The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Jakobe V. Solberg
Personal de Defensa
29 de septiembre.

Ni siquiera han pasado un par de semanas, ¡exagerado! —replico, concienciado de que Marco no es una persona poco amigable y que, a ratos, también disfruta de la compañía. Mi sonrisa se ensancha cuando suelta alguna que otra barbaridad por su boca. Pocas veces lo he visto en esa situación, pero las suficientes para saber que lo hace por el grado de confianza al que hemos llegado. Y es que pasear por el distrito cuatro es gratamente reconfortante cuando el tipo ronda cerca. A expensas de haber visto a su hermana durante un par de horas, la compañía del medimago no tiene nada que envidiar a la de Arianne.

No fumes más. Eres la clara definición del colmo de los colmos —ruedo los ojos, esperando una contestación por su parte, pero el agradecimiento llega en forma de abrazo y no puedo evitar soltar un suspiro cuando se aparta. —Estará bien —le aseguro, colocando mi mirada en la entrada de la casa de en frente, allí donde sé que vive la jueza—. Tan sólo necesita tiempo para procesarlo —comento, pero quién sabe mejor que él lo que se le pasa a Arianne por la cabeza. Me despido con un gesto, cerrando la puerta, y me paro a pensar en mis propias palabras.

Ensimismado, caigo en cuenta de una figura que, a lo lejos, parece tratar de pasar desapercibida. Por unos segundos mis sentidos se alarman, pero mi cuerpo reacciona con normalidad. Finjo que no la he visto, caminando en dirección contraria, hasta que tuerzo en uno de los caminos y me aparezco varias calles más alejadas de donde la figura se encontraba. Me conozco el distrito cuatro como la palma de mi mano, y mis sentidos se agudizan cuando estoy cerca de la chica que observa, tranquila, el panorama en las calles.

Si ya es casualidad encontrarse a alguien fuera del trabajo, más lo es todavía que sea justo cerca de donde ando —inquiero, alzando ambas cejas y asegurándome de que, en efecto, es una compañera a la que no tardo en identificar. —¿Kenna? —perplejo, abro y cierro los ojos cruzándome de brazos, esperando una... ¿respuesta?
Jakobe V. Solberg
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
He visitado a Bianka hoy, y me toca volver a casa. Pero antes me toca, también, acercarme a la vivienda de Arianne Brawn y ver qué está pasando ahí. Ver si hay algo sospechoso. Es parte de los controles aleatorios que realizo de vez en cuando y de los que nunca saco nada claro. El distrito cuatro es demasiado normal para esto. Demasiado pacífico, aparentemente. La gente va a la playa, los turistas visitan sus calles y sus costas por un chapuzón... Y yo no soy muy distinta a ellos, con la diferencia de que he pasado mi infancia y adolescencia jugando en estas playas y disfrutando de la brisa marina, la comida y el sabor a agua salada.

Es cuando estoy cerca de su casa que me siento observada. Terriblemente observada. Miro a mi alrededor, sin tener muy claro por qué estoy teniendo esta sensación, pero empiezo a alejarme de la zona. Intento no llamar la atención. Camino, aprovechando que es uno de los distritos por los que me puedo mover con más facilidad, mirando a mi alrededor de vez en cuando con la intención de ver si alguien sospechoso está cerca de mí y con la varita en el bolsillo, lista por si tengo que usarla en cualquier momento. Es en ese momento escucho una voz y, cuando busco a su propietario, intrigada por las palabras que salen de su boca, veo a Jakobe Solberg.

Parece perplejo, pero yo lo estoy más —¿Jakobe?— pestañeo, confusa, mirando a mi alrededor para después volver a posar mis ojos en él —¡Qué coincidencia!— añado, dudosa, sin entender nada. Me froto la nuca, confusa con la situación en general, y le miro. ¿Qué se supone que tengo que decirle? Puedo contarle la verdad, ¿no? Es decir, no tengo por qué darle explicaciones a nadie, pero... Pero este encuentro ha sido, cuanto menos, raro —Vives cerca, ¿verdad? Yo... Estaba visitando a una amiga. Tal vez la conozcas, Bianka. Su pareja murió hace poco por culpa de los rebeldes, estoy intentando hacerle compañía todo lo que pueda para que el duelo se le haga más leve— explico, sin saber muy bien cómo interpretar su mirada. Es decir, no es que yo sea ideal interpretando señales, pero... Pero lo suyo es de ser bastante indescifrable —¿Me estabas siguiendo?— pregunto, entonces, queriendo sacar algo claro del asunto.
Kenna Richards
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Jakobe V. Solberg
Personal de Defensa
Miro hacia atrás, aún cruzado de brazos, como si esperase que haya alguien más detrás y no es evidente que tan sólo somos ella y yo. Aún con mi ceño fruncido, tanteo el terreno y observa a Kenna con interés. Primero son sus gestos corporales. El cómo se mueve y el nerviosismo paralelo que parece haberse instaurado en su cuerpo. Tras eso me doy cuenta de que, por unos instantes, su mano ha viajado a su varita. Intuyo que por gesto reflejo, que no está haciendo nada que requiera una preocupación extrema por su integridad. No es como que vaya a hacerle algo si pienso que me está vacilando descaradamente, ¿o sí?

Demasiada coincidencia —replico, ante su clara insistencia y su efusividad, sintiendo cómo mi cuerpo se relaja cuando ella parece, aparentemente, relajarse un poco—. Llevo meses fuera del cuatro, Kenna. Tengo mi apartamento en el capitolio, pero eso ya lo sabías —insisto, recordando que ya lo he mencionado en alguna que otra ocasión. —Estoy al tanto, la conozco tanto o mejor que tú... ¿estás bien? —pregunto, porque se me hace raro que haga todas aquellas afirmaciones como si no me conociera de nada.

Me señalo a mí mismo, con los hombros encogidos y una expresión bastante divertida.

¿Seguirte? ¿Yo? —niego, llevándome una mano a la nuca en un gesto que muestra la perplejidad con la que estoy trabajando. ¿Por qué son tan difíciles de tratar o se hacen las tontas? A veces no las entiendo—. Vine a visitar a una amiga —comento, restándole importancia—. Una que vive muy cerca de donde te he visto hace apenas un par de minutos —No la desafío con mi mirada, pero sí la pongo en sobreaviso. —Ahora cuéntame lo que de verdad has venido a hacer aquí —Hago una pausa, y rectifico—. O más bien cuéntame qué has venido a hacer después de ver a Bianka —finalizo, volviéndome a cruzar de brazos. Ya es demasiada casualidad que dos aurores pasen por el mismo distrito, cuánto más cuando pertenecemos al mismo escuadrón y departamento.
Jakobe V. Solberg
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Ni me esfuerzo en ocultar la mueca que aparece en mis labios cuando dice que es "demasiada coincidencia". Me cruzo de brazos, levemente molesta —¿Qué insinúas?— porque lo que me ha traído aquí no tiene nada que ver con él. Sacudo la cabeza, centrándome en lo otro que me pregunta —Estoy bien, claro que estoy bien. Solamente ha sido un día... Intenso. Mucho— digo, con una mueca de cansancio. No es ninguna mentira. Bianka está mejorando y llevando el duelo como puede, y yo intento estar con ella, pero... Pero cada segundo a su lado lo paso pensando en mi madre, y eso mentalmente y emocionalmente me deja agotada.

Se está comportando de forma rara. Alzo ambas cejas, con cero ganas de empezar a picarme con un compañero, estando a la defensiva tanto como él —¿Es un interrogatorio, Jakobe?— le pregunto, con sorna —Estaba paseando— digo, simplemente. No es ninguna mentira, lo estaba haciendo. Por una zona determinada, pero lo estaba haciendo.

Tras unos segundos se silencio apoyo mi espalda en la pared que tengo detrás y le miro, con aspecto derrotado. Me froto el rostro —¿Conoces a alguien que alquile un piso o una habitación por esta zona? ¿O sabes de alguien a quién le pueda preguntar?— digo, alzando la mirada hacia él de nuevo —Es lo que estaba buscando, esta zona me gusta, y... Y bueno, vivir con mi padre no está siendo lo ideal. El cuatro me trae paz y buenos recuerdos, estaba... Barajando la posibilidad de venir a pasar una temporada aquí— le digo, con los ojos vidriosos. No como parte de la media mentira que estoy contando, sino porque realmente ha sido un día intenso y pensar en mi madre me pone así. Pestañeo rápidamente, disipando los inicios de lágrimas. Lo último que me apetece ahora mismo es tener que enfrentarme a un interrogatorio con preguntas a las que, por precaución y confidencialidad, no puedo dar respuesta.
Kenna Richards
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Jakobe V. Solberg
Personal de Defensa
Alzo ambas manos en gesto resolutivo, pues aunque no era mi intención que lo pareciera en el fondo sí lo es. Un interrogatorio para saber qué es lo que la ata a un distrito donde, supuestamente, sólo viene a visitar a una amiga. ¿Será pues que tiene órdenes de deambularlo más a menudo? —Algo así. No me cuadra que no me hayan informado de que vendría a deambular a este distrito con compañía —replico, a sabiendas de que no soy una figura importante como para que se me tenga en cuenta a la hora de dar las órdenes. Es mi ego hablando, o mi orgullo herido, el que ha provocado esta situación.

Eso y el hecho de que rondara tan de cerca la casa de Arianne.

¿Y meterte en la boca del lobo? Venirte a vivir aquí no es una buena idea —hago una pausa, entornando los ojos con una sonrisa—. Más que nada porque Bianka no te dejaría en paz en cada segundo libre que tuviese —finalizo, rodando los ojos con parsimonia. No sé el grado de amistad que ambas chicas se traen entre manos, pero tampoco seré yo el que las juzgue. Aunque eso no quite que Bianka pueda llegar a ser un tanto complicada a veces. El truco de sus lágrimas no hace mella en mí, pero sí provoca que me cuestione si no estoy siendo demasiado duro con un tema que no me interesa. No puedo ser tan insensible, así que me fuerzo a adelantarme unos pasos.

Éste no es el mejor sitio para hablar, ¿mejor si salimos de este callejón y dejamos de escondernos como la escoria que parte de la población piensa que somos? —tercio, indicando la salida de la calle con mi diestra, mientras que mi siniestra saca un pañuelo y se lo tiende. —Es demasiado raro, Kenn —indico, caminando hacia delante sin observarla—. Demasiado raro que coincidamos sin que nadie nos avise. Porque tú tampoco me esperabas aquí, y yo sí tengo orden de hacer ronda en el distrito cuatro hoy —me encojo de hombros, aparentando que no le doy importancia pero en el fondo sí. Mis propias palabras me hacen pensar. Si según creo a ella nadie le avisó y a mí sí de que tenía que venir aquí, ¿por qué nadie me ha comentado que tendría compañía? Miente. Y no tengo veritaserum cerca.
Jakobe V. Solberg
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Cojo el pañuelo que me tiende y me seco las lágrimas que se han acumulado en mis pestañas pero que no han llegado a resbalar por mis mejillas, con gestos suaves. Me lo guardo en el bolsillo y empiezo a andar hacia la salida del callejón con él a pocos centímetros de distancia. Y tengo que decir que me está empezando a cansar su insistencia. Me froto el rostro y le miro, frustrada, porque más tozudo y no nace, este chico —Jakobe, no te han avisado porque no estoy de servicio— digo, cansada, con tono casi condescendiente. Me pellizco el puente de la nariz con el pulgar y el índice y presiono suavemente, cerrando los ojos —He venido a pasar un rato con Bianka y a mirar pisos. Eso es todo— termino, con firmeza en mis palabras.

Miro a mi alrededor. Es una calle bonita, no desprende la riqueza del Capitolio ni la sofisticación de otros distritos, pero es agradable —Y créeme, vendría a vivir aquí un tiempo aunque esto fuera la boca del lobo. Aunque Bianka estuviera conmigo en cada rato libre de mi existencia— bromeo, queriendo dejar claro que estoy muy, muy cansada de vivir con mi padre. Porque lo estoy. Le quiero con toda mi alma, pero una parte de mí le culpa por abusos de alcohol que ahora se me han pegado a mí, le culpa de no estar pendiente de mí, de... De muchas cosas. A veces realmente pienso que tendría que ir a ver a un psicólogo. Me iría bien algo de terapia.

Su mirada indica que todavía no me cree y pongo los ojos en blanco —Vamos, Jakobe, sé que con todo lo que está ocurriendo es época de sospechar de todo el mundo, pero no esperaba que la paranoia te tomara a ti también. ¿Qué es lo que te parece tan raro? ¿Qué estás insinuando?— pregunto, pasándole a él la pelota. Realmente podría haber sido una mera coincidencia. Podría haber sido lo que estoy contando. Pero la tensión y la crispación de todo el mundo últimamente está siendo disparatada.
Kenna Richards
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Jakobe V. Solberg
Personal de Defensa
Dejo a un lado el hecho de que sus palabras suenan con hastío, como si de verdad estuviese cansada de que insista tanto. No hago más preguntas sobre aquello. Prefiero darle el beneficio de la duda pues, tarde o temprano, terminará delatándose. Si el juego de las lágrimas ha sido teatro... resoplo. Intento leer más allá de lo que dicen sus palabras. El cansancio hace mella en todos nosotros de una forma diferente, pero la hace. Y Kenna no es el tipo de persona que yo imaginaba derrumbándose. Camino con tranquilidad, saludando a un par de rostros conocidos que me sonríen de vuelta. La armonía y el aire limpio del distrito cuatro son, sin duda, dos cualidades envidiadas por el resto de distritos. El arullo del mar no solamente relaja, sino que incita al baño.

Pese a que las personas se han vuelto más tercas y disonantes, es imposible no sentirse cómodo en este sitio. Quizás por ello entiendo a Kenna más de lo que imaginaba.

Casi parecía que te han mandado a cuidar del culo de la señorita Brawn —tercio entonces, sin ton ni son, pues ella ha abierto la veda con una pregunta que, sinceramente, no pasa indiferente—. Llámalo paranoia, pero son muchos años conociéndola como para no saber si eres o no parte de su círculo de amistades más cercano —resuelvo, encogiéndome de hombros. Lo que menos necesito en estos momentos es ponerla en peligro. Si mi atrevimiento da pistas a Richards de que estoy siendo demasiado permisivo con Arianne... bien, no me importa. Dudo siquiera que sea capaz de pasar a cabezas superiores. No se atrevería a encararme. ¿O sí?

Ella misma lo ha dicho: sospechas y paranoias.

Olvídalo, tampoco quiero que termines llorando otra vez —sentencio, con la mirada fija en los ojos contrarios—. Si tan cansada estás, ¿por qué no has pedido el traslado antes? No debería resultarte muy difícil asentarte en este distrito después de lo que me has dicho —aseguro, como si tuviese la verdad absoluta. Llevo mi mano al mentón, en gesto dubitativo, y luego termino con ambas manos en la nuca. Finjo no estar preocupado, pero en el fondo sigue comiéndome la cabeza que haya aparecido tan cerca de Arianne.
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Hago una mueca, mirándole, cuando dice que casi parece que me hayan mandado a cuidar el culo de la señorita Brawn. Sacudo la cabeza, como si no entendiera lo que me dice —¿La señorita Brawn? ¿Esa no es del Wizengamot?— pregunto, como la confusión me hubiera tomado desprevenida —¿Por qué tendrían que haber mandado a alguien a cuidarla?— pregunto, arrugando la nariz. Niego suavemente con la cabeza y le miro a los ojos —No sé qué te pasa por la cabeza, Jakobe, pero... No— sentencio, negando de nuevo.

Pongo los ojos en blanco cuando dice que no quiere que termine llorando otra vez —Anda, cállate— le digo, pero sin mal tono —. Es como... La segunda vez en tu vida que me ves llorar. Si hay una tercera, no será hoy— musito. La primera fue cuando murió mi madre. Porque me pasé una semana llorando en todas partes y seguramente me vio todo el mundo. Pero... Pero no soy de llorar delante de la gente. Y menos delante de otros aurores. Soy más de llorar en casa y luego lavarme la cara, sonreír al espejo y fingir que no ha pasado nada antes de salir a la calle con la más brillante de las expresiones. No sé qué tan bien le parecería esto a un terapeuta, pero por ahora está funcionando. Más o menos.

Esbozo una sonrisa algo triste y levanto la mirada hacia él —Porque no tengo lo que hay que tener para decírselo a mi padre. Apenas ha pasado un año desde que mi madre falleció, no... No está bien, él. Si le digo que me voy... No lo sé. No puedo enfrentarme a la mirada que me va a echar— musito, con una mueca de preocupación en el rostro —Además, tampoco es que me sobre el dinero, y los pisos que me puedo permitir son un poco... Precarios. Y, aunque me duela decirlo, estoy acostumbrada a un cierto nivel— digo, sin querer aclarar si estoy bromeando o no. Realmente los apartamentos que he podido ver en el cuatro no son una maravilla. Pero es de esperar, no es la misma situación social ni económica que en el Capitolio. Es lo que hay.
Kenna Richards
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Jakobe V. Solberg
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De la misma manera en la que podrían haberme dicho a mí que te vigile a tí —sonrío, con un deje divertido en mis labios que se curvan automáticamente aún cuando observo la sorpresa y la confusión descritas en su rostro—. Nadie confía ni de su propia sombra hoy en día, ¿confías tú en la tuya? —pregunto, apartándome entonces mientras ruedo los ojos y sigo caminando en una dirección que no lleva rumbo alguno pero que me recuerda, una vez más, lo bien que conozco este distrito. Casi como la mismísima palma de mi mano. Sus palabras no dejan de tener interés, pero no pretendo seguir hablando sobre un tema que parece afectarle. El llanto no es algo pasajero, denota que estamos mal por dentro. Pocas veces lloramos de felicidad.

Y me resulta tan irónico que en su caso también le persiga la figura de su padre que no puedo evitar soltar una carcajada limpia, como si acabar de contarme la historia más divertida jamás imaginada. —¿Y te has parado a preguntarte si tú estás bien? —inquiero, mirándola de reojo—. No puedes pretender estar junto a tu padre toda la vida —mento, haciendo una mueca que deja mucho que desear mientras esquivo un par de personas que, en su rapidez, casi están a punto de chocar con nosotros—. No voy a decir que no es duro perder a una madre, la mía está lejos y es como si la hubiera perdido —comento, ¿realmente es necesario que le diga todo ésto? No soy un alma caritativa con la gente que apenas conozco. Supongo que el hecho de que sí la conozca tiene que ver. —E igualmente siempre vamos a terminar decepcionándoles —Me encojo de hombros, no todo es del color de las rosas como piensan ella y Riley.

Pero llegará el día en el que le devolvamos todo, y ellos mismos se darán cuenta de que no fue una decepción, sino una pequeña pausa para salir adelante —asiento, convencido, como si fuera una persona demasiado inteligente como para mantener conversaciones de aquel tipo con ella. El hecho de que trate a la figura de mi padre como a alguien importante me causa cierto recelo. No voy a negar que me quema no poder haber tenido su figura presente en mi infancia, pero de ahí a lamentarme...

Bah, es una absoluta mierda, pero tampoco vamos a regodearnos en ella y padecer que somos víctimas —Porque, a fin de cuentas, no lo somos. Tan sólo nos dejamos llevar por las circunstancias—. Díselo y fin. Si te quiere lo entenderá, y no es como que vayas a desaparecer de su vida —digo, esto último con reticiencia. A sabiendas de que no le deseo eso a nadie.
Jakobe V. Solberg
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Le dirigo una mirada cargada de burla cuando comenta que podrían haberle mandado a él a vigilarme a mí —Sería la misión de tu vida— le digo, con tono irónico. Porque, a decir verdad, mi vida no es muy interesante. Salvo por el hecho de que si realmente me estuviera vigilando a mí, sí que sabría que estoy siguiendo a Brawn, y no serían solamente suposiciones suyas causadas por la paranoia que parece haber ocupado la mente de todos los habitantes de NeoPanem. No sigo dándole vueltas al tema, creo que ambos sabemos bastante bien cómo está afectando esta sospecha constante. Al fin y al cabo, trabajamos en seguridad, lo vivimos a diario.

Su pregunta me hace tensarme. Porque no me lo pregunto a menudo, esto. Dejé de hacerlo hace meses. No sirve de nada preguntarse a una misma si está bien cuando faltan las herramientas para solucionar todo aquello que va mal. Solo sirve para ir construyendo un charco enorme con la propia mierda interior en el que tumbarse a llorar. No es productivo, no ayuda en nada, no sirve. Y, sin embargo, Jakobe tiene razón, y en el fondo lo sé. Obviamente no voy a poder estar siempre con mi padre. No quiero estar siempre con él, y seguramente va a llegar un punto en el que me va a animar a irme. Pero hasta que eso llegue... No tengo claro que sea capaz de dar el paso yo sola.

Las reflexiones de Jakobe dejan ver claramente que él también tiene mucha mierda familiar no resuelta. Pero hay algo en sus palabras que, pese a ser triste, es esperanzador. Me gusta pensar que esto puede ser solamente una pausa, un paréntesis. Que vamos a salir adelante. Él, yo, mi padre, todo el mundo que se encuentra en un momento de mierda. Hago una mueca cuando defiende que, si mi padre me quiere, entenderá que me quiera ir, y sacudo la cabeza en una negación cargada de duda —No tengo claro que eso siempre sea así— comento, intentando no perderme demasiado en mis pensamientos, pues es algo que he reflexionado a menudo —. Yo sé que mi padre me quiere, con locura. Pero todo el mundo tiene una parte egoísta dentro. La suya es quererme a su lado, porque sabe que cuando nos separemos se va a hundir todavía más en su miseria. Y probablemente yo también. Es su forma de protegerse a él mismo y de intentar protegerme— defiendo. Le sonrío un poco, entonces —Pero cuando me mude a algún sitio prometo decírtelo para que celebremos que evoluciono correctamente— bromeo, dándole un codazo amable.
Kenna Richards
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Jakobe V. Solberg
Personal de Defensa
Es el miedo lo que siempre nos cohíbe. Y la mayor parte del tiempo no sabemos que, en realidad, lo que pensamos como miedo no es más que una estupidez en gran medida. Porque si nos paramos durante nuestras vidas a pensar en la de cosas que nos han dado miedo, ¿entonces seríamos capaces de salir hasta por la puerta de casa? No lo dudo en lo más mínimo.

El miedo no existe —replico, aún cuando su gesto final y sus palabras terminan por convencerme de que parece haberlo entendido—. Es una convención que nosotros mismos hemos creado. Necesitamos poner una excusa para no seguir caminando hacia delante. Y decir que algo nos da miedo es la mejor de nuestras opciones —sonrío. El bochorno del distrito cuatro empieza a sofocarme. No recordaba lo mucho que no había echado de menos todo aquello. Me sobran prendas por todos lados, y si no estuviera de servicio seguramente hubiera acabado en una de sus playas creyéndome una sirena o algo.

El día que eso pase espero que no tengas que venir a celebrarlo, otra vez, al distrito cuatro —le indico, con una sonrisa ladina en mis labios—. No entra dentro de tu jurisdicción. Ni siquiera entra dentro de la mía, pero igualmente... mejor nos vamos a celebrarlo a otro lado —finalizo, dejando en claro el punto de que todavía no estoy convencido de que está aquí por lo que me ha contado, sino que hay algo más detrás de todo eso que no ha querido contarme. ¿Quién podría disponer de Veritaserum cuando más lo necesita? Sólo los altos cargos.

Eso me hace pensar en que quizás me convenga darme un paseo y birlar algún que otro frasco. Por cuestiones de trabajo, claro...

Tampoco tardes mucho en dar el paso, Kenna —digo, con el ceño fruncido—. Te sentirás mejor, estoy seguro —comento. ¿En qué momento todo ésto ha derivado en una charla psicológica que ella parecía necesitar? A ratos soy demasiado débil.
Jakobe V. Solberg
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
No me molesto en esconder que pongo los ojos en blanco cuando dice que el miedo no existe, que es una convención creada por nosotros mismos —Oh, la teoría es muy bonita y todos nos la sabemos, Jakobe. Pero a la hora de la verdad, sea o no una convención social, la realidad es que el miedo puede resultar paralizante e impedirte avanzar, y todo intento de racionalizarlo resultará en vano— opino, alzando las cejas. Yo también puedo citar bonitas teorías con dejes de superioridad moral, las he ensayado mil veces, pero no negaremos que la práctica siempre es más complicada que la teoría, y que no necesariamente se nos tiene que dar bien.

Le dirijo una mirada cansada cuando vuelve a mencionar, de forma poco sutil, que mi presencia en el cuatro le resulta sospechosa. Es un poco pesado con este tema, ¿acaso no ve que pase lo que pase no voy a abrir la boca? Claramente no confía en mí, lo último que voy a hacer yo va a ser confiar en él para contarle lo que realmente estoy haciendo en este distrito, y menos cuando conoce al sujeto de mi misión —No te preocupes, Jakobe, cuando lo celebremos ya iremos al Capitolio— digo, con tono seco, cansada de su constante sospecha. No, más que de su constante sospecha, cansada de su constante necesidad de remarcar que está sospechando de mí y que no va a dejar de hacerlo. Está claro que hemos llegado a un punto muerto en el que ninguno de los dos va a ceder, ¿qué sentido tiene seguir insistiendo?

Me coloco el pelo detrás de las orejas y alzo una ceja, mirándole —Además, te equivocas. Vengo regularmente al cuatro a hacer guardias. No creo que te sepas de memoria qué guardias en qué distritos tenemos todos los aurores del departamento— digo, encogiéndome de hombros —Habla con Weynart, si quieres— le reto, queriendo que vea que voy en serio. No es ninguna mentira, yo misma las pedí. Por Bianka, por el vínculo emocional que mantengo con este sitio y por la facilidad que me daba a la hora de poder seguir a Brawn.

No temas, tampoco. Mi paseo no se alargará mucho más, empiezo a estar cansada— sentencio, mirando al cielo. Estoy cansada de sus preguntas y sospechas constantes —Tengo ganas de volver a casa— termino. De volver a casa y de beber un buen rato, sinceramente.
Kenna Richards
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