OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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No tenía ganas de celebrar la navidad con demasiadas personas alrededor, pero cuando una idea se instalaba en la cabeza de su madre, nada le hacía cambiar de opinión y aunque intentó excusarse durante la organización de la fiesta, al final terminó aceptando la invitación.
Durante la mañana de la reunión, Bianka se dedicó a trabajos más que nada administrativos y no de campo, pero cuando ya estaba lista y con el abrigo puesto para regresar a casa, el llamado de un ciudadano aterrado por la presencia de una criatura que no podía distinguir, alertó a su superior y le ordenó de inmediato dirigirse a la ubicación.
No fue difícil deshacerse de la pareja de hadas mordedoras, pero si le tomó bastante tiempo el recorrer cada dormitorio en busca de las comunes plagas que estas criaturas traían.
Dos horas más tarde, entregó el informe y por fin utilizó un traslador para aparecer en la sala de su hogar en el Distrito cuatro.
La cazadora escuchaba en su mente los regaños de su madre por la tardanza, al tiempo que salía de la ducha y se enfundaba en un simple vestido negro demasiado elegante para su gusto. Saltando en un pie logró colocarse los tacones y luego de llenar el tazón de comida de Sabin, tomó el abrigo y desapareció.
Al abrir los ojos lo primero que notó fue la excesiva decoración navideña en la enorme casa, el ruido de la música en el interior la obligó a maldecir y luego de un par de minutos respirando aire fresco, por fin decidió abrir la puerta e ingresar.
Le entregó la chaqueta al elfo encargado de recibir a los invitados, se aferró a dos copas y una de ellas la bebió de golpe, sin respirar.
Recorriendo las diferentes salas, evitó en todo momento encontrarse con sus padres, primero quería ver a Alecto y molestarla con los fuertes abrazos que tanto odiaba.
La familiar figura apareció justo cuando Bianka dejaba los vasos vacíos y tomaba uno nuevo, tenía que empezar a controlar sus inusuales hábitos de bebida, pero lo haría después de las fiestas.
Se acercó sonriendo y golpeó con su hombro el de su hermana, logrando empujarla un par de centímetros hacia el costado. —Feliz navidad, idiota ¿Mamá y papá ya contaron la historia de cómo te emborrachaste cuando tenías cinco años?
Durante la mañana de la reunión, Bianka se dedicó a trabajos más que nada administrativos y no de campo, pero cuando ya estaba lista y con el abrigo puesto para regresar a casa, el llamado de un ciudadano aterrado por la presencia de una criatura que no podía distinguir, alertó a su superior y le ordenó de inmediato dirigirse a la ubicación.
No fue difícil deshacerse de la pareja de hadas mordedoras, pero si le tomó bastante tiempo el recorrer cada dormitorio en busca de las comunes plagas que estas criaturas traían.
Dos horas más tarde, entregó el informe y por fin utilizó un traslador para aparecer en la sala de su hogar en el Distrito cuatro.
La cazadora escuchaba en su mente los regaños de su madre por la tardanza, al tiempo que salía de la ducha y se enfundaba en un simple vestido negro demasiado elegante para su gusto. Saltando en un pie logró colocarse los tacones y luego de llenar el tazón de comida de Sabin, tomó el abrigo y desapareció.
Al abrir los ojos lo primero que notó fue la excesiva decoración navideña en la enorme casa, el ruido de la música en el interior la obligó a maldecir y luego de un par de minutos respirando aire fresco, por fin decidió abrir la puerta e ingresar.
Le entregó la chaqueta al elfo encargado de recibir a los invitados, se aferró a dos copas y una de ellas la bebió de golpe, sin respirar.
Recorriendo las diferentes salas, evitó en todo momento encontrarse con sus padres, primero quería ver a Alecto y molestarla con los fuertes abrazos que tanto odiaba.
La familiar figura apareció justo cuando Bianka dejaba los vasos vacíos y tomaba uno nuevo, tenía que empezar a controlar sus inusuales hábitos de bebida, pero lo haría después de las fiestas.
Se acercó sonriendo y golpeó con su hombro el de su hermana, logrando empujarla un par de centímetros hacia el costado. —Feliz navidad, idiota ¿Mamá y papá ya contaron la historia de cómo te emborrachaste cuando tenías cinco años?
Veamos, las navidades no es que sean mi festejo favorito, para ser sincera. No le veo el sentido a celebrar que un gordo con barba blanca y traje rojo aparezca por la chimenea, además de todo el trasfondo que hay detrás y el motivo por el cual se celebra Navidad en primer lugar. Me parece más bien una excusa para beber todo el alcohol que no se ha podido beber en todo el año, y creo que es esa misma razón por la que no mando a mi madre a pastar y decido enfundarme en el vestido que ella misma escoge porque sabe, he de decir que conoce bien a su hija menor, que yo no malgastaría mi tiempo en ir a comprar algo que solo me voy a poner una vez en mi vida. De modo que la tarde en que más me apetece tumbarme en el salón de la casa y ver la televisión para no tener que comprobar que realmente hay gente a la que le gustan esta clase de preparativos, tengo que acomodarme a las exigencias del resto. Como las de mi madre, que mientras me estoy vistiendo parece tener montado una fiesta de comida en la cocina y que tardaré más bien poco en ir a molestar para llevarme lo más sabroso a la boca.
Así que aquí estoy, con mi plan de estar tirada en el sofá, pero en lugar de un pijama cualquiera tengo enfundado un vestido ajustado rojo que me hace parecer una bola de esas que cuelgan en el árbol de Navidad, tumbada con los pies sobre la mesita ratona y con una copa de vino en la mano porque nunca es pronto para empezar a beber. Además, necesitaré de un poco alcohol para poder soportar a todos los invitados que van a acudir a nuestra casa esta noche, un modo que tienen mis padres de asegurarse a sí mismos y al resto del mundo que son asquerosamente ricos y que tienen los contactos suficientes como para hacer de esto una estrategia de marketing. Que, honestamente, les sale bastante bien, porque apenas voy bebiendo mi segunda copa cuando empieza a sonar el timbre de nuestro hogar, hasta el punto en que tengo que reincorporarme un poco por la regañina de mi madre de no parecer una maleducada.
Para mi suerte, o para suerte de mi aburrimiento en verdad, una cabellera rubia que conozco demasiado bien o demasiado poco, depende de por dónde se mire, aparece en el salón justo cuando me estoy metiendo un bocadillo de una bandeja que me ofrece uno de nuestros esclavos. — Técnicamente, uno no puede emborracharse únicamente por chupar la espuma de dos cervezas. — Le respondo, con mucho más retintín inteligente del que suelo utilizar con ella porque sé que detesta que me ponga en ese plan. Y técnicamente, para un cuerpo tan pequeño como el mío a los cinco años, es probable que terminara un poco ebria, en especial porque no solo fue la espuma, sino que también bebí varios tragos de cada una, pero siempre está bien poder llevar la contraria con datos aparentemente válidos. A su felicitación de Navidad, no obstante, tengo que mover la mano en desinterés. — Ya veo que vas como por la tercera copa, y apenas has llegado, ¿tantas ganas tienes de avergonzar a tus padres? — Comento, y lo sé no por haberla visto, sino porque me ha llamado idiota y sabe que cualquiera con esa osadía termina con un labio partido. Bueno, que estoy exagerando, es Navidad, voy a ser un poquito más alegre. — ¿Cómo va todo? Papá ya ha estado quejándose de como evitamos pasar tiempo en casa a toda costa y, siendo que vivo aquí, tengo que darle la razón en eso. — Digo con obvias intenciones de preguntarle sin palabras cual es su excusa, porque me niego a ser la que tenga que aguantar sola los comentarios de nuestro padre.
Así que aquí estoy, con mi plan de estar tirada en el sofá, pero en lugar de un pijama cualquiera tengo enfundado un vestido ajustado rojo que me hace parecer una bola de esas que cuelgan en el árbol de Navidad, tumbada con los pies sobre la mesita ratona y con una copa de vino en la mano porque nunca es pronto para empezar a beber. Además, necesitaré de un poco alcohol para poder soportar a todos los invitados que van a acudir a nuestra casa esta noche, un modo que tienen mis padres de asegurarse a sí mismos y al resto del mundo que son asquerosamente ricos y que tienen los contactos suficientes como para hacer de esto una estrategia de marketing. Que, honestamente, les sale bastante bien, porque apenas voy bebiendo mi segunda copa cuando empieza a sonar el timbre de nuestro hogar, hasta el punto en que tengo que reincorporarme un poco por la regañina de mi madre de no parecer una maleducada.
Para mi suerte, o para suerte de mi aburrimiento en verdad, una cabellera rubia que conozco demasiado bien o demasiado poco, depende de por dónde se mire, aparece en el salón justo cuando me estoy metiendo un bocadillo de una bandeja que me ofrece uno de nuestros esclavos. — Técnicamente, uno no puede emborracharse únicamente por chupar la espuma de dos cervezas. — Le respondo, con mucho más retintín inteligente del que suelo utilizar con ella porque sé que detesta que me ponga en ese plan. Y técnicamente, para un cuerpo tan pequeño como el mío a los cinco años, es probable que terminara un poco ebria, en especial porque no solo fue la espuma, sino que también bebí varios tragos de cada una, pero siempre está bien poder llevar la contraria con datos aparentemente válidos. A su felicitación de Navidad, no obstante, tengo que mover la mano en desinterés. — Ya veo que vas como por la tercera copa, y apenas has llegado, ¿tantas ganas tienes de avergonzar a tus padres? — Comento, y lo sé no por haberla visto, sino porque me ha llamado idiota y sabe que cualquiera con esa osadía termina con un labio partido. Bueno, que estoy exagerando, es Navidad, voy a ser un poquito más alegre. — ¿Cómo va todo? Papá ya ha estado quejándose de como evitamos pasar tiempo en casa a toda costa y, siendo que vivo aquí, tengo que darle la razón en eso. — Digo con obvias intenciones de preguntarle sin palabras cual es su excusa, porque me niego a ser la que tenga que aguantar sola los comentarios de nuestro padre.
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