OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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—Lady Cora, por favor no dejes la puerta abierta o Liesel puede escaparse. No conoce aún el vecindario y puede perderse.— Pidió la rubia mientras que con su varita hacía flotar las cajas desparramadas a lo largo de todo el jardín delantero y las ingresaba al salón principal de la enorme casa.
Era demasiado espacio para una persona, su elfina y un gato y no podía estar más que asustada por todas las experiencias nuevas que le esperaba en el futuro...O durante la cena, mas se negaba a ver sólo el lado negativo de la situación. Estaba haciendo lo correcto a pesar de no estar cien por ciento segura.
Lady Cora atrapó al animal y lo encerró en el interior de uno de los dormitorios, para poder continuar con la limpieza y también ayudar a la sanadora a organizar los muebles y sus pertenencias. Ella también estaba emocionada por todo e incluso ya se había apropiado de la habitación con vista al lago. Ari no iba a discutir por ello, por supuesto.
Al pisar el interior de su nuevo hogar, una enorme sonrisa ilusionada se formó en su rostro, podía hacer lo que quisiera y lo primero que decidió, antes de terminar de meter todas las cajas de cartón a la sala, fue mover la varita y cambiar el color de algunas de las paredes, cortinas y también el tapizado de las sillas.
En el salón principal utilizó un amarillo pastel, en otra un anaranjado e incluso en la cocina transformó lo blanco en un color parecido al vino tinto. Le encantaban los tonos pastel en las estructuras.
Con esos detalles acabados, limpió las palmas de sus manos en la tela de sus jeans y luego de acomodar el sombrero de lana sobre su cabeza, salió de nuevo al jardín para continuar con el desfile de objetos voladores.
No quedaban muchas cosas por acomodar y meter, pero Ariadna ya estaba agotada y el gato decidió escapar por la puerta abierta en el peor momento. —¡Liesel no!— Lo regañó levantando la voz lo más que pudo, que no fue tanto y comenzó a perseguirlo, esperando que Lady Cora cuidara de los muebles que aún permanecían sobre el césped.
Era demasiado espacio para una persona, su elfina y un gato y no podía estar más que asustada por todas las experiencias nuevas que le esperaba en el futuro...O durante la cena, mas se negaba a ver sólo el lado negativo de la situación. Estaba haciendo lo correcto a pesar de no estar cien por ciento segura.
Lady Cora atrapó al animal y lo encerró en el interior de uno de los dormitorios, para poder continuar con la limpieza y también ayudar a la sanadora a organizar los muebles y sus pertenencias. Ella también estaba emocionada por todo e incluso ya se había apropiado de la habitación con vista al lago. Ari no iba a discutir por ello, por supuesto.
Al pisar el interior de su nuevo hogar, una enorme sonrisa ilusionada se formó en su rostro, podía hacer lo que quisiera y lo primero que decidió, antes de terminar de meter todas las cajas de cartón a la sala, fue mover la varita y cambiar el color de algunas de las paredes, cortinas y también el tapizado de las sillas.
En el salón principal utilizó un amarillo pastel, en otra un anaranjado e incluso en la cocina transformó lo blanco en un color parecido al vino tinto. Le encantaban los tonos pastel en las estructuras.
Con esos detalles acabados, limpió las palmas de sus manos en la tela de sus jeans y luego de acomodar el sombrero de lana sobre su cabeza, salió de nuevo al jardín para continuar con el desfile de objetos voladores.
No quedaban muchas cosas por acomodar y meter, pero Ariadna ya estaba agotada y el gato decidió escapar por la puerta abierta en el peor momento. —¡Liesel no!— Lo regañó levantando la voz lo más que pudo, que no fue tanto y comenzó a perseguirlo, esperando que Lady Cora cuidara de los muebles que aún permanecían sobre el césped.
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Llevo ya unos cuantos días haciendo cajas. Estoy guardando mi ropa en cajas, mis libros en cajas, mis zapatos en cajas, mis recuerdos en cajas. Mi padre no está llevando bien que ya no duerma cada día en casa, lo que me hace replantearme si de verdad es la mejor opción alargar el proceso de traslado en vez de hacerlo de golpe y que el shock se concentre ahí. Sea como sea, el problema principal es que se me han terminado las cajas, y aunque sería cómodo hacer un traslado puramente con magia, temo que sea un caos y empiece a perder cosas. No quiero emanciparme de una forma tan desastrosa, la verdad.
Aunque la idea de comprar cajas sería lo más práctico, opto por salir a la calle a ver si alguien ha dejado alguna cerca de un contenedor de la basura o algo por el estilo. ¿Para qué comprar cuando puedes reutilizar? O, leyéndolo desde alguien que quiere ahorrar sea como sea, ¿por qué gastar dinero cuando puedes coger de forma gratuita todo aquello que otros ya no usan y han abandonado? Pero la búsqueda de cajas de cartón no resulta demasiado fructífera. Camino por muchas calles y avenidas, por barrios residenciales, me alejo bastante de la casa de mi padre, y no encuentro ninguna caja de cartón en un estado suficientemente bueno como para poder soportar una mudanza.
Lo que sí que me encuentro es un gato. ¿O es gata? Veo al animal corriendo por la calle y me agacho, como hago siempre con los animales, con la esperanza de que venga a mí. ¡Y lo hace! Le acaricio la cabecita al animal, sonriendo —Hola, bonito... ¿O bonita?— intento levantar el animal para ver si se trata de un macho o una hembra, pero el guñido que suelta delata que al ser peludo no le hace ninguna gracia que le haga eso —De acuerdo, de acuerdo, no te levanto, no nos enfademos— le susurro, acariciándole el lomo con cariño. Bueno, tal vez no he encontrado cajas, pero sí he hecho un amigo. O amiga. El animal ronronea con mis atenciones y yo jugueteo con su pelo, sonriendo —¿Estás solo o vas con alguien? ¿No te habrás escapado, no?— le digo, como quién regaña a un niño pequeño pese a saber que no entenderá una palabra de lo que le estés diciendo.
Aunque la idea de comprar cajas sería lo más práctico, opto por salir a la calle a ver si alguien ha dejado alguna cerca de un contenedor de la basura o algo por el estilo. ¿Para qué comprar cuando puedes reutilizar? O, leyéndolo desde alguien que quiere ahorrar sea como sea, ¿por qué gastar dinero cuando puedes coger de forma gratuita todo aquello que otros ya no usan y han abandonado? Pero la búsqueda de cajas de cartón no resulta demasiado fructífera. Camino por muchas calles y avenidas, por barrios residenciales, me alejo bastante de la casa de mi padre, y no encuentro ninguna caja de cartón en un estado suficientemente bueno como para poder soportar una mudanza.
Lo que sí que me encuentro es un gato. ¿O es gata? Veo al animal corriendo por la calle y me agacho, como hago siempre con los animales, con la esperanza de que venga a mí. ¡Y lo hace! Le acaricio la cabecita al animal, sonriendo —Hola, bonito... ¿O bonita?— intento levantar el animal para ver si se trata de un macho o una hembra, pero el guñido que suelta delata que al ser peludo no le hace ninguna gracia que le haga eso —De acuerdo, de acuerdo, no te levanto, no nos enfademos— le susurro, acariciándole el lomo con cariño. Bueno, tal vez no he encontrado cajas, pero sí he hecho un amigo. O amiga. El animal ronronea con mis atenciones y yo jugueteo con su pelo, sonriendo —¿Estás solo o vas con alguien? ¿No te habrás escapado, no?— le digo, como quién regaña a un niño pequeño pese a saber que no entenderá una palabra de lo que le estés diciendo.
Durante su tiempo libre, una de las actividades que disfrutaba bastante era correr o cabalgar por la orilla de la playa y menos mal que lo hacía, porque después de unas cinco cuadras persiguiendo a Liesel, aún podía continuar sin sentir que el oxigeno le faltaba.
Para su suerte, al doblar por una de las esquinas, vio cómo su gato se recostaba en el suelo y recibía con alegría las caricias de una joven. —Hey...muchas gracias por atraparlo.— Murmuró con el rostro algo enrojecido culpa del trote.
Antes de continuar con la casual conversación, la rubia acomodó su sombrero de lana y tomó varias bocanadas de aire para disminuir su ritmo cardíaco. Bueno, si tenía que entrenar un poco más.
Se agachó y con cuidado levantó a su mascota, quien recostó la cabeza sobre el hombro de ella haciéndole cosquillas con los bigotes y ronroneó. —Él es Liesel...y mi nombre es Ariadna, mucho gusto en conocerte...— Se presentó con una enorme sonrisa pintada en el rostro, mientras estiraba el brazo libre para estrechar su mano. —Estoy en plena mudanza y se le ha escapado a mi elfina.— Explicó riendo, al mismo tiempo que acomodaba la corbata verde que decoraba el cuello del gato.
Aprovechando la oportunidad de hacer nuevos amigos y por supuesto, conocer a sus vecino, la sanadora observó su alrededor con curiosidad. Era un barrio muy pintoresco y bonito, no tan hermoso como su hogar en la isla, pero tenía lo suyo. —No conozco a nadie aún, ¿quizás tienes tiempo de pasar por una taza de té o recorrer el barrio?— Sugirió y esta vez su rostro se sonrojó por la vergüenza. Claramente ella no servía para eventos sociales comunes. —Si quieres, claro.— Se apresuró en agregar.
Para su suerte, al doblar por una de las esquinas, vio cómo su gato se recostaba en el suelo y recibía con alegría las caricias de una joven. —Hey...muchas gracias por atraparlo.— Murmuró con el rostro algo enrojecido culpa del trote.
Antes de continuar con la casual conversación, la rubia acomodó su sombrero de lana y tomó varias bocanadas de aire para disminuir su ritmo cardíaco. Bueno, si tenía que entrenar un poco más.
Se agachó y con cuidado levantó a su mascota, quien recostó la cabeza sobre el hombro de ella haciéndole cosquillas con los bigotes y ronroneó. —Él es Liesel...y mi nombre es Ariadna, mucho gusto en conocerte...— Se presentó con una enorme sonrisa pintada en el rostro, mientras estiraba el brazo libre para estrechar su mano. —Estoy en plena mudanza y se le ha escapado a mi elfina.— Explicó riendo, al mismo tiempo que acomodaba la corbata verde que decoraba el cuello del gato.
Aprovechando la oportunidad de hacer nuevos amigos y por supuesto, conocer a sus vecino, la sanadora observó su alrededor con curiosidad. Era un barrio muy pintoresco y bonito, no tan hermoso como su hogar en la isla, pero tenía lo suyo. —No conozco a nadie aún, ¿quizás tienes tiempo de pasar por una taza de té o recorrer el barrio?— Sugirió y esta vez su rostro se sonrojó por la vergüenza. Claramente ella no servía para eventos sociales comunes. —Si quieres, claro.— Se apresuró en agregar.
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El gato sigue recibiendo mis carantoñas con ronroneos de aprobación y yo solamente separo la vista del animal cuando escucho los pasos apurados de una persona. Levanto la mirada hacia la mujer, curiosa, cuando me da las gracias por atraparlo. Me quedo observando su rostro rojo y adivino que debe llevar un buen rato yendo detrás de su mascota, así que le dedico una sonrisa tranquilizadora sin dejar de acariciar el animal, porque no queremos que se vaya otra vez, supongo —No hay problema. Es adorable— sonrío, alegre.
Solamente me separo del gato cuando ella se agacha para cogerlo. Por la forma en la que se refiere al animal entiendo que es macho, cosa que soluciona mi duda de antes, y cuando me alarga la mano se la encajo, estrechándosela con una sonrisa amable en los labios —Yo soy Kenna, un placer. Y un placer, Liesel— añado, acariciándole la cabeza al gato con una sonrisa. Me gustaría, tener una mascota. No sé si soy más de perros o de gatos. ¿O de loros? No lo sé. Pero me gustaría. Lo podría hablar con Riley, ver qué opina de tener mascotas en casa. Si ha programado un juego de realidad virtual en el que hay un colacuerno en su baño, tal vez un perro no sea gran problema.
Me centro en ella de nuevo cuando dice que está en plena mudanza —Oh, ¿en serio? ¡Yo también!— exclamo. No me gustan las mudanzas, no es ningún secreto, así que encontrar a alguien que está sobreviviendo a lo mismo me alivia bastante —Pero mi mudanza es más lenta, creo. Estoy yendo poco a poco, me estoy mudando con un amigo— le explico, mirándola a ella y al gato, que me parece lo más gracioso y adorable que he visto en mucho tiempo. Me froto las manos, rojas por el frío, y sonrío ante su oferta de tomar algo —Una taza de te suena genial. Bueno, suena genial cualquier cosa que no sea dejar que mis dedos se congelen y caigan al suelo— bromeo, divertida. Parece buena muchacha, y si se está mudando y es nueva puede estar muy necesitada de compañía o de guía. Y yo le puedo dar ambas cosas —Conozco un sitio cerca de aquí. ¿Quieres que te acompañe a dejar al gato y luego te lo enseñe? Así también empiezas a ver locales agradables del barrio— le propongo, con una sonrisa amable.
Solamente me separo del gato cuando ella se agacha para cogerlo. Por la forma en la que se refiere al animal entiendo que es macho, cosa que soluciona mi duda de antes, y cuando me alarga la mano se la encajo, estrechándosela con una sonrisa amable en los labios —Yo soy Kenna, un placer. Y un placer, Liesel— añado, acariciándole la cabeza al gato con una sonrisa. Me gustaría, tener una mascota. No sé si soy más de perros o de gatos. ¿O de loros? No lo sé. Pero me gustaría. Lo podría hablar con Riley, ver qué opina de tener mascotas en casa. Si ha programado un juego de realidad virtual en el que hay un colacuerno en su baño, tal vez un perro no sea gran problema.
Me centro en ella de nuevo cuando dice que está en plena mudanza —Oh, ¿en serio? ¡Yo también!— exclamo. No me gustan las mudanzas, no es ningún secreto, así que encontrar a alguien que está sobreviviendo a lo mismo me alivia bastante —Pero mi mudanza es más lenta, creo. Estoy yendo poco a poco, me estoy mudando con un amigo— le explico, mirándola a ella y al gato, que me parece lo más gracioso y adorable que he visto en mucho tiempo. Me froto las manos, rojas por el frío, y sonrío ante su oferta de tomar algo —Una taza de te suena genial. Bueno, suena genial cualquier cosa que no sea dejar que mis dedos se congelen y caigan al suelo— bromeo, divertida. Parece buena muchacha, y si se está mudando y es nueva puede estar muy necesitada de compañía o de guía. Y yo le puedo dar ambas cosas —Conozco un sitio cerca de aquí. ¿Quieres que te acompañe a dejar al gato y luego te lo enseñe? Así también empiezas a ver locales agradables del barrio— le propongo, con una sonrisa amable.
Sorprendida de no ser la única que se estaba mudando al vecindario, sonrió y soltó el agarre de la mano de la chica luego de la cordial presentación. —Yo lo hice todo de una vez, para ser honesta, tenía miedo de acobardarme.— Comentó soltando un par de carcajadas, al mismo tiempo en que Liesel ronroneaba pegando su húmeda nariz al cuello de la sanadora.
Ari sintió que ya había compartido demasiada información con una desconocida, pero la joven se veía amable y en verdad necesitaba compañía. Nada que una taza de té no pueda solucionar, porque casi todas las amistades comienzan así ¿no?
Estirando la mano apuntó hacia su casa y empezó a caminar esperando que Kenna la siguiera, después de todo, no estaban tan lejos. —Me gusta mucho más tú idea, podemos dejar a Liesel y luego yo te sigo hasta una cafetería...creo que es temporada de chocolate caliente más que de té.— Comentó bromeando por la expresión que anteriormente ella había utilizado al hablar de sus dedos congelados.
Empezar a conocer qué locales eran buenos en el barrio sonaba excelente, por lo tanto acomodó su sombrero y elevó las comisuras de sus labios asintiendo. —Eso sería de gran ayuda, todavía tengo la heladera vacía y no quiero molestar a mi elfina, ya tiene demasiado trabajo.— Ariadna odiaba entregarle demasiadas tareas a Lady Cora, pero con la mudanza, no le había quedado otra opción y ni siquiera se le pasaba por la mente el pedirle a su madre que le prestara a James por un par de días. No era un objeto que podía usar.
Al llegar al frente de la enorme casa para una sola persona, la sanadora se tranquilizó al notar que su elfina había metido todas las cajas a la sala principal y que por fin el jardín delantero estaba vacío.
No tardó en abrir la puerta para dejar al gato en el suelo, quien rápidamente corrió hacia la cocina al olfatear su plato de comida lleno. —Pasa por favor, tomaré mi bolso y un abrigo más, ¿quieres beber algo antes?— Pregunto con amabilidad, buscando su cartera entre todo el desorden.
Ari sintió que ya había compartido demasiada información con una desconocida, pero la joven se veía amable y en verdad necesitaba compañía. Nada que una taza de té no pueda solucionar, porque casi todas las amistades comienzan así ¿no?
Estirando la mano apuntó hacia su casa y empezó a caminar esperando que Kenna la siguiera, después de todo, no estaban tan lejos. —Me gusta mucho más tú idea, podemos dejar a Liesel y luego yo te sigo hasta una cafetería...creo que es temporada de chocolate caliente más que de té.— Comentó bromeando por la expresión que anteriormente ella había utilizado al hablar de sus dedos congelados.
Empezar a conocer qué locales eran buenos en el barrio sonaba excelente, por lo tanto acomodó su sombrero y elevó las comisuras de sus labios asintiendo. —Eso sería de gran ayuda, todavía tengo la heladera vacía y no quiero molestar a mi elfina, ya tiene demasiado trabajo.— Ariadna odiaba entregarle demasiadas tareas a Lady Cora, pero con la mudanza, no le había quedado otra opción y ni siquiera se le pasaba por la mente el pedirle a su madre que le prestara a James por un par de días. No era un objeto que podía usar.
Al llegar al frente de la enorme casa para una sola persona, la sanadora se tranquilizó al notar que su elfina había metido todas las cajas a la sala principal y que por fin el jardín delantero estaba vacío.
No tardó en abrir la puerta para dejar al gato en el suelo, quien rápidamente corrió hacia la cocina al olfatear su plato de comida lleno. —Pasa por favor, tomaré mi bolso y un abrigo más, ¿quieres beber algo antes?— Pregunto con amabilidad, buscando su cartera entre todo el desorden.
Icono :
Le sonrío, curiosa, cuando dice que lo ha hecho todo de golpe por miedo a acobardarse. Ni se me pasa por la cabeza que ese pudiera ser mi caso, la verdad, tengo unas ganas locas de marcharme de casa de mi padre, y con cada caja que traslado a mi nuevo hogar, mis ganas se multiplican. Pero puedo entender cómo causa impresión y algo de miedo, hacerlo —¿Te estás mudando sola por primera vez?— pregunto, con curiosidad en mi tono. Si ese fuera el caso, creo que me daría miedo a mí también. Es decir, yo he tenido la valentía de hacerlo porque tenía la certeza de que en mi nueva casa no estaría sola. Al revés.
Empiezo a andar con ella cuando indica la dirección de su casa (la dirección de dónde venía el gato, realmente) y la sigo. Su propuesta suena como los ángeles a mis oídos y asiento con energía —Tienes toda la razón. Chocolate caliente. Por favor. Sí— me río, alegre, pues la perspectiva de tener una taza de chocolate caliente entre las manos podría alegrar a cualquiera. Y eso que ella no es consciente de lo bueno que hacen el chocolate en el sitio al que planeo llevarla.
Tiene una elfina, y no puedo evitar sonreír cuando dice que no quiere molestarla. Porque me recuerda a cómo tratamos a Amanita, y me gusta —Siempre puedes pedir comida para llevar durante los primeros días, y así te centras en la mudanza— le propongo, queriendo ayudarla —A una calle del local al que iremos por chocolate hacen las mejores pizzas del barrio. Y la pasta está riquísima también. Luego hay otro sitio donde cocinan una carne muy rica, y verduras a la brasa y cosas así. Si te apetece te hago un tour— le ofrezco, amable —Pero después del chocolate— aclaro, medio en broma.
Cuando llegamos a su casa entro, sonriendo, aceptando su invitación, pero declino su oferta de tomar algo —No te preocupes, mejor vamos al local. No quiero agobiar si estás en plena mudanza, y ahora ya tengo la idea del chocolate metida en la cabeza— sonrío. Miro a mi alrededor y suelto un pequeño silbido de admiración —Es una casa muy bonita— le digo, sonriendo, admirando las paredes y habitaciones que se ven desde donde estamos.
Empiezo a andar con ella cuando indica la dirección de su casa (la dirección de dónde venía el gato, realmente) y la sigo. Su propuesta suena como los ángeles a mis oídos y asiento con energía —Tienes toda la razón. Chocolate caliente. Por favor. Sí— me río, alegre, pues la perspectiva de tener una taza de chocolate caliente entre las manos podría alegrar a cualquiera. Y eso que ella no es consciente de lo bueno que hacen el chocolate en el sitio al que planeo llevarla.
Tiene una elfina, y no puedo evitar sonreír cuando dice que no quiere molestarla. Porque me recuerda a cómo tratamos a Amanita, y me gusta —Siempre puedes pedir comida para llevar durante los primeros días, y así te centras en la mudanza— le propongo, queriendo ayudarla —A una calle del local al que iremos por chocolate hacen las mejores pizzas del barrio. Y la pasta está riquísima también. Luego hay otro sitio donde cocinan una carne muy rica, y verduras a la brasa y cosas así. Si te apetece te hago un tour— le ofrezco, amable —Pero después del chocolate— aclaro, medio en broma.
Cuando llegamos a su casa entro, sonriendo, aceptando su invitación, pero declino su oferta de tomar algo —No te preocupes, mejor vamos al local. No quiero agobiar si estás en plena mudanza, y ahora ya tengo la idea del chocolate metida en la cabeza— sonrío. Miro a mi alrededor y suelto un pequeño silbido de admiración —Es una casa muy bonita— le digo, sonriendo, admirando las paredes y habitaciones que se ven desde donde estamos.
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