The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Despido al último de los abogados que se lleva las carpetas donde queda estampada mi firma y con todos los recaudos legales hechos, me pongo de pie con cierta dificultad hasta que alcanzo mi bastón y lo uso de soporte para llegar a la puerta, tan altiva como he sabido mostrarme para que nadie me trate como una anciana inválida, lo que me faltaría. Pasó mucho tiempo para que pudiera ocupar este sillón, que no me lo sacarán a menos que sea quien decida dejarlo, y todos saben que eso no va a pasar. Golpeo el marco de la puerta con mi bastón al salir del despacho, para indicarle a Ramik que podemos irnos. Sus pasos se adecuan a los míos cuando me sigue detrás, de por sí nunca he sido demasiado alta y caminar apoyada en mi bastón me rebaja aún más la estatura, haciendo que se vea como un golem a mi espalda, con toda ausencia de expresión en su cara cuadrada y de facciones talladas con brusquedad, como si alguien lo hubiera formado con un trozo de piedra.

De todos los modos de llegar al distrito ocho elijo el más tradicional, aparcamos con el coche negro frente a donde tengo entendido que vive mi nieta y espero con la ventanilla baja a verla llegar. Pregunto varias veces a Ramik qué hora es, porque hace mucho me desprendí del hábito de llevar relojes, me contesta en todas las ocasiones con su tono apático y creo que le hemos dado más del tiempo del que la mujer necesita para presentarse a su casa después de salir del colegio, donde sé que trabaja. Le pregunto qué será lo que la tiene tan demorada y el hombre tiene el buen tino de no responder, con los años aprendió que no busco una conversación con él, sino que me escuche quejarme con la boca cerrada.

Atina a abrirme la puerta antes de que me dé cuenta por mí misma de la mujer que se acerca por la acera, y gracias a su prisa al actuar, puedo pararme fuera con ambas manos sujetas al bastón, en esa postura inofensiva que he sabido practicar y remarco con una sonrisa. —¿Jolene?— pregunto, en un tono que ensayé tantas veces con otras personas donde se filtra la sorpresa y la esperanza de no estar equivocada. —Querida, ¿eres tú?—. Una de mis manos suelta el bastón para alzarse, temblando, hacia ella. La retiro como si no pudiera creerlo, primero posándola sobre mi pecho y después sobre mis labios, que hacen el amago de murmurar algo que no llega a ser audible. —¡Oh, Jolene! ¡Has crecido tanto! ¡Todo este tiempo…!— me interrumpo, como si la angustia me impidiera continuar. Y Ramik es la compañía más idónea en estos encuentros, porque su semblante no revela nada, sus ojos son un par de cuencos vacíos que miran a la nada por encima del hombro de la mujer, mientras los míos se llenan de lágrimas.
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Jolene W. Yorkey
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Sé que no necesito dos empleos para sobrevivir, pero me niego a dejar el instituto de arte ahora que paso tanto tiempo en el Royal. El resultado es un poco catastrófico, apenas tengo tiempo para respirar y mi vida personal se está torciendo un poco. Lo demuestra el hecho de que hace unos días he salido a un bar por primera vez en eones y ahora no dejo de rechazar las llamadas de un sujeto que tuvo el descaro de acercarse demasiado y que, por desgracia, consiguió mi número por culpa de una de mis compañeras de trabajo. El resultado es que, a pesar de no haberle prestado un mínimo de atención, no deja de acosarme como si aún así tuviese un mínimo de esperanza. Algo que me estresa más que mis alumnos es un sujeto con poca dignidad y comprensión de la palabra “n-o”.

Es por eso que tengo la atención pegada al teléfono en cuanto me acerco a mi casa con zancadas algo pasadas de furia. Mis labios son una línea inexistente en lo que tipeo algunos insultos poco amables que buscan producirle una humillación suficiente como para que se grabe en la cabeza lo poco que me interesa, cuando la presencia de alguien frente a mí me obliga a tratar de esquivar por acto reflejo y se me caen las llaves — Lo l… — sacudo el pelo de mi cara en lo que trato de ver a quien me ha hablado, porque no me sorprende que las personas conozcan mi nombre; sí lo hace que vengan de esos labios, portados en un rostro que creí haber olvidado a pesar de que sus ojos no delatan el paso del tiempo.

¿Cuándo fue la última vez que he visto a mi abuela? Seamos sinceras, no fuimos cercanas. Mi familia siempre se sintió como un montón de tela hecha pedazos que tratamos de coser con parches de diferentes tonalidades. Debe ser eso, los amargos recuerdos, los que me hacen dar un paso vacilante hacia atrás. ¿Qué es esto, el tiempo de los retornos insospechados? ¿También me dirá, cómo Lyon, que debo comprender causas perdidas? ¿O qué es lo que hace aquí? — Creí que… — apenas puedo escuchar mi voz, es un hilo inexistente de sonido. ¿Creí qué? Jamás me molesté en buscarla, ni en saber de ella; podría haber muerto y tampoco me importaría demasiado, porque han pasado muchas cosas desde que fui la niña que ella recuerda — ¿Qué haces aquí? — miro a nuestro alrededor, me fijo en su acompañante y me estremezco, aunque no sé bien las razones. Mi pie se debate en si subir las escaleras que dan al porche de mi casa o quedarse en el mismo lugar, porque un abrazo no es algo que salga de mí ahora mismo — Lo siento, es que no pensé que volvería a verte. Esto es… bueno, wow — creo que toda mi capacidad de expresarme con palabras debería quedarse en lo escrito, porque es obvio que he perdido cualquier dote. Me pongo algunos mechones tras las orejas, forzándome a una sonrisa que delata lo confundida que me siento, presa de un ligero shock que entorpece mis líneas de pensamiento — ¿Quieres…? — señalo con mi cabeza la puerta. Sea como sea, siento que tenemos mucho de que ponernos al tanto.
Jolene W. Yorkey
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Invitado
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¿Estaba muerta?— susurro, dándole a mi voz la nota dolida que la juzga por un momento y al siguiente la consuela con una sonrisa nostálgica, si es que una mujer puede sentir algún asomo de culpa por la falta de contacto con una abuela que un buen día, simplemente tomó todo para vaciar su casa e irse sin un rumbo fijo. Dejé atrás todos los rostros adultos de mis hijos, las caras infantiles de mis nietos los vi por televisión por la fama penosa que daban los juegos de la Arena. Puse una distancia con todos ellos y una pantalla fue el único espejismo permitido para creerme cerca. Esta mujer que tengo enfrente me provoca lo mismo que si estuviera viéndola otra vez detrás de una pantalla, no es mi nieta, sino la vieja vencedora de uno de esos juegos.

Pero abro mis brazos hacia ella con la falsa esperanza de un reencuentro familiar y no espero a que haga el amago de responder, bajo esos mismos brazos como si no me creyera merecedora de un gesto así de su parte. —Vine a verte, cariño— contesto a su justa duda. —Dicen que las cosas necesitan tiempo para acomodarse y volver a donde deberían estar…— digo con vaguedad. Camino hacia ella unos pocos pasos apoyada en mi bastón para tender mi mano hacia ella en una petición de acuerdo de paz, doblo aún más mi cuerpo sobre el soporte que me da el bastón, a ver si así le inspiro cierta lastima. Si bien sé que las personas que han padecido tantos traumas como esos chicos que fueron arrojados a la Arena, puede que no sean tan amables a las desgracias ajenas. Pero investigué un par de cosas sobre Jolene, que en vez de revelarme certezas, me abrieron más interrogantes que he venido a contestar.  

Sí, por favor— respondo sin pestañear, tomándome de su brazo con suavidad como si lo necesitara para encaminarme dentro y procuro que no sea como una garra que se cierra alrededor de su piel. —Te agradecería tanto una silla para descansar mis rodillas y algo de calor, ¿o sólo soy yo que sigue sintiendo el clima tan fresco? Pareciera que el invierno nunca acabará…— hago uso de mi cháchara de vieja, mis pies arrastrándose aún más lento de lo que en verdad puedo caminar y con una mirada limpia me giro hacia ella. —¿Vienes del colegio, querida? Escuché algo sobre que estás en el Royal. Mis felicidades, es un colegio tan prestigioso. ¿Ya lo has festejado?— tanteo que tan apresurado es invitarla a una cena que vaya compensando tanta ausencia, pero que me deje pasar a su casa es un primer paso importante.
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Jolene W. Yorkey
Mentor
— Bueno… no quería ser brusca, pero sí — si quiere honestidad de mi parte, no dudaré el dársela; creo que morderme la lengua jamás se me ha dado bien y eso me ha traído más problemas que beneficios. Me encojo de hombros como si de esa manera pudiese pedirle disculpas por lo obvio, pero es que tampoco ella buscó acercarse a nosotros a pesar de que seguimos ahí, hasta que nuestra familia se volvió polvo. La mayoría están muertos, Lyon y yo hemos decidido seguir caminos diferentes. Y ahora ella está aquí, como si el tiempo no hubiese pasado a pesar de llevar un bastón que o no recordaba o no llevaba consigo. No puedo con un abrazo, no ahora. Hay cierto recelo en mis ojos cuando la miro con escrutinio, no contengo la sonrisa irónica — ¿Y dónde deberían estar? — suelto sin pensarlo, porque es algo que he estado tratando de solucionar durante mucho tiempo. ¡Quién diría que solo necesitaba que mi abuela apareciera en mi casa para darme las respuestas! Y por cierto, estoy siendo sarcástica.

Dejo caer mi teléfono en la mochila pequeña que utilizo para ir a trabajar y la regreso a su sitio en mi espalda, dejándole vía libre cuando se agarra a mi brazo sin un permiso que acabo aceptando al verme obligada por no ser capaz de negarme a tiempo — Bueno, hace tiempo que el frío dejó de molestarme. Supongo que te acostumbras — no lo digo, pero estoy segura de que sabe qué ha sido de mi vida estos últimos años. ¿Se pensaba que consumía calefacción de primera calidad en la prisión, en Europa, en los sitios recónditos? Me llena de una pequeña impaciencia el tener que caminar lento hasta la puerta, la cual abro con un empujón algo más vacilante del normal. ¿Estoy haciendo bien? Mi hogar es un sitio privado, íntimo para cualquier persona a la cual no les permito ingresar. Y aquí estamos, miro sobre mi hombro para chequear que su acompañante no nos sigue y no pongo reparos en cerrar detrás de nosotras. Tendré visitas inesperadas, pero algunas que pueda controlar. Me suelto de ella y froto mi brazo sin mucho disimulo, con un asentimiento de la cabeza — No tanto, me tomó por sorpresa. Estaba bastante conforme dando clases de arte y haber terminado ahí fue más una decisión de la ministra Leblanc que mía. Querían a alguien con experiencia — no hace falta dar explicaciones, espero.

Lanzo la mochila sobre uno de los sillones y me desprendo de los zapatos, de modo que puedo mover mis pies descalzos sobre el limpio suelo de madera — ¿Qué quieres beber? ¿Café, té, un vaso de vodka? — intento bromear, aunque me giro hacia ella con los brazos cruzados sobre mi pecho en una postura que me hace ver incluso más menuda de lo que soy — No voy a decir que entiendo qué haces aquí, porque no lo hago. Si quieres saber de mi vida, no tengo demasiado que decir. ¿Eso te decepciona un poco? — no sé qué espero de ella, no recuerdo haber buscado aprobación de alguien después de lo sucedido con mi hermana. Me limpio la nariz con el dorso de la mano y acabo revolviéndome el flequillo — Somos dos extrañas, Georgia. Y socializar jamás se me ha dado bien. ¿Esperabas que me alegre de verte y nos pintemos las uñas? — una duda me asalta, por lo que la miro con mayor desconfianza y hasta inclino el torso hacia atrás, como si de esa manera pudiese analizarla mejor — No estás aquí por Lyon, ¿no? — porque si mi hermano tuvo el descaro de querer poner a los pocos que quedamos en mi contra, voy a matarlo.
Jolene W. Yorkey
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Invitado
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Faltan unos buenos años para eso— contesto, que a la manía que tienen algunas personas de verme con un pie dentro del cajón les respondo con toda indiferencia a ese hecho, que mi salud es mejor que la de muchos de los otros potenciales herederos de mi marido ausente y tengo la esperanza de sobrevivirlos a todos ellos, también a la pobre de Jolene, que si sigue dando vueltas en la vida como hasta ahora, ¿qué le depara? ¡Una verdadera lástima! Una chica con su potencial y un andar tan descarriado, si es que no puedo evitar mirarla desde los zapatos hasta su cabello rubio que me hace menear sutilmente la cabeza. Escondo este gesto en mi andar pausado hasta su puerta, apoyada en ella para mi acto y agradecería tener a Ramik como mi sombra siempre presente, pero le cierra la nariz en la cara. No tengo intención de ponerme pretenciosa de entrada, porque me estoy jugando la permanencia en su casa, así que por esta vez aprieto los labios en una línea tensa y busco donde sentarme, porque le faltan modales para indicarme dónde de los sillones que están a la vista.

Oh, sí. Escuché algunos comentarios sobre que Eloise puede ser algo arbitraria con la vida de la gente— comento como al pasar, que a esto me dedico. Al sentarme en uno de los sillones mi peso me hunde, tengo que colocar un cojín detrás de mi espalda para tener una buena postura. — Tiene esa manera suya, actúa como una jugadora de ajedrez y cree que el Royal es su tablero— digo al aire, —Té está bien para mí, pero no me negaré a un trago de vodka. El frío, ya sabes, hay que espantarlo de alguna manera…— contesto a su pregunta que demuestra un poco más de educación de su parte que me deja conforme, la verdad es que temía encontrarme con una chica que rayara en lo salvaje después de todas las cosas que he leído de ella en las carpetas de información que me acercaban. ¿Qué puede decirme que no sepa?

¿Decepcionarme? No podrías hacerlo, han pasado tantos años y hay tanto que me gustaría que pudieras compartir conmigo. Sé que son años de ausencia, pero si todavía tengo vida y salud, ¿por qué no aprovecharla para buscar a mi familia? Que me necesita y a la que necesito…— ensayo lo que es mi excusa con una sonrisa que tira de mis labios y una mirada inundada de ternura hacia ella, la misma que usé por años para mi marido. Cierro mis párpados en un gesto de dolor por sus palabras filosas, las dejo suspendidas en el aire sin contestar, creo que eso me ayuda más a mí que a ella en su causa. Me prendo de lo siguiente para acabar con ese silencio que al alargarse tampoco me ayuda. —¿Lyon? ¿Ese vago?— bufo, —Todo lo que sé es que anda con sus malas compañías por el norte, echándose a perder. Y es lo último que quiero para ti, que pierdas el rumbo y sigas una causa perdida como le sucede a él. Yo puedo darte mi apoyo, si quieres, con tal de que no lo sigas en sus desvaríos… Lyon, querida, está condenado al vacío de un abismo por el camino que eligió. Pero tú…— me contengo de tomar sus manos, que tengo que cerrar las mías sobre las rodillas para reprimir el impulso. —Tú aún puedes hacer grandes cosas— lo digo como si realmente creyera en ello.
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Jolene W. Yorkey
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Lo cree, pero... ¿Lo es de veras? — conozco a la gente que utiliza a los demás como piezas, muchos de ellos están muertos hoy en día. Educadora o no, Leblanc no deja de ser una política metida en un juego muy sucio y que pretende que sus estudiantes sean pequeños soldados que sepan defenderse frente a las amenazas en el exterior. Es irónico, he visto mucho en mis años de vida, que parecen ser pocos en comparación a los de mi abuela. Conocí el gobierno de los Black desde adentro, me moví entre ellos como una cara bonita en una adolescencia que me robaron. Sé bien que esos juegos nunca se acabaron, solo cambiaron el escenario y se sumaron nuevos participantes — Té será para empezar. Si luego quieres vodka, no te lo voy a negar — allá irá su hígado, si todavía le funciona en condiciones.

Se me afloja un poco la expresión del rostro, más estoy segura de que no puedo mostrarme tierna y dulce con sus palabras acarameladas; en primer lugar, porque no es mi estilo. No todo el mundo ha priorizado la familia, que yo lo sé bien — Hay cosas que prefiero olvidar y no compartir, abuela — mi tono es mucho más calmo, parecido a una rendición y aceptación de que la vida no fue lo que yo habría soñado cuando era una niña. ¿Cómo podría serlo? Todo se derrumbó demasiado rápido y nunca encontró el modo de alzarse. Hoy soy solo yo, subsisto. Debe ser ese mi problema: la decepcionada de mí soy yo.

Tengo intenciones de girarme y perderme en el camino a la cocina, pero me detengo por el discurso en reprobación de mi hermano que no me espero, pero que tampoco me sorprende. Sí me llama la atención un detalle y no es precisamente que sea yo la nieta que le dé esperanzas — ¿Sabías que estaba en el norte? ¿Cómo? — lo que me faltaba, enterarme que los que quedan de mi familia se junten a tomar el té. Con un resoplido, sacudo la cabeza como si quisiera sacarme una idea desagradable de la mente y cruzo el arco que me separa de la cocina. Pronto, la pava ya está hirviendo y mi varita es la que me ayuda a hacer su infusión con mayor velocidad — Lyon está cegado y encaprichado desde hace veinte años. A veces no comprendo cómo es que somos hermanos — ¿también he sido tan obstinada? Me obligo a hablar en voz alta para que pueda escucharme desde la sala, pero pronto vuelvo a salir con una taza humeante de color rojo que le tiendo con cuidado de que no se caiga de su platito. El azúcar me sigue hasta posarse sobre la mesa ratona, lo que me deja la libertad de tomar asiento en otro de los sillones individuales — No sé si quiero hacer grandes cosas, he dejado esa parte atrás. Demasiados problemas, demasiados complots... ya ha sido suficiente — me froto un brazo con una mano tensa e intento quitarme esa fastidiosa sensación — Dar clases es algo decente que me mantiene al margen del problema, al menos de momento. ¿Qué puedo hacer yo? La guerra no me representa, jamás hice nada por ellos. No soy mi hermano y mucho menos mi padre. Así que... ¿De qué grandes cosas me hablas? — como si por primera vez encontrase esto divertido, le sonrío — No vas a decirme que solo estás aquí para tomar el té y decir que mi hermano es un descarriado. .
Jolene W. Yorkey
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Invitado
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¿Lo es, querida? Buena pregunta— la sonrisa que le dedico es un poco más auténtica, atribuyéndole una perspicacia que es posible que no tenga. No se puede reconocer que tan suspicaz es una persona en sus observaciones, si es tan reacia a expresar sus opiniones que es lo que ocurre con esta muchacha, a quien su expediente define como una persona que en los últimos años supo caminar por una línea estrecha colocando un pie detrás del otro, el silencio como su mejor estrategia para ser neutral. ¿Cómo puede serlo alguien a quien los juegos marcaron con heridas, pasó por Europa y tuvo su tiempo en la prisión? Son experiencias que pueden desestabilizar a cualquier carácter fuerte, nadie sale indemne de ellos, algún sentimiento debe reemplazar en fuerza al carácter quebrantado y no puedo precisar uno en ella, salvo su absoluta apatía. La han vaciado, pobre. Lo bueno de los vacíos es que se pueden llenar, las personas como recipientes son las causas que me gustan atender. Tengo mucho para darles y a cambio pido tan poco, creo que son relaciones en las que todos acabamos conformes.

Presto atención a su respuesta esquiva sobre compartir un poco de lo mucho que está perturbando su mente, simulo respeto a su decisión otorgándole mi silencio, mientras sopeso cómo esos recuerdos podrían ser reserva para mi conveniencia y no actuar de manera en que esos mismos supongan su rechazo hacia mí. —Puedo entenderlo, Jolene— uso su nombre para que un apodo cariñoso no me haga sonar complaciente, sino que lo interprete como que trato a sus memorias con la seriedad que se merecen. —No es mi intención ser invasiva, no pretendo forzar nada. Soy buena escuchando, por lo que me han dicho, si algún día lo necesitas. Sólo es una oferta que queda abierta— murmuro, mi sonrisa se curva con una dulzura medida.

Como se desaparece hacia la cocina, aprovecho el momento para una inspección profunda de cada cosa en esta habitación, la casa de una dice más de lo que se cree y juzgo a partir de lo que veo, que no suele ser lo que ven otras personas, supero las apariencias. Estos ojos se han entrenado por años. —Llegaron a mí algunos rumores que me hicieron posible saber dónde está, gajes de oficio— contesto, excusándome en el trabajo que ejerció mi marido toda la vida para que no sospeche que así como a ella, también contraté personas para que los investigaran más profundamente y conozco mejor el norte de lo que se esperaría de una anciana que anda con un bastón. —Es bueno que no haya un cariño fraternal que te ciegue a los defectos a tu hermano, que lo sigue siendo pese a todo y sus decisiones caprichosas, no eres parecida a él y no estás condenada a lo mismo—. Recibo la taza de té con una palabra de agradecimiento, mis manos arrugadas y manchadas por la edad sostienen el platito y la cuchara que uso para revolver el líquido rojo que por un momento, me recuerda a una situación distinta. Hago pasar ese recuerdo con un pestañeo, encontrándome nuevamente en la sala de mi nieta, con ella. Reconozco que me está poniendo a prueba, mis labios ni siquiera tiemblan en una respuesta precipitada. Esto llevará tiempo y dejo que transcurra dando vueltas a la cuchara. —La guerra nos encuentra a todos, lamentablemente todo se ha vuelto tan crítico que estamos obligados a tomar posturas en situaciones límite. No te he dicho aun, acabo de notarlo, ni creo que lo sepas…— sigo revolviendo el té, desgastando el tiempo, es pronto para revelar la intención de mi visita y aunque pasen años, tampoco lo haría.

Me casé con un hombre apasionado por el periodismo, Gilbert Ehrenreich, para mi gran dolor falleció hace poco— mi voz suena tan rota como he logrado con la práctica de contar este hecho tantas veces, — y quedé a cargo de continuar con el trabajo al que dedicó su vida entera. El periodismo intenta siempre mantenerse en el tono neutro, es el deber obligado. No siempre se puede, no cuando tienes a un gobierno que ejerce presión para que nadie contradiga a la versión oficial— eso es lo que se dice, la excusa que se usa, desde siempre este trabajo no ha hecho más que encubrir adoctrinamientos. Este diario habrá surgido desde el idealismo, pero Gilbert como la tercera generación que lo heredó, estaba lejos de esto. —Se pueden hacer cosas grandes, Jo. Cada quien desde su lugar y sus convencimientos, también desde un sitio neutral— miento. —Vine por eso que te dije, mi marido falleció hace poco, no me escudaré diciendo que mientras vivía se me hacía imposible retomar el contacto con la familia que dejé atrás, pero toda la verdad es que creo en el poco tiempo que me queda para recuperar esas relaciones. Estoy sola, Jolene. ¿También estas sola, no? ¿Es como deseas continuar? Porque podríamos hacernos compañía el tiempo que me quede, un par de años, es lo que espero. Pero no será la eternidad— aguardo a la siguiente curva esquiva que me puede ver venir.
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Jolene W. Yorkey
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Tomo su oferta con un movimiento afirmativo de la cabeza, pero es todo lo que le daré al respecto. He tenido suficiente con confianzas otorgadas, no es necesario ponernos a escarbar sobre un pasado que a ninguna de las dos nos hará ningún bien — ¿Gajes del oficio? repito en tono inquisitivo. Creo que jamás he sido parecida a mi hermano, cuando éramos niños yo me dedicaba a contar historias y él a decirme que eran tonterías de niños, en especial cuando le robaba los dulces con Andy para crear nuestras tiendas de campaña. ¿Lo veo condenado? Me paso la mano por debajo de la nariz y dejo que mi gato se suba a mi regazo, sobre el cual apenas siento su enorme peso cuando le rasco las orejas — Fui parte de todo esto, abuela, y lo sabes. La guerra me encontró hace años y lo único que pude hacer fue huir — hay cierto tono lastimero en mis palabras, como si me arrepintiera de cada uno de mis pasos desde entonces. Lo hago, claro que de vez en cuando lo hago — Me equivoqué, me enfermé, me volví loca y me fui. Si no hubiera sido así, habría muerto cuando quemaron la Isla de los Vencedores — esa que después adoptaron para su propio uso personal, como un emblema de que habían podido destruir a aquellos que regalaban la falsa gloria de los Black. Todo un espectáculo.

Mi sorpresa es genuina cuando habla de su nuevo matrimonio y me pregunto cómo es que alguien tiene ganas de casarse más de una vez, cuando yo no planeo hacerlo ni una — Los medios siempre han sido una herramienta fundamental para cualquier gobierno, de eso no debes preocuparte — suena como que me estoy compadeciendo de ella, algo lo hago. ¿Trabajar dentro del periodismo en los tiempos que corren? ¿Por qué no se jubila y ya? Lo que no creo es que todos puedan hacer grandes cosas, muchos lo intentaron y quedó en eso, en intentos. No me contengo y se me escapa la risa irónica — Estoy segura de que tú tienes más energía que yo para las grandes cosas. ¿Qué vendrían a ser? — si la abuela está pensando en montarse una revolución por televisión, lo veré desde la comodidad de mi sofá.

Hay cierto aturdimiento en mi cerebro con cada paso que da en su discurso, porque de entre todas las cosas que podrían haberme pasado hoy - y me pasaron varias, un alumno me pegó un chicle en el cabello, por ejemplo - no hubiese creído jamás que terminaría con la abuela Georgia en mi sala, tratando de retomar un vínculo perdido. ¿Qué tanto puedo obtener de esta rama de la familia? — No era necesario que me recuerdes que soy la solterona de entre todas mis compañeras de trabajo — ah, sí, reducir el impacto con un humor amargo. Mi gato se estira en mis brazos con un ronroneo, lo que creo que me viene muy bien para acentuar mi estado de solitaria — Mira, abuela — por el modo que tengo de hablar, dejo en claro que tengo que armarme de paciencia al tener mi mente trabajando en su propuesta — No he estado mal sola, no tienes que preocuparte por mí. No tengo idea de cómo quiero continuar, hace tiempo que no planeo demasiado lo que va a suceder. ¿Qué hay para mí allá afuera? Quiero decir… — le sonrío, pero es una mueca triste que no se desparrama por el resto de mi cara — La gente me mira, pero no me ve. Solo se quedan con la imagen que conocieron de mí en el pasado y muchos aún me catalogan de asesina de magos, incluso cuando acabé siendo una de ellos. ¿Cómo puedes reincorporarte a la sociedad, cuando ella misma te expulsa? ¿Así es como quieres pasar tus últimos años? Porque yo no lo haría. Juntaría mis ahorros y me iría de fiesta con hombres desnudos y mucho alcohol.
Jolene W. Yorkey
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Las batallas pasadas no determinan nuestra posición en las que vienen. Podemos pensar en esto como una guerra interminable, si quieres, de la que ya fuiste parte y decidiste huir, o podemos plantearla como una guerra nueva, que me parece lo más apropiado… —, mi voz va adquiriendo un cariz que tengo que esconder al aclarar mi garganta, como si culpara a un nudo imaginario de esa gravedad y que no se note que tengo una postura definida respecto a la situación que estamos atravesando, que no tiene nada de neutral. —Jamie Niniadis está muerta— es una sentencia, la conclusión que todos necesitamos asumir. —El tablero cambió tanto, los jugadores que intervienen también, es lo que veo desde una redacción en la que se escribe cada día la historia presente de Neopanem— digo, me contengo, cierro con fuerza mis manos alrededor del puño de mi bastón para no continuar.

Sonrío con disimulo por su comentario al pasar sobre los medios y el gobierno, «presión» es la palabra más suave que se podría emplear en la relación que existe entre ambas partes, lo hemos sufrido y también aprovechado con Gilbert. —Los medios tienen poder y a los gobiernos siempre les molesta no tener su monopolio, pueden ser enemigos implacables hasta destruirlos o buscarlos como aliados…— explico vagamente, —así que tengo mucho por hacer, es cierto. Custodio un poco de poder, es una responsabilidad noble que asumí, una banca en primera fila como espectadora de todas las disputas, y será así hasta el día de muerte, entonces quien sabe… alguno de los nietos de Gilbert vendrá a quemar el diario— lanzo un suspiro dramático, que es lo menos falso en mi conducta, daré vueltas en mi tumba si alguno de esos bastardos se hace cargo del periódico, prefiero ser quien le prenda fuego con mi último respiro.

Cuando busco la mano de Jolene para tomársela, tengo cuidado con ese gato que tiene en el regazo, no sea qué me dé un zarpazo y tengo la piel sensible para soportar las mañas de un animal. —Tengo casi ochenta años y te juro que antes de morir, conseguiré lo poco que me queda por cumplir— declaro, con esa intensidad en mi tono que demuestra que aún queda en mi carácter mucho de aquella mujer que un día dio la espalda a su familia para concretar lo que tenía pendiente, y era mucho mayor que Jolene, había tenido un esposo, tenía hijos. Ella no tiene nada después de todo lo que atravesó, y eso mismo, le ofrece todo. Pero no seré yo quien se lo confíe, no me conviene. —Tienes poco más de treinta, ¿no? Tienes que encontrar confianza en ti misma a partir de todas tus experiencias, porque es demasiado pronto para determines un capítulo final en tu vida. ¿Esto quieres? ¿Una casa vacía y silenciosa cuando llegas de un trabajo al que fuiste obligada, y acariciar un gato mientras juntas tus ahorros para pagar hombres y alcohol? No, querida mía, que sea ellos lo que paguen, en todo caso. Y que paguen caro, con un contrato bien hecho a tu favor—, es mi consejo más honesto, el que sí daría como su abuela si estuviera tratando de aclararle su dilema de vida, en la que parece ser ella la anciana echada a perder en un sillón y soy yo la que todavía quiere ver como un gobierno se hace ruinas para que se alce más joven, más capaz, recién entonces moriré. —¿Crees que no me sentí así como te sientes tú? Préstame tu compañía, Jolene, un tiempo. Mantente conmigo y fíjate qué pueden hacer las personas que están paradas al margen, te mostraré todo lo que se puede ver desde esa lugar— ofrezco en un tono mucho más suave, casi que dulce, —aunque sea para acompañarme lo que me queda de salud, ¿diez años como mucho? Cinco años, seamos un poco más realistas. Después vuelve a tu casa, a este sillón, a tu gato, ¿en qué cambia esta vida apática que elegiste un par de visitas ocasionales a tu abuela que también vive al margen?
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Jolene W. Yorkey
Mentor
Sí, el tablero cambió, ¿pero de qué lado me posiciono? Soy bruja, soy consciente de que merezco los derechos que en algún momento me fueron denegados, pero he cuidado y amado a personas que carecían de magia con tanta intensidad que sé que no se merecen estar en un mercado de esclavos. ¿Y qué puedo hacer yo por ellos, cuando me he apartado tanto que ya no tengo voz ni voto? Se lo concedo con un movimiento de mi cabeza que busca darle cierta parte de la razón, pero no toda — Responsabilidad noble intento no burlarme demasiado, pero… vamos — Creo que te olvidas que viví en los medios durante toda mi adolescencia y no todos tienen nobleza o entereza en ese ambiente. No es que te esté insultando… — que podría hacerlo, pero no me ha dado motivos todavía como para que me moleste — No lo sé. No se puede confiar en lo que nos dicen, tampoco en lo que oímos por la calle. Mi verdad jamás será la tuya y viceversa. Es un tema… delicado — por no ponerle un título más enroscado. Podríamos quedarnos debatiendo todo lo que queda del día, pero no es algo que se me antoje.

Se me va la vista al modo que tiene de tomar mi mano, pero a pesar de mis reacciones automáticas no la aparto. Debo admitir que admiro su espíritu, no muchas personas llegan a los ochenta deseando exprimir los segundos que les quedan como si la vida aún fuese una maratón que correr como si el calendario no corriese con nosotros. Me causa algo de gracia su consejo sobre los hombres, lo demuestro con una sonrisa divertida y hago un encogimiento de hombros — No sé qué es lo que quiero. Me he conformado con conseguir un poco de estabilidad, quizá en unos años te diga que me he aburrido de la soledad y quiera casarme y tener mil niños — ajá, como si eso fuese a pasar — Necesitaba de esto. Una casa, un gato… — es mucho más de lo que hubiera podido pedir en otro momento de mi vida.

Pero las propuestas siguen y siento cierto brillo en mi mirada, no sé si positivo — Déjame ver. ¿Quieres que me quede contigo al margen de la pelea o que te haga compañía mientras haces tu trabajo sucio en los medios para ganar algo de perspectiva? — porque algo en todo lo que me dice no cuadra del todo o, al menos, podría haberlo tocado de manera diferente. Con mucho cuidado y suavidad, aparto mi mano y la coloco entre las orejas de mi gato — ¿Puedo preguntarte qué clase de noticias haces? No hace falta que mientas, tengo internet y mucha paciencia. Prefiero que me cuentes un poco de tu propuesta por tu propia boca, aunque debo advertirte una cosa… — ahí se me va el filtro otra vez, pero mi rostro se muestra sereno — Me he acostado con traidores y enamorado de muggles. Sé que, según la ley, eso es casi tan cruel como haber sido una vencedora de los Juegos Mágicos. Ahora, sí, te cedo el micrófono — para demostrar que planeo ser paciente, acomodo al gato y me cruzo de piernas.
Jolene W. Yorkey
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Los medios tienen una dinámica particular, que nadie por fuera podrá entender a menos que se involucre, y déjame sacarte de tu error de creer que por ser foco de los medios crees conocerlos, es lo que muchas personas piensan, casi siempre resentidas con lo que ha dicho de ellas. No, ocupar una silla bajo el foco  no te enseña todo. Sólo se aprende desde adentro y entonces podrás entender a todos los dilemas a los que nos enfrentamos cada día cuando elegimos qué contar y cómo hacerlo...— me aplomo en mi discurso, inadecuado para mis intentos de acercamiento hacia ella, es más fuerte que ello imponerme a cederle dulcemente la razón en todo y es que una chica de poco de más treinta años, que se aplasta en su sillón con fuerzas desganadas, no vendrá a enseñarme a hacer cuentas ni a decirme cómo son las cosas.

Creo poder ver que el problema en Jolene está precisamente en eso, cree saberlo todo a partir de las experiencias que tuvo, traumáticas más de una, pero sigue siendo sólo un cúmulo de experiencia diferente a otros que vivieron personas distintas y le han enseñado cosas distintas. No es la única vencedora de juegos que sigue vive a su edad, no es la única que tiene cicatrices por mostrar y ciertamente, no lo sabe todo, porque mientras ella busco el refugio de una supuesta tranquilidad, hubo otros que siguieron viviendo. —Si es lo que quieres, estoy siendo una irrespetuosa por ofrecerte algo diferente, y te pido disculpas por ello, pero sigue siendo sólo un ofrecimiento, queda abierto si un día despiertas con ganas de salir de tu feliz calma— insisto, retrocediendo cuando puedo, para que mi invasión no me gane una despedida apresurada de su parte y me saque la taza de té de la mano sin haberlo cambiado, por eso mismo, voy demorando los sorbos.

Si es que pretende escandalizarme de alguna manera, lo único que consigue de mí es una apatía que se trasluce en un movimiento de mis cejas y eso es todo, no hay rezos por su alma dichos en voz alta. —Escribo cosas muchas peores que eso que me compartes sobre las personas que se creen con autoridad en esta sociedad, todos tienen muertos en sus armarios y se acuestan hasta con el mismo cerdo, Jolene— a pesar del tono susurrante de mi voz, está cargado de tanto veneno que es lo que parece que bebo de mi taza. —En mi trabajo lo que hago es exponer la verdad, la gente necesita conocerla la verdad más cruda sobre los hechos y las personas que toman como líderes para poder tomar las decisiones acertadas sobre cómo debe continuar la conducción de este país condenado por una generación de bastardos que son los que ocupan el ministerio en este momento. ¿Weynart? ¿Leblanc? ¿Powell? ¿Jensen? Todos tienen su mierda oliendo fuerte en un cajón. El mismo Magnar Aminoff y la perra que tiene sentada a su lado conducirán a Neopanem a la mugre de la que salieron y en la que se movieron toda su vida— golpeo el platillo de mi té contra la mesa cuando libero mis manos. —Y nada de esto te interesa, así que lamento obligarte a ser el oído de mis despotricaciones. Estoy vieja, Jo. Demasiado vieja y cansada de muchas cosas… y todo lo que pido es compañía, pero no te obligaré a ello…— suspiro, tarde, he dicho más de la cuenta por culpa de mi genio. —No te estoy pidiendo en realidad que participes de nada de lo que yo hago, no lo tomes como eso tampoco. Sólo… quiero encontrarme al final del día en un lugar calmo y con una cara familiar, como tú al llegar a casa por la noche y si tienes un gato, ¿por qué no hacerle espacio a una anciana?
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Jolene W. Yorkey
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No me digas… — es lo único que sale de entre mis labios, con una serenidad que no siento y la ironía pintada en cada una de las sílabas. Puede juzgarme todo lo que quiera, puede creer lo que se le ocurra desde el sillón de persona con vocación que se cree que tiene una mínima idea de lo que he tenido que vivir, al igual que las personas que pasaron por lo mismo que yo y tuvieron que sentarse a ver cómo los medios transformaban sus vidas en lo que el mundo deseaba ver. Ella está en la vereda del hacedor, yo supe estar en la que le pertenecía a aquellos que eran juguetes. Lejos de moverme de mi sofá, subo mis pies y el gato se tiene que acomodar al modo que tengo de abrazarme las rodillas, hago uso de lo pequeña que soy para abarcar todo el espacio del asiento. Como no me cuesta nada, acepto su ofrecimiento y muevo mi cabeza amablemente en su dirección — Lo tendré en cuenta para cuando todo esto acabe por agotarme — que no me sorprendería que sea más temprano que tarde.

Lo que no me espero, además de la irónica presencia ajena en mi sala que ya estoy empezando a tomar como algo real, es que se ponga a despotricar contra el gobierno de tal manera que, poco a poco, mis cejas se pierden debajo de mi flequillo y tengo que mirar hacia la ventana en espera de que alguien entre corriendo para taparle la boca y la envíe a prisión. Creo que me quedo callada más de lo necesario, hasta que me obligo a aclararme la garganta — He visto al ministerio desde adentro, en especial el Wizengamot. No hay nada majestuoso en los ministros cuando te das cuenta de que son solo personas que creen que pueden manejarnos como títeres, pero he aprendido a callarme la boca para que me dejen tranquila. Por mucho tiempo, creyeron que yo era una amenaza — por mi modo de sacudir mi mano con cierta molestia, dejo bien en claro que jamás me hubiese tomado el tiempo para molestarlos ahora que me dejaron en paz — Powell manejó mi caso, pero no tengo ninguna sensación de deuda eterna para con él o sus colegas. ¿Y quieres que te sea sincera? No tengo la menor idea a dónde se supone que están conduciendo al país entero. No sé de dónde ha salido Aminoff, pero si crees que la mierda de sus cajones es la que huele, para mí la peor es la que dejan ver en televisión — con esos discursos que buscan una paz invisible, basándose en promesas de plástico.

Me resigno con un fuerte suspiro y mi Fred se mueve del regazo con un refunfuño cuando me muevo hacia delante. Me relamo hasta chasquear mi lengua, resignada a darle una palmadita en la rodilla que apenas planea ser cordial — Puedes venir a cenar cuando estemos libres las dos. No es una promesa de que esto será una relación normal, ni de que te dejaré que me hagas trenzas — advierto, alzando un poco la voz para dejar en claro que hablo en serio — Solo… no quiero que te metas en mi estilo de vida. Me ha funcionado muy bien hasta ahora y no pienso cambiarlo solo porque los demás creen que hay otras opciones. Este es el sitio que he elegido y no pienso moverme de aquí. El distrito ocho es mi hogar y mi rutina es el modo que tengo de luchar contra todo lo que voy dejando atrás. Si puedes respetar eso… serás bienvenida — sé que estoy pidiendo imposibles de alguien que basa su vida en meterse en problemas ajenos, pero puedo darle una oportunidad. Solo una, eso es importante que lo entienda.
Jolene W. Yorkey
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Pestañeo un par de veces, pero la imagen no cambia. La misma mujer rubia con el culo aplastado en el sillón se niega a moverse un centímetro de lo que es su cómoda vida en un distrito casi que periférico, manteniéndose libre de opiniones porque es lo que la tiene a salvo, y en resumidas cuentas llego a la conclusión de que a Jolene le importa un carajo lo que sea que le suceda al mundo, a cualquiera, lo que pueda estar pasando en la vereda de su casa. Me pregunto si será muy cruel envenenar al gato sólo para comprobar si esa pérdida le toca alguna vena sensible. Como me esperaba, no me bastará una noche y una primera plática para convencerla de nada, esto será un proceso lento de pequeños pasos para mí para lograr que de a poco vaya saliéndose de su posición como pieza neutral. Nadie llega hasta este punto en la vida sin haber ejercitado paciencia, así que puedo esperar.

Busco con mi mano las suyas para un contacto que agradece el gesto de tenerme en cuenta para una cena. —Que sea así, entonces. Tú dime cuándo hablo más de lo debido de mi trabajo, pararé. Respetaré que no tengas interés en saber nada de eso, pero espero que sepas entender que es a lo que dedico mi vida, a lo que dedicaré hasta la última de mis energías porque es lo que me da una motivación a despertar cada día. Porque así como tú defiendes tu paz, hay personas que necesitamos de causas por las que luchar, en las que creemos…— digo, de la boca para afuera por un convencimiento en el que no necesito pensar, lo he naturalizado, en cambio mi mente está ocupada en otros vericuetos. Tengo que matar al gato y conseguirle un novio, eso es lo que tengo que hacer. Escapar de una vida de esposa y madre fue la mejor decisión de mi vida, por eso mismo creo que es lo que podría servir con ella. Si quiere esconderse en una casa, podemos montar todo el escenario, rodearla de almohadones bordados para que se sienta cómoda. —Y todos, también esta vieja, necesitan volver a un poco de paz al final del día. Me acompaña el espíritu en mis propósitos, pero no mi mente… una cena de vez en cuando y poder visitarte es todo el consuelo que necesito. Gracias por dármelo, querida— musito, dándole una palmadita para apartarme y con el cuerpo quejándose por la edad, me pongo de pie sosteniéndome en el bastón. Creo que queda aún un poco de té en la taza. —Necesitas descansar después de trabajar todo el día y yo también, así que dejaré que lo hagas. ¿Podrías acompañarme al auto?—, puesto que no dejó entrar al pobre de Ramik en primer lugar.
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