OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Flashback. Principios de verano
Desconozco la razón por la que de un día para otro, me encuentro a mí misma con la idea en la cabeza de que quiero buscar un fantasma del pasado. Me paso semanas pensando en si sería lo más adecuado, dadas las circunstancias, mostrar interés por una persona que hace tiempo no sé nada de ella, como si no fuera a tener una vida propia. Lo cual no es del todo cierto, porque a sabiendas de sonar pesimista, conozco perfectamente bien las pocas oportunidades de las que goza un humano en este país que construimos. Si sobrevivió a los primeros años de gobierno no lo sé, así como tampoco puedo asegurar que no lo haya hecho. Las condiciones de un mercado de esclavos no son las mejores, algo que ignoro por experiencia personal, pero que no es muy complicado de entender cuando observas su estado.
Después de días meditándolo, decido que no tengo nada que perder, y desde luego nada que ganar, a no ser que la respuesta esté ahí donde la busco. Tampoco sé cual es la intención con la que lo hago, siendo que probablemente, y en caso de que consiga averiguar algo sobre su paradero, no va a reconocerme. Pero tiempo al tiempo, no hay que adelantar acontecimientos, no cuando ni siquiera sé por donde empezar a buscar. Por esa misma razón, la opción que me parece más apropiada dentro de las pocas que se me han ocurrido, desde luego es la más lógica, es acudir directamente al mercado de esclavos. Dado que jamás en mi vida he tenido que pisarlo, no sé como funciona realmente un lugar así, por lo que antes de siquiera presentarme allí, llamo por si acaso a la oficina central.
En el momento me pareció una buena idea, ahora que me cruzo por la entrada, donde algunos esclavos están siendo expuestos para futuros compradores, solo tengo ganas de salir corriendo. Me las trago, y pongo mi mejor cara cuando atravieso el edificio donde se realizan todos los trámites a la hora de comprar un muggle. En el pasillo me cruzo con algún auror que mantiene el orden, al cual le dirijo un saludo amable cuando se paran a fijarse en mí como si fuera a robarles algo. La crudeza que utilizan en estos lugares siempre es algo que nunca entenderé, pero tengo que aguantarme mientras recorro lo que queda hasta la puerta de secretaría.
Por teléfono me dijeron que mi motivo no era demasiado importante como para molestar al director del mercado con mi "insulsa búsqueda" y que probara con la secretaria del lugar. Bueno, pues eso hice. Una mujer que recibe el nombre de Jessica es la que se encarga del papeleo que entra y sale cuando un humano bien ingresa o se marcha del mercado, una tarea que bien me puede servir a mí para lo que estoy haciendo. — Buenos días, ¿puedo pasar? Soy Phoebe Powell, hablamos por teléfono. — Murmuro, aumentando el tono de mi voz progresivamente cuando mis nudillos rozan la madera de la puerta y empujándola con suavidad para encontrarme con el rostro de una mujer pelirroja. No suelo aprovecharme de mi apellido, pero siendo que mi hermano es ministro, las cosas suelen funcionar más rápido cuando la gente lo escucha, esta ocasión se puede considerar una excepción.
Una mañana más me encuentro mirando al techo de mi habitación, esperando a que suene el despertador y sabiendo que lo hará aunque no me haga falta. Estoy tan acostumbrada a despertarme todos los malditos días a la misma hora exacta que mi reloj biológico me despierta antes que el aparato, al que no le da tiempo ni a acabar de emitir el primer pitido. Cada día que pasa de interminable rutina me planteo hasta qué punto todo esto es útil. Si bien es cierto que supongo que estando dentro del propio mercado de esclavos es más fácil ayudar que estando fuera, sigue sin serlo del todo. Si quiero mantenerme a salvo y preservar mi propia seguridad y la de Liam o incluso Andy, debo ser cautelosa con todos y cada uno de mis movimientos, por inofensivos que sean. Al principio me sorprendía el buen rollo que había entre toda la plantilla del mercado, pero pensándolo mejor lo raro sería que no lo hubiera, pues no dejan de ser magos y brujas que comparten su odio por los muggles al tiempo que permiten que su autoestima crezca cada día a costa de ver sufrir a los que no han tenido tanta suerte.
Por supuesto, me mantengo todo lo alejada que puedo de esa gente, pero a nadie se le escapa lo poco que me relaciono con todos ellos, o las excusas cada vez menos creíbles que pongo cuando surge la oportunidad de tener algún tipo de contacto no necesario con alguno de mis compañeros. Me excluyo de las conversaciones burlescas que mantienen sobre los nuevos castigos que han ideado, sobre las humillaciones que han cometido, o sobre crudas historias de nuestros clientes con sus esclavos. Cuesta que valga la pena, pues los ojos de todos ellos se posan en mí a cada segundo, haciéndome cada día más difícil tareas de las que antes nadie se percataba: algo de comida extra para los esclavos más débiles, escuetas conversaciones con alguno de ellos, castigos que aseguro que yo misma llevaré a cabo en privado sólo para librarlos de los que considero más severos... Y a pesar de todo ello, sigo teniendo la sensación de que por cada cosa que hago bien me quedan otras cien que soy incapaz de evitar, otras cien injusticias que ocurren ante mis propios ojos, otras cien cosas a las que doy infinitas vueltas antes de dormir y que me mantienen despierta más tiempo del que me gustaría.
No dejo de plantearme hasta qué punto todo esto está valiendo la pena, o hasta qué punto estoy poniendo en peligro a las personas que quiero y a mí misma por algo cuya utilidad cada vez es más dudosa. Aprieto mis sienes y una mañana más saco fuerzas de donde sé que no hay para levantarme de la cama y aparecerme en el mercado unos minutos y unas cuantas tazas de café después. Entro en mi despacho respondiendo sin muchas ganas a los cordiales y falsos buenos días que resuenan fuera en cuanto me ven aparecer. Encima de mi mesa encuentro abierta la pequeña agenda que utilizo para apuntar los acontecimientos relevantes que me esperan a lo largo del día. A veces son sólo compras que llevan concertadas semanas, otras son visitas de altos cargos que fingen comprobar las condiciones de salubridad del mercado aunque les dé exactamente igual... pero en este caso es una visita de una tal Phoebe Powell. El apellido no pasa desapercibido en mi mente, asociándolo enseguida con el ministro Powell. Bufo, imaginando a esta chica como la típica niña rica mimada que cree que con un buen apellido puede llegar a donde quiera pisando a todo el que se le antoje.
Desgraciadamente, es cierto, y nuevamente me siento impotente ante una situación que ni siquiera ha ocurrido aún. En cuanto escucho suaves golpes en la puerta sé que es ella. - Pase, por favor - Me levanto de mi silla al tiempo que voy hacia el otro lado del escritorio, señalando con un gesto de la mano la silla que hay orientada hacia la mía. - Siéntese, señorita Powell - Hago especial hincapié en su apellido, tal y como ha hecho ella en cuanto se ha presentado. - Me llamo Jessica Voznesenkaya, y sí, recuerdo la llamada - Extiendo el brazo para estrechárselo a la invitada con excesiva educación y camino hacia mi propia silla, cruzando las manos y alzando una ceja. - ¿Y bien? ¿Cuál es el motivo exacto de su visita? Necesito detalles y que firme aquí, si es tan amable - Le extiendo un papel que dice básicamente que al firmar está de acuerdo con guardar la confidencialidad de ciertas informaciones que le podrían ser reveladas y que no interesa que sepa todo el mundo. Me muestro bastante fría y distante, dándole el trato cordial y educado que debo pero sin mostrarme en ningún momento excesivamente afable. No quiero que piense que voy a lamerle el culo, como supongo que esté acostumbrada.
Por supuesto, me mantengo todo lo alejada que puedo de esa gente, pero a nadie se le escapa lo poco que me relaciono con todos ellos, o las excusas cada vez menos creíbles que pongo cuando surge la oportunidad de tener algún tipo de contacto no necesario con alguno de mis compañeros. Me excluyo de las conversaciones burlescas que mantienen sobre los nuevos castigos que han ideado, sobre las humillaciones que han cometido, o sobre crudas historias de nuestros clientes con sus esclavos. Cuesta que valga la pena, pues los ojos de todos ellos se posan en mí a cada segundo, haciéndome cada día más difícil tareas de las que antes nadie se percataba: algo de comida extra para los esclavos más débiles, escuetas conversaciones con alguno de ellos, castigos que aseguro que yo misma llevaré a cabo en privado sólo para librarlos de los que considero más severos... Y a pesar de todo ello, sigo teniendo la sensación de que por cada cosa que hago bien me quedan otras cien que soy incapaz de evitar, otras cien injusticias que ocurren ante mis propios ojos, otras cien cosas a las que doy infinitas vueltas antes de dormir y que me mantienen despierta más tiempo del que me gustaría.
No dejo de plantearme hasta qué punto todo esto está valiendo la pena, o hasta qué punto estoy poniendo en peligro a las personas que quiero y a mí misma por algo cuya utilidad cada vez es más dudosa. Aprieto mis sienes y una mañana más saco fuerzas de donde sé que no hay para levantarme de la cama y aparecerme en el mercado unos minutos y unas cuantas tazas de café después. Entro en mi despacho respondiendo sin muchas ganas a los cordiales y falsos buenos días que resuenan fuera en cuanto me ven aparecer. Encima de mi mesa encuentro abierta la pequeña agenda que utilizo para apuntar los acontecimientos relevantes que me esperan a lo largo del día. A veces son sólo compras que llevan concertadas semanas, otras son visitas de altos cargos que fingen comprobar las condiciones de salubridad del mercado aunque les dé exactamente igual... pero en este caso es una visita de una tal Phoebe Powell. El apellido no pasa desapercibido en mi mente, asociándolo enseguida con el ministro Powell. Bufo, imaginando a esta chica como la típica niña rica mimada que cree que con un buen apellido puede llegar a donde quiera pisando a todo el que se le antoje.
Desgraciadamente, es cierto, y nuevamente me siento impotente ante una situación que ni siquiera ha ocurrido aún. En cuanto escucho suaves golpes en la puerta sé que es ella. - Pase, por favor - Me levanto de mi silla al tiempo que voy hacia el otro lado del escritorio, señalando con un gesto de la mano la silla que hay orientada hacia la mía. - Siéntese, señorita Powell - Hago especial hincapié en su apellido, tal y como ha hecho ella en cuanto se ha presentado. - Me llamo Jessica Voznesenkaya, y sí, recuerdo la llamada - Extiendo el brazo para estrechárselo a la invitada con excesiva educación y camino hacia mi propia silla, cruzando las manos y alzando una ceja. - ¿Y bien? ¿Cuál es el motivo exacto de su visita? Necesito detalles y que firme aquí, si es tan amable - Le extiendo un papel que dice básicamente que al firmar está de acuerdo con guardar la confidencialidad de ciertas informaciones que le podrían ser reveladas y que no interesa que sepa todo el mundo. Me muestro bastante fría y distante, dándole el trato cordial y educado que debo pero sin mostrarme en ningún momento excesivamente afable. No quiero que piense que voy a lamerle el culo, como supongo que esté acostumbrada.
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Empujo un poco más la puerta hacia dentro cuando escucho su voz y ella misma me ofrece pasar, observando con ojos curiosos el interior del recinto, no muy segura de lo que pretendo encontrar en una habitación dedicada exclusivamente a recibir gente. Creo que una parte en el fondo de mi cabeza sigue pensando que encontrará una cámara de torturas o algo así, pero no, lo único con lo que se paran mis ojos es con el escritorio al que le acompaña una mujer menuda. Por alguna razón que desconozco al principio, me resulta extrañamente familiar, como si la hubiera visto en alguna parte y mi memoria se negara a cederme las imágenes que delaten el por qué de esa conexión. Veo un poco inapropiado preguntarle si ha salido en la televisión con frecuencia, por lo que me limito a sonreír amablemente pese a su actitud fría. Honestamente, no sé porqué me sorprende su trato, siendo que trabaja en un sitio donde se dedican a vender personas como objetos, pero me trago ese pensamiento en cuanto me ofrece asiento.
– Puede llamarme Phoebe sin problema. – Murmuro de pasada rápida al mismo tiempo que muevo mis pies para desplazarme hacia el interior, extendiendo una mano para arrastrar la silla, que hace un sonido chirriante contra el suelo antes de poder sentarme. Nunca me gustaron las formalidades, precisamente la razón por la que no suelo hacer uso de mi apellido, pero como dije, hoy se trata de una excepción necesaria al estar buscando información que no creo que en muchos lugares sean capaces de dármela. Intento no poner mi mejor cara de sorpresa cuando pronuncia su nombre, estrechando su mano, justo lo que necesito para que algo en mi cerebro haga click al desbloquear el recuerdo que me hacía considerarla común entre ellos. Si mal no recuerdo, y creo que todavía soy joven para eso, esta chica es la misma mujer que ganó los últimos juegos antes de la caída de los Black. Lo recuerdo bien porque esa misma noche me encontraba con el sujeto por el que precisamente he acudido hoy a este lugar, agazapados bajo el portal de un bar para poder atisbar algo de lo que estaba ocurriendo dentro del televisor. Qué coincidencia tan tonta y a la vez tan irónica, después de todo.
Me tomo la libertad de coger un bolígrafo de la mesa cuando me tiende un papel, sin saber muy bien a qué se debe tanto secretismo, pero tampoco vengo en disposición de cuestionar sus métodos, así que me limito a hacer un garabato rápido sin prestarle demasiada atención a lo que pone. – Verá, yo… Resulta que hace tiempo que llevo buscando a un humano del que no sé nada desde hace años, mera cuestión familiar, como comprenderá. – Miento, como si él no fuera más que una pieza de una historia que necesito terminar. Con estas personas nunca se sabe, se supone que las relaciones afectivas, por mínimas que sean, no están permitidas entre magos y humanos, por lo que no voy a dar a entender que en el pasado esta persona me ayudó bastante. – Me gustaría poder encontrarlo, pero no tengo las herramientas para hacerlo, no después del cambio. – Explico, haciendo referencia al año en que los Niniadis tomaron el poder. Mantengo mis manos sobre mi regazo, jugueteando con mis dedos por debajo de la mesa en lo que pienso las palabras exactas. – El problema es que no conozco de mucha información sobre él, solo que se llamaba Andrew. ¿Andrew Kescrer…? ¿Kejpo? – Ni siquiera recuerdo el apellido, ha pasado mucho tiempo desde que tuve catorce años, y se ve que han pasado factura. De repente, siento que venir aquí ha sido una pérdida completa de tiempo. – Sé que no es mucho, prácticamente nada, pero me preguntaba si hay alguien aquí o que haya pasado por aquí que atienda a ese nombre. – Podría intentar describirlo, aunque algo me dice que los años en este lugar no le habrán hecho un favor al recuerdo que tengo de su imagen.
– Puede llamarme Phoebe sin problema. – Murmuro de pasada rápida al mismo tiempo que muevo mis pies para desplazarme hacia el interior, extendiendo una mano para arrastrar la silla, que hace un sonido chirriante contra el suelo antes de poder sentarme. Nunca me gustaron las formalidades, precisamente la razón por la que no suelo hacer uso de mi apellido, pero como dije, hoy se trata de una excepción necesaria al estar buscando información que no creo que en muchos lugares sean capaces de dármela. Intento no poner mi mejor cara de sorpresa cuando pronuncia su nombre, estrechando su mano, justo lo que necesito para que algo en mi cerebro haga click al desbloquear el recuerdo que me hacía considerarla común entre ellos. Si mal no recuerdo, y creo que todavía soy joven para eso, esta chica es la misma mujer que ganó los últimos juegos antes de la caída de los Black. Lo recuerdo bien porque esa misma noche me encontraba con el sujeto por el que precisamente he acudido hoy a este lugar, agazapados bajo el portal de un bar para poder atisbar algo de lo que estaba ocurriendo dentro del televisor. Qué coincidencia tan tonta y a la vez tan irónica, después de todo.
Me tomo la libertad de coger un bolígrafo de la mesa cuando me tiende un papel, sin saber muy bien a qué se debe tanto secretismo, pero tampoco vengo en disposición de cuestionar sus métodos, así que me limito a hacer un garabato rápido sin prestarle demasiada atención a lo que pone. – Verá, yo… Resulta que hace tiempo que llevo buscando a un humano del que no sé nada desde hace años, mera cuestión familiar, como comprenderá. – Miento, como si él no fuera más que una pieza de una historia que necesito terminar. Con estas personas nunca se sabe, se supone que las relaciones afectivas, por mínimas que sean, no están permitidas entre magos y humanos, por lo que no voy a dar a entender que en el pasado esta persona me ayudó bastante. – Me gustaría poder encontrarlo, pero no tengo las herramientas para hacerlo, no después del cambio. – Explico, haciendo referencia al año en que los Niniadis tomaron el poder. Mantengo mis manos sobre mi regazo, jugueteando con mis dedos por debajo de la mesa en lo que pienso las palabras exactas. – El problema es que no conozco de mucha información sobre él, solo que se llamaba Andrew. ¿Andrew Kescrer…? ¿Kejpo? – Ni siquiera recuerdo el apellido, ha pasado mucho tiempo desde que tuve catorce años, y se ve que han pasado factura. De repente, siento que venir aquí ha sido una pérdida completa de tiempo. – Sé que no es mucho, prácticamente nada, pero me preguntaba si hay alguien aquí o que haya pasado por aquí que atienda a ese nombre. – Podría intentar describirlo, aunque algo me dice que los años en este lugar no le habrán hecho un favor al recuerdo que tengo de su imagen.
La observo tan fijamente como ella a mí cuando entra, pero a pesar de su apellido no me suena de haberla visto en ningún evento o en televisión. Una vez me siento me doy cuenta de cómo se queda con cada detalle de la habitación llegando a la conclusión de que es una persona observadora, cualidad que siempre he admirado en una persona. - Phoebe, entonces - Digo con un asentimiento cuando afirma que puedo llamarla por su nombre de pila. Nunca me han gustado las confianzas de primeras, pero supongo que llamar a alguien por su nombre no se puede considerar como tal.- Bienvenida al mercado, ¿alguna vez habías estado aquí? - Yo misma me percato de que esta chica se me ha cruzado antes incluso de conocerla durante un mísero minuto sólo por su apellido, por lo que me obligo a mí misma a ser más imparcial, pues soy la primera a la que no le gusta que la juzguen por su nombre.
Y hablando de mi nombre, en el momento que se lo digo puedo notar como intenta con todas sus fuerzas no exteriorizar su sorpresa. A pesar de que ha sido un buen intento no puedo evitar soltar una risa amarga. Hubo un tiempo en el que no estaba para nada acostumbrada a que la gente se sobresaltase al escuchar mi nombre o al ver mi rostro, justo cuando los juegos y mi "victoria" estaban más recientes, y por lo tanto justo cuando más a menudo ocurría. Recuerdo lo mucho que me irritaba aquello, pero me acabé acostumbrando con el tiempo hasta que me convertí en una sombra del pasado de la que casi nadie se acuerda, y si lo hacen sólo me ven como una vieja gloria o una chica que tuvo suerte. Lo que está claro es que hacía tiempo que no me pasaba. Además, no es que mi nombre sea muy común, si has escuchado antes el apellido Voznesenskaya te tiene que sonar sí o sí. Aunque al principio decido no comentar nada al respecto de su reacción finalmente no puedo evitarlo. - Sí, justo esa Jessica, pero un poco más vieja. Los años no pasan en balde, supongo - Me encojo de hombros y continúo con lo importante: el motivo de la visita.
- Bueno Phoebe, cuéntame qué te trae por aquí - Comienzo mientras recojo el papel que acaba de firmar y lo guardo en un cajón, al tiempo que ella comienza a hablar. En todo momento desde que empieza su explicación hasta que la acaba la miro directa y profundamente a los ojos, tratando de vislumbrar así cualquier atisbo de algo que me pueda parecer sospechoso. Cuando acaba su relato alzo una ceja, como esperando a que continúe, hasta que me doy cuenta de que eso es todo. - Siento mucho decirte esto - Comienzo con un tono algo más conciliador que el que he venido usando hasta ahora - Pero, como espero que comprendas, necesito bastantes más detalles de los que me estás dando para darte la información que me pides - Si no, cualquier podría concertar una reunión conmigo e inventar una frase creíble para acceder a todos los archivos del mercado. - ¿Qué clase de cuestión familiar es tan importante? ¿Hace cuánto tiempo pasó? ¿Su edad, aspecto...? Todo lo que puedas decirme nos será de ayuda a ambas - Me cruzo de brazos, esperando más explicaciones.
Y hablando de mi nombre, en el momento que se lo digo puedo notar como intenta con todas sus fuerzas no exteriorizar su sorpresa. A pesar de que ha sido un buen intento no puedo evitar soltar una risa amarga. Hubo un tiempo en el que no estaba para nada acostumbrada a que la gente se sobresaltase al escuchar mi nombre o al ver mi rostro, justo cuando los juegos y mi "victoria" estaban más recientes, y por lo tanto justo cuando más a menudo ocurría. Recuerdo lo mucho que me irritaba aquello, pero me acabé acostumbrando con el tiempo hasta que me convertí en una sombra del pasado de la que casi nadie se acuerda, y si lo hacen sólo me ven como una vieja gloria o una chica que tuvo suerte. Lo que está claro es que hacía tiempo que no me pasaba. Además, no es que mi nombre sea muy común, si has escuchado antes el apellido Voznesenskaya te tiene que sonar sí o sí. Aunque al principio decido no comentar nada al respecto de su reacción finalmente no puedo evitarlo. - Sí, justo esa Jessica, pero un poco más vieja. Los años no pasan en balde, supongo - Me encojo de hombros y continúo con lo importante: el motivo de la visita.
- Bueno Phoebe, cuéntame qué te trae por aquí - Comienzo mientras recojo el papel que acaba de firmar y lo guardo en un cajón, al tiempo que ella comienza a hablar. En todo momento desde que empieza su explicación hasta que la acaba la miro directa y profundamente a los ojos, tratando de vislumbrar así cualquier atisbo de algo que me pueda parecer sospechoso. Cuando acaba su relato alzo una ceja, como esperando a que continúe, hasta que me doy cuenta de que eso es todo. - Siento mucho decirte esto - Comienzo con un tono algo más conciliador que el que he venido usando hasta ahora - Pero, como espero que comprendas, necesito bastantes más detalles de los que me estás dando para darte la información que me pides - Si no, cualquier podría concertar una reunión conmigo e inventar una frase creíble para acceder a todos los archivos del mercado. - ¿Qué clase de cuestión familiar es tan importante? ¿Hace cuánto tiempo pasó? ¿Su edad, aspecto...? Todo lo que puedas decirme nos será de ayuda a ambas - Me cruzo de brazos, esperando más explicaciones.
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Me tomo su bienvenida al mercado como quien invita a alguien a una visita en el museo, sorprendida de la naturalidad con que se toman la esclavitud en este lugar. A mí tampoco debería sorprenderme, han pasado años en los que ya debería haberme acostumbrado a que así es como funcionan las cosas en un mundo donde las diferencias entre razas son tan claras para algunos. Sin embargo, no puedo decir que sea de mi agrado el ver cómo tratan a seres humanos como si no fueran más que objetos de decoración o el foco de las burlas. — Uhm, no, es la primera vez. — Digo escuetamente, no muy segura de a dónde quiere llegar con esa pregunta. La verdad es que nunca he tenido la necesidad de pisar un sitio como este, no es como si en el norte se vieran muchos esclavos porque la mayoría no tiene dinero ni para llevarse al estómago algo para comer ellos mismos, mucho menos para gastar galeones en una compra que a futuro incluye tener que alimentar a una boca de más. Ahora que mi vida está en el capitolio, tengo mejores cosas en las que centrarme y que no abarcan aprovecharme de un pobre esclavo.
— Lo siento, no quería… No sabía que usted trabajaba aquí, siento si la he importunado con mi curiosidad. — Esa que he expresado con mi cara y que en algún momento tengo que aprender a controlar si no quiero que mis gestos y expresiones delaten siempre mis intenciones antes que cualquier otra cosa. No me hubiera esperado que una mujer como ella, después de haber ganado unos juegos que se supone dan una estrepitosa cantidad de dinero, terminaría ocupando el puesto de secretaría en un mercado. No lo juzgo, cada uno hace lo que le conviene con su vida, si cree que este es el mejor lugar para ella tendrá sus motivos en orden, uno que no comparto, pero que va, estoy aquí para obtener información no para criticar.
Esperaba esa respuesta, a pesar de que una parte de mí estaba confiada en que no saldría de aquí con las manos vacías. La sonrisa se me borra del rostro con lentitud, a cámara lenta mientras escucho sus palabras lógicas ante una desconocida, hasta llegar a transformar una mueca de labios apretados. Ladeo un poco la cabeza, aprovechando la distracción de dejar de mirarla para rascarme la frente en un gesto desinteresado al tener que tomarme un tiempo para pensar. Tendría que haberme preparado un discurso mejor, pero como siempre tengo una predilección por improvisar en el acto. — Ya… Sí, lo comprendo. No es tan fácil como parece, en realidad… Pasó hace ya mucho tiempo, apenas tenía catorce años cuando lo vi por última vez, en el norte. Suponía que lo habrían llevado aquí después de eso, pero claro, con los años… — Digo, sin querer decir que podría estar muerto, pero diciéndolo todo con las expresiones de mi rostro. — Él tenía dieciocho o diecinueve por entonces, así que ahora deberá tener como unos treinta, treinta y pocos a lo sumo. No tengo ninguna fotografía, desgraciadamente, pero puedo describirlo. — No será lo mismo que una imagen digital, eso está claro. Sé que evado la primera pregunta que me hace, con intención de que se vaya por los datos descriptivos antes que por la historia formal. No sé como explicarle que básicamente le debo la vida sin que suene… ¿anti patriótico?
— Lo siento, no quería… No sabía que usted trabajaba aquí, siento si la he importunado con mi curiosidad. — Esa que he expresado con mi cara y que en algún momento tengo que aprender a controlar si no quiero que mis gestos y expresiones delaten siempre mis intenciones antes que cualquier otra cosa. No me hubiera esperado que una mujer como ella, después de haber ganado unos juegos que se supone dan una estrepitosa cantidad de dinero, terminaría ocupando el puesto de secretaría en un mercado. No lo juzgo, cada uno hace lo que le conviene con su vida, si cree que este es el mejor lugar para ella tendrá sus motivos en orden, uno que no comparto, pero que va, estoy aquí para obtener información no para criticar.
Esperaba esa respuesta, a pesar de que una parte de mí estaba confiada en que no saldría de aquí con las manos vacías. La sonrisa se me borra del rostro con lentitud, a cámara lenta mientras escucho sus palabras lógicas ante una desconocida, hasta llegar a transformar una mueca de labios apretados. Ladeo un poco la cabeza, aprovechando la distracción de dejar de mirarla para rascarme la frente en un gesto desinteresado al tener que tomarme un tiempo para pensar. Tendría que haberme preparado un discurso mejor, pero como siempre tengo una predilección por improvisar en el acto. — Ya… Sí, lo comprendo. No es tan fácil como parece, en realidad… Pasó hace ya mucho tiempo, apenas tenía catorce años cuando lo vi por última vez, en el norte. Suponía que lo habrían llevado aquí después de eso, pero claro, con los años… — Digo, sin querer decir que podría estar muerto, pero diciéndolo todo con las expresiones de mi rostro. — Él tenía dieciocho o diecinueve por entonces, así que ahora deberá tener como unos treinta, treinta y pocos a lo sumo. No tengo ninguna fotografía, desgraciadamente, pero puedo describirlo. — No será lo mismo que una imagen digital, eso está claro. Sé que evado la primera pregunta que me hace, con intención de que se vaya por los datos descriptivos antes que por la historia formal. No sé como explicarle que básicamente le debo la vida sin que suene… ¿anti patriótico?
Estoy más que acostumbrada a ver pasar por aquí gente fanfarrona y prepotente, que pretende aparentar algo que no es y que por el simple hecho de venir aquí y tener el derecho de comprar a una persona para que le sirva el resto de su vida como esclavo, se sienten superiores a los demás. Se toman la transacción monetaria y el papeleo como quien compra un piso o incluso un paquete de pipas, y lo peor es que nos hacen partícipes a los trabajadores de todo ese paripé. Los demás se prestan encantados, recogiendo las pizcas de autoestima que le sobran al comprador para ellos mismos. Y yo, por supuesto, si aprecio mi vida y la de los que me rodean no puedo ser menos. Apenas se dan cuenta del esfuerzo que hago por tratar de esconder mi mueca de asco, y me ven como a una colega más.
Eso es lo que creo que Phoebe Powell está percibiendo en mí, lo que perciben todos, alguien que trabaja aquí porque no sólo está de acuerdo con el régimen de esclavitud al que se ven sometidos los humanos, sino que disfruta activamente de él. No la culpo, en realidad, supongo que tengo razones de sobra para odiarlos, o al menos muchas más de las que tienen muchos de los que de verdad los odian. Fui tributo de los últimos juegos bajo el mandato Black, hice cosas horribles allí dentro y vi morir a mi familia delante de mis propios ojos, viví durante años reprimida por ellos. Sospecho que eso es lo que ve ella en mí, una víctima de los humanos que odia y castiga a sus verdugos.
Y, sin embargo, yo no sé lo que percibir en ella. Sólo hay dos razones por las que alguien pueda tomarse tantas molestias en buscar a un humano. La primera es el odio y/o la venganza, muchas personas han venido aquí pidiendo los datos de humanos que en el pasado les hirieron, buscando venganza ahora que tienen la sartén por el mango. La segunda razón y la más peligrosa es una que no pueden verbalizar: magos buscando a viejos amigos, familiares lejanos o conocidos. Esta segunda, por supuesto, no es muy usual, pero en cuanto ocurre sé leer en las excusas vagas de mis clientes la razón verdadera de su búsqueda y trato de ayudar. Pero con ella me desconcierto. - No te preocupes, no me has molestado - Me apresuro a hacer un gesto con la mano quitando importancia a su disculpa, mientras escucho su historia y valoro su veracidad.
Sonrío amargamente cuando empiezo a reconocer claros indicios de que la razón de que esté aquí no es la primera que he mencionado. Ha evadido deliberadamente mi pregunta sobre los detalles de la historia, lo que me hace pensar que tiene algo que ocultar. - La descripción será útil más adelante, sin duda, pero ahora necesito que me cuentes todo lo que puedas sobre la razón por la que quieres dar con él - Intento sonreír tratando de infundirle confianza. - Tranquila, estoy aquí para ayudarte, no para juzgarte - Una frase que espero que ayude pero que no puede malinterpretarse fuera de contexto. Alguna de las dos tiene que dar el primer paso y hasta que no compruebe que mis sospechas sobre sus razones son correctas, no puedo ser yo.
Eso es lo que creo que Phoebe Powell está percibiendo en mí, lo que perciben todos, alguien que trabaja aquí porque no sólo está de acuerdo con el régimen de esclavitud al que se ven sometidos los humanos, sino que disfruta activamente de él. No la culpo, en realidad, supongo que tengo razones de sobra para odiarlos, o al menos muchas más de las que tienen muchos de los que de verdad los odian. Fui tributo de los últimos juegos bajo el mandato Black, hice cosas horribles allí dentro y vi morir a mi familia delante de mis propios ojos, viví durante años reprimida por ellos. Sospecho que eso es lo que ve ella en mí, una víctima de los humanos que odia y castiga a sus verdugos.
Y, sin embargo, yo no sé lo que percibir en ella. Sólo hay dos razones por las que alguien pueda tomarse tantas molestias en buscar a un humano. La primera es el odio y/o la venganza, muchas personas han venido aquí pidiendo los datos de humanos que en el pasado les hirieron, buscando venganza ahora que tienen la sartén por el mango. La segunda razón y la más peligrosa es una que no pueden verbalizar: magos buscando a viejos amigos, familiares lejanos o conocidos. Esta segunda, por supuesto, no es muy usual, pero en cuanto ocurre sé leer en las excusas vagas de mis clientes la razón verdadera de su búsqueda y trato de ayudar. Pero con ella me desconcierto. - No te preocupes, no me has molestado - Me apresuro a hacer un gesto con la mano quitando importancia a su disculpa, mientras escucho su historia y valoro su veracidad.
Sonrío amargamente cuando empiezo a reconocer claros indicios de que la razón de que esté aquí no es la primera que he mencionado. Ha evadido deliberadamente mi pregunta sobre los detalles de la historia, lo que me hace pensar que tiene algo que ocultar. - La descripción será útil más adelante, sin duda, pero ahora necesito que me cuentes todo lo que puedas sobre la razón por la que quieres dar con él - Intento sonreír tratando de infundirle confianza. - Tranquila, estoy aquí para ayudarte, no para juzgarte - Una frase que espero que ayude pero que no puede malinterpretarse fuera de contexto. Alguna de las dos tiene que dar el primer paso y hasta que no compruebe que mis sospechas sobre sus razones son correctas, no puedo ser yo.
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Me limito a mostrar una sonrisa que pretende esconder la mueca que oculto tras la metedura de pata por, sin quererlo, sacar a relucir un tema que debe ser complicado por demás de molesto para ella cada vez que se presenta. Lo cierto es que jamás he estado en presencia de un vencedor de los juegos anteriores, y lo más probable es que eso tenga que ver con la cara que se me ha quedado cuando he escuchado su nombre. Quiero decir, no tiene que ser fácil que te estén recordando continuamente lo que tuviste que hacer en el pasado, para nadie, pero ella tiene que vivir con ser reconocida por la calle, y no por motivos precisamente alentadores, para el resto de su vida. De verdad tengo que aprender a controlar mis expresiones si quiero evitar volver a importunar a alguien con mis caras, de seguro no tiene que ser agradable presentarse ante una desconocida cuando prácticamente el país entero sabe quien eres tú.
Voy a ser sincera, no sé a qué viene tanto interés en conocer la historia que hay detrás de esta búsqueda, en especial viniendo de alguien que se dedica a manejar todo el papeleo que conlleva la entrada y retirada de esclavos para el “bien” mayor. Me produce cierto desconcierto que siquiera se plantee escucharme cuando lo que debería interesarle es sacarme de esta deuda para poder librarse ella del peso de tener a un muggle más en un lugar en el que ya de por sí no entra ni uno más. Se me da bien leer personas, ya no solo por los años en los que tuve que aprender a entender lo que quería alguien sin tener que murmurar palabra para poder sobrevivir a base de esa estrategia, sino porque también la videncia ayuda a transmitir las vibraciones que yo misma recibo de una persona en concreto. Jessica, pese a tener un lío emocional que se percibe desde el propio capitolio, no parece mala persona a simple vista. Lo malo de las impresiones es que nunca sabes por dónde van a tirar.
De por sí soy una persona desconfiada, no por nada, pero me he topado con varios baches a lo largo de mi vida, con algunos repetidas veces, no pienso poner mi voto de confianza a la primera de cambio. — ¿De veras es eso tan importante? No es que tenga nada que ocultar, simplemente me gustaría encontrarle. Digamos que no terminamos en buenos términos, quisiera cerrar ese capítulo de mi vida, como estoy segura de que podrá comprender. — Bajo la barbilla, observándola con mis ojos directamente sobre los suyos. No quiero que me juzgue, y estaría en posición de venir con la sinceridad grabada en la frente, de no ser porque este gobierno no es famoso por las buenas intenciones. Ella, como alguien que ha vivido experiencias atroces, tiene que ser capaz de comprender mi punto. — Preferiría no tener que entrar en detalles. — Declaro, firme con mi voz al tiempo que apoyo una de mis manos sobre la mesa, como para acompañar mi seguridad pese a no tener ni idea de lo que estoy haciendo.
Voy a ser sincera, no sé a qué viene tanto interés en conocer la historia que hay detrás de esta búsqueda, en especial viniendo de alguien que se dedica a manejar todo el papeleo que conlleva la entrada y retirada de esclavos para el “bien” mayor. Me produce cierto desconcierto que siquiera se plantee escucharme cuando lo que debería interesarle es sacarme de esta deuda para poder librarse ella del peso de tener a un muggle más en un lugar en el que ya de por sí no entra ni uno más. Se me da bien leer personas, ya no solo por los años en los que tuve que aprender a entender lo que quería alguien sin tener que murmurar palabra para poder sobrevivir a base de esa estrategia, sino porque también la videncia ayuda a transmitir las vibraciones que yo misma recibo de una persona en concreto. Jessica, pese a tener un lío emocional que se percibe desde el propio capitolio, no parece mala persona a simple vista. Lo malo de las impresiones es que nunca sabes por dónde van a tirar.
De por sí soy una persona desconfiada, no por nada, pero me he topado con varios baches a lo largo de mi vida, con algunos repetidas veces, no pienso poner mi voto de confianza a la primera de cambio. — ¿De veras es eso tan importante? No es que tenga nada que ocultar, simplemente me gustaría encontrarle. Digamos que no terminamos en buenos términos, quisiera cerrar ese capítulo de mi vida, como estoy segura de que podrá comprender. — Bajo la barbilla, observándola con mis ojos directamente sobre los suyos. No quiero que me juzgue, y estaría en posición de venir con la sinceridad grabada en la frente, de no ser porque este gobierno no es famoso por las buenas intenciones. Ella, como alguien que ha vivido experiencias atroces, tiene que ser capaz de comprender mi punto. — Preferiría no tener que entrar en detalles. — Declaro, firme con mi voz al tiempo que apoyo una de mis manos sobre la mesa, como para acompañar mi seguridad pese a no tener ni idea de lo que estoy haciendo.
Ninguna de las dos le da muchas más vueltas al tema del reconocimiento porque es obvio que ninguna se siente del todo cómoda con ello. Puedo suponer que ella piensa que se ve como la típica chica entrometida y bocazas que no sabe controlar sus impulsos, a pesar de que como ya le he dicho de forma sincera, no me ha molestado ni el hecho de que me haya reconocido ni el hecho de que me lo haya preguntado. Entiendo su curiosidad y sé que tal vez yo hubiera hecho lo mismo. Por otro lado, yo pienso que la imagen que doy es de un monstruo sin alma, una asesina fría que ha matado a personas por sobrevivir y que ahora vive una vida normal, como si no le importase lo más mínimo haberlo hecho. Soy consciente de que lo más seguro es que la versión no sea tan extrema, y de que nadie espera realmente que me auto-recluya en una cárcel martirizándome día tras día por lo que hice, pero supongo que todos tendemos a exagerar los defectos que los demás ven en nosotros.
El caso es que si ella no le da más bola, yo tampoco pienso hacerlo, y rápidamente pasamos al tema que de verdad nos concierne a ambas y por lo que ella ha venido. La verdad es que tampoco en esto parecemos congeniar, pues ni sus métodos elusivos funcionan conmigo ni mis tácticas de poli bueno poli malo parecen hacerlo con ella. Intento pensar y darle vueltas a la cabeza para encontrar un punto medio que pueda funcionarnos para llegar a un acuerdo, pero todos ellos pasan por una confianza que no tenemos entre nosotras y que de segur así no llegaremos a tener. Puedo notar como ella está maquinando también la forma de lograr lo que quiere guardando toda la discreción posible, y sintiéndolo mucho por ella no voy a ceder tan fácilmente. Parece mentira que en realidad lo esté haciendo por su propio bien, porque sospecho que puedo ayudarla más de lo que ella piensa. Si mis sospechas son ciertas y quiere a ese esclavo por buenas razones, puedo ayudarlos a los dos. Y en el caso de que me equivoque y sea un asunto de venganza y odio, puedo ayudarlo a él. En ambos casos puedo intermediar, y para eso estoy aquí.
Su convicción es admirable, si no fuese porque noto en su gesto autoritario un atisbo de duda. - Lamento decirte, Phoebe, que lo que prefieras o no carece de relevancia ahora mismo - Intento sonreír pero me doy cuenta al instante de que no estaría de más corregir mi tono. - No me malinterpretes - Me apresuro a hacerlo, acompañándolo de un gesto de manos - El cliente siempre es nuestra prioridad, pero comprenderás que no puedo darte los datos de uno de nuestros esclavos sin conocer un poco más tus motivos. ¿Pretendes comprarlo o sólo encontrarlo? - Decido comenzar por algo más básico y simple, que no ponga en un compromiso a nadie. - Si tienes intención de comprarlo, podría darte más información - Alzo una ceja, dejando claro el por qué le digo esto. Intento darle esa pista, pues sea o no su intención real, en el momento en que me diga que es una compradora potencial me autoriza a revelar muchos más datos que en el caso de que sea una simple ciudadana que no tenga nada que ver con el mercado.
El caso es que si ella no le da más bola, yo tampoco pienso hacerlo, y rápidamente pasamos al tema que de verdad nos concierne a ambas y por lo que ella ha venido. La verdad es que tampoco en esto parecemos congeniar, pues ni sus métodos elusivos funcionan conmigo ni mis tácticas de poli bueno poli malo parecen hacerlo con ella. Intento pensar y darle vueltas a la cabeza para encontrar un punto medio que pueda funcionarnos para llegar a un acuerdo, pero todos ellos pasan por una confianza que no tenemos entre nosotras y que de segur así no llegaremos a tener. Puedo notar como ella está maquinando también la forma de lograr lo que quiere guardando toda la discreción posible, y sintiéndolo mucho por ella no voy a ceder tan fácilmente. Parece mentira que en realidad lo esté haciendo por su propio bien, porque sospecho que puedo ayudarla más de lo que ella piensa. Si mis sospechas son ciertas y quiere a ese esclavo por buenas razones, puedo ayudarlos a los dos. Y en el caso de que me equivoque y sea un asunto de venganza y odio, puedo ayudarlo a él. En ambos casos puedo intermediar, y para eso estoy aquí.
Su convicción es admirable, si no fuese porque noto en su gesto autoritario un atisbo de duda. - Lamento decirte, Phoebe, que lo que prefieras o no carece de relevancia ahora mismo - Intento sonreír pero me doy cuenta al instante de que no estaría de más corregir mi tono. - No me malinterpretes - Me apresuro a hacerlo, acompañándolo de un gesto de manos - El cliente siempre es nuestra prioridad, pero comprenderás que no puedo darte los datos de uno de nuestros esclavos sin conocer un poco más tus motivos. ¿Pretendes comprarlo o sólo encontrarlo? - Decido comenzar por algo más básico y simple, que no ponga en un compromiso a nadie. - Si tienes intención de comprarlo, podría darte más información - Alzo una ceja, dejando claro el por qué le digo esto. Intento darle esa pista, pues sea o no su intención real, en el momento en que me diga que es una compradora potencial me autoriza a revelar muchos más datos que en el caso de que sea una simple ciudadana que no tenga nada que ver con el mercado.
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Como si de alguna manera me hiciera parecer más interesante, cuando creo que ha quedado claro para ambas que no lo soy, tamborileo mis dedos encima de la mesa, aunque segundos después me doy cuenta de que no estoy consiguiendo ni que me tome más en serio ni que yo me sienta más segura de mis palabras, por lo que cedo el gesto al minuto. Por el contrario, aprieto mis labios, al tiempo que mis cejas también se ciñen un poco en mi frente al escuchar sus argumentos, tan válidos que me siento un poco patética aquí sentada, pidiendo información que ni me viene ni me va porque soy completamente ajena a este lugar. Es por eso que, viendo que no me sirve de nada actuar como lo estoy haciendo, decido cambiar de estrategia. — Bueno, no lo sé, eso depende de si todavía nadie lo ha hecho. — ¿Comprarlo? En el momento ni siquiera lo pensé, que cabía la posibilidad de que siguiera en este lugar, muriéndose y viviendo prácticamente rodeado de basura, me moví más por el instinto de encontrarlo, fueran las condiciones que fueran. Ahora, el simple hecho de imaginar que podría ayudarlo me da una nueva visión en este camino. — Hasta dónde yo sé ni siquiera podría estar vivo, para eso vine aquí, como comprenderá no puedo tomar una decisión como esa cuando no tengo ni idea de lo que ha sido de él. — Alzo la barbilla, manteniéndome firme en la posición de no detallar nada que se salga fuera de lo que conozco.
En último momento, cuando doy por hecho que ninguna de las dos va a soltar rienda a no ser que una de las dos ceda primero, decido ser yo la que dé el primer paso, siendo que me importa más encontrarle que mi orgullo. — Usted gana, voy a serle sincera. — No sé qué narices le voy a contar al momento de abrir la boca, pero por alguna razón ni titubeo ni tengo intenciones de detenerme. — No tuve una infancia agradable, y dadas ciertas circunstancias hubo una época en la que tuve que valérmelas por mí misma, de no ser por esta persona probablemente ni siquiera estaría aquí. — No sé hasta qué punto esta mujer no va a tomarse mi confesión como una excusa válida para llevarme directamente con alguien de alto cargo por lo que acabo de decir, así que me aseguro de camuflar un poco el verdadero significado de mis palabras. — No tengo intenciones de hacer nada más que ver si él tuvo la misma suerte, eso es todo. — No es un delito querer comprobar el estado de alguien, ¿no? Aunque seamos de razas distintas. — No me malinterprete usted tampoco, sólo quiero pasar página y dejar el pasado a un lado. — Reafirmo. No hay por qué exagerar mas allá de la simple razón de querer comprobar que el pasado sigue como lo dejamos.
En último momento, cuando doy por hecho que ninguna de las dos va a soltar rienda a no ser que una de las dos ceda primero, decido ser yo la que dé el primer paso, siendo que me importa más encontrarle que mi orgullo. — Usted gana, voy a serle sincera. — No sé qué narices le voy a contar al momento de abrir la boca, pero por alguna razón ni titubeo ni tengo intenciones de detenerme. — No tuve una infancia agradable, y dadas ciertas circunstancias hubo una época en la que tuve que valérmelas por mí misma, de no ser por esta persona probablemente ni siquiera estaría aquí. — No sé hasta qué punto esta mujer no va a tomarse mi confesión como una excusa válida para llevarme directamente con alguien de alto cargo por lo que acabo de decir, así que me aseguro de camuflar un poco el verdadero significado de mis palabras. — No tengo intenciones de hacer nada más que ver si él tuvo la misma suerte, eso es todo. — No es un delito querer comprobar el estado de alguien, ¿no? Aunque seamos de razas distintas. — No me malinterprete usted tampoco, sólo quiero pasar página y dejar el pasado a un lado. — Reafirmo. No hay por qué exagerar mas allá de la simple razón de querer comprobar que el pasado sigue como lo dejamos.
No estoy segura de hasta qué punto entiende que con el simple hecho de decirle que en caso de ser una potencial compradora le podría dar más datos, ya le estoy dando información valiosa. Por un momento incluso creo que ese hecho va a pasar desapercibido por ella, y que va a continuar por una vía que no nos beneficia a ninguna, pues ambas parecemos lo bastante tozudas como para no dar nuestro brazo a torcer por las buenas. Quién me diría esta mañana que al llegar a la oficina a lo que parecía un día más de la interminable rutina en la que últimamente estoy sumida, me encontraría con un hueso tan duro de roer pero que por otra parte parece más bien una forma de sentir que todo lo que estoy haciendo aquí, que la razón por la que aún veo y participo casi cada día en injusticias, vale la pena.
Y el atisbo de comprensión que estaba buscando llega con una simple frase. "Depende de si todavía nadie lo ha hecho". Eso me deja claro que ha pillado mi indirecta, y como si sus palabras fuesen un resorte que activa un mecanismo interno que ni siquiera sabía que tenía, cuando aún ni ha acabado de pronunciar la frase ya me he levantado de la silla. - Podemos empezar por ahí - Sonrío con suficiencia, pues es todo lo que necesito para ponerme manos a la obra. Si un ciudadano común viene aquí pidiendo explicaciones de esclavos por las buenas, mi deber es negarle esa información. Pero sin embargo, si ese ciudadano pide la información pertinente porque tiene intención de realizar la compra de quien está buscando, me autoriza de esa forma a trabajar para él, pues automáticamente se ha convertido en nuestro cliente. Es lo que acaba de pasar con Phoebe Powell, sin saberlo del todo ya es clienta del mercado de esclavos del distrito siete.
Me pongo a rebuscar incansablemente entre los cajones, que están más desordenados de lo que deberían pero más ordenados de lo que me esperaba teniendo en cuenta que forman parte de mis responsabilidades. De vez en cuando suelto alguna maldición cuando creo encontrar lo que estoy buscando y me doy cuenta de que no son más que papeles que no me interesan para nada en estos momentos. Apunto en mis notas mentales que en cuanto acabe con esta chica, mi misión de los siguientes días va a tener que ser ordenar todo este caos con algún criterio que tenga más sentido que el que reina ahora. Tras unos minutos rebuscando en mis cajones y estanterías y dejándolo todo hecho un desastre -más del que ya estaba hecho- encuentro lo que estaba buscando. Todo lo cuidadosa que no he sido guardándolo, lo fui recopilando toda la información que se encuentra en este documento.
Me acerco a Phoebe con aires triunfales y con dos dossieres, uno en cada mano. - Este de aquí es como una especie de censo de todos los esclavos que tenemos actualmente en el mercado - Digo mientras alzo mi mano derecha, enseñándoselo. - Está dividido en hombres y mujeres, y a su vez dentro de ellos ordenado por edades. De menor a mayor - En un principio estaba ordenado alfabéticamente por apellidos, pero nos dimos cuenta de que la mayor parte de los que vienen aquí buscando un esclavo no lo hacen poniendo por delante su nombre, sino requisitos como el sexo, edad o condición física que buscan en lo que va a ser un sirviente. Era más fácil así. - Y este otro son las compras del último año - Alzo esta vez la mano izquierda - En la estantería están los de años anteriores, pero será mejor no abarcar demasiado - Digo, al tiempo que señalo con un gesto la estantería que está justo detrás de mí. Me acerco al escritorio y dejo ambos encima de la mesa. - Todos llevan una foto, por supuesto. Y dado que eres la única que sabe qué aspecto tiene, vas a tener que ayudarme. El nombre del comprador te lo ocultaré por simple privacidad, ya sabes, pero vas a tener que reconocerlo tú, ¿de acuerdo? - Supongo que si hace años que no lo ve no va a ser tan sencillo, pero por algo tenemos que comenzar. - ¿Por dónde prefieres empezar?
Y el atisbo de comprensión que estaba buscando llega con una simple frase. "Depende de si todavía nadie lo ha hecho". Eso me deja claro que ha pillado mi indirecta, y como si sus palabras fuesen un resorte que activa un mecanismo interno que ni siquiera sabía que tenía, cuando aún ni ha acabado de pronunciar la frase ya me he levantado de la silla. - Podemos empezar por ahí - Sonrío con suficiencia, pues es todo lo que necesito para ponerme manos a la obra. Si un ciudadano común viene aquí pidiendo explicaciones de esclavos por las buenas, mi deber es negarle esa información. Pero sin embargo, si ese ciudadano pide la información pertinente porque tiene intención de realizar la compra de quien está buscando, me autoriza de esa forma a trabajar para él, pues automáticamente se ha convertido en nuestro cliente. Es lo que acaba de pasar con Phoebe Powell, sin saberlo del todo ya es clienta del mercado de esclavos del distrito siete.
Me pongo a rebuscar incansablemente entre los cajones, que están más desordenados de lo que deberían pero más ordenados de lo que me esperaba teniendo en cuenta que forman parte de mis responsabilidades. De vez en cuando suelto alguna maldición cuando creo encontrar lo que estoy buscando y me doy cuenta de que no son más que papeles que no me interesan para nada en estos momentos. Apunto en mis notas mentales que en cuanto acabe con esta chica, mi misión de los siguientes días va a tener que ser ordenar todo este caos con algún criterio que tenga más sentido que el que reina ahora. Tras unos minutos rebuscando en mis cajones y estanterías y dejándolo todo hecho un desastre -más del que ya estaba hecho- encuentro lo que estaba buscando. Todo lo cuidadosa que no he sido guardándolo, lo fui recopilando toda la información que se encuentra en este documento.
Me acerco a Phoebe con aires triunfales y con dos dossieres, uno en cada mano. - Este de aquí es como una especie de censo de todos los esclavos que tenemos actualmente en el mercado - Digo mientras alzo mi mano derecha, enseñándoselo. - Está dividido en hombres y mujeres, y a su vez dentro de ellos ordenado por edades. De menor a mayor - En un principio estaba ordenado alfabéticamente por apellidos, pero nos dimos cuenta de que la mayor parte de los que vienen aquí buscando un esclavo no lo hacen poniendo por delante su nombre, sino requisitos como el sexo, edad o condición física que buscan en lo que va a ser un sirviente. Era más fácil así. - Y este otro son las compras del último año - Alzo esta vez la mano izquierda - En la estantería están los de años anteriores, pero será mejor no abarcar demasiado - Digo, al tiempo que señalo con un gesto la estantería que está justo detrás de mí. Me acerco al escritorio y dejo ambos encima de la mesa. - Todos llevan una foto, por supuesto. Y dado que eres la única que sabe qué aspecto tiene, vas a tener que ayudarme. El nombre del comprador te lo ocultaré por simple privacidad, ya sabes, pero vas a tener que reconocerlo tú, ¿de acuerdo? - Supongo que si hace años que no lo ve no va a ser tan sencillo, pero por algo tenemos que comenzar. - ¿Por dónde prefieres empezar?
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Bueno, parece que por lo menos no ha malinterpretado mis palabras y ha tomado la iniciativa de ayudarme pese a no haber sido del todo concreta con los detalles. De seguro son meras formalidades que todos los empleados de este lugar tienen que presentar ante la aparición estelar de alguien que de a primeras, busca comprar a alguien en concreto. Por su reacción es entonces que comprendo que lo más lógico es que venga a un lugar como este una persona que ya tiene algo en mente, pero en relación a habilidades y apariencia física, no a un esclavo con nombre completo y con una historia detrás. No quiero poner mis ilusiones demasiado altas cuando la veo levantarse para empezar a rebuscar en los cajones, dado que lo más probable es que de entre todas estas carpetas que va sacando, ni siquiera vaya a reconocer sus facciones de adolescente en hombres con aspecto demacrado y apenas carne en los huesos, pero tampoco voy a pecar de pesimista siquiera antes de echarles un vistazo.
Como cambio de posición, apoyo mis codos sobre la mesa en lo que me inclino un poco hacia delante para curiosear lo que está haciendo, poniendo más interés en el montón de papeles que deposita encima del escritorio antes que en su figura en sí. Pongo mi mejor cara de entendida cuando levanta un dossier para explicarme lo que se encuentra en su interior, asintiendo con la cabeza como perro al que le están enseñando una orden nueva. No sé hasta qué punto es legal esto que estamos haciendo, pero me supongo que si ha sido ella la que se ha ofrecido a hacer esto muy prohibido tampoco debe de estar. Para mi suerte, sé precisamente lo que busco, aunque la idea de tener que pasar hojas y hojas durante horas no es una que se me apetezca hacer en un día de verano. No obstante, ya me he decidido por hacer esto, no hay marcha atrás que valga ahora que tengo todas las herramientas delante.
Tantas preguntas sobre por dónde empezar me abruman al punto de que tengo que echarme para atrás con las manos sin saber que hacer, sin dudar en mostrar que no tengo ni idea con mi propia voz. — Mm… No lo sé, ¿por dónde tiene más sentido comenzar? — Me siento estúpida haciendo esa pregunta, pero siendo que es la primera vez que vengo aquí, creo que se me permite el estar un poco desorientada. Termino por señalar con la cabeza la carpeta que ella misma indicó como que contiene todos los esclavos del mercado, no muy segura de si es el movimiento más indicado teniendo en cuenta la enorme cantidad de personas que hay aquí metidas. Por algún lugar hay que empezar. — ¿No hay algo así como un registro de nombre? — Pregunto curiosa en cuanto tengo el archivo entre mis manos y puedo empezar a pasar hojas, aunque lo que ven mis ojos no es algo que vaya a olvidar con facilidad. Los rostros de las primeras personas en aparecer, al ser todos niños, provocan que mi estómago se encoja de repente, teniéndome que tragar algún comentario despectivo que estoy segura de que se refleja en mi rostro. Intento que no me afecte el aspecto que tienen todas estas personas, trago saliva mientras la edad en las fichas empieza a subir, pero en algún momento me veo obligada a tomar una pausa y apartar la mirada del libro, hastiada en los sentimientos que me produce la fatalidad de su situación.
Como cambio de posición, apoyo mis codos sobre la mesa en lo que me inclino un poco hacia delante para curiosear lo que está haciendo, poniendo más interés en el montón de papeles que deposita encima del escritorio antes que en su figura en sí. Pongo mi mejor cara de entendida cuando levanta un dossier para explicarme lo que se encuentra en su interior, asintiendo con la cabeza como perro al que le están enseñando una orden nueva. No sé hasta qué punto es legal esto que estamos haciendo, pero me supongo que si ha sido ella la que se ha ofrecido a hacer esto muy prohibido tampoco debe de estar. Para mi suerte, sé precisamente lo que busco, aunque la idea de tener que pasar hojas y hojas durante horas no es una que se me apetezca hacer en un día de verano. No obstante, ya me he decidido por hacer esto, no hay marcha atrás que valga ahora que tengo todas las herramientas delante.
Tantas preguntas sobre por dónde empezar me abruman al punto de que tengo que echarme para atrás con las manos sin saber que hacer, sin dudar en mostrar que no tengo ni idea con mi propia voz. — Mm… No lo sé, ¿por dónde tiene más sentido comenzar? — Me siento estúpida haciendo esa pregunta, pero siendo que es la primera vez que vengo aquí, creo que se me permite el estar un poco desorientada. Termino por señalar con la cabeza la carpeta que ella misma indicó como que contiene todos los esclavos del mercado, no muy segura de si es el movimiento más indicado teniendo en cuenta la enorme cantidad de personas que hay aquí metidas. Por algún lugar hay que empezar. — ¿No hay algo así como un registro de nombre? — Pregunto curiosa en cuanto tengo el archivo entre mis manos y puedo empezar a pasar hojas, aunque lo que ven mis ojos no es algo que vaya a olvidar con facilidad. Los rostros de las primeras personas en aparecer, al ser todos niños, provocan que mi estómago se encoja de repente, teniéndome que tragar algún comentario despectivo que estoy segura de que se refleja en mi rostro. Intento que no me afecte el aspecto que tienen todas estas personas, trago saliva mientras la edad en las fichas empieza a subir, pero en algún momento me veo obligada a tomar una pausa y apartar la mirada del libro, hastiada en los sentimientos que me produce la fatalidad de su situación.
Me alegra repentinamente haber encontrado un punto en el que las dos nos sentimos cómodas, un punto en el que ninguna tiene que dar demasiadas explicaciones sobre sus verdaderas razones pero que por otro lado parece que han quedado claras implícitamente. Mientras rebuscamos entre montones de papeles en los cuales es muy posible que no acabemos encontrando nada, me planteo si mis sospechas acerca de sus intenciones han sido o no correctas. En principio todas las señales me encajan, puedo decir que he hecho esto las suficientes veces como para reconocer un cierto patrón en todas las personas que vienen aquí buscando ese tipo de ayuda. Está ese nerviosismo, el hecho de no dar muchos detalles sobre la búsqueda, o incluso de mentir deliberadamente sobre las razones de ésta, cosa entendible si tenemos en cuenta las posibles consecuencias. El problema de venir aquí con una coartada superflua es que cuando los trabajadores pedimos detalles, suelen quedarse en blanco o negarse a dárnoslos. Es exactamente lo que ha pasado con Phoebe, lo que me lleva a suponer que mis sospechas son algo más que eso.
Al fin y al cabo ella sola no puede verlo, pues tengo que ocultar el nombre de los clientes. Me repito a mí misma que sólo son suposiciones, y aunque me gustaría poner las cartas sobre la mesa y hacer esto más fácil me atengo callada para preservar mi seguridad. - Supongo que podemos revisar primero este de aquí entre las dos - Levanto el fajo de folios que contienen los datos de las últimas compras del año. Es bastante más fino que el censal, así que prefiero empezar por aquí. Comienzo con la labor, limitándome a revisar las edades de los esclavos del registro y enseñándole a ellas las fotos de los que cuadran con su historia. Al fin y al cabo, yo no sé qué aspecto tiene, por lo que no puedo ser de demasiada ayuda. - Por el momento no había sido necesario, pero empiezo a plantearme crearlo - A pesar de que no es tan usual venir buscando el nombre de alguien anónimo, desde luego que para estos casos sería más útil que revisar uno por uno a todos los esclavos. No sé cuánto tiempo más pasamos así, pero justo cuando empiezo a pensar que jamás encontraremos algo que nos sirva reconozco en sus facciones una pequeña muestra de esperanza para mi impaciencia, como si hubiera reconocido a alguien.
Al fin y al cabo ella sola no puede verlo, pues tengo que ocultar el nombre de los clientes. Me repito a mí misma que sólo son suposiciones, y aunque me gustaría poner las cartas sobre la mesa y hacer esto más fácil me atengo callada para preservar mi seguridad. - Supongo que podemos revisar primero este de aquí entre las dos - Levanto el fajo de folios que contienen los datos de las últimas compras del año. Es bastante más fino que el censal, así que prefiero empezar por aquí. Comienzo con la labor, limitándome a revisar las edades de los esclavos del registro y enseñándole a ellas las fotos de los que cuadran con su historia. Al fin y al cabo, yo no sé qué aspecto tiene, por lo que no puedo ser de demasiada ayuda. - Por el momento no había sido necesario, pero empiezo a plantearme crearlo - A pesar de que no es tan usual venir buscando el nombre de alguien anónimo, desde luego que para estos casos sería más útil que revisar uno por uno a todos los esclavos. No sé cuánto tiempo más pasamos así, pero justo cuando empiezo a pensar que jamás encontraremos algo que nos sirva reconozco en sus facciones una pequeña muestra de esperanza para mi impaciencia, como si hubiera reconocido a alguien.
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Lo cierto es que se me quitan las ganas de seguir pasando imágenes y folios en los que ninguna de las caras que veo me recuerdan en lo más mínimo a la idea que tengo de Andrew en la cabeza. Quizás mi propio juicio me está nublando la cabeza, y creer que va a permanecer de la misma manera cuando es evidente que no solo los años han pasado, sino que los tiempos también han cambiado, es una mala referencia. Porque yo solo quiero pensar que no ha pasado tanto desde la ultima vez que nos vimos, cuando la realidad es que apenas tenía la edad que podría considerarse un adolescente en toda regla, aunque eso no dista de que poseyera una mentalidad digna de una persona adulta. Las circunstancias hicieron que cada uno tomara un camino diferente, uno que no fue muy favorecedor para él, no sé porqué siento que debo encontrarlo de la misma manera, a sabiendas de que eso es algo imposible y que estoy muy lejos de poder conseguirlo.
Ni siquiera sé si, en caso de encontrarlo, pueda reconocerme, como lo estoy intentando hacer yo con el paso de las fotografías. La ayuda de Jessica me viene bien porque me recorta carpetas en las que hay hombres con un complejo diferente al que busco, hasta que tengo frente a mí a varios esclavos que podrían ser, pero que tampoco me encuentro del todo segura a la hora de afirmar ser la persona que busco. En cuanto me doy cuenta, han pasado horas desde que llegué, lo compruebo mirando el reloj de mi muñeca y una confirmación del que hay en la pared hace que me levante del sitio. — Esto es eterno, ni siquiera hemos mirado la mitad de las carpetas, y ya siento que es una pérdida de tiempo. — Bufo, un poco molesta conmigo misma por pensar que pueda ser cierto. — Siento haberla importunado con esto, trataré de divulgar algo más en mi memoria y regresar con más datos, pero si por algún casual encuentra a alguien que se le pueda parecer... — Creo que no hace falta que diga que me gustaría que me llamara en regreso. Le he cedido todos los datos que recuerdo de él, así como una descripción bastante clara de cómo podría ser Andrew ahora, espero que pueda ayudarme. Con un gesto de cabeza, una sonrisa de agradecimiento y de paso también un apretón de mi mano, me despido para salir a la ajetreada plaza, regresando a mi casa con las mismas manos vacías que con las que llegué.
Ni siquiera sé si, en caso de encontrarlo, pueda reconocerme, como lo estoy intentando hacer yo con el paso de las fotografías. La ayuda de Jessica me viene bien porque me recorta carpetas en las que hay hombres con un complejo diferente al que busco, hasta que tengo frente a mí a varios esclavos que podrían ser, pero que tampoco me encuentro del todo segura a la hora de afirmar ser la persona que busco. En cuanto me doy cuenta, han pasado horas desde que llegué, lo compruebo mirando el reloj de mi muñeca y una confirmación del que hay en la pared hace que me levante del sitio. — Esto es eterno, ni siquiera hemos mirado la mitad de las carpetas, y ya siento que es una pérdida de tiempo. — Bufo, un poco molesta conmigo misma por pensar que pueda ser cierto. — Siento haberla importunado con esto, trataré de divulgar algo más en mi memoria y regresar con más datos, pero si por algún casual encuentra a alguien que se le pueda parecer... — Creo que no hace falta que diga que me gustaría que me llamara en regreso. Le he cedido todos los datos que recuerdo de él, así como una descripción bastante clara de cómo podría ser Andrew ahora, espero que pueda ayudarme. Con un gesto de cabeza, una sonrisa de agradecimiento y de paso también un apretón de mi mano, me despido para salir a la ajetreada plaza, regresando a mi casa con las mismas manos vacías que con las que llegué.
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