The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Tengo algo que decirte— le suelto a Mohini desde mi posición cómoda en el sillón en la que me encuentro rodeada de cojines que no son los suficientes, porque me ha traído dos más para colocarlos detrás de mi espalda. Paso mis dedos por el tapiz del sillón en una caricia de nostalgia, es el mismo que trepaba de niña con mi perro imaginario persiguiéndome, lo manché muchas veces con mis dedos sucios de dulce o de grasa del taller. Pese a haberle dicho que debería mudarse con nosotros al distrito cuatro, en momentos como este es que me agrada que conservemos algo que todavía tiene marcas de mi infancia en cada rincón. No se trata sólo de los muebles que recorro con mis ojos, sino del recorte de cielo que se ve desde la ventana de la sala, se ve igual desde aquí tal como se veía cuando tenía nueve años, a pesar de que todo esté cambiando allá fuera una vez más. Trato, pero fracaso, en no pensar en mi padre y cómo el mundo está cambiando en maneras en que todo aquello que predecía se cumple de formas extrañas.

Lo que sucedió hace unos días en el estadio no es algo de lo que quiera hablar y mi paso por el hospital fue tan breve que no hizo falta una nueva reunión familiar, no creo tampoco que los ánimos hubieran estado para ello. La imagen de Hermann Powell hablándole a todo Neopanem, poniendo a todos esos aurores como carnada viva para presionar a un cretino como Magnar Aminoff, que demostró al colocar un dementor en su primera reunión de ministros lo poco que le pesaba la vida de estos en una balanza, esa imagen es de un impacto demasiado fuerte para sus hijos en primer lugar y después para todos los que estamos indirectamente relacionados a él. No pude preguntarle aún a mi madre, y esperaré, para saber cómo se sintió al reconocerlo. Puede que tenga que aclararle un par de cosas, aunque no me gusta meterme en la intimidad de los conflictos familiares ajenos, que cada quien tiene los suyos. Salvo mi contacto con los rebeldes que casi me supuso una condena, como familia no tenemos de esos líos.

Me muevo en el sillón, echado algunos cojines al suelo, al rebuscar en el bolsillo de la chaqueta que me puse sobre el vestido que como prenda hace más sencilla la tarea de tener que ponerme. Saco el sobre blanco doblado en dos y espero que el interior no se haya estropeado. Uso mis manos para alisarlo lo mejor que puedo, escondo mi rostro de Mohini para que no vea el inicio de una sonrisa, y así cuando alzo mis ojos hacia ella, se encuentra con una expresión severa, casi que indica gravedad. —Hay algo escrito aquí que me gustaría compartir contigo— digo, modulando cada palabra con mis labios. No creo que pueda llegar al final de esto sin romperme a reír, porque por loco que sea todo esto, por más que cada día se sumen más motivos para decir que se puede estar peor que ayer, que no sé si es bueno tener esperanza, me vale una única razón entre todas para sentirme bien y algo así como feliz, sí, en este mundo que se rompe y se reconstruye cada día.
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Mohini R. Khan
Bueno, no voy a decir que el último mes ha sido de locos porque creo que es evidente por todo lo que ha pasado, y que para colmo, envuelven a mi hija como regalo de Navidad al que han puesto ocho capas lo menos de papel de forrar. Si es que cuando digo que los dramas persiguen a esta familia es por algo, que no acaba Lara de salir de un embrollo en el que se ha metido para colarse en otro, cada cual peor. Tengo que recordarme a mí misma que no puedo hacer mucho por desviar los intereses de mi ratita a algunos menos peligrosos, si es que yo le dije de tener una cita con el hijo del dueño de la pastelería de la esquina, que lo más interesante que le ha podido pasar en su vida es vender dos bollos por el precio de tres. Pero en fin, que a esta mujer le gustan los problemas más que a un tonto un lápiz, salvo que esta vez no ha sido ella la que se ha lanzado de cabeza a tratar de solucionarlo, sino que ha sido mi ya desheredado casi yerno, porque vamos, después de lo que le hizo a mi hija puede ir despidiéndose de comida gratis por lo que le resta de vida.

Sé que no me puede durar mucho el enfado, principalmente porque parece que Lara está de mejor humor además de en mejor forma física, ya me he encargado yo de que no se mueva más de lo necesario y coma por dos, o tres, para que no haya ninguna complicación a mayores de las que ya ha tenido. ¡Por dios! Mi rata, si es que cada vez veo menos lo de que se junte con los Powell, y eso que empezaban a caerme bien fondo en mi corazón. Creo que lo siguen haciendo, pero aun me queda ese resquicio de madre rencorosa que no acepta que dañen a su bebé. — Pues claro tesoro, ¿qué se te pasa por la cabeza? — aparto la mirada del libro que estoy leyendo y alzo la cabeza en dirección a mi hija desde el sillón de enfrente, aunque no tardo mucho en cerrar el libro y acercarme para sentarme sobre la butaca que coloqué a su lado por si me necesitaba más cerca.

Mi cara denota confusión, porque no sé que pasa últimamente con las cartas que tienen ese efecto en mí, desde el encuentro que tuve con Paul Jefferson y del cual mi hija no sabe absolutamente nada. Tampoco es momento para hablar de ello cuando recién se está recuperando de lo ocurrido, y no sé si es un buen momento para preguntar sobre los problemas familiares del hombre con quién va a tener un bebé, pero supongo que ya habrá tiempo para eso. Encima me mira con esa cara, que parece que una mala noticia es lo primero que va a salir por su boca, y todo mi estómago se achica de un segundo a otro. — De acuerdo. — digo, con toda la solemnidad como me es posible utilizar en un momento en el que la duda y la curiosidad empieza a picarme la garganta. — ¿De qué se trata? Porque puedes ahorrarte las palabras si van a resultar en más problemas, tu madre está ya hasta arriba de disgustos por estas fechas. — me quejo en sonido de madre preocupada, levantándome solo para hacerme un hueco entre los cojines, teniendo cuidado de no aplastarla o robarle espacio personal. — ¿Qué es, cielo? — repito, recorriendo su carita redonda con mis ojos.
Mohini R. Khan
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All the promises'll be broken · Mohini IqWaPzg
Invitado
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Si tengo que ser sincera con mi madre… —Se me pasan demasiadas cosas por la cabeza— reconozco, —Diría que es culpa de todas las cosas que han pasado, pero siempre fue así. Creo que más culpa la tiene el que sea hija de mecánicos, todas las matemáticas que me han enseñado desde que aprendí a hablar me han dado este mente que le da mil vueltas a cada cosa— hablo de tirón, porque si pienso con frenesí, también puedo hablar en desorden cuando estoy tratando de alargar un momento y no revelar de inmediato el contenido de una carta que queda en medio de nosotras. No quiero dársela sino provocar la expectativa que creo que tiene el que se entere de algo que me llena de un orgullo particular, porque tiene que ver con nuestra familia y el legado que dejaremos. —No es algo malo, no para nosotras al menos. Tal vez para Hans sí…— es una broma pese a que lo digo con mi semblante imperturbable de quien tiene una noticia grave para dar.

Me muevo para quedar más cerca de ella y colocar una mano sobre la suya, reteniendo aun el sobre, cuando se acomoda a mi lado entre el desastre de cojines que siguen cayendo al suelo porque es lo que molesta. —Quien, por cierto, ¿no tendrá que pasar de nuevo la prueba de los picantes, verdad?— la interrogo, no hay un dejo desaprobador en mi voz, sí uno de cuidado. No llegué hasta los treinta años con una madre como la mía sin saber cuándo guardarme el tonito altanero y en cambio actuar prudente. Es la cabeza de Hans la que está en juego, así que mejor ir despacio. —Él se siente peor que nadie por lo que hizo, ¿sabes?— musito. Y no mentiré diciendo que siempre he sido franca con Mohini, no. Si dependía de mí, muchas cosas no se hubiera enterado, pero ella supera con sus habilidades y su percepción a cualquier escuadrón de agentes especiales así que se enteraba lo mismo. La primera vez que me acosté con un chico no pude contenerme de decirle dos días después de que me pareció desastroso. La primera vez que me emborraché, lo notó apenas llegué y me tuvo que sostener el cabello porque vomitaba sin parar. La primera vez que me drogué, lo mismo. A la larga me di cuenta que Mo es la única persona que tengo en la vida y sólo decidí esconder de ella lo que sabía que la lastimaría, como mi casi condena, así que es con quien puedo hablar de todo y nada cuando hace falta.

No es mi intención contar cosas privadas de Hans, pero como eres su técnicamente no suegra— suspiro muy hondo, —supongo que tienes que saber algunas cosas. Ser padre para él es difícil, está haciendo lo mejor que puede por Meerah y también por este bebé. Yo creo que lo está haciendo bien, pero pasan estas cosas…— digo, muevo la mano que me queda libre hacia el televisor en referencia a la pantalla en la que se vio la amenaza pública de Hermann. —Su padre era un bastardo con su madre y con ellos, era violento y, como escuchaste, abandonó a Phoebe siendo una niña. Hans lo tuvo que sufrir unos años más. Fue una mierda de padre y Hans… Hans lucha muy duro para no ser como él— vacilo, me callo por un momento. Bajo los ojos a mi mano que sostiene la suya y tengo que decirlo: —En ocasiones cuando nos miramos en el espejo, en el reflejo lo que vemos es lo peor que heredamos de nuestros padres. Yo también… en ocasiones… creo haber heredado lo peor de papá, y lo lamento tanto por eso, Mo. Por todo lo que te ha causado…— susurro.
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Mohini R. Khan
Mi cara se transforma en una muequita divertida cuando nos echa la culpa de haber nacido con esa cabeza que le da vueltas a las cosas que ni siquiera tienen esa capacidad. Aun así, me río, meneando la cabeza de un lado a otro lentamente con ese gesto como forma de expresar que no hay mucho con lo que pueda defenderme. En esta familia siempre fuimos dados a este tipo de problemas, los enrevesados que nadie se molesta en interpretar porque se mantienen en jeroglífico incluso con la respuesta frente a nuestros ojos. — ¿Pero sabes lo bueno de eso? Que sabemos que hay una respuesta para todo, una solución que demostrar a pesar de no tener las bases para alcanzarla, la cuestión siempre es encontrarle un sentido a lo indescifrable, y volverlo posible. — le sonrío con dulzura, acomodándome en el sofá para acariciar con suavidad el pelo y colocarle algunos mechones detrás de la oreja. — Nunca se sabe, quizás encuentres tu propia teoría algún día, una que explique esas cosas sin sentido que se pasean por tu cabeza. El Teorema de Scott, ¿podrías imaginarlo? — vuelvo a reír, pellizcándole una de sus mejillas con mi de dedo pulgar e índice solo para posar la mano nuevamente sobre mi cuerpo.

La miro con indecisión en el rostro cuando va dejando caer esos comentarios que me hacen arrugar un poco mi frente de mujer mayor, no por las arrugas, sino porque de verdad estoy haciendo un esfuerzo por averiguar lo que trama su voz. Me guardo un suspiro para mí misma, apretado los labios e irguiendo mi espalda en probable duda de qué es lo que pretendo hacer con mi casi yerno. — No lo sé, no lo sé, aun estoy debatiéndome en lo que hacer con él, no sabe con quién se ha metido si cree que puede ponerle un dedo encima a mí ratita y salir ileso, ¿comprendes? — pues claro que lo hace, vaya que soy su madre, no pasé treinta años cuidando de mi bebé para que un hombre me la toque como no se debe. No obstante, dejo mi lado de madre inquisidora para transformar mi rostro en expresión ligeramente comprensiva. A su favor tengo que decir que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero aun así… — Cuando te dije si no te podrías haber buscado a alguien menos complicado, lo decía en serio, ¿sabes? — murmuro. Venga, ¡que todavía está tiempo a casarse con el hijo del de los bollos! Vale, eso no va a funcionar, ¿verdad? Pues claro que no. Muevo mis dedos para acariciar el dorso de su mano cuando posa la suya encima de la mía, relajando mi caja torácica al expulsar aire tranquilamente. — Ya sé que lo amas, y mi instinto maternal me dice que él también lo hace, por eso sé que no haría nada para dañarte a propósito, pero como lo vuelva a ver alzar una varita, mano o cualquier otra parte del cuerpo, ¡drogado o no!, contra ti... — mi tono pasa de ser calmo a algo amenazador, pues va a tener que vérselas con Mohini Rena Khan, con todas las letras.

Ignoro por un momento el sobrecito de su mano que me tiene en ascuas para pasar a prestar atención a lo que tiene por narrar, una explicación que me debe desde que puse un pie en la vida familiar de los Powell, más después de lo que ha pasado con su padre. Se me viene una sensación amarga en la boca para cuando habla, me estremezco en el sitio porque siendo madre, habiendo tenido un esposo al que no podría haber querido más, y lo mismo viene de su parte, se me hace incomprensible el que una familia pueda quedar destrozada de esa manera. Me hace pensar en las peleas de ponys de las que conversaron en Navidad, de como tratan de ser una familia relativamente normal pese a las desgracias que escucho de boca de mi hija, no pudiéndome imaginar el abandonarla. No sé si se me escapa una lagrimita, por lo que dice a continuación y por los Powell, pero me apresuro a acariciar su mejilla con mi mano porque quiero sanarla de esos pensamientos incoherentes que tiene. — Tesoro... no hay nada malo que hubieras podido heredar de tu padre, ¿entiendes? Sí, a veces eres un poco temeraria, cabezota a más no poder como él, y me encantaría que dejaras de buscar el peligro cada vez que se te pone delante, pero sé que todo eso va con una buena intención, no podrías hacer nada horrible ni aunque quisieras, corazón. — porque si algo la enseñé yo, es que hacer algo por tonterías no sirve de nada, como hacer reglas de tres cuando existen los factores de conversión. Ugh, como me costó que aprendiera ese punto. — No me has causado más que alegrías en mi vida, Lara, algún que otro disgusto de tanto en tanto... pero son detalles menores, ¿sabes? No importan cuando lo haces siguiendo el corazón. — sin más, y con preocupación porque se me escape otra lagrimita, me la llevo a los brazos para besarle la cabecita y apretujarla, bebé incluido, pero con cuidado.
Mohini R. Khan
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All the promises'll be broken · Mohini IqWaPzg
Invitado
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Un teorema de Scott no suena nada mal, lo tendré en cuenta para cuando escriba mis memorias y plasme todas las teorías y asociaciones disparatadas que se me ocurren en esta cabeza mía, que no duerme por las noches por estar pensando sin descanso, que trata de dar un sentido nuevo e incomprensible a cosas que generalmente nadie tendría por qué cuestionarse.—¿Puedes imaginarlo? El día que haga la gran demostración de mi teorema tendrás que estar en primera fila, con el bebé. Y cuando todos digan que es un disparate, serás quien los calle, ¿si?— bromeo, que por algo dejaba que fuera siempre Riley quien presentara nuestros proyectos a una clase pese a ser tímido, yo carezco de toda confianza como para ponerme al frente de lo que sea y menos aún si es para explicar algo que sé que a la mayoría no le interesa o no podrá entenderlo, a la larga asumí que es mejor callar antes que recibir incomprensión y decidí guardar mis pensamientos para mí.

Miro dos veces a la maestra de matemáticas que me toco de madre, que mi parte de racionalizar los sentimientos y los problemas lo tuve que aprender de ella, un duro aprendizaje para contrarrestar el temperamento que heredé de mi padre. Desde que él murió hasta hace poco, creía haber aprendido lo necesario para salir ilesa de la vida si hacía los cálculos correctos, de vez en cuando derrapaba porque los viejos impulsos tiraban de mí. Bastaba con escuchar de la boca de cualquiera las mismas palabras que mi padre supo dejar en mis oídos para que abandonara lo que sabía que era lo mejor. Si no hubiera sido por el susto real de una sentencia y que Hans entonces me parecía un auténtico cretino capaz de firmarla, ayudó para que me reafirmara en lo que sabia que tenía que hacer para mantenerme a salvo. —Es un hombre complicado, creéme que no era mi intención meterme con una ecuación imposible de resolver que me ha dado más de un dolor de cabeza. Pero se ve que me gustan de verdad los problemas, que me elegí al más bonito y enrevesado...—. Y no le mentiré diciendo que alguna vez consideré a alguno de los otros candidatos que tenía apuntados como lista de compras en la cocina, que si era por mí hubiera pasado limpiamente por esta vida mejor sola, que mal acompañada. —Si lo vuelve a hacer, te lo traeré para que le des el grito que le acomode las ideas. Pero, calmate, que no se te suba la presión por estar enojándote por lo que ya pasó — procuro tranquilizarla, con una mano acaricio su espalda, esa que cargué con todos mis dramas de adolescente, para reconfortarla.

Nuestro espacio en el sillón me da la oportunidad para pedirle un perdón que murmuro tarde, tendría que haberlo hecho hace siete años, cuando por cobarde no dije nada de lo que pasó, ni de lo que hice, porque me descubrí incapaz de aceptar las consecuencias. Escucho lo que dice de mí, esa culpa silenciosa que reprimí por años sube por mi garganta en palabras atropelladas que a punto están de salir en mis labios, pero me detiene la conciencia que tomo de cada una de las fotografías enmarcadas en las paredes en las que estamos nosotras en su mayoría y mi padre en unas pocas, porque la vida continuó sin él, Mo fue la que se mantuvo a mi lado. Bajo mis ojos al sobre que dejé caer en sobre mi regazo, uno que armé después de recibir el alta en el hospital. Si hay algún tipo de justicia, mi hija me hará pasar a mí todo lo que le hice a mi madre, y espero tener la misma voluntad de amarla a pesar de ello. —Hace unos años se acercó a mí un amigo de papá, estaba metido en el tráfico de objetos y tenía tratos con los otros mecanicos del taller. Era un muggle, me habló de unos rebeldes a los Niniadis. Me pidió que también colaborara...— confieso, como tendría que haberlo hecho entonces con veintidos años, cuando mi caso cayó en manos de un muchacho que no era mucho mayor que yo y que con esa actitud suya tan arrogante que remarcaba con muecas, consiguió una antipatía que me duró años. —Entonces conocí a Hans, intervino por mí y quedé en deuda con él— me sincero, claro que no hacen falta los detalles de un trato que fue realmente el de un acreedor que exigía y un deudor que tenía una fecha para cumplir, porque los papeles condenatorios seguían a mano. —Lo siento mucho, Mo. De verdad lo siento tanto — siento que empiezo a ahogarme con los sollozos. —Muchas veces, en serio que muchas veces creí que lo mejor sería que me fuera, que tomara mis cosas y me marchara al norte. No te merecías ninguno de los problemas que te pudiera traer por actuar así, tan... estúpida. Porque salto a defender a quien creo que es el más débil ante un bravucón y no soy tan grande, ni tan fuerte como me creo. Y al final del día tengo tanto miedo... que nunca pude dejarlo todo para exiliarme al norte, porque tenía miedo y seguías aquí siendo mi sitio seguro — susurro, notando como las lágrimas van cayendo una tras otras sobre mis palmas abiertas, en este sillón en el que lloré todo lo que toca llorar en la vida, todas las veces que hizo falta.
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Mohini R. Khan
El movimiento efusivo además de afirmativo que hago con mi cabeza deja en evidencia que seré la primera en acallar esas voces que traten de menospreciar el talento de mi hija, porque, si vamos a dejar una cosa clara, es que ese cerebro lo heredó de mí y no voy a permitir que se me insulte de esa manera. Lo dejo entrever además con una sonrisa pícara en los labios, que no dudo que ese bebé que crece en su interior también heredará la inteligencia como un genoma más, propio de su ser y con el que no existiría de no ser así. Quizás se me esté empezando a subir un poco eso del orgullo de abuela, pero qué se le va hacer, me hace especial ilusión serlo y no hace falta que diga que ya todo el mundo en el vecindario está enterado de la noticia. — Hans Powell va a estar en serios problemas como se vuelva a repetir algo parecido, y no me refiero solo al picante. — reafirmo a su propia amenaza, con otro gesto de mi cabeza en confirmación, este un poco más severo.

No es hasta que giro los ojos más en dirección a la figura de mi hija, analizando sus facciones con detenimiento en lo que pronto se convierten en algo mucho más mustio, y hasta podría decir lloroso. — ¿Tesoro...? — empiezo a preguntar, pero es ella la que se encarga de hablar con más precisión, tomándose el tiempo para una explicación que si bien no esperaba escuchar, no me queda otra que hacerlo porque mis oídos se ven incapaces de eludir las palabras que salen atropelladas por su boca. Hay algo en el modo que tengo de fruncir lentamente el ceño que me indica que no solo estoy escuchando esto por primera vez, sino que es una historia que, como madre, no debería estar haciéndolo. Un pinchazo se me acude al pecho, porque me siento primordialmente un pequeño fracaso como madre si es que mi hija no puede confiarme sus problemas más perturbadores. La cara con la que la miro debe ser un claro ejemplo de lo que siento, más no puedo hacer otra cosa que observarla en lo que sigue hablando. — ¿Cómo...? ¿Cómo no se te ha ocurrido contarme esto antes? — es lo primero que inquiero saber, porque si de verdad no siente que pueda contarme cualquier cosa, por peligroso o estúpido que sea, ahí sí siento que me estoy equivocando en algo.

Empieza a llorar y yo deseo poder culpárselo a las hormonas, pero creo que esas están bastante libres de culpa cuando se refiere a este tema en concreto. Mis manos se pasean por su rostro, restregando mis dedos por sus mejillas para evitar que las lágrimas se aglomeren en ellas y acerco mis brazos a su pequeño cuerpecito para estrecharlo entre el mío durante unos segundos en los que solo me permito mirar al techo y suspirar. — Lara, mírame un segundo. — me separo, sostengo su barbilla con una de mis manos mientras mi otro brazo la sigue arropando en un mínimo abrazo, mis ojos tintinean con la luz que se refleja, pero estoy muy lejos de apartar la mirada de su rostro. — No hay nada, nada, en este mundo que tú puedas hacer para que creas que lo mejor que puedes hacer es alejarte de mí, eso espero que lo sepas desde ya, dado que veo que no lo he dejado claro con anterioridad. — esto no parece más que un discurso de profesora enfadada, pero en realidad lo que quiero que vea es que me duele que sea siquiera capaz de pensar que por alejarse de mí va a solucionar lo que sea. — Eres mi niña, ¿de acuerdo? y te voy a querer no importa cuántas estupideces hagas, cuántos errores cometas o en cuántos líos te metas. No quiero que sientas que no puedes contarme lo que te inquieta por temor a como reaccione, sé que ahora es diferente, pero antes solo nos teníamos la una a la otra, ¿entiendes? ¿qué crees que hubiera hecho si un día me levanto y me encuentro con que has desaparecido de mi vida? ¿eres consciente de lo que yo podría haber hecho para encontrarte? — y traerla de los pelos a casa, me gustaría añadir, pero creo que hago una buena decisión al ahorrármelo, que me está quedando muy bien el discurso. Si no fuera por la lagrimita... — No voy a decirte que no fue una tontería seguir los pasos de tu padre, contactar con sus amigos, lo que sea que hiciste, porque creo que tú misma sabes que eso fue un error, solo quiero que me prometas una cosa. — la intensidad con que la miro en estos momentos se incrementa, haciendo obvio que no espero que se me oponga a esta petición, que a mis ojos puede parecer muy simple. — No volverás a hacer algo parecido, no volverás a ponerte en peligro por las decisiones que tu padre quiso tomar, si no es por mí, por este bebé. — me tomo la libertad de bajar la mano de su rostro para posarla con mucha suavidad sobre su vientre, aunque en ningún momento aparto la vista. — No lo sabes todavía, quizás estés atisbando un cuarto de lo que significa ser madre durante el embarazo, pero aún no tienes idea de lo que va a suponer darle la vida a ese diminuto ser, cómo vas a querer protegerlo de lo que sea que pueda dañarlo, que no va a haber cosa que quieras más que a esa bolita de pelo, porque ten por seguro que va a tener mucho pelo cuando nazca, con estos genes nuestros. — me río, una risa que pretende rebajar la seriedad con la que hablo y que provoca que al final la lágrima se escape de mis ojos, pero no es más que agua por la felicidad que me causa el que vaya a poder compartir lo que yo siento por ella, cada vez que la veo. — A lo que voy con esto, cariño, es que... ya no eres tú sola, ya no puedes seguir haciendo locuras como las que hacías a los veinte, sé que eso lo sabes. Ahora tienes una responsabilidad, la mayor que has tenido nunca y créeme cuando te digo: no será fácil, especialmente si tiene tu carácter, dios nos ayude a que saque un poco del semblante serio de su padre, porque sino... — ya, ya, me estoy volviendo a salir del tema, lo sé. Hago un pequeño suspiro dramático antes de finalizar. — En fin, que no quiero que sientas que no puedes confiarme tus temores, por ridículos o por importantes que sean, me da igual, yo siempre estaré para escucharte y para ponerle solución a esos problemas que por tu cuenta no puedes resolver, ¡que para algo soy yo la experta en matemáticas! — beso con ímpetu su frente después de murmurar algo parecido a que es lo que más quiero, estrujando nuevamente su cabeza contra mi pecho.

Lentamente, me separo, al mirarla siento que nos estamos sincerando con algunos temas que nosotras mismas creemos que deberían ser enterrados, pero que si lo hacemos, ambas sabemos que no traerá más que malos olores en esta nueva vida que la espera, y que espero me deje acompañarla. — Ya que estamos de confesiones... hay algo que me gustaría contarte, es sobre tu padre. — busco fijarme en algún cambio en la expresión de su rostro y dejo caer el tema únicamente porque quiero ver como reacciona ante la mención de un hombre que fue y es tan importante en nuestras vidas. No sé si estoy haciendo bien en contarle esto, dado que a mí solo me ha traído más líos a la cabeza, los cuáles no sé como desenredar porque de las telas se encargaban mis padres. Sin embargo, así como no quiero revolver más su cerebro pensante, siento, y creo, que merece saberlo.
Mohini R. Khan
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All the promises'll be broken · Mohini IqWaPzg
Invitado
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Me duele en el alma esa mirada de Mohini que me atraviesa de lado a lado, que nadie me diga que las cosas que ocurren tarde no lastiman tanto como en el momento en que deberían suceder, porque me siento como de veinte años una vez más y tiemblo como ese día en el juzgado, en este sillón siete años después, llorando de tal modo que se me entorpece la respiración. —Por cobarde — contesto, —Porque no podía mirarte a la cara y reconocer lo que hice—. Se me hizo más fácil esconder en un armario ese episodio, acepté que Hans lo archive en una carpeta aceptando un acuerdo conveniente que fue cómodo para mi cobardía y que mordí por años entre dientes, cuando no tendría que haber sido así, si asumía la responsabilidad. Pero, ¿me arrepiento? En estos momentos agradezco esa cobardía, es lo que concedió un par de años más en el distrito en el que seguí cerca de mi madre. Y no merezco lo incondicional que es conmigo cuando no hago otra cosa que demostrarle y enfatizar el desastre que puedo ser.

Trato de obedecer a su petición de mirarla y lo hago a través de las muchas lágrimas que se amontonan detrás de mis ojos, que hacen presión para seguir desbordándose. —Perdón, Mo, perdón por pensar en escapar, por pensar en abandonarte — me atraganto con el llanto, asi que la voz se me corta después de la última palabra. —Solía creer que me llevarían presa por no poder controlar mi carácter, que raccionaría así como papá lo hizo ante lo que considero injusto y estaba advertida de que no se me daría una tercera oportunidad— digo entre sollozos, —Entonces, ¿qué hubiera sido de ti? Me habrías visto en un juicio público siendo condenada, te hubieras expuesto a lo mismo si tenias que defenderme. Mejor irme, apartarte de lo que elegí y no tienes por qué cargar con las consecuencias—  y a pesar del tiempo verbal, hablo del pasado que con cada día que pasa se me hace más distante, de a ratos es niebla, hasta que emerge el rostro tan claro y tan nítido de mi padre pronunciando mi nombre, y no entiendo cómo puedo recordar ese tono, cuando su voz misma se va desvaneciendo para mí.

Asiento varias veces con mi barbilla a lo que dice, que sé que fue un error, que puedo ser una rematada tonta, que no se trata de mí ahora, que otra persona por un par de meses más comparte mi mismo destino. Hice un pacto silencioso con este bebé de que mientras fuera el lugar donde esta refugiado, no me metería en nuevos problemas que le perjudicaran. —Mo, por favor — la interrumpo, porque sus palabras me dan el consuelo que necesito y quiero seguir haciendo promesas, pero hice muchas en los últimos meses, que no sé si podré cumplirlas todas pese a lo mucho que me esfuerce. —Por favor si algo me ocurre, si a esta hija tuya le pasa algo por lo estúpida que es, tienes que cuidar de tu nieta — se lo digo, arruinando la sorpresa de la carta, porque la vehemencia ha ganado en mi discurso. —Si Hans está a salvo, mantente cerca de él y deja que críe a la niña. Sé que lo hará bien, nada podrá lastimarlas si vela por ustedes. Pero si él tampoco... — enmudezco por un momento, me tiemblan los labios al pensar seriamente en esta posibilidad. —Cuida de tus nietas, mantén juntas a este bebé y a Meerah— digo todo esto con un llanto que no cesa, que se hace más pronunciado, la esperanza que tengo por las mañanas cuando despierto reconociendo un vientre que creció para albergar a otra persona, en momentos así entra en la encrucijada de todas las cosas que están mal y por mucho que nos pese las peores posibilidades, son también las que acaben por cumplirse. Por eso, me abrazo a Mo con todo el miedo que me provoca el mundo, esa desperación infantil de cerrar mis ojos contra su pecho, no querer ver lo que pueda ocurrir y  encontrar en sus brazos el arrullo para combatir ese miedo. Tengo los ojos hinchados, enrojecidos por las lágrimas, cuando alzo mi mirada hacia ella y mi expresión es abierta a lo que pueda decirme sobre mi padre, que habrá muerto hace quince años, pero sigue estando tan presente para nosotras que a veces espero verlo materializándose en la cocina. —¿Sobre qué?— pregunto con duda, ¿qué hay de mi padre que no habremos dicho ya en estos quince años en su ausencia?
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Mohini R. Khan
Trato de mantener la serenidad en su rostro a base de limpiar todas las lágrimas que van cayendo por sus ojos con mis dedos, porque me destroza verla en este estado que me recuerda, una vez más, que mi niña se está haciendo adulta a costa de los problemas del mundo exterior, que como madre no puedo protegerla de ellos de la forma en que me gustaría hacer. Por esa misma razón le sujeto el rostro con la única seguridad de estar entre las paredes de esta casa, dónde las dos podemos ser nosotras mismas, libres de las miradas acusadoras y palabras críticas de los demás, que sé que tienen mucho más peso que cualquier cosa que yo pueda decirle a mi hija, para mi desgracia. — Lara, tener un hijo no es un trabajo con fecha de caducidad. No se trata de apartarte cuando las cosas salen mal, sino de todo lo contrario, una madre está para lo bueno y para lo malo, incluso más para lo último que para los mejores momentos de tu vida, porque es cuando uno más necesita ser recordado de quién está verdaderamente ahí, ¿entiendes? — Le tomo el rostro con mis manos, obligándola a que me mire a pesar de utilizar una mirada severa sobre sus ojos, pero una que puede traducirse también por cálida y protectora, pues a veces en mi caso significan lo mismo. — Cargaré con tus consecuencias porque por algo eres mi hija, siempre que las decisiones que tomes no pongan en peligro a los que quieres. Eres la viva imagen de tu padre, muchas veces he querido que hubieras salido un poco más a mí, y no sé si eso es mi culpa o la de tu padre por optar siempre por el papel de poli bueno, pero no lo querría de otra manera. Lo único que te pido es que no vuelvas a actuar de esa manera tan imprudente, ¿me oyes? No quiero que te suceda lo mismo que a tu padre, no podría soportarlo, daría mi vida por ti antes de permitir que se repita algo parecido. — beso su frente con la misma fuerza que utilizo para que las lágrimas no se precipiten por mis mejillas, apretando mis párpados por el tiempo que mis labios rozan su piel.

No obstante, tengo que separarme al instante, aun sosteniendo su rostros con mis manos, para cuando capto algo nuevo en sus palabras. — ¿Nieta? Lara Scott dime que no me estás diciendo que vas a tener una niña al mismo tiempo que estás insinuando que no vas a estar para verla crecer porque si es así te juro que te ataré yo misma a la cama si crees que… — no puedo terminar la frase, esa que resulta más larga de lo esperado cuando la noticia de que voy a ser abuela de una niña empieza a formarse en mi cabeza y entonces no solo son palabras lo que se acumulan en mi cerebro, sino lágrimas en mis ojos que enseguida empiezan a caer por mis mejillas como mujer sensible que nadie cree que pueda llegar a ser. — ¡Lara una niña! ¿¡Sabes lo que significa eso?! ¡UNA NIÑA! — creo que la emoción se palpa en algo más que mi voz, mis brazos la rodean para estrujarla en mi pecho solo para después posar mis manos cuidadosamente sobre su vientre en un intercambio de tacto al tiempo que también me deshago de las lágrimas en mi rostro. — Mi ratita va a tener una ratita. Holaaaa, yo soy la abuelita Mo, tengo muchísimas ganas de conocerte, y en cuanto lo haga, tu madre dejará de decir tonterías como las que está diciendo porque entonces sabrá la suerte que tiene de poder cogerte y abrazarte, ¿sabes? Y no permitirá que nada te ocurra mientras ella respire, que será por muuucho tiempo, tanto que la abuela Mo se cansará de esperarla donde sea que esté cuando estire la pata.  — le hablo a su vientre tanto como a ella, dirigiéndole alguna sonrisa al mirarla de refilón mientras mi voz la dirijo hacia el bebé que se está cociendo en su barriga, que ahora puedo ponerle una imagen más definida. — Será Mohini junior, ¿verdad? En honor a todos los dolores de cabeza que me diste siendo bebé, creo que es lo justo. — bueno, me río solo por acompañar la broma, pero puede estar lejos de serlo si me lo propongo.

¿Cómo voy a poner en palabras lo que tengo por decir después de una noticia como esta? Repentinamente la sonrisa de felicidad de mi rostro se torna en una un poco más apagada, casi en una mueca incómoda que trato de camuflar como una curvatura alegre todavía. No sé ni por dónde comenzar, pero sé que ahora no puedo dar marcha atrás en mi confesión. — Verás, tesoro… hace un tiempo recibí un mensaje de un familiar lejano del que tú, según tengo entendido, también has recibido noticias e incluso retomado el contacto con él. No diré nada al respecto de ese encuentro porque no es lo que me concierne aquí, solo espero que desde entonces hayas asentado la cabeza lo suficiente como para que no se repita. — comienzo, recordando las palabras de Jefferson como no algo demasiado lejano cuando se trata de mi hija. — Hablo de Paul Jefferson, el primo de tu padre. No debí hacerlo dadas las circunstancias, pero accedí a verme con él porque su mensaje no daba pie a una explicación concisa y me perturbó el sueño durante varios días. Pero después del encuentro tuve todavía más dificultad para conciliarlo por varios motivos… y uno de ellos fue porque… no quiero que te alarmes con lo que vas a escuchar porque no hay nada verídico en sus palabras y probablemente son una simple llamada a la desesperación, pero él dijo que tu padre… — se me hace complicado masticar las palabras, pero en ningún momento despego la mirada de ella, salvo para colocar sus dedos entre los míos mientras espero no me tome por alguien que desvaría. — Dijo que tu padre estaba, de alguna forma inexplicable, vivo. — se nota por el modo en que hablo que es algo que escapa de mi creencia, que no es más que algo que se ha inventado para hacernos la vida más complicada. — No lo dijo con esas palabras exactas, eso es algo que he sacado yo en conclusión, y con esto no pretendo alarmarte, ambas sabemos que eso no es posible, solo pensé que merecías saberlo. — no sé si digo eso último para convencerla a ella o para convencerme a mí misma, de que escogí lo correcto, de que hice lo necesario para que esta familia no sufra más de lo que ya ha hecho, de poner a mi hija por delante de las elecciones de mi marido, vivo o muerto.
Mohini R. Khan
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Hay algo en todo lo que me dice Mohini que me llena de una forma en la que no podrían hacerlo nunca las palabras de alguien más, sé que las únicas promesas verdaderas e inquebrantables de mi vida son las que salen de sus labios. He visto desde niña cuando se televisaban los juegos y se difundían las noticias sobre altercados, como el mundo nos somete hasta quebrarnos. No pude aceptar la ausencia de mi padre y esa negación me duró años, en los que todo lo que pasaba a mi alrededor me hería por culpa de no saber entender cómo me sentía. Mi recelo a cualquier daño me hizo escéptica a lo que otros me aseguraban, me han mentido muchas veces y aprendí a mentir en respuesta, para que nada doliera fingía indiferencia, prevenía el daño al verlo venir y me encerraba en mi misma. Dejé que unos pocos, los cuento con los dedos de una única mano, se quedaran susurrando cerca, llamándome. ¿Cuándo la voz de Mo se hizo tan lejana? ¿Cuándo la alejé tanto? Estoy llorando sobre sus manos que me sostienen cerca de su rostro como creo que no lo hacía desde la noticia de la muerte de mi padre, cuando me destrocé en sus brazos. El llanto de desconsuelo consume todas mis energías como no lo hace ni la rabia, es esta la angustia que evito, el dolor descarnado que puedo sentir al escarbar en mis heridas para limpiarlas de lo que se quedó allí, envenenándolas.  

Mis carcajadas por su emoción al enterarse que es una niña provocan que casi me ahogue con los sollozos y tenga que toser para calmarme, el susto de asfixia basta para procure tranquilizarme. Respiro hondo las veces que hacen falta para que el llanto cese. —Seremos tres generaciones de mujeres fuertes en esta familia— hipo al decirlo, mis dedos moviéndose debajo de mis pestañas para sacarme las gotitas que quedan. Me siguen temblando los labios porque no sé qué tan cierto será que podré verla crecer, con lo inseguro que esto, en cambio confío en la fortaleza de Mohini para saber que ella sí se mantendrá firme sobre sus pies no importa lo violentas que sean las tormentas que arrasen con lo que conocemos y tenemos. Y mientras ella lo consiga, podrá cobijar a los vulnerables e impedir como lo hizo conmigo de que algo malo nos ocurra, aunque hagamos mérito con tantos actos de rebeldía para que así sea. —Con Hans pensamos en llamarla Victorie…— contesto, con una sonrisa que va subiendo por mis labios. —No sabemos si será Victorie Scott o Victorie Powell— aclaro, y le confieso algo en lo que estuve pensando, pero que no admitiré antes Hans. — Podría ser Powell, ¿no? Así seríamos tres generaciones unidas, cada una con un apellido distinto. Khan, Scott y Powell.

Presumo que la charla se tornará más ligera si nos ponemos a hablar de la niña y me cae con sus sermones de lo modernos que somos con Hans, como para evitar esos mismos papeles que pasan por la oficina de él. Pero me toma desprevenida con un nuevo giro, hablándome de algún familiar remoto. No sé si será alguien de su parte, porque por alguna razón es poco lo que he visto a los Khan en mi vida, vaya a saber por qué cuestiones que hicieron que Mohini se aboque más a la pequeña familia que éramos con mi padre, y por parte de él, de inmediato pienso en el inoportuno de su primo Jefferson, que me lanzó a mi suerte a ese gigante del distrito 14. Con parientes así, ¿quién necesita enemigos? —No lo estaba buscando a él, pero se puso en contacto conmigo en una ocasión y…— me guardo las explicaciones, asumo que mi madre sabe más de lo que dice. Lo que sea que mi tío puso en oídos de Mohini, me obliga a repasar todas aquellas cosas que podría saber de mí, suponiendo que fui parte mencionada en su charla. Me siento al borde del sillón cuando me dice que el motivo de su charla fue mi padre, crece una expectativa en mi pecho por lo que sea que revelará a estas alturas, tantos años después de que nos hayamos despedidos de él. Se me va el color de la cara y la habitación entera tiembla para mí, me sostengo a la mano de mi madre para que el mareo no me arrastre a un círculo que gira vertiginosamente. —¿Vivo?— murmuro, sin escucharme. —Vivo—. Me paro en mis piernas inestables para dar unos pasos, no me caigo pese a que todo está dando vueltas en esta sala. Mi voz se apaga por completo, enmudezco un par de minutos en los que doy la espalda a mi madre estando de pie y uso mis brazos para cubrirme la cara, mis manos tirando de mi cabello. —¿Cómo podría ser eso posible?— pregunto y me decepciono a mí misma por la esperanza que se asoma en mi voz.
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Mohini R. Khan
Ya, que deje de llorar o la siguiente en derramar un mar de lágrimas seré yo, pero en mi caso por la felicidad que me produce el poder ponerle un detalle más a la bola que está creciendo dentro de su vientre. Seré sincera, nunca creí que fuera a ser abuela, vi en Lara el reflejo de una mujer que se negaba a tener hijos, bien por el mundo en que estamos viviendo, bien por lo que se ha visto envuelta a lidiar desde adolescente por la muerte de su padre, o cualquier otro motivo que, si desconozco, es porque no quise insistir en el tema viendo que no me iba a llevar a ninguna parte. Ahora, la situación es diferente, y al final, sí que voy a tener algo que agradecerle al hombre que ha dado un poco más de forma a esta familia, brindándome con esa categoría de abuela que no pretendo decepcionar, porque si hay algo que creo que hago bien en jactarme, es de cuidar a los míos. Y ya no digamos de la comida porque ya solo por eso me tendrían que haber dado la etiqueta hace años. — Las que vinieron antes lo eran y las que vendrán después de tu hija también lo serán. — aseguro, porque mi madre, dentro de sus tradicionalismos y sus ideas conservadoras, algunas que peco de seguir yo, también la considero una mujer con los ovarios bien puestos.

Victorie... — medito el nombre en mi cabeza, además de pronunciarlo en voz alta, para hacerme una idea de como sería utilizarlo como alguien que forma parte de la familia. Mis labios se transforman lentamente en una curvatura tierna, asintiendo escasamente con la barbilla más que con la cabeza, solo pido que no se me escape la lagrimita. — Es un nombre precioso, con mucha personalidad, le irá bien siendo hija tuya. — que no espero que sea ni la mitad de difícil que ella, pero nunca se sabe, quizás esto sea mi oportunidad de vengarme por todas las noches en vela y dolores de cabeza, aunque también tengo que admitir que todo lo que tuvo de plasta lo tuvo también de bebé gracioso y tierno. Y pese a todas mis quejas, lo que daría yo por volver a recoger ese bebé en mis brazos y protegerlo con mi cuerpo, cuando la veo ahora convertida en una mujer hecha y derecha, a punto de tener una hija, no puedo evitar pensar en esas cosas. — ¿Victorie Powell? Supongo que... tampoco suena mal. — no digo más. No me atrevo a hacerlo porque ninguno de los dos apellidos, ni Powell ni Scott, van a ayudar a ese bebé en caso de que las cosas se tuerzan, pues uno lleva el nombre de un rebelde que terminó en tragedia, y el otro porta el de un hombre que amenaza con la seguridad de los ciudadanos de este país. ¿Seguro que no quieren ponerle Khan? Todavía están a tiempo de hacerlo, que no ha nacido la niña todavía, y yo he sido siempre un semblante fijo. Bueno, con mis idas y venidas y esas cosas, pero que eso no es comparable.

Tengo miedo de su reacción, Lara acostumbra a ser una persona muy impulsiva, y son esta clase de noticias las que la llevan a cometer estupideces como las que ha repetido a lo largo de su vida, solo espero que esta vez tenga la cabeza lo suficientemente centrada como para no hacer una tontería. La sigo con la mirada, que se levante produce que me remueva un poco en el sitio, pero no despego mis ojos de su alterada figura. — No es posible, Lara, tú lo sabes tan bien como yo, probablemente esto no sea más que... más que una forma de llamar la atención. Ya sabes como funcionan allá en el norte cuando la desesperación es lo único a lo que pueden aferrarse. — lo más lógico es que solo hubiera querido verme para sacar algo de provecho, pedirme algún favor, o... no lo sé, y creo que eso mismo se denota en el tono dudoso de mi voz, que a su vez pretende asegurarle a mi hija que no tenemos por qué preocuparnos por esto. — Si te lo he contado es porque todo lo que concierna a tu padre, tú mereces de ese conocimiento, aunque se trate simplemente de ilusiones vagas de un desesperado. — todo lo que digo lo hago con intención de no solo convencerla a ella de la seguridad en mis palabras, sino a mí misma también. Porque hay noches en las que aún me planteo si tomé la decisión correcta al no creerle, al no aferrarme al diminuto foco de esperanza que me proporcionó, cuando una vez hubiera dado todo por detener el tiempo, y todavía me pregunto ahora mismo, sentada en el sofá en que antes se acomodaba Lawerence a leer el periódico... ¿debería aferrarme a ello?
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¿Lo eran? ¿Todas ellas? Pienso en mi padre que decía que somos la justificación de nuestros antepasados, la prueba real de su existencia, para que nunca olvidara que pese a ser bruja, hubo muggles que anduvieron el camino que me trajo hasta aquí y que si las familias son árboles, el mundo es una selva en que todos los árboles se cruzan con sus ramas, que los magos así como los muggles y otras criaturas tenemos la sangre mezclada por esos encuentros y desencuentros, no hay genealogías enteramente puras. Sólo descendientes que olvidan, que pierden fragmentos de una memoria que heredan al nacer y se disuelve en esa sangre que para este mundo en el que vivimos nos ordena en categorías. Pero si la sangre no fuera lo importante, si lo que importara fuera algo así como la fuerza que ha sido parte de la esencia de las mujeres de mi familia que estuvieron antes de mi madre, de mí y de mi hija, un pensamiento se impone de pronto en mi mente.  —¿Crees que podríamos hacer a Meerah una miembro honoraria de esta línea de mujeres? Ella fue quien me hizo parte honoraria de su familia, me gustaría hacerla parte de esta…— murmuro. También podría serlo Phoebe, eso me lleva a pensar inmediatamente en Rose. Pero es a una chica de trece años que tiene tanta determinación en su menudo cuerpo, ambición real en su espíritu y que ha pasado por la ausencia de un padre primero, de una madre después, es un juego caprichoso del destino de dar y quitar, lo que me hace querer hacerla parte.

A menos que luego, con su hermana a quien creo que también marcamos cierto destino al elegirle Victorie como nombre, decidan que no hubo nada antes, ni nada después que las defina. Si tan sólo se miran entre ellas, encuentran fuerzas en estar juntas, como para enfrentarse a las adversidades ineludibles del mismo vivir y los castigos que no le corresponden por el apellido que les toca llevar, me daré por satisfecha. No insisto en pedirle a Mohini que cuide de ellas, el ruego queda tácito entre nosotras, sé lo que hará aunque se niegue a aceptar que pueda ser así, y es que no sé si estaremos con Hans para verlas convertirse en las mujeres que pueden llegar a ser, si no serán ellas la justificación que quede de que alguna vez existimos. Siento que las lágrimas vuelven a agolparse en mis ojos en una advertencia de mi marcada sensibilidad, que para detenerlas me obligo a callar el miedo que se hunde con todo su filo en mi pecho, de perder a Hans y todo lo que podríamos tener, si la aparición repentina de su padre echando amenazas a Magnar Aminoff los vuelve a él y a Phoebe un nuevo espectáculo de escarmiento público.

Me aterrorizara, como sabía que pasaría, razón por la que me había negado a todo esto, perder no sólo a mi madre que es el pilar firme que me sostiene, sino también a las personas que se han vuelto importantes para mí y necesarias en mi vida. Porque sé lo que es tener algo que amas con toda tu vida, amar a alguien con tal admiración que se vuelve un dios entre los hombres, que sus palabras marcan una ruta y si era saltar al abismo, lo hubiera saltado. Me salvó la mano firme de mi madre aferrándome. Sé lo que es perder algo así. Sé el miedo que viene después a amar algo de la misma manera, a la rabia ciega que lleva a tomar elecciones erradas, porque no queremos las correctas. Porque todo a nuestro alrededor se ha destruido, que sólo falta destruirnos a nosotros mismos. Sufrí lo que es perder algo así como para que se presente, inoportuna y maldita, la esperanza de recuperarlo. —¿Y si es posible?— pregunto con mi voz quebrada, siento las lágrimas ardientes cayendo por mi rostro. —¿Y si es posible que esté en algún lugar? ¿Dónde está, Mo?— sigo dándole la espalda y me giro lentamente hacia ella, a su figura sentada en el sillón, en esta misma sala de la cual mi padre fue parte de la imagen alguna vez, y se fue desvaneciendo. Se desvaneció dejando sola a mi madre, firme en esta casa, inamovible al paso del tiempo, sosteniendo su dolor y el mío con sus manos. Las mías tiemblan hasta posarse encima de mi vientre, ese que Mohini ha besado con la emoción de conocer a su nieta, y puedo sentir en carne el rechazo de mi padre a esta bebe, que es hija del hombre que ha firmado las leyes que niegan todo lo que trató de inculcar en mí. Hice mi elección, aunque eso suponga destruir el pedestal de lo único en lo que alguna vez tuve fe. No quiero saber a dónde debo correr para encontrar a ese padre que murió para mí hace quince años, lo que hago es ir hacia Mo que estuvo conmigo todo este tiempo, abrazarme a ella. —No puede ser cierto que esté vivo, son mentiras. Tratan de engañarnos— me digo a mí misma para convencerme. —Él está muerto, lloramos su muerte— y lo hago por una segunda vez, si es lo que necesito para dejarlo ir. Sostengo el rostro de Mo con mis manos para besar sus mejillas, su frente, como lo hacía tan torpemente de niña. —Pero estoy aquí para ti, y tú estás aquí para mí, para cuidar lo que tenemos—, porque me niego a perder esto.
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Mohini R. Khan
Pues claro. — respondo con simpleza, pues no hay mucho más que pueda decir cuando la mirada de mi hija se me presenta sincera por ese sentimiento de inclusión a esta familia, que una vez se apareció como pequeña en contraste con la imagen que empieza a hacerse completa con los nuevos integrantes, en primer lugar por aquel que lleva en su vientre. Meerah siempre ha tenido un espacio en mi corazón, no pretendo moverla de ahí en ningún tiempo cercano, pero si Lara prefiere hacerlo honorario para darle la seguridad de su protección, que así sea. — ¿Sabes? Por mucho tiempo pensé que nuestra familia terminaría contigo, nunca te vi interesada en ser madre y aunque entendía las razones por ello, me daba mucha tristeza. — confieso, a pesar de que no es secreto que siempre he querido que la familia se extienda, uno o un par de nietos que correteen por mi casa siempre ha estado en mi imagen de futuro. Para la suerte de Mohini hace unos años, ahora cada vez está más cercano de hacerse real. — No tienes idea de lo mucho que me alegra que eso haya cambiado, incluso cuando no lo andabas buscando. Sí pienso que vas a ser una madre maravillosa, Lara, aunque tú no lo creas, y por eso es que creo que tienes derecho a verla crecer, a darte dolores de cabeza y muchas alegrías también. — la sonrisa se me muestra cálida y sensible, esa que me indica que podría ponerme en este mismo instante a llorar, que si no lo hago es por lo que viene a continuación.

Necesito ser la mujer fuerte que siempre he sido para mi hija, cuando ella se desmorona por lo que a mí también me gustaría hacerlo, pero es mi lugar como madre el recordarle que las tormentas, por largas y estruendosas que sean, siempre ceden. No obstante, en este momento, me obligo a apartar la mirada cuando siento una lágrima traicionera recorrer mi mejilla, la cual sacudo de un manotazo para girarme hacia ella con toda la firmeza que soy capaz de sacar. — Si eso es posible… desconozco dónde podría estar. — afirmo, más el tono dudoso de mi voz declara que mis palabras son en parte mentira, porque si hay algo que pude descifrar en el mensaje de Jefferson es que no se encuentra en un lugar idóneo, lo que me llevó a pensar inmediatamente en las afueras poco piadosas del norte. Me odio a mí misma por pensar de esta manera, por hablar de él en presente como si mis recuerdos y la imagen que tengo de mi marido no se vieran difusos entre ellos por no saber como colocar estos acontecimiento de forma que tengan algún sentido. No quiero ponerle esas mismas ideas descabelladas a mi hija, alimentar su delicado estado de embarazada como si no fueran a incordiarle en sus sueños. Lo que menos necesita ahora es andar persiguiendo ecos, que además de absurdos, se conciben como insonoros. Y no hay nada más peligroso que un fantasma que habla sin tener voz.

Al menos, puedo soltar el aire que se acumula en mi pecho y liberar mi espalda de la tensión cuando se acerca para abrazarme, apenas tardando unos segundos en arroparla entre mis brazos. — Son mentiras. — no sé si lo digo con la misma seguridad que ella, pero es mi intención, asegurándolo solo con el beso que doy en su frente en imitación a su gesto. Acaricio el pelo de su cabeza con la tranquilidad que espero el ritmo de mi corazón aprenda cuando la acerco hacia mi pecho, sintiéndola pequeña entre mis brazos a pesar de ser yo la de menor tamaño. — Tendrás una hija preciosa, que te tendrá a ti para cuidarla, como tú me tienes a mí todos los días de tu vida, además de una familia para velar por ella, de eso no tengas duda. — no hay una pizca de duda en mi voz en esta ocasión, lo digo tan firme como lo creo posible. Porque puede que los Powell no sean perfectos, pero nosotras tampoco lo somos, y a veces eso es lo único que se necesita para que las cosas funcionen, mezclar las piezas rotas con el fin de crear algo único y extraordinario, que sirva para darle un nuevo significado a esto que estamos construyendo.
Mohini R. Khan
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Mo…— suspiro, su absoluta resignación que envejeceríamos juntas para que una vida se desvaneciera detrás de la otra, poniendo por mi parte cuál sería el fin mismo de mi familia, porque por años me creí con la voluntad y la potestad para decir cuándo las cosas debían acabar, y que en la mayoría de las veces los finales a tiempo son necesarios, para salvarnos de lo impreciso y que se arrastra en agonía. ¿Para qué tener un hijo en este mundo que me enojaba tanto? ¿Por qué haría tal estupidez? Si no había mañana en que no me levantara y maldijera sobre un par de cabezas, y la ironía de que un mensaje por las mañanas de un tal «El Idiota» me bastaba para arruinarme el humor del día, cuando es el mismo hombre con el que me despierto en estas mañanas. Y así es como todo puede girar para demostrar que los no y los nunca se voltean como una moneda arrojada al aire, en un acto de puro azar caen y enseñan otra cara, para que todo aquello a lo que nos negábamos, se convirtiera en algo que no sabíamos que podíamos querer tanto. —Cambió— repito con ella, porque no es algo que hubiera estado callado y a la espera de descubrirse en mi carácter, hace cinco años, hace diez años, no estaba hecha para ser madre y mucho menos para amar a otras personas de la manera en que lo hago ahora. Cambió incluso la manera en que amo a mi madre. —Y todo seguirá cambiando. Son mis miedos los que hablan, Mo. Mi miedo a todo lo que podría ser…—. Ella lo sabe mejor que nadie, tendrá que lidiar con esto hasta lo último, porque si todo se derrumba —una vez más— será a esta casa, a este sillón, a esta alfombra y a sus brazos a donde vendré a llorar.

Necesito de una fuerza distinta a la que invoco de vez en cuando para que en todo esto que es impreciso, en que caminamos a oscuras tanteando en imprevistos que surgen de la nada y golpean a nuestra puerta, todos esos viejos fantasmas que creímos exiliados de nuestras vidas llegan para ponernos a prueba. Debe ser eso, sólo una prueba. Tengo mi respuesta, la encuentra en mí misma si me hago las preguntas adecuadas. No correré a ojos ciegos hacia lo que creo que es el destello imposible de algo que deseo, de algo que deseo demasiado. Freno ese impulso, me abrazo para contenerme, con tal fuerza que mi vientre queda atrapado y me recuerda que por un par de meses ligué la suerte de una niña a la mía. Si a la larga los impulsos ganarán, si mi carácter seguirá siendo puesto a prueba hasta que claudique, tengo en ella la razón más clara y real que me acompaña a cada minuto para recordarme todo lo que tengo por cuidar. Me veo por primera vez en reflejo a mi madre, la busco a ella en su calor. No porque crea que hay un atisbo de parecido reciente, estoy a años luz de forjar un carácter similar, ese que la sostiene con los pies en la tierra y firme a los vientos inclementes, cuando yo tengo pies inquietos que todavía se echan a volar entre las nubes tormentosas. Me sostengo a ella para no echar a correr, precisamente. Para recordarme qué es lo necesario para que un hogar se mantenga erguido, por más rota que esté una familia, se trata siempre de alguien quedándose, de la elección firme de quedarse y amar, abrazarse a eso que se está sacudiendo por los vientos o que se está resquebrajando, y poder amarlo, como ella lo hizo conmigo.
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