The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Buena y atractiva. Esas fueron las palabras de Charles sobre como debo tomarme el trabajo a partir de ahora, aunque algo me dice que debo inclinarme por la primera opción más que por la segunda. Aun tengo la sensación de que van a pararme el paso cada vez que atravieso las puertas del colegio, como si esperase que un dementor se acercara para succionarme el alma o algo por el estilo, pero con los días termino por aceptar que quizás estaba exagerando con mis conclusiones precipitadas y el inminente despido que me esperaba tras la desastrosa entrevista con los aurores. No obstante, tengo que reconocer que ese sentimiento amargo no termina por irse, no cuando las clases están siendo revisadas por personal del ministerio día sí y día también en busca del más mínimo error para echarnos a todos a patadas. En el fondo sé que es lo que quieren, a pesar de que la mayoría de los profesores que trabajamos aquí ya hemos sido contratados por la propia ministra. Como me dijo mi hermano hace unas semanas cuando todo esto empezó, no se fían ni de los que aparentemente están en su bando.

Me limito, como dije, a hacer mi trabajo. Trato por todos los medios de ignorar las sombras a las esquinas del aula, intentando que no interrumpan demasiado en las explicaciones, o al menos, no lo suficiente para que la atención de mis alumnos desaparezca a la primera de cambio. Sin embargo, ni siquiera las interrupciones sirven para que alguno eleve la voz, aproveche para intercambiar un comentario gracioso con sus compañeros como solían hacer antes de que pusieran la institución patas arriba. Eso me deja clara una cosa, que no somos solo los maestros los que sentimos que debemos guardarnos las palabras, que ellos también se encuentran en una posición complicada, y, después de todas las noticias que han salido en televisión, tienen todo el derecho a sentirse de esa manera. Al fin y al cabo es una situación que les afecta de manera directa, ya sea en el presente o en el futuro cercano.

Por esa misma razón, me inclino por apostar por el futuro de mis estudiantes, y como tutora de una clase donde ya el año siguiente muchos de ellos van a tener que escoger una especialidad de preferencia propia, mi misión es intentar guiarles en la búsqueda de una que se acerque a sus intereses. Una de esas alumnas, Ileana Jensen, también atiende a clases de adivinación, por lo que me resulta más fácil tener una charla con ella antes que con aquellos a los que tan solo me es posible dirigirme en tutorías concertadas. — Señorita Jensen, quédese un minuto después de clase, si es tan amable. — Indico antes de comenzar con la misma, aunque luego me doy cuenta de que no es un buen punto decirlo al inicio y que es mi error si se decide por no atender en lo que queda de hora por estar pensando en esto precisamente. Por suerte para ambas los minutos pasan más rápido de lo esperado, por lo que termino de recoger mis cosas en lo que el enviado ministerial se decide por abandonar el aula. Solo cuando sale y puedo confirmar que estamos solas, me permito el dirigirme a ella. — ¿Cómo se encuentra este año en las clases? — Pregunto con amabilidad, sin querer centrarme mucho al principio en el tema, trasladando mi curiosidad hacia una zona de menos preocupación. Sé de sobra que los estudiantes de último curso dentro de la enseñanza obligatoria sienten que no hay nada nuevo para aprender ahora que deben decantarse por un camino, que la mayoría están cansados de estudiar y prefieren hacer una elección fácil antes que una meditada.
Phoebe M. Powell
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V. Ileana Jensen
No abogaría por ser una experta en escabullirse o colarse en los sitios. A veces lo era, otras salía terriblemente mal y acababa en problemas. Divertidos, pero problemas al fin y al cabo. Por ello trató de deslizarse por el fondo de la clase, de puntillas y con la mochila arrastrando en la diestra. No estaba bien llegar tarde a las clases de las primeras semanas, aquellas eran en las que tenía que dar una buena imagen, no buscarse más problemas con su madre y terminar el año con unas buenas notas para tratar de convencer a su progenitora de hacer lo que quisiera con sus estudios. Si la seguía obligando haría que pagara la carrera y no iría ni a una sola clase, sabía que era capaz y no tenían que jugar la una con la otra. Ambas lo sabían de sobra. Se mordió el labio inferior, caminando inclinada hasta que la repentina mención de su nombre la desconcentró e hizo tropezar con una mochila ajena que reposaba en el suelo. Fulminó con la mirada al compañero antes de alzar la mirada hacia la profesora, esbozando una culpable sonrisa que acabó por difuminarse en sus labios. No era un regaño directo, pero daba mucho más miedo tener que quedarse después de clases. Aun así asintió con la cabeza, encaminándose a su asiento y dejándose caer, cansada.

Tomó un par de vagas notas en un folio, no prestando demasiada atención ni a las explicaciones ni a los chascarrillos de sus compañeros, observando de tanto en tanto a los enviados ministeriales que o bien estaban muy interesados en la educación de las nuevas generaciones o buscaban cualquier indicio. Lo que fuera. Tragó saliva, mordiéndose el labio inferior con cierta insistencia, rascándose los brazos y frotando los pies bajo de tanto en tanto. Mierda. En el único momento que prestó atención sus ojos se encontraron con los de la profesora, retirándolos rápidamente hacia otro lado. No tenía ganas de hablar con nadie, y mucho menos cuando no había hecho nada para ser llamada. ¿Le iba a leer su futuro? Siempre pensó que era una gilipollez, pero, a la vez, se inscribía en las clases por curiosidad, en busca de la verdad dentro de leer las estrellas, las hojas de té o los flashazos que le pudieran venir a la cabeza sin venir a cuento.

Recogió todas las cosas con suma lentitud, permaneciendo sentada hasta que sus compañeros desaparecieron de escena y, entonces, se levantó caminando hacia ella y quedándose a una mesa de distancia. Frunció el ceño apenas unos instantes, encogiéndose de hombros en los siguientes. —Como siempre, aburrida— dijo, como siempre, sin pelos en la lengua que la reprimieran a la hora de hablar o expresarse. —El preludio de la adultez. Lo único que lo diferencia del resto de años son las optativas enfocadas a futuro— continuó hablando. Ella no tenía ninguna materia relacionada con lo que le interesaba, la única información que disponía venía de manos de su tío, y siempre a escondidas de su progenitora. Parecía que su vida estaba destinada a aquello, estar escondiendo de los demás todas las cosas que hacía. Irónico. Eran demasiados los secretos que tenía incluso con las personas en las que confiaba. —Siento haber llegado tarde a su clase— comentó después de unos segundos meditando que más decir y apoyándolo levemente  sus piernas contra la mesa que había dejado tras de sí. No le gustaba cuando la interrumpían así que era comprensiva con los demás en aquel aspecto.
V. Ileana Jensen
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me tomo el tiempo que utiliza en recoger sus cosas para apoyarme sobre la parte delantera del escritorio al bordearlo, cruzando los brazos al pecho, que daría una figura de mayor autoridad si se tratara de cualquier otro profesor. A mí, en cambio, me hace parecer casi una igual entre los estudiantes, porque en el fondo no dejo de ser una de las maestras más jóvenes y con menos experiencia de la escuela en años. Frunzo un poco el ceño ante su respuesta, aunque enseguida borro cualquier rastro de arruga en mi frente e intercambio la expresión por una sonrisa algo apenada por el modo en que utiliza sus palabras. — La adultez no tiene por qué ser aburrida, ¿lo sabía? — Tuerzo los labios en una mueca, como si estuviera esperando a que me retara cuando sé perfectamente que lo haría sin lugar a dudas. Al fin y al cabo, es por eso que prefiero tratar con estudiantes de cursos inferiores, ellos no tienen la necesidad de discutir todo lo que sale por tu boca. Con adolescentes, por otra parte, parece que cada cosa que digas está hecha para ofenderles. — Es la adaptación a la adultez lo que puede resultar tedioso. — Yo nunca llegué a sufrir esa etapa, en la que no tienes la autonomía suficiente para que se te considere independiente, pero sí la obligación de cargar con las decisiones que tomas. A mí me cayeron todas las responsabilidades de golpe a la escasa edad de ocho años, y aun así, creo entender su punto.

Con un gesto de mi mano le quito la importancia que sé que debería de darle al hecho de que ha llegado tarde a mi clase, cualquier otro profesor lo hubiera hecho en mi caso, pero creo que ha quedado claro ya en antiguas ocasiones que no soy una corriente, en especial porque llevo tan poco de acostumbrarme a esto que hay veces que pienso que soy yo la estudiante y no del revés. Si me pusiera seria creo que me tomarían menos en serio que de actuar como hago normalmente. — Mientras no se repita, no importa, a todos nos está costando acostumbrarnos a este ritmo. — No sé cual será su excusa para haber llegado tarde, pero casi que prefiero creer que fue porque todas estas nuevas normas que han sido impuestas en el colegio hace viene siendo nada nos tienen dando tumbos torpes a todos, no solo a los profesores. Con esto tampoco quiero que me vea como un punto débil dentro del profesorado, aunque a quién vamos a engañar, no soy la más estricta entre mis compañeros a la hora de dar clase, bastante tengo con no perderme yo misma en las lecciones, para ser honesta.

Me reincorporo sobre mis pies para dar unos pasos que me pongan a una distancia más cercana a ella, meditando las palabras. — Verás, la razón por la que he querido hablar contigo es porque como bien ya sabes este es tu último curso obligatorio en el colegio, y como tu tutora este año es mi obligación guiarte a la hora de tomar una decisión acerca de lo que hacer en el futuro. — Rompo con todos los formalismos que utilizo en clase normalmente, porque aparte de que nunca me gustaron, siento que una conversación en la que no nos tengamos que tratar de usted va a ayudarla más a que me vea como una figura de confianza que de seguir haciéndolo. — Has escogido unas optativas bastante curiosas este año… ¿tienes alguna idea de hacia dónde quieres enfocar tu carrera profesional? ¿o de si acaso quieres seguir por ese camino? — No sería la primera que se niega a seguir con los estudios nada más terminar la educación obligatoria, yo misma opté por no seguir por ese camino, una opción de la que no me arrepiento porque la realidad es que no tenía el dinero para seguir estudiando, pero no puedo decir que no me hubiera servido para nada. Aunque viendo cómo han acabado las cosas, tampoco es que me hiciera mucha falta. Sea como sea, esa elección debería ser cien por cien individual, y con las asignaturas dispares que ha escogido este año, no estoy muy segura de hacia dónde está tirando.
Phoebe M. Powell
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V. Ileana Jensen
Tratar de mantener una conversación con alguno de los profesores de la institución era complicado y, por ello, lo evitaba a toda costa. No necesitaba a nadie que la guiara en la vida, que tratara de darle consejos o de ser su ‘amiga’. Supuestamente todos tenían una, o dos en los mejores de los casos, figura de autoridad en casa; aquella persona encargada de guiar, apoyar o curar las heridas. Arrugó los dedos de los pies, bajando la mirada apenas unos instantes. Molesta consigo misma ante el hecho de aún mantener en su mente pensamientos como aquellos. Alzó la mirada apenas un ápice, mostrándose ligeramente confusa. —Tener que decidir el camino que tomará mi vida en base a la elección de  unas materias escolares y las notas que saque es lo que me parece aburrido, además de absurdo—. La mayor parte de sus compañeros no sabían lo que quería hacer, solo lo que sus padres esperaban de ellos. Ella, por su parte, lo tenía claro. El problema era su progenitora, la cual había permanecido a un lado en silencio la mayor parte de su vida, pero parecía querer participar en su vida con la única intención de cambiar su rumbo; no buscándole un camino, solo cortándole uno en concreto.

Apoyó la parte trasera de sus piernas contra la mesa, dejando que la mochila cayera sobre ésta y le quitara cierto peso de sus hombros. Asintió, lentamente con la cabeza. La mejor opción era disculparse antes de que el aluvión de recriminaciones se le viniera encima, y hacerlo por llegar tarde era sencillo. Apoyó las manos sobre el pupitre, rodeando con las manos el borde de ésta. ¿Podía irse ya? Se había disculpad y la profesora parecía lo suficientemente accesible como para dejarlo pasar sin tener que recurrir a los típicos discursos de que podía molestar a los demás, interrumpir la clase o que se quedaría atrás. Aunque sucediera todo aquello acababa con suficiente nota como para no tener problemas a los que hacer frente, no al menos en el aspecto estudiantil. —¿Puedo…— comenzó a preguntar, cesando en su intento cuando acortó las distancias entre ambas y se vió obligada a erguirse en el lugar, cerrando la boca. Un suave ‘Oh’, escapó de sus labios por las palabras ajenas. Ni siquiera tenía idea de que su tutora de aquel año era ella, nunca se había interesado ni tenido tutorías privadas por lo que se trataba de una información sin la que podía sobrevivir.

Masticó el interior de su mejilla, moviendo la nariz hacia ambos lados. Pensativa. Acabando por sisear por lo bajo con la diestra enredada en los cabellos que habían quedado sueltos sobre su nuca tras el rápido y fallido intento de una coleta alta antes de salir del apartamento. —No creo que sea su obligación hacerlo, nadie le recriminará las malas decisiones de una alumna entre treinta— acabó hablando, arrugando la barbilla con cierta indiferencia. Los padres estarían bajo el foco de las recriminaciones  y comentarios por la manera en la que habían educado a sus hijos, los caminos que habían acabado tomando. Y lo cierto es que la suya no podía acabar bien parada se mirara desde el ángulo desde el que se hiciera. Negó con la cabeza, cruzando los brazos bajo su pecho. —No continuaré los estudios cuando acabe este año por lo que mis optativas son fruto de una mezcla entre el azar y el destino. ¿No cree en el destino?— preguntó entonces la de cabellos castaños. Era obvio que tenía que creer en ello, sino no podría dar aquella materia; pensar que cada persona ya tenía una tapiz terminado con todos los hilos perfectamente entrelazados unos con otros y formando su destino. Y, teniendo en cuenta el camino que estaba transitando, dudaba que tuviera la oportunidad de hacerlo aunque se le hubiere permitido.
V. Ileana Jensen
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Por mucho que me gustaría discutirle eso, como profesora de esta institución se supone que es lo que debería hacer, no quiero convertirme en la hipócrita que le rebate ideas que hasta yo misma a su edad pensaba. Nunca se me ha dado bien mentir, por lo que tratar de convencerla de algo de lo que yo también me encuentro un poco escéptica no me parece una muy buena idea. Y es que en las últimas semanas se han estado dando algunos cambios que tampoco ayudan a que los estudiantes se sientan más cómodos a la hora de asistir a las clases. — ¿Y qué es lo que quieres hacer tú, en ese caso? — Pregunto, pues si no va a continuar sus estudios en el colegio, que sería el camino convencional que siguen todos si no es por elección, por costumbre, tiene que tener otras ideas en mente, aunque dudo francamente que las quiera compartir conmigo. — Ambas sabemos que las calificaciones no importan a la hora de desenvolverse en el mundo real, pueden ayudarte a conseguir trabajo si eres lo suficientemente influyente, pero nada más, no hay forma de que se os prepare aquí para lo que hay ahí fuera en base a los resultados académicos, me temo. ¿Cuál es tu plan, entonces? — No es estúpida, sabe perfectamente a lo que me refiero. Uno puede ser un genio en aritmancia y no tener ni idea de relacionarse en un entorno de trabajo. Claro que siendo hija de la más reciente ministra, dudo que tenga problema alguno en encontrar un puesto más que decente. No debería estar diciendo esto en voz muy alta, de todas formas, menos cuando el enviado ministerial puede estar todavía con la oreja pegada tras la puerta. No me sorprendería lo más mínimo si así fuera.

No necesito fijarme demasiado en su lenguaje corporal para darme cuenta de que no quiere estar aquí, porque ella misma se encarga de expresarlo con palabras en cuanto tiene oportunidad. Me paso los dedos por la frente, masajeando un poco mi piel en un gesto completamente desinteresado para no tener que suspirar en su lugar. — Me temo que sí es mi obligación, y no están las cosas como para negarme a cumplirlas. — Me encojo de hombros, dejando caer los brazos nuevamente sobre mi pecho, pero sin apenas moverme del sitio. — Puede. Es cierto que nadie va a despedirme si una estudiante fracasa, pero dado que te consideras un caso perdido siquiera empezado el curso, me gustaría saber por qué tan poco interés en remediarlo. — Si hay algo que me da lástima más que otra cosa dentro de este colegio, son alumnos que no se tienen ni una pizca de confianza en sí mismos, por las razones que sean. — ¿De veras no hay nada que te llame la más mínima atención? — Algo tiene que haber, sino, ¿qué le hace querer levantarse por las mañanas? Solo tiene dieciocho años, es triste la poca visión de futuro que tienen los jóvenes de hoy en día.

No la tomaba por alguien al que le interesaran este tipo de cosas, creo que lo demuestro bien por la forma que tengo de alzar las cejas en sorpresa, aunque me reservo de hacer alguna clase de comentario al respecto. Ladeo la cabeza mientras me doy pequeños golpecitos con el dedo índice en el codo, pensando bien mi respuesta. — Lo hago, pero creo que tú y yo tenemos una definición muy distinta de lo que es el destino. — No sé por qué me da que es la típica que se resigna a creer que el destino lo tiene todo preparado y que por ese mismo motivo no hace nada por cambiarlo. — ¿Crees en la libertad, Jensen? ¿En la libre elección de tomar decisiones propias? — Pregunto, enderezando mi espalda en alineación con mi cabeza, gesto que hace parecer que he tomado la decisión de hacer de esta conversación una charla seria, aunque mis intenciones van bien lejos de eso.
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V. Ileana Jensen
Estaba en esa justa edad, en la que se cuestionaban absolutamente todo y disfrutaba llevándola la contraria a lo demás. Por suerte no era del tipo de personas que lo hacía porque sí, tenía su lógica interna y sus razones más que contrastadas para poder pensar de aquel modo. Por ello le cansaban las personas que trataban de razonar con ella en ese aspecto, en uno que tenía más que grabado y labrado, uno en el que se debía andar con pies de plomo si no quería acabar hundiéndose. Un encogimiento de hombros fue toda la respuesta que podía recibir a su pregunta. Quería hacer algo por placer, por amor a ello. Luego estaba lo que debía hacer por los demás. ¿Ayudar en una revolución que estaba avocada a la derrota? ¿Liberar a los humanos? ¿Igualdad de género y de sangre? En realidad quería hacer una gran cantidad de cosas y no había sido capaz de darse cuenta hasta que alguien, finalmente, le preguntó por ello. Lo malo era que el noventa por ciento de sus aspiraciones no eran ‘legales’ ni pronunciables en voz alta frente a cualquier persona. —No tengo ninguno— contestó volviendo a encogerse de hombros con una culpable sonrisa en los labios. —Probablemente mi madre tenga uno para mí. Le interesan mucho las apariencias y, ahora que es Ministra, no querrá tenerme como una mancha en su fantástico expediente— agregó con naturalidad. Si ella supiera que en realidad ya lo había hecho ni siquiera la querría tener a su lado.

Un gesto de molestia se dejó ver en su expresión, precipitándose a retirarlo en cuanto se percató. Era cierto que la profesora era alguien joven, que había escuchado más de un comentario de su ‘mano blanda’ con los alumnos, pero la castaña era alguien que trataba de respetar a los demás. Y mucho más si no le habían hecho nada. Ella solo estaba tratando de hacer su trabajo por mucho que la estuviera cansando. —Tengo nota suficiente para optar a cualquier especialización— comentó. No era una ratita de biblioteca, tampoco asistía a todas las clases y su concentración no era estupenda cuando no se trataba de cosas de su interés, pero su capacidad para retener información y derramarla sobre los exámenes era algo envidiable. —Periodismo— acabó concediendo, finalmente, en busca de que viera que alguna aspiración tenía en la vida y dejara de insistir en aquello. Aunque para ello tendría que esforzarse un poco más. —, pero no lo tengo permitido— tuvo que indicar como coletilla, dejando claro que no era una opción, no existía como ello.

Apoyó las manos sobre la mesa, girando el rostro en dirección a la puerta, dejando que su mirada vagara en ella durante algunos segundos hasta que regresó la atención hasta ella. —¿Libertad?— preguntó ella, arqueando ambas cejas y no pudiendo evitar reír con cierta ironía. —No creo que exista, ni tampoco el libre albedrío— negó con la cabeza, rodeando con los dedos el reborde de la mesa. —Tenemos un toque de queda custodiado por dementores, somos clasificados por nuestra pureza de sangre y… bueno, mejor no hablar de los esclavos— apostilló en un tono de voz más bajo. Si las paredes tenían oídos, muchos más las de una escuela. —¿Cuánta gente cree que tiene libertad para tomar sus propias decisiones, profesora?— preguntó entonces ella con gesto algo más serio e interesado. Realmente le interesaba su respuesta, sabía las del círculo del ministerio y las de la Red, pero no las de las personas de a pie. Aquellas que no entraban en política.
V. Ileana Jensen
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Bueno, no puedo decir que no la comprendo porque soy la hermana del ministro más joven que ha tenido este país por… bueno, desde el principio porque no es como que los magos lleven mucho tiempo al descubierto, y no resulta agradable que te miren como si esperasen algo más de alguien íntimamente relacionado con una persona que ha hecho tanto por la nación. Mis progenitores también tenían planes para nosotros, mi padre estoy segura de que siempre quiso que Hans siguiera sus pasos en la abogacía, y de alguna manera lo hizo, mientras que para mí… no creo recordarlo con certeza, pero estoy segura de que también le hubiera gustado que hiciera algo digno de llevar su apellido. Resulta irónico como se desenvolvieron las cosas, si lo piensas. — Bueno, en ese caso, tienes todo un año para descubrirlo si no te cierras a la posibilidad de encontrar algo que te guste. — No tener un plan no significa que no vaya a tener uno por el resto de su vida, pero tampoco puede resignarse a ver la vida pasar. — Tu madre solo es un obstáculo, no digo que funcione tratar de hablar con ella y hacerla entrar en razón, además de que estoy segura de que ya lo habrás hecho, pero… quizás, ¿llegar a un acuerdo? — Me encojo un poco de hombros y los mantengo ahí por el tiempo que me toma volver a hablar. — Puedes intentar darle una oportunidad a las salidas que le gustan a tu madre para ti, y en el proceso, buscar otras que te llamen a ti, no tienes ningún plan, asumo que tampoco tienes nada que perder entonces, ¿no es así? — Extiendo las manos hacia delante antes de juntarlas en una palmada silenciosa.

La próxima vez que acepte a tutelar a todo un curso de chavales recién salidos de la pubertad, que alguien me recuerde en lo que me estoy metiendo antes de firmar. Con lo fácil que es dar explicaciones a niños de catorce años, además de graciosos. Por lo menos, no parece tan reacia a colaborar después de un rato, y hasta puedo ver en mis propios ojos la satisfacción que me produce el haberle sacado algo, por mínimo que sea. Claro que luego dice que lo que le gusta no lo tiene permitido y se me cae la sonrisa del rostro tan pronto como lo dice. — ¿Qué hay de malo en periodismo? — No veo cual es el problema, es una carrera bastante demandada, en especial ahora que hay una red clandestina y a la gente le ha dado por hacerle la competencia. Creo que ya se por dónde van las tornas. — Tu madre no lo aprueba porque te daría una excusa para… ¿deambular por ahí? — El tono de mi voz es dudoso porque no sabría encontrar otra razón por la que su madre no quiera que estudie esa carrera. Sé de sobra que a la gente poderosa le gusta tener todo bajo control y dirigir la vida de los demás, pero creía que estábamos lejos de que los padres decidan lo que hagan sus hijos en el futuro laboral. Aparentemente no.

La mueca de mis labios es algo tensa, porque no esperaba que tirara por ese lado y tampoco era mi intención que lo hiciera, por lo que tomo sus palabras como excusa para mover mis pies de un lado a otro de la sala. — No me refiero a esa clase de libertad. Eso que hablas son limitaciones mayores, que sí, no podemos evadirlas, pero siempre hay algo que se puede hacer dentro de las restricciones. — No sé si está entiendo mi punto porque para ser honesta no creo estar aclarándome bien, así que prosigo. — Puede que no cambie nada, o puede que sí, la gracia está en intentarlo para saber qué clase de resultado vamos a obtener. Dentro de esas limitaciones, claro. — Que son una mierda, no nos vamos a engañar, pero me parece que ya nos estamos alejando del tema lo suficiente como para preguntarme si seguimos hablando de su futuro laboral. — Te pregunté por la libertad porque tú me preguntaste a mí sobre el destino, y hay quiénes dicen que son cosas contradictorias. Si nuestro camino ya está marcado en el tiempo, si no importa las decisiones que tomemos vamos a terminar de una manera en concreto, ¿hay verdaderamente espacio para la libertad? Los que respaldan la libre elección dicen no creer en el destino, pero por lo que me has dicho, no crees en la libertad y sí en el destino. De forma que… ¿entiendo que vas a resignarte a no hacer nada solo porque tu final ya está “escrito”? — Espero que piense bien su respuesta, porque si hay algo de lo que entiendo es de esto, aunque bueno, tampoco creo que sea una ciencia experta y de la que uno pueda entenderse al cien por cien. No son como las matemáticas, eso desde luego. — Y en cuánto a tu pregunta... Creo firmemente que cada persona tiene la elección de tomar sus propias decisiones, pero otra cosa muy distinta es lo que estén dispuestos a perder por conseguirla. ¿Entiendes? — Ladeo la cabeza, terminando con mi parte de la explicación.
Phoebe M. Powell
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V. Ileana Jensen
Parecía joven, pero estaba claro que había dejado su edad atrás hacía cierto tiempo. Quizás no toda, pero la mayor parte de la juventud siempre quería acabar haciendo algo. Conseguir dinero para poder tener una vida acomodada y fuera de peligros, encontrar el amor, rodearse de un buen círculo de amistades… pero siempre les decían a los adultos que no querían hacer nada o no sabían hacia dónde ir. Lo que costaba, en realidad, era escoger un camino concreto. Pero no era algo que se pondría a explicar de la nada, no cuando solo quería poder salir de allí y disfrutar de su siguiente hora libre bajo algún árbol del jardín del colegio. Y secuestrar a Lyra en el camino formaba parte del plan. Parpadeó un par de veces, incluso se permitió fruncir el ceño ligeramente tras sus palabras. Negó con la cabeza, mordiéndose el interior de la mejilla. Llegar a un acuerdo con ella era imposible, aún más cuando las posturas de ambas mujeres eran tan distantes la una de la otra. Y ninguna tenía la menor intención de ceder ante la otra, pero la castaña mucho menos. Suficiente tenía con tener que mantener el ritmo estudiantil por ella, conservar una imagen que no dañara la suya. No le concedería algo más, o sí. Simplemente le podía hacer perder el dinero matriculándose en unas clases a las que no asistiría nunca.  

Suspiró, cansada. Sus piernas se apoyaron mejor contra la mesa, y sus dedos acariciaron los laterales de la mesa con sumo cuidado. —A ella le da igual que deambule, o me pierda, siempre que no la coloque en una situación incómoda— sonrió, sarcástica. Aunque bien en su sonrisa se podía ver diversión, también un atisbo de tristeza que nunca jamás reconocería ante nadie. No le molestaba no tener una madre, le molestaba tenerla  y que no existieran la una para la otra excepto para aquel tipo de restricciones tan importantes para ella. —No tiene un plan pensado para mí, ni una salida laboral concreta, sólo… no quiere esa— arrugó levemente los labios. —No soporta a su hermano, y él es periodista. Es un famoso presentador en el televisión, seguramente lo ha visto en alguna ocasión— agregó, asintiendo con la cabeza. Un ejemplo a seguir. En ocasiones se encontraba preguntándose si había escogido periodismo por una razón de gusto e interés, o porque sabía que era lo que más le molestaría a su madre. En la actualidad poco le importaba, pero quizás, en el pasado, lo había hecho como un modo de llamar su atención aunque solo fuera de forma negativa.

Inclinó la cabeza hacia un lado, prestándole plena atención ahora que, al menos, no estaban hablando de su vida personal y las razones por las que estaba estudiando una cosa u otra. Realmente se sentía extraña con alguien tratando de ahondar en el tema por primera vez en su vida. —Tenemos unas limitaciones demasiado rígidas como para poder tratar de hacer algo dentro de las mismas. Cualquier paso extraño puede ser considerado como traición, lo cual… consigue que no haga gracia intentar saber qué clase de resultado diferente podríamos obtener— trató de explicar su punto, encogiéndose de hombros cuando hubo terminado de hablar. Se golpeó con la lengua en la comisura un par de ocasiones, observándola mientras hablaba. Al final resultaría interesante la breve conversación entre ambas mujeres. Escuchándola hablar nacían dentro de ella anhelos, quizás incluso curiosidad por todo lo que trataba de explicarle y quería comprender más allá de la pequeña aplicación práctica que pudiera tener en aquel momento. —Cuando crees en el destino tienes menos miedo a la hora de tomar decisiones porque sabes que te llevan a un sitio, al final que todos tenemos escrito. Sabes que has nacido por una razón. Puede ser buena o mala, pero ahí está. Existe. La libertad es algo utópico. Nadie en realmente libre de hacer lo que quiera, siempre hay algo que acaba coartando nuestras decisiones por lo que no podemos decir que sean totalmente libres— acabó contestando después de un par de minutos meditándolo cuidadosamente. No podía negar que la opción de tener libre albedrío era maravillosa, pero no conseguía confiar en la misma. Y a la vista estaba. Masticó el lateral de su lengua durante unos instantes, acabando por esbozar una sonrisa que alcanzó sus ojos. —¿Cómo es su trabajo entonces?— se atrevió a preguntar con verdadera curiosidad. —Es decir, trata de enseñarnos a leer las cartas, el cielo, los posos del… ¿té?— continuó —pero, ¿qué utilidad tiene todo ello si somos capaces de cambiar constantemente nuestro futuro con las decisiones que tomamos?— ladeó la cabeza hacia un lado, esperando una respuesta con algo de sentido que pudiera conseguir hacerla cambiar de opinión. Aunque no lo pareciera, era alguien a quien no le costaba acceder ante las opiniones de las demás si éstas eran coherentes.
V. Ileana Jensen
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me da lástima que hable así de su madre, pero siento inapropiado preguntar por su padre cuando no conozco bien los detalles por los que no lo menciona. Me sorprende que haya tantos padres hoy en día que se hagan los desentendidos con sus hijos como si no fueran ellos los que decidieran haberlos tenido en primer lugar. Su explicación acerca de por qué su madre no la deja estudiar periodismo me saca un movimiento de mis cejas, alzándolas un segundo antes de añadirle a la expresión un leve suspiro en desacuerdo total. Se me hace un poco infantil la excusa en que se respalda la ministra para rebatir las decisiones que toma su hija, pero tampoco voy a meterme en asuntos familiares que no me competen. Yo soy la primera que no quiere tener a gente husmeando en mi historial como si fuera revista de cotilleo. — De acuerdo, si tu madre no va a aceptar tu punto de vista porque eres su hija, ¿qué te parece si me das un intento para hacerlo yo? — No quiero ser pesada con el tema, porque es evidente que se trata de un tema delicado donde me convendría no entrar. No obstante, por otro lado, no puedo esperar a tirar la toalla a la primera de cambio. — No lo haré si no quieres, y podemos esperar a que el curso avance si ahora no es el momento adecuado para caldear más la situación, pero puede que tu madre se muestre un poco más comprensiva si hay algún miembro del profesorado que respalde tu elección, ¿qué dices? — Al final, se supone que para eso estamos los maestros también, para dar apoyo al estudiante cuando no lo tiene en su casa.

Chasqueo la lengua en desacuerdo, negando lentamente con la cabeza de un lado a otro cuando habla como si no fuera posible hacer nada. — Con una mentalidad así no vas a llegar a ninguna parte. Sí, es verdad que ahora las cosas no están como para ir predicando a los ocho vientos, pero a veces no se trata de sobrepasar las limitaciones, sino de trabajar con ellas para que a la larga, no lo sean tanto. — Sé que nos estamos yendo del tema principal para rato largo, pero me aseguro de mirarla como si esta conversación fuera lo planeado desde un principio. Como veo que también yo me estoy saliendo por las ramas, extiendo mis brazos y mis palmas hacia delante.— Me explico, hay cosas que no van a cambiar por mucho que lo queramos porque las circunstancias lo han hecho así, está en nuestra mano esforzarnos por hacer de ellas un inconveniente menos o, por otro lado, resignarnos a aceptarlas sin hacer nada al respecto. Como el toque de queda, por ejemplo, habrá gente que se haya adaptado a cubrir en sus horas lo que antes podían hacer hasta tarde, y otras muchas que simplemente habrán quitado el salir por la noche de su agenda. ¿De qué grupo preferirías ser tú? — Ni me reconozco cuando hablo, ¿desde cuándo soy yo tan optimista? Que no es que piense en negativo todo el rato, pero esto está a otro nivel que desconocía de mí misma.

No voy a negarlo, me gusta su punto, y hasta podría decir que tiene una idea mucho más curiosa que la de sus compañeros cuando se trata de mi asignatura, la cual la mayoría optan por estudiar solo porque creen que será mucho más liviana que otras tantas que se les ofrece en último curso. Desvío mi atención hacia ella cuando me pregunta por mi trabajo, lo que me permite sonreír con algo de suficiencia ante su última pregunta. — ¿Quién te dijo que solo hay preparado un futuro para nosotros? — Ladeo un poco la cabeza con la sonrisa, para después terminar sacudiendo la cabeza. — Todo el mundo piensa que estamos destinados a un final en concreto, tú misma crees en que las decisiones que tomamos nos llevan a él, y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo, ¿cierto? — Le pregunto, cómo para reafirmar lo que me ha estado diciendo todo este rato. — Pues lo verdaderamente cierto, Jensen, es que la adivinación es una ciencia que no atiende a ese término. No hay nada fijo en el tiempo, y aun así, puedo decir que creo en el destino, pero no en uno en particular, ¿entiendes? Es más fácil de comprender si lo miras desde la perspectiva en donde el mundo tiene más de una dimensión. — Ah, esta parte es divertida. — Si crees en eso o no es otro asunto, pero… imagina por un momento que existe más de una, ¿por qué no iba a hacerlo también con nosotros? Quiero decir, tomamos decisiones, importantes y otras que no tanto, como hilos que nos llevan por distintos caminos según lo que escojamos, tu destino puede ser uno muy diferente al que pudo ser ayer, o al que será mañana. No hay nada inmutable en el espacio tiempo, tú decides el camino que quieres tomar, siempre, independientemente de a dónde te lleve en el final. — Me cruzo de brazos, como si con ese gesto fuera a dar por finalizada mi sesión de rayadas de cabeza. Porque es lioso, no lo comprendo ni yo, a veces. — Te aseguro que mis tazas de té dicen cosas muy distintas de una semana para otra. — Agrego a modo de broma.
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V. Ileana Jensen
Sus expresiones siempre habían estado algo descontroladas y, por ello, no era de extrañar que su gesto cambiara con las reacciones que, si bien no siempre solía exteriorizar con palabras, de sobra decía su rostro. Por ello no pudo evitar arquear ambas cejas tras el ofrecimiento de la mujer. Estaba claro que no conocía ni un poquito a su madre. Sus expectativas eran el poder, tener el máximo que pudiera para poder campar a sus anchas como si el mundo fuera suyo, que los demás le reconocieran las cosas que hacía era el culmen de su ego. Y ella lo odiaba. La convertía en alguien completamente inaccesible para ella. No lo había sido en los últimos dieciocho años, mucho menos comprensiva, no lo iba a ser por las palabras académicas que pudiera dedicarle una simple profesora. Más joven e inexperta y, para más inri, profesora de una asignatura en la que el noventa por ciento de la sociedad ni conocía ni creía. —No quiero que pierda el tiempo. Seguro que tiene mejores cosas que hacer que tratar de ocuparse de un caso perdido como éste. No conoce a mi madre, no es del tipo que ceda ni le guste ‘perder’—. Porque sí; reconocer su error y que su negativa era una tontería sería como perder en algo.

La escuchó, obviamente lo estaba haciendo con más atención e interés que con la que había comenzado al inicio. Incluso inclinó la cabeza hacia un lado cuando se apoyó contra la mesa y se permitió sentarse ligeramente en el borde de la misma. ¿Trabajar con ellas? Según tenía entendido ella era la hermana del ministro de Justicia y, quizás solo era su rebelde y joven interpretación, parecía estar animándola a que jugara sobre el fino hilo de la legalidad, en la orilla del precipicio al que se estaba avocando su vida en los últimos meses. Si supiera que, en realidad, estaba sobrepasando en exceso todas y cada una de las normas que regían el actual gobierno. Todas aquellas que consideraba injustas, lo cual eran la mayoría de las existentes. Torció el gesto. Sus labios se movieron de un lado hacia el otro en un par de ocasiones, pensando en cual de las dos opciones se podría ubicar ella. —Siento que no puedo ser tan positiva con una medida que restringe nuestro derechos tan descaradamente. ¿Por qué tengo que verme obligada a tener que hacerlo todo con prisas cuando el día dispone de una gran cantidad de horas? O, ¿por qué tengo que renunciar a las mejores partes de mi vida?— preguntó entonces ella. Estaba en la típica edad en la que estaba más fuera que dentro de casa. Quizás ella no era el ejemplo perfecto, ya que sus salidas no eran para fiestas o desfases, pero muchos lo usaban para ello y podían perder una importante parte de su juventud, ¿por qué? ¿seguridad? Sonrió con cierta ironía, a la par que cansancio. —Las nuevas medidas crean más miedo e inseguridad que la razón por la que las han impuesto—. Eso contando con que la seguridad de la población fuera su fin primordial.

Se encogió de hombros, asintiendo con la cabeza a sus palabras. Todo los llevaba al mismo sitio hicieran lo que hicieran, o al menos esa era su primera idea, y la cual había estado desarrollando con el paso de los años. Era alguien curiosa que acababa enterrando la nariz en cualquier tipo de libro, aun dando la imagen de alguien que no se preocupaba por nada y todo le pasaba por encima como si de aceite se tratara. Parpadeó un par de veces. ¿Más de una dimensión? Casi había podido sentir como una conexión de la parte trasera de su cabeza acababa de saltar por los aires tras esas simples palabras. Mucho más cuando todo comenzó a ser un lío del que no sabía ni como había entrado ni cómo iba a salir. Como la vida misma; así era todo. Frunció los labios, examinándola con la mirada, percatándose de que había concluido en sus explicaciones cuando se cruzó de brazos y comentó algo en relación a las tazas de té. Se rascó la frente, dejando entrever en sus labios la confusión a la que la acababa de inducir con sus palabras. —Es… como decir que vamos de por libre, que hoy no tenemos ninguna razón para existir pero puede que mañana seamos una de las criaturas más importantes del siglo porque… ¿decides tomar una clase y no otra dentro de media hora?— arqueó ambas cejas con escepticismo. —Si crees en el destino siempre tienes a quien echarle la culpa si las cosas salen mal, ¿no?— trató de suavizar la conversación, dándole lo suficiente a entender que el hecho de pensar en mundos paralelos, múltiples destinos y en la inmutabilidad del espacio, era algo demasiado complejo para abarcar a las nueve de la mañana con el estómago aún medio vacío. —Supongo que tendré que prestarle más atención a mi taza de té— agregó, bajando la mirada hasta sus zapatos. Si sus teorías eran verdad aquel día podía estar allí y en una semana en la otra punta del país, o quizás bajo tierra. Las opciones eran infinitas si el tiempo y el espacio eran ininmutables como insinuaba.
V. Ileana Jensen
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Suelto un suspiro algo notorio que me hace elevar las cejas un segundo, meneando la cabeza hacia un lado, porque sí, puede que no conozca a su madre, pero sé de sobra como es que a alguien no le guste perder. Mi padre era igual que ella, no era un tipo que cediera en una discusión, si bien, te daba más argumentos para que le dieras la razón incluso cuando no la tenía; tampoco le gustaba perder, valga que fuera ese el motivo por el que se deshizo de mí en primer lugar, porque odiaba pensar que había derrochado todo ese tiempo en querer a mi madre y en cuidar de sus hijos cuando la mentira tuvo más peso. — Creo que me gustaría decidir por mi cuenta en qué pierdo el tiempo, ¿no crees? — Se podría decir que hasta le sonrío con el comentario, pero termino por liberar mis hombros de la tensión moviendo un poco mi torso, cediendo. — Pero como quieras, si piensas que tu madre no va a escucharme, dejaré que seas tú la que se encargue de dar el caso por perdido, porque yo no seré la persona a la que escuches decir algo así. — No soy la persona con más contactos del mundo, ni siquiera puedo hacer que me tomen en serio cuando me enfado, hasta que lo hago de verdad y entonces parece que sí me escuchan cuando hablo, pero creo que jamás daría un caso por perdido. Yo fui uno hace tiempo, me gusta creer que la situación ha cambiado lo suficiente como para no seguir siéndolo ahora.

Me encojo de hombros, incapaz de responder a sus preguntas con algo más que porque es así. — Porque son tiempos de incertidumbre, para todos, incluso para los que creen saber como dirigir esto, y en ocasiones como esta, tenemos que renunciar a esa clase de privilegios, aunque sea injusto, aunque no coincida con nuestra forma de pensar. — Sé que ella ahora mismo lo ve como la mayor injusticia del mundo, como que la están privando de todos los derechos que tiene como adolescente de hacer lo que se le antoje, pero hay cosas contra las que no podemos luchar, no por nuestra cuenta, y queda a nuestra decisión el escoger qué hacer con ello. No voy a decirle que es precisamente por eso por lo que han impuesto nuevas medidas en primer lugar, porque creo que ya me he excedido lo necesario en cuanto a honestidad, además de que estoy segura de que ya sabe que el miedo mueve a la gente a hacer lo que ellos quieran. — Puede que sea así, pero también hay personas que se sienten protegidas dentro de ese orden. — Y espero que quede claro por la mueca de mis labios, que yo no soy una de esas, pero tampoco voy a ir pregonando por ahí que estoy en contra de todas las normas que se ha esforzado el nuevo presidente por imponer a la sociedad.

Es un poco cobarde pensar que hay alguien a quién echarle las culpas en lugar de admitir que fuimos nosotros los que lo hicimos mal en primer lugar. — Digo mi punto de vista porque creo que su forma de ver las cosas no difiere mucho del de resto de gente hoy en día. Es algo que llevamos innato en el código genético, el echar la culpa a otro para no tener que lidiar con las consecuencias, aun sabiendo que en el fondo nos las merecemos. Porque es preferible ignorar que tuvimos algo que ver en nuestras malas elecciones que asumir que no podemos arreglarlo, que no hay forma de dar marcha atrás en el tiempo, y es entonces cuando llegan los arrepentimientos. — Es importante aprender de los errores, hacernos responsables de nuestras acciones para no volver a repetirlas. — por mucho que queramos, no podemos escapar de lo que escogemos, mucho menos escapar de nosotros mismos, y eso es algo que siempre se mantendrá, por mucho esfuerzo que pongamos en mancharle las manos a otro.
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V. Ileana Jensen
—Por supuesto, es libre de hacerlo— concedió sin darle demasiada importancia. Su madre no iría a recriminarle que hubiera mantenido una conversación con una profesora sobre sus aspiraciones estudiantiles, ella misma las sabía de antemano. Además, no era algo que pudiera ser discutido porque la respuesta siempre había sido la misma durante cuatro años, los mismos en los que se había interesado por el periodismo y visto obligada a escaparse frecuentemente de casa para ir al encuentro de su tío y toda la ‘sabiduría’ que él podía ofrecerle. Inclinó la cabeza hacia un lado, incluso se permitió arrugar los labios durante unos instantes. —Sé que no la escuchará, pero si quiere descubrirlo por sí misma está bien, no soy nadie para impedírselo— concedió nuevamente. Los estudios no era un tema recurrente en casa. Bueno, más bien ningún tema era recurrente ya que las dos mujeres en pocas ocasiones hablaban, muchas menos desde que le concedió poder mudarse al distrito tres para disfrutar de algo de independencia y centrarse, supuestamente, en su último curso de estudio, además de los siguientes que debería afrontar.

No querían que el resto de ciudadanos vieran la realidad, la verdad que había tras todas las nuevas medidas que había impuesto el recién llegado gobierno. Nunca habían sido una democracia, eso estaba más que claro, pero tampoco les habían coartado los derechos de aquella manera. Cada vez parecía más una dictadura en la que todos debían de pensar del mismo modo si deseaban continuar con la cabeza bien colocada sobre los hombros. Rascó la parte inferior del pupitre, con cierto nerviosismo. Sentía un cerco rodeándole por todos lados, y ella tratando de fingir normalidad, solo empezaba a resultar más sospechosa incluso para sí misma. Sin contar con el hecho de que tenía en su apartamento escondido a uno de las personas más buscadas por el Gobierno. Chasqueó la lengua y suspiro. —Da igual. De toda forma, ¿qué podemos hacer contra ello? Nada— se encogió de hombros, queriendo dar por finalizada aquella conversación en la que, quizás podían no estar alejadas en opiniones, pero ninguna de las dos podía exteriorizar lo que realmente residía dentro de su cabeza, sus verdaderos pensamientos por temor a las represalias de aquellos que pudieran escucharlas.

Sonrió con tristeza, asintiendo con la cabeza. —Es muy cobarde, sí— aceptó por completo. Las personas tenían que aceptar sus errores, y ella siempre lo hacía. Pero le gustaba la idea de pensar que, en algún momento, si le pesaba demasiado, podía decir que fue cosa del destino. Lo guardaba para los grandes errores, los pequeños solo eran nuevas experiencias y vivencias de las que aprender. —No volver a repetirlas y aprender de ellas— agregó con convencimiento antes de separarse de la mesa e incorporarse nuevamente. Llevó las manos hasta su mochila recolocándola sobre su espalda y volviendo a mirar a la profesora  apenas unos instantes. —Trataré de no faltar a sus clases y… de abrir mi mente a esas infinitas dimensiones que cree que existen— anunció con tono más jovial que el usado con anterioridad. —Si no quiere nada más tengo que ir a clase de herbología— entonces informó, entrelazando las manos al frente a la espera de una señal positiva antes de abandonar el aula en dirección a la siguiente materia que tendría en la mañana.
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Phoebe M. Powell
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Como dije, no tengo nada que perder y presiento que el hecho de ser la hermana del ministro de justicia va a hacer por sí solo que la mujer tenga que aceptar a que la visite, aunque sea exclusivamente por mero respeto a su compañero de trabajo. Aprovecharme de la posición de Hans no es algo que me salga hacer a menudo, de hecho trato a toda costa de que los que me conocen por ello no me pongan en una categoría diferente a la de cualquiera porque no es así, pero creo que esta es una de esas ocasiones en las que sí debo exprimir mis pocos contactos si quiero, de alguna manera, que la ministra me escuche, ya que ha quedado bastante claro que con su hija no va a hacerlo. Me rasco un poco detrás del cuello, encogiéndome de hombros ante la conclusión a la que hemos podido llegar ambas sobre lo que podemos o no podemos hacer estando bajo la dirección de este régimen, consolándome en la idea de que por lo menos mis consejos han servido para que piense diferente dentro de su cabeza, porque sé que no va a expresar en voz alta más de lo que ya ha hecho su disconformidad con como están sucediendo las cosas en el país. — Siempre se puede hacer algo. — que sirva o no para los fines que deseamos es otra cosa completamente distinta.

Asiento con la cabeza, porque parece entender a lo que me refiero, o por lo menos está haciendo el intento de hacerlo y eso me vale mucho más que cualquier conversación filosófica que podamos tener. No sé si cuando salga por la puerta va a olvidar todo lo que hemos hablado, si algún punto le hará pensar lo suficiente como para plantearse cambiar de opinión con respecto a las cuestiones en las que hemos diferido, pero me contento con que, ahora en ese instante, parece que me sigue. — Puedes irte, sí. Sólo una cosa antes... — elevo un poco más la voz cuando está dispuesta a desaparecer por la puerta, pidiéndole un último minuto de atención. — Cualquier asunto que necesites o quieras tratar, no dudes en hacérmelo saber, conoces dónde encontrarme. — sonrío. ¿Me hará caso? Lo más probable es que no, como la mayoría del alumnado en este colegio, y no la culpo porque a su edad yo hubiera reaccionado de la misma manera, sólo quiero creer que el detalle de recordárselo hará aunque sea una mínima diferencia que de no haberlo hecho. Sin más demora, hago un gesto con la cabeza para que se marche, aprovechando el mismo para que los alumnos que están esperando a la puerta para pasar al interior de la clase entren y vayan tomando sus asientos, fielmente acompañados por el queridísimo enviado del ministerio.
Phoebe M. Powell
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