OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Podía haberse solucionado mejor, pero también peor. Mucho peor. Por ello no pensó demasiado y, en cuanto sus pies acabaron fuera del despacho de Powell, solo tomó una profunda respiración por la boca y miró hacia ambos lados del pasillo, percatándose de que nadie había allí para esbozar una fugaz sonrisa. Una que no permaneció demasiado en sus labios dado a los comentarios, incluso recomendaciones o advertencias amistosas, que había recibido segundos antes. Entendía lo sospechoso de su repentina salida del Ministerio. Quizás para los demás era algo que podían, de algún modo, encuadrar dentro de la normalidad. Pero no con su expediente, no con aquello que la catalogaba como una ‘traidora en potencia’; alguien que ya había escondido a un rebelde, y no a uno cualquiera precisamente, y que podía mantener el contacto en aquel círculo. Los que conocían el contenido del mismo podían comentarlo, para el resto era una salida más del redil, una plaza nueva a la que podrían optar en el futuro no muy lejano.
Solo podía hacer uso de su relativo poder una última vez, solo durante lo que restaba de día y antes de que el informe fuera tramitado. Y lo cierto era que Hans tenía demasiadas cosas entre manos como para tramitarlo con tal urgencia. Entró en su ex despacho para tomar el maletín que había dejado allí, echando una última ojeada antes de marcharse con la excusa de ir a realizar un imprevisto interrogatorio con un preso de Alcatraz. Tenía que salir del Ministerio a comprar antes de regresar y tomar el traslador que la transportara hasta la isla, por suerte no le tomaría más de veinte minutos adquirir ciertas provisiones alimentarias que pretendía compartir con alguien en concreto. Con el único auror que tenía su completa simpatía.
Guardó todo dentro del maletín, tomando el extremo del traslador y desapareciendo hasta que sus pies alcanzaron a tocar la superficie lisa de recepción; una amplia sala acondicionada y donde se encontraban distintos trasladores organizados por ministerios, a la par que custodiados. No tuvo más que mostrar su acreditación para que la dejaran pasar, cuando regresara al Ministerio la dejaría allí puesto que no la volvería a necesitar, y la acompañaran hasta la base de Seguridad. —Ya he contactado con un auror para que me acompañe— aclaró, dejando que sus pies se pararan, mordiéndose el lateral de la lengua antes de preguntar si sabían dónde se encontraba Solberg. A lo que respondieron con precisas indicaciones que siguió al pie de la letra, llegando hasta quedar parada frente a una puerta que golpeó con los nudillos pero de la que no esperó contestación puesto que entró. Encontrándose con varios pares de ojos fijos sobre ella en el mismo momento en el que se dejó ver en el umbral de la puerta. Frunció los labios, recorriendo la estancia con la mirada hasta que dio con él y chasqueó la lengua, saludando con una leve inclinación de cabeza. —Por motivos judiciales necesito que salgan todos de aquí— habló, permitiéndose entonces mirarlos apenas unos instantes —, excepto usted, señor Solberg.— especificó entrando en la sala y retirándose hacia un lado para permitir la salida de los que allí habían. —Será solo unos minutos, podrán volver a entrar cuando termine.— agregó, mirándolos nuevamente a la espera de que desaparecieran de allí. Estaba de buen humor y no quería que se le agriara por culpa de ellos, aunque lo cierto es que ver a Jaboke le había recordado algo más.
Solo podía hacer uso de su relativo poder una última vez, solo durante lo que restaba de día y antes de que el informe fuera tramitado. Y lo cierto era que Hans tenía demasiadas cosas entre manos como para tramitarlo con tal urgencia. Entró en su ex despacho para tomar el maletín que había dejado allí, echando una última ojeada antes de marcharse con la excusa de ir a realizar un imprevisto interrogatorio con un preso de Alcatraz. Tenía que salir del Ministerio a comprar antes de regresar y tomar el traslador que la transportara hasta la isla, por suerte no le tomaría más de veinte minutos adquirir ciertas provisiones alimentarias que pretendía compartir con alguien en concreto. Con el único auror que tenía su completa simpatía.
Guardó todo dentro del maletín, tomando el extremo del traslador y desapareciendo hasta que sus pies alcanzaron a tocar la superficie lisa de recepción; una amplia sala acondicionada y donde se encontraban distintos trasladores organizados por ministerios, a la par que custodiados. No tuvo más que mostrar su acreditación para que la dejaran pasar, cuando regresara al Ministerio la dejaría allí puesto que no la volvería a necesitar, y la acompañaran hasta la base de Seguridad. —Ya he contactado con un auror para que me acompañe— aclaró, dejando que sus pies se pararan, mordiéndose el lateral de la lengua antes de preguntar si sabían dónde se encontraba Solberg. A lo que respondieron con precisas indicaciones que siguió al pie de la letra, llegando hasta quedar parada frente a una puerta que golpeó con los nudillos pero de la que no esperó contestación puesto que entró. Encontrándose con varios pares de ojos fijos sobre ella en el mismo momento en el que se dejó ver en el umbral de la puerta. Frunció los labios, recorriendo la estancia con la mirada hasta que dio con él y chasqueó la lengua, saludando con una leve inclinación de cabeza. —Por motivos judiciales necesito que salgan todos de aquí— habló, permitiéndose entonces mirarlos apenas unos instantes —, excepto usted, señor Solberg.— especificó entrando en la sala y retirándose hacia un lado para permitir la salida de los que allí habían. —Será solo unos minutos, podrán volver a entrar cuando termine.— agregó, mirándolos nuevamente a la espera de que desaparecieran de allí. Estaba de buen humor y no quería que se le agriara por culpa de ellos, aunque lo cierto es que ver a Jaboke le había recordado algo más.
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El ajetreo de una oficina que ebullía en trabajo era algo que no se veía todos los días. El grupo de aurores que rodeaba la mesa principal parecía estar dispuesto a contraer el ceño hasta romper su rango de visión. Algunos rezagados comenzaban a entrar y salir atropelladamente. Y los que no hacían nada, como Jakobe en ese mismo instante, prefería estar apartados para no interrumpir la labor que todos allí estaban llevando a cabo. Parecía un patio de recreo, pues también había lugar para los gritos y las diferencias. Y sin embargo ninguno parecía estar enfadado. Era algo normal ver cómo todos se echaban en cara miles de cosas, pero ninguno buscaba sobreponerse a una opinión con tal de creerse más que nadie.
Y era lo único que le gustaba de su trabajo hasta que Aminoff entró al cargo.
Pensar en todo eso le hizo apretar los puños con fuerza. En la pantalla de una pequeña tablet, un conjunto de informes y peticiones varias descansaba a la vista de todo el mundo. Algunos de sus compañeros ya habían preguntado si no saldría a hacer ronda aquel día. Pero Lackberg tenía reservada su mañana pues su tarde se convertiría, nuevamente, en un calvario más. Todo lo que fuese poner en peligro su vida. Seguramente él estaría allí presente. Así lo había augurado el jefe de Aurores. Y así había sido desde que hubo plantado los pies fuera de su despacho.
El estruendo resonó cuando la puerta se abrió y todo el mundo observó, atento, a la figura femenina que empezó a lanzar órdenes desde la distancia. El noruego se incorporó en la silla, de haber estado la mayor parte del tiempo completamente estirado, y la miró con los ojos muy abiertos dar órdenes. Poco tardaron en desaparecer del departamento, dejándolo completamente vacío y con el único sonido que le de sus respiraciones y la magia hacer funcionar todas las máquinas y cachivaches que utilizaban para ir detrás de todos los... débiles.
—Esto... ¿van a detenerme? —preguntó, sin saber de qué iba todo aquello ni por qué ella parecía tan feliz hasta que lo había encontrado en la sala. Ni siquiera se tomó la molestia de levantarse, se mantuvo en su sitio observándola desde donde se encontraba, y suspiró al rato cuando no entendió de qué iba todo aquello. —Si lo que querías era un rato a solas, hay formas menos evidentes y escandalosas de pedirlo. Espero que sea importante —se mofó, divertido. ¿Qué diablos estaba haciendo ella allí? Apenas se había inmiscuido por esos lares desde que ambos habían conseguido una plaza en sus respectivos departamentos.
Y era lo único que le gustaba de su trabajo hasta que Aminoff entró al cargo.
Pensar en todo eso le hizo apretar los puños con fuerza. En la pantalla de una pequeña tablet, un conjunto de informes y peticiones varias descansaba a la vista de todo el mundo. Algunos de sus compañeros ya habían preguntado si no saldría a hacer ronda aquel día. Pero Lackberg tenía reservada su mañana pues su tarde se convertiría, nuevamente, en un calvario más. Todo lo que fuese poner en peligro su vida. Seguramente él estaría allí presente. Así lo había augurado el jefe de Aurores. Y así había sido desde que hubo plantado los pies fuera de su despacho.
El estruendo resonó cuando la puerta se abrió y todo el mundo observó, atento, a la figura femenina que empezó a lanzar órdenes desde la distancia. El noruego se incorporó en la silla, de haber estado la mayor parte del tiempo completamente estirado, y la miró con los ojos muy abiertos dar órdenes. Poco tardaron en desaparecer del departamento, dejándolo completamente vacío y con el único sonido que le de sus respiraciones y la magia hacer funcionar todas las máquinas y cachivaches que utilizaban para ir detrás de todos los... débiles.
—Esto... ¿van a detenerme? —preguntó, sin saber de qué iba todo aquello ni por qué ella parecía tan feliz hasta que lo había encontrado en la sala. Ni siquiera se tomó la molestia de levantarse, se mantuvo en su sitio observándola desde donde se encontraba, y suspiró al rato cuando no entendió de qué iba todo aquello. —Si lo que querías era un rato a solas, hay formas menos evidentes y escandalosas de pedirlo. Espero que sea importante —se mofó, divertido. ¿Qué diablos estaba haciendo ella allí? Apenas se había inmiscuido por esos lares desde que ambos habían conseguido una plaza en sus respectivos departamentos.
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Ni siquiera se molestó en mirar la hora que marcaba el reloj antes de abandonar la oficina. Tenía asuntos que cerrar antes de marcharse de Wizengamot, pero prefería dejarlos para primera hora del día siguiente, en aquel momento lo único que quería era respirar, volver a hacerlo después de cierto tiempo sintiendo que las cuatro paredes de aquel despacho se le venían encima. Meses atrás las coas habrían sido completamente diferentes. Posiblemente la renuncia no hubiera estado dentro de sus planes, solo habría seguido viviendo con aquella doble moral, sobreviviendo sin importarle demasiado nada; o, en el hipotético caso de haber terminado de la misma manera, sus pies se habrían dirigido directamente, sin pausa alguna, hasta el distrito cuatro. ¿Ir al encuentro de alguien? ¿Ella?
Se retiró hacia un lado, mostrando paciencia y amabilidad mientras todos, uno tras otro, atravesaban el marco de la puerta hasta acabar en el pasillo. Ver un juez por aquellos lares era algo extraño, pasaba una vez cada siglo. Bueno, quizás no. Tenían citas concertadas con presos, por lo que en alguna ocasión acababan allí para llevar los trámites lo más ágiles posible, pero no dirigirse directamente hacia uno de las oficinas. Mucho menos inquiriendo la presencia de un auror concreto. Y aquella la divertía, lo hacía como nunca había pasado. Mordió su mejilla por dentro, inclinando la cabeza ligeramente, a modo de despedida, antes de cerrar la puerta y volver sus azules ojos a la única persona, a parte de ella, que allí quedaba.
Sus pasos se dirigieron hacia una de las mesas, dejando sobre ésta su maletín y, entonces, entrelazó las manos tras su cuerpo, caminando de un lado para otro observando todo lo que la rodeaba. Ignoró deliberadamente sus primeras palabras, permitiéndose esbozar una tenue sonrisa, girando el rostro hacia él. Suspiró, acercándose hasta él y ocupando una silla cercana. —Creo que tus compañeros van a interrogarte más de lo que lo haré yo— pronunció con lentitud, cruzando las piernas para apoyar las manos sobre éstas, acompañando sus palabras con suaves movimientos de su pie. —¿Un rato a solas? Si quieres llamo a tus compañeros— contestó, levantándose de la silla y señalando con el pulgar derecho la puerta. —Aunque no he traído comida para todos, sería un poco incómodo— agregó, volviendo hasta el maletín y tomándolo entre sus manos. —Estoy de buen humor y quería ser amable con alguien… pero estoy comenzando a dudar de si eres merecedor de tal honor— arrugó los labios, frotándose la barbilla con la mano libre.
Se retiró hacia un lado, mostrando paciencia y amabilidad mientras todos, uno tras otro, atravesaban el marco de la puerta hasta acabar en el pasillo. Ver un juez por aquellos lares era algo extraño, pasaba una vez cada siglo. Bueno, quizás no. Tenían citas concertadas con presos, por lo que en alguna ocasión acababan allí para llevar los trámites lo más ágiles posible, pero no dirigirse directamente hacia uno de las oficinas. Mucho menos inquiriendo la presencia de un auror concreto. Y aquella la divertía, lo hacía como nunca había pasado. Mordió su mejilla por dentro, inclinando la cabeza ligeramente, a modo de despedida, antes de cerrar la puerta y volver sus azules ojos a la única persona, a parte de ella, que allí quedaba.
Sus pasos se dirigieron hacia una de las mesas, dejando sobre ésta su maletín y, entonces, entrelazó las manos tras su cuerpo, caminando de un lado para otro observando todo lo que la rodeaba. Ignoró deliberadamente sus primeras palabras, permitiéndose esbozar una tenue sonrisa, girando el rostro hacia él. Suspiró, acercándose hasta él y ocupando una silla cercana. —Creo que tus compañeros van a interrogarte más de lo que lo haré yo— pronunció con lentitud, cruzando las piernas para apoyar las manos sobre éstas, acompañando sus palabras con suaves movimientos de su pie. —¿Un rato a solas? Si quieres llamo a tus compañeros— contestó, levantándose de la silla y señalando con el pulgar derecho la puerta. —Aunque no he traído comida para todos, sería un poco incómodo— agregó, volviendo hasta el maletín y tomándolo entre sus manos. —Estoy de buen humor y quería ser amable con alguien… pero estoy comenzando a dudar de si eres merecedor de tal honor— arrugó los labios, frotándose la barbilla con la mano libre.
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