OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Con la mirada clavada en las agujas del reloj colgado sobre la pared de la cocina, Lëia terminó de tomar su plato de sopa y suspiró. El toque de queda había comenzado y su padre no había regresado del trabajo.
No era inusual que Riri se quedara a dormir en su despacho, pero si era la primera vez que se quedaba sola con Tyler, ya que su madre también estaba de guardia. Lo más probable era que se habían olvidado de conversar, culpa de todo el trabajo que ambos tenían.
Intentó no demostrar su miedo por los dementores que comenzaban a volar sobre todo el país, no quería que su hermano se sintiera mal por su culpa y simplemente despeinó sus cabellos con cariño al levantarse de la silla.
Al terminar de lavar y secar los platos sucios, la mayor sugirió observar una película antes de dormir y así fue como ambos terminaron debajo de varias mantas, tirados sobre el sofá, viendo un interesante documental que explicaba la vida de los hombres lobos en manada.
El calor que emanaba de la chimenea y el sueño, fueron la combinación perfecta para que Lëia terminara cayendo en un profundo sueño, con una pierna sobre Tyler y con los brazos rodeando a William.
Despertó sobresaltada cuando el reloj de la cocina indicó que era media noche y al ver al pequeño acurrucado en un posición algo incomoda, apagó el televisor y decidió empujar un poco su cuerpo para que abriera los ojos. Así, cuando ambos estuvieron de pie, lo acompañó hasta su dormitorio.
Lo ayudó a vestirse con el pijama e incluso acomodó el acolchado introduciendo los bordes debajo del colchón, tal y como lo hacía Zoey con ella. —Descansa, Ty.— Se despidió dejando un beso sobre su frente y cerró la puerta, para posteriormente dirigirse a su habitación.
Le costó un poco conciliar el sueño, pero gracias a la calidez de las mantas y el suave ronquido del hurón, no tardó demasiado en entregarse de nuevo a los brazos de Morfeo.
No era inusual que Riri se quedara a dormir en su despacho, pero si era la primera vez que se quedaba sola con Tyler, ya que su madre también estaba de guardia. Lo más probable era que se habían olvidado de conversar, culpa de todo el trabajo que ambos tenían.
Intentó no demostrar su miedo por los dementores que comenzaban a volar sobre todo el país, no quería que su hermano se sintiera mal por su culpa y simplemente despeinó sus cabellos con cariño al levantarse de la silla.
Al terminar de lavar y secar los platos sucios, la mayor sugirió observar una película antes de dormir y así fue como ambos terminaron debajo de varias mantas, tirados sobre el sofá, viendo un interesante documental que explicaba la vida de los hombres lobos en manada.
El calor que emanaba de la chimenea y el sueño, fueron la combinación perfecta para que Lëia terminara cayendo en un profundo sueño, con una pierna sobre Tyler y con los brazos rodeando a William.
Despertó sobresaltada cuando el reloj de la cocina indicó que era media noche y al ver al pequeño acurrucado en un posición algo incomoda, apagó el televisor y decidió empujar un poco su cuerpo para que abriera los ojos. Así, cuando ambos estuvieron de pie, lo acompañó hasta su dormitorio.
Lo ayudó a vestirse con el pijama e incluso acomodó el acolchado introduciendo los bordes debajo del colchón, tal y como lo hacía Zoey con ella. —Descansa, Ty.— Se despidió dejando un beso sobre su frente y cerró la puerta, para posteriormente dirigirse a su habitación.
Le costó un poco conciliar el sueño, pero gracias a la calidez de las mantas y el suave ronquido del hurón, no tardó demasiado en entregarse de nuevo a los brazos de Morfeo.
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Mamá y papá están pasando la noche fuera por trabajo, lo que me lleva a pensar, de nuevo, que no comprendo cómo pueden tirarse tantas horas haciendo eso cuando yo no soy capaz de estar una hora seguida estudiando. Al menos tengo a Lëia para hacerme compañía porque no podría quedarme solo en casa, especialmente ahora que esas cosas rondan las calles cada noche. Papá dice que están ahí para protegernos, pero lo cierto es que a mí me dan más miedo que seguridad, y tampoco ayuda que no parezca muy convencido cuando lo dice. Aun así, nada va a fastidiar la emoción de estas fechas navideñas, incluso aunque hoy estemos solos. — Papá me dijo una vez que cuando trabajaba de cazador, se encontró con un licántropo que debía de medir como cuatro metros — le suelto a Lëia mientras vemos el documental. Lo cierto es que no recuerdo exactamente cuántos metros dijo, pero estoy seguro de que debía de ser enorme. Yo algún día seré muy alto y podré coger las galletas que mamá guarda en el estante alto de la cocina sin tener que utilizar ningún hechizo y sin romper cosas por el camino.
No sé en qué momento nos quedamos dormidos, con Lëia reposando su pierna sobre mí, mientras que yo tengo la cabeza apoyada en el reposabrazos y los brazos sobre la cara. Sea como sea, la campanada que marca la medianoche me sobresalta, pero el susto dura poco porque me doy la vuelta y vuelvo a intentar dormirme... hasta que mi hermana me obliga a levantarme, a ponerme el pijama, y a meterme en la cama. — Buenas noches — murmuro entre dientes, casi sin fuerzas porque normalmente a estas ahora ya estoy más que dormido, mientras me tapo hasta la nariz con las sábanas.
Estoy soñando con el algodón de azúcar más grande que he visto en mi vida, y también con que por fin he conseguido robarle el hipogrifo a Ethan para poder volar sobre la ciudad con él, cuando de golpe un ruido me despierta. — ¡Papá Noel está aquí! — Me aparto las sábanas de golpe y me levanto de un saltito. Tanteo con las manos el suelo para dar con mis zapatillas, y nervioso, me cuesta un par de intentos ponérmelas bien. Después, abro la puerta de la habitación, enciendo la luz del pasillo, y voy hasta la habitación de mi hermana. Es justo al abrir su puerta cuando todo me viene a la mente y recuerdo que hace años que sé que no existe y que el sueño me ha despistado. Primero siento una decepción enorme; después, terror, porque si ese ruido no lo ha hecho Papá Noel, ¿qué ha sido entonces? Me subo sobre la cama de Lëia y luego le doy un par de golpecitos en el hombro para despertarla. — Lëiaaaaaa. — Los golpecitos se han convertido en sacudidas porque parece que tiene el sueño bien profundo ahora mismo y no consigo despertarla. — Creo que hay algo en casa. — Ni siquiera dejo tiempo a que abra los ojos del todo antes de soltarle la gran bomba.
No sé en qué momento nos quedamos dormidos, con Lëia reposando su pierna sobre mí, mientras que yo tengo la cabeza apoyada en el reposabrazos y los brazos sobre la cara. Sea como sea, la campanada que marca la medianoche me sobresalta, pero el susto dura poco porque me doy la vuelta y vuelvo a intentar dormirme... hasta que mi hermana me obliga a levantarme, a ponerme el pijama, y a meterme en la cama. — Buenas noches — murmuro entre dientes, casi sin fuerzas porque normalmente a estas ahora ya estoy más que dormido, mientras me tapo hasta la nariz con las sábanas.
Estoy soñando con el algodón de azúcar más grande que he visto en mi vida, y también con que por fin he conseguido robarle el hipogrifo a Ethan para poder volar sobre la ciudad con él, cuando de golpe un ruido me despierta. — ¡Papá Noel está aquí! — Me aparto las sábanas de golpe y me levanto de un saltito. Tanteo con las manos el suelo para dar con mis zapatillas, y nervioso, me cuesta un par de intentos ponérmelas bien. Después, abro la puerta de la habitación, enciendo la luz del pasillo, y voy hasta la habitación de mi hermana. Es justo al abrir su puerta cuando todo me viene a la mente y recuerdo que hace años que sé que no existe y que el sueño me ha despistado. Primero siento una decepción enorme; después, terror, porque si ese ruido no lo ha hecho Papá Noel, ¿qué ha sido entonces? Me subo sobre la cama de Lëia y luego le doy un par de golpecitos en el hombro para despertarla. — Lëiaaaaaa. — Los golpecitos se han convertido en sacudidas porque parece que tiene el sueño bien profundo ahora mismo y no consigo despertarla. — Creo que hay algo en casa. — Ni siquiera dejo tiempo a que abra los ojos del todo antes de soltarle la gran bomba.
El documental mantuvo la atención de Lëia durante un buen rato, algo muy difícil de conseguir por lo inquieta que era.
Sin embargo, lo cierto era que la curiosidad de la niña comenzó hace un par de semanas, desde que Magnar le entregó derechos a ciertas criaturas y colocó patrullas de hombres lobos en las calles.
No le parecía una decisión incorrecta, si algo apresurada y sin comentar su opinión al respecto con absolutamente nadie, después de clases dedicó su tiempo a la lectura de algunos libros que hablaban del estilo de vida de los licantropos, como el famoso: "Cazando hombres lobo".
Sus dedos acariciaron el suave pelaje de William y al escuchar a su hermano, apartó la mirada de la pantalla. —Un licantropo no puede medir cuatro metros, Ty...Si la piscina del club tiene como tres metros de profundidad y aún no consigo tocar el fondo sin que me duelan los oídos.— Era una comparación algo estúpida, pero estaba cansada y no sabía cómo explicarlo para que él lo entendiera.
Al cerrar la puerta del dormitorio de su hermano, apoyó la espalda contra la pared del corredor y suspiró. Sus padres estarían orgullosos de lo responsable que estaba siendo, pero para ser honesta, extrañaba demasiado los paseos por la playa, las competencias por quién podía comer más helado sin que se le congelara el cerebro y por qué no, también las travesuras. "Pfff que deprimente es el invierno." Pensó.
Con el hurón enroscado alrededor de su cuello y el libro de historia abierto sobre el pecho, Lëia cerró los ojos y se quedó profundamente dormida.
No escuchó el llamado de Ty hasta que el peso extra en la cama y las sacudidas comenzaron a mover su cuerpo. Frunciendo el ceño al tener el rostro del niño demasiado cerca en plena oscuridad, frotó sus parpados e intentó manotearlo. —Shhh fue un sueño.— Murmuró y lo atrapó en un abrazo para acostarlo junto a ella.
Se encontraba en pleno proceso de sujetar las mantas para cubrirlo, cuando el ruido de extraños pasos provenientes del salón la obligaron a incorporarse de golpe. —O tal vez no.
Se estiró para tomar la varita apoyada en la mesita de luz y murmuró en voz baja el conjuro para cerrar la puerta. Posteriormente saltó de la cama, encendió la luz y se colocó encima del pijama una bata de coloridos unicornios. —Muy bien, muy bien, pensemos...seguro todo esto es producto de nuestra imaginación por ver el documental ese.— Intentó sonar convencida mientras caminaba de lado a lado. No tenía idea de qué podían hacer y llamar a sus padres no era una opción.
Sin embargo, lo cierto era que la curiosidad de la niña comenzó hace un par de semanas, desde que Magnar le entregó derechos a ciertas criaturas y colocó patrullas de hombres lobos en las calles.
No le parecía una decisión incorrecta, si algo apresurada y sin comentar su opinión al respecto con absolutamente nadie, después de clases dedicó su tiempo a la lectura de algunos libros que hablaban del estilo de vida de los licantropos, como el famoso: "Cazando hombres lobo".
Sus dedos acariciaron el suave pelaje de William y al escuchar a su hermano, apartó la mirada de la pantalla. —Un licantropo no puede medir cuatro metros, Ty...Si la piscina del club tiene como tres metros de profundidad y aún no consigo tocar el fondo sin que me duelan los oídos.— Era una comparación algo estúpida, pero estaba cansada y no sabía cómo explicarlo para que él lo entendiera.
Al cerrar la puerta del dormitorio de su hermano, apoyó la espalda contra la pared del corredor y suspiró. Sus padres estarían orgullosos de lo responsable que estaba siendo, pero para ser honesta, extrañaba demasiado los paseos por la playa, las competencias por quién podía comer más helado sin que se le congelara el cerebro y por qué no, también las travesuras. "Pfff que deprimente es el invierno." Pensó.
Con el hurón enroscado alrededor de su cuello y el libro de historia abierto sobre el pecho, Lëia cerró los ojos y se quedó profundamente dormida.
No escuchó el llamado de Ty hasta que el peso extra en la cama y las sacudidas comenzaron a mover su cuerpo. Frunciendo el ceño al tener el rostro del niño demasiado cerca en plena oscuridad, frotó sus parpados e intentó manotearlo. —Shhh fue un sueño.— Murmuró y lo atrapó en un abrazo para acostarlo junto a ella.
Se encontraba en pleno proceso de sujetar las mantas para cubrirlo, cuando el ruido de extraños pasos provenientes del salón la obligaron a incorporarse de golpe. —O tal vez no.
Se estiró para tomar la varita apoyada en la mesita de luz y murmuró en voz baja el conjuro para cerrar la puerta. Posteriormente saltó de la cama, encendió la luz y se colocó encima del pijama una bata de coloridos unicornios. —Muy bien, muy bien, pensemos...seguro todo esto es producto de nuestra imaginación por ver el documental ese.— Intentó sonar convencida mientras caminaba de lado a lado. No tenía idea de qué podían hacer y llamar a sus padres no era una opción.
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Me cruzo de brazos de manera exagerada cuando dice que fue un sueño, suelto un quejido de protesta, y la miro con los ojos entrecerrados. — Estaba soñando con el mejor algodón de azúcar del mundo y con que le había robado el hipogrifo a Ethan. ¿Por qué iba a escuchar un ruido así en el sueño con ese paraíso? — explico. Algún día el sueño se hará realidad, pero por ahora... Y me refiero sobre todo a la parte del hipogrifo de nuestro hermano, porque conseguir un algodón de azúcar tan grande lo veo complicado. — El golpe parecía que venía del desván, pero... — Quiero añadir que no estoy seguro porque, para bien o para mal, vivimos en una mansión de grandes dimensiones. El problema es que no me da tiempo a decir nada más porque de golpe, se escuchan unos pasos que parecen venir del salón. Mi primer instinto es abrazar a Lëia con todas mis fuerzas, y cierro los ojos como si eso me fuera a proteger. ¡Tendría que haber cogido a Ducky! Así podría abrazarlo bien a él, además de que el peluche es más blandito que mi hermana.
Abro un ojo cuando empieza a decir que quizá todo es producto de nuestra imaginación, y asiento antes de separarme. — Seguro que es el tonto de Elfo andando por la planta de abajo para molestar — digo todo lo seguro que puedo, especialmente para auto-convencerme. No sería la primera vez que mi elfo doméstico deambula a altas horas de la madruga, y aunque le he dicho que no haga eso porque molesta, me ignora; no es ninguna novedad. El problema es que el siguiente estruendo es uno bien sonoro, como si alguien hubiera roto un montón de platos... y eso seguro que no lo ha hecho Elfo. — Eso no ha sido él. ¿Vamos a morir? — dramatizo. ¡Soy demasiado joven para morir! Me quedan siete años de estudios aburridos y una especialización por delante. Y muchas galletas de chocolate y batidos que tomar. — ¿Crees que habrá entrando una de esas cosas en casa? — Y con cosas me refiero a eso que los mayores llaman dementores, pero la simple palabra me pone la piel de gallina porque me dan pánico.
Le robo un cojín de la cama para utilizarlo como sustituto de Ducky, y abrazándolo bien fuerte, me bajo del colchón. He perdido las zapatillas por la habitación en algún momento, y estoy tan asustado que no me atrevo ni a encender la luz por si eso llama la atención del intruso. — Mi varita está en mi habitación... — Había salido tan emocionado pensando que era Papá Noel antes de despertarme del todo, que ni siquiera pensé en cogerla por precaución. Este habría sido el momento ideal para poner en práctica mis conocimientos y he tenido que olvidarla ahí.
Abro un ojo cuando empieza a decir que quizá todo es producto de nuestra imaginación, y asiento antes de separarme. — Seguro que es el tonto de Elfo andando por la planta de abajo para molestar — digo todo lo seguro que puedo, especialmente para auto-convencerme. No sería la primera vez que mi elfo doméstico deambula a altas horas de la madruga, y aunque le he dicho que no haga eso porque molesta, me ignora; no es ninguna novedad. El problema es que el siguiente estruendo es uno bien sonoro, como si alguien hubiera roto un montón de platos... y eso seguro que no lo ha hecho Elfo. — Eso no ha sido él. ¿Vamos a morir? — dramatizo. ¡Soy demasiado joven para morir! Me quedan siete años de estudios aburridos y una especialización por delante. Y muchas galletas de chocolate y batidos que tomar. — ¿Crees que habrá entrando una de esas cosas en casa? — Y con cosas me refiero a eso que los mayores llaman dementores, pero la simple palabra me pone la piel de gallina porque me dan pánico.
Le robo un cojín de la cama para utilizarlo como sustituto de Ducky, y abrazándolo bien fuerte, me bajo del colchón. He perdido las zapatillas por la habitación en algún momento, y estoy tan asustado que no me atrevo ni a encender la luz por si eso llama la atención del intruso. — Mi varita está en mi habitación... — Había salido tan emocionado pensando que era Papá Noel antes de despertarme del todo, que ni siquiera pensé en cogerla por precaución. Este habría sido el momento ideal para poner en práctica mis conocimientos y he tenido que olvidarla ahí.
La explicación de Tyler resultó ser algo confusa, sobretodo porque Lëia aún no conseguía abrir los ojos, menos encontrar una relación coherente entre la palabra hipogrifo y algodón de azúcar.
Al final intentó envolverlo en sus brazos y cubrir su pequeño cuerpo con las mantas para que regresara a dormir, no quería perder su valioso tiempo de descanso —No lo sé, Ty, sólo vuelve a cerrar los ojos y ya...— Susurró en voz baja dispuesta a ignorarlo, hasta que el ruido de los pasos en la sala lograron despabilarla.
Abrazó a su hermano con fuerza, sin embargo terminó saltando fuera de la cama con la varita en mano y el corazón latiendo a mil culpa del susto. Caminó de lado a lado, sin saber qué hacer. —¡Eso es, seguro que es Elfo!— Asintió ante las palabras del enano, pero sonó más preocupada que convencida.
El siguiente estruendo le erizó los vellos de la nuca y comenzó a sudar frío, si bien en el norte había sentido mucho miedo y estaba completamente desarmada, ahora estaba con Tyler y eso la inquietaba mucho más. —No vamos a morir, tenemos que ser valientes hasta que papá y mamá regresen ¿vale?— Le pidió sujetando su rostro entre ambas manos.
Las sugerencias del niño no ayudaban para nada, ¿un hombre lobo podía nadar y entrar a la enorme mansión en la isla? ¿Un dementor? No, ella tampoco estaba pensando con claridad.
Respiró profundo, tomó la mano de su hermano y lo sacó de la cama para arrastrarlo hasta el rincón cercano al armario. —Tengo una idea, lo que sea que esté allá abajo, no puede subir. Tenemos que mantenerlo alejado de nosotros.— Le explicó algo agitada, buscando entre las prendas y libros, la maldita caja de travesuras donde tenía de todo, incluso fuegos artificiales. —Lo primero que haremos será buscar tú varita, después pondremos obstáculos en todos los dormitorios, escalones y pasillos...— ¡Ajá!, allí estaba la bastarda. Sacó su cofre del tesoro y lo abrió. Como la oscuridad no ayudaba para nada, tuvo que comenzar a sacar todas las chucherías para decidir qué servía y que no. —Y nos encerramos en la habitación de los papás, debajo de la cama hasta que lleguen, ¿está bien?— Por favor que no sea un dementor, por favor que no sea una de esas cosas.
Al final intentó envolverlo en sus brazos y cubrir su pequeño cuerpo con las mantas para que regresara a dormir, no quería perder su valioso tiempo de descanso —No lo sé, Ty, sólo vuelve a cerrar los ojos y ya...— Susurró en voz baja dispuesta a ignorarlo, hasta que el ruido de los pasos en la sala lograron despabilarla.
Abrazó a su hermano con fuerza, sin embargo terminó saltando fuera de la cama con la varita en mano y el corazón latiendo a mil culpa del susto. Caminó de lado a lado, sin saber qué hacer. —¡Eso es, seguro que es Elfo!— Asintió ante las palabras del enano, pero sonó más preocupada que convencida.
El siguiente estruendo le erizó los vellos de la nuca y comenzó a sudar frío, si bien en el norte había sentido mucho miedo y estaba completamente desarmada, ahora estaba con Tyler y eso la inquietaba mucho más. —No vamos a morir, tenemos que ser valientes hasta que papá y mamá regresen ¿vale?— Le pidió sujetando su rostro entre ambas manos.
Las sugerencias del niño no ayudaban para nada, ¿un hombre lobo podía nadar y entrar a la enorme mansión en la isla? ¿Un dementor? No, ella tampoco estaba pensando con claridad.
Respiró profundo, tomó la mano de su hermano y lo sacó de la cama para arrastrarlo hasta el rincón cercano al armario. —Tengo una idea, lo que sea que esté allá abajo, no puede subir. Tenemos que mantenerlo alejado de nosotros.— Le explicó algo agitada, buscando entre las prendas y libros, la maldita caja de travesuras donde tenía de todo, incluso fuegos artificiales. —Lo primero que haremos será buscar tú varita, después pondremos obstáculos en todos los dormitorios, escalones y pasillos...— ¡Ajá!, allí estaba la bastarda. Sacó su cofre del tesoro y lo abrió. Como la oscuridad no ayudaba para nada, tuvo que comenzar a sacar todas las chucherías para decidir qué servía y que no. —Y nos encerramos en la habitación de los papás, debajo de la cama hasta que lleguen, ¿está bien?— Por favor que no sea un dementor, por favor que no sea una de esas cosas.
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Tengo la cabeza enterrada en el cojín que le he robado a Lëia y los ojos cerrados. De vez en cuando abro un poquito el ojo derecho para ver si algo ha cambiado a nuestro alrededor, si uno de esos seres oscuros encapuchados y feos a los que llaman dementores se ha colado por debajo de la puerta para comernos, pero todo parece seguir normal. Excepto esos golpecitos que de vez en cuando se van oyendo por la planta de abajo. En uno de esos golpes, aprieto tanto el cojín que creo que hasta lo voy a romper, y niego exageradamente con la cabeza cuando Lëia dice que tenemos que ser valientes hasta que mamá y papá vuelvan. — ¡No! — digo en un tono más alto de lo normal, lo que provoca que un escalofrío me recorra el cuerpo al pensar que, quizá, por culpa de ese grito ahora nos haya oído esa cosa. — Queda mucho todavía para que regresen, deben de faltar horas para que salga el sol... — explico, hablando esta vez casi en un susurro.
Aparto un poco el cojín para mirar por encima de este lo que está haciendo Lëia, y observo cómo va descartando cosas que va sacando de una cajita. — ¿Qué haces? — pregunto. Lo cierto es que su idea de escondernos en la habitación de nuestros padres no suena tan mal, pero la parte de ir a por mi varita... — ¿Cómo iremos a por mi varita? — Porque ni siquiera me atrevo a salir de aquí para cambiar a la habitación grande como dice, por bien que suene. Tengo miedo a que lo que sea esa cosa, me enganche del pie y me lleve lejos de aquí, tan lejos, que no me encuentren nunca.
Me atrevo a incorporarme un poco y a encender la luz de su mesita de noche. Parpadeo varias veces para acostumbrarme a la luz, y cuando lo hago, me tiro al suelo para recoger mis zapatillas y ponérmelas. — Va... va... vamos... a por la varita — tartamudeo por culpa de los nervios, y me abrazo a mí mismo para intentar tranquilizarme un poco. Si de verdad quiero que me traten como a alguien mayor, tengo que estar tranquilo hasta en las peores situaciones. Si no lo hago, siempre me verán como a un niño y no me dejarán probar todos esos hechizos que quiero aprender.
Aparto un poco el cojín para mirar por encima de este lo que está haciendo Lëia, y observo cómo va descartando cosas que va sacando de una cajita. — ¿Qué haces? — pregunto. Lo cierto es que su idea de escondernos en la habitación de nuestros padres no suena tan mal, pero la parte de ir a por mi varita... — ¿Cómo iremos a por mi varita? — Porque ni siquiera me atrevo a salir de aquí para cambiar a la habitación grande como dice, por bien que suene. Tengo miedo a que lo que sea esa cosa, me enganche del pie y me lleve lejos de aquí, tan lejos, que no me encuentren nunca.
Me atrevo a incorporarme un poco y a encender la luz de su mesita de noche. Parpadeo varias veces para acostumbrarme a la luz, y cuando lo hago, me tiro al suelo para recoger mis zapatillas y ponérmelas. — Va... va... vamos... a por la varita — tartamudeo por culpa de los nervios, y me abrazo a mí mismo para intentar tranquilizarme un poco. Si de verdad quiero que me traten como a alguien mayor, tengo que estar tranquilo hasta en las peores situaciones. Si no lo hago, siempre me verán como a un niño y no me dejarán probar todos esos hechizos que quiero aprender.
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