The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Octubre 1445





Casi puedo sentir temblar los vidrios de mi habitación por culpa de las voces acaloradas de la cocina, ahogadas pero no lo suficiente, incluso cuando se encuentran en el piso inferior. Me pregunto cuánto tiempo tardará en mamá en asomar la cabeza para chequear si estoy dormido y sé muy bien que me dirá que todo está bien cuando le pregunte sobre la pelea que está manteniendo ahora mismo con papá, pero si la conozco como lo hago, sé que me dirá que no es nada y que vaya a dormir porque mañana hay escuela. Que tontería, no sé que tan importante puede ser la escuela cuando hoy creí que papá iba a ponerse enfermo por los colores diferentes de su rostro. Aún no entiendo muy bien cómo es que la magia de Phoebe ha explotado tan rápido, pero al menos puedo comprender mejor por qué mamá me dijo hace mucho que yo no debo hacer magia frente a papá y que debo aprender a controlarla. No es fácil, me hace doler la cabeza y vivo pensando excusas cada vez que pasa algo raro a mi alrededor, pero papá está tan ocupado en el trabajo que me lo deja pasar.

Mi cuarto está más desordenado de lo que me dijeron que debía estar porque me echaron de la sala con la excusa de que venga a juntar mis cosas, pero es obvio que no lo hice. Ya es tarde así que es obvio que no van a reprocharme por eso, pero desde mi cama puedo ver el escritorio repleto de mis libros de texto y el suelo lleno de mis coches, sin contar las piezas del último modelo de la colección de naves espaciales de la saga más famosa de mi corta vida, La Odisea del Cosmos Capítulo Siete. Me gustó mucho esa, en especial porque las batallas tenían detalles sensoriales y hacían la experiencia en el cine mucho más entretenida. A papá también le gustó, parecía bastante feliz así que no entiendo como puede ser alguien que también se enoje tanto. Me pregunto si quedará alguna golosina escondida en alguno de mis cajones, me vendría bien ahora.

Estoy considerando el salir de la cama sin importarme que el pijama que tengo sea fino para este frío, cuando la puerta se abre y ni tengo que mirar para saber que es Phoebe. Obvio, si los adultos de la casa siguen gritando abajo y la cabeza despeinada de mi hermanita es la primera en aparecer. Como la lámpara de mi mesa de luz sigue encendida, la puedo ver recortada entre las imágenes de estrellas cálidas que se plasman en las paredes — Si traes a Pelusa, no te dejaré dormir aquí. Mi cama no tiene lugar para conejos de bebé — ese estúpido peluche tiene un nombre muy poco original y me lo vive pegando en la cara. Pero hoy sé que está triste, así que me arrepiento y me siento en el colchón para poder hacerle algo de espacio — ¿Tampoco puedes dormir? — no sé quién podría hacerlo después de todos los gritos de hoy. Ya me sorprende que sigan teniendo aire.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me tapo las orejas con las palmas de mis manos durante horas, e incluso con la manta que me cubre por completo porque me da miedo salir de mi cama, no es suficiente para que las voces de papá dejen de atravesar las paredes de mi habitación. Ni sé cuánto tiempo llevan discutiendo en la cocina por algo que hice yo sin quererlo, pero que no comprendo como pudo pasar porque en ningún momento quise hacer explotar las luces del salón. Recuerdo estar enfadada con Hans, aunque ya se me ha olvidado el motivo, y después, todas las bombillas empezaron a saltar como la decoración de Navidad que mamá suele colgar en la entrada de casa en invierno. Tampoco me parece que sea algo tan malo, si a papá siempre le han gustado esas lucecitas graciosas que van cambiando de color, eran bastante parecidas. Sea lo que sea, no tenía intención de convertir el salón en una feria de bombillas que se encendían y apagaban con mis llantos y berridos, pero es que Hans me hizo enfadar mucho. Ya recuerdo por qué: ¡Se comió mis chocolates! Y no eran unos chocolates cualesquiera, por supuesto que no, estos tenían caramelo por dentro. Glotón, siempre está comiéndose mis cosas y actuando como si no supiera que es él. Va a crecerle la nariz como a pinocho.

Claro que no me importaron mucho los chocolates cuando papá empezó a gritar como un loco por toda la casa, a sacudirme un par de veces por los hombros y chillarme más todavía antes de que mamá apareciera para llevarme a la habitación. Llevo metida en la cama desde entonces, pero como no consigo cerrar los ojos por las voces, hago lo que hago siempre cuando no puedo dormir. Con las dos manos en la manilla de la puerta y cargando a la vez a Pelusa por las orejas, hago presión hacia abajo para abrirla silenciosamente, dejando asomar primero la punta de mi nariz hasta que toda mi cara cabe en el hueco que abro. Lo hago para comprobar si Hans ya está dormido y puedo colarme sin la necesidad de buscar una excusa para meterme en su cama, pero ya solo con entrar me basta un comentario de mi hermano mayor para saber que está despierto. Aun agarrada al extremo de la manija con mis manos, y solo con medio cuerpo dentro de la habitación, transformo mis labios en un mohín apenado cuando no me deja pasar por cargar con Pelusa. — Pero, pero... Pelusa tampoco puede dormir, y, y, tiene las orejas más grandes. — Balbuceo bien bajito, como si eso fuera excusa suficiente y levanto el peluche con una mano por las mismas para demostrarle. Aparte, ¡se le está a punto de caer un ojo! ¿Cómo no va a dejar entrar a Pelusilla?

Al final, reconozco en como se mueve la señal para asaltar su guarida, por lo que me despego de la puerta cerrándola tras de mí y corriendo medio de puntillas atravieso el espacio que me separa de su cama. Aparto las sábanas con mis manitas para meterme debajo y mover los pies en lo que se me vuelven a calentar, escondiéndome bajo las mantas hasta taparme el cuello. — Papá grita muy alto. — Digo como respuesta a su pregunta y arrugo la nariz en un puchero que indica que no me gusta cuando los mayores gritan, en especial cuando se trata de papá porque me recuerda a la vez que aprendí a usar las tijeras y me la pasé haciendo recortes en su despacho, aparentemente de papeles importantes que no debería haber tocado. Esos gritos, comparados con los que todavía se escuchan tras la pared, resultan más bien susurros. — ¿Por qué papá grita tan alto? — Me arropo a mí misma con la manta mientras me atraigo a Pelusa al pecho para poder abrazarla con fuerza, porque a ella tampoco le gustan los gritos de papá, y como tiene las orejas de conejo mucho más grandes lo tiene que estar escuchando el doble. No tardo mucho en cambiar de posición, reincorporándome un poco para apegarme más a mi hermanito como lapa que tiendo a ser. — Está muy enfadado conmigo, ¿verdad? — Levanto mi cabeza en busca de una afirmación de la suya, aunque enseguida bajo la barbilla con las cejas ofuscadas y sorbiéndome la nariz en un gesto que delata que he estado llorando, pero que no voy a admitirlo. Sigo sin ser capaz de entender por qué papá parece haberse metido en el papel de Gruñón en Blancanieves, o de bruja malvada, aún estoy decidiendo cuál.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Como el hermano grande y maduro que soy, hago un ruedo de ojos bastante exagerado y doy un resoplido que me estira los cachetes por dos segundos — No sé por qué no tiras ya ese conejo. Está viejo y roto — es una de esas cosas heredadas que yo dejé atrás cuando ella nació y que, además, no es tan genial como mis juguetes con luces, ruidos y muchas tonterías extra que se transforman en otras tonterías. Pero si a ella tanto le gusta, como quiera; no se puede pedir mucho de una niña que recién está empezando a escribir y a veces no comprendo ni la mitad de las cosas que le entusiasman.

Me pego un poco más a la pared, que se encuentra algo fría al estar junto a la ventana y la ayudo a cubrirse con las mantas en cuanto los dos estamos acomodados — ¡Phoebs, tus pies están helados! — me quejo, alejándome lo más que puedo de ella. Me encuentro evitando su mirada a propósito y fingiendo estar muy interesado en las mantas hasta dejarlas lisas, porque no sé cómo responder a lo que me está preguntando y me hace sentir mal. Fue mi culpa, lo sé muy bien y yo me salvé de esos gritos porque en su momento tuve más suerte. Hay una sensación rara que me hace picar la nuca y el estómago, no sé si es algo como la vergüenza pero se le acerca demasiado — Ya se le va a pasar. Nadie puede gritar por siempre — si lo consiguen, posiblemente se queden sin voz o sin aire, lo que pase primero. Aparte le dolería la garganta. Me encojo de hombros y vuelvo a recostarme, acomodo la cabeza a la suya y me quedo mirando los dibujos de estrellas en el techo, moviéndose con lentitud gracias al ruedo de la lámpara — No es contigo. Está más enfadado con mamá porque no le dijo algunas cosas cuando se casaron y él dice que nunca hay que decir mentiras. Ya sabes cómo es — es una de las reglas de la casa. Lavarse las manos antes de comer, alimentar a la tortuga, hacer los deberes, no poner los codos en la mesa, compartir y ayudar y, por sobre todas las cosas, ser respetuoso y no decir mentiras. Obvio que de vez en cuando digo alguna, la maestra dijo que se llaman "mentiras blancas", pero es obvio que la de mamá fue bastante negra. Soy lo suficientemente grande como para entender lo que somos y lo que no es papá. He visto varios juegos mágicos en la televisión como para dejarlo pasar así como así — No es tu culpa ser especial, Phoebs. Él solamente no lo puede entender y quiere que seas como él. Es una tontería — ¿Por qué alguien no querría hacer magia? ¿No le aburre ser normal?

Me giro lo suficiente como para mirarla y tengo que tirar de las sábanas para escondernos a los dos debajo de ellas, como si de esta manera no hubiera modo de que los gritos nos alcancen — Eres una bruja como mamá. Yo también puedo hacer cosas así, pero mamá me ayuda a que no explote. Hará lo mismo contigo, ya lo verás. Solo debes ser lista y no contarle a nadie, ¿lo entiendes? — lo cual no tiene nada de sentido. A mí me encantaría saber quiénes son magos o brujas en la escuela, además podría ver como vengarme del tarado de Bernard Owens por reírse de mis dientes y mis patas flacas. Quizá no soy tan bueno en deportes como él, pero al menos tengo cerebro y no tengo que copiarme en los exámenes de matemática. ¿Que diría su padre, el alcalde del distrito, si supiera? Se pondría furioso, quizá no tanto como el nuestro, que sube tanto el volumen de su voz que busco seguir hablando — ¿No te pone contenta saber que eres especial? Podrías tratar de arreglar a Pelusa sin saber coser.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me llevo a Pelusa a la cara y contemplo sus ojos tan cerca de los míos que apenas me fijo en que ella solo tiene uno con el que mirarme porque el otro está descosido y pende de un hilo. Mamá dijo que se lo arreglaría en cuanto pudiera, y hasta se lo recordaría esta misma noche si no fuera porque no parece que vaya a estar de buen humor cuando papá deje de gritar. — Solo dices eso porque está tuertita, pero ya mamá va a coserle el ojo y estará como nueva. ¡Y no le digas vieja! — Como cosa de hermanos le pellizco con mis dedos en la barriga cuando no se da cuenta para hacerle molestar por haber llamado a mi peluche viejo, y me río en consecuencia de mis propias acciones traviesas incluso antes de que mis cosquillas hagan efecto. — ¡Porque el suelo está frío, bobo! — Me quejo en contraposición como si fuera lo más obvio, que luego se las da de sabio y me hace quedar a mí como una tonta. También para molestar, muevo mis piernas para que mis pies queden pegados a las suyas y los muevo para calentarlos, también entre risas porque sé que le va a fastidiar.

No sé si rebatir su cuestión de que nadie puede gritar por siempre, porque parece muy seguro, casi tanto como la niña que hay en mis clase que no deja de berrear cuando no le dan lo que quiere. El otro día en la escuela por poco no se desmayó cuando llevé una cinta en el pelo a juego con mis zapatos y no se la quise dejar, se puso tan roja como un tomate. — Mejor, porque parecía muy disgustado, como que no quería más a mamá. — Vuelvo a poner mis labios en un puchero, querer a mamá no es una opción, se nace queriendo a las mamás, eso viene de fábrica. Me recuesto contra la almohada y apego la cabeza contra la de Hans, mirando al techo que va cambiando de formas por la lamparilla de la mesita de noche. De a un momento no me interesa más lo que dice cuando me pongo a analizar bien las figuras, que hemos practicado en clase hace poco las formas y se supone que debo saber diferenciar entre la luna y las estrellas. Esas son las que tienen las puntitas. — Aaaaaaaah. — Respondo ante su explicación, tragando saliva porque lo ye dije una mentirijilla a papá el otro día sobre que ya había hecho los deberes para seguir jugando con mis cosas. Como si eso me recordara una cosa, giro la cabeza un poco hacia mi hermano, elevándola un poco para que me escuche. — ¿No le dijo que se comió el último trozo de tarta cuando en verdad sí lo hizo? — Susurro como si se tratara de cosa prohibida, aunque se me pasa la parte de que esto ocurrió la semana pasada como mucho. — Porque entre nosotros, yo la vi comérselo, y bueno... también la ayudé un poquito. Pero solo un poco. — Para señalar lo minúsculo que fue, le estampo en la cara dos de mis dedos tan cerquita que casi se pegan, pero sin llegar a hacerlo del todo. Así de poco comí, el resto fue ella.

Me dejo a un lado las culpas de lo del pastel cuando dice que soy especial, abriendo mi boca en ilusión al tiempo que mis ojos y cejas acompañan el sentimiento, todo esto ya bajo las sábanas que todavía lo hace más misterioso. Hago de inmediato la conexión que necesito para entenderlo todo, y en el impulso me sale taparme la boca con las manos como si hubiera hecho el descubrimiento del siglo. Pego mi cara a la suya cuando me destapo la cara, hablando en susurros por si acaso alguien llega a escucharnos, aunque no lo creo entre tanto griterío. — ¿Cómo las hadas? — Exclamo en emoción y sorpresa para después regresar a mi sitio con la sonrisa en los labios y agarrando con mis manitas a Pelusa, que enseguida me llevo a la boca para esconder mi ilusión. — Entiendo, entiendo, no podemos decirle a nadie porque perdemos nuestros poderes, ¿no es así? — Como Campanilla. Ahora no recuerdo si ella perdía su magia por eso o porque se quedaba sin polvo de hada. ¡Ah! ¿Tendremos nosotros también que usar polvo de hadas? Pero si Hans es un chico, no puede ser un hada. En todo caso sería un hado. — ¡Oooooh, sí! ¿También podría hacer aparecer más golosinas en la merienda? — La idea de arreglar a Pelusa no se me hace tan apetecible cuando el rugido de mi estómago me recuerda que nos hemos saltado la cena con la pelea.
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No digo nada al respecto porque de golpe lo que me dice me hace tener miedo de que sea verdad y nuestros padres ya no se quieran. ¿Es posible que eso pase? Tengo amigos en la escuela cuyos padres se han divorciado y muchos dicen que es porque ya no se amaban. ¿Papá y mamá van a separarse? ¿Tendremos que elegir con quién vivir? La idea me asalta de golpe y me hago un poco más pequeño en mi sitio, pero no quiero decirle ninguno de mis miedos porque Phoebe ha venido aquí a buscar ayuda, no más problemas que le atormenten su cabeza llena de imaginación. Al menos la charla se hace menos terrible porque ella busca un ejemplo que yo desconocía y me hace mirarla con reproche — ¡Y después me retan a mí por comerme las galletas de la abuela! — me quejo, torciendo un poco los labios en un puchero — Mamá no le dijo que puede hacer magia y a papá eso no le gustó mucho... — es un modo sencillo de explicarlo. Phoebe debe saber la verdad, todos estábamos ahí cuando papá se quedó mudo y blanco dos segundos y, cuando reaccionó, pasó a estar rojo. Por suerte mamá nos pudo sacar del medio, aunque creo que no se dio cuenta de que me quedé sentado en la escalera oyendo todo por un buen rato. O quizá sí lo sabe y todavía no vino a darme una de esas charlas que las mamás dan porque lo saben todo, no sé cómo. Debe ser un don que activan cuando se embarazan.

Al menos, el entusiasmo de mi hermanita es suficiente como para hacer que me olvide del lado negativo de las cosas por cinco minutos. Asiento con efusión y sé que estoy sonriendo de verdad cuando parece entender parte de mi punto — Mejor que las hadas. Somos más grandes — aunque a ellas no las matan en televisión, pero ese es otro tema — Nuestros poderes nunca se irán, pero tenemos que cuidarlos. Es un secreto entre nosotros y eso lo hace muy importante. Si lo cuentas, Pelusa perderá los dos ojos y las personas se pueden poner celosas de que no son tan geniales como nosotros — me doy aires de sabiondo y me encantaría poder decirle que podemos hacer aparecer caramelos de la nada, pero hay algo que mamá me dijo una vez que me hace dudarlo y recitar como lorito — Hay leyes de la magia como hay leyes de otras cosas como esa cosa que se llama.. bueno, era con F, lo olvidé. Mamá dice que no se puede crear comida de la nada, pero sí multiplicarla — es una lástima el no tener varita, porque me encantaría intentarlo.

Como siento mucha pereza de ir a revisar mi escritorio, me estiro en un intento de no aplastarla y abro el cajón de la mesa de luz. Tanteo un poco, pero cuando estoy por darme por vencido mis dedos tocan una tableta de chocolate que saco, abro y le tiendo un trozo — No te diría todo esto si no fuese porque es mucho muy importante y debes hacerme caso. Lo sé porque fui a la escuela de hermanos mayores y me enseñaron todas estas cosas. Es verdad, tengo un diploma — esa parte no es mentira, cuando ella nació las enfermeras del hospital me dieron un papelito que sirve como un título de Buen Hermano Mayor. Mamá lo tiene por ahí guardado y dice que es mi certificado de responsabilidad. La verdad es que lo único que me acuerdo de ese día es cuando me sentaron en una camilla o algo así y me pusieron una bola rosa en los bracitos. Mastico el chocolate con los dientes delanteros y froto mis pies entre sí para darles calor, haciendo que se levante un poco la manta — Phoebs... ¿Nunca antes habías hecho algo mágico y no te diste cuenta? — yo tengo la sospecha sobre mí mismo, pero Bernie Owens dice que la pelota se pinchó y no se explotó por sí sola.
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Phoebe M. Powell
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Intento poner mi mejor cara de no culpable, como tragándome el puchero y poniendo ojos de gatito que siempre me funcionan con mamá, pero nunca con Hans. — ¡Es que tú siempre te las comes todas! ¡Y las de la abuela tienen pepitas de chocolate! — Me parece injusto que solo porque sea más mayor que yo, le den más que a mí. Debería ser del revés, que yo tengo seis años y estoy en edad de crecimiento, según mamá. Claro que eso también significarían más judías en el plato para comer y se me quitan las ganas de quejarme. — ¿A papá no le gusta la magia? — Pregunto, escondiendo mi labio superior debajo del inferior al tiempo que frunzo un poco mis cejas en confusión. Ya sé que se durmió viendo Campanilla justo cuando llegó la parte más interesante de la película, pero de ahí a odiar la magia... No entiendo del todo como es que funcionan estas cosas de los poderes, pero no parece algo malo de lo que papá pueda enojarse tanto.

Un nuevo grito suyo que retumba en las paredes hace que esconda la cabeza bajo las mantas y recoja mis piernas de un segundo. Solo cuando Hans confirma que somos hadas me aseguro que puedo salir de debajo de las sábanas, asomando primero los ojos y luego la cabeza entera. — ¿Mejor que las hadas? — El tono de mi voz es dudoso, porque no creo que alguien pueda ser mejor que un hada. ¡Vamos, que tienen alas de purpurina! — Mmmmm, sí. Tú tienes los pies un poco más grandes, ¡y te huelen a queso! Puajjjjjjj, se supone que los de las hadas huelen a rosas. — Le chiflo cuando habla de tamaños, aunque sin poder aguantarme la risa que se escapa de mis labios de repente. Asiento con la cabeza como la niña buena que debo ser cuando habla de cuidarse, tan segura de mí misma que no hace falta que me recuerde que debe permanecer secreto. — Yo soy muy cuidadosa, Hans. Sé cuando hay que darle de comer a Rosmelda y cuando cambiarle el agua, soy bien grande ya. — Creo que me inventé el nombre de la tortuga ya como cuatro veces esta semana, ¡pero no me gusta el que le puso Hans! Es tan feo que duele. Tampoco sé que tanto se parece cuidar de un bicho que cuidar de nuestros poderes, ¿tendré que comer comida especial a partir de ahora? Me llevo las manos a la boca y a Pelusa conmigo en el gesto, aunque pronto paso a elevar los brazos para poner el conejo frente a mí con un puchero. — ¿Los dos ojos? ¡Pero si apenas ve con uno! ¿Quién sería capaz de hacer algo así? — Pobre Pelusa, ¿de veras hay gente tan envidiosa? De repente se me viene a la mente la imagen de papá decapitando a mi peluche con un cuchillo, cosa que me hace tragar saliva entre asustada y preocupada, una de ambas, o las dos.

No voy a reconocerlo en voz alta, pero la mayor parte del tiempo no entiendo lo que dice Hans, más cuando se me pone a dictar leyes que no entiendo como si fuera papá. Me decanto por lo que dice de que se puede multiplicar comida, lo que produce un nuevo brillo de emoción en mis ojos. A ver, a ver, algo que empiece por f decía. — Ffffffffffff... ¿flan de chocolate? ¡Fresas con nata! — Ay, todo esto me dio más hambre todavía. Por suerte Hans no tarda en sacar algo del cajón que ya sabía que escondía ahí porque lo tenía estudiado, pero que no me atrevía a robarlo porque se pone muy mandón cuando hago eso. Y se chiva a mamá. Me recargo sobre mis piernas con mi culo encima de ellas cuando me tiende algo de chocolate y no tardo en llevármelo a la boca, masticando algo ruidosamente. Mis labios tratan de imitar su comentario de que debo hacerle caso con un retintín algo infantil, más cuando asegura tener un diploma tengo que esconder la envidia que me da eso porque yo no tengo ninguno de escuela de hermanos mayores. — Yo también quiero un diploma. — Solo tengo uno y es de cuando terminé la pre-escolar, no como Hans que tiene un montón y siempre se encarga de que todos lo sepamos. Doy unos pequeños botecitos en la cama sobre mis piernas con el chocolate entre mis dientes, rebotando un par de veces antes de pararme a responder su pregunta. Inflo mis mejillas con algo de aire y lo muevo de un lado a otro al tiempo que arrugo también mi frente, pensando casi más con la cara que con la cabeza. Abro mucho los ojos cuando se me ocurre algo y me apoyo sobre mis manos a cuatro patas sobre la cama para acercarme a su rostro. — Mira, mira, se me cayeron dos dientes solitos por arte de magia, eso cuenta, ¿verdad? — Le enseño llevándome un dedo a la boca para enseñarle mi falta de dos dientes inferiores, con algún resto de chocolate en los demás que aun están por caerse. Ya sabe que se me cayeron porque le mostré lo que me trajo el hada de los dientes al día siguiente y... ¡espera! ¡El hada de los dientes! Creo que ya empiezo a entender esto de la magia y los poderes.
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Sacudo la cabeza en sentido negativo, no soy capaz de poner en palabras que es más que no gustarle la magia, parece detestarla. Sé que hay problemas con los magos hace mucho tiempo porque he visto algo en la televisión, pero mamá no quiere hablar mucho de eso y solamente me ha dicho que debo ser cuidadoso, como si no tuviéramos ya que preocuparnos por las cosechas de los juegos mágicos. Yo todavía no he entrado en las papeletas pero sé que lo haré dentro de dos años y sé que a nuestros padres no les agrada la idea. Papá dice algo siempre sobre que así son las cosas y debemos confiar en que nuestra familia no será víctima de esos planes, así que yo le creo. Si jamás salimos elegidos, tendremos suerte y viviremos una vida común y corriente — ¡Yo no huelo a queso! — es lo único que atino a decir, pero me anoto el olfatearme las patas luego a ver si tiene algo de razón. ¿Rosmelda? ¿Quién…? Ah, claro, es otro de sus nombres para la tortuga. Ya no puedo seguirle el hilo con eso — ¡Que no se llama Rosmelda ni Griselda! Será Clotilde como la señora de la tele, tiene la misma cara arrugada — ¿Por qué no se da cuenta de que tiene sentido? — Y no es lo mismo, esto es más importante que darle la lechuga a la tortuga. No tienes que olvidarlo nunca, ¿ves? Por el bien de la pobre Pelusa. Sería terrible — tengo cara seria cuando le doy una palmadita compasiva a la coneja en la cabeza, como si estuviera hablando de una tragedia de enorme magnitud.

¡No, no, no es comida! Es algo serio y científico que no entenderías — y yo tampoco, pero eso es otra cosa que no puedo decirle porque se supone que soy el que está dando la clase de magia acá — Ya, no importa. Cuando lo recuerde, te lo explicaré con lujo de detalles. En la escuela aprendí a hacer cuadros que hacen que toda explicación sea mucho más sencilla — me olvidé de cómo se llaman esos dibujos, pero sí que son útiles. Cuando sea un guardián del espacio voy a poder hacer mis análisis de las constelaciones sin ningún problema gracias a eso. Todas las ideas de mi maravilloso futuro se quedan un poco atrás ahora que tenemos chocolate, el sabor suave hace que me relama al comer con algo más de efusión — Para tener un diploma tienes que hacer algo importante. Ser hermano mayor es de lo más importante, tanto como ganar la feria de ciencias y el debate estudiantil contra el distrito dos. Cuando te den un diploma, papá te comprará un regalo especial. Ya verás — creo que por eso tengo los estantes tan llenos de premios escolares. Uno de esos incentivos a ser buen estudiante, aunque con lo que ha pasado hoy me pregunto si será igual para Phoebe. No puede hacer esa clase de diferencias, no creo que pueda ser tan cruel… ¿O sí?

Me aplasto contra el colchón y la almohada cuando se me acerca tan de golpe y creo que me pongo bizco para ser capaz de enfocar lo que está tratando de mostrarme — ¡Claro que no! Los dientes se caen porque tenemos más dientes dentro de nuestro cráneo que tienen que salir para que podamos comer mejor cuando seamos grandes — no estoy seguro de que esa sea la razón, pero me la saco de la galera con tanta convicción que debe ser así. Me meto mi trozo de chocolate en la boca y consigo sentarme, aliso la camisa de mi pijama celeste y me acomodo el pantalón, porque los talones me quedan muy al descubierto ahora que estoy creciendo y tengo algo de frío — Mamá se dio cuenta de que yo hacía magia porque cambié el color de unas frutas hace algunos años. Ya sabes, cosas un poco más raras que perder los dientes, eso le sucede a todo el mundo. Veamos… — miro a mi alrededor, buscando algo que pueda servir como disparador y pronto tengo una idea — ¿Quieres ver si puedes volar? He oído que los magos poderosos pueden flotar sin escoba. Quizá si saltas de la cama muy alto… — bien, que solo lo vi en un libro que era de ficción, pero puede funcionar. Si las hadas existen… ¿Por qué no?
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Phoebe M. Powell
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Me hago reír entre dientes y vibrar mi propia garganta cuando se queja de no oler a queso, como si solo necesitara de esa risa para hacerlo dudar y salirme con la mía. Enseguida tengo que pasar de reírme a arrugar la nariz en desacuerdo al nombre que ha decidido ponerle a la tortuga, sacudiendo con la cabeza y después, saco la lengua y hago rebotar la misma con un ruido de mi boca como si fuera un caballo, para gesticular que me parece un asco el nombre. — Clotilde, prrf, suena a... coliflor. — Me quejo, meditando unos segundos en el sitio antes de que se me ocurra esa conexión que me saco de la manga porque sí. — Pues le doy más que lechuga a Clotanda, que lo sepas, las salchichas también le gustan. — Y los caramelos, pero esos se quedan pegados en el fondo de la pecera. Ah, sí, esto de la responsabilidad y cuidar de otros todavía me está costando entenderlo, por no decir que vuelvo a bautizar a la tortuga con otro nombre distinto porque ya no recuerdo cual dijo Hans, pero eso no tiene por qué saberlo, actúo muy digna y segura de mi cerebro. — Pelusa está a salvo conmigo, hum. — Y como para demostrar lo bien que está, pese a ser ciega de un ojo por mi culpa, la atraigo hacia mi pecho para abrazarla con fuerza en señal de protección.

No me gusta cuando Hans se las da de sabiondo porque me hace parecer más pequeña de lo que en verdad soy, o más boba, no sé cual de las dos dijo una vez cuando no sabía la diferencia entre un círculo y un cuadrado, ¡pero eso fue hace años ya! Creo. — ¿Qué es científico? ¿Un cien pies al que le gusta ser tifial? — Ni sé si esa palabra existe, pero tiene mucho sentido dentro de mi cabeza por lo que lo digo igual de seria y segura de mí misma, rascándome la nariz sin ninguna preocupación con la palma de mi mano. — Yo también sé hacer cuadros de esos, le regalé a mamá uno por su cumpleaños y dijo que era muy muy muy bonito, hasta lo pegó en la nevera. — Paso a asentir con mi cabeza, muy orgullosa de mi misma y mostrando una sonrisa de oreja y oreja que me hace parecer el gato Chesire de Alicia en el país de las maravillas. Tenía muchos colores divertidos. No obstante, lo siguiente que dice hace que frunza las cejas, como para tratar de comprenderlo a pesar de que no le encuentro mucho el sentido. ¿Qué tiene de importante ser hermano mayor? Si solo molestan, y se comen chocolates, y esconden tus cosas en estantes altos para que no las alcances, y hacen cosquillas, y, y, un montón de cosas más que no parecen tan importantes como para ganar un diploma. — Qué aburrido. — Digo, como para esconder la envidia que me sigue dando que él tenga el papelito y yo no, aunque lo del regalo especial hace que abra los ojos en su dirección con ilusión. — ¿Un regalo especial sin que sea Navidad? — ¡Eso sí que es más guay! Tendré que empezar a hacer explotar un volcán como hizo Hans el año pasado, aunque yo le echaré purpurina en vez de cosa naranja que huele mal, ¡y que salga de una nube! ¿Se puede hacer eso?

Me vuelvo a sentar sobre mis piernas, atenta a su explicación con la frente un poco arrugada, aunque es producto de que me esté hurgando los dientes con el dedo para deshacerme de un pedazo de chocolate y no de su explicación en sí. Trato de visualizar más dientes dentro de mi cerebro, pero no lo comprendo y creo dejarlo claro en la mueca que forman mis labios, así que me voy por otro lado del que sí entiendo. — Pues yo como muy bien con mis dientes ya, ¡hasta puedo ponerme una pajita en el agujero y sorber el zumo por ahí! — Le vuelvo a señalar el hueco en mi boca y me paso la lengua por el mismo para asegurarme de que sigue ahí y no me han salido dientes de golpe. El interés por los mismos se me quita de golpe cuando me pregunta si quiero aprender a volar, no con esas mismas palabras, pero es lo que me llega a la cabeza en primer lugar, y tengo que asentir con la cabeza eufórica. ¡Como no se me había ocurrido antes! — Pero yo no tengo alitas de purpurina, como soy bruja no las necesito, ¿no es así? — Quiero asegurarme antes, poniéndome en pie sobre la cama y mirándolo desde arriba. De acuerdo... si no necesito una escoba tampoco, no hay nada malo en probar. Empiezo a pegar saltitos pequeños en el colchón, para tantear el terreno antes de impulsarme con todo mi peso y pegar saltos más grandes. Se me mueve el pelo y se me mete en la cara, pero me aseguro de hacer una cuenta atrás digna de este momento. — Uno... doooooooos... dos y meeeedio.... y.... ¡TRES! — Con cada número pego un salto más alto, tan fuerte que tengo miedo de romper el somier de la cama, y cuando llego al último tengo que cerrar los ojos mientras empujo mi cuerpo fuera de la cama y estiro mis brazos hacia delante para impulsarme mejor. QUE VUELO. ESTOY VOLANDO DE VERDAD.

Me golpeo la cara contra el suelo y me clavo todos los juguetes malditos que hay esparcidos por el suelo, segura de que me han dejado marca en mis manos y pies al caer. No me preocupo tanto del golpe que doy contra la madera del suelo y que probablemente se haya escuchado por toda la casa, estoy demasiado ocupada soltando un berrido cuando me empiezan a asaltar las lágrimas del dolor. — HAAAAAAAAAAAAAAAAANS. — Me pongo a llorar al minuto de sentarme sobre mis piernas, un poco mareada en el sitio por el golpe de mi cabeza, frotándome la misma con una mano, ¡me va a salir un chichón por seguro!
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No puedo contener la cara de asco porque la imagen mental del jugo pasando entre sus dientes es demasiado visible y no me hace mucha gracia. Al menos toma mi idea de volar demasiado rápido y puedo pasar, automáticamente, a encontrar un entretenimiento que me aleja de todos los debates tristes que estamos teniendo en medio de una cama que nos protege de las peleas que estallan en el piso de abajo. Agarro el paquete del chocolate con algo de fuerza y tengo que pensar dos veces para recordar si esos libros decían algo de alas, pero estoy casi seguro de que no: habían magos que podían volar sin la necesidad de una escoba o vehículos voladores, lo cual debe ser mucho más cool. Además, no le veo sentido a subirte a un palo incómodo y salir disparado en el aire. ¿Cómo pueden sostener el equilibrio, los palos no son muy delgados? — Pues habrá que ver, pero no decía nada de tener alas o polvo mágico. No tengo idea de cómo lo hacían — quizá solo era a voluntad o eran muy poderosos, pero como somos niños nuestra magia está más descontrolada y tal vez Phoebe pueda conseguirlo. Si lo consigue, seré el mejor profesor mágico de la historia. ¿Podría ser eso cuando sea grande o a nadie le gustaría? Se me da bien explicar a mis compañeros, tal vez sea bueno dando clases.

Los saltos de mi hermana me ponen en aviso de que va a tomar mi idea y yo me abrazo a las rodillas, acomodado contra la pared muy atento a sus acciones. Por un segundo, creo que lo consigue: Phoebe flota en el aire y se me escapa un gritito de emoción, pero rápidamente me doy cuenta de que fue la emoción del impulso porque en vez de volar planea y cae con todo contra el suelo y mis juguetes — ¡MI NAVE! — es lo primero que se me escapa porque… ¡Es nueva y costosa y la ha aplastado! Suelto el chocolate y me asomo por el borde de la cama justo cuando ella empieza a llorar, lo que me dispara la alarma del miedo. ¡Van a retarme, a castigarme, a decirme que fue un irresponsable! ¡Y papá se enojará porque queríamos hacer magia y conseguí que Phoebe llore! — Shhhh, shhhhh — me desespero, salto de la cama y voy hacia ella. ¡Diablos que el piso está frío! Meto las manos bajo sus axilas y empujo hacia arriba tratando de ponerla de pie, pero como está llorando y adolorida su peso está muerto y no me ayuda — Ya cállate, van a matarnos. ¡Creo que rompiste mi figura de acción de Lord Sid…!

Me quedo callado cuando me percato de que los gritos pararon y hay pasos por la escalera, así que tiro un poco más fuerte y la arrojo sobre la cama justo cuando la cabeza rubia de mamá aparece por la puerta preguntando si está todo bien. Pongo rápidamente mis manos detrás de mi espalda y me balanceo sobre mis talones con cara de no romper un plato, pero la sonrisa me cuesta mucho de forzar porque, aunque se ha limpiado las lágrimas, mamá tiene los ojos rojos y eso significa que ha llorado — Estamos jugando, eso es todo — por la cara que me pone, me doy cuenta de que no se traga lo que le estoy diciendo y apuesto a que Phoebe me está delatando a mis espaldas. Pero, lejos de retarnos, mamá mira hacia atrás y susurra que nos vayamos a la cama antes de cerrar la puerta. Bueno, eso es raro. Me pincha bastante, así que me inclino para tomar el juguete roto y me siento en el borde de la cama tratando de pegar su brazo al resto de su cuerpo con manos algo apagadas. ¿Por qué siento que papá se irá de casa? — ¿Estás bien? — bajo mi voz hasta hacerla un susurro, pero sigo con los ojos puestos en el juguete — Lo lamento. Creí que podrías hacer algo genial como volar, en caso de que las cosas se pongan feas aquí — si fue mamá la que subió, es porque ella le dijo a papá que se haría cargo, siempre es así. Y por alguna razón quiso dejarlo en la cocina.
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No sé qué es lo que me ha llevado a confiar en la palabra de Hans tan ciegamente como lo hago cuando me decanto por saltar de la cama, a sabiendas de que la última vez que trató de engatusarme para que hiciera algo terminé con la muñeca rota por meterme ideas en la cabeza de que procedíamos de los monos y que por esa misma razón escalar el árbol más alto del jardín era el mejor de los entretenimientos. Para mi desgraciada fortuna, fue la mano contraria a la que utilizo para escribir lo poco que estoy aprendiendo en el colegio, por lo que no me dio una excusa para no hacer la tarea las semanas posteriores al accidente. La caída desde esa altura no se compara con la que hay de la cama al suelo, y aun así, los alaridos que pego son dignos de alguien que se ha roto más de un dedo y probablemente, perdido un brazo también por el camino. — LO HAS HECHO A PROPÓOOOOSITO. — Grito con las lágrimas cayendo por mis mejillas, usando como incentivo el que quiera hacerme callar para berrear todavía más fuerte. ¡Me importa un pimiento que haya roto su figurita de idiota, que no los hubiera extendido por todo el suelo!

Me saco la misma de debajo del culo que aparentemente he estado aplastando desde que me senté en el suelo, llorando porque aun me duele la cabeza del golpe y Hans no está ayudando. Recojo las piernas en el aire dispuesto a patearle el estómago en venganza, pero no puedo hacerlo cuando me veo envuelta en las sábanas de nuevo y tengo que hacerme bolita para seguir llorando, estirando antes el brazo para atrapar a Pelusa entre ellos y abrazarla sobre mi pecho. Sollozo en silencio cuando escucho la puerta abrirse, aunque no me animo a sacar la cara de entre mis manos por si se trata de papá. Al contrario, la voz suave de mamá aparece en escena y si no fuera porque cuando la miro tiene la cara chupada y los ojos muy rojitos, me hubiera abalanzado sobre sus brazos para llorar y quejarme sobre lo que me hizo hacer mi hermano. Podría asentir a lo que secunda mi hermano, pero todavía me duele el culo de clavarme la figura de Sidcomosellame, además de que ya estoy sintiendo como el chichón me empieza a salir, por lo que me limito a hacer un mohín con mis labios al momento de irse y cerrar la puerta.

Con lágrimas, babas, probablemente también mocos, me aparto el pelo de la cara con una de mis manos, restregando lo que me quedan de lágrimas por las mejillas para deshacerme de ellas. Me arrastro por la cama para quedar sentada al lado de Hans con mis piernas colgando por el borde la cama, cuando el hipo todavía me hace elevar mi pecho varias veces al estar tratando de dejar de llorar. Ignoro su pregunta porque no me parece importante cuando ya se ve que mañana voy a parecer un alienígena y media clase va a reírse de mí, por lo que tiro por otro lado que me preocupa más. — Mamá parecía muy triste. — Gimoteo, pegando mis labios en un puchero y ojos que le miran como si aquello fuera la noticia más triste del mundo, que lo es. Las mamás nunca están tristes, solo se enfadan a veces, ¿y si está enferma? — ¿Papá ya no la quiere? ¿Y a nosotros tampoco? — Trato de meter a Hans en el mismo saco porque papá siempre está orgulloso de él, y por alguna razón me da envidia que solo pueda quererlo a él. — Tan triste que no ha venido a arroparnos por la noche, ¿ya no va a hacernos bocadillos de chocolate? Ni llevarnos a la escuela, ni ayudar con los deberes… — Bueno a mí. — ¿Quién cuidará de nosotros si no es mamá? — Me entran ganas de llorar otra vez, y eso que ya se me ha pasado casi por completo. Papá no va a querer hacernos bocadillos. Los bocadillos son muy importantes.
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Hans M. Powell
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Por cinco segundos, deseo con todas las fuerzas poder volver el tiempo atrás y evitar todo lo que ocurrió esta tarde, así nuestra familia seguiría como siempre y nadie podría decir que no somos felices. Bueno, puede que no me guste mucho que mamá use las horas en las que papá trabaja para enseñarme como controlar mi magia a escondidas, pero al final es lo más seguro. Y ahora ella está triste, pagando un montón de enojo por nuestra culpa — Papá no dejó de querernos — no estoy seguro y sé que Phoebe puede notarlo, pero nadie puede dejar de querer a su familia tan rápido, o eso creo. Todo lo que Phoebe enumera hace que me abrace a mi muñeco como si así tuviese su protección y seguridad, pero me niego a pensar como mi hermana. Todo se solucionará, lo sé, lo siento en esa parte del cuerpo donde uno tiene sensaciones sobre cosas que aún no han pasado — Mamá no se irá ni dejará de hacer todas esas cosas, ya verás. Seguiremos teniendo bocadillos — hoy solo está triste, ya mañana todo estará bien.

La miro un poco escandalizado y puedo sentirme un poquito ofendido por sus dudas — ¿Para qué crees que sirve el diploma de Buen Hermano Mayor? — no creo que me vea muy maduro y amenazante si me señalo a mí mismo con el juguete en el pecho, pero creo que sirve para dar a entender mi punto — Yo voy a cuidarte y tú puedes cuidarme a mí cuando esté muy cansado. Nadie puede hacernos nada malo mientras estemos juntos, ni siquiera los gritos de papá. Somos como el exclusivo club secreto de los hermanos Powell — porque sé que le molesta horrores, le pellizco la mejilla de manera cariñosa y me doy cuenta de lo húmedos que tiene los cachetes. Solo por eso, tomo el chocolate de nuevo y se lo doy completo.

Subo los pies a la cama para sentarme como un indio y aprieto una vez más el juguete, pero no puedo hacer que encaje la pieza. Eso es lo que me hace resoplar con fuerza — Si pudiera hacer magia como corresponde, podría repararlo. Es tan injusto — me quejo y, sin pensarlo, lo lanzo de nuevo al suelo, donde rebota y cae junto a las piezas de la nave — Algún día las cosas estarán mejor, Phoebs. Y tendremos muchos bocadillos, ya lo verás. Ahora solo deberíamos dormir — no sea cosa que suban y nos encuentren hablando, cuando teníamos órdenes de estar en la cama. Pero lejos de decirle que se vaya, me muevo hasta volver que recostarme y levanto la sábana para indicarle que venga conmigo — ¿O quieres que traiga un hielo para tu frente?
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Hoy me parece el día más triste del mundo, porque aunque haya descubierto que soy bruja — sigo pensando que soy un hada, a fin de cuentas, solo que sin alas de purpurina como creo que no hace falta señalar por mi chichón —, nunca había escuchado a papá y a mamá discutir tanto, casi tanto como la vecina de en frente que un día le tiró las cosas a su marido por la ventana. Por un momento, me asusta que alguno de los dos vaya a hacer lo mismo con las cosas del otro y solo puedo resguardarme en las palabras de Hans como aseguración a que no va a ocurrir algo parecido. Me mantengo un poco acongojada en el sitio, moviendo un poco los pies que me cuelgan en el aire y mordiéndome el labio al tiempo que elevo la mirada hacia mi hermano. — ¿Seguro? — Siempre le hago esa pregunta cuando afirma algo de lo que tengo dudas al respecto, porque al final, sé que cuando se trata de la verdad, Hans nunca va a mentirme.

Lo que dice del club secreto, no obstante, me pinta una sonrisa en el rostro que me hace olvidarme momentáneamente de que han vuelto a comenzar los gritos en el piso inferior, y creo que se nota en mis ojos la ilusión que me hace escuchar algo así, ni siquiera me importa que me pellizque la mejilla como si tuviera tres años. — ¿Y así me darán un diploma a mi también? — Sí, sigo con lo del diploma, ¿vale? — De acuerdo, yo cuidaré de ti, y te daré salchichas y lechuga, como a Clotisa. — Porque de eso se trata cuando tienes que cuidar a alguien, ¿no? De hacer las cosas que el otro no puede por sí solo y ayudar. Después de todo es mi hermanito y me hace rabiar, porque me usa de ratón de laboratorio, me chincha y tira del pelo, pero también me ayuda con los deberes, me deja jugar con sus cosas — a veces —, en verano compartió su helado conmigo cuando se me cayó al suelo, y otras muchas cosas más que no recuerdo ahora porque me vuelve a doler la cabeza y se me pasa el pensar cosas buenas de mi hermano.

Lo siento, lo aplasté con mi culo. — Pretende ser una disculpa seria, pero me hace reír el pensar que Lord Sidquéseyo ha muerto porque me senté encima. — Cuando seamos mayores, Hans... ¿podremos hacer magia? — Y a papá le gustará, porque seguro que ahora no le agrada porque no la entiende, ¿no es verdad? a los adultos les dan miedo las cosas que no pueden comprender, mientras que a mí, solo me atraen más la atención. A su afirmación de los bocadillos, asiento con la cabeza convencida de que es verdad lo que dice y le veo moverse hasta meterse en la cama. Niego a su propuesta de buscar hielo, más por quién pueda estar en la cocina que por el dolor de mi frente en sí, porque la verdad es que me duele mucho. Cuando levanta la sábana en señal de ofrecimiento, elevo mis mejillas en sonrisa traviesa y me arrastro a gatas para meterme entre las mantas. No se me olvida atrapar a Pelusa en el camino, por cierto. — Pelusa sabía que se saldría con la suya y nos dejarías dormir aquí. — Es muy lista, quiero añadir, pero en su lugar me arropo con la manta hasta quedar bien tapada al lado de Hans, abrazando al conejo viejo, y cuando cierro los ojos, sonrío a pesar de las voces que camuflan las paredes. Porque si mañana seguiremos teniendo bocadillos, sé que todo va a estar bien.
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Sí, lo aplastó con su culo, pero fue completamente mi culpa así que no me voy a poner a discutir por ello. Intento imaginar un poco la idea que ella me planta en la cabeza, porque sé muy bien que las cosas pueden cambiar de la noche a la mañana y por eso no sé lo que sucederá dentro de muchos pero muchos años. ¿Tendré barba y seré un mago como el de los cuentos? Porque ellos siempre tienen barba, quizá es como un protocolo. ¿O seré como papá, siempre tan recto? Mamá dice que me parezco a él, así que puede que crezca para verme así y no sé si esa idea me agrada después de lo que ha pasado hoy —Cuando seamos grandes haremos lo que queramos, ya verás — tal vez es una mentira blanca, pero me sirve para dejarla contenta un rato. No lo sé, faltan millones de años para que seamos adultos. ¡Con un poco de suerte, las cosas cambien y pueda ser un profesor de magia y nadie más tendría que aprender a escondidas en su sala!

Mis ojos se ponen en blanco con un ruedo demasiado obvio, pero estoy lejos de ponerme a discutir sobre Pelusa — Es porque es una tramposa. Ya verás, mañana me voy a despertar rodeado de dulces como pago por dejarlas dormir aquí — como si fuese un trato macabro con el conejo de peluche. Sin mucho más que decir, me estiro para apagar la luz y pronto estamos a oscuras, en la seguridad de las mantas. Por cómo respira sé que Phoebe se duerme primero y yo estoy empezando a adormilarme cuando la puerta se abre con suavidad. Apenas soy consciente de cómo los dedos de mamá me peinan en un obvio paseo para chequear si seguimos despiertos y, en lugar de llevarse a mi hermana para ponerla en su cama como siempre ocurre, acomoda las mantas y su peso abandona el colchón. Quizá es eso lo que hace que abra los ojos justo para ver cómo cierra la puerta detrás de ella y, por alguna razón, no puedo volver a cerrarlos en toda la noche. Quizá, si me duermo los monstruos sí saldrán en la noche y todo lo que he conocido se evaporará en el aire. Solo cuando aparecen los primeros rayos de sol me permito dormir, como si un nuevo día fuese una nueva oportunidad. Es lo único que espero.
Hans M. Powell
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