He llegado a casa bastante cansada por el trabajo y con ganas de tomarme un par de cervezas. Pero el panorama cuando he llegado ha sido bastante desolador, porque mi padre ha empezado a beber hace rato y ahora está medio dormido, con un botellín de cerveza a medias en la mano, tumbado en el sofá, con la tele encendida. Hago una mueca y, con la varita, hago levitar los botellines vacíos hasta la cocina, donde se meten en el contenedor de vidrio. Se han terminado para mí las noches bebiendo y pasándolo bien hasta las tantas, porque ahora el toque de queda hace que todo el mundo tenga que abandonar las calles a partir de las once. Pero hay algunas cosas buenas, supongo, como que ya no habrá turnos de noche. Porque los hacen los dementores, algo que me genera, personalmente, una ansiedad bastante curiosa. Pero bueno. Es más seguridad, al fin y al cabo.

Entre esas cosas buenas, sin embargo, está también que, cumpliendo con lo que dijo, Riley me ha llamado hace un rato y me ha invitado a su casa. Me ha dicho algo de un juego que no he terminado de entender, pero me ha parecido bien. Y ahora, viendo cómo están las cosas en mi propia casa, me parece todavía mejor. Me meto en la ducha, porque llevo todo el día trabajando y debo oler a rayos, y me aseo conscientemente, buscando en el agua que cae sobre mi cabeza una sensación de calma que necesito demasiado. Cuando salgo me pongo algo de ropa. Ropa de abrigo, porque ya empieza a hacer frío. Unos pantalones largos, unos botines, una camiseta, un jersey encima de la camiseta, una chaqueta encima del jersey. A capas, como las cebollas, como solía decir mi madre. Cojo mi teléfono, mi identificación, mi cartera y las llaves y lo guardo todo en el bolsillo izquierdo. En el derecho llevo mi varita.

Cuando salgo de casa enrosco alrededor de mi cuello una bufanda de color granate y empiezo a andar hacia la casa de Riley. Podría aparecerme ahí directamente, pero me apetece un paseo. Siempre me ha gustado el frío, y el aire gélido parece despertarme aún más. La sensación de pinchazos en el rostro, de frío que me hiela entera y me obliga a mantenerme en movimiento... Me hace sentir viva. No tengo claro que sea del todo sano, no sé qué opinaría un terapeuta, pero a mí me gusta. Termino colocándome los guantes en ambas manos. Al cabo de unos minutos llego a casa de Riley. Subo las escaleras con agilidad y presiono el botón del timbre.

Oigo pasos al otro lado y me abre la puerta la elfina doméstica. Sonrío, tratando de recordar su nombre —Eres Amanita, ¿verdad?— la elfina sonríe y asiente, observándome con dos ojos enormes y muy, muy abiertos. Me froto las manos, con frío, y sonrío —¿Está Riley? He quedado con él— le digo, mientras nubes de vaho salen de mi boca. Ella asiente y me hace pasar, para cerrar la puerta a mis espaldas y salir pitando a buscar al hombre. Mientras, yo empiezo a quitarme la ropa de abrigo, porque dentro de la morada la temperatura es significativamente más cálida.

Cuando veo llegar a Riley llegar una sonrisa agradable aparece en mis labios. Me hace sentir cómoda, y eso es algo que aprecio mucho en las personas, porque... Bueno, porque no destaco por ser alguien que consiga sentirse cómoda con mucha gente. Termino de deshacerme de la primera capa de ropa de abrigo y miro a mi alrededor, buscando dónde dejarlo —¿Dónde puedo...?— digo, agradeciendo cada vez más el calor que desprende la morada de Riley.

Entonces me doy cuenta de que no he respondido a su pregunta. A nada de lo que me ha dicho, realmente. Sacudo la cabeza y le dedico una sonrisa —Estoy... Bueno, bastante bien, dentro de lo que cabe. Con todo lo que está pasando... No lo sé. No sé hasta qué punto puede una decir que está "bien"— reflexiono en voz alta, pensando en todo lo que está pasando y cambiando a pasos de gigante a nivel social, y sin estar muy segura de que sean cambios buenos. Le quito importancia con un gesto de mano, porque tampoco he venido aquí a soltarle el discursito político —¿Y tú? ¿Cómo estás?— le pregunto, queriendo también interesarme por él.

Me doy cuenta, entonces, de que tal vez es la primera vez que quedamos conscientemente sin estar yo borracha o sin tener la intención de estarlo en algún punto. Y es raro, la verdad. Se me hace raro. Pero, en general, se me hace raro quedar con gente sin fines alcohólicos, últimamente, así que supongo que es normal que me sienta así —Amanita ha sido muy amable, sí. ¿Hace mucho que la tienes?— le pregunto, curiosa. En mi casa teníamos a Sun, pero cuando mi madre murió mi padre no quiso que siguiera ahí. Nunca sabré si la regaló, la echó o le dio la libertad. Tampoco me paro mucho a pensarlo, solamente sé que ahora tengo que ponerme yo las lavadoras y limpiar los platos cuando termino de comer.

Señalo las gafas que lleva en la frente con una sonrisa, curiosa —Así que realidad virtual, ¿eh?— ladeo la cabeza, alzando las cejas al mismo tiempo, queriendo entender de qué se trata todo eso —¿Es interesante? ¿Me vas a dejar probarlo?— pregunto, sintiendo la emoción propia de un niño pequeño que descubre un juguete que tiene otra persona y se muere de ganas de probarlo.

Triste, dice. Y me siento como si pudiera entenderle perfectamente. Cada uno con lo suyo, por supuesto, pero los dementores nos joden bastante, a la gente como nosotros. He bebido más alcohol solo estos días que en las pasadas semanas, me parece, porque inevitablemente mi madre ha estado más presente que nunca en mi cabeza. Entre el frío del invierno que se acerca y la sensación de frialdad de los nuevos patrullas de las calles... No nos va bien. No nos va nada bien —Ya... Te entiendo. De verdad, es... Comprendo la sensación— le digo, sincera, dejando una caricia suave en su brazo, como queriendo mostrarle, como puedo, que aunque la situación sea una mierda puede contar conmigo, porque comprendo la situación.

Esbozo una leve sonrisa en mi rostro cuando habla del origen del nombre de su elfa. Un hongo venenoso. Dice mucho de su situación en ese entonces, pero también dice mucho de su situación ahora —Si ayuda, creo que le queda muy bien el nombre. Y se la ve contenta en tu casa. He visto elfos realmente miserables, ella... Bueno, parece que le gusta este lugar— le digo, con una sonrisa amable.

Sigo a Riley, su mano tomando la mía, y cuando llegamos al sofá y me da unas gafas de realidad virtual sonrío ampliamente —¡Oh, genial! ¿Tienes alguna recomendación? Me dejaré guiar por el experto...— le digo, divertida. Antes de que me ayude a colocármelas paseo la mirada por la estancia, cómoda —Oye, tienes una casa muy bonita. Tienes que enseñármela más luego, me muero de curiosidad— le digo, sonriendo.

Cuando dice que es su nueva forma de escapar del mundo siento un cosquilleo por la espalda, que me sube por toda la columna. Porque la gente que supera malos hábitos y encuentra formas nuevas y sanas de tener lo que antes encontraban castigando su cuerpo... Les admiro. Mucho. Yo simplemente me refugio en el alcohol cuando necesito no pensar en algo, pero bueno, lo mío es diferente. Yo no tengo una adicción, yo simplemente tengo mucho estrés encima —¿Cómo funciona esto? Jamás he usado unas, creo. No para jugar, digo. Para cosas de entrenamientos sí— inquiero, curiosa.

Cuando habla de su esclavo, diciendo que no funcionó, le miro con curiosidad. Pero se nota que no quiere hablar del tema, así que le quito importancia con un gesto de mano —No tenemos que hablar de eso— le digo, consciente de que hay situaciones en las que es mejor no forzar. Y ha dicho que le salvó la vida, así que tuvo que ser algo fuerte. Y yo con el tiempo he aprendido que hay algunas heridas en las que mejor no hurgar, no voy a sacarle el tema hasta que él quiera. Y si no quiere nunca, pues no pasa nada. Podemos llevarnos bien igual, aunque no conozca toda su mierda, ni él toda la mía.

Levanto las cejas, divertida con la idea, cuando propone hacer un recorrido virtual. Y escucharle hablar de su casa me resulta algo gracioso —Yo he sufrido lo contrario. He vivido toda mi vida en el Capitolio, y cuando quise independizarme... Bueno. Todas las casas de los distritos en los que miraba se me hacían pequeñas— explicó, divertida —Y ahora que estoy buscando de nuevo... Pues imagina. Estoy en la misma situación. Pero con los precios que hay, tampoco puedo permitirme todavía tener una casa para mí sola en el Capitolio— le digo, distraída. Me centro de nuevo en la idea del recorrido semi virtual, porque no me apetece darle muchas vueltas al hecho que estoy sentenciada a seguir viviendo con mi padre hasta que tenga suficiente dinero ahorrado, que eso va a ser dentro de mucho.

Me ajusto las gafas con cuidado y le miro, divertida. O, como mínimo, muevo la cabeza en su dirección, siguiendo el sonido de su voz. Siento como me toma del brazo en el momento en el que, ante mis ojos, aparecen distintas criaturas mágicas. Me río, maravillada, siguiendo con la mirada a un kappa que persigue algo. Esto es muy divertido —¿Lo has programado todo tú. ¡Es impresionante!— le digo, contenta, sin querer soltarme de su brazo. Más por miedo a chocarme contra él si dejo de saber dónde está que otra cosa.

Caminamos hacia el piso de arriba. La casa es bastante impresionante, comparado con todos los sitios que he estado buscando yo por los distritos. Cuando llegamos arriba miro la puerta de lo que parece ser el baño y aprieto suavemente el brazo de Riley, como para que vea que le estoy hablando a él —¿Qué tipo de dragón es el que has programado en el baño?— pregunto, curiosa, también queriendo saber qué me encontraré cuando abra la puerta —Lo que he visto por ahora es genial. Tienes una casa muy bonita, Riley. Y... Bueno, las criaturas la hacen más divertida, no lo voy a negar— sonrío, contenta —¿Alguna vez te has chocado con Amanita mientras hacías esto?— pregunto, entonces, divertida con la idea.

Suelto un silbido de admiración cuando dice que el dragón que ha programado en el baño es un colacuerno húngaro. No se ha contentado con un dragón pequeñito, no, ha programado uno de los más peligrosos. Ir al baño es mucho más emocionante así, sin duda. Cuando abre la puerta el dragón nos ataca con una bola de fuego enorme. Admirada por los efectos visuales y el nivel de programación que tiene todo esto dejo que la llamarada choque contra mi pecho y se deshaga en cientos de llamas y chispas. Es admirable, sin duda, precioso.

Cuando estoy a punto de halagar el nivel de la animación, oigo un golpe a mis espaldas y me saco las gafas rápidamente para ver a Riley recuperando el equilibrio. Me echo a reír, divertida con la situación, y me acerco a él para ayudarle a mantener el equilibrio —Por Merlín, ten cuidado— le digo, entre risas. Él termina sacándose sus gafas también y yo le observo, riendo con él, muy cómoda con todo esto, con la situación y con él —Oh, ¿la has pagado entera? Qué bien— le sonrío, con sinceridad, contenta de que haya podido permitírselo.

Pero entonces me propone que me mude con él. Abro mucho los ojos, sorprendida con su oferta —Espera, ¿qué? ¿Lo dices de verdad?— pregunto, pestañeando rápidamente, como recuperándome de la sorpresa. Sonrío, con una pequeña ilusión creciendo en la boca de mi estómago. Porque estamos hablando de una casa preciosa, en un barrio bonito, cerca del trabajo, sin mi padre pero sin estar sola, y con una persona que es buena, genuinamente buena, que desprende luz, casi —Riley, ¿estás seguro?— pregunto, no sin cierta emoción en mi tono de voz —Es decir, a mi me encantaría. De verdad— le aseguro, sonriente.

Ni puedo ni quiero evitarlo, así que me acerco a él y le doy un abrazo. Siempre se me han dado bien los abrazos, o eso me han dicho, y él se merece uno de oso —Puedo pagar el agua, la luz, lo que sea. Puedo pagarte algo cada mes, como un alquiler— empiezo a decir, rápidamente —Es decir... Estás siendo muy amable. Mucho. Cocino bien, también te lo puedo compensar con eso— añado, con algo de nerviosismo, porque lo que está pasando es una de esas cosas que ocurren de repente y son tan buenas que cuestan de asimilar.

Me siento como si estuviera flotando en una nube, de pura felicidad. Lo que semanas antes me había causado mucha ansiedad y preocupación era ahora una oferta maravillosa. No solamente se me ofrecía la posibilidad de irme de casa de mi padre, sino que era para ir a vivir con alguien como Riley. Me río, emocionada —Oh, pero es lo justo. Si tú tienes la casa, yo puedo pagar el resto. De verdad, es... Es una oportunidad genial. De verdad— aplaudo un poco, con alegría, y miro a mi alrededor. Voy a vivir aquí. Realmente me voy a mudar con Riley. Está pasando. Estoy tomando esta decisión y no podría estar más contenta.

Sonrío ampliamente, mirándole —Oh, te pienso dar clases de cocina. Dame tres meses y cocinarás mejor que un chef. Vamos a aprovechar tu cocina para aprender y para cocinar cosas deliciosas— le propongo, contenta. Intento no dejarme llevar mucho por la emoción. Quién sabe, si me pongo demasiado activa tal vez se lo piensa dos veces y retira la oferta. Y no tengo ningunas ganas de que eso pase, es decir... No viendo la casa en la que se me ha ofrecido vivir.

Cuando me toma de la mano y me lleva por la casa soy incapaz de no ir mirando a mi alrededor, emocionada con todo. Hasta que llegamos a una puerta, que abre de golpe. Esto sería mi cuarto. Atrapo mi labio inferior entre mis dientes, permitiéndome fantasear durante unos segundos sobre la posibilidad de, realmente, mudarme aquí. Mudarme con él. Entro en el cuarto y doy un par de vueltas sobre mí misma, abriendo los brazos y extendiéndolos —Es genial. Me encanta— voy hacia el armario y, al abrirlo, me echo a reír —Aunque creo que en la vida tendré suficiente ropa como para llenar esto— añado, entre risas, antes de volver hacia él. No sé cómo voy a poder agradecerle esto. Y, por lo que me ha contado, seguro que a él también le va bien estar con alguien. No vivir solo. Tener compañía en momentos en los que su mente recupere experiencias pasadas y momentos desagradables.

Me coloco el pelo detrás de las orejas, despejando mi rostro, y le miro con una sonrisa —Estoy demasiado emocionada como para decir algo con sentido, pero... ¿Qué te parece si vamos preparándolo durante las próximas semanas? Si me voy de casa de un día para otro a mi padre le dará un infarto, y no queremos eso— digo, alzando ambas cejas —Así que... No lo sé, ¿un mes de transición, o el tiempo que haga falta? Las mudanzas también pueden ser muy pesadas si se hacen de golpe— reflexiono, con una pequeña mueca, recordando las que he vivido a lo largo de mi vida.

La mirada que le dedico a Riley no deja lugar a duda alguna. Pero es que lo que me acaba de proponer es un poco... ¿Raro? Tuerzo el gesto, negando un poco con la cabeza —¿Dedos de pescado con crema? ¿En qué momento eso suena delicioso? A mí me suena más a... Indigesto— reconozco, riendo —. Pero si hay alguna noche que llego con un par de copas de más, seguro que podrás convencerme de que lo pruebe. Quién sabe— bromeo, sonriendo. Es decir, sería hipócrita por mi parte decir que no a algo nuevo cuando siempre me enorgullezco de estar abierta a cosas nuevas. Así que aunque esa cosa nueva suene realmente asquerosa, supongo que por Riley puedo hacerlo. Es decir, literalmente me está dando un nuevo hogar. Unos dedos de pescado con crema al lado de eso no son nada.

Una sonrisa divertida ocupa mis labios cuando habla de su armario —Oh, haces que tenga ganas de preguntarle a Amanita acerca de esos disfraces— bromeo, divertida. Vuelvo a mirar el que será mi armario, sabiendo que va a quedar lleno de ropa de deporte y ropa cómoda para entrenar e ir a trabajar. Las aurores no vamos a trabajar precisamente en traje, y bajo la túnica en invierno es mejor llevar ropa que facilite la mobilidad. Tal vez hasta pueda guardar mi bicicleta estática y mi elíptica dentro del armario, para sacarlo solamente cuando me ponga a hacer ejercicio, en vez de tenerlo enmedio de mi habitación como pasa ahora mismo.

Camino hacia él cuando veo cómo duplica la llave, y cuando me da la que, a partir de ahora, será mi copia, sonrío abiertamente. Poso la pieza de metal sobre mis labios y le doy un beso, como mostrando que pienso darle a esta casa todo mi amor —Gracias, Riley. Muchas gracias— le digo, verdaderamente emocionada —, cuidaré esta casa con todo mi corazón. Y yo también paso muchas horas en el trabajo últimamente, pero me iré mudando poco a poco— le aseguro, contenta. Me froto la mejilla y le miro, de repente, sonriendo, pensando en algo —Podríamos cenar juntos algún día cada semana. O algunos días. Así yo empiezo a pasar más tiempo fuera de casa de mi padre, más tiempo aquí, avanzo con la mudanza y tú vas viendo cómo cocino y lo bien que te va a ir tenerme en casa— bromeo, sonriendo, pero contenta con la idea de poder establecer algo así para ir haciendo la transición.

Experimento una mezcla de ternura e incomodidad cuando dice que no dejará que vaya sola si planeo pasarme de copas. Le acaricio el brazo con cariño y le sonrío —Eres muy amable, Riley. De verdad. Solamente espero que... Que no haga falta que me tengas que volver a traer aquí en según qué condiciones— digo, algo avergonzada —La verdad es que no he vuelto a emborracharme tanto desde ese día— le digo, queriendo que se quede tranquilo. Es decir, la puntualización es importante. No he vuelto a emborracharme tanto. He bebido, por supuesto, y mucho, pero sin llegar a ese nivel. Ese día... Ese día era un tema a parte. Ahora bebo de forma más discreta.

Me hace cierta gracia que me reconozca que es un friki, como si fuera algo que me hubiera estado ocultando —Oh, ¿lo eres? Madre mía, Riley, no me había dado cuenta. Es decir... Lo estabas ocultando muy bien con todo el tema de las mil y una criaturas mágicas programadas por ti en un juego de realidad virtual en tu propia casa— bromeo, socarrona, acariciándole el brazo con un gesto de cariño. No me molesta nada vivir con un friki, al revés. En mi casa todos lo éramos un poco. Jugábamos juntos a juegos de mesa, leíamos, mirábamos películas y series... Pero todo se terminó con la muerte de mi madre, cuando la actividad familiar mutó a empezar a beber alcohol en compañía. Y la verdad es que lo echo de menos.

Mi idea de las cenas parece gustarle. Y me alivia bastante, puesto que no es solamente una separación gradual para mi padre, también lo es para mí, y saber que voy a poder empezar a pasar noches con Riley a partir de ahora suena demasiado bien —Tendré en cuenta tu oferta por lo de las cajas. Y... Y le daré las gracias a Amanita también— digo rápidamente, con una sonrisa en los labios. Cuando propone preparar pizzas asiento, entusiasmada con la idea —¡Me parece genial! Hasta podemos hacer nosotros la masa, es realmente divertido. Y podemos poner los ingredientes que queramos... Sí, sí, compro. Me gusta la idea. Sí. Cenaremos pizza casera— afirmo, contenta. Y solamente las ganas que tengo de algo tan banal como preparar una cena son una señal de que voy a pasármelo en grande viviendo aquí, compartiendo piso con alguien como él.

Y, mientras regreso a casa, pese a que el frío está volviendo y el invierno está llegando, siento dentro de mí una calidez y una alegría que echaba mucho de menos.