The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Viktor R. Carstairs
Miembro del Departamento de Justicia
Febrero del 69

Puede que haya exagerado un poco mis heridas en el reporte cuando me lo pidieron para así poder tomarme un par más de días de descanso. No tenemos criminales a quiénes juzgar, están todos escondidos en algún rincón de quién sabe dónde así que no tengo mucho para hacer... Son los aurores y el escuadrón de lobos los que tienen que ponerse a trabajar ahora, así que no me preocupo mucho por las cosas que pueda llegar a haber en mi escritorio desde la última vez que lo dejé, justo un día antes de ir al divertido funeral. Pero hay que volver a trabajar en algún momento y ese día es hoy, ya estoy como nuevo así que camino con normalidad, respiro con normalidad y sonrío... forzadamenente. No es momento de hacer bromas pues todos lo tomarían a mal. Odio el clima post desastre.

Voy hasta el departamento de justicia y estoy a punto de llegar a mi despacho cuando veo a una mujer doblando en la esquina siguiente rumbo a mi dirección. Me quedo en el lugar, observándola a los ojos sin decir una sola palabra. Allí está la desgraciada, completamente lúcida y sin esa ansia de sangre que me mostró en el estadio. Quiero preguntarle a quién demonios estaba viendo para querer asesinarme de esa forma y también quiero exigir una disculpa de su parte, pero lo que sale de mi boca no es ni una cosa ni la otra.

-Casi no te reconozco sin toda la sangre en el rostro, lobita - bueno, puede que se me haya ido la mano con ella y provocándola ahora no lograré conseguir más que una nueva pelea. No quiero eso así que alzo las manos en señal de paz y vuelvo a intentarlo - No te preocupes, te perdono por atacarme, no estabas en tus cabales - eso suena un poco mejor - Pero de todas formas acepto chocolates... Y si dices que soy el más sexy de todo el ministerio hasta puede que olvide lo que ha pasado - agrego con una sonrisa.
Viktor R. Carstairs
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Invitado
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El departamento de Justicia no es mi terreno favorito para dar paseos porque nada que tenga que ver con juicios y sentencias me trae buenos recuerdos, sacude cajones que prefiero que acumulen polvo. Para pasar mis horas de insomnio tengo otros pendientes a los que morder entre mis dientes, rostros que se han quedado importunando desde lo sucedido en el estadio, uno en particular que copó todo el espacio de una pantalla. Tengo tan fija esa cara en mi memoria de estos días, que me pilla desprevenida que sea otra la que me cruce sin querer, también de ese episodio. Al juez del Wizengamot no le he dedicado un segundo pensamiento que no sea para preocuparme en recibir un reporte, pero cuando los días pasaron sin recibir novedades supuse que también me habrían incluido entre los eximidos por los efectos de los alucinógenos, que sea alguien con poder para juzgarme y no lo usó para tomarse venganza, no me provocó ningún sentimiento de agradecimiento, más bien hizo que lo descartara al olvido.

Claro que no lo olvidé, mi memoria es más perra que yo con las caras, recuerdo también las emociones que me impulsaron a cazarlo en las gradas y de las que no puedo culpar al humo venenoso, cuando abre la boca para mostrarme su desprecio con un tono burlón. Camino hacia él con un andar lento y con una confianza invasivo me detengo mucho más cerca de lo que debería, con una sonrisa curvando mis labios hacia un lado, y mi mano sobre la solapa de su saco, bastante cerca del calor de su garganta. —¿Fue una impresión memorable, juez Carstairs? Es una lástima para usted que no sea del tipo que hace cumplidos y envía chocolates después de un primer encuentro, si es que no hubo una conexión— susurro con la distancia necesaria en nuestros rostros para que vea la burla y no lo malinterprete con otra cosa. Uso la mano que tengo sobre la tela de su traje para empujarlo, en claro desagrado. —Pero si quiere puede tratar de ganarse mi perdón por cortarme la cara— se lo recuerdo, —puede intentarlo con una cena—. Y como al sonreír le enseño mis dientes, puede saber a qué tipo de cena me refiero.
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Viktor R. Carstairs
Miembro del Departamento de Justicia
Ni bien comienza a caminar en mi dirección me doy cuenta de que los lobos no solo son animales durante la luna llena. Esta mujer parece estar al acecho todo el tiempo y eso me eriza los pelos de la nuca, siento peligro y cierro mi mente más que nunca para no tener que saber lo que pasa por su cabeza ahora mismo. Para colmo se acerca tanto que tengo que pararme erguido para sentir que manejo la situación y también frunzo el ceño en señal de auténtico desagrado ante sus palabras - Soy yo quien hace los comentarios picantes, señorita Hasselbach, si lo hacemos ambos me temo que el ministerio no podrá contenernos - respondo fingiendo tranquilidad, lo hago con un talento que el ser abogado y luego juez me ha dado a lo largo de los años.

Me empuja y me llevo una mano al pecho fingiendo estar ofendido. Luego pongo los ojos en blanco y me cruzo de brazos, como si eso fuese a ayudarme en caso de que decida ponerse violenta de nuevo. No puede hacerlo, no tiene excusas ahora y las cámaras del pasillo la dejarán en evidencia.

- Creo que el corte en la cara fue bastante justo considerando que intentó ahorcarme... Dos veces - respondo con una mueca y las cejas en alto - Y lamento decirle que no soy de los que van a cenas, mucho menos si soy la comida, salto directo al postre pero me temo que lo que me gusta no lo tiene disponible en su menú - agrego con una sonrisa exagerada, una que dice "No me mates, no me mates, no me mates" con muchas ganas.

- Pero hablemos de lo importante, señorita Hasselbach... ¿Qué pudo haberle inspirado tanto odio que se cegó al punto de querer matar a alguien tan adorable como yo? Creo que ni el mismísimo Richter querría matarme luego de una charla de dos minutos.
Viktor R. Carstairs
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Invitado
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A su falsa serenidad, respondo con una broma peligrosa. —No comience un juego en el que no podrá aceptar que el otro jugador actúe fuera de sus supuestas reglas…—, mi sonrisa se ladea como advertencia. —Si lo comienza, aténgase a lo que pueda pasar—. Si algo entrené con los años es a participar de una competencia, no para el triunfo, sino por la resistencia. Perder me importa tan poco al contrario de tantas personas que lo consideran un pozo hondo del que no se pueden levantar, estuve ahí, sé que yo sí puedo ponerme de pie, todas las veces que hagan falta. Un juez de parla burlona no vendrá a decirme cómo jugar, si se quiere meter conmigo, tengo ensayada mi mirada desafiante.

Pero no toqué su rostro como me lo pidió, en cambio no tuvo esa consideración conmigo— señalo, mis labios curvándose con aparente amabilidad. Rozo mi mejilla que fue lastimada con los dedos, trazo la línea fantasma donde estuvo la herida, me he valido más de una vez de mi cuerpo para conseguir lo que pretendía que podría haberle exigido que tuviera el mismo cuidado. Conozco lo suficientemente de medimagia para atenderme a mí misma, sin necesidad de que un sanador del hospital me pusiera un dedo encima, a los que repelo por costumbre arraigada. —Una lástima— finjo sentirme dolida por su rechazo a la oportunidad de una cena, dejo en paz su traje y le devuelvo su espacio personal para que se sienta seguro. —No soy quisquillosa con la comida, si bien con los años puede que me haya vuelto un poco más selectiva por una cuestión de que he probado demasiado y casi nada sorprende a mi paladar—, me comparo con él que me excluye de su menú.

Es verdad en cierta medida lo que le digo, tengo memoria de lo que he probado con mis dientes, que la sola mención de Hermann con su falso apellido me provoca un subidón de acidez por la garganta. Todo mi rostro se contrae en esa mueca de repugnancia. —Como bien sabrá, todos tuvimos alucinaciones ese día. Pediría disculpas por mi comportamiento que seguramente le habrá aterrado, pero como bien dijo se cobró con el corte en la cara, así que no hay nada por lo que deba solicitar perdón— digo, mis brazos cruzándose por delante de mi pecho en una pose a la defensiva, —¿Cree conocer a Richter, Carstairs? Usted no sabe nada de ese hombre, nadie en este ministerio tiene una idea de lo que es capaz. Ni siquiera creo que Magnar lo sepa—, y no es por subestimarlo, mi lealtad está puesta en este hombre que nos hizo justicia, pero yo sí conozco a Hermann. O creí conocerlo. —Mi desprecio hacia usted se debió a que me recordó a un hombre que una vez también quiso meterme en su juego— aclaro, previniéndole.
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Viktor R. Carstairs
Miembro del Departamento de Justicia
Pongo las manos en mis bolsillos y me balanceo desde la punta de mis pies hasta mis talones fingiendo estar pensándomelo. Creo que podría vencerla en una batalla de ingenio pero la evidencia dice que a ésta mujer no le gusta perder y que no es solo cuestión de hacerla rabiar sino de cuidarme a mí mismo de las consecuencias que mis palabras podrían tener. Nunca me molestó decirle la verdad a las personas en la cara, me agarro del hecho de que la legeremancia sabrá ayudarme si me voy de rosca pero con ella... creo que es una mente demasiado oscura como para siquiera considerar meterme. Algo me dice que saldré de ahí más perturbado de lo que ya estoy y no quiero someterme a eso - Oh, así que no jugará según las reglas - respondo entrecerrando los ojos - Dos tramposos es demasiado para un solo juego, mejor lo dejamos en tablas - propongo. ¿Quién dice que no soy capaz de ser sensato?

Pongo los ojos en blanco porque no puede estar quejándose de una herida que ni rastro ha dejado ¿En cambio a mí quién me quita el trauma? La he tenido arriba mío intentando quitarme la vida con sus propias manos, quiso morderme cual bestia y eso no es algo que se olvida de un día para el otro - No se sienta mal por eso, siempre será parte de mí como la mujer de mis pesadillas - respondo con una sonrisa de lado. Empecé a tratarla de usted en algún momento de la conversación ¿Cuándo fue eso? Es extraño porque no me suelo dirigir así hacia nadie pero supongo que me inspira más miedo del que quiero admitir conscientemente.

Lo anotaré para el futuro "No cortar el rostro de la gente porque el rencor es muy difícil de tolerar luego" - ¿Cuánto le salió reparar el corte? Yo aún no termino con las sesiones de psicomagia, 500 galeones la hora - extiendo la mano como si pretendiese que me cubra los gastos. No necesito que lo haga. Es una pobre loba que a penas tiene sueldo hace un mes y a mí me sobra el dinero últimamente gracias a que no puedo gastarlo en la noche de Neopanem.

-No conozco a Hermann Richter ni pretendo hacerlo - respondo sin más con una ceja en alto - A decir verdad espero que acabemos con él lo antes posible para vivir tranquilos de una vez por todas, me gusta tener trabajo pero últimamente la diversión se la lleva gente como usted y los aurores... Mucho asesinato y poco juicio - agrego dando unos pasos hacia la pared del pasillo para recargarme sobre ella - Debía ser un juego bastante macabro ¿No? Para querer usar la fuerza en lugar de la varita como una ciudadana civilizada que se supone que ahora es.
Viktor R. Carstairs
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La sonrisa que este hombre se gana de mí con su humor es la más auténtica que esbocé en mucho tiempo. Describirnos como dos tramposos en este juego nos hace ver más inofensivos de lo que en realidad somos, esto no es una partida de naipes. Presumo que su realidad ha sido distinta a la mía y que será peligroso a su manera también, desde la seguridad que aporta el barandal de los tribunales, y sin embargo, no creo seamos rivales a la altura, atacarlo fue puro azar. Se encontraba en el lugar equivocado, en el momento equivocado, en que los gases alucinógenos llenaron el estadio y jugar con él es como tratar de atrapar a una ratita ansiosa con mis garras. Descarto su halago con un movimiento de mi mano en el aire, no es algo que llegue a tocarme, ni lo bueno ni lo malo que puedan decirme a la cara me cala por dentro, se necesita saber cómo rozar mis pulsaciones latentes, eso que queda protegido por mi semblante indiferente y sacuden quienes conocen un retazo de mi pasado del que se prenden para tironear. Pero, ¿este hombre?  

Está haciendo un derroche innecesario de su fortuna— opino, que si soy la causa de sus sesiones de terapia, también tengo la autoridad para decirle como solucionarlas. —Puede gastar los mismos galeones en un bar, me emborracharé con usted y acabarán sus pesadillas— le aseguro, invitándome a un trago en vez de una cena, que no tengo la intención real de hacerle daño una vez que recuperé el juicio y sus ademanes bromistas que intercala con insultos sutiles, hacen que termine por descartarlo. No me interesa jugar con este juez. Pero él sí parece tener interés en indagar un poco más en mi comportamiento violento, lo que me hace entrecerrar los ojos con suspicacia y tener mis recaudos. —Carstairs, dígame algo…— pido, acortando la distancia con las solapas de su traje una vez más para alisarlas con las palmas de mis manos, la sonrisa que se curva en mi cara tiene un sesgo obscuro y bajo mi voz a un susurro. —¿Qué sentido tiene jugar si no es por diversión y cruzar un par de límites? ¿Y que es de la diversión si no hay un poco de perversión? Dígame,… ¿nunca ha probado de los juegos en los que se vale ser incivilizado?— hago más ronco mi tono, en un aire de confidencialidad, que rompo al curvar aún más mis labios en su sonrisa que se burla de él. —Lo hizo, lo puedo oler en usted.
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Viktor R. Carstairs
Miembro del Departamento de Justicia
- ¿Lo estoy? - pregunto con voz grave y sonrío cuando propone ir a emborracharnos. No es una opción para mí y me da rabia que los normales puedan solucionar sus problemas con un montón de alcohol, irse a la cama y justificar sus malas decisiones con eso. Nunca pude hacerlo y nunca lo haré, solo en privado como hace no mucho pero la justificación era muy buena... y fui a un sitio seguro, en uno dónde pude liberar mi mente sin miedo a los pensamientos que podían llegar - Así que me propone que le pierda el miedo de esa forma, interesante - respondo llevándome una mano al mentón - Puedo aceptarlo, aunque tendré que pasar del alcohol. Por extraño que parezca, no bebo.

Nuevamente se empeña en acomodar mi traje así que, lógicamente, no me queda más remedio que empezar a acomodar su propia ropa. En realidad la desacomodo más que emprolijarla pero ya tendrá que lidiar ella con eso o simplemente aceptar el nuevo estilo de moda que estoy proponiendo - No tengo intención de ocultar que soy un hombre perverso que va por encima del límite de velocidad - respondo con media sonrisa e inclino mi cabeza hacia un costado para ver el resultado final de mi improvisación con su vestuario, nada mal desde mi punto de vista.

La tomo del brazo y comienzo a caminar por el pasillo con la barbilla en alto, pues se acerca un momento de falsa reflexión profunda y debo tener un porte digno para ello - Muchos ostentan el título por emborracharse y hacer locuras... Yo las hago sobrio, señorita Hasselbach. Pido perdón, no permiso y quizás por eso corté su rostro, la envolví en una bola de agua y ¿Qué más? No recuerdo... Pero también fui civilizado al lanzar un hechizo elegante que supo mantenerla bajo control, ese equilibrio es el que debería alcanzar - propongo dando vuelta en una esquina al azar, en realidad no tengo rumbo fijo - Pero usted... Nada de equilibrio, solo violencia.
Viktor R. Carstairs
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Es extraño— lo reconozco, con mi ceja curvándose al juzgar si es del todo honesto en su declaración, pero ¿por qué me engañaría? No tiene nada que conseguir de mí, él no. Me ha dejado en claro que también lo más básico que podría pedir, no es de su interés. Puede que haya pasado demasiado tiempo en rincones oscuros con compañías cuyo significado de pasar un buen rato, no contempla que todos sean los que disfruten de la velada, siempre hay uno para torturar o una mujer que usar, y estuve en esos lugares. Una copa de nada con el juez Carstairs podría ser la salida más inocente que he tenido en años y acabo por aceptar, mientras nos mantengamos en los modales civilizados, parecemos capaces de sostener una conversación. Se me escapa una sonrisa por la comisura de los labios por sus intentos de devolver mi gesto con su ropa alisando la mía, en un acto espejo que me hace notar lo poco serio que es esto y que lo raro es que su cercanía no me hace responder exigiéndole que se aparte, hay un sano disfrute en tener a alguien que juega entre mis garras como un ratón de cierta picardía y me enseña dientes que hablan de una perversidad más hecha para la sala de unos amigos, no de la que se encuentra en el fondo de algunos galpones del norte.

Yo no pido perdón, nunca— aclaro para marcar una diferencia con él, de las muchas que creo que podemos tener pese a referirnos a las mismas cosas. —No vuelvo sobre mis pasos como para pedirle perdón a alguien— me sincero, mi vida no es más que un montón de rostros que fui dejando atrás con cada paso que daba adentrándome a la niebla de un futuro que se presentía oscuro, sólo tanto rostros que fui coleccionando como recuerdos para atormentarme, en ocasiones ni siquiera se distinguirlos o tengo la plena certeza de que sean tan reales como creo que son. Mi retorno a estas ciudades de luces en el archipiélago no me ha apartado de ese camino, sigue siendo oscuro. Si es que estoy aquí es porque estoy llegando al fin, eso también lo presiento. Por ello, puedo permitirme poner mi espíritu en la copa de alguien que no bebe alcohol, una noche más. —¿Sabe qué le queda a una joven que una vez tuvo sólo buenos sentimientos y alguien se los quitó? Perderlos, que alguien los robe, la deja sólo con los malos— le susurro, en la poca confidencia que le puedo ofrecer. —Aprendemos a dar golpes porque nos encontramos un día, derrotados en el suelo, magullados y bañados en sangre— murmuro, haciendo que mis palabras se desvanezcan después de rozar sus oídos en la nada misma. —¿Seguro que quiere ir a un bar y escuchar confesiones de gente lunática estando sobrio?
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Viktor R. Carstairs
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- ¿Nunca? ¿De verdad? ¡No lo creo! - respondo sarcásticamente con todo el drama que tengo acumulado en mi cuerpo. Pero después rompo el teatro con una sonrisa y continúo caminando. Si no me pidió perdón por lo que me hizo, dudo que lo haga con alguien alguna vez... Ahora que sé que es parte de su personalidad creo que no me molesta y podría lidiar con esto. Oh no, me está cayendo bien, demonios. De verdad no pensaba agregar a alguien a mi lista de personas con las quien pasar el rato, pero debo admitir que cuando ésta mujer no está intentando comerme puede que sea un poco entretenida... Puede.

Escucho su historia con las cejas en alto y asiento pues comprendo lo que dice. Quizás yo no me llevé tan al extremo pero tuve mi momento de la vida en el que la humanidad fue arrebatada de mí, la esperanza y todo lo bueno. Pero a veces las cosas vuelven de forma inesperada, como por ejemplo en forma de esclava coja que te recuerda muchísimo a aquello que perdiste y poco a poco ese calor en el pecho que te hace sonreír por cosas sin sentido vuelve. Y eso asusta.

- Por favor dime que no hablamos de algo tan patético como un corazón roto por amor porque perderé todo el respeto que te has ganado en los últimos minutos - dejo salir desganado pero la actitud dura poco ya que caigo en la cuenta de que he vuelto a tutearla ¡Miedo superado! O al menos por ahora que ya no parece estar al acecho. Supongo que llevarla del brazo es una buena estrategia para tenerla bajo control, será su correa - Tú tienes tu maldición y yo tengo la mía, no puedo beber - vuelvo a aclarar encogiéndome de hombros. Porque de hacerlo no solo escucharía las confesiones de los lunáticos, sino la realidad de todos, los pensamientos más profundos y solamente verdades - Con los años me he acostumbrado a lidiar con los ebrios estando sobrio, también aprendí a no sentir culpa por acostarme con ellos y de verdad ahora ya no noto la diferencia.
Viktor R. Carstairs
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Sí, quizá una vez estuve a punto de hacerlo, cuando me cerraron la puerta de mi casa en la cara y pedir perdón por todo, tal vez la hubiera vuelto a abrir, entonces no creí estar equivocada, pensé que aquello por lo que negaba todo era de las cosas únicas en la vida por las que se vale maldecir al cielo. —Siempre es odioso en las personas que al presentir una confesión honesta, la desprecien por antemano, una charla se presiente una pérdida de tiempo y una compañía al revelar que no sabe escuchar se vuelve un incordio que hace que una se pregunte qué tan rápido pasará la hora— murmuro, afortunadamente seguimos en el ministerio así que podré despedirme de él antes de traspasar el atrio y me desligaré del compromiso de acompañarlo a donde sea, ¿y después viene la pregunta de por qué el trato es pura violencia? Si es eso lo que al final parece que le complace, tanto morbo en la gente no deja de sorprender, pero no haré el espectáculo a gusto de quien en el fondo eso es lo sigue esperando y de la boca para afuera suelta tonterías.

Comparto lo de la ausencia de culpa para banalidades, un rostro se vuelve también muy parecido a otros cientos y a la larga, todo se vuelve tan familiar, como un sucio callejón ya visitado con anterior, ¿qué sentido tiene detenerse en más de lo mismo?— me desprendo de su brazo para poner una distancia, esta vez respeto los centímetros que nos separan como si una línea imaginaria se hubiera dibujo en el aire para marcar nuestros espacios personales. —Creo que retiraré mi invitación— le digo y una sonrisa que es una curva vacía de sentimiento cruza mi rostro. —Y no, no habrá una disculpa, como ya lo sabe— musito, dando unos pasos para adelantarme. Me detengo por un segundo de duda, preguntándome si es que debo regalarle la visión de la mujer que podría jugar con su garganta, esa impresión siempre anula el vistazo que podría haber permitido por error que tuvieran de alguien que ya no soy, es también la imagen que prefieren. Al final de todo, me convertí en eso que me dijeron que era, es lo que importa sostener. Sigo caminando, no le regalo un vistazo de nada, no tiene caso y hace mucho que renuncié a las causas perdidas, yo en primer lugar.
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Viktor R. Carstairs
Miembro del Departamento de Justicia
Levanto la cejas, me cubro la boca con la mano y hago fuerzas con mis mejillas para no largar una carcajada porque al parecer sí se estaba refiriendo a una catástrofe amorosa ¡Por favor! Puede que no me haya enamorado nunca, pero de verdad dudo mucho que una persona que conoces al azar en la vida y te acuestas regularmente con ella tenga la capacidad de generar un cambio tan radical. Somos personas independientes, nadie debería tener ese poder sobre nosotros a no ser que haya sangre involucrada, con la familia... Ahí es más difícil de controlar las emociones - ¡Lo siento! ¡Lo siento! - me ataco usando toda mi habilidad de ex abogado para ponerme serio - Lamento mucho que esa persona te haya lastimado tanto - mejor. Y luego dicen que no sé tratar a las mujeres.

Hago una mueca pues verlo de esa forma es ver el vaso medio vacío y de verdad no prefiero eso. O tal vez ella ha buscado a las personas equivocadas, pues para mí, cada rostro nuevo es una aventura. A veces no recuerdo sus nombres, sí, pero recuerdo lo que de verdad importa y es lo que aprendo de ellos. Pero no lo diré en voz alta porque quizás no lo entienda y ya tengo demasiado con mi reputación como para añadir palabras exactas con las que justificar sus opiniones.

- No puedes cancelar nuestra cita, Becca - digo en voz alta alzando los brazos como si ya no hubiese marcha atrás. Honestamente, no quiero hacerla enojar de nuevo, ya veo que mañana despierto con una oreja menos o quizás con ella sobre mí y un cuchillo sobre mi garganta - Este fin de semana, yo invito, no seré un imbécil - y eso ya es una gran promesa de mi parte, no muchos la obtienen así que debería aprovecharla.

- No hace falta que respondas, sé que aceptarás a la larga - me atrevo a agregar para terminar y le dedico una última sonrisa que no puede ver antes de darme la vuelta y caminar de nuevo a... ¿A dónde estaba yendo antes de cruzarme con ella? Ya no lo recuero. En fin, iré a algún sitio lejos de aquí.
Viktor R. Carstairs
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