OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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La franja de luz blanca de luna se va deslizando por el cuarto absolutamente a oscuras, cae sobre el bulto atado de pies y manos con unas cuerdas que tuve que ajustar con toda mi fuerza, después de quitarle la varita con la que podría deshacer el agarre demasiado fácil. La cubre una manta tan negra como la habitación, sucia pese a mis esfuerzos por quitarle todo el olor a perro, que aún le quedan un par de pelos adheridos a la tela rasposa. Por debajo de esta puedo ver su cabellera oscura, desperdigada por el suelo con gotas secas de sangre por culpa del golpe que raspó la piel de su sien. Con mis dedos tanteo esa herida para notar que tan profunda es antes de usar unas gasas húmedas para limpiar el corte, sé que le arde además de dolerle por el impacto en sí de la culata del arma, que en realidad no estaba cargada. No es más que un rifle inútil que uso para espantar a los inoportunos que suelen llegar a mi puerta, en especial en invierno cuando quien puede busca donde robar o resguardarse por un poco de calor, peleando por el espacio. Sólo en esta ocasión la tuve que usar como el arma que es, para dejarla insconsciente cuando por fin pude llegar a ella después de tanto meses acechándola mientras hacia sus recorridas, a veces tan cerca del escondrijo que es mi casa.
Las patas de silla chirrían cuando me muevo, incorporándome lo suficiente para mirarla desde mi altura, su rostro es tan cercano que parece parte de la proyección de un espejismo de la misma luz de luna. Tan nítidos son sus rasgos entre las sombras que se amontonan dentro de estas cuatro paredes imperturbables en las que no hay ninguna ventana, sólo ese pequeño tragaluz en el techo que es un cuadrado de vidrio que deja ver un recorte diminuto del cielo. No tiene manera de salir de aquí, porque la puerta está cerrada con más de una llave, un manojo que está en el bolsillo de mi vaquero así que tendría que reducirme a mí primero para tomarlas, que no dudo que pueda hacerlo, pero sigo en posesión del rifle para ver si eso la obliga a actuar prudente. —Lo siento, Jessica— musito, —No era mi intención herirte… fue necesario…— me excuso, tengo un par más por si acepta escucharme y si no acepta en un principio, tendremos que comprobar cuánto tiempo se hace posible estar en este cobertizo.
Las patas de silla chirrían cuando me muevo, incorporándome lo suficiente para mirarla desde mi altura, su rostro es tan cercano que parece parte de la proyección de un espejismo de la misma luz de luna. Tan nítidos son sus rasgos entre las sombras que se amontonan dentro de estas cuatro paredes imperturbables en las que no hay ninguna ventana, sólo ese pequeño tragaluz en el techo que es un cuadrado de vidrio que deja ver un recorte diminuto del cielo. No tiene manera de salir de aquí, porque la puerta está cerrada con más de una llave, un manojo que está en el bolsillo de mi vaquero así que tendría que reducirme a mí primero para tomarlas, que no dudo que pueda hacerlo, pero sigo en posesión del rifle para ver si eso la obliga a actuar prudente. —Lo siento, Jessica— musito, —No era mi intención herirte… fue necesario…— me excuso, tengo un par más por si acepta escucharme y si no acepta en un principio, tendremos que comprobar cuánto tiempo se hace posible estar en este cobertizo.
Las expediciones en el norte se han convertido en algo rutinario, lo que en mi opinión no hace más que perjudicarlas, pues todos estamos más que acostumbrados ya a estos parajes y bajamos la guardia. Es por ello que trato de variar a mis acompañantes en estas misiones, intentando destinar a cazadores que nunca hayan estado antes aquí. Normalmente intercalo novatos con cazadores con más experiencia, porque pese a lo rutinario del asunto y que no suela pasar nada, siempre hay que estar alerta y no estoy dispuesta a cargar con todo el peso de cazadores nuevos que no saben lo que hacen y que están muertos de miedo. Sin embargo, en esta ocasión más de la mitad de los exploradores son novatos o cazadores que, aún llevando años en el oficio, nunca habían sido destinados al norte. Es algo que me preocupa en cierto modo, pues puedo ver en sus caras el pavor que les produce estar aquí. Saben que son distritos peligrosos, y el hecho de que sea una expedición nocturna no ayuda.
La oscuridad, el silencio sepulcral y los sonidos tétricos de animales que no llegan a verse hacen que parezca que estamos en una película de terror, y a juzgar por las caras de mis cazadores, no soy la única que lo piensa. - Poneos las lentillas, y estad alerta - Me giro para dar la orden, viendo como todos sacan de su macuto la caja donde se encuentran las lentillas hechizadas para ver en la oscuridad con la nitidez de un día soleado. Estoy por hacer lo mismo cuando escucho un ruido extraño. Frunzo el ceño y hago un gesto con la mano a todos para que se queden quietos y me dejen escuchar. El ruido no se repite. - Será solo un animal. Vosotros seguid, ahora os alcanzo - Guardo la caja de lentillas para no perder tiempo en ponérmelas y me dirijo directamente a mi mejor cazadora - Bailey, ocúpate tú. Yo volveré enseguida - Digo con una sonrisa tranquilizadora, aunque no lo esté en absoluto. Cuando los ruidos son causados por un animal, suelen repetirse, pues éstos se mueven constantemente. Pero cuando solo se escucha una vez, podría suponerse que ha sido el error de alguien que pretendía no ser descubierto.
Me aproximo hacia el lugar de donde ha provenido el sonido, alejándome de mi escuadrón más de lo recomendable. Agarro mi varita con fuerza y me asomo tras el matorral donde creía que encontraría algo. Pero no, no hay nada, o mejor dicho nadie. Suelto un suspiro aliviado y me doy la vuelta para alcanzar a mis compañeros, pero sólo me da tiempo a ver un torso frente a mí y el arma con la que su dueño golpea mi cabeza, haciendo que todo se vuelva negro tan rápido que parece que me he quedado dormida de pie.
Cuando despierto, sobresaltada por las pesadillas que he tenido mientras estaba inconsciente, me doy cuenta de que estoy en otra. El agarre de mis manos y pies es tan fuerte que la sangre apenas circula por ellas, lo que hace que note un frío que la manta con la que estoy tapada no logra paliar. - ¿Qué...? - Miro a mi alrededor, sin reconocer absolutamente nada de lo que veo, hasta que doy con unos zapatos viejos frente a mí y sigo su recorrido hasta llegar al rostro de su propietario. - ¿Quién mierda eres tú? - Escupo con rabia. Ni siquiera me molesto en intentar buscar mi varita, pues si ha sido tan listo como para atraparme lo habrá sido también para desarmarme. Sus facciones me resultan familiares, tanto que al verlas mejor doy un impulso hacia atrás, asustada por no poder reconocer dónde las he visto antes. A mi vista aún le cuesta enfocar, y el dolor de cabeza es tan intenso que pensar se convierte en un martirio. - ¿Y cómo sabes mi nombre? - Luego caigo en la cuenta de que no es tan extraño, al fin y al cabo fui la superviviente de unos juegos mágicos y soy la jefa de cazadores de NeoPanem. - Si no quieres herirme qué es lo que quieres de mí - Opto por preguntar directa y bruscamente. Tal vez solo quiera dinero, pero si ha pensado que soy la rehén más valiosa que puede conseguir, está muy equivocado, no soy más qué un peón en este ajedrez humano.
La oscuridad, el silencio sepulcral y los sonidos tétricos de animales que no llegan a verse hacen que parezca que estamos en una película de terror, y a juzgar por las caras de mis cazadores, no soy la única que lo piensa. - Poneos las lentillas, y estad alerta - Me giro para dar la orden, viendo como todos sacan de su macuto la caja donde se encuentran las lentillas hechizadas para ver en la oscuridad con la nitidez de un día soleado. Estoy por hacer lo mismo cuando escucho un ruido extraño. Frunzo el ceño y hago un gesto con la mano a todos para que se queden quietos y me dejen escuchar. El ruido no se repite. - Será solo un animal. Vosotros seguid, ahora os alcanzo - Guardo la caja de lentillas para no perder tiempo en ponérmelas y me dirijo directamente a mi mejor cazadora - Bailey, ocúpate tú. Yo volveré enseguida - Digo con una sonrisa tranquilizadora, aunque no lo esté en absoluto. Cuando los ruidos son causados por un animal, suelen repetirse, pues éstos se mueven constantemente. Pero cuando solo se escucha una vez, podría suponerse que ha sido el error de alguien que pretendía no ser descubierto.
Me aproximo hacia el lugar de donde ha provenido el sonido, alejándome de mi escuadrón más de lo recomendable. Agarro mi varita con fuerza y me asomo tras el matorral donde creía que encontraría algo. Pero no, no hay nada, o mejor dicho nadie. Suelto un suspiro aliviado y me doy la vuelta para alcanzar a mis compañeros, pero sólo me da tiempo a ver un torso frente a mí y el arma con la que su dueño golpea mi cabeza, haciendo que todo se vuelva negro tan rápido que parece que me he quedado dormida de pie.
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Cuando despierto, sobresaltada por las pesadillas que he tenido mientras estaba inconsciente, me doy cuenta de que estoy en otra. El agarre de mis manos y pies es tan fuerte que la sangre apenas circula por ellas, lo que hace que note un frío que la manta con la que estoy tapada no logra paliar. - ¿Qué...? - Miro a mi alrededor, sin reconocer absolutamente nada de lo que veo, hasta que doy con unos zapatos viejos frente a mí y sigo su recorrido hasta llegar al rostro de su propietario. - ¿Quién mierda eres tú? - Escupo con rabia. Ni siquiera me molesto en intentar buscar mi varita, pues si ha sido tan listo como para atraparme lo habrá sido también para desarmarme. Sus facciones me resultan familiares, tanto que al verlas mejor doy un impulso hacia atrás, asustada por no poder reconocer dónde las he visto antes. A mi vista aún le cuesta enfocar, y el dolor de cabeza es tan intenso que pensar se convierte en un martirio. - ¿Y cómo sabes mi nombre? - Luego caigo en la cuenta de que no es tan extraño, al fin y al cabo fui la superviviente de unos juegos mágicos y soy la jefa de cazadores de NeoPanem. - Si no quieres herirme qué es lo que quieres de mí - Opto por preguntar directa y bruscamente. Tal vez solo quiera dinero, pero si ha pensado que soy la rehén más valiosa que puede conseguir, está muy equivocado, no soy más qué un peón en este ajedrez humano.
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Han pasado muchos años como para decirle que sus rasgos me recuerdan a otra persona, salvo algunas líneas de su rostro y esos ojos grandes que me miran en un desafío que no le corresponde por ser quien está prisionera de pies y manos. Es una mujer adulta como pude apreciar en mis primeras aproximaciones a ella, a partir de la certeza confirmada por otros repudiados de que la nueva jefa de cazadores era una antigua vencedora, Jessica Voznesenskaya. En esta ocasión tengo la oportunidad de ver tan cerca la diminuta placa en su uniforme que la identifica por su apellido, no lo necesito. Es ella. La emoción que me embarga tiene mis manos temblando, lo disimulo ocupándolas en seguir sosteniendo el rifle. —No, claro, ¿cómo sabrías quién soy?— me pregunto a mí mismo, mi boca se curva en una sonrisa vacía. —Si no me conoces…— musito.
Se escucha entonces las garras que arañan la puerta, pidiendo que la abra para que pueda entrar, seguido de un gemido lastimero por parte de la perra. Decido ignorarla en un principio, mis ojos puestos en Jessica a quien no hago amago de liberar. Es una cazadora, podría noquearme en tres movimientos, estoy viejo como para correr esos riesgos de novato. —¿Te duele mucho?— inquiero, mi dedo colocándome en mi sitio en reflejo a donde ella tiene el golpe. —Puedo curarlo si me dejas, luego. No tengo magia, así que no puedo prometer que no quedará una cicatriz, pero…— bajo un tono mi voz, haciéndola más baja. —En serio, lo lamento. Lamento muchas cosas— susurro, interrumpido por la perra que sigue gimiendo fuera y por último lanza un ladrido tan fuerte que le respondo con un grito. —¡Calla, Kayla!—. Me pongo de pie en un movimiento brusco, las patas de las sillas se arrastran por el suelo y casi cae. Llego hasta la puerta a la cual le doy un golpe tan fuerte con la palma, que la perra enmudece.
—Jessica— vuelvo a girarme hacia ella, su nombre en una repetición constante en mi boca porque puedo hacerlo, la tengo finalmente frente a mí. —Tuve que traerte así para poder hablar conmigo, sino no lo hubieras hecho. Por muchas razones. Porque soy humano, porque fui esclavo, porque soy un fugitivo, porque…— hago un repaso de todo lo que fui en mi vida estos últimos años, en que eludí a todo quien portara un uniforme de seguridad porque sabía que un hechizo bastaba para acabar conmigo, de la manera más fácil si me tenían piedad, de lo contrario sería arrastrarme de regreso al mercado, donde tras el martirio como castigo, me pondrían a servir a otra casa. Tengo una identificación que me sirve de escudo, que la uso a veces con un semblante impasible, cuando por dentro el nerviosismo hace estragos. Pero no olvido quien soy, todos los días lo tengo tan presente como tengo mi rostro que se ve en el espejo del baño al despertarme. —Nunca te había visto tan de cerca, y sin embargo, te llevo conmigo cada día de mi vida— sueno vehemente al tratar de convencerla.
Se escucha entonces las garras que arañan la puerta, pidiendo que la abra para que pueda entrar, seguido de un gemido lastimero por parte de la perra. Decido ignorarla en un principio, mis ojos puestos en Jessica a quien no hago amago de liberar. Es una cazadora, podría noquearme en tres movimientos, estoy viejo como para correr esos riesgos de novato. —¿Te duele mucho?— inquiero, mi dedo colocándome en mi sitio en reflejo a donde ella tiene el golpe. —Puedo curarlo si me dejas, luego. No tengo magia, así que no puedo prometer que no quedará una cicatriz, pero…— bajo un tono mi voz, haciéndola más baja. —En serio, lo lamento. Lamento muchas cosas— susurro, interrumpido por la perra que sigue gimiendo fuera y por último lanza un ladrido tan fuerte que le respondo con un grito. —¡Calla, Kayla!—. Me pongo de pie en un movimiento brusco, las patas de las sillas se arrastran por el suelo y casi cae. Llego hasta la puerta a la cual le doy un golpe tan fuerte con la palma, que la perra enmudece.
—Jessica— vuelvo a girarme hacia ella, su nombre en una repetición constante en mi boca porque puedo hacerlo, la tengo finalmente frente a mí. —Tuve que traerte así para poder hablar conmigo, sino no lo hubieras hecho. Por muchas razones. Porque soy humano, porque fui esclavo, porque soy un fugitivo, porque…— hago un repaso de todo lo que fui en mi vida estos últimos años, en que eludí a todo quien portara un uniforme de seguridad porque sabía que un hechizo bastaba para acabar conmigo, de la manera más fácil si me tenían piedad, de lo contrario sería arrastrarme de regreso al mercado, donde tras el martirio como castigo, me pondrían a servir a otra casa. Tengo una identificación que me sirve de escudo, que la uso a veces con un semblante impasible, cuando por dentro el nerviosismo hace estragos. Pero no olvido quien soy, todos los días lo tengo tan presente como tengo mi rostro que se ve en el espejo del baño al despertarme. —Nunca te había visto tan de cerca, y sin embargo, te llevo conmigo cada día de mi vida— sueno vehemente al tratar de convencerla.
Me sorprendo incluso a mí misma desafiando a mi captor, pues no hace falta decir que estoy en clara desventaja. El hecho de que haya usado un rifle para dejarme inconsciente y unas cuerdas para atarme deja muy claro que no posee magia, o que en el caso de poseerla no tiene varita. Quizás sea eso lo que me hace percibir mucho menos peligro del que debería estar percibiendo, pero algo me dice que tiene mucho más que ver con el rostro que tengo en frente y su actitud que con las posibilidades potenciales que tiene de acabar conmigo. Para empezar, si quisiera matarme ya lo habría hecho, al igual que si quisiera herirme o torturarme de algún modo para sacar información. Además, no es que sus modos estén siendo precisamente agresivos, más bien todo lo contrario. Parece incluso preocupado por mi estado, algo que resulta bastante irónico cuando es él el que ha hecho que sea preocupante. Mientras habla, aunque no pierdo detalle de ni una sola de sus palabras, me dispongo a tantear con la poca movilidad que tengo en mis dedos los nudos que los mantienen agarrados. Si pudiera deshacer los de las manos tendría posibilidades. Me doy cuenta del tipo de nudo que es y de lo difícil que será deshacerlo, pero lo intento igualmente mientras analizo la habitación por dos razones. La primera, encontrar las posibles salidas; y la segunda, saber dónde está mi varita, pues es la mayor ventaja con la que puedo contar.
Su tono es nostálgico, casi diría que triste, lo que me desconcierta casi tanto como lo familiar que me resulta. - Oh vaya, ¿ahora te preocupa mi bienestar? Porque podría haberte preocupado igual cuando me estrellaste un rifle en la cabeza - Replico en un bufido, tratando de demostrar un valor que no poseo. Frunzo aún más el ceño cuando me da datos que podrían perjudicarle, como el hecho de afirmar que no tiene magia. ¿Se supone que esto es algún tipo de estrategia para que baje la guardia? - No quiero tu condescendencia - Objeto ante su sugerencia de curar mi herida. - Te costará creerlo, pero no soy modelo ni nada por el estilo. Una cicatriz más no me hará daño - Ruedo los ojos en un intento de broma que hasta yo sé que está totalmente fuera de lugar en una situación como esta. Pero aunque parezca triste, estoy más que acostumbrada a momentos de tensión en los que temo por mi vida, en los que tengo miedo. Que un muggle aburrido haya decidido secuestrarme para tener una conversación con alguien real no me preocupa en absoluto, y menos cuando parece tan dispuesto a asegurar mi bienestar.
Decido rebajar un poco el tono agresivo de mis réplicas, pues en cierto modo comienza a darme algo de lástima. - Pero si de verdad quieres hacer algo por mí, desatarme no estaría nada mal. Se me están durmiendo los pies y no es precisamente agradabl... - Llevaba escuchando al perro un buen rato, pero él parecía ignorarlo así que yo también lo había hecho, hasta ahora. - Kayla - Digo en un susurro, arrastrando cada una de las letras como si temiera que acabasen. Hacía tiempo que no escuchaba el nombre de mi hermana. Decido pasarlo por alto, es un nombre más común de lo que seguramente piense y aunque nunca lo había oído para un perro, debe de ser casualidad. Me incorporo todo lo que puedo teniendo en cuenta mi reducida movilidad y apoyo mi espalda contra la pared, pudiendo así mirar más de cerca las facciones del hombre que tengo en frente. Sus ojos... Son iguales que los de alguien a quien quise mucho. - Oye... - Comienzo con un matiz mucho más calmado que en mis intervenciones anteriores. - No sé quién eres ni tampoco qué quieres, y me parece que te estás equivocando de persona - Parece algo mayor, quizás esté enfermo y ni sepa a quién tiene delante. - No te conozco de nada, y tú a mí tampoco, pero si me dejas ir no te haré ningún daño. No le diré a nadie lo que ha pasado y olvidaremos esto. Te doy mi palabra - Alzo una ceja tras la tentadora oferta. - Puedes fiarte de mí, aún con el golpe en la cabeza los Voznesenskaya siempre cumplimos nuestra palabra - Digo con orgullo. Ventajas de ser la única de mi apellido viva, puedo hacer afirmaciones como esta con la certeza de que son ciertas.
Su tono es nostálgico, casi diría que triste, lo que me desconcierta casi tanto como lo familiar que me resulta. - Oh vaya, ¿ahora te preocupa mi bienestar? Porque podría haberte preocupado igual cuando me estrellaste un rifle en la cabeza - Replico en un bufido, tratando de demostrar un valor que no poseo. Frunzo aún más el ceño cuando me da datos que podrían perjudicarle, como el hecho de afirmar que no tiene magia. ¿Se supone que esto es algún tipo de estrategia para que baje la guardia? - No quiero tu condescendencia - Objeto ante su sugerencia de curar mi herida. - Te costará creerlo, pero no soy modelo ni nada por el estilo. Una cicatriz más no me hará daño - Ruedo los ojos en un intento de broma que hasta yo sé que está totalmente fuera de lugar en una situación como esta. Pero aunque parezca triste, estoy más que acostumbrada a momentos de tensión en los que temo por mi vida, en los que tengo miedo. Que un muggle aburrido haya decidido secuestrarme para tener una conversación con alguien real no me preocupa en absoluto, y menos cuando parece tan dispuesto a asegurar mi bienestar.
Decido rebajar un poco el tono agresivo de mis réplicas, pues en cierto modo comienza a darme algo de lástima. - Pero si de verdad quieres hacer algo por mí, desatarme no estaría nada mal. Se me están durmiendo los pies y no es precisamente agradabl... - Llevaba escuchando al perro un buen rato, pero él parecía ignorarlo así que yo también lo había hecho, hasta ahora. - Kayla - Digo en un susurro, arrastrando cada una de las letras como si temiera que acabasen. Hacía tiempo que no escuchaba el nombre de mi hermana. Decido pasarlo por alto, es un nombre más común de lo que seguramente piense y aunque nunca lo había oído para un perro, debe de ser casualidad. Me incorporo todo lo que puedo teniendo en cuenta mi reducida movilidad y apoyo mi espalda contra la pared, pudiendo así mirar más de cerca las facciones del hombre que tengo en frente. Sus ojos... Son iguales que los de alguien a quien quise mucho. - Oye... - Comienzo con un matiz mucho más calmado que en mis intervenciones anteriores. - No sé quién eres ni tampoco qué quieres, y me parece que te estás equivocando de persona - Parece algo mayor, quizás esté enfermo y ni sepa a quién tiene delante. - No te conozco de nada, y tú a mí tampoco, pero si me dejas ir no te haré ningún daño. No le diré a nadie lo que ha pasado y olvidaremos esto. Te doy mi palabra - Alzo una ceja tras la tentadora oferta. - Puedes fiarte de mí, aún con el golpe en la cabeza los Voznesenskaya siempre cumplimos nuestra palabra - Digo con orgullo. Ventajas de ser la única de mi apellido viva, puedo hacer afirmaciones como esta con la certeza de que son ciertas.
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—Sé quién y qué eres— es todo lo que le contesto, mi mirada pasando por su rostro para retirarse luego a la pared, cubierta por una gran sombra de la que somos parte con las nuestras que se proyectan a contraluz, esa ínfima luz que entra por la diminuta ventana del techo. Comprendo que esté furiosa, por eso tuve que hacer las cosas de la manera en las que la hice, si trataba un acercamiento más inocente, hubiera recibido una respuesta de su parte y me veía a mí mismo siendo acusado de una demencia que aún poseo. Estoy en mis cabales, plenamente consciente de mis acciones, y mucho más cuerdo que otros trastornados que merodean por estos territorios del norte. Un par de las personas que atendí al curar de paso o el mismo hombre que agoniza en mi casa darían testimonio de que no soy alguien que fuera secuestrando agentes de seguridad, eso lo hacían otros, y tal vez este encuentro con Jessica podamos hacerlo pasar por un episodio similar. Ponerme en contacto la expone a ella.
Quizá esa cicatriz que le quedará en la frente servirá para que reafirme que lo sucedido no fue más que un encuentro desagradable con un rebelde, después de que se me diera la oportunidad de confesarle mis arrepentimientos, esos que me vienen atormentando por años y a los que no hallo remedio encerrándome como un ermitaño en mi casa. Me he negado a involucrarme a causas por la conveniencia de una vida apacible, en la que mi mentira de ser un repudiado me da cierta protección, pero la guerra irrumpe en las casas de todos y nos saca de estas para arrojarnos a la batalla del día, no puedo dejar que los días solo pasen con ella enfrentándose de cara a los enemigos del gobierno, que serían algo así como mis amigos. —Aflojaré las cuerdas si me prometes que, en serio, no harás ninguna tontería…— pido, una suave advertencia impregnando mi voz para que no se atreva. Hacerlo me obliga a dejar el rifle apoyado contra la puerta, lo más lejos que puedo de ella. Tiro de las sogas que atan sus tobillos para liberarlos y alivio parte de la tirantez con que se juntan sus muñecas, pero no la suelto del todo. No soy tan estúpido.
—Sí sabes quién soy— la corrijo, —sólo no puedes reconocerme—. Coloco una de mis manos alrededor de sus muñecas para traspasarle el calor de mi contacto y la miro lo más cerca que puedo para que lea mis ojos, para que vea en ellos un brillo que yo sí puedo identificar en los suyos, tan oscuros como los de su hermana. — Te dejaré de ir— digo, así mato parte de esa ansiedad en ella. — Y puedo decirte que también mantendré mi palabra— tengo un asomo de sonrisa, aunque no puedo decirle que sea siempre así, en un par de ocasiones uno se ve obligado a romperla. —Conozco a los Voznesenskaya— musito, es una apellido que se queda prendido a mis labios. —Conocí a tu madre, a tu hermana… nos debíamos este encuentro desde hace treinta años.
Quizá esa cicatriz que le quedará en la frente servirá para que reafirme que lo sucedido no fue más que un encuentro desagradable con un rebelde, después de que se me diera la oportunidad de confesarle mis arrepentimientos, esos que me vienen atormentando por años y a los que no hallo remedio encerrándome como un ermitaño en mi casa. Me he negado a involucrarme a causas por la conveniencia de una vida apacible, en la que mi mentira de ser un repudiado me da cierta protección, pero la guerra irrumpe en las casas de todos y nos saca de estas para arrojarnos a la batalla del día, no puedo dejar que los días solo pasen con ella enfrentándose de cara a los enemigos del gobierno, que serían algo así como mis amigos. —Aflojaré las cuerdas si me prometes que, en serio, no harás ninguna tontería…— pido, una suave advertencia impregnando mi voz para que no se atreva. Hacerlo me obliga a dejar el rifle apoyado contra la puerta, lo más lejos que puedo de ella. Tiro de las sogas que atan sus tobillos para liberarlos y alivio parte de la tirantez con que se juntan sus muñecas, pero no la suelto del todo. No soy tan estúpido.
—Sí sabes quién soy— la corrijo, —sólo no puedes reconocerme—. Coloco una de mis manos alrededor de sus muñecas para traspasarle el calor de mi contacto y la miro lo más cerca que puedo para que lea mis ojos, para que vea en ellos un brillo que yo sí puedo identificar en los suyos, tan oscuros como los de su hermana. — Te dejaré de ir— digo, así mato parte de esa ansiedad en ella. — Y puedo decirte que también mantendré mi palabra— tengo un asomo de sonrisa, aunque no puedo decirle que sea siempre así, en un par de ocasiones uno se ve obligado a romperla. —Conozco a los Voznesenskaya— musito, es una apellido que se queda prendido a mis labios. —Conocí a tu madre, a tu hermana… nos debíamos este encuentro desde hace treinta años.
Parece extraño, pero creo que sus respuestas me dejan más anonadada que el hecho de estar atada de pies y manos en el suelo de una caseta de paradero desconocido. Tal vez sea la nostalgia que noto en su tono, o el desconcertante hecho de que no veo sentido en sus actos. ¿Por qué secuestrarme arriesgándose a salir herido, detenido o incluso muerto? No me ha pedido dinero, no me ha pedido información, no me ha hecho ningún daño más allá de ese golpe con el rifle. Sabe quién soy y lo que podría ofrecerle pero no se está aprovechando de ello. No hace falta ser un lince para saber que me estoy perdiendo algo en toda esta historia, y sus místicas intervenciones sugieren que la única forma de confirmarlo es hacerle las preguntas adecuadas. - ¿Quién crees que soy? - Decido empezar por lo obvio, pues no sólo parece estar seguro de quién soy, cosa que no es tan rara por mi pasado televisivo y mi actual puesto, sino de qué soy, según sus propias palabras.
Lo primero que se me ocurre es que le haya llegado información de mi antiguo empleo. Y no me refiero al trabajo en el mercado de esclavos, sino a lo que ello conllevaba. Las personas a las que ayudé en aquella época a encontrar viejos amigos, amores o familiares esclavizados son de confianza, pero no descarto que el rumor haya acabado llegando a personas fuera de mi círculo. Siempre tuve muchísimo cuidado con que eso no ocurriera, pero tal vez solamente sea alguien que necesitó ayuda en el pasado y recurrió a personas que sabían de mi existencia y de las posibilidades que tenía por aquel entonces. Trato de recordar si la familiaridad de su rostro tiene algo que ver con el mercado, pero podría jurar que no es de allí de donde le conozco. De hecho, tampoco podría jurar que lo conozco, simplemente sé que lo he visto antes pero no sé ni dónde ni de qué forma. - La verdad es que esto me parece un poco injusto - Apunto mirando directamente a mi captor, como si no fuera evidente. - Dices que sabes quién y qué soy. Pero yo ni siquiera sé tu nombre. Podríamos empezar por ahí, ¿no crees? Nunca es tarde para recuperar los buenos modales - No espero que me dé el verdadero, pero al menos así podré dirigirme a él. Parece casi cómico, pero es un modo de reiniciar esta conversación hacia algo que me dé algunas respuestas más concretas.
Parece que cambiar la hostilidad por un tono más amigable funciona, pues las cuerdas de mis tobillos desaparecen proporcionándome una sensación de alivio que no sabía que necesitaba tanto. - Gracias - Susurro más para mí que para él justo antes que de reanude las respuestas que en lugar de responder de verdad a mis preguntas sólo hacen que tenga más. Ladeo la cabeza con esta última, dudando de su veracidad. Creo que si supiera quién es lo recordaría. - Me parece que te estás equivocando, yo no... - Pero me obligo a mí misma a callarme cuando menciona a mi madre y a mi hermana. Es cierto que no tiene por qué estar siendo sincero, que todo NeoPanem sabe que tengo una hermana porque ella también participó en los juegos, y que por ende lo de mi madre podría ser solo un añadido para darle credibilidad a la historia. Pero sus ojos... Sigo sin poder parar de mirarlos. No son los ojos de alguien que me esté mintiendo.
Y entonces es cuando lo recuerdo.
Su cara, sus facciones, sus ojos. Todo eso ya lo había visto antes. No le conozco de nada, no le he visto jamás, pero la suya es la cara de la fotografía bajo mi almohada que memoricé durante cientos de noches. La cara que lloré una y otra vez por no haber llegado a conocer. La cara que pensé que jamás podría ver en mi vida y de la que tan poco se me habló en mi infancia. Es la cara del padre que jamás pensé que tenía y la misma que acabé odiando al enterarme no sólo de que estaba vivo sino de que me había quitado a mi hermana para devolvérmela justo cuando fue su hora. - ¿Papá? - El mismo que maldije por nunca atreverse a buscarme y darme las explicaciones que me merecía, el mismo que ha decidido hacerlo ahora.
Lo primero que se me ocurre es que le haya llegado información de mi antiguo empleo. Y no me refiero al trabajo en el mercado de esclavos, sino a lo que ello conllevaba. Las personas a las que ayudé en aquella época a encontrar viejos amigos, amores o familiares esclavizados son de confianza, pero no descarto que el rumor haya acabado llegando a personas fuera de mi círculo. Siempre tuve muchísimo cuidado con que eso no ocurriera, pero tal vez solamente sea alguien que necesitó ayuda en el pasado y recurrió a personas que sabían de mi existencia y de las posibilidades que tenía por aquel entonces. Trato de recordar si la familiaridad de su rostro tiene algo que ver con el mercado, pero podría jurar que no es de allí de donde le conozco. De hecho, tampoco podría jurar que lo conozco, simplemente sé que lo he visto antes pero no sé ni dónde ni de qué forma. - La verdad es que esto me parece un poco injusto - Apunto mirando directamente a mi captor, como si no fuera evidente. - Dices que sabes quién y qué soy. Pero yo ni siquiera sé tu nombre. Podríamos empezar por ahí, ¿no crees? Nunca es tarde para recuperar los buenos modales - No espero que me dé el verdadero, pero al menos así podré dirigirme a él. Parece casi cómico, pero es un modo de reiniciar esta conversación hacia algo que me dé algunas respuestas más concretas.
Parece que cambiar la hostilidad por un tono más amigable funciona, pues las cuerdas de mis tobillos desaparecen proporcionándome una sensación de alivio que no sabía que necesitaba tanto. - Gracias - Susurro más para mí que para él justo antes que de reanude las respuestas que en lugar de responder de verdad a mis preguntas sólo hacen que tenga más. Ladeo la cabeza con esta última, dudando de su veracidad. Creo que si supiera quién es lo recordaría. - Me parece que te estás equivocando, yo no... - Pero me obligo a mí misma a callarme cuando menciona a mi madre y a mi hermana. Es cierto que no tiene por qué estar siendo sincero, que todo NeoPanem sabe que tengo una hermana porque ella también participó en los juegos, y que por ende lo de mi madre podría ser solo un añadido para darle credibilidad a la historia. Pero sus ojos... Sigo sin poder parar de mirarlos. No son los ojos de alguien que me esté mintiendo.
Y entonces es cuando lo recuerdo.
Su cara, sus facciones, sus ojos. Todo eso ya lo había visto antes. No le conozco de nada, no le he visto jamás, pero la suya es la cara de la fotografía bajo mi almohada que memoricé durante cientos de noches. La cara que lloré una y otra vez por no haber llegado a conocer. La cara que pensé que jamás podría ver en mi vida y de la que tan poco se me habló en mi infancia. Es la cara del padre que jamás pensé que tenía y la misma que acabé odiando al enterarme no sólo de que estaba vivo sino de que me había quitado a mi hermana para devolvérmela justo cuando fue su hora. - ¿Papá? - El mismo que maldije por nunca atreverse a buscarme y darme las explicaciones que me merecía, el mismo que ha decidido hacerlo ahora.
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No es quien creo que sea, no me baso en una suposición, es una certeza como que su rostro sería el idéntico a Kayla si ella siguiera viva. Es mi hija por una promesa de sangre que es imperecedera al tiempo, los años pueden pasar y se mantiene, tira de nosotros hasta hacer de este encuentro posible, porque su camino se cruzó con el mío varias veces en el norte, sin que ella lo supiera, la he visto y observado, constaté los rasgos que heredó de su madre y el haz rojizo de su cabello cuando se enfurece, que es similar al mío. Tengo la voz quebrada y atrapada dentro de mi garganta cuando le doy mi nombre, el verdadero, el que se merece. —James— musito, —Me llamo James—. Un nombre más del montón, ¿cuántos James se pudieron haber cruzado en su vida? No se lo digo con la esperanza de un reconocimiento, sino para ser transparente con ella como no he podido ser con nadie en décadas, empeñado en esconderme detrás de máscaras, buscando la invisibilidad como persona para que nadie pueda hallarme como el esclavo fugitivo que soy, y todo lo que quiero en esta vida es que la única persona que pueda verme tal cual soy, real, sea mi hija.
No espero en verdad que pueda reconocerme por sí misma, no hizo un rostro presente en su infancia, ni siquiera en los primeros años. Con su madre tomamos la decisión egoísta al separarnos de tomar la responsabilidad de una de las niñas, cada quien por su lado, fui el mejor padre que pude para Kayla, pero el peor para Jessica. De todos los defectos que puede tener un padre, ausente es el peor de todos. Lo que más culpa me da a esta edad, es que no fue la única persona con la que cometí ese error. Pero la vida tiene sus maneras de cobrarse las malas acciones y a la única hija con la que pude ser padre, la perdí de la manera aberrante e injusta que eran los juegos. Su recuerdo es mi fantasma, la necesidad de llamarla cada día me ha hecho bautizar así a la única compañera constante que me queda, una perra ansiosa que está fuera ladrándole a la noche.
El tono interrogante que da a la única palabra que sale de sus labios me hace temblar entero, sube por mi garganta la emoción de escuchárselo decir y tiro de ella por sus hombros para estrecharla contra mí en un abrazo por el que esperé años, demasiados, los he contado. Pocos saben lo que es pasar cada día de tu vida recordando nombres, susurrándolos en pensamientos, llamándolos con el alma porque con los labios no se puede, están muy lejos como para escuchar. Lo que es que cada día durante treinta y cinco años tengas un pensamiento que fue creciendo y tomando la forma de una mujer adulta, a la que trato de abarcar con mis brazos en un esfuerzo que se rebela al tiempo transcurrido. —Jess— susurro contra su oído, retirando los mechones que me molestan para poder rodear todo su rostro con mis manos. —Soy yo, soy tu padre—. Muevo con torpeza mis dedos entre sus facciones, se me empañan un poco los ojos que van adquiriendo un cariz más pálido. —Necesitaba verte, hablar contigo, aunque fuera una única vez. Lamento hacerlo de esta manera, pero no había otra. Eres… eres una cazadora, no quería exponerte. Pero necesitaba que pudieras escucharme aunque fuera una vez en la vida diciéndote que… lo siento, lo siento tanto, Jess.
No espero en verdad que pueda reconocerme por sí misma, no hizo un rostro presente en su infancia, ni siquiera en los primeros años. Con su madre tomamos la decisión egoísta al separarnos de tomar la responsabilidad de una de las niñas, cada quien por su lado, fui el mejor padre que pude para Kayla, pero el peor para Jessica. De todos los defectos que puede tener un padre, ausente es el peor de todos. Lo que más culpa me da a esta edad, es que no fue la única persona con la que cometí ese error. Pero la vida tiene sus maneras de cobrarse las malas acciones y a la única hija con la que pude ser padre, la perdí de la manera aberrante e injusta que eran los juegos. Su recuerdo es mi fantasma, la necesidad de llamarla cada día me ha hecho bautizar así a la única compañera constante que me queda, una perra ansiosa que está fuera ladrándole a la noche.
El tono interrogante que da a la única palabra que sale de sus labios me hace temblar entero, sube por mi garganta la emoción de escuchárselo decir y tiro de ella por sus hombros para estrecharla contra mí en un abrazo por el que esperé años, demasiados, los he contado. Pocos saben lo que es pasar cada día de tu vida recordando nombres, susurrándolos en pensamientos, llamándolos con el alma porque con los labios no se puede, están muy lejos como para escuchar. Lo que es que cada día durante treinta y cinco años tengas un pensamiento que fue creciendo y tomando la forma de una mujer adulta, a la que trato de abarcar con mis brazos en un esfuerzo que se rebela al tiempo transcurrido. —Jess— susurro contra su oído, retirando los mechones que me molestan para poder rodear todo su rostro con mis manos. —Soy yo, soy tu padre—. Muevo con torpeza mis dedos entre sus facciones, se me empañan un poco los ojos que van adquiriendo un cariz más pálido. —Necesitaba verte, hablar contigo, aunque fuera una única vez. Lamento hacerlo de esta manera, pero no había otra. Eres… eres una cazadora, no quería exponerte. Pero necesitaba que pudieras escucharme aunque fuera una vez en la vida diciéndote que… lo siento, lo siento tanto, Jess.
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