidad y me encargaré de continuar la historia de esos niños trágicos para que alguna simpatía despierten en la gente, tu hermano podría necesitarla dentro de un tiempo…—, si los rumores que me han llegado son ciertos, pero no es algo que discutiré con ella a menos que acceda poner un pie en la redacción, como al parecer no hará. —Nos vemos en tu boda, querida— me despido así avanzando hasta la puerta con una prisa que me hace prescindir de mi bastón, porque creo que para un primer reencuentro, los términos han quedado claros. Tengo un largo camino por delante con estas muchachas y espero que la salud me acompañe para verlas algún día donde creo que deben estar.
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