OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Febrero
Así que tengo que ir a buscar a la Powell. Arrugo entre mis manos esa hoja del periódico para arrojarla con furia al suelo, gentileza de la visita que acabo de recibir hace unas horas, a quien no podría cerrarle la puerta en la cara como me gustaría y lo hago con otras escorias del norte que se atreven a llegar hasta mi casa con basura del pasado. Tengo que sujetarme a la mesada de la cocina hasta que el borde de mármol se hunde en mis palmas húmedas, concentro todo mi enojo en mis manos y no es suficiente. Descargo un golpe sobre la superficie, un insulto que tengo la libertad de que resuene contra las paredes de la casa en la que vivo sola. Sola es como me tendría que haber mantenido, lástima que en ocasiones el destino nos cruza con otras criaturas, cometemos el error de ver en su juventud rota un vistazo de nosotros mismos y los cobijamos para compensar a nuestra propia herida abierta, con el final maldito de que su traición envenene esa misma herida.
Me tardo unas horas más en recoger mi abrigo para salir al exterior, camino hasta el linde con el bosque que se alza sobre la casa como un gran monstruo que me llama algunas noches y respiro el aire de las hojas, tomo un par de bocanadas hasta que el ahogo en mi pecho se desvanece. Es entonces cuando me desaparezco para ir al distrito en el cuál me han dicho que la encontraré, tengo la dirección de la casa en la que vive con su pareja, otra paria, otro repudiado redimido. El olor a mar se me hace nauseabundo, tuve la desgracia de haber estar a la deriva un par de años y no quiero volver a poner un pie en una embarcación. O es toda esta situación que me desagrada lo que me arrastra hasta una puerta a la que debo tocar con mis nudillos, esperando ver a la misma chica demacrada a la que vi dormir bajo mi cuidado, sorprendiéndome de que esta mujer se vea tan distinta. Mi carcajada al reconocerla es venenosa, seca. Clavo mis ojos en los suyos, igual de azules, y apoyo mi mano en la madera de la puerta para que no la cierre.
—No te atrevas a negarme la entrada a tu casa, cuando yo sí te recibí en la mía— le recuerdo, que ella al final de todo se haya marchado poniendo distancia con toda la mierda que compartimos es una traición que no le perdono, y eso mismo es lo que me permite imponerme, es quien está en falta. —Tiempo sin vernos, Mae— murmuro como un saludo más amable, barriendo su figura de pies a cabeza. —Volvemos a encontrarnos con la suerte invertida. ¿Me invitarás a pasar o prefieres un paseo por la orilla? No creo que podamos decir nada que espante a tu marido, tengo entendido que sabe lo que es la miseria de los repudiados— digo, pero a la primera que el tipo se meta, le daré un golpe. Siempre fuimos las dos, los tratos entre nosotras. —Tengo frío, Mae. Toma una decisión— la apuro, con la misma impaciencia que usaba antes, para obligarle a tomar una decisión de la que después se arrepentía.
Así que tengo que ir a buscar a la Powell. Arrugo entre mis manos esa hoja del periódico para arrojarla con furia al suelo, gentileza de la visita que acabo de recibir hace unas horas, a quien no podría cerrarle la puerta en la cara como me gustaría y lo hago con otras escorias del norte que se atreven a llegar hasta mi casa con basura del pasado. Tengo que sujetarme a la mesada de la cocina hasta que el borde de mármol se hunde en mis palmas húmedas, concentro todo mi enojo en mis manos y no es suficiente. Descargo un golpe sobre la superficie, un insulto que tengo la libertad de que resuene contra las paredes de la casa en la que vivo sola. Sola es como me tendría que haber mantenido, lástima que en ocasiones el destino nos cruza con otras criaturas, cometemos el error de ver en su juventud rota un vistazo de nosotros mismos y los cobijamos para compensar a nuestra propia herida abierta, con el final maldito de que su traición envenene esa misma herida.
Me tardo unas horas más en recoger mi abrigo para salir al exterior, camino hasta el linde con el bosque que se alza sobre la casa como un gran monstruo que me llama algunas noches y respiro el aire de las hojas, tomo un par de bocanadas hasta que el ahogo en mi pecho se desvanece. Es entonces cuando me desaparezco para ir al distrito en el cuál me han dicho que la encontraré, tengo la dirección de la casa en la que vive con su pareja, otra paria, otro repudiado redimido. El olor a mar se me hace nauseabundo, tuve la desgracia de haber estar a la deriva un par de años y no quiero volver a poner un pie en una embarcación. O es toda esta situación que me desagrada lo que me arrastra hasta una puerta a la que debo tocar con mis nudillos, esperando ver a la misma chica demacrada a la que vi dormir bajo mi cuidado, sorprendiéndome de que esta mujer se vea tan distinta. Mi carcajada al reconocerla es venenosa, seca. Clavo mis ojos en los suyos, igual de azules, y apoyo mi mano en la madera de la puerta para que no la cierre.
—No te atrevas a negarme la entrada a tu casa, cuando yo sí te recibí en la mía— le recuerdo, que ella al final de todo se haya marchado poniendo distancia con toda la mierda que compartimos es una traición que no le perdono, y eso mismo es lo que me permite imponerme, es quien está en falta. —Tiempo sin vernos, Mae— murmuro como un saludo más amable, barriendo su figura de pies a cabeza. —Volvemos a encontrarnos con la suerte invertida. ¿Me invitarás a pasar o prefieres un paseo por la orilla? No creo que podamos decir nada que espante a tu marido, tengo entendido que sabe lo que es la miseria de los repudiados— digo, pero a la primera que el tipo se meta, le daré un golpe. Siempre fuimos las dos, los tratos entre nosotras. —Tengo frío, Mae. Toma una decisión— la apuro, con la misma impaciencia que usaba antes, para obligarle a tomar una decisión de la que después se arrepentía.
Volver al trabajo se siente bien después de unas semanas tensas en las que, después de lo ocurrido, he tenido sobre mi espalda cientos de ojos analizando cada movimiento que hago. Sospecho que eso no va a cesar en ningún momento temprano, pero al menos puedo moverme sin la necesidad de respirar cuchicheos a mi paso o, por el contrario, sentir cómo la gente corta sus conversaciones cuando paso de largo por los pasillos del colegio. Sé que debo tener paciencia, no es como si esto fuera algo fácil de olvidar, en especial cuando mi padre se ha convertido en uno de los más buscados y las últimas noticias de la televisión giran en torno a él y su posible paradero. Las recompensas que ofrecen por cualquier tipo de información sobre Hermann, por mínima que sea, me recuerda una vez más que mi falta está en ser su hija y que todo lo que pueda dar es lo mismo que un ciudadano corriente o menos.
No obstante, ese día llego a casa de bastante buen humor, uno que no pretendo alterar tras los altibajos de los últimos días. Por lo general soy una persona tranquila, pero no es la primera vez que me dicen de controlar mi temperamento cuando las cosas se salen de control. Y es que yo realmente nunca he tenido el control de nada, pero vivo creyendo que tengo alguna clase de poder sobre las decisiones que tomo a diario, y reconozco en esa hazaña mi error cuando el timbre de la puerta resuena sobre las paredes del pasillo. En el momento no se me ocurre que pueda ser algo importante, cuando no hace unos meses de que ese mismo sonido trajera consigo un gran vuelco en mi vida, pero me he acostumbrado a la gente interrumpiendo en la puerta en lo último y me levanto del sofá con la misma sensación que de costumbre.
No soy consciente de cuándo es que los músculos de mi rostro se tensan, probablemente lo hacen incluso antes de reconocer las facciones de la mujer que se presenta a mi puerta, porque su voz es mucho más intensa en mis recuerdos que cualquier otro rasgo, pese a que sus ojos azules penetran en mí como una ráfaga de aire frío que me recorre en escalofrío la columna. — Becky, ¿qué haces t… — me callo, su petición a primeras me es suficiente como para cerrar la boca, que no ha pasado mucho tiempo si se compara con todo lo que pasamos juntas como para no saber cuando mantener el silencio en su presencia. Porque esta mujer me impone mucho más de lo que podría hacer otra figura de alta posición, que incluso el mismísimo presidente por toda la mierda que conoce sobre mí, esa que no me aseguré de enterrar con la suficiente profundidad si se encuentra bajo mi techo.
La alusión que hace a Chuck me recuerda que sabe de su existencia, porque hubo un momento en que, si bien no la consideré nunca una amiga, sí la tuve en cuenta como aliada y confidente a pesar de haber tenido que mantener ciertas cosas por separado. — No es mi marid… — no todavía, y es por eso que no llego a terminar la frase, pues me apresuro a resguardar la mano que porta el anillo fuera de su perspectiva. Le echo un vistazo con disimulo desde mi posición en el interior de la casa, se ve mucho mejor de cuando mi suerte era otra, a pesar de que su expresión no ha cambiado en lo más mínimo. Esa misma insistencia la conozco de cuándo hacía trabajos para ella, esos que me sacaron de un apuro en más de una ocasión y que me libraron de un destino peor como el de terminar en un prostíbulo o algo similar con tal de sobrevivir. También sé que eso forma parte de una deuda que quedó abierta cuando opté por un vía de escape mejor, lo que no aprendí aquella vez es que de las tretas con este tipo de gente nunca se llega a salir del todo. Que ella esté aquí solo me lo reafirma y si tiro de la puerta para abrirla y darle pie a la casa es únicamente porque tan pronto escupa lo que quiere, igual de rápido marchará.
No obstante, ese día llego a casa de bastante buen humor, uno que no pretendo alterar tras los altibajos de los últimos días. Por lo general soy una persona tranquila, pero no es la primera vez que me dicen de controlar mi temperamento cuando las cosas se salen de control. Y es que yo realmente nunca he tenido el control de nada, pero vivo creyendo que tengo alguna clase de poder sobre las decisiones que tomo a diario, y reconozco en esa hazaña mi error cuando el timbre de la puerta resuena sobre las paredes del pasillo. En el momento no se me ocurre que pueda ser algo importante, cuando no hace unos meses de que ese mismo sonido trajera consigo un gran vuelco en mi vida, pero me he acostumbrado a la gente interrumpiendo en la puerta en lo último y me levanto del sofá con la misma sensación que de costumbre.
No soy consciente de cuándo es que los músculos de mi rostro se tensan, probablemente lo hacen incluso antes de reconocer las facciones de la mujer que se presenta a mi puerta, porque su voz es mucho más intensa en mis recuerdos que cualquier otro rasgo, pese a que sus ojos azules penetran en mí como una ráfaga de aire frío que me recorre en escalofrío la columna. — Becky, ¿qué haces t… — me callo, su petición a primeras me es suficiente como para cerrar la boca, que no ha pasado mucho tiempo si se compara con todo lo que pasamos juntas como para no saber cuando mantener el silencio en su presencia. Porque esta mujer me impone mucho más de lo que podría hacer otra figura de alta posición, que incluso el mismísimo presidente por toda la mierda que conoce sobre mí, esa que no me aseguré de enterrar con la suficiente profundidad si se encuentra bajo mi techo.
La alusión que hace a Chuck me recuerda que sabe de su existencia, porque hubo un momento en que, si bien no la consideré nunca una amiga, sí la tuve en cuenta como aliada y confidente a pesar de haber tenido que mantener ciertas cosas por separado. — No es mi marid… — no todavía, y es por eso que no llego a terminar la frase, pues me apresuro a resguardar la mano que porta el anillo fuera de su perspectiva. Le echo un vistazo con disimulo desde mi posición en el interior de la casa, se ve mucho mejor de cuando mi suerte era otra, a pesar de que su expresión no ha cambiado en lo más mínimo. Esa misma insistencia la conozco de cuándo hacía trabajos para ella, esos que me sacaron de un apuro en más de una ocasión y que me libraron de un destino peor como el de terminar en un prostíbulo o algo similar con tal de sobrevivir. También sé que eso forma parte de una deuda que quedó abierta cuando opté por un vía de escape mejor, lo que no aprendí aquella vez es que de las tretas con este tipo de gente nunca se llega a salir del todo. Que ella esté aquí solo me lo reafirma y si tiro de la puerta para abrirla y darle pie a la casa es únicamente porque tan pronto escupa lo que quiere, igual de rápido marchará.
El apodo dicho en sus labios me atraviesa con el recuerdo de cuando era una chica a la que podía marcarle el paso, porque había perdido el camino como les ocurre a todos los niños abandonados. Pero al atravesar la entrada de su casa, un vistazo al interior de una vida que difiere muchísimo de nuestras penas compartidas en los cuartos donde es obligatorio pasar la noche para soportar el frío de la estación, evita que sienta la misma empatía hacia ella que en aquel entonces. Me corroe por dentro, inunda mis venas, ese despecho de ver que todos aquellos que han sufrido la pérdida, a la larga reciben algo que lo compensa, menos yo. Preguntarme «por qué yo no» es un pensamiento que se torna martirizante al no encontrarle una respuesta, todo lo que consigo es verme una y otra vez expulsada de la puerta de la casa que me acogió y echada a mi suerte.
—Si te hubieras conseguido un amante del Capitolio que te sacara de nuestros líos, te habría felicitado, estaría aquí para eso…— susurro, girando sobre mis talones para recorrer con mis ojos inquisitivos cada detalle de la habitación, —y no, tan sólo te fuiste sin mirar atrás, ¿quién podría culparte con estas vistas?— bromeo en un tono falsamente inocente, mi sonrisa no llega a mis ojos y me autoproclamo como una visita non grata como para seguir de pie, evito la comodidad del sillón, porque esta no tiene por qué ser una charla nostálgica sobre viejos momentos, sino una conversación sobre lo concreto y lo que me trae aquí. No creo poder con el sentimiento caprichoso y mezquino de que a Phoebe su familia sí la haya buscado en la figura de un hermano, como me enteré después, cuando nadie nunca siguió mis pasos y encontrarme con la madre de la que tomé el apellido que me correspondía por nacimiento, fue más una casualidad fugaz.
—Lamentablemente, en tu partida apresurada, dejaste a un par de clientes sin una despedida y sus reclamos siguen abiertos— le informo, mis ojos son violentos al fijarse en ella, —tuve que tratar con mucha gente disconforme con tu repentina ausencia y no fueron encuentros amables, tuve que hacer piel al castigo— lo dejo en claro, que ella bien qué tipo de personas requerían de una vidente y como por un par de galeones, se volvían patrocinadores o víctimas de engaños. Siempre vi a Phoebe como la carta que uno echa sobre la mesa, la figura cándida de la Sacerdotisa, cuando son otras las cartas que se guardan bajo la manga y al final salen a relucir para virar la jugada a nuestro favor. —Y gracias a tu espectáculo en el estadio hace unos días, muchas de esas personas saben quién eres ahora o quién fuiste siempre— retiro mi vista de ella, —así que… la hija de Hermann Powell—. Sin apellidos, ese fue siempre el acuerdo con quienes tropezaba en el norte, y un nombre no importaba que fuera falso, era todo lo que pedía para tener cómo llamarlos. Las identidades, ¿qué son? Una formalidad, también. Pero que sea la hija de Hermann le da a todo un cariz diferente.
—Si te hubieras conseguido un amante del Capitolio que te sacara de nuestros líos, te habría felicitado, estaría aquí para eso…— susurro, girando sobre mis talones para recorrer con mis ojos inquisitivos cada detalle de la habitación, —y no, tan sólo te fuiste sin mirar atrás, ¿quién podría culparte con estas vistas?— bromeo en un tono falsamente inocente, mi sonrisa no llega a mis ojos y me autoproclamo como una visita non grata como para seguir de pie, evito la comodidad del sillón, porque esta no tiene por qué ser una charla nostálgica sobre viejos momentos, sino una conversación sobre lo concreto y lo que me trae aquí. No creo poder con el sentimiento caprichoso y mezquino de que a Phoebe su familia sí la haya buscado en la figura de un hermano, como me enteré después, cuando nadie nunca siguió mis pasos y encontrarme con la madre de la que tomé el apellido que me correspondía por nacimiento, fue más una casualidad fugaz.
—Lamentablemente, en tu partida apresurada, dejaste a un par de clientes sin una despedida y sus reclamos siguen abiertos— le informo, mis ojos son violentos al fijarse en ella, —tuve que tratar con mucha gente disconforme con tu repentina ausencia y no fueron encuentros amables, tuve que hacer piel al castigo— lo dejo en claro, que ella bien qué tipo de personas requerían de una vidente y como por un par de galeones, se volvían patrocinadores o víctimas de engaños. Siempre vi a Phoebe como la carta que uno echa sobre la mesa, la figura cándida de la Sacerdotisa, cuando son otras las cartas que se guardan bajo la manga y al final salen a relucir para virar la jugada a nuestro favor. —Y gracias a tu espectáculo en el estadio hace unos días, muchas de esas personas saben quién eres ahora o quién fuiste siempre— retiro mi vista de ella, —así que… la hija de Hermann Powell—. Sin apellidos, ese fue siempre el acuerdo con quienes tropezaba en el norte, y un nombre no importaba que fuera falso, era todo lo que pedía para tener cómo llamarlos. Las identidades, ¿qué son? Una formalidad, también. Pero que sea la hija de Hermann le da a todo un cariz diferente.
Estaría dispuesta a soltar una risa irónica por ese comentario que ni ella misma debe creerse, dudo mucho que de haber encontrado un amante en el capitolio se hubiera sentido satisfecha con mi partida, las dos sabemos que le gusta demasiado tener de quién aprovecharse cuando las cosas se tuercen en sus negocios. — No había nada por lo que mirar atrás por aquel entonces. — me atrevo a decir, a sabiendas de que le estoy reconociendo que las elecciones que tuve que tomar por su influencia nunca fueron de mi agrado a pesar de haberle puesto una cara medianamente decente en su día. Eran otros tiempos, en los que el simple hecho de vivir por un día más significaba mucho más que cualquier decisión inapropiada. Otra época en la que Charlie tampoco formaba parte de mi vida como solía hacerlo, opté por verlo como una vía a un nuevo inicio y no como una de escape. Una parte de esa vida que dejé atrás ha regresado en forma de anillo que porta mi mano, era de esperar que la otra no tardara en aparecer después de un tiempo, para mi infortunio. — Tú misma me enseñaste a no desaprovechar las oportunidades que se presenten, que las agarre con fuerza porque las consecuencias van a estar de igual forma, lo tomes o lo dejes. — ¿es ella una de esas consecuencias a las que se refería? Trato de medirlo con la mirada, observándola cautelosamente en lo que sus mismos ojos recorren el lugar.
Pues parece que sí, que regresa no para dárselas de una vieja amiga, sino como un recordatorio de que los errores cometidos en el pasado son tan pegajosos a nuestra piel como lo puede ser un chicle en la suela de un zapato. — No podría haber hecho otra cosa igualmente, la propia ministra LeBlanc quiso asegurarse de que aceptaba su propuesta, ¿hubieras preferido que la rechazara? ¿que el gobierno indagara en el porqué de esa declinación? Todo tu negocio se hubiera echado a perder, ¿qué son un par de clientes malhumorados comparados con la caída de un imperio? — porque que yo recuerde, no solo me tenía para cumplir con las peticiones de personas irascibles respecto a su futuro, sabe tan bien como yo que he hecho cosas por ella de las que ahora mismo me arrepiento. ¿Pero qué podía esperar? Siempre encontraba la forma de que aceptara a sus demandas porque tampoco podía decir que no. Ahora es diferente, no tengo por qué seguir tomando sus exigencias como si mi vida dependiera de ello. — Tienes a más gente, úsalos a ellos, estarán encantados de hacerte el trabajo sucio, puede que no sean fiables, pero eso a tus clientes no les importa mientras se les dé lo que piden. — vamos, sé que la mayoría son farsantes, pero eso los desesperados no tienen por qué saberlo. Espero que la distancia entre nosotras sea suficiente para que que la rabia que empiezo a sentir crecer en su interior no salte como perro enfurecido ante lo que digo a continuación. — Agradezco lo que hiciste por mí, de veras, pero no seguiré por ese camino. — y ya no solo es que no quiera, es que no puedo. Ya estoy temblando sobre la cuerda floja como para encima sumarle la mierda a la que esta mujer pretende que retorne.
Tu espectáculo. Giro la cabeza hacia un lado para disimular el resoplido, mojándome los labios con presión ejercida, puesto que ella me conoce bien, sabe lo insalubre que puedo llegar a ser para mí misma en situaciones de estrés como para llamarlo meramente espectáculo. — ¿A qué has venido, Rebecca? Porque ya te he dicho que no voy a formar parte de la enredadera que tú misma plantaste y si has venido aquí exclusivamente por mi padre, pues… no sé qué es lo que esperas que te responda. ¿Que soy la hija de Hermann Powell? Mi genética dice que sí, pero ese hombre está bien lejos de ser mi padre de cualquier otro modo, solo compartimos un puñado de genes y un par de años de los que tú ya conoces, la única diferencia es que ahora puedes ponerle un nombre y un rostro concretos, ¿es eso tan importante para ti? — porque hasta dónde yo sé, mientras tuvieras un cerebro y un par de manos, con eso le sobraba para formar parte de su red de miserables. Una de la que yo ya no me incluyo.
Pues parece que sí, que regresa no para dárselas de una vieja amiga, sino como un recordatorio de que los errores cometidos en el pasado son tan pegajosos a nuestra piel como lo puede ser un chicle en la suela de un zapato. — No podría haber hecho otra cosa igualmente, la propia ministra LeBlanc quiso asegurarse de que aceptaba su propuesta, ¿hubieras preferido que la rechazara? ¿que el gobierno indagara en el porqué de esa declinación? Todo tu negocio se hubiera echado a perder, ¿qué son un par de clientes malhumorados comparados con la caída de un imperio? — porque que yo recuerde, no solo me tenía para cumplir con las peticiones de personas irascibles respecto a su futuro, sabe tan bien como yo que he hecho cosas por ella de las que ahora mismo me arrepiento. ¿Pero qué podía esperar? Siempre encontraba la forma de que aceptara a sus demandas porque tampoco podía decir que no. Ahora es diferente, no tengo por qué seguir tomando sus exigencias como si mi vida dependiera de ello. — Tienes a más gente, úsalos a ellos, estarán encantados de hacerte el trabajo sucio, puede que no sean fiables, pero eso a tus clientes no les importa mientras se les dé lo que piden. — vamos, sé que la mayoría son farsantes, pero eso los desesperados no tienen por qué saberlo. Espero que la distancia entre nosotras sea suficiente para que que la rabia que empiezo a sentir crecer en su interior no salte como perro enfurecido ante lo que digo a continuación. — Agradezco lo que hiciste por mí, de veras, pero no seguiré por ese camino. — y ya no solo es que no quiera, es que no puedo. Ya estoy temblando sobre la cuerda floja como para encima sumarle la mierda a la que esta mujer pretende que retorne.
Tu espectáculo. Giro la cabeza hacia un lado para disimular el resoplido, mojándome los labios con presión ejercida, puesto que ella me conoce bien, sabe lo insalubre que puedo llegar a ser para mí misma en situaciones de estrés como para llamarlo meramente espectáculo. — ¿A qué has venido, Rebecca? Porque ya te he dicho que no voy a formar parte de la enredadera que tú misma plantaste y si has venido aquí exclusivamente por mi padre, pues… no sé qué es lo que esperas que te responda. ¿Que soy la hija de Hermann Powell? Mi genética dice que sí, pero ese hombre está bien lejos de ser mi padre de cualquier otro modo, solo compartimos un puñado de genes y un par de años de los que tú ya conoces, la única diferencia es que ahora puedes ponerle un nombre y un rostro concretos, ¿es eso tan importante para ti? — porque hasta dónde yo sé, mientras tuvieras un cerebro y un par de manos, con eso le sobraba para formar parte de su red de miserables. Una de la que yo ya no me incluyo.
No mentiré a ninguna de las dos diciendo que hice lo mejor por quien yo conocía como Mae, lo que hice fue mostrarle lo que yo conocía y marqué sus pasos teniendo como rastro los míos para que subsistiera en un norte que se devora a las presas débiles, ella lo era, como yo también lo fui. No le di nada bueno, nada que se merezca un agradecimiento real. Le di lo malo que conocía, quise hacerla una sobreviviente entre fieras. Lo mejor que tengo para ofrecer a alguien es lo malo que aprendí, con la esperanza de que esas mañas le aseguren estar a salvo. Se lo di a ella y la traición llegó después. —Yo quedé atrás, Mae— susurro, tan dolida como puedo sentirme por cada herida trazada en mí, que nunca se cierran, y con la misma amargura del resentimiento que envenenó mi carácter. Nunca esperé que mis consejos la instaran a tomar una decisión en la que me vi como la principal agravada, siendo hostigada por esos clientes con los que fui contacto y una vez que desapareció la chica de las videncias, la misma que me acompañaba para los crímenes que necesitaban de sus cartas y tazas de té como distracción, tuve que buscar una nueva manera de subsistir yo, de imponerme a las amenazas que no tardaron en llegar, hacerlo una vez más, en una constante de actos de traición como lo que parece ser mi vida. —Eres por ti misma, la certeza que necesito para sentirme agradecida de no ser capaz de tener hijos— murmuro, acusándola con mi mirada de su egoísmo y mezquindad, que una madre podría perdonar, yo no. Si a mí me traen cuentas pasadas, vendré a cobrárselas a quien corresponde y ella fue la primera en romper la frágil lealtad que tuvimos alguna vez.
—Phoebe, ¿cuándo será el día que dejes de usar la excusa de que no tenías otra elección para tomar? ¿Comienzas a creer en tus profecías y crees ciegamente en que hay un único camino posible?— pregunto con sorna, se lo merece para que abandone esa postura que la conozco bien, no es la primera vez que le hablo con esta franqueza respecto a su carácter, como pocas personas tal vez lo hacen. —No puedes hacerte la desentendida de las consecuencias que te pesan con una justificación tan pobre como que era lo que tuviste que hacer, tampoco te servirá para librarte de las cosas que te persiguen por todo lo que hiciste en el norte— sentencio. —Lo hiciste tú, fue tu elección. Tus manos están sucias de toda esa basura, porque fuiste quien las metió allí—, doy un paso hacia ella, invadiendo el terreno de su casa que le pertenece, mis ojos se fijan los suyos, tan parecidos que una vez los vi como un reflejo.
—No eres una niña, deja de actuar como la niña a la que abandonaron en el polvo, como si siempre fueran los demás los que castigan tu vida—. El modo en que tiene mi boca de curvarse cuando niega a Hermann, con ese sesgo perverso que un día descubrí al mirarme a mí misma, que se adquiere con los años y se vuelve marca de carácter también. —En tu padre y en mí puedes verlo claro, Mae…— es mi último consejo para ella, —culpa todo lo que quieras a las circunstancias y si quieres también a ese puñado de genes que heredaste de él, pero hace mucho echaste a andar un camino de ida en que buscas y buscarás lo que va con tu naturaleza miserable, todos nos encontramos en el mismo sitio oscuro donde nos revolcamos con nuestros demonios, tendemos a eso. No digas que estás fuera de ese camino, no puedes—. Hay caminos que nos corrompen, nos atraviesan y se hacen parte de nosotros, no creo en su supuesta ingenuidad de creer que podrá mantener esta vida de apariencia que se está montando en la orilla de una playa. —Georgia Ehrenreich es quien te manda saludos esta vez,— digo finalmente, —esa mujer con su memoria y sus obsesiones, necesita de lo que pasa por tu mente con una dependencia preocupante, que claro no me preocupa a mí, debería preocuparte a ti…— insinúo.
—Phoebe, ¿cuándo será el día que dejes de usar la excusa de que no tenías otra elección para tomar? ¿Comienzas a creer en tus profecías y crees ciegamente en que hay un único camino posible?— pregunto con sorna, se lo merece para que abandone esa postura que la conozco bien, no es la primera vez que le hablo con esta franqueza respecto a su carácter, como pocas personas tal vez lo hacen. —No puedes hacerte la desentendida de las consecuencias que te pesan con una justificación tan pobre como que era lo que tuviste que hacer, tampoco te servirá para librarte de las cosas que te persiguen por todo lo que hiciste en el norte— sentencio. —Lo hiciste tú, fue tu elección. Tus manos están sucias de toda esa basura, porque fuiste quien las metió allí—, doy un paso hacia ella, invadiendo el terreno de su casa que le pertenece, mis ojos se fijan los suyos, tan parecidos que una vez los vi como un reflejo.
—No eres una niña, deja de actuar como la niña a la que abandonaron en el polvo, como si siempre fueran los demás los que castigan tu vida—. El modo en que tiene mi boca de curvarse cuando niega a Hermann, con ese sesgo perverso que un día descubrí al mirarme a mí misma, que se adquiere con los años y se vuelve marca de carácter también. —En tu padre y en mí puedes verlo claro, Mae…— es mi último consejo para ella, —culpa todo lo que quieras a las circunstancias y si quieres también a ese puñado de genes que heredaste de él, pero hace mucho echaste a andar un camino de ida en que buscas y buscarás lo que va con tu naturaleza miserable, todos nos encontramos en el mismo sitio oscuro donde nos revolcamos con nuestros demonios, tendemos a eso. No digas que estás fuera de ese camino, no puedes—. Hay caminos que nos corrompen, nos atraviesan y se hacen parte de nosotros, no creo en su supuesta ingenuidad de creer que podrá mantener esta vida de apariencia que se está montando en la orilla de una playa. —Georgia Ehrenreich es quien te manda saludos esta vez,— digo finalmente, —esa mujer con su memoria y sus obsesiones, necesita de lo que pasa por tu mente con una dependencia preocupante, que claro no me preocupa a mí, debería preocuparte a ti…— insinúo.
Quedó atrás, sí, pero no lo suficiente al parecer. Si no se lo digo es porque todavía aprecio lo que tengo como para querer ganarme una estocada por su parte, aunque esa no tarda en llegar en forma de palabras tan afiladas que puedo sentir como se clavan en mi pecho como cuchillos que me cortan algo más que la respiración, también la voz. Porque vamos, nunca me he considerado la hija ideal, pero llegar al punto de decir que no tendría hijos por ver en mí la razón de dicha postura me acongoja por dentro, me hace consumirme al punto de que tengo que pestañear varias veces para asegurarme de que la estoy mirando todavía. Si bien, tampoco podría haber esperado otra cosa de ella. Nunca ha sido una mujer que cuide sus palabras, le da igual de qué forma expresarlas y tampoco le importa el efecto que puedan tener en los demás. No obstante, está claro que ese golpe no me lo esperaba, ni viniendo de una persona tan descarada como es ella.
Tengo que agradecer que Charles no se encuentre en la casa, porque no sé que haría de estar escuchando esto, cuando en mí misma tiene el impacto de hacerme temblar el labio inferior, el mismo que aseguro al apretarlo con mis dientes. — Dime tú, ¿qué otro camino hubieras escogido de estar en mi posición? Que lo estuviste, esa fue la razón por la que te paraste a ayudarme en primer lugar. Hablas de que tengo las manos sucias como si tú no hubieras estado ahí para cerciorarte de que se mantenían así. — le espeto, que utilizarme fue su idea principal, la ayuda llegó después y no precisamente de la mejor manera, ambas sabemos que todo acto de bondad tiene un precio, parece que yo estoy pagando por el suyo ahora. — No estoy justificando nada de lo que hice, solo estoy tratando de decirte que esa parte de mi vida se ha terminado, no hay ni una sola cosa que me ate a ese lugar además de ti misma. — o eso creo, al menos, no voy a poner en palabras a quienes se quedaron atrás con ella en el norte, ese grupo de desesperados al que yo un día pertenecí. ¿De verdad es tan rencorosa que no va a dejarlo ir, incluso cuando parece que la vida le está dando una segunda oportunidad dentro de este gobierno?
No, ya no soy esa niña, y aun así hay una parte de mí misma que no sabe ser otra cosa que eso. Puede que tenga razón, que esté culpando al resto por el camino que me he visto obligada a recorrer a trompicones. ¿Pero cómo no voy a hacerlo, cuando fueron sus decisiones las que se vieron forjadas en las mías en piel a carne viva? No conozco otra cosa que no sea actuar por supervivencia, incluso ahora, que estoy creando una vida lejos de la necesidad por vivir en sí misma, no puedo quitarme ese sentimiento de encima. — Mi naturaleza miserable. — repito, mis brazos cruzados sobre mi pecho, pero apenas me muevo del sitio cuando da un paso hacia mí y le devuelvo la mirada desafiante como si no tuviera nada que perder. — ¿Para eso has venido? ¿Para regodearte de mí en mi propia casa? — ¿aún sabiendo que mi hermano podría mandarla directa a un calabozo? Claro que lo sabe, como también sabe que no puedo utilizar esa carta porque tanto mi vida como la de Hans penden de un hilo, como para añadir a la lista de motivos por los que resulto un problema todo lo que el norte arrastra consigo a mi costa. Podría decirle que si yo caigo ella lo hará también, pero creo que es evidente la diferencia de posiciones una vez más, que ella porta con una ventaja que yo no, la aprobación de un presidente desquiciado.
Me quedo callada aun así, porque el nombre que se escapa de sus labios me mantiene con la mirada fija en sus ojos azules, el de una mujer que ya he reconocido con anterioridad hace no demasiado tiempo, casi nada de hecho. La misma anciana que se ha dedicado a escribir artículos sobre mi familia como si le perteneciera el derecho a liberar esos recuerdos para que todo el mundo los lea, asaltando toda privacidad que alguna vez le confié. No que le confiara, sino que nuestros pasado en conjunto han debido distorsionar su cerebro hasta el punto de no saber diferenciar entre lo que ocurrió y lo que no. Porque no sé de dónde habrá sacado esa información, más de la mitad inventada, pero no voy a darle el gusto de seguir alimentando su obsesión. — ¿Por qué debería preocuparme? En lo que a mí respecta puede ir buscándose a otro que le lance las cartas. Está loca, demente, ida de la cabeza, ¿acaso has leído lo que ha estado publicando? — claro que no sé por qué le hago esas preguntas como si fuera a preocuparla, debo empezar a dejar de lado eso de pensar en alto, más con esta gente. — Rebecca, por favor, tú sabes que esa mujer no ha llegado a dónde está por méritos legales, no… no puedo salirme del cuadro, no ahora. — no cuando le he prometido a mi hermano que mantendría un perfil bajo. El tono de mi voz es casi un ruego, el mismo que por seguro ya ha escuchado de mí en otra ocasión, cuando mi suerte era otra. Pero qué peor idea sería que la de juntarme con alguien que acostumbraba a ser cliente de mercados negros y ventas ilegales, cuando parece que todo el mundo está siendo investigado estos días.
Tengo que agradecer que Charles no se encuentre en la casa, porque no sé que haría de estar escuchando esto, cuando en mí misma tiene el impacto de hacerme temblar el labio inferior, el mismo que aseguro al apretarlo con mis dientes. — Dime tú, ¿qué otro camino hubieras escogido de estar en mi posición? Que lo estuviste, esa fue la razón por la que te paraste a ayudarme en primer lugar. Hablas de que tengo las manos sucias como si tú no hubieras estado ahí para cerciorarte de que se mantenían así. — le espeto, que utilizarme fue su idea principal, la ayuda llegó después y no precisamente de la mejor manera, ambas sabemos que todo acto de bondad tiene un precio, parece que yo estoy pagando por el suyo ahora. — No estoy justificando nada de lo que hice, solo estoy tratando de decirte que esa parte de mi vida se ha terminado, no hay ni una sola cosa que me ate a ese lugar además de ti misma. — o eso creo, al menos, no voy a poner en palabras a quienes se quedaron atrás con ella en el norte, ese grupo de desesperados al que yo un día pertenecí. ¿De verdad es tan rencorosa que no va a dejarlo ir, incluso cuando parece que la vida le está dando una segunda oportunidad dentro de este gobierno?
No, ya no soy esa niña, y aun así hay una parte de mí misma que no sabe ser otra cosa que eso. Puede que tenga razón, que esté culpando al resto por el camino que me he visto obligada a recorrer a trompicones. ¿Pero cómo no voy a hacerlo, cuando fueron sus decisiones las que se vieron forjadas en las mías en piel a carne viva? No conozco otra cosa que no sea actuar por supervivencia, incluso ahora, que estoy creando una vida lejos de la necesidad por vivir en sí misma, no puedo quitarme ese sentimiento de encima. — Mi naturaleza miserable. — repito, mis brazos cruzados sobre mi pecho, pero apenas me muevo del sitio cuando da un paso hacia mí y le devuelvo la mirada desafiante como si no tuviera nada que perder. — ¿Para eso has venido? ¿Para regodearte de mí en mi propia casa? — ¿aún sabiendo que mi hermano podría mandarla directa a un calabozo? Claro que lo sabe, como también sabe que no puedo utilizar esa carta porque tanto mi vida como la de Hans penden de un hilo, como para añadir a la lista de motivos por los que resulto un problema todo lo que el norte arrastra consigo a mi costa. Podría decirle que si yo caigo ella lo hará también, pero creo que es evidente la diferencia de posiciones una vez más, que ella porta con una ventaja que yo no, la aprobación de un presidente desquiciado.
Me quedo callada aun así, porque el nombre que se escapa de sus labios me mantiene con la mirada fija en sus ojos azules, el de una mujer que ya he reconocido con anterioridad hace no demasiado tiempo, casi nada de hecho. La misma anciana que se ha dedicado a escribir artículos sobre mi familia como si le perteneciera el derecho a liberar esos recuerdos para que todo el mundo los lea, asaltando toda privacidad que alguna vez le confié. No que le confiara, sino que nuestros pasado en conjunto han debido distorsionar su cerebro hasta el punto de no saber diferenciar entre lo que ocurrió y lo que no. Porque no sé de dónde habrá sacado esa información, más de la mitad inventada, pero no voy a darle el gusto de seguir alimentando su obsesión. — ¿Por qué debería preocuparme? En lo que a mí respecta puede ir buscándose a otro que le lance las cartas. Está loca, demente, ida de la cabeza, ¿acaso has leído lo que ha estado publicando? — claro que no sé por qué le hago esas preguntas como si fuera a preocuparla, debo empezar a dejar de lado eso de pensar en alto, más con esta gente. — Rebecca, por favor, tú sabes que esa mujer no ha llegado a dónde está por méritos legales, no… no puedo salirme del cuadro, no ahora. — no cuando le he prometido a mi hermano que mantendría un perfil bajo. El tono de mi voz es casi un ruego, el mismo que por seguro ya ha escuchado de mí en otra ocasión, cuando mi suerte era otra. Pero qué peor idea sería que la de juntarme con alguien que acostumbraba a ser cliente de mercados negros y ventas ilegales, cuando parece que todo el mundo está siendo investigado estos días.
Diría que no la hubiera dejado a ella atrás, la había tomado bajo mi cuidado por una necesidad más mía que suya, errada si cree que era para obtener beneficios a su costa, exponiéndola a ella para resguardar mi pellejo. Pues no, nunca es así, habrá muchas crueldades que nos marcaran la piel y se debe aprender a ser resistente a estas hiriendo esa misma piel, era lo que trataba de inculcar en ella. Pero no le mentiré, no diré que hubiera velado por su suerte hasta la última instancia, que hubiera sacrificado una oportunidad de lo que fuera por ella, son promesas vanas. Me han dejado atrás tantas personas que no puedo jurar que no hubiera hecho lo mismo por ella, uno replica en otros las heridas que le causaron y Mae de a ratos me recordaba a lo perdida que estuve, aunque supo marcar una diferencia. El carácter que me demuestra a mí me tardó más tiempo en forjar, a los treinta años todavía estaba ida y sumisa a mis males, que nunca me hubiera plantado como ella lo hace por la invasión de un pasado que solo trae mierdas a dispersar por su sala. Por eso mismo, no la subestimo, no la trato con condescendencia, cada cosa que digo y hago es porque sé que puede hacerle frente.
—Lo peor que puedes hacer en tu vida es huir de tus cuentas pendientes, tienes que volver y resolverlas— suena a que la estoy intimidando, que hay una amenaza latente a que lo cumpla en el tono de mi voz, y es todo lo contrario, no le debo nada a la chica que escapó de mi resguardo para apurar sus pies hacia una vida más cómoda en el Capitolio, sin embargo me encuentro aconsejándole, explicándole cómo se debe actuar. —Si no a cada cosa que construyas, por bonita que sea tu casa y por leal que sea tu marido, todas y cada una de esas cuentas volverán a importunar, a manchar tu casa, a destruir tus relaciones. ¿Eso es lo que quieres? No sé si estás siendo tonta o cobarde— la reprendo, en ese tono que puede juzgar avasallante de mi parte o será que estoy asumiendo otra vez una autoridad de madre que no me corresponde. —Estás viendo esto del lado equivocado, Mae. Acudir a Georgia es lo más acertado y provechoso que puedes hacer en este momento, es ella quien te probó con un único artículo que puede empezar a sacar tus trapos sucios a la luz, un anticipo de lo que podría hacer, si lo hace con funcionarios, ¿por qué no contigo aprovechándose de que eres la hermana de un ministro? Si en cambio, te acercas a ella, los escritos cesarán y callará lo que sabe de ti y tu familia, hasta podría escribir un par de artículos floridos con el apellido Powell si recuperas ese… aprecio perturbador que tiene por ti— ni siquiera yo puedo controlar la manera en que mis brazos se erizan por un escalofrío al decirlo.
—Lo peor que puedes hacer en tu vida es huir de tus cuentas pendientes, tienes que volver y resolverlas— suena a que la estoy intimidando, que hay una amenaza latente a que lo cumpla en el tono de mi voz, y es todo lo contrario, no le debo nada a la chica que escapó de mi resguardo para apurar sus pies hacia una vida más cómoda en el Capitolio, sin embargo me encuentro aconsejándole, explicándole cómo se debe actuar. —Si no a cada cosa que construyas, por bonita que sea tu casa y por leal que sea tu marido, todas y cada una de esas cuentas volverán a importunar, a manchar tu casa, a destruir tus relaciones. ¿Eso es lo que quieres? No sé si estás siendo tonta o cobarde— la reprendo, en ese tono que puede juzgar avasallante de mi parte o será que estoy asumiendo otra vez una autoridad de madre que no me corresponde. —Estás viendo esto del lado equivocado, Mae. Acudir a Georgia es lo más acertado y provechoso que puedes hacer en este momento, es ella quien te probó con un único artículo que puede empezar a sacar tus trapos sucios a la luz, un anticipo de lo que podría hacer, si lo hace con funcionarios, ¿por qué no contigo aprovechándose de que eres la hermana de un ministro? Si en cambio, te acercas a ella, los escritos cesarán y callará lo que sabe de ti y tu familia, hasta podría escribir un par de artículos floridos con el apellido Powell si recuperas ese… aprecio perturbador que tiene por ti— ni siquiera yo puedo controlar la manera en que mis brazos se erizan por un escalofrío al decirlo.
Volver y resolver mis cuentas pendientes, como ella misma dice, no es algo que se me antoje con gracia, porque eso requiere de volver a métodos antiguos de supervivencia cuando es evidente que ya no la necesito, no de la misma manera al menos. Mi familia tiene las de perder si alguno de nosotros se sale de la línea que Magnar está liderando, y siento que Georgia no es una mujer que acostumbre a estar del lado bueno de los políticos. Solo hay que leer la mierda que escribe en su periódico para comprobarlo, no pretendo juntarme con alguien que ponga en el punto de mira a mi familia de nuevo. No obstante… sé que hay algo de razón en sus palabras, porque puede que Rebecca se salga de palabra en alguna cuestión, pero también tiene consigo la confianza de la experiencia con este tipo de gente. — ¿Y qué es lo que obtienes tú de beneficio? Quieres que vaya, atienda las peticiones de una mujer cuyo cerebro se está degenerando por momentos y… ¿qué es lo que sacas tú? — porque vamos, no soy tonta, por mucho que se esfuerce en remarcarlo, sé que no haría nada si ella no consiguiera algo de por medio.
No estoy como para debatir entre si fiarme o no, no cuando señala lo evidente y cuando yo misma he sido capaz a comprobar lo que podría hacer con la información adecuada y la audiencia correcta. Pero aun así, no me resigno a creer que no me está llevando hacia una trampa. — ¿Quién me asegura que no lo hará igualmente? ¿Su palabra? Al día siguiente podría no recordar nada de esto, o tener un delirio que la lleve a escribir cosas todavía peores de las que ya de por sí ha publicado. — espero que entienda, si no es con mi mirada con mi lenguaje corporal al dar un paso hacia ella, que no pretendo tomar una zancada que no prometa firmeza al otro lado. Sí, conozco de la obsesión que tiene esa mujer con mi mente, me resulta incómodo y escalofriante al mismo tiempo, tanto como que puedo sentir como mi cuerpo se ve alterado por eso que dice. — No me fío de ella, es inestable y compleja, no me interesa meterme con alguien así. — y a pesar de que digo todo eso con bastante seguridad, existe la parte en mi interior que no sabría decir qué tan importante es la inestabilidad de esa mujer cuando puede acabar con el equilibrio en mi vida en menos de un chasquido.
No estoy como para debatir entre si fiarme o no, no cuando señala lo evidente y cuando yo misma he sido capaz a comprobar lo que podría hacer con la información adecuada y la audiencia correcta. Pero aun así, no me resigno a creer que no me está llevando hacia una trampa. — ¿Quién me asegura que no lo hará igualmente? ¿Su palabra? Al día siguiente podría no recordar nada de esto, o tener un delirio que la lleve a escribir cosas todavía peores de las que ya de por sí ha publicado. — espero que entienda, si no es con mi mirada con mi lenguaje corporal al dar un paso hacia ella, que no pretendo tomar una zancada que no prometa firmeza al otro lado. Sí, conozco de la obsesión que tiene esa mujer con mi mente, me resulta incómodo y escalofriante al mismo tiempo, tanto como que puedo sentir como mi cuerpo se ve alterado por eso que dice. — No me fío de ella, es inestable y compleja, no me interesa meterme con alguien así. — y a pesar de que digo todo eso con bastante seguridad, existe la parte en mi interior que no sabría decir qué tan importante es la inestabilidad de esa mujer cuando puede acabar con el equilibrio en mi vida en menos de un chasquido.
—Paz— digo, una palabra tan simple que pesa tanto entre nosotras, una confesión que revelo para ella y que no sabrá valorar, porque soy quien le trae martirio con el conocimiento de que adentrándonos en estos tratos compartidos una vez más, una anciana con la mente dañada tratará de obligarnos a actuar de acuerdo a sus requerimientos mezquinos y un poco de paz será una cuota cara por pagar. —También quiero paz, como tú…— suspiro, que de maneras distintas hemos abandonado nuestros lugares de parias de la sociedad para que nos vuelvan a recibir, a ambas con el recelo que siempre tendremos que tolerar por el olor a norte en nuestra piel, y a mí en especial por el peligro latente de mi condición de licántropo. El uniforme del escuadrón me da una posición legítima entre los ciudadanos, pero a la vez me identifica en mi carácter de bestia y eso será siempre lo que verán antes de fijarse en el rostro de la mujer.
A nadie le interesa, a nadie le importa la suerte ajena, nadie tiene un mínimo de solidaridad con el pasado del otro, estamos metidos en un constante a matar o a morir en el que el otro siempre será el enemigo. Ella también lo es, en este momento presente. También lo fue cuando la tenía siguiéndome. Nunca se puede confiar en el otro, las colaboraciones que pedimos son engañosas, pero necesarias y obligatorias a veces para que cada quien consiga su beneficio. Un beneficio tan vano como un poco de paz, porque hay una vieja loca que tiene maneras de hacerte parte de su locura, por mucho que intentemos mantenerla al margen, como si se pudiera. Es una sonrisa desganada la que le muestro a Mae, no puedo dejar de pensar en ella con ese nombre, y con rapidez curvo mis labios con un sesgo petulante para seguir manteniendo un tono que lo acompañe. —De acuerdo— digo, echándome hacia atrás. —Le diré que no quieres una entrevista con ella— decido, que el desinterés que demuestra haga frente por su cuenta a la obsesión enferma de Georgia. —Asegúrate de no estar en casa cuando venga de visita — es lo único que puedo decirle para resguardarla, porque vine por delante, después vendrá la anciana y al final las tres volveremos a estar metidas en el mismo lío.
Al menos tengo la oportunidad de una charla a solas con ella que no creo que se vuelva a repetir y por lo poco que pienso alargar mi visita, echo una mirada larga a su sala, a cada mueble, a la vista a través de la ventana. —De alguna manera retorcida y extraña, todas las cosas que perdemos las volvemos a recuperar, aunque nunca de la manera en que imaginamos— musito, —pero las personas que supimos lo que era perder todo, cuando lo recuperamos…— me abrazo a mí misma por la cintura, tengo un segundo en que vacilo entre todas las personas que fui y las palabras salen solas de mis labios. —Muere por esto, Mae. Haz lo que tengas que hacer por lo que tienes y que no te importe ensuciarte las manos, ya conocemos lo que es tenerlas manchadas, todo tiene su razón de ser y de haber sucedido, te forma para lo que viene y para que no vaciles, nunca vaciles, en morir y matar por lo que tienes— lo último lo digo dándole la espalda para encaminar hacia la puerta.
A nadie le interesa, a nadie le importa la suerte ajena, nadie tiene un mínimo de solidaridad con el pasado del otro, estamos metidos en un constante a matar o a morir en el que el otro siempre será el enemigo. Ella también lo es, en este momento presente. También lo fue cuando la tenía siguiéndome. Nunca se puede confiar en el otro, las colaboraciones que pedimos son engañosas, pero necesarias y obligatorias a veces para que cada quien consiga su beneficio. Un beneficio tan vano como un poco de paz, porque hay una vieja loca que tiene maneras de hacerte parte de su locura, por mucho que intentemos mantenerla al margen, como si se pudiera. Es una sonrisa desganada la que le muestro a Mae, no puedo dejar de pensar en ella con ese nombre, y con rapidez curvo mis labios con un sesgo petulante para seguir manteniendo un tono que lo acompañe. —De acuerdo— digo, echándome hacia atrás. —Le diré que no quieres una entrevista con ella— decido, que el desinterés que demuestra haga frente por su cuenta a la obsesión enferma de Georgia. —Asegúrate de no estar en casa cuando venga de visita — es lo único que puedo decirle para resguardarla, porque vine por delante, después vendrá la anciana y al final las tres volveremos a estar metidas en el mismo lío.
Al menos tengo la oportunidad de una charla a solas con ella que no creo que se vuelva a repetir y por lo poco que pienso alargar mi visita, echo una mirada larga a su sala, a cada mueble, a la vista a través de la ventana. —De alguna manera retorcida y extraña, todas las cosas que perdemos las volvemos a recuperar, aunque nunca de la manera en que imaginamos— musito, —pero las personas que supimos lo que era perder todo, cuando lo recuperamos…— me abrazo a mí misma por la cintura, tengo un segundo en que vacilo entre todas las personas que fui y las palabras salen solas de mis labios. —Muere por esto, Mae. Haz lo que tengas que hacer por lo que tienes y que no te importe ensuciarte las manos, ya conocemos lo que es tenerlas manchadas, todo tiene su razón de ser y de haber sucedido, te forma para lo que viene y para que no vaciles, nunca vaciles, en morir y matar por lo que tienes— lo último lo digo dándole la espalda para encaminar hacia la puerta.
Es de esperar que una mujer con un pasado como el de Rebecca, uno que compartimos por las miserias que nos colocaron en la propia que es el norte, ansíe por encima de todo algo tan inverosímil como la paz en un país donde esa palabra parece que todavía no ha sido inventada. Es por eso que paso a mirarla de otra forma, no como alguien a la que haya escuchado decir una tontería, sino que podría decirse que hay algo en el brillo de mis ojos que se asemeja al de antaño cuando creí encontrar en esta persona un paso a la esperanza, que quizás únicamente se trataba de mera supervivencia como la que nos tiene aquí discutiendo sobre cosas pasadas. Aflojo la tensión de mis brazos, no los libero de ese cruce sobre mi pecho, pero al menos no mantengo la espalda erguida como si estuviera esperando un nuevo ataque. Abro la boca para decir algo, no obstante, la cierro al segundo de que mis labios se separen, porque podría decirle que no tiene sentido que busque la paz cuando ha sido la primera en adentrarse en mi casa para romper con la mía, y si no lo hago es porque aun mantengo cierto respeto por ella.
Me quedo con lo que dice a continuación, que suena a amenaza y lo tomo como tal, siguiéndola con los ojos en lo que los suyos recorren la habitación. Las palabras que la secundan no difieren mucho de los consejos que solía ofrecerme hace no tantos años atrás, en un lugar muy distinto al que nos encontramos ahora, lo que me hace verlo como si lo único que ha cambiado es el ambiente, mientras que nosotras permanecemos inmutables en el tiempo. Charlas como estas hemos tenido más de una vez, pero algo en su voz me hace tomarlo de una manera distinta, quizás porque en esta ocasión tengo la suerte o por contrariedad la mala suerte de reconocer todo lo que me es posible perder. Cuando estábamos solas, tomaba su palabra como algo a lo que no podía aferrarme porque no había nada por lo cual prosperar o aspirar a una vida mejor, solo me limitaba a seguir respirando un día más a la espera de que algo cambiara para mejor. Puedo decir que lo ha hecho, pero mis compañías parecen ser las mismas. — Ten por seguro que lo haré por aquello que lo vale, no cometeré el error de fallar con el tiro de la misma piedra, tú tampoco deberías hacerlo. — porque nunca he sido yo la que aconseja, siempre ha sido del revés, atrevo a intercambiar los papeles como si estuviera hablando de algo que ella no conoce. La realidad es otra, Rebecca sabe mucho más de lo que yo puedo imaginarme, la desgracia que ha caído sobre su espalda no es otra que la mía que la une a ella y como también nos une a una tercera, alzo la voz. — Dile a Georgia que hablaré con ella cuando tenga clara la postura que quiere tomar, si en contra de mi familia o de nuestro lado. Solo entonces le permitiré que ponga un pie en esta casa, y conversemos. — aviso, cuando ya nuestros ojos no se conectan y los míos tan solo tienen consentido clavarse en su espalda.
Me quedo con lo que dice a continuación, que suena a amenaza y lo tomo como tal, siguiéndola con los ojos en lo que los suyos recorren la habitación. Las palabras que la secundan no difieren mucho de los consejos que solía ofrecerme hace no tantos años atrás, en un lugar muy distinto al que nos encontramos ahora, lo que me hace verlo como si lo único que ha cambiado es el ambiente, mientras que nosotras permanecemos inmutables en el tiempo. Charlas como estas hemos tenido más de una vez, pero algo en su voz me hace tomarlo de una manera distinta, quizás porque en esta ocasión tengo la suerte o por contrariedad la mala suerte de reconocer todo lo que me es posible perder. Cuando estábamos solas, tomaba su palabra como algo a lo que no podía aferrarme porque no había nada por lo cual prosperar o aspirar a una vida mejor, solo me limitaba a seguir respirando un día más a la espera de que algo cambiara para mejor. Puedo decir que lo ha hecho, pero mis compañías parecen ser las mismas. — Ten por seguro que lo haré por aquello que lo vale, no cometeré el error de fallar con el tiro de la misma piedra, tú tampoco deberías hacerlo. — porque nunca he sido yo la que aconseja, siempre ha sido del revés, atrevo a intercambiar los papeles como si estuviera hablando de algo que ella no conoce. La realidad es otra, Rebecca sabe mucho más de lo que yo puedo imaginarme, la desgracia que ha caído sobre su espalda no es otra que la mía que la une a ella y como también nos une a una tercera, alzo la voz. — Dile a Georgia que hablaré con ella cuando tenga clara la postura que quiere tomar, si en contra de mi familia o de nuestro lado. Solo entonces le permitiré que ponga un pie en esta casa, y conversemos. — aviso, cuando ya nuestros ojos no se conectan y los míos tan solo tienen consentido clavarse en su espalda.
Interrumpo mi andar hacia la puerta para voltearme lentamente hacia ella, con una ceja arqueada mostrándole mi sorpresa porque se atreva a devolverme la advertencia, que no es una amenaza de su parte, suena casi como un consejo y los sentimientos encontrados que tengo por Mae, que al final de este día se encauzarán en uno solo, el único que persiste en mí, por un momento se inclinan hacia la amabilidad que podría haber sentido por su suerte. Ignoro el lujo simple de esta casa, que será siempre un lujo mayor al que se podría aspirar en las habitaciones prestadas del norte, para mirarla como lo que es. Esa chica a la que vi, con las mejillas hundidas, ojos grandes en desproporción con un cuerpo maltratado por una vida de carencias, tan perdida y asustada como una cría de animal que salta con sus dientes débiles a la primera mano que trata de rozarla. Es la imagen que se entrecruza para mí en este presente y los recuerdos con los que cargo, que por un momento tampoco la veo a ella, sino a otra chica, el mismo azul en la mirada que se estaba resquebrajando hasta romperse del todo, envuelta en un abrigo sucio y varios talles más grande, a la que di la espalda y lo mismo toca hacer con Mae.
—Puedo llevarle un «no» de tu parte, pero si comienzan con los recados, no seré quien les haga de mensajera. Ve y habla con ella para ponerle tus condiciones— digo, avanzando hacia la puerta. Mi mano se posa sobre la manija, no quiero echar la mirada hacia atrás porque he decido dejarla, pero me encuentro con cosas que todavía quiero decirle, en parte por obligación del recordatorio que cree que necesita. —No eres la niña a la que abandonó papá, no eres la chica desprotegida del norte. Eres una mujer adulta, Phoebe. Da la cara a los llamados que te hagan y demuéstrales quién eres ahora, marca, defiende tus distancias. No esperes que nadie más lo haga por ti. ¿Quieres paz? Lucha y saca sangre por tu paz—. Muevo la perilla de la puerta para abrirla y salir de una buena vez por todas, tomando el aire del mar con una honda respiración que me devuelve el espíritu. Cruzo la playa en amplias zancadas, podría desaparecer cuando así lo quiera, pero insisto en poner una distancia con la casa de Phoebe que puedo medir cuando me volteo, observando el recorte de la construcción en el paisaje y notando lo lejos que ahora estamos. Lo distintas que somos, que hemos sido siempre, por mucho que quise ver algo de mí en ella y no fue así. Pensarla como una desconocida me sirve más que sentir algún tipo de nostalgia, echar de menos lo que sea nunca me ha traído consuelo, ella tampoco será la excepción.
—Puedo llevarle un «no» de tu parte, pero si comienzan con los recados, no seré quien les haga de mensajera. Ve y habla con ella para ponerle tus condiciones— digo, avanzando hacia la puerta. Mi mano se posa sobre la manija, no quiero echar la mirada hacia atrás porque he decido dejarla, pero me encuentro con cosas que todavía quiero decirle, en parte por obligación del recordatorio que cree que necesita. —No eres la niña a la que abandonó papá, no eres la chica desprotegida del norte. Eres una mujer adulta, Phoebe. Da la cara a los llamados que te hagan y demuéstrales quién eres ahora, marca, defiende tus distancias. No esperes que nadie más lo haga por ti. ¿Quieres paz? Lucha y saca sangre por tu paz—. Muevo la perilla de la puerta para abrirla y salir de una buena vez por todas, tomando el aire del mar con una honda respiración que me devuelve el espíritu. Cruzo la playa en amplias zancadas, podría desaparecer cuando así lo quiera, pero insisto en poner una distancia con la casa de Phoebe que puedo medir cuando me volteo, observando el recorte de la construcción en el paisaje y notando lo lejos que ahora estamos. Lo distintas que somos, que hemos sido siempre, por mucho que quise ver algo de mí en ella y no fue así. Pensarla como una desconocida me sirve más que sentir algún tipo de nostalgia, echar de menos lo que sea nunca me ha traído consuelo, ella tampoco será la excepción.
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