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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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27 de diciembre
Había estado insistiendo durante semanas. Las pocas veces que había conseguido ponerse en contacto con Amber, sumado a la adrenalina que eso suponía ya de por sí, habían sido una constante insistencia. "Pregunta dónde está", "Pregunta si alguien la ha visto", "Pregunta si alguien ha escuchado algo sobre ella". Algo le decía a la rubia que su prima se cansaría en seguida de sus incansables preguntas y reclamaciones, pero la verdad es que Lyra era cabezona, y si algo se le ponía entre ceja y ceja hacía lo necesario para conseguirlo. Y en esa ocasión, su objetivo era importante. Tal vez no era importante a nivel nacional, político, social, todo lo que se consideraba esos días... Pero era importante para ella.
Lyra había acabado siete meses atrás con la que se podría considerar la peor relación de pareja de la historia. Y ese final había significado otro inicio. Era una metáfora preciosa, pensaba ella. Cerrarle la puerta a un hombre abusivo y abrirlo a una compañera que la respetaba, cuidaba y comprendía. Una compañera y amiga como Lea. Solamente para, meses después, quedarse sola de nuevo. Sola no, estaba rodeada de gente constantemente, pero le faltaba Lea. Y trabajar con Riley no ayudaba a que no la echara de menos. Es decir, no por Riley, se lo pasaba maravillosamente con él y era un tutor excepcional, pero... No dejaban de estar bajo las órdenes superiores de una Ministra que resultaba ser la madre de Ileana. Y eso, a veces, le removía la conciencia a la rubia, que no podía evitar sentir que la estaba traicionando.
Por encima de todo, se moría de ganas de verla. Y sus insistencias habían dado su fruto. Amber le había dado la dirección y la hora, y Lyra estaba emocionada no, lo siguiente. Llevaba su varita, porque siembre había un ápice de miedo a que todo eso fuera una broma de mal gusto, y llevaba un pequeño paquete en el bolsillo envuelto con papel de color verde oscuro. Era un regalo de Navidad, que no había podido darle en el momento adecuando pero que había comprado con la esperanza de dárselo cuando la viera. Porque después de ese día no sabía cuándo volvería a ver a su amiga, y quería darle algo para que se acordara de ella.
Lyra enterró su nariz en la bufanda y enfundó sus manos en los bolsillos en el abrigo y apoyó su espalda en la pared desgastada de ese lado del río. Nunca había estado en ese lugar y esperaba de verdad no estarse equivocando, porque la bronca que le podía caer si la encontraban allí sola podía ser descomunal. Pero por lo menos el paisaje era bonito, y había en la presa derruída pequeñas cavidades y pasillos que podían servir para hablar sin ser azotadas por el frío viento. Lyra miró su reloj, tomada por la impaciencia, solamente para darse cuenta de que, con la emoción, había llegado bastante antes de la hora indicada por su prima. Se moría de ganas de ver a Lea.
Lyra había acabado siete meses atrás con la que se podría considerar la peor relación de pareja de la historia. Y ese final había significado otro inicio. Era una metáfora preciosa, pensaba ella. Cerrarle la puerta a un hombre abusivo y abrirlo a una compañera que la respetaba, cuidaba y comprendía. Una compañera y amiga como Lea. Solamente para, meses después, quedarse sola de nuevo. Sola no, estaba rodeada de gente constantemente, pero le faltaba Lea. Y trabajar con Riley no ayudaba a que no la echara de menos. Es decir, no por Riley, se lo pasaba maravillosamente con él y era un tutor excepcional, pero... No dejaban de estar bajo las órdenes superiores de una Ministra que resultaba ser la madre de Ileana. Y eso, a veces, le removía la conciencia a la rubia, que no podía evitar sentir que la estaba traicionando.
Por encima de todo, se moría de ganas de verla. Y sus insistencias habían dado su fruto. Amber le había dado la dirección y la hora, y Lyra estaba emocionada no, lo siguiente. Llevaba su varita, porque siembre había un ápice de miedo a que todo eso fuera una broma de mal gusto, y llevaba un pequeño paquete en el bolsillo envuelto con papel de color verde oscuro. Era un regalo de Navidad, que no había podido darle en el momento adecuando pero que había comprado con la esperanza de dárselo cuando la viera. Porque después de ese día no sabía cuándo volvería a ver a su amiga, y quería darle algo para que se acordara de ella.
Lyra enterró su nariz en la bufanda y enfundó sus manos en los bolsillos en el abrigo y apoyó su espalda en la pared desgastada de ese lado del río. Nunca había estado en ese lugar y esperaba de verdad no estarse equivocando, porque la bronca que le podía caer si la encontraban allí sola podía ser descomunal. Pero por lo menos el paisaje era bonito, y había en la presa derruída pequeñas cavidades y pasillos que podían servir para hablar sin ser azotadas por el frío viento. Lyra miró su reloj, tomada por la impaciencia, solamente para darse cuenta de que, con la emoción, había llegado bastante antes de la hora indicada por su prima. Se moría de ganas de ver a Lea.
No se lo reconocería a la rubia, pero lo cierto es que había rehusado aquel encuentro durante varias semanas, las mismas en las que, ni siquiera sabía cómo, había acabado encontrándose con la prima de la susodicha. La cual la trataba de convencer, aunque solo fuera para quitarse el problema de encima, de que se encontraran de algún modo, que no sucedería nada si eran cuidadosas. Bien lo sabía. Semanas atrás había acabado encontrándose, casualmente, con Ethan durante una de sus expediciones a los alrededores del distrito cinco. Nunca pensó que acabaría teniendo que hacer aquel tipo de cosas; caminar por las calles en busca de algo que poder acomodar en la fábrica, intentar ser de ayuda y no solo un parásito nuevamente, lo cual acababa siendo allá donde iba.
Suspiró, estirando las piernas sobre la cama que ocupaba. Sus oscuros ojos permanecieron fijos en la pobre lámpara que pendía del techo. Si Mimi estuviera allí habría tratado de arrastrarla donde los demás para que se ‘socializara’ un poco más. Pedirle a ella que lo hiciera le resultaba extraño hasta en sus propios pensamientos. Tenía una gran facilidad para inmiscuirse en los problemas de los demás, meterse en sus vidas y conversaciones, pero en las últimas semanas solo quería permanecer sola y encerrada, aislada de los demás. ¿Por qué sentía que la juzgaban? Ni siquiera sabían las verdaderas razones por las que ahora permanecía la mayor parte del tiempo allí y no yendo y viniendo del Capitolio o el distrito tres como siempre había hecho.
Alzó el brazo para fijar su mirar entonces en la hora que las agujas marcaban. Quedaban escasos quince minutos para que fuera la hora concertada y ella seguía allí tumbada, inmersa en unos pensamientos que no la llevarían a ningún sitio y, por ello, se incorporó de la cama dispuesta a salir de allí. Durante el día no se pedían explicaciones en relación a las ausencias en la fábrica, suficientes días había acabado ausentándose en un vago intento de ayudar a Zenda con sus locas ideas sobre electricidad, pero la noche era algo completamente diferente. Y peligroso. Las cosas se estaban poniendo complicadas para todo el mundo, y lo cierto es que el exterior comenzaba a dar verdadero pavor. Un abrigo algo desgastado y un gorro con largas orejeras, las cuales trató de usar para cubrir buena parte de su cuello, fueron lo último que colocó sobre su cuerpo antes de abandonar el lugar con las manos escondidas dentro de los bolsillos, y sujetando, como siempre, la varita de su madre entre sus dedos.
No estaba lejos pero tampoco cerca. Sus pasos no se aceleraron, más bien se arrastraron hasta que las orbes castañas dieron con la vieja presa del distrito cinco. Aquella que, antaño, de tanta utilidad fue, y ahora solo era una estructura que, a duras penas, se mantenía en pie con el paso de los años. Pateó un par de piedras de su camino, manteniéndose cercana a las paredes para así esconderse ligeramente. Los lugares como aquel eran una clara guarida de repudiados, por lo que las autoridades también debían de conocer sobre ello. Sacó una mano del bolsillo para acomodarse mejor el gorro, volviendo a esconder la gran parte de cabello que se había deslizado por los laterales. Quizás debiera cortarse el pelo para quitarse aquel problema. Prensó los labios y, cuando alzó la mirada, se encontró con una figura a un par de metros de distancia de ella. No tardó demasiado en identificarla y aprovechó la mano libre para alzarla en su dirección, mientras acortaba la distancia entre ambas. —Hey, mi Edén— saludó cuando llegó hasta ella, dedicándole una divertida y amable sonrisa, aquella con la que, probablemente, era más que conocida por todos pero que, en los últimos días, escaseaba.
Suspiró, estirando las piernas sobre la cama que ocupaba. Sus oscuros ojos permanecieron fijos en la pobre lámpara que pendía del techo. Si Mimi estuviera allí habría tratado de arrastrarla donde los demás para que se ‘socializara’ un poco más. Pedirle a ella que lo hiciera le resultaba extraño hasta en sus propios pensamientos. Tenía una gran facilidad para inmiscuirse en los problemas de los demás, meterse en sus vidas y conversaciones, pero en las últimas semanas solo quería permanecer sola y encerrada, aislada de los demás. ¿Por qué sentía que la juzgaban? Ni siquiera sabían las verdaderas razones por las que ahora permanecía la mayor parte del tiempo allí y no yendo y viniendo del Capitolio o el distrito tres como siempre había hecho.
Alzó el brazo para fijar su mirar entonces en la hora que las agujas marcaban. Quedaban escasos quince minutos para que fuera la hora concertada y ella seguía allí tumbada, inmersa en unos pensamientos que no la llevarían a ningún sitio y, por ello, se incorporó de la cama dispuesta a salir de allí. Durante el día no se pedían explicaciones en relación a las ausencias en la fábrica, suficientes días había acabado ausentándose en un vago intento de ayudar a Zenda con sus locas ideas sobre electricidad, pero la noche era algo completamente diferente. Y peligroso. Las cosas se estaban poniendo complicadas para todo el mundo, y lo cierto es que el exterior comenzaba a dar verdadero pavor. Un abrigo algo desgastado y un gorro con largas orejeras, las cuales trató de usar para cubrir buena parte de su cuello, fueron lo último que colocó sobre su cuerpo antes de abandonar el lugar con las manos escondidas dentro de los bolsillos, y sujetando, como siempre, la varita de su madre entre sus dedos.
No estaba lejos pero tampoco cerca. Sus pasos no se aceleraron, más bien se arrastraron hasta que las orbes castañas dieron con la vieja presa del distrito cinco. Aquella que, antaño, de tanta utilidad fue, y ahora solo era una estructura que, a duras penas, se mantenía en pie con el paso de los años. Pateó un par de piedras de su camino, manteniéndose cercana a las paredes para así esconderse ligeramente. Los lugares como aquel eran una clara guarida de repudiados, por lo que las autoridades también debían de conocer sobre ello. Sacó una mano del bolsillo para acomodarse mejor el gorro, volviendo a esconder la gran parte de cabello que se había deslizado por los laterales. Quizás debiera cortarse el pelo para quitarse aquel problema. Prensó los labios y, cuando alzó la mirada, se encontró con una figura a un par de metros de distancia de ella. No tardó demasiado en identificarla y aprovechó la mano libre para alzarla en su dirección, mientras acortaba la distancia entre ambas. —Hey, mi Edén— saludó cuando llegó hasta ella, dedicándole una divertida y amable sonrisa, aquella con la que, probablemente, era más que conocida por todos pero que, en los últimos días, escaseaba.
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Lyra hizo un gran trabajo mental para evitar mirar su reloj o su teléfono. Cada minuto que pasaba en el mundo real, a ella se le hacía eterno e inacabable, una mala jugada por parte de la inevitable impaciencia que la recorría de cabeza a pies cada vez que pensaba en que estaba cerca de poder volver a ver a Ileana. Nunca había tenido una paciencia de oro, aunque era increíblemente buena en aparentar que sí la tenía. Pero la verdad es que en esos momentos la necesidad de terminar con aquella espera la estaba carcomiendo por dentro. Tampoco ayudaba el frío, que hacía que se notara los dedos de las manos, pese a estar cubiertos por los guantes, a punto de caerse al suelo, rotos, congelados. Sopló algo de aire contra la tela de los guantes, con la esperanza de que la calidez de su aliento calentara mínimamente sus extremidades, y fijó la vista al frente, buscando algo de calma.
Cuando Ileana apareció a unos metros de ella, levantó la mano y la saludó, Lyra se quedó quieta. Completamente. La vez por la duda, por lo irreal todo aquello, por la paranoia que se había instalado en las cabezas de todo el mundo con los sucesos recientes. Pero cuando la morena abrió la boca y la saludó, cuando la llamó Edén, Lyra no pudo evitar una sonrisa afectada. Como si se hubiera liberado de unas cadenas invisibles, corrió hacia Lea y la abrazó, golpeando el cuerpo ajeno con el propio de la fuerza que llevaba, de la carrerilla. Estrechó a Lea entre sus brazos y apoyó la cabeza en su hombro, todavía sin decir nada. Notando, en realidad, una incapacidad para hablar que jamás había tenido. Pese a las capas de prendas de ropa que ambas llevaban para no morir de frío, Lyra se las apañó para dejar lo más parecido a caricias que pudo en la espalda de su compañera.
Tardó un buen rato en romper ese abrazo y miró a Lea con una sonrisa en los ojos, cogiendo sus manos con las propias enguantadas —Hola...— dijo, algo avergonzada por su reacción inicial al verla. Al fin y al cabo, en ese momento volvía a sentirse como si la hubiera visto la semana anterior. Había algo en Lea que le daba esa familiaridad, esa sensación de ser una constante en su vida. La había hechado de menos como una loca, pero ahora que la tenía delante... Todo parecía ir bien —No sabes cuánto me alegro de verte bien. O todo lo bien que podrías estar— reconoció, agachando levemente la cabeza, con la sinceridad llenando completamente su tono de voz.
Enganchó el brazo de Lea con el propio y empezó a caminar hacia la presa, buscando algun espacio que las protegiera del frío viento y de los posibles ojos indiscretos que, con los tiempos que corrían, seguro que vagaban por esa zona abandonada. Cuando encontraron un sitio que casi entraba en la definición de acogedor, Lyra se dejó caer, apoyando la espalda en la pared y terminando sentada en el suelo. Desde ahí le sonrió a su amiga, queriendo ser totalmente sincera y sin querer dejar que la verguenza que le despertaba el sentirse así, como frágil, la echara para atrás a la hora de musitar un sentido —Te había echado mucho de menos, Lea— porque así era. Ni en el colegio, ni en las prácticas, ni en casa, en ningún sitio era capaz de evitar que algo, un pensamiento fugaz, una figura, una persona, el objeto más inesperado, le recordara a ella.
Cuando Ileana apareció a unos metros de ella, levantó la mano y la saludó, Lyra se quedó quieta. Completamente. La vez por la duda, por lo irreal todo aquello, por la paranoia que se había instalado en las cabezas de todo el mundo con los sucesos recientes. Pero cuando la morena abrió la boca y la saludó, cuando la llamó Edén, Lyra no pudo evitar una sonrisa afectada. Como si se hubiera liberado de unas cadenas invisibles, corrió hacia Lea y la abrazó, golpeando el cuerpo ajeno con el propio de la fuerza que llevaba, de la carrerilla. Estrechó a Lea entre sus brazos y apoyó la cabeza en su hombro, todavía sin decir nada. Notando, en realidad, una incapacidad para hablar que jamás había tenido. Pese a las capas de prendas de ropa que ambas llevaban para no morir de frío, Lyra se las apañó para dejar lo más parecido a caricias que pudo en la espalda de su compañera.
Tardó un buen rato en romper ese abrazo y miró a Lea con una sonrisa en los ojos, cogiendo sus manos con las propias enguantadas —Hola...— dijo, algo avergonzada por su reacción inicial al verla. Al fin y al cabo, en ese momento volvía a sentirse como si la hubiera visto la semana anterior. Había algo en Lea que le daba esa familiaridad, esa sensación de ser una constante en su vida. La había hechado de menos como una loca, pero ahora que la tenía delante... Todo parecía ir bien —No sabes cuánto me alegro de verte bien. O todo lo bien que podrías estar— reconoció, agachando levemente la cabeza, con la sinceridad llenando completamente su tono de voz.
Enganchó el brazo de Lea con el propio y empezó a caminar hacia la presa, buscando algun espacio que las protegiera del frío viento y de los posibles ojos indiscretos que, con los tiempos que corrían, seguro que vagaban por esa zona abandonada. Cuando encontraron un sitio que casi entraba en la definición de acogedor, Lyra se dejó caer, apoyando la espalda en la pared y terminando sentada en el suelo. Desde ahí le sonrió a su amiga, queriendo ser totalmente sincera y sin querer dejar que la verguenza que le despertaba el sentirse así, como frágil, la echara para atrás a la hora de musitar un sentido —Te había echado mucho de menos, Lea— porque así era. Ni en el colegio, ni en las prácticas, ni en casa, en ningún sitio era capaz de evitar que algo, un pensamiento fugaz, una figura, una persona, el objeto más inesperado, le recordara a ella.
Las personas no estaban acostumbradas a disfrutar de las cosas que tenían, reconocerlas como algo importante, hasta que acababan perdiéndolas de forma irremediable. Irreversible. Y aquella era la situación en la que la castaña se encontraba en aquellos momentos. La situación que había tenido que afrontar de súbito, y de la que no estaba disfrutando en absoluto. Extrañaba demasiadas cosas. Algunas de ellas eran cosas sencillas y que nunca había tenido demasiado en cuenta hasta perderlas; otras las extrañaba con frecuencia cuando no las tenía cerca, y, en aquel momento, lo hacía mucho más. Cosas. Personas.
Y lo supo en cuanto alzó la mirada y encontró la silueta de Lyra tratando de soportar el aire que arreciaba en la zona. Quizás había encontrado la verdadera razón por la que había estado rehusando durante semanas que aquel encuentro se llevara a cabo; entendía del todo por qué no había querido verla, si quiera, durante unos instantes hasta que temió por su integridad ante la imponente presencia de Amber. Dejar todo lo que perteneció a su vida atrás. Aquel era el primer y más importante paso que debía dar para tratar de buscarse una nueva vida bajo las circunstancias que acontecían. Egoísta y a la vez no. No podía negar que hubo una época en la que sus intereses eran el centro de su mundo, ignorando los de los demás, pero las cosas habían acabado derivando hacia otros derroteros. Querer avanzar, dejando todo atrás, y aprovechar el impulso para proteger a las personas que apreciaba de su existencia. Todo podía haber salido realmente redondo de no ser por las insistencias y las casualidades de la vida.
Avanzó hacia ella, saludándola cuando estuvo a escasos metros. Mas teniendo que retroceder un par de pasos fruto del choque de sus cuerpos cuando Lyra fue la que terminó por acortar del todo la distancia que las separaba. Sus piernas se tambalearon apenas unos instantes antes de terminar por afianzarse. —Hey…— susurró, rodeando el cuerpo contrario con ambos brazos pero dejando que una mano ascendiera hasta acabar acariciando su cabello en busca de ‘tranquilizarla’. Así era Lyra. Alguien que se preocupaba en excesivo por los demás. Prensó los labios con fuerza, permaneciendo en aquella postura durante unos instantes que la rubia rompió, dejándose hacer durante los siguiendo segundos en los que la observó con cierta curiosidad. Esbozó una sonrisa, liberando una de sus manos del agarre para darle, amigablemente, un par de toquecitos en la parte superior de la cabeza. O todo lo bien que podrías estar. Definitivamente podía haber estado mejor, pero también mucho peor sino hubiera tenido a Kenny de su lado.
Esbozó una sincera sonrisa, inclinándose hacia la rubia, pero viéndose alejada cuando, de improvisto, la tomó por el brazo y comenzó a tirar de ella a saber hacia donde. No debía de andar tan libremente por el lugar, podían haber otras personas allí y acabar en verdaderos problemas. —Edén— se quejó, caminando tras ella hasta el lugar que acabó catalogando como apto de su presencia. Si ella lo había considerado así significaba que otras personas también podrían hacerlo. Por ello, cuando consiguió soltarse, permaneció los primeros instantes inspeccionando el lugar con la mirada, tratando de encontrar algún vestigio de ‘humanidad’. Arqueó ambas cejas, volviendo el rostro hacia ella cuando su voz volvió a hacer acto de presencia. —Ah, ¿sí?— bromeó acercándose y acabando por acuclillarse frente a ella. —¿Cuánto es mucho? ¿Así? ¿O así?— preguntó haciendo gestos con las manos, abarcando primero cierto espacio y luego otro. Sonrió, inclinándose entonces hacia ella. Una mano se acercó hasta su abrigo, abriendo la cremallera del mismo, e inclinándose más hacia ella para acabar rodeándola con los brazos por dentro de la prenda. Clavó las rodillas en el suelo y apoyó la cabeza en su hombro derecho. —Quiero volver a casa a por mis abrigos de invierno. Nunca pensé que los extrañaría— habló en un intento de romper un poco la tensión. Prefería que no le preguntara la razón por la que estaba allí, la razón por la que no había querido verla. Solamente quería estar así y en silencio, sin tener que dar más explicaciones.
Y lo supo en cuanto alzó la mirada y encontró la silueta de Lyra tratando de soportar el aire que arreciaba en la zona. Quizás había encontrado la verdadera razón por la que había estado rehusando durante semanas que aquel encuentro se llevara a cabo; entendía del todo por qué no había querido verla, si quiera, durante unos instantes hasta que temió por su integridad ante la imponente presencia de Amber. Dejar todo lo que perteneció a su vida atrás. Aquel era el primer y más importante paso que debía dar para tratar de buscarse una nueva vida bajo las circunstancias que acontecían. Egoísta y a la vez no. No podía negar que hubo una época en la que sus intereses eran el centro de su mundo, ignorando los de los demás, pero las cosas habían acabado derivando hacia otros derroteros. Querer avanzar, dejando todo atrás, y aprovechar el impulso para proteger a las personas que apreciaba de su existencia. Todo podía haber salido realmente redondo de no ser por las insistencias y las casualidades de la vida.
Avanzó hacia ella, saludándola cuando estuvo a escasos metros. Mas teniendo que retroceder un par de pasos fruto del choque de sus cuerpos cuando Lyra fue la que terminó por acortar del todo la distancia que las separaba. Sus piernas se tambalearon apenas unos instantes antes de terminar por afianzarse. —Hey…— susurró, rodeando el cuerpo contrario con ambos brazos pero dejando que una mano ascendiera hasta acabar acariciando su cabello en busca de ‘tranquilizarla’. Así era Lyra. Alguien que se preocupaba en excesivo por los demás. Prensó los labios con fuerza, permaneciendo en aquella postura durante unos instantes que la rubia rompió, dejándose hacer durante los siguiendo segundos en los que la observó con cierta curiosidad. Esbozó una sonrisa, liberando una de sus manos del agarre para darle, amigablemente, un par de toquecitos en la parte superior de la cabeza. O todo lo bien que podrías estar. Definitivamente podía haber estado mejor, pero también mucho peor sino hubiera tenido a Kenny de su lado.
Esbozó una sincera sonrisa, inclinándose hacia la rubia, pero viéndose alejada cuando, de improvisto, la tomó por el brazo y comenzó a tirar de ella a saber hacia donde. No debía de andar tan libremente por el lugar, podían haber otras personas allí y acabar en verdaderos problemas. —Edén— se quejó, caminando tras ella hasta el lugar que acabó catalogando como apto de su presencia. Si ella lo había considerado así significaba que otras personas también podrían hacerlo. Por ello, cuando consiguió soltarse, permaneció los primeros instantes inspeccionando el lugar con la mirada, tratando de encontrar algún vestigio de ‘humanidad’. Arqueó ambas cejas, volviendo el rostro hacia ella cuando su voz volvió a hacer acto de presencia. —Ah, ¿sí?— bromeó acercándose y acabando por acuclillarse frente a ella. —¿Cuánto es mucho? ¿Así? ¿O así?— preguntó haciendo gestos con las manos, abarcando primero cierto espacio y luego otro. Sonrió, inclinándose entonces hacia ella. Una mano se acercó hasta su abrigo, abriendo la cremallera del mismo, e inclinándose más hacia ella para acabar rodeándola con los brazos por dentro de la prenda. Clavó las rodillas en el suelo y apoyó la cabeza en su hombro derecho. —Quiero volver a casa a por mis abrigos de invierno. Nunca pensé que los extrañaría— habló en un intento de romper un poco la tensión. Prefería que no le preguntara la razón por la que estaba allí, la razón por la que no había querido verla. Solamente quería estar así y en silencio, sin tener que dar más explicaciones.
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Pese a las bromas de su amiga, Lyra era perfectamente consciente de no ser capaz de cuantificar todo lo que la había echado de menos en esos días, en esas semanas. Porque la partida de Ileana había dejado en su interior un vacío que ni ella misma era capaz de comprender. Había pasado ese tiempo luchando por darle a esa sensación un toque de lógica o de racionalidad, algo con lo que ser capaz de entender qué le estaba pasando. En vano. Totalmente en vano. Porque, ahora que volvía a verla, Lyra se daba cuenta de que lo que le pasaba escapaba al sentido común. Por eso, queriendo seguir la broma de Lea, abrió los brazos todo lo que le permitió el cuerpo, abarcando el máximo espacio, mirándola a los ojos —Así— sonrió un poco, con una broma que ya no era tan broma.
Aunque tal vez no escapaba tantísimo a la lógica. Lyra dejó que las manos de Ileana la rodearan, por dentro del abrigo, y la abrazó con la prenda, queriendo protegerla. Del frío, de todo mal que la acechara, realmente. Dejó que el silencio se alargara mientras enterraba la nariz en el pelo de la chica y cerraba los ojos, paciente. Ni siquiera necesitaba conversación. La sensación de volver a tenerla con ella era todo lo que necesitaba en esos momentos. Y lo agradeció, lo agradeció muchísimo. Solamente habló cuando Lea lo hizo, y fue con una pequeña sonrisa en los labios —Puedes llevarte el mío— le ofreció —. En serio, te lo regalo. Yo tengo más en casa, seguro que le das mejor uso tú— dijo, seria, acariciando el pelo de Ileana. Ella tenía más abrigos en casa y podía ir a por ellos cuando quisiera. Por lo contrario, sabía que, por alguna razón, Ileana no lo tendría tan fácil, probablemente.
Sin soltar el abrazo, Lyra se removió un poco y sacó de su abrigo el pequeño paquete que había traído para Lea —Y esto también te lo regalo— susurró —. Feliz Navidad, supongo. Aunque las circunstancias sean raras y la Navidad ya haya pasado— añadió, en voz baja. Dejó el paquete sobre el regazo de su amiga y le dio un beso en la frente, con calma —Creo que prefiero que lo abras a solas. ¿Te parece?— le propuso, con un nerviosismo dentro que no terminaba de ser capaz de explicar. ¿Por qué? Porque, de todas sus amigas, solamente le había comprado un regalo de Navidad a ella. Había comprado regalos para sus padres, por supuesto, para sus familiares, y a su tutor de prácticas le había comprado unas galletas con forma de procesador, pensando que le resultaría gracioso, pero de amistades... Solamente Ileana.
Aunque tal vez no escapaba tantísimo a la lógica. Lyra dejó que las manos de Ileana la rodearan, por dentro del abrigo, y la abrazó con la prenda, queriendo protegerla. Del frío, de todo mal que la acechara, realmente. Dejó que el silencio se alargara mientras enterraba la nariz en el pelo de la chica y cerraba los ojos, paciente. Ni siquiera necesitaba conversación. La sensación de volver a tenerla con ella era todo lo que necesitaba en esos momentos. Y lo agradeció, lo agradeció muchísimo. Solamente habló cuando Lea lo hizo, y fue con una pequeña sonrisa en los labios —Puedes llevarte el mío— le ofreció —. En serio, te lo regalo. Yo tengo más en casa, seguro que le das mejor uso tú— dijo, seria, acariciando el pelo de Ileana. Ella tenía más abrigos en casa y podía ir a por ellos cuando quisiera. Por lo contrario, sabía que, por alguna razón, Ileana no lo tendría tan fácil, probablemente.
Sin soltar el abrazo, Lyra se removió un poco y sacó de su abrigo el pequeño paquete que había traído para Lea —Y esto también te lo regalo— susurró —. Feliz Navidad, supongo. Aunque las circunstancias sean raras y la Navidad ya haya pasado— añadió, en voz baja. Dejó el paquete sobre el regazo de su amiga y le dio un beso en la frente, con calma —Creo que prefiero que lo abras a solas. ¿Te parece?— le propuso, con un nerviosismo dentro que no terminaba de ser capaz de explicar. ¿Por qué? Porque, de todas sus amigas, solamente le había comprado un regalo de Navidad a ella. Había comprado regalos para sus padres, por supuesto, para sus familiares, y a su tutor de prácticas le había comprado unas galletas con forma de procesador, pensando que le resultaría gracioso, pero de amistades... Solamente Ileana.
Sonrió, estirando un brazo hacia ella para depositar un par de palmaditas sobre la cabeza de Lyra. Hacía mucho tiempo que la relación entre ambas jóvenes cambió; los acontecimientos de la vida de una y otra las llevó por distintos derroteros, siendo una simple y sencilla casualidad la que las volvió a unir. Quizás sencilla o ajena para ella, pero una que marcó un antes y un después en la vida de la rubia. La vida de una persona se podía cambiar por completo de la noche a la mañana, incluso en unos minutos, como había sido su propio caso. En algunas ocasiones los cambios derivaban de acciones propias, aquellas que conllevaban errores o aciertos, en otras sucedían por razones ajenas a su poder. Pero, aun así, no contestó, solo se inclinó hacia ella, colándose en el interior de su abrigo y abrazándola, hasta acabar con la barbilla apoyada contra el hombro contrario.
Arrugó un poco la nariz y frunció los labios. Contrariada. No solo se había convertido en una desconocida para su madre, al parecer ahora también era una mendiga. Todas las personas con las que se encontraba querían regalarle algo, un detalle que la ayudara en su ‘nueva aventura’. Y lo cierto es que solo acababan haciéndola sentir peor, mucho peor de lo que exteriorizaba. Raspó su labio inferior con los incisivos, dejando ir el aire después de un par de segundos en los que permaneció en silencio, inmersa en sus más que desordenados pensamientos. Hasta que acabó por separarse, leve, de ella. Dejando que sus brazos siguieran rodeándola pero deslizándolos hasta los laterales del cuerpo contrario, lo suficiente como para poder dejar algo de distancia entre ambas. —No hace falta— acabó por contestar —, sólo era una excusa para abrazarte— se burló, arrugando la nariz con diversión —No suelo salir demasiado, así que no lo usaría mucho—. Mitad verdad, mitad mentira. Lo cierto era que no salía demasiado, pero si lo suficiente como para sentir sus dientes castañear cuando lo hacía y todo el paisaje estaba nevado, a la par que helado.
Bajó la mirada hasta el pequeño paquete, regresando su mirar hasta Lyra, con gesto interrogante, aún más después de sus aclaraciones. —¿Qué es? arqueó ambas cejas, separando una de las manos del cuerpo de su amiga y tomándolo. Lo giró entre sus dedos, inspeccionándolo con la mirada durante unos instantes. —No es un vociferador con acusaciones que puedan asustarme, ¿verdad?— volvió a hablar, chasqueando la lengua, tentada de abrirlo en aquel preciso instante. Era alguien curioso por naturaleza, todo el mundo lo sabía, por lo que pedirle que no lo abriera era demasiado tentador. Curiosidad y saltarse las normas… ¿Había algo más propio de ella? Dejó ir el aire entre sus dientes, volviendo su atención hasta ella. —Me gustaría tener algo para ti, pero…— arrugó los labios, molesta con la nueva situación a la que se estaba enfrentando. —Lo siento— musitó.
Arrugó un poco la nariz y frunció los labios. Contrariada. No solo se había convertido en una desconocida para su madre, al parecer ahora también era una mendiga. Todas las personas con las que se encontraba querían regalarle algo, un detalle que la ayudara en su ‘nueva aventura’. Y lo cierto es que solo acababan haciéndola sentir peor, mucho peor de lo que exteriorizaba. Raspó su labio inferior con los incisivos, dejando ir el aire después de un par de segundos en los que permaneció en silencio, inmersa en sus más que desordenados pensamientos. Hasta que acabó por separarse, leve, de ella. Dejando que sus brazos siguieran rodeándola pero deslizándolos hasta los laterales del cuerpo contrario, lo suficiente como para poder dejar algo de distancia entre ambas. —No hace falta— acabó por contestar —, sólo era una excusa para abrazarte— se burló, arrugando la nariz con diversión —No suelo salir demasiado, así que no lo usaría mucho—. Mitad verdad, mitad mentira. Lo cierto era que no salía demasiado, pero si lo suficiente como para sentir sus dientes castañear cuando lo hacía y todo el paisaje estaba nevado, a la par que helado.
Bajó la mirada hasta el pequeño paquete, regresando su mirar hasta Lyra, con gesto interrogante, aún más después de sus aclaraciones. —¿Qué es? arqueó ambas cejas, separando una de las manos del cuerpo de su amiga y tomándolo. Lo giró entre sus dedos, inspeccionándolo con la mirada durante unos instantes. —No es un vociferador con acusaciones que puedan asustarme, ¿verdad?— volvió a hablar, chasqueando la lengua, tentada de abrirlo en aquel preciso instante. Era alguien curioso por naturaleza, todo el mundo lo sabía, por lo que pedirle que no lo abriera era demasiado tentador. Curiosidad y saltarse las normas… ¿Había algo más propio de ella? Dejó ir el aire entre sus dientes, volviendo su atención hasta ella. —Me gustaría tener algo para ti, pero…— arrugó los labios, molesta con la nueva situación a la que se estaba enfrentando. —Lo siento— musitó.
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Al escuchar la respuesta negativa acerca de su ofrecimiento de abrigo, Lyra arrugó la nariz suavemente, temiendo por unos segundos haber hecho algo malo. Aunque lo de que era una excusa para darle un abrazo le causó cierta gracia, había en la rubia una inquietud creciente acerca de la situación de su amiga. De su compañera —Vale... Pero si cambias de idea, dímelo— susurró, sin querer soltar a Lea. Acarició suavemente la espalda de la morena, en un gesto que quería transmitir paz, cuidado, todo lo que notaba que no tenía en su vida ahora mismo la muchacha.
Se rió entre dientes ante la pregunta del vociferador y sacudió la cabeza, negando —No, no lo es, no te preocupes. Aunque sería divertido, ¿no crees? Que de repente abras un regalo con toda la ilusión y salga un vociferador recordándote tus experiencias más vergonzosas— bromeó, hundiendo sus dedos en la ropa ajena para hacerle cosquillas. Por alguna razón que todavía no lograba comprender ni procesar, Lyra sentía en esos momentos la necesidad casi enfermiza de mantener algún tipo de contacto físico, por pequeño que fuera, con Lea. Como si buscara asegurarse de que la persona que tenía delante era real, y no un producto de su imaginación, una imaginación que deseaba con todas sus fuerzas ese reencuentro.
Pero era real. Era más que real. Sacudió la cabeza rápidamente cuando Lea se disculpó por no tener ningún regalo para ella, preocupada —No tienes que sentir nada. He traído esto porque quería, no es... No sé. No pidas perdón— le pidió, seria. Peinó el pelo de la morena con los dedos, todavía en gestos que denotaban admiración por ella, y a la vez confusión. Y algo de miedo por el tiempo que podía pasar antes de un nuevo encuentro entre ambas —Es solo para que no te olvides de que existo cuando te vayas a... Bueno, a donde quiera que estés— explicó, con algo de vergüenza en su tono. ¿Era normal lo que estaba haciendo? ¿Ese regalo, esa extrema preocupación? Apartó las manos del pelo de Lea y se encogió de hombros, con la duda aflorando en ella —No lo sé, solo te echaba de menos. Me apetecía darte algo así, y... Nada— argumentó, con la confusión presente en cada una de sus palabras. Dejó unos segundos de silencio, que se le hicieron extremadamente largos, antes de volver a hablar —]Sé que no vas a contarme nada de lo que haces, o dónde estás, o todo esto, pero... ¿Podremos vernos otra vez?— susurró, sobrecogida por el silencio abrumador del invierno que parecía haber hecho acto de presencia de golpe en ese momento, a oídos de la rubia.
Se rió entre dientes ante la pregunta del vociferador y sacudió la cabeza, negando —No, no lo es, no te preocupes. Aunque sería divertido, ¿no crees? Que de repente abras un regalo con toda la ilusión y salga un vociferador recordándote tus experiencias más vergonzosas— bromeó, hundiendo sus dedos en la ropa ajena para hacerle cosquillas. Por alguna razón que todavía no lograba comprender ni procesar, Lyra sentía en esos momentos la necesidad casi enfermiza de mantener algún tipo de contacto físico, por pequeño que fuera, con Lea. Como si buscara asegurarse de que la persona que tenía delante era real, y no un producto de su imaginación, una imaginación que deseaba con todas sus fuerzas ese reencuentro.
Pero era real. Era más que real. Sacudió la cabeza rápidamente cuando Lea se disculpó por no tener ningún regalo para ella, preocupada —No tienes que sentir nada. He traído esto porque quería, no es... No sé. No pidas perdón— le pidió, seria. Peinó el pelo de la morena con los dedos, todavía en gestos que denotaban admiración por ella, y a la vez confusión. Y algo de miedo por el tiempo que podía pasar antes de un nuevo encuentro entre ambas —Es solo para que no te olvides de que existo cuando te vayas a... Bueno, a donde quiera que estés— explicó, con algo de vergüenza en su tono. ¿Era normal lo que estaba haciendo? ¿Ese regalo, esa extrema preocupación? Apartó las manos del pelo de Lea y se encogió de hombros, con la duda aflorando en ella —No lo sé, solo te echaba de menos. Me apetecía darte algo así, y... Nada— argumentó, con la confusión presente en cada una de sus palabras. Dejó unos segundos de silencio, que se le hicieron extremadamente largos, antes de volver a hablar —]Sé que no vas a contarme nada de lo que haces, o dónde estás, o todo esto, pero... ¿Podremos vernos otra vez?— susurró, sobrecogida por el silencio abrumador del invierno que parecía haber hecho acto de presencia de golpe en ese momento, a oídos de la rubia.
Tener a alguien más recriminándoles sus decisiones la asustaba, mucho más si las acusaciones venían de una persona importante para ella. Tal y como era el caso que se presentaba en ese preciso instante. Cuando vivió en el Capitolio pasó la mayor parte del tiempo ocupada en otros quehaceres pero, desde que Eden cortó su relación, se había visto a sí misma dejando de lado algunos de ellos para tratar de pasar tiempo con la susodicha. ¿Alguna excusa? Quizás se sentía mal y quería consolarla, puede que incluso retenerla, en el caso de que se echara atrás y decidiera volver con su pareja; puede que su verdadera razón fuera que le divertía el tiempo que pasaban juntas, aquel en el que se burlaba de la rubia y sus desvergonzadas ideas y comentarios.
Se obligó a sonreír, incluso revolverse en el lugar, fruto de las cosquillas que recibió por la parte contraria. —Creo que necesitarías más de un vociferador para todo eso— admitió sin pudor alguno. Siempre le gustó hacer lo que quiso, puede que aquella fuera la razón por lo que acababa encontrándose en la situación que se encontraba, una que se buscó ella sola y con la que tendría que lidiar lo más honrada y orgullosamente que pudiera.
Aprovechó sus palabras para deslizarse hacia un lado, acabando sentada a su lado, con las piernas dobladas y abrazadas contra su cuerpo en busca de mantener el calor corporal allí durante el tiempo que permaneciera en la misma postura. Era más fácil mantener la temperatura en movimiento que estática. Dejó su mirada fija en la pared frontal, escuchándola hablar y hundiéndose un poco más en su lugar. Lo que estaba pidiendo que no hiciera era exactamente lo que estaba haciendo, lo que había decidido poner en práctica para no arrastrar junto a ella a nadie. Mordisqueó su mejilla, acabando por suspirar con pesadez. —Solo quiero desaparecer— susurró, exteriorizando unas palabras que no quería pronunciar y fueron pronunciadas antes de darse cuenta de ello. Era la Señora Tácto. Alguien le decía que la echaba de menos y lo primero que contestaba era que quería desaparecer. —Es decir… Yo también te he echado de menos, pero no puedo decir que me arrepienta de haber desaparecido de éste modo— quiso explicarse, sabiendo que sus palabras podían doler pero que eran mejor que una mentira. —He estado rechazando vernos desde la primera vez que se lo pediste a Amber— admitió arrastrando las palabras y con su oscuro mirar aún al frente. —No quiero que nadie se meta en un lío por mi culpa, por una situación que tengo por mis propias decisiones— continuó hablando con más tranquilidad en su tono del que sentía en el hueco del estómago.
Se obligó a sonreír, incluso revolverse en el lugar, fruto de las cosquillas que recibió por la parte contraria. —Creo que necesitarías más de un vociferador para todo eso— admitió sin pudor alguno. Siempre le gustó hacer lo que quiso, puede que aquella fuera la razón por lo que acababa encontrándose en la situación que se encontraba, una que se buscó ella sola y con la que tendría que lidiar lo más honrada y orgullosamente que pudiera.
Aprovechó sus palabras para deslizarse hacia un lado, acabando sentada a su lado, con las piernas dobladas y abrazadas contra su cuerpo en busca de mantener el calor corporal allí durante el tiempo que permaneciera en la misma postura. Era más fácil mantener la temperatura en movimiento que estática. Dejó su mirada fija en la pared frontal, escuchándola hablar y hundiéndose un poco más en su lugar. Lo que estaba pidiendo que no hiciera era exactamente lo que estaba haciendo, lo que había decidido poner en práctica para no arrastrar junto a ella a nadie. Mordisqueó su mejilla, acabando por suspirar con pesadez. —Solo quiero desaparecer— susurró, exteriorizando unas palabras que no quería pronunciar y fueron pronunciadas antes de darse cuenta de ello. Era la Señora Tácto. Alguien le decía que la echaba de menos y lo primero que contestaba era que quería desaparecer. —Es decir… Yo también te he echado de menos, pero no puedo decir que me arrepienta de haber desaparecido de éste modo— quiso explicarse, sabiendo que sus palabras podían doler pero que eran mejor que una mentira. —He estado rechazando vernos desde la primera vez que se lo pediste a Amber— admitió arrastrando las palabras y con su oscuro mirar aún al frente. —No quiero que nadie se meta en un lío por mi culpa, por una situación que tengo por mis propias decisiones— continuó hablando con más tranquilidad en su tono del que sentía en el hueco del estómago.
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