The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
Los días cada vez son más eternos, por mucho que digan que en invierno son más cortos por eso de que anochece más temprano. Ir al trabajo se ha convertido en una odisea desde que Arianne ya no trabaja en el Wizengamot, y si a veces ya era horrible, ahora que no tengo con quien desahogarme es incluso peor. No la he visto desde que por razones que todavía no comprendo del todo, dejó de trabajar. Tampoco me atreví a poner un pie en su casa porque nuestro último encuentro bajo ese techo no es que fuera demasiado bien... Y no voy a negarlo: a veces he sentido envidia de ella por no tener que aguantar ese trabajo de mierda. Todo es peor desde que llegó Magnar al poder, a lo cual hay que sumarle que fui el tipo que rechazó firmar aquella sentencia de muerte meses atrás y que ya desde entonces algunos compañeros empezaron a mirarme con mala cara. No quiero saber cómo me mirarían si supieran que, para colmo, entre los rostros de los más buscados por traición está el de mi prima.

Pero para variar, todo se desmorona.

Solo estaba mirando por la ventana para ver si veía a Maeve llegar ya a casa cuando me encontré con algo que no esperaba para nada. Y es que no todos los días ves reventar a un auror la puerta de la casa de tu mejor amiga, y después, cuando vas a ver qué ha pasado, encuentras el lugar lleno de sangre. Lo peor es que, por mucha información que esté tratando de recabar, sigo sin comprender, para no romper con la costumbre, qué narices ha pasado. Supongo que mi vida ahora se basa en eso, en no saber qué pasa. Cuando no es por Arianne, es por intentar entender qué le pasa a mi hija adolescente, quien cada vez pasa menos tiempo en casa. Si antes la envidiaba porque Arianne ya no tenía que aguantar mi trabajo, ahora me siento culpable por no haber ni hablado con ella.

Supongo que es un cúmulo de cosas lo que me lleva a pasar mis escasas horas libres en un bar cualquiera, lugar que se ha convertido en mi refugio cada noche que salgo de trabajar, y antes de volver de vuelta al 4. Es con la cabeza enterrada en una jarra cuando veo de reojo a alguien sentarse a mi lado, en la barra. Al principio no le presto atención por estar demasiado concentrado en la bebida, pero cuando termino y la dejo sobre la barra, entonces me doy cuenta de quién es. — Tú... — Y es que nunca olvidaría su cara, no después de verla salir de casa de Arianne.
Jasper E. Davies
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Honestamente, el mundo está patas arriba. Y no es divertido. Ir al trabajo es agotador, y estar en casa a veces también. No por mi compañero de piso, esa parte es genial. Es más agotador cuando estoy sola en casa. Definitivamente no me gusta nada. Y hoy sé que si voy a casa voy a estar sola. Y una forma de evitarlo, una muy buena forma, a mi parecer, es el bar que veo al otro lado de la calle. No es de los que más frecuento, pero puede hacer las veces de lo que yo necesito ahora mismo, que es evadirme de todo un poco. Ni siquiera voy a emborracharme, no hoy. No es lo que necesito, creo. Tal vez simplemente pida una copa de cerveza y me siente a un lado del bar a escuchar música. A estar tranquila. A mirar cómo cada persona tiene una vida, una vida distinta, con sus problemas, sus incógnitas, sus dilemas, pero una vida que ha encontrado un momento de pausa en ese local.

Nada más entrar me dirijo a la barra y me siento un momento en uno de los taburetes. A mi lado, un hombre joven bebe de una jarra de cerveza, y por un momento estoy tentada de pedir lo mismo. Pero sé que si empiezo con una jarra, luego seguirá otra. Y tal vez otra más. Y otra. Y tengo que respetar un toque de queda, unos horarios y, por encima de todo, quiero evitar emborracharme. Así que levanto la mano, haciéndole un gesto a una camarera, y le sonrío —¡Una copa, por favor!— ella asiente y me señala uno de los tiradores de cerveza que tienen, con un tipo de cerveza que a mí ya me parece bien, así que asiento con la cabeza. Me sirve la copa y me la trae enseguida, y yo se lo agradezco con una sonrisa amable y dejando el dinero que le debo encima de la barra, que ella coge rápidamente. La experiencia me dice que si pago antes de empezar a consumir es menos probable que termine liándome a beber más.

Entonces el hombre de la jarra se gira hacia mí y me habla. Y su tono es raro. Alzo ambas cejas, con algo de confusión —¿Sí?— miro el lugar de la barra en el que está sentado, en busca de más jarras vacías que indiquen un estado de intoxicación que podría llevarle a hablarme así, pero no encuentro nada, así que vuelvo a levantar la mirada hacia sus ojos —¿Nos conocemos?— pregunto, pensando que tal vez la he cagado yo. Igual ya nos conocemos de otro bar. Igual nos hemos liado en alguna fiesta. Madre mía, ¿me he acostado con este tipo? No, ¿verdad? Suelo recordar toda la gente con la que me acuesto, y su cara no me resulta familiar. No de haberla visto entre sábanas, por lo menos. Sí de haberle visto en el Ministerio, sin embargo, ahora que lo pienso. ¿Es uno de los miembros del Wizengamot? ¿Puede ser? Trato de hacer memoria a los jucios. ¿Estaba, él, cuando votaron la sentencia? No lo sé. Creo que yo estaba más pendiente de Brawn que de cualquier otra cosa.
Kenna Richards
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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
Me termino la jarra de cerveza para después pedir una botella, con algo menos de contenido que la jarra, mientras observo con total atención a la mujer. Me tomo mi tiempo, analizando sus movimientos y esperando el momento idóneo. Pero la impaciencia me puede y es eso lo que me lleva a soltar esa palabra, sin quitarle el ojo de encima en ningún momento. Aun así, una risa irónica se escapa de mis labios cuando me pregunta que si nos conocemos, y me paro a beber un largo sorbo de la botella antes de volver a mirarla. — Claro que sí, Kenna Richards — respondo, todavía con la botella sobre mis labios. Obviamente no la he visto en mi vida, pero nunca olvidaré su cara. Tengo buena memoria, y más para esta clase de situaciones, así que fue eso lo que me llevó a buscar entre archivos del Wizengamot las mujeres del cuerpo de seguridad que rondasen la treintena. Fue ahí donde descubrí su nombre junto con una fotografía, aunque fuese la primera vez que escuchase hablar de ella.

Me muerdo los labios, quitando de paso algunos restos de la bebida, antes de girar completamente el taburete hacia ella. — ¿Qué se siente cuando vas a un barrio tranquilo y asaltas la vivienda de una pobre mujer? — pregunto, sin dar más explicaciones porque doy por hecho que tiene que estar empezando a imaginar por dónde van los tiros. — Yo pensaba que los aurores estabais para proteger, no para atacar a la gente — continúo, y la señalo con la botella para hacer más hincapié en mis explicaciones. — Dime dónde la tienes — añado, y después, dejo la botella sobre la barra y agarro su mano con todas mis fuerzas. — Solo dime dónde estás y qué has hecho con ella, y entonces te dejaré en paz — insisto. Y es que lo único que quiero saber es qué ha hecho con mi mejor amiga, por qué ha pasado todo esto. El resto me da igual. Solamente tengo que salvar a Arianne porque si no nos hubiéramos distanciado en los últimos meses, nada de esto habría pasado porque yo habría estado ahí para ayudarla. — Dime qué pasó ese día — insisto. Creo que la desesperación, a pesar de todo el alcohol que he bebido, debe de verse hasta en mis ojos. Arianne es la persona más importante de mi vida, después de mi hija y de mi madre. No puedo perderla.

Y lo que más me duele de todo esto es que puedo hacerme una idea del porqué, aunque me niegue a querer pensar en ello. Le avisé, le dije que juntarse con Benedict, y con quien fuera aquel adolescente con el que la vi en las grabaciones, solo iba a traerle problemas. Parece ser que, como imaginaba, mis avisos no sirvieron de nada.
Jasper E. Davies
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Le dirijo una mirada tensa cuando de sus labios sale mi nombre entero. ¿Por qué lo sabe? Y, lo más importante, ¿por qué lo dice en este tono? Hago una mueca de disgusto y meneo la cabeza. No me apetece pelearme con nadie esta noche, y menos con un juez borracho. Es decir, todo el mundo sabe que la gente del Wizengamot suele ser cuadriculada y aburrida. Y si están borrachos seguro que, además de eso, son unos bordes. Y probablemente agresivos. No meto en ese saco a mi vecino, por supuesto, ese hombre es la fiesta personificada y me cae genial, pero el resto... Bueno. Digamos que aprecio una vida sin gente del Wizengamot muy cerca de ella.

Pero él sigue hablando. Narrando una historia en la que yo, aparentemente, soy una villana. Y me mata por dentro. Hago una mueca, molesta, porque no necesito que nadie saque a relucir mi mierda, y mucho menos un completo desconocido borracho en medio de un bar. Sacudo la cabeza, rechazando sus peticiones. Porque no puedo hablar de eso. Y, ni que quisiera, tampoco lo haría —El trabajo de los aurores es, en efecto, proteger a la gente, de acuerdo con lo que manda la ley y el Min-... El presidente— rectifico, pues Aminoff no quiere ser llamado Ministro, aparentemente. Y no voy a ser yo la que se gane una bronca llamándole como no quiere —Cualquier acción que se haya llevado a cabo se corresponderá con esa premisa— sentencio, firme. Porque lo último que necesito son hombres enfadados cuestionándome. Ya me cuestiono lo suficiente yo sola como para encima dejar que alimenten mis inseguridades.

Le dedico una mirada seria y sacudo la cabeza —Sea como sea, lo que hago en mi trabajo es confidencial, así que me temo que no puedo compartir nada con nadie fuera del cuerpo de aurores o con autoridad suficiente como para exigir esa información— le digo, lapidante —. Y tú, borracho y fuera de horas de trabajo, dudo que tengas esa autoridad— termino, decidida a no responder a ninguna de sus preguntas. Le doy un trago a mi copa y aparto la mirada de él, dando por finalizada esa conversación.

Kenna Richards
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