The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Holly A. Callahan
Civil
“En vista de las leyes vigentes, cualquier ser mágico ya sea bruja, mago o criatura debe reclamar su derecho dentro de la sociedad de NeoPanem, bajo la seguridad de…” blah, blah, blah — doblo la página con algo de brusquedad, tanto que se me hace que podría cortarla basándome en solo la línea que ha quedado marcada sin mucho esfuerzo — Que el cielo salve a Magnar Aminoff y sus ideales abiertos. ¿Qué sería de nosotros sin ellos? Pobres almas en desgracia — me llevo una mano dramática a la frente, pero parece que a mi compañero no le hace mucha gracia, así que resoplo y lo apunto con la cucharita de plástico — Debes reír más, Tom. Si nos tomamos este trabajo demasiado en serio, nos vamos a poner viejos, arrugados y amargados. Ya es suficiente con la mala onda que se huele en el aire como para adorar las mismas palabras que tenemos que escribir en mil documentos diferentes todos los días. ¿Cómo es que aguantaste tantos años en este lugar? — no puedo quejarme, tengo un trabajo que muchos otros deben envidiar, pero tampoco voy a decir que me trago todas las palabras bonitas que nos hacen recitar como loros con cada archivo que nos llega de un nuevo individuo que anda buscando sus derechos. ¡Hurra por la evolución nacional!

Tom me mete alguna excusa que no llego a escuchar porque estoy más concentrada en llenar la taza de café con la cantidad necesaria, es la primera que preparo en el día que será para mi propio consumo y no para algún abogado amargado del departamento. El espacio reducido para el descanso de la gente de nuestro piso está vacío, así que en cuanto Tom se marcha me tomo la libertad de ponerme más azúcar y leche de lo que debería estar permitido, si tomamos en cuenta que deberíamos compartir. ¡Que va, que esto es el jodido Capitolio, no voy a ponerme mezquina! Apoyada en la mesada, sorbo de mi taza humeante en lo que vuelvo a chequear la hoja que llevo conmigo. ¿Cuánto tiempo tomará para que todo este nuevo sistema colapse? Porque sé que no somos tantos, pero dudo mucho que el ministerio pueda darnos empleos a todos los que buscamos un nuevo lugar.

La puerta se abre y me sobresalto, así que escondo el papel detrás de mi espalda y pongo mi expresión más natural hasta que me doy cuenta de quién se trata, así que bufo con un ruedo de ojos — Pensé que eras alguien importante, Meyer — sueno irritada, más aún le dedico una pequeña sonrisita y alzo la taza en su dirección — ¿Quieres un poco de café con extra crema, leche y azúcar que dejará a alguno sin su dosis diaria de porquería, o estás aquí para volver a llevarle su dosis de infusión a tu jefe? — que técnicamente también es el mío, pero eso no importa porque no tratamos directamente así que me da igual — ¿Dónde dejaste tu saco de harina, Dave? Hasta me parecía que te veías mono con él — solo para insistir en que se tome sus minutos para él, muevo mi taza como si fuese en verdad tentadora.
Holly A. Callahan
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Any way the wind blows ✘ Dave IqWaPzg
Invitado
Invitado
Ahora las publicidades en Wizzardface me hablan de bebés y pañales ecológicos, ¡genial! Son los dos minutos que tengo para echar un vistazo a las fotografías de las últimas horas en lo que dura mi descanso y lo hago al salir del baño después de lavarme las manos, porque en ese breve lapso de tiempo tengo que comprimirlo todo. Necesidades urgentes y distracciones también necesarias para una mente agotada de teclear escritos que comienzan con el mismo pomposo encabezado, que algunas noches cuando no puedo dormir, me las encuentro repitiendo de memoria. El hecho de que Wizzardface se haya vuelto mi entretenimiento más mundano habla de lo metido que estoy en esta aburrida rutina, si hasta no hace mucho era ajeno a lo que ocurría en esta red y si lo usaba era para molestar a mi mejor amigo, cuya última foto sigue siendo en la que se veía en un traje. Si no hubiera muerto, sería a quien tendría para incordiar en el ministerio y tomar un café en el medio, que por unas semanas creí que tendría que acoplarme a la pareja de cotillas que son Patricia y Tom. Entonces estaría yo también metido en los chismes de pasillo, y ya bastante hay de cierto en lo que se ha vuelto noticia de mi jefe por lo sucedido en el estadio, como para echar a rodar otros rumores.

Empujo la puerta detrás de la cual encuentro a Holly y con una mano en mi pecho simulo lo mucho que me afecta su falta de reconocimiento a mi importancia. —Tú sólo espera y verás, Callahan. Un día me dirás Ministro Meyer y yo te dire «dos de azúcar estará bien, Holly»— digo con un dejo divertido en mi voz, porque ambos sabemos que no sucederá. Si el mundo no colapsa en medio, podría seguir aspirando a ser juez algún día, pero ministro se lo dejo a esos sujetos que tienen gustos tan quisquillosos y garganta para dar órdenes las ocho horas que dura la jornada laboral, me corrijo, doce horas a veces. —Temo quedarme sin dientes si pongo todo eso en mi café— contesto, acercándome a la taza que usaré para mí, si es que un llamado de mi jefe no hace que se lo entregue. ¿Qué tan triste es decir que tomo lo mismo que él, con la misma justa cantidad de azúcar, por si surge el inconveniente de tener que anteponer su pedido? Es loco, pero si tuviera que quejarme de mi trabajo con los otros secretarios, creo que me saco la lotería en cosas que son delirantes por sí mismas, como… la bolsa de harina. —Es su hora de la siesta— le explico con toda la paciencia de la que me pude hacer en estas fechas y que necesitaré para cuando su saco de harina evolucione a un bebé real. —Tiene horarios que cumplir y dentro de media hora tengo mi práctica de preparar un biberón…— cuento, sacando otra vez mi teléfono del bolsillo y veo que mi cuenta sigue abierta. —Será una bebé linda, si se parece a su hermana que es una niña muy bonita, ¿quieres ver? Y por cierto, ¿tienes Wizzardface? Te empezaré a seguir, aunque no seas alguien importante— se la devuelvo.
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Holly A. Callahan
Civil
Me llevo una mano a la boca, esa que he abierto como si estuviese entre sorprendida y emocionada — ¿Tú sí te acordarás del nombre de tus empleados? Que tierno, parece que ese detalle ha dejado una huella en ti como para querer ser mejor que tus predecesores — paso la mano a mi pecho como si estuviese en verdad conmovida, pero toda mi farsa se quiebra con una risita entre dientes que apenas se oye en el silencio de la sala. David es una de las pocas personas en todo el ministerio que me agrada genuinamente, no como a la rubia esa que es secretaria del ministro y se cree demasiado importante porque se pavonea con zapatos más caros que el resto. Hasta donde sé, se lleva mal con su compañera porque ésta tiene que explicarle su trabajo como treinta veces y es muy divertido verlas apretando los dientes cuando son amables entre sí, mientras yo les robo los bocadillos. Sí, puedo ser así de falsa para generar falsas amistades y que no me coman viva, considerando que no llevo tanto tiempo entre este mar de arpías. ¡Y después la veela soy yo! Miro la taza y tuerzo la boca, como en verdad considerando los niveles de dulce que tiene mi café — Nada que un buen plan dental no pueda curar — solución fácil y sencilla.

Arqueo las cejas y mi sonrisa divertida se esconde detrás de mi taza en lo que bebo, recargada en la encimera mientras él pasa a preparar su propia bebida — Ya eres todo un padre sustituto. No me sorprendería verte con uno de esos pechos falsos para amamantar a la criatura cuando nazca — la sola imagen mental hace que presione mis labios para no dejar salir la carcajada, esa que acaba escapando de mí como un sonido ahogado — Momento… ¿Estás stalkeando a la hija de Powell en internet? ¡Pero si es una niña! — solo me la he cruzado un par de veces cuando pasa directo a la oficina de su padre, pero se nota que está en esa edad que un chico no puede mirarla por ser una bebé tierna pero tampoco por ser una adulta atractiva — No sabía que te iba la pedofilia. ¿Tan desesperado estás por un aumento? Porque estoy segura de que hay otras maneras de ganarte a tu jefe y dudo mucho que le haga gracia que te metas con la niña de oro — y no lo digo por su cabello rubio, sino porque siempre parece ir impoluta. Ser rico debe ser divertido.

Aún así, cierro las manos alrededor de mi taza para acercarme y asomo la cabeza por encima de su brazo, apoyando mi mejilla contra éste para poder ver la pantalla. Ruedo los ojos sin ningún disimulo y le pego un codazo no muy delicado, a pesar de mi extrema delgadez — Aún no he llegado a meterme en la frivolidad de las redes sociales. ¿Qué se supone que subes? ¿La oficina, tu sillón? — no es como si mi vida sea tan interesante, no tengo tantos amigos que presumir y no he pisado un bar en semanas, porque todavía no les veo el atractivo que todo el mundo presume de ellos. Suspiro con fuerza y bebo un poco más, aunque me queda tan poco café que todo lo que me choca contra la boca es un poco de crema diluida — Aunque te concedo que debe ser una buena distracción. ¿Viste las noticias de esta mañana? Dicen que atraparon a un grupo de esclavos que habían tomado la casa de una familia en el distrito tres, los tenían como rehenes y todo. Es una locura — de verdad me gustaría sentir simpatía por ellos, pero a veces hacen que sea difícil el defenderlos. Apoyo la taza ya vacía en el lavabo y enciendo el agua — Quizá, antes de ver eso, es más divertido stalkear a niñas ricas.
Holly A. Callahan
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Invitado
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¡Por supuesto que me acordaré! Y les daré un bono navideño— prometo, dándome la imagen de ser el jefe que todos quisieran, salvo por el hecho de que no tengo intención de serlo porque antes de tener a toda una oficina a cargo y verme viejo a los treinta como le está pasando al ministro Powell, prefiero mi oficina privada como juez. Si el otro día todos pegamos el salto en la silla por escucharle chillar y Patricia Lollis se encargó de explicarnos que era porque le encontraron tres canas. ¡Tres canas! Estará canoso antes de los cuarenta, es un hecho. Yo quiero mantener mi buena cara, este cabello fuerte y en lo posible también mis dientes. —¡Plan dental! ¡Holly necesita frenos!— canturreo, revolviendo mi café con las cucharadas de azúcar correspondientes. — Perdona, mi religión me obliga a decir esa línea siempre que alguien habla de planes dentales— le explico, cosa de lo que debería culpar a mi padre que es un fanático de esa serie y que todavía despierta en mi madre la absoluta incomprensión de qué estamos hablando porque, increíblemente, no se ha mirado ni un capítulo.

Se me escapa una sonrisa que realza mis mejillas, digamos que las realza, sé que no tenga la cara más expresiva del mundo. —Sería un padre sustituto muy sensual con un par de esas— bromeo, cometiendo el error mental de tratar de crear una imagen en el que sea mi jefe quien asuma ese tipo de responsabilidades en vez de relegármelas y es tan perturbador, tan perturbador, que necesito café amargo sacado del fango para quitármela. —¡No la stalkeo! ¡Es mi amiga!— me defiendo de su ataque, que la acusación de pedófilo me pongo muy incómodo. De hecho comenzó siendo la amiga de mi hermana, no la mía, pero nos hemos cruzado un par de veces, he decidido que también es mi amiga. ¡Si es tan sólo un poco más grande que Charlie! Puedo ser amigo de una niña. — Holly, me has visto cargando un cangurito sobre mi traje para un bebé imaginario. Créeme que sé que hay otras maneras de tratar de ganarme a mi jefe, que tengas la mente sucia no es mi problema, yo soy un tipo decente y respetaré a su hija… que no siempre será una niña, por cierto— digo, y recargo mi peso contra el mueble para tomar una postura más cómoda y le lanzo una sonrisa burlona mientras busco entre los perfiles de las personas que sigo, el usuario de Meerah. —Cuando esté de vacaciones con ellos en su bote, te mandaré fotos— le prometo, que no creo que sea posible un aumento con los ajustes, como mucho será pasar el verano encargándome de que a la bebé no se le caiga el gorrito y no le falte bronceador en la nariz.

Regreso a mi perfil para que pueda comprobar de qué va esto de las redes sociales, que aunque trato de mencionarlo para no hacérselo incómodo, no es que me olvide que es parte de esos chicos a los que recién hace poco se los reconoció derechos para que volvieran a ser reconocidos como ciudadanos de Neopanem. —Subo fotos de lo que hago, de lo aburrido que estoy a veces en la oficina, de las veces que jugamos con mi hermana…—, hay varias fotografías de Charlie en general, mi dedo tropieza con una que me muestra con Locki, la mañana en que desayunamos en su casa y lo obligué a sacarse la camiseta para que quedemos a la par, así cierta chica que lo ignoraba, pero me seguía a mí, se diera cuenta de lo que se perdía. ¿En serio hacíamos esas estupideces? Idea mía, claro. La sonrisa se me queda en los labios y sigo bajando para encontrarme con otras más, muchas de mi familia y mi mejor amigo, porque no es como si pudiera compartir lo que vivía en el norte. — Estoy un poco cansado de las noticias, si te soy sincero. Cansado de que se repitan, uno se vuelve hasta insensible, hace que la gente naturalice un montón de cosas que están mal y…— estoy pensando en mi propio trabajo en la Red así que me aclaro la garganta para cambiar el tema otra vez, —Hay de todo en Wizzardface. Créate una cuenta, lo odiarás de ratos, y en otros momentos te reirás de lo que veas. Hay muchos perfiles de mascotas, por ejemplo. ¿Por qué no podrías tener uno tú?
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Holly A. Callahan
Civil
Le miro con la burla pintada en la cara, segura de que puede ver sin necesidad de que le diga que no me puedo creer que ande de amigo con una mocoso que no debe llegar a los quince años. Es lo que dice lo que hace que lo apunte con el dedo — ¡Que ya te andas imaginando cuando será mayor! Uy, uy, uy. Que perverso — debería ser más que obvio que lo estoy fastidiando por mero entretenimiento, me relamo los rastros de crema que quedaron en mis labios y creo que quedo aún más babosa de lo que soy cuando ruedo los ojos con un fuerte suspiro — Cuando hagas eso, asegúrate de enfocar bien a los brazos del señor Powell. Creo que es lo único que valdría la pena en una fotografía de esas. Benditas sean las vistas de cada día — tengo que admitirlo, entre todas las mierdas que vuelan en este departamento, los trajes de algunos hombres y sus hombros remarcados son lo que me hacen pasar más de un mal trago. El Capitolio está lleno de gente atractiva, eso no significa que siempre me agrade la atención que recibo de ellos cuando no me lo propongo y la sangre de mi condición me juega una mala pasada. ¿Cómo se supone que confías en los hombres, cuando puede ser un encantamiento de solo unos momentos?

Se me hace algo aburrido... — ¿Por qué a alguien le interesaría saber lo que estoy haciendo en la oficina? Dejo los pensamientos amargos para centrarme en cómo las imágenes van apareciendo en pantalla, la pequeña hermana parece ser la protagonista de la fila hasta que el rostro moreno y familiar de un muchacho toma por asalto la imagen principal. La sonrisa se me patina hasta volverse forzada y mis dedos buscan el papel que he enganchado en la parte trasera de mi falda, cerrándose alrededor de los derechos que se supone que todos tenemos aunque no seamos iguales. Apenas escucho lo que me dice de su agotamiento, me permito el ladear la cabeza para mirarlo desde mi lugar, unos cuantos centímetros más abajo — Porque no quiero que todo el mundo me vea — es una respuesta tan simple como esa.

Con un pequeño salto, me acomodo sobre la encimera y cruzo mis pies, esos que quedan colgando en el aire. El papel vuelve a estar entre mis manos, jugueteo con el mismo de manera que mis dedos se mantienen entretenidos y se llevan toda la atención de mis ojos — ¿Lo extrañas? — asumo que sabe de quién estoy hablando, es lo suficientemente listo como para conectar hilos. Me atrevo a mirarlo y levanto un poco el mentón, buscando una nueva firmeza en mi voz — Dave, quiero que seas honesto conmigo, no temas ofenderme. Pero... ¿Qué opinas de que la gente como yo se mueva entre la gente como tú? — porque no puede decirme que las cosas no cambiaron, no cuando muchos nos ven como intrusos.
Holly A. Callahan
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Any way the wind blows ✘ Dave IqWaPzg
Invitado
Invitado
No imagino nada, pero nunca digo nunca— digo como al pasar, es un comentario al aire que no tiene forma de nada, podrían pasar años antes de que esta charla se vuelva significativa de alguna manera y muy posiblemente, tampoco suceda. Sé que me he metido de alguna manera dentro de lo que es el enredo de relaciones familiares de mi jefe y con Meerah al menos puedo reírme de ser el niñero honorario de su futura hermanita, hace todo un poco más llevadero. A punto estoy de aceptar de buenas a primeras su petición de que le envíe fotos de mi jefe hasta que me doy cuenta del riesgo que eso implica. —¿Sabes que estaré en problemas si me pillan sacándole fotos y luego encuentran toda una colección en mi teléfono, no? Y no porque crean que tengo vocación de paparazzi, podrían pensar otra cosa— se lo apunto, si lo hago tendría que recortar las fotos que pudiera tomar del paisaje en general, pero no me tienta mucho estar enfocando los brazos de nadie si tengo la posibilidad de navegar. —¿Y te das cuenta de lo hipócrita que eres?— pregunto con una sonrisa de soslayo y meciendo mi café al hacer girar la taza en mi mano. —A mí me acusas de pedofilia por una niña de trece años, pero cuando ella tenga veintitrés, yo tendré treinta y tres. Son sólo diez años. Y tú quieres fotos de nuestro jefe que te lleva quince años, ¿no eres un poco niña para andar con esas cosas?—, simples matemáticas.

Su renuencia a hacerse en un perfil de Wizzardface puedo entenderla, así que no la forzaré a que acepte, lo considero un poco como una adicción de la que sería mejor poder prescindir, el problema es que es mucho más que una moda, se hace parte de nuestra cotidianeidad como parte de las despreocupaciones de los chicos de Capitolio. Frunzo mis labios y acerco el vaso de café a estos para no contestar a su deseo de seguir pasando desapercibida al mundo, me ahorro el momento filosófico de preguntarle por qué y ofrecerle un mensaje motivador en el que ni yo mismo creo que se cumpla a través de algo tan superficial como esta red social. Me callo y creo que es lo mejor que pude hacer, porque me da tiempo a pensar en la manera más concreta que puedo responder con los ojos secos y no llorando como un niño que se abrazó a su quaffle en la habitación al enterarse de la noticia. —Era mi mejor amigo desde siempre, antes de que naciéramos. Di por hecho de que estaría conmigo toda la vida y creo que podría haber soportado que nos separáramos en algún momento, pero que haya muerto lo hace irreversible— digo, buscando que el café tape el gusto amargo en mi garganta, pesa que no haber llegado ni a los veinticinco años y que las pérdidas sean así, familiares que desaparecieron, amigos muggles de la infancia a los que sacaron de sus casas para arrojarlos a un mercado, enamorarse de alguien para verla morir como un espectáculo público y que tu mejor amigo un día desaparezca, para que luego te llegue la noticia de que fue asesinado, sin muchas explicaciones. Sé que todas las respuestas, todo me lleva al ministerio, a la misma oficina donde trabajo, así que podía quedarme en casa a montar el drama de que soy un desgraciado e importunar a Phoebe con mis crisis existenciales, esperando que con sus cartas las resuelva, o pararme en medio del ministerio a ver qué carajos pasa aquí.

Envuelvo mi taza con los dedos, el calor traspasa el material y me concentro en esa sensación cuando le sostengo la mirada a Holly, así puedo contestarle con la prueba en mi mirada de que estoy siendo honesto. —Opino que eres una chica como cualquiera de las otras chicas, que tienes los mismos derechos que cualquiera de nosotros— digo, y si trato de pensar con todas mis fuerzas en el café, es para que no crea que lo digo por algún tipo de efecto encantador que tenga mirarla tan de lleno, que me considero lo suficientemente idiota como para estar a salvo de algo así. —No creo que deba juzgarse a las personas por su nacimiento o cosas que le dan identidad, sino por sus decisiones para que hablemos de verdadera justicia. Y creo en ser jóvenes, salvajes, libres e idealistas…— me sonrío al borde de mi café, —creo que ser joven obliga a que nos den oportunidades. Que sea a los viejos que ya hicieron lo que tenían que hacer a quienes se les juzgue y se les dé sentencia— aparto la taza de mi boca y la uso para un falso brindis. —Tienes derecho a oportunidades, Holly.
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Holly A. Callahan
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Le muevo las cejas pícaramente porque no está negado, al fin de cuentas, a terminar metiéndose en la familia Powell en un futuro cuando la situación se vuelva legal — Por supuesto, creerán que tienes un enamoramiento con la persona que te mandonea todos los días como si fueses de su propiedad. Casi que roza el síndrome de Estocolmo — es una burla inocente, pero se me van los ojos cuando me acusa a mí de pervertida y la sonrisita de superada que le muestro delata que estoy tratando de aguantarme la risa — La diferencia es que ahora es completamente legal y no estoy mirando a un menor. Además… ¿Miraste más de dos veces a ese sujeto cuando lo tienes a solas? ¿Puedes culparme? — deberían darme las gracias de que no soy como mis compañeras veelas, que he oído a un par preguntándose qué sucedería si engatusan a algún que otro sujeto en este lugar para recibir beneficios ahora que los tienen tan a mano. Y no mentiré y diré que ninguna lo ha considerado con los sujetos de altos cargos, esos que podrían darles toda la seguridad que necesitan con solo un chasquido de los dedos.

Las bromas pueden quedar para después. Locki me agradaba, lo suficiente como para pensar que era uno de los pocos tipos decentes con el cual había podido cruzarme en el norte, entre tanto cerdo que se cree que las ilusiones de mi raza le dan derecho a otro tipo de contactos. No sé cómo se siente Dave con respecto a esto, pero puedo comparar sus emociones con las mías y tengo el impulso de un consuelo, pero solo se queda en un amague que no llega a tocarlo. Las muertes son irreversibles, sí, para casi todos. Después están las personas como yo, ahora mismo me siento culpable por ello. Aprieto mis labios y meneo la cabeza en señal de compasión por él, pero no puedo decirle nada que valga la pena.

Es por eso que la sonrisa que le enseño a continuación es más triste, a pesar de sentirme en verdad agradecida. ¿Cuántas personas aquí me sostienen la mirada, o cuántas de ellas creen que en verdad merezco una oportunidad? Porque he oído a mis compañeras brujas, esas que susurran que le robaré el marido a alguna si me caen mal, o que puedo ser un monstruo si me enfado. No me gusta la vulnerabilidad, pero paso el dorso de mi mano por debajo de mi nariz frente a la sensación de amargura que podría culminar en un llanto silencioso si no fuese porque me he acostumbrado a reprimirlos — Eres una buena persona, Dave — aseguro, asintiendo ante mis propias palabras como si así pudiese darme la razón — No sé a dónde nos llevará todo lo que está sucediendo, pero al menos uno de los cambios ha sido favorable. O al menos una parte… — lo dudo, pero acabo bajando de la encimera con el suave eco de mis zapatos al tocar el suelo — Ven conmigo.

Apenas acomodo el gancho que sujeta mi cabello en alto cuando lo guío fuera de la cocina. Mi cubículo no está lejos, solo tengo que esquivar uno de los memos que vuelan sobre nuestras cabezas a toda velocidad en busca del pobre sujeto que vaya a ser reprimido en esta ocasión y me hago la que no he visto a Patricia Lollis al final del pasillo, murmurando vaya a saber qué con la señora Perkins. Con toda la dignidad que tengo, paso a mi lugar hasta sentarme en la seguridad de mi cubículo y mi dedo pronto está sobre la pantalla, en busca de los archivos virtuales que he estado chequeando esta semana — Me guardé una copia de este caso, aunque no pensé que debería mostrártela. Como parte de la Seguridad por los Derechos de las Criaturas nos llegan algunos datos y… — el archivo se abre frente a nosotros y tiro de su saco para que se agache — Solo no quiero que cambies tu opinión sobre mí cuando veas esto — porque los hombres lobo son otro cantar.
Holly A. Callahan
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Any way the wind blows ✘ Dave IqWaPzg
Invitado
Invitado
Turbio, muy turbio. Lo del síndrome de Estocolmo sería solo el detalle final para adornar cualquier tipo de fascinación extraña que pudiera provocarme mi jefe y por mi cara de espanto, mi amiga puede dar por hecho que las imágenes que está poniendo en mi mente no son de mi agrado. Todo es muy turbio, desde lo que insinúa con Meerah y ahora con su padre, como si no pudiera relacionarme con nadie del apellido Powell sin ese sesgo tan perturbador que ella le da. No le contaré que también conozco a Phoebe y la hice un tiempo de mi psicóloga más que adivina personal, porque por extraño que sea, esa hasta parece ser la relación más sana. —Lo he mirado cuatro y hasta cinco veces, y sigo prefiriendo otro tipo, Callahan— uso su apellido para ponerme un poco más severo, aunque siga siendo una pose y tenga una carcajada en los labios por esta charla ligera que se hunde en pozos en los que ya estuve. No es tan difícil salir después de haberlo hecho un par de veces y puedo mostrarme hasta optimista con ella en algunas cosas, sin que todo mi pesar interno amargue mis palabras.

Eso que me dice es el mejor halago que puedo recibir, creo que tiene mucho que ver con la familia en la que crecí y los valores que me inculcaron, y es por eso que necesito de esas palabras para que se me llene el pecho de cierto orgullo. — Trato de serlo, con todos. Y cuando digo todos… es todos— digo, tal vez esta filosofía la perdí por un tiempo, cuando vagaba por el norte y la indignación de ciertas injusticias pegaba fuerte, como una patada a la boca del estómago. Volver a casa me vuelve más amable, y por eso mismo, con todo lo que se vendrá, espero poder seguir lo buena persona que Holly cree que soy. Cuando me alejo, me encuentro con partes de mí mismo y un enojo hacia las cosas que siempre me han hecho sentir que no soy igual a mis padres aunque lo quisiera, y a este punto ya no quiero, ni lo intento. Quiero tomar lo mejor de ellos, pero sé que me toca seguir un destino que no será el mismo que el de ninguno en mi familia de causas perdidas.

Los intentos de nobleza muchas veces sólo quedan en eso de ser un intento. Sigo a Holly con la incógnita de qué será lo que quiere mostrarme y nos hace volver a su escritorio de trabajo, ese cubículo de que tratamos de escapar por cinco minutos al menos. Debe ser algo importante, grave quizás, que la haga querer volver cuando todavía queda mucho azúcar y crema que robarle a nuestros jefes. Me sujeto al respaldo de su silla con las manos para poder acercarme a la pantalla y leer, avanzo un par de líneas con mis nudillos marcándose y mi cara endureciéndose hacia la inexpresividad. Tengo el detalle de lo que sucedió la noche que asesinaron a Locki y coincide con la aprensión de Jeff, a quien sabía que lo tenían atrapado porque de alguna manera también me entero de quienes pasan por aquí, pero es todo lo que me abruma, una descripción tan precisa de lo que pasó y me grabo el nombre de la licántropo a cargo del escuadrón que aparece como responsable del asesinato, justificado porque desde el momento en que Locki decidió acompañar a donde sea que estaba yendo con Jeff, se convirtió en un traidor. El mismo chico que estaba en estos tribunales, trabajando para la jueza Brawn, que conoció a estas personas, que se sirvió del mismo café y fue con todos ellos mucho más amable de lo que se merecían, porque él era así, era una buena persona en verdad, él sí. —Yo…— murmuro, necesito de cinco minutos para procesar esto y no los tengo. —No entiendo por qué te culparía de nada de esto, pero… ¿podría pedirte que me envíes una copia si no te mete en problemas?
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Holly A. Callahan
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Puedo ver en su rostro que esto es difícil de procesar y, la verdad, no puedo culparlo. Hay cosas en estos archivos digitales que revuelven las tripas, no quiero siquiera imaginarme lo que habrá en aquellos que no puedo alcanzar a ver al poseer un rango tan bajo que no merezco saber los secretos de este departamento. Hay cosas que encuentro sin desearlas, llegan a mí por el simple hecho de tener que manejar el papeleo y la organización de un montón de nuevas leyes que no conozco, pero que surgen constantemente de la nada para formar una constitución nueva y, que a su vez, me asusta. ¿Qué tanto van a cambiar las cosas y cómo eso nos beneficiará a todos? Porque allí donde dan un derecho, hay una persona a la cual le es arrebatado otro. Por ejemplo, a Locki le negaron su derecho a vivir, en manos de un escuadrón que hace unos meses no era más que un montón de basura para esta sociedad. Se me cierra la garganta, así que la rasco con suavidad en un intento de mantenerme calma.

No va a entenderlo, así que ni me gasto; meneo la cabeza en un intento de que olvide lo que ha salido de mi boca y asiento, llevándome los nudillos a una nariz que se vuelve rosada por las ganas de contener el llanto — Ya estaré en problemas si alguien se entera que te lo he mostrado sin siquiera tener el permiso para guardarlo — murmuro — Solo fíjate que no venga nadie, que los dos podemos jugarnos nuestro puesto por esto — no había agarrado una computadora en mi vida hasta que llegué al ministerio, pero mis dedos aún así son ágiles cuando empiezo a toquetear los botones necesarios para que la impresora empiece a funcionar. Bastan segundos para que la copia en papel salga por el costado de mi escritorio y la manoteo con rapidez, la doblo hasta hacerla un cuadrado pequeño y se lo tiendo — Prefiero esto a que quede un registro online — me explico, girándome hacia él con una ceja arqueada para demostrar mi punto — El ministerio huele cada vez más a mierda, Dave, creo que ni hace falta que te lo diga. Todo el sistema está mal y hay gente que solo se sigue limpiando el culo con el papel más costoso porque el resto de lo permite. A veces me gustaría… — ¿Qué? ¿A quién le daré la espalda, cuando nadie me representa? — Olvídalo. Supongo que tendremos que acomodarnos mientras alguien más lo soluciona y acoplarnos a lo que decidan los poderosos, ¿no? Es así como siempre ha funcionado — porque nosotros somos el último escalón, ese que todo el mundo pisotea. La vida del civil promedio.
Holly A. Callahan
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Any way the wind blows ✘ Dave IqWaPzg
Invitado
Invitado
Si alguien nos pilla supongo que podremos inventar alguna mentira, por si las dudas espío el pasillo entre cubículos cuando la impresora comienza a funcionar, para comprobar que no venga Patricia Lollis ni ese perro faldero que tiene y llama Tom. El sonido de la maquina al funcionar el bajo, pero suena en mis oídos como si todo el ministerio pudiera escucharlo, mi jefe inclusive. No creo que le agrade saber que me llevo este tipo de archivos a casa, que en realidad no me aporta nada, no es prueba de nada por lo que pueda pedir… ¿qué? ¿justicia? Lo que haré será memorizarme las líneas esta noche en mi habitación, recreando en mi mente esa escena hasta convertirla en una pesadilla, y tal vez pueda ayudar a todo este proceso de aceptar que mi mejor amigo está muerto, sepultado, no volverá. No cruzará ninguna puerta, no me hará ver que todo fue un error. No está. Repaso los nombres del escuadrón, tampoco me significan nada, trabajan de esto. Lo mismo que los aurores durante todos estos años. No sé a qué se refería Holly, pero el hecho de que hayan sido licántropos los que asesinaron a mi amigo me da lo mismo que si hubieran sido aurores, cualquiera de los ministros, incluso Powell o Jensen. El ministerio asesinó a mi amigo, le dio legitimidad a ese homicidio, y fue una muerte injusta, lo será así sea quien sea que lo haya causado.

La escucho pese a estar con la mirada puesta en los papeles, la escucha pese a que no puedo hacer otra cosa que suspirar como respuesta. Mis ojos se separan de las líneas impresas para posarse en su rostro, tengo un momento en que el hecho de que sea una veela me toma desprevenido, que es lo que creo que a la mayoría nos pasa, y me tomo otro segundo para poder mirarla como la chica que es, a quien no engaña el regalo de un par de derechos que en primer lugar, nadie debería habérselos quitado. —Así es como siempre ha funcionado, Holly. ¿Qué podríamos hacer? ¿Iniciar la Revolución de los Secretarios?— pregunto, con un humor que se nota cansado y le doy un apretón en el hombro, porque no es que esté desestimando su queja, también las tengo. Es sólo que en este espacio nos queda la resignación a cómo son las cosas. —Patricia Lollis nos traicionaría, lo sabes. Y acabaríamos en la gillotina— trato de bromear, ¿se puede bromear con esto? —Pero para alejarnos del olor a mierda, te invito a tomar una cerveza cuando seamos libre de esta jornada de calvario—. Porque la resignación queda para este espacio, pero hay otros. Otros donde no tengo que cuidarme tanto de lo que podría decirle a Holly, que fastidiada o no con el maldito sistema, tampoco es que tenga confianza como para contárselo todo, podría ir viendo que tanto querría involucrarse en esto de revisar los papeles de nuestros jefes. Vuelvo mi atención al que me dio hace unos minutos. —¿Lo conociste, verdad?— pregunto, refiriéndome claramente a Locki.
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Holly A. Callahan
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Con desgano, se me escapa una risa ligera y amarga, visualizando una batalla anarquista en medio del papelerío más ordenado y apegado a las leyes de todo el ministerio, lo cual sería una enorme ironía — No lo sé, estos cubículos serían un buen escenario para una barricada. ¿Crees que Lollis nos vendería por un poco de honor? — suena a una de esas novelas que a mi madre le gustaban tanto, sobre derechos que morían en la injusticia y tanto se asemejaban a la realidad que nos tocó vivir. Lo que no me espero es la invitación a una noche de alcohol, esas que se me hacen tan poco naturales y, por pura inercia, mi respuesta es cruzar una pierna sobre la otra y girar mi silla para verlo de costado, recargándome en mi escritorio con una sonrisa socarrona — ¿Me estás invitando a una cita, Meyer? Que eso no me lo veía venir — no noto que estoy ronroneando en mi chiste hasta que me recuerdo quién soy, qué soy y lo que tiende a hacer el tono de mi voz en los hombres, así que esos cinco segundos de ánimos bromistas se me van al suelo, delatándome en la mueca que me cambia el rostro. Lo que me pregunta a continuación es la excusa que necesitaba para desviar la mirada y acomodo algunos papeles como si en verdad estuviesen desordenados, cuando me gusta tener todo catalogado con colores y ganchitos de colores.

— Locki era una de las personas más amables conmigo en este lugar. Creo que tiene que ver porque nos hemos cruzado algunas veces en el norte, antes de que… bueno, ya sabes. Magnar — cuando comer de la basura era la única opción para criaturas como yo, no importa si también supe ser una bruja o no — Él era… bueno, pensé en invitarlo a salir un par de veces, pero no creí que sería lo correcto. No puedes invitar a salir a una persona cuando jamás sabes si lo que te dará a cambio será verdadero o culpa de la magia que llevas contigo. Los hombres siempre fueron una basura conmigo, Dave. Se hipnotizan y hacen locuras — no es mi culpa, eso es algo que debo recordarme todos los días. Es culpa de un castigo que ni siquiera sé por qué me merezco. Tomo un resaltador rosado y me pongo a remarcar algunos puntos en una de mis hojas, una tarea que dejé pendiente cuando fui a buscar el café — Supongo que nunca sabré cómo hubiera sido. Es lo que pasa cuando a las personas les cortan el camino antes de que les llegue la hora de alcanzar la meta final. Es todo… asuntos pendientes — por ellos mismo estamos ahora hablando en esta oficina, cuando se me dio una segunda oportunidad que aún no sé cómo utilizar.
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Patricia nos entregaría a cambio de un cheesecake— apunto, por malicioso que sea mi comentario y un poco de culpa me da meterme con ella con la misma saña que usa para molestar a otras personas, siento como que estoy entrando en su juego de pasillos de oficina cuando cedo a criticarla. El rótulo de secretario no me hace parte del club de conventilleros que ellos tienen, pero no negaré que a veces un par de charlas en el descanso del café me dieron información provechosa, es sólo que trato de no cruzar algunos límites que luego me compliquen el trabajo y por eso le lanzo una sonrisa de disculpa a Holly, me cuesta responder porque hay algo en el ambiente que me traba la lengua y tengo que carraspear para encontrar de nuevo mi voz. —No es una cita, Callahan— aclaro. —Seré el primero en decirte que no pierdas el tiempo en citas con abogados de este ministerio, por mucho que impresione el traje—. Reacomodo el cuello de mi camisa con un una mueca de gracia, tratando de que se diluya esa repentina incomodidad que surge por un cambio en su semblante y lo que no puedo decirle para sacarla del error de lo que pueda creer si es que no lo pone en voz alta.

Escucho lo que me dice de mi amigo, alisando las hojas que acabo de estrujar entre mis dedos por culpa de estar toqueteando mi camisa, hacerlo me permite tener mis ojos puestos en nada y no tener que mirarla a ella, escondiéndole lo difícil que se me hace todavía buscar recuerdos en común de Locki con alguien más. Se ensancha mi sonrisa al saber que le agradaba, mucho más que agradarle, me provoca una punzada de profunda añoranza a mi amigo, las ganas de enrollar estas hojas y darle un golpe en la nuca. «Idiota, a esta chica le gustas, no pierdas el tiempo con chicas que miras de lejos». Pero lo había visto muy enamorado una primera vez, de esa novia con la que estuvo años y casi que creí que sería con quien se casaría, porque así de serio iba todo. No serían los primeros ni en los últimos en casarse con su primera pareja. Luego rompieron, lo vi enamorarse con la misma intensidad una segunda vez de una chica que apenas si sabía su nombre. ¿O es sólo esa necesidad que surge de volver a querer alguien después de haberse enamorado tan profundo una primera vez? Como si se extrañara el sentimiento.  

Lamento que te cruces con tipos así, siempre que puedas clávale tu varita en los ojos— digo, un consejo insuficiente a lo que sufre por su rasgo de criatura mágica, que seguro está dentro de una lista de otras cosas que también ha pasado debido a esto, antes de que nuestro actual presidente les devolviera derechos y aun así… en todo lados siempre habrá idiotas, no digo que sea indiferente al efecto de las veelas que se han integrado al personal del ministerio y por supuesto que a veces también me choco con columnas o paredes por distraerme, pero sabiéndome idiota tengo el doble de cuidado, repitiéndome todo el tiempo de que esto podría estar causando la magia y por eso mismo, aprecio la auténtica simpatía de Holly y que me imprima archivos secretos, puedo decir con seguridad que por eso me agrada. —A mi amigo… le hubieras gustado en verdad, Holly. Le hubieras gustado mucho, era un chico grandioso y te habría sabido ver por ti misma— digo, sé que no sirve de nada decirlo ahora. —Así que no dudes la próxima vez. A mi amigo le gustaba una chica, a ti te gustaba mi amigo, lamento que hayan quedado como historias truncadas… lo peor de todo es que nunca hubiera imaginado que alguien como Locki moriría, tan pronto, así. Había una chica que me gustaba a mí, no, estaba enamorado de ella. Sabíamos desde un principio que iba a acabar mal, saberlo hizo que ella quisiera apartarse y por mi parte… dolió después, pero por ambos me alegro de haber estado con ella cuando creía que no tenía sentido si todo se acabaría. Tuvo todo el sentido del mundo— digo, y me aparto golpeando las hojas hechas un rollo contra mi palma. —Bien, te espero en el atrio a la salida para ir a la no cita, y puesto que la charla de penas románticas ya está hecha, prometo hablar de algo más entretenido—, depende de cómo se mire es entretenido hablar de rebeliones y lo mal que está todo.
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Holly A. Callahan
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Oh, también lo lamento, créeme — me río, más que nada de mi propia desgracia a un verdadero sentimiento, marco uno de los puntos con mayor énfasis y creo que el rosa se ve un poco más chillón. Porque sé defenderme, pero a veces eso no es suficiente. No entiendo por qué me consuela cuando es algo que ya ha quedado en el pasado, yo no soy quien ha sufrido la pérdida de su mejor amigo, he tenido otras, como él también me deja saber y eso me permite el girar la cabeza una vez más hacia él. Siempre supe que la vida está llena de historias, me gustaba hacerme de ellas cuando tenía la oportunidad, en especial porque me despegaban de mi propia deprimente realidad. Es lindo soñar cuando no tienes nada. Me alegro por él, tanto por haber tenido amor como el perderlo, porque el dolor a veces nos enseña muchísimo, en especial cuando se trata de amar. Siento que somos dos almas rotas, cada uno a su propia manera, porque la gente siempre se lamenta por los que murieron pero no por los que quedamos atrás para llorar sus vacíos. Nosotros somos los desgraciados, ellos ya están durmiendo.

Tengo el impulso de tocar su mano para regalarle mi consuelo, pero no lo hago así que le regalo una sonrisa de labios apretados — Gracias — es lo único que puedo decirle, creo que en mis ojos se delata lo mucho que lamento que estas cosas le afecten. Aún sostengo el fibrón cuando él se aparta y siento que puedo bajar la mirada hacia las pequeñas letras, sonriéndome con algo más de gracia porque la burbuja de los malos recuerdos se rompe y regresamos a la realidad. Hasta puedo decir que el teléfono de la cabina siguiente suena un poco más fuerte — Oh, no te preocupes. He estado viendo este show la semana pasada… es sobre un montón de sobrevivientes de una carrera de Quidditch mundial, en medio de un oasis… bastante entretenido, podré contarte las tramas y los misterios con tintes filosóficos que me han dejado chequeando foros de teorías hasta las tres de la mañana — cuando le sonrío, es un gesto más natural — Te espero en el atrio, entonces. Solo te advierto que, a pesar de mi tamaño, tengo mucha resistencia al alcohol — trampa de veela, pero eso no tiene que saberlo.
Holly A. Callahan
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