OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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24 de diciembre
Me gustaría poder llegar al Capitolio con un camión de mudanza gigante, con música y yo arriba bailando sin ritmo como siempre. Pero lamentablemente, aunque el lobo se vista de seda lobo queda, y hasta que no use mi nuevo sueldo para comprar cosas, voy a seguir siendo un pobre diablo con dos mugrosas mudas de ropa y pocos objetos personales. Pero no voy a dejar que eso me amargue las fiestas, por ahí en una de esas hasta puedo salir a armar un muñeco de nieve con Dieguito y Valerie como un ciudadano normal, con documento, varita y toda la chuchería ¡No somos más repudiados! Desde que llegué a Neopanem es la primera vez que siento que tengo un futuro y por nada en el mundo lo voy a dejar pasar, si tengo que hacerle caso al loquito ese que nos gobierna ahora, lo voy a hacer... Y en realidad no es tan loquito porque sacó la arena, nos da laburo ¿Qué más se puede pedir? Esos rebeldes son unos quisquillosos que quiere la chancha, los veinte y la fábrica de chorizos ¡No les viene nada bien!
La cosa es que llego mis cosas hechas un bodoque entre los brazos y las tiro al piso en la entradita nomás. Ya sé que Diego y Valerie se van a enojar si soy un desastre como compañero de casa, pero es lo que hay y me va a costar adaptarme a comportarme como un señorito. Igual no me quedo mucho porque mañana es navidad y necesitamos un arbolito para que papá Noel nos deje algún regalo, más vale que éste año Becca se ponga las pilas, ahora tiene plata así que mínimamente espero una moto todo terreno para patrullar como todo un profesional.
Conseguir un árbol que talar en el Capitolio está difícil, tardo un par de horas pero para cuando está entrando la tarde ya estoy camino a casa arrastrando el pino por la nieve. Lo dejo en la entrada y después de eso corro hasta la casa, me tengo que comprar ropa cuanto antes porque si sigo así me voy a cagar de frío los tres meses que dura el invierno - ¡Árbol! ¡Navidad! ¡Fiesta, fiesta! - exclamo paseando por los pasillos hasta que me encuentro a mi hermano, no de sangre pero si de alma - ¿Valerie no está? Está grande así que para decorarlo vamos a tener que trabajar los tres - comento en nuestro idioma mientras le doy unas palmadas en la espalda - Aunque primero una merienda que no siento la nariz - sigo haciéndole una seña para que vayamos a la cocina ¡Una cocina! ¡Que locura! No sé por qué me entusiasmo porque lo único que sé cocinar son panchitos pero ya voy a aprender.
Me gustaría poder llegar al Capitolio con un camión de mudanza gigante, con música y yo arriba bailando sin ritmo como siempre. Pero lamentablemente, aunque el lobo se vista de seda lobo queda, y hasta que no use mi nuevo sueldo para comprar cosas, voy a seguir siendo un pobre diablo con dos mugrosas mudas de ropa y pocos objetos personales. Pero no voy a dejar que eso me amargue las fiestas, por ahí en una de esas hasta puedo salir a armar un muñeco de nieve con Dieguito y Valerie como un ciudadano normal, con documento, varita y toda la chuchería ¡No somos más repudiados! Desde que llegué a Neopanem es la primera vez que siento que tengo un futuro y por nada en el mundo lo voy a dejar pasar, si tengo que hacerle caso al loquito ese que nos gobierna ahora, lo voy a hacer... Y en realidad no es tan loquito porque sacó la arena, nos da laburo ¿Qué más se puede pedir? Esos rebeldes son unos quisquillosos que quiere la chancha, los veinte y la fábrica de chorizos ¡No les viene nada bien!
La cosa es que llego mis cosas hechas un bodoque entre los brazos y las tiro al piso en la entradita nomás. Ya sé que Diego y Valerie se van a enojar si soy un desastre como compañero de casa, pero es lo que hay y me va a costar adaptarme a comportarme como un señorito. Igual no me quedo mucho porque mañana es navidad y necesitamos un arbolito para que papá Noel nos deje algún regalo, más vale que éste año Becca se ponga las pilas, ahora tiene plata así que mínimamente espero una moto todo terreno para patrullar como todo un profesional.
Conseguir un árbol que talar en el Capitolio está difícil, tardo un par de horas pero para cuando está entrando la tarde ya estoy camino a casa arrastrando el pino por la nieve. Lo dejo en la entrada y después de eso corro hasta la casa, me tengo que comprar ropa cuanto antes porque si sigo así me voy a cagar de frío los tres meses que dura el invierno - ¡Árbol! ¡Navidad! ¡Fiesta, fiesta! - exclamo paseando por los pasillos hasta que me encuentro a mi hermano, no de sangre pero si de alma - ¿Valerie no está? Está grande así que para decorarlo vamos a tener que trabajar los tres - comento en nuestro idioma mientras le doy unas palmadas en la espalda - Aunque primero una merienda que no siento la nariz - sigo haciéndole una seña para que vayamos a la cocina ¡Una cocina! ¡Que locura! No sé por qué me entusiasmo porque lo único que sé cocinar son panchitos pero ya voy a aprender.
Cierro los ojos y siento cómo el agua hirviendo cae sobre mi espalda desnuda, una sensación que luego de la colonia, creía que jamás volvería a sentir. Si, en nuestra casa del norte teníamos agua corriente, sin embargo la tibia se acababa en menos de cinco minutos y considerando que eramos tres personas las que debían ducharse, era toda una guerra día a día.
Termino de quitar los restos de shampoo y jabón, cierro las canillas, para luego tomar una toalla y envolverla en mis caderas.
Una vez frente al espejo, compruebo que es cierto, debo cortar un poco mis cabello como también afeitarme, pero el frío de la ciudad me detiene y lo único que hago es caminar hasta mi nuevo dormitorio, dejando detrás todo el camino chorreando.
En cuanto atravieso el umbral de la puerta para bajar las escaleras hacia la cocina, me asomo para buscar a Santiago y preguntarle si me quiere acompañar al supermercado, pero él no está y yo no pierdo el tiempo.
Subiendo el cierre de mi abrigo de cuero, salgo de la casa y camino hasta la tienda de alimentos más cercana. Aún no hemos recibido el primer sueldo, pero gracias a los ingresos de los ebrios del norte, puedo comprar un poco de queso, huevos, leche y demás bocadillos que tienen una pinta deliciosa. Incluida una barra de chocolate y si, aceite para hacer churros.
Durante mi camino a casa, enciendo un cigarrillo y aunque lo estoy tratando de dejar, el cálido humo llenando mis pulmones es lo más cercano a la gloria.
Mis pasos son lentos, quiero conocer el vecindario como la palma de mi mano y aunque en todo momento permanezco serio, cuando un grupo de ancianas se cruza por mi camino, sonrío enseñando mis dientes separados. Siempre hay que tener a las viejas chismosas de tú lado, son una fuente de información...algo fiable.
Empujo la puerta y comienzo a guardar la mercadería en sus respectivos lugares, heladera, alacena, cajón, tal y como lo dice Val porque no quiero que se ponga odiosa y cuando todo está en perfectas condiciones, arremango los puños de mi suéter negro y con una cuchara empiezo a calentar la leche con trozos de chocolate en barra.
Los gritos de Santi me sacan una sonrisa, ¡lo sabía! El maldito bastardo tiene un olfato de puta madre y saben cuando es momento de aparecer. —Ni creas que yo haré eso, suficiente tengo con esto de estar preparándole la merienda al bebé.— Lo molesto y con un simple movimiento de cabeza le indico para que tome asiento. —Espero que ordenes tus cosas antes de que Val regrese, creo que está en esos días y no quiero tener que escuchar sus quejas cuando ambos sabemos que podemos evitarlas.
Con mucho cuidado sirvo dos tazas enormes de chocolate caliente y las coloco sobre la mesa, para posteriormente abrir el paquete de galletas. —Necesito un par de clases de inglés.— Tomando una, la humedezco en la leche y levanto la mirada hacia Santi. —Que le he dicho a la mujer de la tienda que necesitaba pasta para los dientes y creo que entendió otra cosa.
Termino de quitar los restos de shampoo y jabón, cierro las canillas, para luego tomar una toalla y envolverla en mis caderas.
Una vez frente al espejo, compruebo que es cierto, debo cortar un poco mis cabello como también afeitarme, pero el frío de la ciudad me detiene y lo único que hago es caminar hasta mi nuevo dormitorio, dejando detrás todo el camino chorreando.
En cuanto atravieso el umbral de la puerta para bajar las escaleras hacia la cocina, me asomo para buscar a Santiago y preguntarle si me quiere acompañar al supermercado, pero él no está y yo no pierdo el tiempo.
Subiendo el cierre de mi abrigo de cuero, salgo de la casa y camino hasta la tienda de alimentos más cercana. Aún no hemos recibido el primer sueldo, pero gracias a los ingresos de los ebrios del norte, puedo comprar un poco de queso, huevos, leche y demás bocadillos que tienen una pinta deliciosa. Incluida una barra de chocolate y si, aceite para hacer churros.
Durante mi camino a casa, enciendo un cigarrillo y aunque lo estoy tratando de dejar, el cálido humo llenando mis pulmones es lo más cercano a la gloria.
Mis pasos son lentos, quiero conocer el vecindario como la palma de mi mano y aunque en todo momento permanezco serio, cuando un grupo de ancianas se cruza por mi camino, sonrío enseñando mis dientes separados. Siempre hay que tener a las viejas chismosas de tú lado, son una fuente de información...algo fiable.
Empujo la puerta y comienzo a guardar la mercadería en sus respectivos lugares, heladera, alacena, cajón, tal y como lo dice Val porque no quiero que se ponga odiosa y cuando todo está en perfectas condiciones, arremango los puños de mi suéter negro y con una cuchara empiezo a calentar la leche con trozos de chocolate en barra.
Los gritos de Santi me sacan una sonrisa, ¡lo sabía! El maldito bastardo tiene un olfato de puta madre y saben cuando es momento de aparecer. —Ni creas que yo haré eso, suficiente tengo con esto de estar preparándole la merienda al bebé.— Lo molesto y con un simple movimiento de cabeza le indico para que tome asiento. —Espero que ordenes tus cosas antes de que Val regrese, creo que está en esos días y no quiero tener que escuchar sus quejas cuando ambos sabemos que podemos evitarlas.
Con mucho cuidado sirvo dos tazas enormes de chocolate caliente y las coloco sobre la mesa, para posteriormente abrir el paquete de galletas. —Necesito un par de clases de inglés.— Tomando una, la humedezco en la leche y levanto la mirada hacia Santi. —Que le he dicho a la mujer de la tienda que necesitaba pasta para los dientes y creo que entendió otra cosa.
Pasear por el Capitolio despierta en mí sensaciones agridulces. Tengo mi documentación, tengo mi varita, sé que ahora mismo tengo más poder que mucha gente que está andando a mi alrededor. Y, sin embargo es una situación peculiar. Lo que ha hecho el Presidente Aminoff con nosotros es una medida muy reciente y va a necesitar algo de tiempo para cuajar, supongo, pero es complicado. Yo estoy agradecida con todo lo que está ocurriendo y sé que nuestra vida va a ir hacia mejor a partir de ahora. No es que estuviera el listón muy alto, pero algo es algo.
Y encima es Navidad. Y la pasamos en familia. Diego y yo. Bueno, y Santi. Este muchacho se ha hecho un sitio en nuestras vidas a una velocidad fascinante. Supongo que su energía, su sonrisa y su estado de felicidad constante fueron lo que me llevó a romper la hucha con todos mis ahorros de propinas en el bar para salir a comprar algún regalo para ellos. Todavía no hemos cobrado el primer sueldo y vivir en el Capitolio no es barato, pero... ¿Qué es una Navidad sin regalos? Sin duda es triste. Así que llevo bajo el brazo dos cejas envueltas en papel dorado. Una contiene una bufanda, un gorro y unos guantes, para Santi. La otra unos zapatos nuevos y calcetines de invierno, para Diego. Hace mucho frío y tenemos que ir abrigados, y no quiero que nadie enferme nada más empezar a trabajar. Yo, por mi parte, me he permitido un capricho y me he comprado una túnica de invierno que abriga bastante más que las que ya tengo. Es lo que me voy a dejar a mí misma bajo el árbol.
Cuando llego a casa creo que soy capaz de oler el chocolate antes de abrir la puerta. Por eso entro rápidamente y, en un intento de correr hacia el olor, me choco con el árbol. ¿Ahora tenemos un árbol? No seré yo quien diga que no. Dejo mi ropa de abrigo y los regalos en la entrada y me dirijo hacia los chicos, que andan tomando chocolate caliente —Oh, ¡qué buena pinta!— le desordeno el pelo a Santi a modo de saludo, y a Diego le doy un beso en la mejilla mientras le robo una galleta y la mojo en su cuenco de chocolate. Tras darle un mordisco y saborear el chocolate, que me sabe a gloria, le dirijo una mirada divertida a Santi —Bonito árbol. Lo has traído tú, ¿verdad?— pregunto, antes de terminarme la galleta y relamerme los labios —Tenemos que decorarlo. A esta casa todavía le quedan unos meses y un par de salarios invertidos hasta que sea un poco menos deprimente y un poco más... Nosotros— opinó, sin saber muy bien como expresar lo que estaba pensando. Simplemente creía que el lugar podía mejorar con más decoración, algún detalle, algo que terminara de hacerla personal. Un hogar.
Y encima es Navidad. Y la pasamos en familia. Diego y yo. Bueno, y Santi. Este muchacho se ha hecho un sitio en nuestras vidas a una velocidad fascinante. Supongo que su energía, su sonrisa y su estado de felicidad constante fueron lo que me llevó a romper la hucha con todos mis ahorros de propinas en el bar para salir a comprar algún regalo para ellos. Todavía no hemos cobrado el primer sueldo y vivir en el Capitolio no es barato, pero... ¿Qué es una Navidad sin regalos? Sin duda es triste. Así que llevo bajo el brazo dos cejas envueltas en papel dorado. Una contiene una bufanda, un gorro y unos guantes, para Santi. La otra unos zapatos nuevos y calcetines de invierno, para Diego. Hace mucho frío y tenemos que ir abrigados, y no quiero que nadie enferme nada más empezar a trabajar. Yo, por mi parte, me he permitido un capricho y me he comprado una túnica de invierno que abriga bastante más que las que ya tengo. Es lo que me voy a dejar a mí misma bajo el árbol.
Cuando llego a casa creo que soy capaz de oler el chocolate antes de abrir la puerta. Por eso entro rápidamente y, en un intento de correr hacia el olor, me choco con el árbol. ¿Ahora tenemos un árbol? No seré yo quien diga que no. Dejo mi ropa de abrigo y los regalos en la entrada y me dirijo hacia los chicos, que andan tomando chocolate caliente —Oh, ¡qué buena pinta!— le desordeno el pelo a Santi a modo de saludo, y a Diego le doy un beso en la mejilla mientras le robo una galleta y la mojo en su cuenco de chocolate. Tras darle un mordisco y saborear el chocolate, que me sabe a gloria, le dirijo una mirada divertida a Santi —Bonito árbol. Lo has traído tú, ¿verdad?— pregunto, antes de terminarme la galleta y relamerme los labios —Tenemos que decorarlo. A esta casa todavía le quedan unos meses y un par de salarios invertidos hasta que sea un poco menos deprimente y un poco más... Nosotros— opinó, sin saber muy bien como expresar lo que estaba pensando. Simplemente creía que el lugar podía mejorar con más decoración, algún detalle, algo que terminara de hacerla personal. Un hogar.
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Dieguito nunca me falla, ya está haciendo la merienda así que nomás me siento donde dice y espero tan ansioso como un pajarito que espera que la mamá le traiga un gusanito - De a poquito, no me presiones - respondo levantando el dedo índice. Me va a llevar acostumbrarme pero juntar las cosas que dejé tiradas parece una buena forma de empezar. El ático de la casa va a ser mío así que supongo que puedo tener mi mugre ahí sin que nadie me diga nada - Termino ésto y voy - aseguro mientras agarro la taza de chocolate que me da.
Le doy el primer sorbo y los ojos se me van para arriba sin poder controlarlos ¡Esto está re bueno! Ataco las galletas para acompañar y agradezco que mi hermano tenga una historia que contar mientras yo tengo la boca llena, aunque me hace reír y se me escapan algunas migas de la boca - Primero, sos un capo - comento señalando la taza de chocolate - Segundo, yo también tengo que practicar así que de ahora en más... Solo inglés - aunque no entiendo cómo lo malentendió ¿Qué otras pastas hay? ¿Pastas para comer? - ¿Eso quiere decir que hay fideos? - pregunto pero Valerie nos interrumpe.
Sacudo la cabeza para acompañar su saludo y después de eso sigo dándole unos cuantos sorbos a la taza antes de responder - Sí, me costó bastante así que valórenlo - comento a modo de chiste levantando mis brazos para que vean los músculos que tengo. En realidad salieron hace años cuando vivía en el bosque solo, no son cosa de ahora... Pero si voy a trabajar en seguridad, menos mal que la vida salvaje me ayudó, al menos si con la cara no meto miedo lo haré con el cuerpo.
- Sí ¿Verdad? Parece que el que armó la casa se propuso hacerla aburrida - tengo algunas ideas para mejorarla, algunas de ellas incluyen aerosoles y graffities - ¿Ya les dije que yo me quedo con el ático? No tiene cama y no quiero una... ¿Puedo dormir en el piso? ¿Es muy raro? - pregunto con una mueca. Ellos tienen más sociedad que yo, necesito que me orienten.
Le doy el primer sorbo y los ojos se me van para arriba sin poder controlarlos ¡Esto está re bueno! Ataco las galletas para acompañar y agradezco que mi hermano tenga una historia que contar mientras yo tengo la boca llena, aunque me hace reír y se me escapan algunas migas de la boca - Primero, sos un capo - comento señalando la taza de chocolate - Segundo, yo también tengo que practicar así que de ahora en más... Solo inglés - aunque no entiendo cómo lo malentendió ¿Qué otras pastas hay? ¿Pastas para comer? - ¿Eso quiere decir que hay fideos? - pregunto pero Valerie nos interrumpe.
Sacudo la cabeza para acompañar su saludo y después de eso sigo dándole unos cuantos sorbos a la taza antes de responder - Sí, me costó bastante así que valórenlo - comento a modo de chiste levantando mis brazos para que vean los músculos que tengo. En realidad salieron hace años cuando vivía en el bosque solo, no son cosa de ahora... Pero si voy a trabajar en seguridad, menos mal que la vida salvaje me ayudó, al menos si con la cara no meto miedo lo haré con el cuerpo.
- Sí ¿Verdad? Parece que el que armó la casa se propuso hacerla aburrida - tengo algunas ideas para mejorarla, algunas de ellas incluyen aerosoles y graffities - ¿Ya les dije que yo me quedo con el ático? No tiene cama y no quiero una... ¿Puedo dormir en el piso? ¿Es muy raro? - pregunto con una mueca. Ellos tienen más sociedad que yo, necesito que me orienten.
Sentado frente a Santi, hundo una de las galletas en el chocolate caliente y saboreó la mezcla de texturas. Si, me había pasado, estaba delicioso.
La promesa del niño me dibuja una traviesa sonrisa algo desconfiada en el rostro, no sería la primera vez que no cumple con su palabra y sorprendentemente no podía enfadarme con él. Incluso Val era incapaz de reprenderlo y eso era una importante novedad.
No me molesto en explicar la broma que Santiago no comprendió y agradezco la llegada de mi hermana para cambiar de tema. —Gracias, hoy me bañé.— Respondo bromeando y giro un poco la cabeza para recibir con gusto el beso en la mejilla.
Sé que Val robará por completo mi taza, así que en lugar de discutir, me paro y le sirvo una a ella hasta el tope. —Ustedes pueden decorarlo, yo los miro.— Comento entregándole la bebida a Val, para luego tomar asiento.
Sacó una nueva galleta del paquete y lo vuelvo a hundir en el humeante chocolate, mientras que con la mano libre rascó un poco los mechones de cabellos demasiados largos para mi gusto.
Paseo la mirada a través de la cocina y me encojo de hombros. —No está tan mal, tal vez con par de muebles nuevos, un poco pintura... y un televisor enorme en la sala.— No hacía falta nada más. O eso pensaba, porque cuando Santi me recuerda que no tiene una cama apropiada, miro a Val arqueando las cejas. —Tú eres raro y no está en discusión, compraremos una cama para ti y también mariscos para una paella.— Una enorme sonrisa de oreja a oreja se forma en mi rostro. —Ya compré el arroz.— Le informó a mi hermana, otro asunto sin derecho a replica.
Bebo un par de sorbos del delicioso chocolate y con las mangas del suéter me limpió el bigote que había quedado. —Si no trabajamos durante la noche de navidad o año nuevo, deberíamos hacer una fiesta aquí. Ya saben...una buena bienvenida.— Sugiero cuando la idea llega a mi cabeza, hacia mucho tiempo que no había un motivo para celebrar y ahora, gracias a Magnar, si lo teníamos.
La promesa del niño me dibuja una traviesa sonrisa algo desconfiada en el rostro, no sería la primera vez que no cumple con su palabra y sorprendentemente no podía enfadarme con él. Incluso Val era incapaz de reprenderlo y eso era una importante novedad.
No me molesto en explicar la broma que Santiago no comprendió y agradezco la llegada de mi hermana para cambiar de tema. —Gracias, hoy me bañé.— Respondo bromeando y giro un poco la cabeza para recibir con gusto el beso en la mejilla.
Sé que Val robará por completo mi taza, así que en lugar de discutir, me paro y le sirvo una a ella hasta el tope. —Ustedes pueden decorarlo, yo los miro.— Comento entregándole la bebida a Val, para luego tomar asiento.
Sacó una nueva galleta del paquete y lo vuelvo a hundir en el humeante chocolate, mientras que con la mano libre rascó un poco los mechones de cabellos demasiados largos para mi gusto.
Paseo la mirada a través de la cocina y me encojo de hombros. —No está tan mal, tal vez con par de muebles nuevos, un poco pintura... y un televisor enorme en la sala.— No hacía falta nada más. O eso pensaba, porque cuando Santi me recuerda que no tiene una cama apropiada, miro a Val arqueando las cejas. —Tú eres raro y no está en discusión, compraremos una cama para ti y también mariscos para una paella.— Una enorme sonrisa de oreja a oreja se forma en mi rostro. —Ya compré el arroz.— Le informó a mi hermana, otro asunto sin derecho a replica.
Bebo un par de sorbos del delicioso chocolate y con las mangas del suéter me limpió el bigote que había quedado. —Si no trabajamos durante la noche de navidad o año nuevo, deberíamos hacer una fiesta aquí. Ya saben...una buena bienvenida.— Sugiero cuando la idea llega a mi cabeza, hacia mucho tiempo que no había un motivo para celebrar y ahora, gracias a Magnar, si lo teníamos.
Una leve sacudida de cabeza acompaña mi negación cuando Diego dice que podemos decorar nosotros y él va a mirar —Ni de coña, amigo, tú vas a decorar con nosotros, que también es tu casa— sonrío. Recibo mi taza con una sonrisa y se la agradezco a mi hermano con un gesto cariñoso, antes de coger una galleta, mojarla en el chocolate y saborear esta delicia que parece devolver el calor y la vida a mis entrañas. Paseo la mirada por la estancia a la vez que lo hace Diego y hago una pequeña mueca —También algún cuadro, o algo de color... Estoy de acuerdo con el televisor gigante, ¡hasta podemos plantearnos un proyector!— comento, animada con las ideas que vienen a mi cabeza. Realmente estoy necesitada de sentir que este gran espacio es nuestro hogar. Tener a Diego ya ayuda porque, al final, mi hogar siempre es él, pero necesito sentirme esta casa mía para estar cómoda. Porque llevo dentro una inquietud que me cuesta comprender.
Santi pide dormir en el suelo y Diego y yo intercambiamos una de esas miradas que solemos compartir cuando nos divierten las circunstancias, o nos extrañan. Me parece que en este caso es ambas cosas. Sonrío, curiosa, con la respuesta de Diego, y luego dirijo mi mirada hacia el pequeño de la casa —Podemos comprarte una cama para cuando te apetezca dormir en algo blandito. O para cuando quiera traer a alguien a casa— bromeo, guiñándole un ojo —. Y cuando quieras dormir en el suelo... Bueno, podemos ponerte una alfombra mullida, para que no tengas dolor de espalda luego cuando tengamos trabajo. El suelo de una casa es duro, Santi— le digo. Luego me giro hacia Diego —Oh, por favor. Me muero de ganas de hacer un arroz. Sí— sonrío, apoyando completamente la idea. Podemos ir un día al cuatro a comprar marisco y pescado fresco, justo cuando lo vayan a vender salido del mar.
Me rasco la nuca y miro a mi hermano con una sonrisa. Luego estiro los brazos, descansando un momento del chocolate —Una fiesta suena genial. Por fin de año. Podemos celebrar que va a ser un año bueno para nosotros... Que por fin tendremos un trabajo digno, papeles legales, y todas esas cosas— sonrío. Le doy un trago a mi taza de chocolate, lo cual hace que quede encima de mi labio superior una mancha marrón. Me río un poco, limpiándola con la lengua, y luego miro a Santi —Podemos invitar a quien quieras, también. Aunque no haría una fiesta demasiado loca— comento. Ya hay vecinos no muy contentos con nuestra presencia aquí, lo último que nos falta es montar una fiesta que haga que nos odien más.
Santi pide dormir en el suelo y Diego y yo intercambiamos una de esas miradas que solemos compartir cuando nos divierten las circunstancias, o nos extrañan. Me parece que en este caso es ambas cosas. Sonrío, curiosa, con la respuesta de Diego, y luego dirijo mi mirada hacia el pequeño de la casa —Podemos comprarte una cama para cuando te apetezca dormir en algo blandito. O para cuando quiera traer a alguien a casa— bromeo, guiñándole un ojo —. Y cuando quieras dormir en el suelo... Bueno, podemos ponerte una alfombra mullida, para que no tengas dolor de espalda luego cuando tengamos trabajo. El suelo de una casa es duro, Santi— le digo. Luego me giro hacia Diego —Oh, por favor. Me muero de ganas de hacer un arroz. Sí— sonrío, apoyando completamente la idea. Podemos ir un día al cuatro a comprar marisco y pescado fresco, justo cuando lo vayan a vender salido del mar.
Me rasco la nuca y miro a mi hermano con una sonrisa. Luego estiro los brazos, descansando un momento del chocolate —Una fiesta suena genial. Por fin de año. Podemos celebrar que va a ser un año bueno para nosotros... Que por fin tendremos un trabajo digno, papeles legales, y todas esas cosas— sonrío. Le doy un trago a mi taza de chocolate, lo cual hace que quede encima de mi labio superior una mancha marrón. Me río un poco, limpiándola con la lengua, y luego miro a Santi —Podemos invitar a quien quieras, también. Aunque no haría una fiesta demasiado loca— comento. Ya hay vecinos no muy contentos con nuestra presencia aquí, lo último que nos falta es montar una fiesta que haga que nos odien más.
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Siendo sincero, no me sorprende que Diego no quiera decorar el árbol con nosotros. Está cantado que es el más amargado de los tres y más vale que empiece a cambiar eso si no quiere morir soltero... Porque seguro las chicas quieren estar con él por una noche, pero si lo tienen que aguantar toda la vida ¡Uff! Seguro salen corriendo para el otro lado. Por ahí le doy un par de consejos para ser adorable después. No se nada de relaciones y mujeres pero sí sé ganarme el cariño de la gente... No por nada estoy viviendo con dos hermanos que hasta hace unos años eran desconocidos, y no por nada Becca me acogió cuando era solo un cachorro.
- Proyector... Eso es lo de las pelis ¿No? - pregunto con el ceño fruncido. No ví muchas en el norte, es difícil siendo un pobre repudiado pero tengo entendido que en el Capitolio hay cines en donde las proyectan y ponen el sonido bien fuerte para que puedas escuchar por arriba del ruido que uno hace al masticar ¡Está todo pensado! Todavía no voy a esos lugares pero estoy seguro de que me van a encantar.
La respuesta de Diego respecto a la cama no me gusta mucho, pero por suerte Val ablanda un poco las palabras y casi que me convence con lo que dice. Podría tener una cama aunque no tengo pensado invitar a nadie a dormir ¿Pijamadas en el Capitolio? ¡Si todavía no tengo amigos! - Una alfombra estaría bien - respondo relajando el gesto de mi rostro - Pero estoy acostumbrado a dormir en el piso ¡Crecí en el piso! - intento defenderme - Así que no me presionen, de a poco - no me presionen... va a ser mi frase. Es que con tantos cambios, todo es abrumador.
Dejo que ellos se encarguen de la charla de la comida porque no tengo idea de eso. Yo nomás dejo que cocinen y después me como lo que sea que me pongan en el plato, hasta ahora me funciona. Por suerte esa charla no dura mucho y me acuerdo de que me invitaron a una fiesta cuando estaba consiguiendo el árbol. Podríamos ir a esa ¿No? Ir es más fácil que organizar, y así no gastamos la poca plata que tenemos - Hay un juez que hace una fiesta de fin de año ¿Podemos ir a esa? Parecía gente copada - una prueba más de que caigo bien ¿Por qué iban a invitarme sino?
- Proyector... Eso es lo de las pelis ¿No? - pregunto con el ceño fruncido. No ví muchas en el norte, es difícil siendo un pobre repudiado pero tengo entendido que en el Capitolio hay cines en donde las proyectan y ponen el sonido bien fuerte para que puedas escuchar por arriba del ruido que uno hace al masticar ¡Está todo pensado! Todavía no voy a esos lugares pero estoy seguro de que me van a encantar.
La respuesta de Diego respecto a la cama no me gusta mucho, pero por suerte Val ablanda un poco las palabras y casi que me convence con lo que dice. Podría tener una cama aunque no tengo pensado invitar a nadie a dormir ¿Pijamadas en el Capitolio? ¡Si todavía no tengo amigos! - Una alfombra estaría bien - respondo relajando el gesto de mi rostro - Pero estoy acostumbrado a dormir en el piso ¡Crecí en el piso! - intento defenderme - Así que no me presionen, de a poco - no me presionen... va a ser mi frase. Es que con tantos cambios, todo es abrumador.
Dejo que ellos se encarguen de la charla de la comida porque no tengo idea de eso. Yo nomás dejo que cocinen y después me como lo que sea que me pongan en el plato, hasta ahora me funciona. Por suerte esa charla no dura mucho y me acuerdo de que me invitaron a una fiesta cuando estaba consiguiendo el árbol. Podríamos ir a esa ¿No? Ir es más fácil que organizar, y así no gastamos la poca plata que tenemos - Hay un juez que hace una fiesta de fin de año ¿Podemos ir a esa? Parecía gente copada - una prueba más de que caigo bien ¿Por qué iban a invitarme sino?
Miro a Santi con una sonrisa tierna y asiento con la cabeza —Es lo de las pelis, sí— le digo. Porque realmente estaría genial podernos sentar todos juntos a ver películas, incluso invitar a la jefa, o a los nuevos amigos que hagamos a partir de ahora. Porque me gustaría hacerlos, realmente. Poder tener a alguien fuera de mis hermanos. Sé que será difícil, todavía nos juzgan con la mirada cuando vamos por la calle, pero hay algo en mí que me pide a gritos poder sentirme, ni que sea por un periodo corto de tiempo, normal.
Veo que Santi cede un poco con lo de la alfombra y sonrío —Sin presión y con toda la calma que tu quieras, pero créenos... Tu espalda te va a agradecer mucho que duermas en una cama. O en un sitio que no sea el suelo duro de la casa. Y más si a la mañana siguiente te toca patrullar o entrenar— le digo, firme pero suave. Le doy otro trago al chocolate caliente y me muerdo el labio inferior, divertida con el hecho de que el cachorro se niegue a dormir en una cama. Es decir, hemos encontrado un sitio para vivir que está bastante bien, que tiene habitaciones para todos nosotros, que nos sitúa en un sitio igual al del resto de habitantes, pero nuestros instintos animales siguen primando en muchas cosas.
Cuando propone ir a la fiesta del juez miro a Diego con una pequeña mueca, y luego miro a Santi —¿Sí? ¿Crees que nos querrán ahí?— le señalo —Es decir, no me cabe duda de que a ti sí te quieren, eres la alegría de cualquier fiesta, pero no sé si a nosotros nos darían la misma bienvenida— argumento. Él es un chaval joven que hace buenas migas con todo el mundo, pero nosotros no estamos tanto en esa situación, y me da miedo que no nos acojan tanto. Y quiero pasarlo bien en las fiestas, no amargarme porque todo el mundo nos mira raro —Es decir, si crees que nos pueden invitar, por mí vale. Pero... Eso— termino, con la prudencia por delante.
Veo que Santi cede un poco con lo de la alfombra y sonrío —Sin presión y con toda la calma que tu quieras, pero créenos... Tu espalda te va a agradecer mucho que duermas en una cama. O en un sitio que no sea el suelo duro de la casa. Y más si a la mañana siguiente te toca patrullar o entrenar— le digo, firme pero suave. Le doy otro trago al chocolate caliente y me muerdo el labio inferior, divertida con el hecho de que el cachorro se niegue a dormir en una cama. Es decir, hemos encontrado un sitio para vivir que está bastante bien, que tiene habitaciones para todos nosotros, que nos sitúa en un sitio igual al del resto de habitantes, pero nuestros instintos animales siguen primando en muchas cosas.
Cuando propone ir a la fiesta del juez miro a Diego con una pequeña mueca, y luego miro a Santi —¿Sí? ¿Crees que nos querrán ahí?— le señalo —Es decir, no me cabe duda de que a ti sí te quieren, eres la alegría de cualquier fiesta, pero no sé si a nosotros nos darían la misma bienvenida— argumento. Él es un chaval joven que hace buenas migas con todo el mundo, pero nosotros no estamos tanto en esa situación, y me da miedo que no nos acojan tanto. Y quiero pasarlo bien en las fiestas, no amargarme porque todo el mundo nos mira raro —Es decir, si crees que nos pueden invitar, por mí vale. Pero... Eso— termino, con la prudencia por delante.
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Bah, mi espada se tuvo que acomodar en cada cosa incómoda que un piso llano y sin riesgos de que ataquen alimañas es un sueño hecho realidad. La cama es demasiado cómoda, me haría saber que estoy en un lugar extraño y con eso no me podría dormir nunca... Por ahí con el tiempo me voy acostumbrando ¿Quién sabe? Y me puedo comprar una de esas doble plaza con acolchado de peluche y demás boludeses que venden en los negocios ¿Quién necesita almohadas inteligentes? ¿QUIÉN NECESITA ALMOHADAS! Las persona del Capitolio tienen su plata invertida en las cosas equivocadas, pero meh, no voy a juzgarlos.
- Me invitaron - les digo rápido para que no piensen que estoy proponiendo que nos colemos o algo. La verdad es que no estaría tan mal hacerlo, sería una aventura... Pero acá iríamos en buena ley, bien vestidos y con alguna bebida para ofrecer al anfitrión - Aunque no tenía el traje puesto así que no saben que soy lobo - y no tienen por qué saberlo de momento. Tampoco es que lo voy a andar gritando para ganarme el bullying automático.
- Esta gente se va a tener que acostumbrar a que vinimos para quedarnos - dejo salir porque no quiero que vaya con miedo a lo que pase - Les va a costar seguramente, todos los cambios cuestan, pero se van a dar cuenta de que estamos de su lado y nos van a aceptar, tengo fe.
- Me invitaron - les digo rápido para que no piensen que estoy proponiendo que nos colemos o algo. La verdad es que no estaría tan mal hacerlo, sería una aventura... Pero acá iríamos en buena ley, bien vestidos y con alguna bebida para ofrecer al anfitrión - Aunque no tenía el traje puesto así que no saben que soy lobo - y no tienen por qué saberlo de momento. Tampoco es que lo voy a andar gritando para ganarme el bullying automático.
- Esta gente se va a tener que acostumbrar a que vinimos para quedarnos - dejo salir porque no quiero que vaya con miedo a lo que pase - Les va a costar seguramente, todos los cambios cuestan, pero se van a dar cuenta de que estamos de su lado y nos van a aceptar, tengo fe.
La rapidez con la que aclara que le han invitado me arranca una sonrisa tierna. Niego con la cabeza, quitándole importancia —Está bien, está bien. Solo intenta que no descubran en plena fiesta, que no queremos que se líe ahí— bromeo. Aunque no tan en broma. No me gustaría que en una festividad como la celebración del año nuevo, de repente sea un problema que un chico lobo esté presente. No me gustaría que la realidad le petara en la cara a Santi de esa forma, no cuando se le ve con tantas ganas de salir a esa fiesta y celebrar.
Pero hay algo en su idealismo, en su firmeza, que hace que una sonrisa aparezca en mis labios. Asiento, divertida —Yo también tengo fe— digo. Aunque no es del todo verdad, sí que quiero tenerla. Porque hay en mí un miedo latente, todavía, a que todo esto sea una broma pesada. A que nos hayan dado derechos ahora, pero en un futuro, cuando ya no les seamos de utilidad, nos los retiren y vuelvan a echarnos. Y aunque quiero tener fe en que eso no va a pasar y en que las cosas realmente podrían cambiar con Aminoff, prefiero mantener el miedo y la prudencia para que, en caso de que realmente esto sea solo temporal, la hostia de realidad no duela tanto.
Pero, aún así, miro al cachorro con una sonrisa —Está bien. Por mí podemos ir— le concedo —Pero tendremos que buscar algo de ropa adecuada, ¿no? No creo que nos apetezca ir con el uniforme— bromeo. Me termino el chocolate y me levanto para dejar el cuenco en la cocina —¿Qué te parece, Santi? ¿Te apetece ir de compras? Tienes que probarte un traje o algo por el estilo, por favor— me río, imaginando al joven, que siempre es tan desgarbado, vestido con camisa y traje. De repente esta fiesta se hace mucho más apetecible y divertida. Aunque ya no me hará tanta gracia cuando me insistan en ponerme tacones. Odio los tacones. No se me dan bien.
Pero hay algo en su idealismo, en su firmeza, que hace que una sonrisa aparezca en mis labios. Asiento, divertida —Yo también tengo fe— digo. Aunque no es del todo verdad, sí que quiero tenerla. Porque hay en mí un miedo latente, todavía, a que todo esto sea una broma pesada. A que nos hayan dado derechos ahora, pero en un futuro, cuando ya no les seamos de utilidad, nos los retiren y vuelvan a echarnos. Y aunque quiero tener fe en que eso no va a pasar y en que las cosas realmente podrían cambiar con Aminoff, prefiero mantener el miedo y la prudencia para que, en caso de que realmente esto sea solo temporal, la hostia de realidad no duela tanto.
Pero, aún así, miro al cachorro con una sonrisa —Está bien. Por mí podemos ir— le concedo —Pero tendremos que buscar algo de ropa adecuada, ¿no? No creo que nos apetezca ir con el uniforme— bromeo. Me termino el chocolate y me levanto para dejar el cuenco en la cocina —¿Qué te parece, Santi? ¿Te apetece ir de compras? Tienes que probarte un traje o algo por el estilo, por favor— me río, imaginando al joven, que siempre es tan desgarbado, vestido con camisa y traje. De repente esta fiesta se hace mucho más apetecible y divertida. Aunque ya no me hará tanta gracia cuando me insistan en ponerme tacones. Odio los tacones. No se me dan bien.
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No hay luna llena así que dudo que por alguna razón terminen descubriendo que soy un lobo. Aunque, siendo honesto, nunca me puse muy ebrio en público y hay posibilidades de que lo haga ese día así que ¿Quién sabe lo que puede llegar a pasar? Por ahí soy de los que se suben arriba de las mesas y empiezan a cantar, por ahí de los que lloran en los rincones o de los que se ponen agresivos y muestran los dientes orgullosos de ser una criatura sobrenatural que todos odian. Nah, es poco probable que pase ésto último, no me veo en esa faceta para nada.
Me bajo la chocolatada de un trago justo cuando Val propone que vayamos a comprar ropa y le dedico una sonrisa algo dubitativa. En realidad no creo que me vaya eso de los trajes, prefiero una camisa cómoda y suelta y un pantalón con el que pueda moverme bien... ¿Zapatos? No va a pasar - Aunque el lobo se vista de seda... lobo queda - respondo encogiéndome de hombros pero al final suspiro - Está bien, pero yo elijo ¿Ok? Nada de querer meterme en un traje blanco de esos que usan los ricachones. - advierto con un dedo en alto.
Sé que no tenemos plata para éstas cosa todavía, pero vamos a tenerla algún día y para eso existen las tarjetas de crédito ¿No? Dudo convertirme en un adicto a las compras así que creo que puedo sacar un pequeño crédito para tener la ropa adecuada para éste año nuevo. Viví en la jungla pero algo me dice que el shopping va a ser peor, mucho peor.
Me bajo la chocolatada de un trago justo cuando Val propone que vayamos a comprar ropa y le dedico una sonrisa algo dubitativa. En realidad no creo que me vaya eso de los trajes, prefiero una camisa cómoda y suelta y un pantalón con el que pueda moverme bien... ¿Zapatos? No va a pasar - Aunque el lobo se vista de seda... lobo queda - respondo encogiéndome de hombros pero al final suspiro - Está bien, pero yo elijo ¿Ok? Nada de querer meterme en un traje blanco de esos que usan los ricachones. - advierto con un dedo en alto.
Sé que no tenemos plata para éstas cosa todavía, pero vamos a tenerla algún día y para eso existen las tarjetas de crédito ¿No? Dudo convertirme en un adicto a las compras así que creo que puedo sacar un pequeño crédito para tener la ropa adecuada para éste año nuevo. Viví en la jungla pero algo me dice que el shopping va a ser peor, mucho peor.
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