OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
La única razón por la cual estoy caminando por el pasillo a oscuras, en medio de la madrugada, es porque la habitación de Simon no es el mejor sitio para dormir desde que se marchó. Hay una sensación incómoda, posiblemente ligada a la culpa que me da el saber que no estoy haciendo bien mi trabajo y aún no podemos encontrarlo, así que regresar a la casa se siente como fallar en mis pobres intentos. Y aunque Ivar se ha marchado a la cama, posiblemente derrotado aunque no lo diga, yo no regreso a la cama que he estado ocupando aunque sea en forma canina. Me deslizo hasta empujar la puerta entreabierta de la rubia de la casa y asomo el hocico, chequeando que en efecto está dormida. ¿Qué hora es? ¿Ha pasado mucho desde esta mañana, cuando tuvimos que marcharnos? ¿Estoy dejando de lado nuestro propio proyecto y, sobre todo, el estado de ánimo de una persona que sé que ha estado para mí?
Me adentro en el dormitorio y tengo que transformarme nuevamente en humano para poder cerrar la puerta sin producir ningún sonido. Bien, creo que Amalie no va a enterarse de nada de esto, lo que me vendría muy mal porque es el último de los problemas que necesitamos ahora. Maldigo entre dientes cuando, en camino hasta el lecho, me choco con la silla del escritorio que ha quedado más despegada de lo normal de su sitio frente al mueble y me quedo quieto, parando la oreja como si no quisiera fastidiar a Syv, cuando sé que acabaré por hacerlo de todos modos. ¿No estoy aquí para algo por el estilo? Solo espero que no quiera hacer una nueva maratón depresiva, que es sábado y eso significa que podemos trasnochar y últimamente es sinónimo de depresión colectiva. Al menos, como perro puedo echarme siestas que nadie me reprocha.
Me quito las zapatillas y las medias, subo los pies a su cama y le doy un suave empujoncito para que me haga algo de espacio — No quiero dormir solo — es mi única excusa cuando se revuelve y creo que me está prestando atención de manera consciente. Aunque me acuesto por primera vez de costado, acabo dando la vuelta para quedar con la vista en el techo y los brazos cruzados fuertemente sobre mi pecho. Me mastico la punta de la lengua antes de hablar — ¿Alguna vez tendremos un fin de semana normal o es mucho pedir? — ni siquiera los tranquilos han sido normales, nadie lo calificaría así si tomamos en cuenta que soy un muchacho que se supone que es su mascota. En busca de mayor calor, me meto las manos bajo las axilas — Si quieres, podemos hacer algo, como robar comida de la cocina y escuchar música. Solo no me hagas ver más de tus historias rosas o voy a cortarme las bolas con un sectumsempra — lo pienso un momento y ladeo la cabeza en su dirección, tratando de verla a pesar de las penumbras — Hasta dejaré que me pintes las uñas si se te antoja — que ya me lo ha insinuado una vez que me pilló aburrido viendo sus esmaltes y, bueno, ahora mismo no tengo nada que perder. ¿Que mal me puede hacer?
La única razón por la cual estoy caminando por el pasillo a oscuras, en medio de la madrugada, es porque la habitación de Simon no es el mejor sitio para dormir desde que se marchó. Hay una sensación incómoda, posiblemente ligada a la culpa que me da el saber que no estoy haciendo bien mi trabajo y aún no podemos encontrarlo, así que regresar a la casa se siente como fallar en mis pobres intentos. Y aunque Ivar se ha marchado a la cama, posiblemente derrotado aunque no lo diga, yo no regreso a la cama que he estado ocupando aunque sea en forma canina. Me deslizo hasta empujar la puerta entreabierta de la rubia de la casa y asomo el hocico, chequeando que en efecto está dormida. ¿Qué hora es? ¿Ha pasado mucho desde esta mañana, cuando tuvimos que marcharnos? ¿Estoy dejando de lado nuestro propio proyecto y, sobre todo, el estado de ánimo de una persona que sé que ha estado para mí?
Me adentro en el dormitorio y tengo que transformarme nuevamente en humano para poder cerrar la puerta sin producir ningún sonido. Bien, creo que Amalie no va a enterarse de nada de esto, lo que me vendría muy mal porque es el último de los problemas que necesitamos ahora. Maldigo entre dientes cuando, en camino hasta el lecho, me choco con la silla del escritorio que ha quedado más despegada de lo normal de su sitio frente al mueble y me quedo quieto, parando la oreja como si no quisiera fastidiar a Syv, cuando sé que acabaré por hacerlo de todos modos. ¿No estoy aquí para algo por el estilo? Solo espero que no quiera hacer una nueva maratón depresiva, que es sábado y eso significa que podemos trasnochar y últimamente es sinónimo de depresión colectiva. Al menos, como perro puedo echarme siestas que nadie me reprocha.
Me quito las zapatillas y las medias, subo los pies a su cama y le doy un suave empujoncito para que me haga algo de espacio — No quiero dormir solo — es mi única excusa cuando se revuelve y creo que me está prestando atención de manera consciente. Aunque me acuesto por primera vez de costado, acabo dando la vuelta para quedar con la vista en el techo y los brazos cruzados fuertemente sobre mi pecho. Me mastico la punta de la lengua antes de hablar — ¿Alguna vez tendremos un fin de semana normal o es mucho pedir? — ni siquiera los tranquilos han sido normales, nadie lo calificaría así si tomamos en cuenta que soy un muchacho que se supone que es su mascota. En busca de mayor calor, me meto las manos bajo las axilas — Si quieres, podemos hacer algo, como robar comida de la cocina y escuchar música. Solo no me hagas ver más de tus historias rosas o voy a cortarme las bolas con un sectumsempra — lo pienso un momento y ladeo la cabeza en su dirección, tratando de verla a pesar de las penumbras — Hasta dejaré que me pintes las uñas si se te antoja — que ya me lo ha insinuado una vez que me pilló aburrido viendo sus esmaltes y, bueno, ahora mismo no tengo nada que perder. ¿Que mal me puede hacer?
Por un momento siento su comentario como un golpe bajo, pero una de mis cejas se arquea en respuesta casi inmediata — La diferencia está en que yo no puedo elegir mi sangre, ellos sí. ¿O no estudian años para ser aurores? — si yo pudiera ser algo, lo que sea, lo haría lejos de la política; no la entiendo demasiado y definitivamente no me gusta. Sé que es imposible que ella comparta mi punto de vista, pero al menos puedo señalar dónde es que veo sus crecientes errores, a pesar de que sus ojos se van humedeciendo y tengo el impulso de ir a limpiarlos. Obvio que no lo hago, no voy a perder el orgullo tan fácil — ¡No quiero herirte, pero tampoco voy a estrecharte la mano y decir que estoy de acuerdo! — sueno como desesperado, levanto las manos y todo. Resoplo y desvío la mirada un momento porque no puedo responder a eso sin decirle que es demasiado ingenua. ¿Cómo va regalando su cariño así como así?
Siento la cachetada mental de sus palabras y por un breve segundo no puedo hacer otra cosa que no sea mirarla como si fuese una nueva persona, con una faceta que difiere mucho de aquella chica que tiende a rascarme las orejas. Puedo darme cuenta que en los meses que compartimos juntos estamos conociendo lo mejor y lo peor de nosotros, algo que creo que se plantó por su cuenta la noche de año nuevo. Y no, no quiero gobernar y ella lo sabe, pero lo que más me duele es que en su cabeza, me compare con las personas que han arruinado mi vida, incluso desde antes de nacer — No voy a ser como ellos — mi voz baja una octava, más suena firme como los puños que cierro a ambos lados de mi cuerpo. Sin quererlo, brotan algunas chispas de mi varita — Jamás. Pero cuando llegue el día en el cual tenga que pelear, no va a importarme quienes son buenas personas si están alzando sus armas contra mi gente — ¿Y que hará ella? Lo verá posiblemente desde su casa, a sabiendas de que siempre tendrá a alguien para llorar. Que se quede en su casa de cristal, si tanto lo desea.
El silencio que ella demanda me pone ansioso, tengo ganas de salir corriendo y a la vez sufro del impulso de sentarme a su lado. Reconozco la humedad frustrante en mis pómulos y me apresuro a limpiarme la cara con el dorso de la mano. Ni siquiera soy capaz de contestarle, incluso cuando dice que soy un idiota potencial; no con esas palabras pero es lo que entiendo. Me conformo con arrastrar mis pies hasta dejarme caer a su lado, con mis manos unidas entre mis rodillas y la mirada fija en el suelo. Tomo aire antes de hablar — Asesiné aurores el año pasado — decirlo de esa manera es más crudo de lo fue en realidad, tengo que pasar algo de saliva para continuar — Nos atacaron una tarde en una expedición inocente, los tuvimos que matar a todos. Y cargué con una culpa inmensa durante meses, hasta que Jamie Niniadis llegó al catorce y lo quemó hasta volverlo cenizas. Y yo solo supe que se merecían lo que les hicimos, se merecían que ataquemos el ministerio. Y cuando más me torturaban en prisión, más me daban ganas de quemarlos a ellos y morir luego... — me doy cuenta de que el nudo ha tensado mi mandíbula, debo tener los ojos enrojecidos del llanto silencioso que me traiciona, pero sé que mi rostro se encuentra crispado de otra cosa que no es precisamente tristeza — Estoy tan... enojado, Syv, todo el tiempo. Es una bola que rueda y nunca se acaba, porque atacamos fuego con fuego. Y lo único que quiero saber es que los culpables pagaron y que todo se acabe, porque se lo merecen. No espero que lo entiendas, pero... — me atrevo a mirarla, como si en ella pudiese encontrar la respuesta — ¿Eso es lo único que hay? ¿Resentimiento, odio y dolor? Porque es lo único que parece perdurar con el tiempo — y, hasta donde sé, es lo único que los Black me han heredado.
Siento la cachetada mental de sus palabras y por un breve segundo no puedo hacer otra cosa que no sea mirarla como si fuese una nueva persona, con una faceta que difiere mucho de aquella chica que tiende a rascarme las orejas. Puedo darme cuenta que en los meses que compartimos juntos estamos conociendo lo mejor y lo peor de nosotros, algo que creo que se plantó por su cuenta la noche de año nuevo. Y no, no quiero gobernar y ella lo sabe, pero lo que más me duele es que en su cabeza, me compare con las personas que han arruinado mi vida, incluso desde antes de nacer — No voy a ser como ellos — mi voz baja una octava, más suena firme como los puños que cierro a ambos lados de mi cuerpo. Sin quererlo, brotan algunas chispas de mi varita — Jamás. Pero cuando llegue el día en el cual tenga que pelear, no va a importarme quienes son buenas personas si están alzando sus armas contra mi gente — ¿Y que hará ella? Lo verá posiblemente desde su casa, a sabiendas de que siempre tendrá a alguien para llorar. Que se quede en su casa de cristal, si tanto lo desea.
El silencio que ella demanda me pone ansioso, tengo ganas de salir corriendo y a la vez sufro del impulso de sentarme a su lado. Reconozco la humedad frustrante en mis pómulos y me apresuro a limpiarme la cara con el dorso de la mano. Ni siquiera soy capaz de contestarle, incluso cuando dice que soy un idiota potencial; no con esas palabras pero es lo que entiendo. Me conformo con arrastrar mis pies hasta dejarme caer a su lado, con mis manos unidas entre mis rodillas y la mirada fija en el suelo. Tomo aire antes de hablar — Asesiné aurores el año pasado — decirlo de esa manera es más crudo de lo fue en realidad, tengo que pasar algo de saliva para continuar — Nos atacaron una tarde en una expedición inocente, los tuvimos que matar a todos. Y cargué con una culpa inmensa durante meses, hasta que Jamie Niniadis llegó al catorce y lo quemó hasta volverlo cenizas. Y yo solo supe que se merecían lo que les hicimos, se merecían que ataquemos el ministerio. Y cuando más me torturaban en prisión, más me daban ganas de quemarlos a ellos y morir luego... — me doy cuenta de que el nudo ha tensado mi mandíbula, debo tener los ojos enrojecidos del llanto silencioso que me traiciona, pero sé que mi rostro se encuentra crispado de otra cosa que no es precisamente tristeza — Estoy tan... enojado, Syv, todo el tiempo. Es una bola que rueda y nunca se acaba, porque atacamos fuego con fuego. Y lo único que quiero saber es que los culpables pagaron y que todo se acabe, porque se lo merecen. No espero que lo entiendas, pero... — me atrevo a mirarla, como si en ella pudiese encontrar la respuesta — ¿Eso es lo único que hay? ¿Resentimiento, odio y dolor? Porque es lo único que parece perdurar con el tiempo — y, hasta donde sé, es lo único que los Black me han heredado.
—¡Pero podrías decirlo con otras palabras si no tenías la intención de herirme!— replico, tan alto que agradezco que haya silenciado la puerta si no tendríamos a mi madre entrando de improviso, para pillarnos en un escándalo que dista mucho de ser una pelea entre adolescentes si tenemos que explicar por qué estamos discutiendo. Yo también elijo palabras sabiendo que van a hacer mella en él, es lo que quiero, sino no me entiende. Puedo tratar de comprender que todo ha sido demasiado como para mostrarse magnánimo, las aurores y el gobierno mismo son sus enemigos en cuestión de hechos, no hay manera de negar eso. Pero no seré yo quien le diga que siga adelante teniendo de motivación la rabia, porque si pretende avanzar sobre todo lo que le ha dañado en un principio, veo una repetición de decisiones que lo hicieron víctima. Es una secuencia de nunca acabar. Y él puede decir que soy distinta a las personas de aquí, no sé en qué, pero no quiero ser una excepción por estar de su lado. Necesito que pueda ver a las personas por lo que son y es que dice no querer ser como los líderes que estuvieron antes, y sin embargo, repite el discurso. Se aclara mi mirada por la decepción que siento, no en sí por lo que dice, sino porque no puede entender lo que está diciendo y se sostiene en eso. Los enemigos siempre son los otros, son los que hay que pelear, esa lógica de espejo es la que funciona en las guerras interminables y él también la lleva de bandera.
No quiero que se convierta en alguien que a larga repita errores hacia otros que ya ha sufrido por su cuenta, que un día abra los ojos y lo vea, y tal vez no me escuche ahora, pero mientras lo acompaño para conseguir esas cosas en las que yo también creo, para un mundo que algún día va a pertenecernos, podría seguir señalándole las veces en que creo que no está viendo más allá de su propio dolor. Porque es Ken, sé que no hay maldad en él, pero puede ser un idiota. Busco sus manos con la mía para sostenerlas cuando me cuenta lo de los aurores, se me forma un nudo de llanto en la garganta porque un auror no debería atacar un chico, pero ellos también tienen esa idea, la misma de Ken. El enemigo es el otro. Niego a su pregunta de si esos sentimientos son los únicos que quedan, puede saber lo que saldrá de mis labios antes de que lo diga. —Está el amor y el perdón— contesto, volteándome hacia él para doblar una pierna sobre la cama y la otra dejando que mi pie se apoye en el suelo, entonces puedo hablarle mirando los cambios en su expresión.
»El amor que puedas llegar a sentir por la gente que te acompaña, por las que pelearías, los lugares que llegues a amar también. Y el perdón para tus enemigos, poder amar lo suficiente la idea que tienes de un futuro que sea para todos, que puedas perdonar a los que te hirieron y darles un lugar en ese futuro. Si algún día decides gobernar, me gustaría que sea para todos, en verdad todos— digo, envolviendo sus manos con las mías como el voto de confianza que tengo puesto en él, aunque sea pedirle demasiado en este momento, no digo que sucederá pronto, puede que pasen años y entonces un día sucederá, la suerte de un enemigo estará en estas mismas manos, decidirá un final para esa persona, pero podría ser… que no lo haga. —No sé si hay buenos o malos, pero el perdón será siempre el acto que distingue a los nobles de corazón. Y la única fuerza que puede vencer al odio y al dolor, es el amor. Ama a tu gente, a tus lugares, a tus recuerdos. El amor nos hace amables…— murmuro, aparto mis manos para reacomodar mi cabello detrás de mis orejas y agacho la mirada. —Mamá suele decir que yo nací de una frase, una que leyó cuando estaba embarazada. «Todas las personas que conoces están luchando una batalla de la que no sabes nada, sé amable, siempre».
No quiero que se convierta en alguien que a larga repita errores hacia otros que ya ha sufrido por su cuenta, que un día abra los ojos y lo vea, y tal vez no me escuche ahora, pero mientras lo acompaño para conseguir esas cosas en las que yo también creo, para un mundo que algún día va a pertenecernos, podría seguir señalándole las veces en que creo que no está viendo más allá de su propio dolor. Porque es Ken, sé que no hay maldad en él, pero puede ser un idiota. Busco sus manos con la mía para sostenerlas cuando me cuenta lo de los aurores, se me forma un nudo de llanto en la garganta porque un auror no debería atacar un chico, pero ellos también tienen esa idea, la misma de Ken. El enemigo es el otro. Niego a su pregunta de si esos sentimientos son los únicos que quedan, puede saber lo que saldrá de mis labios antes de que lo diga. —Está el amor y el perdón— contesto, volteándome hacia él para doblar una pierna sobre la cama y la otra dejando que mi pie se apoye en el suelo, entonces puedo hablarle mirando los cambios en su expresión.
»El amor que puedas llegar a sentir por la gente que te acompaña, por las que pelearías, los lugares que llegues a amar también. Y el perdón para tus enemigos, poder amar lo suficiente la idea que tienes de un futuro que sea para todos, que puedas perdonar a los que te hirieron y darles un lugar en ese futuro. Si algún día decides gobernar, me gustaría que sea para todos, en verdad todos— digo, envolviendo sus manos con las mías como el voto de confianza que tengo puesto en él, aunque sea pedirle demasiado en este momento, no digo que sucederá pronto, puede que pasen años y entonces un día sucederá, la suerte de un enemigo estará en estas mismas manos, decidirá un final para esa persona, pero podría ser… que no lo haga. —No sé si hay buenos o malos, pero el perdón será siempre el acto que distingue a los nobles de corazón. Y la única fuerza que puede vencer al odio y al dolor, es el amor. Ama a tu gente, a tus lugares, a tus recuerdos. El amor nos hace amables…— murmuro, aparto mis manos para reacomodar mi cabello detrás de mis orejas y agacho la mirada. —Mamá suele decir que yo nací de una frase, una que leyó cuando estaba embarazada. «Todas las personas que conoces están luchando una batalla de la que no sabes nada, sé amable, siempre».
No esperaba sentir el contacto de su mano, pero mis dedos se deslizan hasta sujetarse a los suyos como si de esa manera pudiesen dejar de temblar dentro de la angustia. Después de todo lo que le he dicho, de lo que ella ha soltado contra mí, es extraño el saber que puedo seguir recibiendo su contacto como si me lo mereciera. Me acomodo en espejo a ella, así puedo ver mejor su rostro cuando dice palabras que me hacen suspirar con fuerza ante cierto cinismo — ¿Amor y perdón? — suena tan ideal, tan débil en lo que es el mundo real. He escuchado muchas veces esa historia, casi siempre dentro del contexto de una novela de ficción. He visto muchas cosas desde que dejé el catorce, pero ninguna que me demuestre que esas cosas existen cuando están todos tan cegados con ganar algo que ya no tiene sentido alguno. Ni siquiera las personas que he querido se muestran enteras, ellos también se mueven en un círculo vicioso y tóxico. Creo que Synnove es la persona más pura que he conocido en mucho tiempo.
Y ahí está, un voto de confianza que me hace mirarla con la sospecha de que está viendo algo que yo soy incapaz de ver. ¿Por qué no puedo sentir nada de lo que me está diciendo? Aparta sus manos y odio que lo haga, porque no sé donde meter las mías y acabo abrazándome a mí mismo, cerrando los dedos en mis codos. Sé que quiero terminar esto, que busco un cambio que no sé si podrá darse porque creo que todos nos merecemos vivir en igualdad de condiciones. ¿Pero qué sucederá con los que se opogan a ello? ¿Podré controlarlos, que clase de persona seré para ese entonces? ¿Seguiré queriendo una vida sin el título que me corresponde o me colgaré la capa de líder? Porque no estoy listo y dudo estarlo alguna vez — ¿Cómo puedes perdonar cosas así? — susurro, no estoy seguro de que ellos lo merezcan y yo tampoco. ¿Quién tiene las manos limpias hoy en día?
Lo único que me hace sonreír sin mucha gracia es el oír esa frase — Sí, suena muy a ti — murmuro con voz ahogada a pesar de tratar ser bromista, obvio que fallo patéticamente. No sé de dónde saco el atrevimiento, pero descruzo mis brazos así soy libre de pasar una mano por su mejilla para limpiarle cualquier rastro del llanto por el cual me siento culpable — Perdón. Por las cosas que te dije, no era mi intención. Sé que uno no puede elegir a quién querer y cómo hacerlo, es solo… bueno, no importa. No lo comprenderías — tanto como yo no puedo entenderla a ella. Aparto la mano y la escondo entre mis rodillas, donde coloco la otra en una postura algo encorvada — No creo ser tan bueno, Syv. Creo que las personas se hacen de experiencias y no tengo la menor idea de si alguna vez podré ser un cuarto del sujeto que se supone que debería ser. Amar duele, perdonar cuesta. Y todo esto es mucho más grande que yo, que tú… ¿No crees que nos estamos mintiendo cuando decimos que podremos solucionarlo? — porque parece que no acabamos por pertenecer a esto, probablemente porque es una guerra que se inició cuando nosotros no existíamos. No nos pertenece, somos jugadores herederos, pero quejarse no nos conducirá a absolutamente nada. Tal vez por eso deba tener a gente como ella a mi lado, para evitar perderme en el camino que ya he visto y no me agrada.
Y ahí está, un voto de confianza que me hace mirarla con la sospecha de que está viendo algo que yo soy incapaz de ver. ¿Por qué no puedo sentir nada de lo que me está diciendo? Aparta sus manos y odio que lo haga, porque no sé donde meter las mías y acabo abrazándome a mí mismo, cerrando los dedos en mis codos. Sé que quiero terminar esto, que busco un cambio que no sé si podrá darse porque creo que todos nos merecemos vivir en igualdad de condiciones. ¿Pero qué sucederá con los que se opogan a ello? ¿Podré controlarlos, que clase de persona seré para ese entonces? ¿Seguiré queriendo una vida sin el título que me corresponde o me colgaré la capa de líder? Porque no estoy listo y dudo estarlo alguna vez — ¿Cómo puedes perdonar cosas así? — susurro, no estoy seguro de que ellos lo merezcan y yo tampoco. ¿Quién tiene las manos limpias hoy en día?
Lo único que me hace sonreír sin mucha gracia es el oír esa frase — Sí, suena muy a ti — murmuro con voz ahogada a pesar de tratar ser bromista, obvio que fallo patéticamente. No sé de dónde saco el atrevimiento, pero descruzo mis brazos así soy libre de pasar una mano por su mejilla para limpiarle cualquier rastro del llanto por el cual me siento culpable — Perdón. Por las cosas que te dije, no era mi intención. Sé que uno no puede elegir a quién querer y cómo hacerlo, es solo… bueno, no importa. No lo comprenderías — tanto como yo no puedo entenderla a ella. Aparto la mano y la escondo entre mis rodillas, donde coloco la otra en una postura algo encorvada — No creo ser tan bueno, Syv. Creo que las personas se hacen de experiencias y no tengo la menor idea de si alguna vez podré ser un cuarto del sujeto que se supone que debería ser. Amar duele, perdonar cuesta. Y todo esto es mucho más grande que yo, que tú… ¿No crees que nos estamos mintiendo cuando decimos que podremos solucionarlo? — porque parece que no acabamos por pertenecer a esto, probablemente porque es una guerra que se inició cuando nosotros no existíamos. No nos pertenece, somos jugadores herederos, pero quejarse no nos conducirá a absolutamente nada. Tal vez por eso deba tener a gente como ella a mi lado, para evitar perderme en el camino que ya he visto y no me agrada.
—Perdonas porque encuentras amor en ti— explico, así de simple como es, son sentimientos ligados. Nadie dijo que sería fácil, todo lo contrario, le será tan difícil que si lo consigue habrá demostrado una bondad superior a la inocencia que es innata en él, porque entonces sería una elección. Perdonar sería una decisión. Mis ojos se cierran al sentir como trata de limpiar lo que queda de un llanto que no fue tal, alcanzo su mano con la mía y la acompaña cuando se aparta, entonces puedo enfocar mi mirada en su rostro para concederle, precisamente, la disculpa que me pide. La sonrisa que se marca en mis labios es un tanto forzada. — Si te soy sincera, no estoy segura de que mi amigo vaya a perdonarme a mí si se entera que te ayudo—. Y tampoco mi hermano, pero una mención a él requeriría de otra madrugada entera para explayarme a gusto. —Podría… entregarnos. Cualquier auror que se entere que estás viviendo con nosotros, tendría que informarlo y nos entregaría a todos como familia— suspiro. —Porque si es difícil perdonar a un enemigo, también lo es a un amigo, aunque lo aprecies.
Me deslizo hacia el centro de la cama para poder rodear mis piernas con los brazos y acomodo mi mentón sobre las rodillas. —El amor no duele, Ken— lo corrijo, —Duelen las heridas, las guerras, la traición, las mentiras, el odio, el rencor, ¿sigo? Pero el amor no duele, es la única cosa que remite el dolor, que lo hace más leve y va sanando. Perdonar cuesta, sí. Pero es necesario para el alma, para recordarnos que somos capaces de volver a ser buenos…—. Responder a su verdadera duda me lleva más tiempo, pese a que la respuesta es fácil. —No, no creo que lo estemos haciendo— digo, echo mi cabeza hacia atrás para mirar el techo, como si le hablara a algo que está por encima de nosotros. —Somos jóvenes, quienes nos gobiernan un día no estarán y el mundo va a pertenecernos. Hagamos valer ese derecho que todos heredamos—. Decirlo es sencillo, conseguirlo nos llevará mucho más esfuerzo, así que corro la sábana de la cama para volver a mi sitio y taparme hasta los hombros, después de ahuecar la almohada con mis manos. —Mañana pensáremos cómo— decido y volteo mi cabeza un poco para hablarle por encima de mi hombro. —¿Quieres que apague la luz?
Me deslizo hacia el centro de la cama para poder rodear mis piernas con los brazos y acomodo mi mentón sobre las rodillas. —El amor no duele, Ken— lo corrijo, —Duelen las heridas, las guerras, la traición, las mentiras, el odio, el rencor, ¿sigo? Pero el amor no duele, es la única cosa que remite el dolor, que lo hace más leve y va sanando. Perdonar cuesta, sí. Pero es necesario para el alma, para recordarnos que somos capaces de volver a ser buenos…—. Responder a su verdadera duda me lleva más tiempo, pese a que la respuesta es fácil. —No, no creo que lo estemos haciendo— digo, echo mi cabeza hacia atrás para mirar el techo, como si le hablara a algo que está por encima de nosotros. —Somos jóvenes, quienes nos gobiernan un día no estarán y el mundo va a pertenecernos. Hagamos valer ese derecho que todos heredamos—. Decirlo es sencillo, conseguirlo nos llevará mucho más esfuerzo, así que corro la sábana de la cama para volver a mi sitio y taparme hasta los hombros, después de ahuecar la almohada con mis manos. —Mañana pensáremos cómo— decido y volteo mi cabeza un poco para hablarle por encima de mi hombro. —¿Quieres que apague la luz?
Dice lo que me lleva causando culpa hace meses y sé muy bien que no puedo marcharme, pero a veces me gustaría tener esa posibilidad para dejar su camino libre y evitar problemas. Sé que Ivar tomó el riesgo con pleno conocimiento de sus acciones, pero estar entre los Lackberg me llevó a sentirme parte de una familia que no me pertenece — No va a suceder. Me iré antes de que las cosas se descontrolen y así ustedes podrán retomar su vida como una familia normal — que cuanto más conozco de ellos, más sé que no lo son, pero al menos es más de lo que yo tengo y para mí eso es suficiente. Le dejo su espacio, abrazo mis rodillas en un espejo a su postura y me lo pienso. He amado cosas, lo sé. Amaba mi hogar, por mucho que me quejase de vivir encerrado en él. Amaba a mis amigos, incluso cuando me hacían rabiar. Amaba a mi padre, a pesar de saber que él no me ha engendrado. ¿Puedo perdonarlos? Casi que lo he hecho — Creo que sin amor, no tienes la posibilidad de ser herido. De alguna manera, todo está conectado — pero es demasiado filosófico como para ponerme a analizarlo ahora mismo.
La sonrisa está cargada de ironía, a pesar de no reflejar una verdadera alegría o diversión en el resto de mi cara — Bueno, es momento de hacer valer algo heredado, para variar — es un mal chiste, pero al menos intento ver todo esto con algo de humor. Que ella se mueva me obliga a movilizarme, tengo que acoplarme a su cuerpo y eso hace que me ponga a gatas sobre el colchón hasta hacerme un espacio en el hueco a su lado. Podría transformarme en perro, pero solo me quedo tendido, dándole la espalda y abrazándome al límite de la almohada que queda libre — Sí, mañana tendremos las ideas más acomodadas — es lo único que puedo decir. El cansancio me invade, algo me dice que no es por culpa de lo largo del día, sino del llanto. Asiento, pero no estoy seguro de que lo haya sentido — Solo apágala. Prometo despertarme antes de que tu madre pueda entrar y verme aquí — cosa que no creo. Lo más probable es que abra los ojos y me encuentre con que Syv ha cerrado la puerta con llave para dejarme descansar, porque es la clase de cosas que ella haría. No me merezco su amistad, ni la comodidad de su cama o la protección de su hogar. Aún así, me acurruco de manera tal que reconozco no querer estar en otro lugar, al menos mientras dure.
La sonrisa está cargada de ironía, a pesar de no reflejar una verdadera alegría o diversión en el resto de mi cara — Bueno, es momento de hacer valer algo heredado, para variar — es un mal chiste, pero al menos intento ver todo esto con algo de humor. Que ella se mueva me obliga a movilizarme, tengo que acoplarme a su cuerpo y eso hace que me ponga a gatas sobre el colchón hasta hacerme un espacio en el hueco a su lado. Podría transformarme en perro, pero solo me quedo tendido, dándole la espalda y abrazándome al límite de la almohada que queda libre — Sí, mañana tendremos las ideas más acomodadas — es lo único que puedo decir. El cansancio me invade, algo me dice que no es por culpa de lo largo del día, sino del llanto. Asiento, pero no estoy seguro de que lo haya sentido — Solo apágala. Prometo despertarme antes de que tu madre pueda entrar y verme aquí — cosa que no creo. Lo más probable es que abra los ojos y me encuentre con que Syv ha cerrado la puerta con llave para dejarme descansar, porque es la clase de cosas que ella haría. No me merezco su amistad, ni la comodidad de su cama o la protección de su hogar. Aún así, me acurruco de manera tal que reconozco no querer estar en otro lugar, al menos mientras dure.
No sé por dónde, de lo poco que me dice, puedo comenzar para demostrar que lo que me promete no tiene sentido, que sea él mismo quien nos defina como una familia normal hace que la promesa en sí pierda su valor, así que lo tomo que son, palabras dichas a la madrugada para no romper la tranquilidad que se respira en este edificio alto del Capitolio, que deja a todo lo que nos preocupa tan lejos que podemos ignorar con cerrar los ojos y tratar de dormir. Reacomodo mi cabeza en la almohada, apartando algunos mechones de mis ojos para que echarlos hacia atrás, y desde mi posición de lado, en el que le doy la espalda para abrazarme a la almohada, sigo respondiéndole. —Te darás cuenta algún día que las personas que no sienten amor son las que están más dañadas. No quieres de ser esas, en serio. Mientras una persona sea capaz de amar algo, sigue habiendo algo bueno en ellas…— susurro, es en lo que creo, las certezas que quiero mantener como mis propias máximas cuando en el seguir a Ken y a Mimi, descubra un poco de todo lo que le ha tocado vivir a ellos. Entonces podrán verlo con toda claridad, no soy como ellos, pertenezco a esta burbuja, espero no ser la que los decepcione.
—Por eso hablé de herencia— le aclaro, mi voz contra la tela de la almohada— serás quien heredó un apellido, una posición, un poco de poder y todos los días te preguntas qué hacer con eso, pero todos nosotros, muchos tus amigos, heredaremos este mundo. Y yo sí sé lo que quiero hacer, de qué colores me gustaría pintarlo…—. Si la posibilidad fuera real, si no hubiera personas que con violencia reafirman su poder, si tan solo está la esperanza, podría ir con esta. Tal vez hoy seamos muy jóvenes, él más que nadie, para luchar. Pero si me quedo aquí, viendo como la vida sólo pasa, me entristece saber que un día seré vieja y alguien con un par de años menos seguirá reafirmándose en un poder arbitrario, cuando hay tantas cosas que se podrían cambiar y mejorar, ser aceptados en nuestra magia fue una gran conquista, pero se pueden hacer más cosas a partir de eso, con la luz apagada mi mente entra en frenesí. —Buenas noches, Ken— me despido si es que no se ha dormido ya, y yo me quedo pensando en todas esas cosas, que por momentos creo que no podrán ser. Porque sea lo que sea lo que le he dicho, no sé si podría abandonar estas paredes, lo conocido.
—Por eso hablé de herencia— le aclaro, mi voz contra la tela de la almohada— serás quien heredó un apellido, una posición, un poco de poder y todos los días te preguntas qué hacer con eso, pero todos nosotros, muchos tus amigos, heredaremos este mundo. Y yo sí sé lo que quiero hacer, de qué colores me gustaría pintarlo…—. Si la posibilidad fuera real, si no hubiera personas que con violencia reafirman su poder, si tan solo está la esperanza, podría ir con esta. Tal vez hoy seamos muy jóvenes, él más que nadie, para luchar. Pero si me quedo aquí, viendo como la vida sólo pasa, me entristece saber que un día seré vieja y alguien con un par de años menos seguirá reafirmándose en un poder arbitrario, cuando hay tantas cosas que se podrían cambiar y mejorar, ser aceptados en nuestra magia fue una gran conquista, pero se pueden hacer más cosas a partir de eso, con la luz apagada mi mente entra en frenesí. —Buenas noches, Ken— me despido si es que no se ha dormido ya, y yo me quedo pensando en todas esas cosas, que por momentos creo que no podrán ser. Porque sea lo que sea lo que le he dicho, no sé si podría abandonar estas paredes, lo conocido.
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