The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Me quedo mirando la pantalla del teléfono como si de esa manera pudiese obtener alguna respuesta que sé que no voy a encontrar en forma de mensaje de texto. Quizá hoy es la clase de domingo en la cual no he tocado absolutamente nada de trabajo, pero eso no significa que tendré una jornada de tranquilidad mental, al menos no mientras Lara siga mandando la clase de mensajes que pondrían a cualquiera de mal humor. ¿Que tenemos que hablar, es en serio? ¿Acaso nadie le enseñó a esta mujer que esas cosas no se dicen a las personas que pecamos de ansiosas? Cómo no va a soltar palabra alguna por teléfono, demando que sea al menos en mi casa, donde puedo sentirme cómodo ante cualquier estupidez que pueda surgir entre ambos. Quiero decir, las cosas han sido extrañas en las últimas semanas y apenas con suerte nos cruzamos en el ministerio. La muerte de Annie y la declaración de guerra fueron motivos suficientes como para sentir que la búsqueda de compañía sería desubicada, demasiado simple para los tiempos que corren. De todos modos, estoy seguro de que nada de lo que tengamos que hablar tiene que ver con nuestra falta de comunicación, jamás vi a Scott como una de esas mujeres. ¿Entonces… qué?

Deshacerme de Meerah y su presencia de celestina no es tan complicado, basta con convencerla de que se marche a pasar la noche con su tía para dejarme el camino libre de poder tener cualquier tipo de conversación sin su oreja pizpireta dando vueltas por la casa. Tirado en el sofá de la sala, vuelvo a chequear el reloj que me indica que ya debería estar aquí, no muy seguro de si tengo que preocuparme por la cena o no. Quizá es culpa de la impaciencia, pero cuando suena el comunicador para avisarme desde el muelle que tengo visitas, doy un sobresalto tan repentino que caigo del sillón y me golpeo la frente contra la mesa ratona. Perfecto, ahora creo que los aurores piensan que casi me muero porque escuchan mis quejas en el mientras tanto, hasta que creo que la dejan pasar.

Ni siquiera espero a que alguno de los sirvientes se haga cargo de esto y aprovecho el tiempo en el cual ella llega hasta la puerta para encaminarme al hall, frotándome el chichón que se anda formando justo encima de mi ceja izquierda. Apenas suena el timbre doy el tirón, encontrándome con su rostro al cual veo a medias por tener una mano cubriéndome la zona del impacto, como si eso fuese de verdadera ayuda contra el calor del dolor — De verdad espero que sea importante, porque detesto que me dejen con la intriga — es mi mero saludo y espero a que entre para empujar la puerta con cierto aire de mal humor. Ni siquiera caigo en las viejas formalidades, arrastro mis pies de regreso a la sala con intenciones de que me siga y presiono un poco los dedos en el golpe. Auch Si quieres beber algo, ya sabes dónde encontrarlo. ¿Qué es tan grave que por fin accediste a venir a mi casa? — me dejo caer en el sillón con toda la pereza que poseo y estiro un brazo sobre el respaldar al hundirme entre los cojines. Como sé que no podré disimularlo mucho, me señalo la ceja — Tanta impaciencia hace que me ande golpeando contra los muebles — el intento de broma queda ahí, por la mirada que le lanzo dejo en claro que tiene la palabra y espero, de verdad, que no me venga con ninguna idiotez. No creo tener la paciencia para esas cosas, no hoy.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Paso el mediodía del domingo en casa de mi madre, como no hay comida que haga que no provoque malestar a mi nariz sensible, tengo que renunciar a mi ración de tuppers de la semana y pasarme media hora con ella buscando recetas de cosas con las que me podré alimentar. Me entristece muy profundamente que el color de todos los platos sea blanco, es algo por lo que podría llorar. Lloro un poco, en realidad. Puede ser que haya llorado bastante, está bien. No fue por los tuppers, fue por muchas cosas, por todo lo de las últimas semanas y, sí, tal vez también mencioné cosas que sucedieron hace años. Para la tarde estoy recobrada, con el humor más estable de lo que llevo en días, lo que considero un triunfo sobre mis hormonas que se han portado como unas perras cada mañana. Me mojo la cara para despejar esa expresión de pena con la que cargo y me convenzo de que estoy en mi mejor momento para ir a ver a Hans.

Tomo mi teléfono para enviarle el mensaje concreto de que tenemos que hablar, creo que es una línea bastante clara por sí misma, habla de urgencia y gravedad, y si se atreve a ignorar un mensaje así, no, no voy a llorar, tal vez un poco, no, voy a enojarme muchísimo. Cuando decide que el encuentro sea en su casa, acepto el desafío de poner un pie en esa mansión que una vez dije que no me impresionaba, lo que tengo para decirle me haría ir a la casa misma de Jamie Niniadis para golpear su puerta con fuerza si es que me dice que está ahí, iría al séptimo subsuelo del infierno a buscarlo. Tal vez ahí no me haría esperar tanto por burocracia. El trámite en el muelle me hace entornar los ojos, espero con una paciencia que no tengo y cuento hasta cinco tres veces, entonces dan la orden de que puedo pasar. Toco el timbre una vez, estoy lista para una segunda, tercera, cuarta. Tengo mi dedo aún presionando el botón cuando se abre la puerta y lo veo con la mano puesta en su frente, considero que es demasiado pronto para esa pose de sorprendido si todavía no le dije nada.

Es importante y no te hubiera gustado que te lo dijera en un mensaje— le contesto en el mismo tono que usa él. Me cruzo de brazos a la defensiva y achino mis ojos al fijarme en la manera que tiene de toquetear su frente, su piel se ve irritada por debajo. —¿Qué te pasó?— pregunto, lo que es una tontería, está claro que acaba de golpearse y tengo que morder mis labios para contener la carcajada cuando me lo confirma al echarse sobre el sillón de la sala, a la que no echo un segundo vistazo porque con una vez me bastó. Camino en silencio hacia el aparador de las bebidas como me indicó, lejos del propósito ideal por el cual me acercaría a esa colección de marcas demasiado caras para cualquiera fuera de esta isla, rebusco hasta dar con un poco de hielo que cargo en mi palma. —No tienes que decirme esas cosas— digo, en lo que me tardo en volver al sillón. —Comenzaré a mandar mensajes de ese tipo y a reírme desde mi casa—. Me acomodo de lado en el mismo sillón para quedar de frente y tiendo mi mano hacia él. —Me está quemando la mano— lo apuro para que recoja un pedazo de hielo, espero a que lo haga conservando el mutismo que sé que lo llena de ansiedad, es que creo que hay un momento y una manera para decir estas cosas. —Tienes que mirarme a los ojos, Hans— indico, buscando que su mirada se encuentre con la mía. —Estoy embarazada.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Qué puede ser tan grave? ¿Meerah hizo algo malo? — sé que se juntaron, pero como he pedido que ella no se meta en mi vida, yo no me voy a meter en la suya. Me tardo en contestar a esa pregunta porque el orgullo me impide ser demasiado franco al respecto. ¿Una pelota de golf? No, es incluso hasta más patético. ¿No tengo idea y apareció por arte de magia? Ah, no, esos son los moretones. Al final me resigno con un suspiro que le da paso a la honestidad — Me caí y la mesita de la sala estaba en el camino — le echo un vistazo al mueble como si tuviera la culpa de todos los males que me acarrean y lo dejo pasar. Al menos, ella me entretiene con todo su andar por la sala y no me cuesta reconocer lo que está haciendo, cosa que agradezco — No serías tan cruel… — la duda queda implícita, tengo que mover mis piernas hacia un lado para que ella tenga el espacio de acomodarse y agradezco ser lo suficientemente largo como para que no sea una molestia el estirarme a tomar el hielo del cual se queja. Murmuro un agradecimiento al colocarlo sobre mi intento de herida y ante su extraña petición, hago un esfuerzo por mirarla bajo la molestia de la gota helada que cae sobre una de mis pestañas.

Escucho lo que está diciendo, claro está, pero no lo proceso de inmediato. Es una información uniforme que vuela hasta mi cerebro y se queda titilando como una luz de alarma en una neurona que no se atreve a ponerse en marcha. Solo hay silencio en lo que parece ser una eternidad, flotando entre nosotros como una nube que, poco a poco, empieza a cobrar cierto sentido hasta que sus palabras se repiten en mi cabeza como un eco aturdido. No espero que lo primero que brote de mi boca sea una carcajada, algo corta y cargada de un pánico que no sé muy bien de dónde sale, por poco se me patina el hielo de los dedos — ¿Que tú qué? ¿De quién? — peco de negador dos segundos, porque no puede… no, ella no puede… Porque no puede, ¿no? O es una broma o ha venido hasta aquí para decirme que ha estado viéndose con alguien más y que es momento de terminar todo porque va a empezar una familia. Pero la sonrisa que se me va cayendo de la cara es la que procesa todo antes de que yo sea capaz de asimilar lo que me está queriendo decir, incluso suelto en hielo y se me cae en algún punto entre el hombro y el almohadón más cercano — No estás bromeando… ¿No?

Sé que no incluso antes de que lo diga. Me olvido del dolor en el ojo cuando me incorporo hasta estar completamente sentado, seguro de que hay un golpeteo en mi cabeza que es el reflejo de los latidos que se me han acelerado. Paso de su cara a su vientre y después a su rostro de nuevo, reinando en el recelo y la urgencia. Lo siguiente que sé es que me estoy llevando una mano a la cabeza, donde hundo los dedos ante un mareo que no tiene nada que ver con el golpe. Nunca he sido demasiado tostado, pero estoy seguro de que he perdido todo el color que tenía — No, no, no… — apoyo los codos en mis rodillas, es el soporte suficiente para sostenerme la cabeza con la fuerza que me hace pensar que voy a arrancarme el cabello. ¿Me voy a caer de boca sobre la alfombra una vez más? No, espero que no, puedo con esto. Maldito deja vú — ¿Cómo…? Quiero decir, ya sé cómo pasó, pero no comprendo cómo… — siempre fuimos cuidadosos, estoy seguro. ¿O me estoy olvidando de algo? ¿Qué se nos pasó, dónde fallé? ¿Cómo puedo ser tan estúpido? — ¿Estás segura? — con un poco de suerte, es una falsa alarma y podremos respirar tranquilos. De todos los momentos en la historia para traer un bebé al mundo, puedo decir que este no es el indicado.
Hans M. Powell
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Invitado
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Estoy embarazada— repito una segunda vez, me siento admirada de mí misma por el tono tan calmo en mi voz, como si fuera ahora misma la personificación de toda la seguridad, cuando estoy más llenas de dudas que certezas y si he venido hasta aquí es porque en esta situación sí creo que son dos personas las que tienen que encontrar la certeza que se necesita. —Del moreno que limpiaba la piscina en verano— le contesto con humor rancio y la misma impaciencia de la que me acusa que le causo, entiendo que esté asombrado por escuchar esta línea sacada de una mala telenovela, una que nunca esperamos protagonizar. Pero en qué cabeza cabe que vendré hasta su casa para decirle que estoy embarazada de alguien más, si fuera así, no me hubiera tomado la molestia, no le hubiera causado esa molestia.  —¡De ti, Hans! ¡Por supuesto!— se nota lo exasperada que estoy por esas dos preguntas tan básicas que hace, que tengo que respirar hondo a punto de atragantarme con todo el aire de la sala, repitiéndome a mí misma de que es la sorpresa, de que está impactado, de que sus hormonas están en shock. Tal vez esto último no.

Lo miro con toda la seriedad que no se ha visto nunca en mis rasgos, se arruga un poco mi nariz, mis cejas se juntan en una línea intimidante. —No, no estoy bromeando—. No es mal chiste, pudo haberlo sido con la primera prueba, pero la segunda así como la tercera se encargaron de que dejara de ser gracioso, que me hiciera ver que estaba jodida, bien jodida, él también. Espero a que se tome el tiempo que necesita para asimilarlo con sus ojos que bajan de mi rostro a una confirmación para la que todavía es demasiado pronto, y lo único que espero es que nueve meses le alcancen para hacerse a la idea, a menos que permanezcan en este sillón durante todo ese tiempo, entonces podrá ver cómo se vuelve real lo que debería ser una tonta pesadilla de la que reírnos. —Sí, sí… y si— soy el eco molesto en su cabeza, si tengo que ser honesta, me lo estoy repitiendo a mí misma también. Puedo ver en el decaimiento de los hombros de Hans, el mismo pánico que he sufrido en las cuarenta y ocho horas pasadas. —Mañana iré al hospital para confirmarlo, pero me hice pruebas… varias— aclaro, que yo también tenía la misma duda que él. ¿Cómo carajos pasó esto? ¿Es momento de hablarle de la predicción de su hermana y echarle la culpa entre los dos?

Oye, escúchame…— lo llamo, tomándolo de su hombro para que con el contacto me devuelva su atención, también porque creo que necesita un apretón de consuelo, a mí me hace sentir mejor poder darlo. Necesito conservar este estado de frágil calma, porque si se quiebra… no sé qué demonios haré, cómo reaccionaré, puede que… no sé, acabe vomitando, en serio. —Tenía que decírtelo porque, después de todo lo que has pasado con Meerah, no podría ocultártelo, ¿lo entiendes? No te haría algo así— explico, seguido de un suspiro largo y una sonrisa que tiembla un poco al extenderse en mi rostro. —Eres parte de esta decisión. Mañana iré con un sanador y si me confirma que estoy embarazada, ¿qué te gustaría hacer?
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Mierda, doble mierda. No sé qué es peor, si cada una de sus palabras solo lo confirma o que se lo esté tomando de manera tal que me hace sentir que estoy reaccionando como un crío. Pero es que… ¡Estamos hablando de un jodido bebé! Estas cosas no deberían pasar, hay cientos de métodos para evitarlo y no puedo comprender cómo es posible que se nos colara, incluso cuando no tenemos ni la más mínima idea de qué es lo que estamos haciendo con nosotros mismos. Ruedo los ojos en el horror de que al parecer no fue solo una prueba la que le ha metido la idea de que hay algo formándose en su interior y tengo que hacer un enorme esfuerzo para no ponerme a vomitar como si yo fuese el embarazado. Si antes había tenido dudas sobre la cena, ahora ya sé que no tengo apetito para pasar absolutamente nada. Las manos me pasan del pelo a la cara, donde intento contar mis respiraciones. Esto no puede estar pasando.

Su voz me llega de algún punto que se siente tan lejano como cercano al mismo tiempo. Creo que las manos me tiemblan cuando las dejo caer, permitiendo que vea en inicio mis ojos antes que el resto de la cara. Supongo que lo que está diciendo es coherente, pero no puedo creer que esté sonriendo cuando lo único que quiero hacer es tragarme una píldora ácida — ¿Qué me gustaría hacer? — repito, apenas con un hilo de voz — Lara, yo… no lo sé… — cuando paseo la mirada por la habitación buscando una solución, siento que todo se mueve en cámara lenta. Me recuerdo cómo respirar, no muy seguro de que funcione cómo método de relajación — No tengo idea de cómo ser un padre, apenas y lo estoy descubriendo con Meerah. Y un bebé es… — suelto un “pufff” con los ojos bien abiertos y un meneo de la cabeza, acompañando todo con una revuelta de mis manos para abarcar algo demasiado grande — ¿Tú quieres esto? No somos capaces de decidir qué hacer con nosotros y un hijo es… bueno, no nos estamos saltando pasos, nos subimos arriba de una jodida catapulta.

Me rindo. Dejo que mi torso se vaya hacia atrás y me quedo recargado en el respaldo, con la mirada perdida entre la chimenea y el techo. No soy un buen material paterno, ni siquiera me gustan los bebés; huelen feo y no hacen otra cosa que llorar y vomitar leche sobre tu ropa. Con el pase del shock inicial, recuerdo el dolor de la ceja y tanteo hasta que vuelvo a colocar el hielo, un poco derretido, sobre el chichón; al menos es una excusa para mantenerme en movimiento — No puedo creerlo — repito para mí mismo y se me escapa una nueva risa cargada de incredulidad — es tan… — ahí se va mi cordura, empiezo a reír y tengo que pellizcarme el puente de la nariz, tomar aire y tratar de calmarme — A veces creo que hay alguien allá arriba que no hace otra cosa que reírse de mí. Esto es ridículo — más que ridículo, ya siento que rozo el patetismo. Me atrevo a mirarla, buscando en ella alguna señal de broma o mentira, pero no encuentro ninguna — ¿Hace cuánto lo sabes? ¿Se lo dijiste a alguien?
Hans M. Powell
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Invitado
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Asiento quedadamente, acepto que seamos un guión de frases que repetimos del otro, porque todo parece que necesita ser dicho dos veces para que podamos apropiarnos de una realidad que nos está sacudiendo todo. Puedo jurar por su semblante desprovisto de todo color, que su mundo se está tambaleando, así como sucede con el mío desde hace unos días en que la sospecha dio paso a una cuasi certeza, que no la tendré hasta mañana y es que he tomado una postura respecto a esto en una única noche en la que no dormí para meditarlo todo lo que hacía falta. Si no esperé más días es porque me conozco, el noventa por ciento de mis problemas son por culpa de que pienso demasiado algo que puede ser tan simple. En la madrugada estuve considerando en llamar a Riley, obligarlo a que entre en pánico conmigo. Y a la mañana, estuve considerando muy seriamente ir a casa de Rose, quien sobrevivió a tener un hijo, para pedirle todos los consejos que necesitan desde el minuto cero. Pero si comenzaba con ese recorrido de amigos, vecinos, chismosos, sanadores. ¿Dónde acabaría?

«No lo sé» es una respuesta muy acertada, se la doy por válida. No me atribuiré más madurez de la que no tengo, para decirle que yo sí encontré una respuesta de entrada, porque si tengo que recapitular, esta noticia hace dos o tres meses hubiera tenido una reacción muy diferente de mi parte. Fue una seguidilla de cosas que fueron sucediendo las que me llevan a sentarme erguida en el sillón, con la confianza para decir: —Yo sí lo quiero—. No voy a mentir, me tiembla hasta el alma por esto. No me siento tan confiada como me muestro, estoy conteniendo la respiración, que si lo dejo salir en un suspiro puede que desborde todo lo que llevo reprimiendo desde la última vez que hablamos, desde tiempo antes. —Viniendo de nosotros, ¿debería sorprendernos que suceda así? No ha seguido un plan, no se ajustó a las reglas. No conoce normas, no le importa cómo está el mundo— ¿De dónde encuentro el humor para reírme de esto? Sale una carcajada agridulce de mis labios. —Es un bebé anarquista.

Mi mano cae de su hombro hasta quedar sobre el sillón en medio de los dos, lo veo echarse hacia atrás y todos los destellos de cosas que puedo apreciar en sus rasgos hacen un solo espectáculo, mi duda es si me veía igual. Tenía al espejo del baño para confiar, porque estaba sola al hacerme las pruebas, y cuando pregunta si se lo he dicho a alguien, fallo en mi absoluta intención de ser honesta esta noche. —Lo sé desde ayer— contesto, desplazando deliberadamente el otro interrogante. Hablo a prisa para que no volvamos sobre ello, noto que me adelanto un poco con mis codos sobre las rodillas, girándome hacia él. —Yo sí lo quiero tener, Hans. Si crees que no es conveniente tenerlo, podemos hablarlo, racionalizar sobre esto— Vamos, estoy tratando de ser racional cuando soy una puta bomba de hormonas, ¡denme mérito! —Si lo que crees es que no puedas ser padre de otro niño, o que necesitas tiempo para hacerte a la idea, lo hablaremos después. Pero yo sí creo que estás haciendo un buen trabajo con Meerah y por eso…— respiro hondamente, cierro los ojos por un segundo hasta que los vuelvo a abrir. —Tendría a este bebé, contigo… si estás de acuerdo. Porque yo también creo que hay alguien riéndose de mí allá arriba, y en mi caso, es algo que quizás no vuelva a pasar. Si no tengo a este bebé, no creo que tenga hijos alguna vez, no está en mis planes. Esto puede parecer un error… pero tengo una debilidad por los errores, ¿no? No me importa saltarme mis planes.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Sí, creo que ese sonido es mi mandíbula cayendo hacia abajo porque Lara Scott, el ícono de la indecisión, parece que ha tomado una decisión al respecto y no es la que hubiera esperado de alguien que siempre he catalogado como escapista —  A mí sí me importa cómo está el mundo. No sé me da bien el anarquismo… —  por todos los santos, soy el señor de las normas, las leyes y la cháchara. Siempre he pensado que si alguna vez se me ocurría la idea subnormal de volver a pasar por la idea de tener un hijo, esa que no me asaltó cuando Meerah decidió aparecer, sería en un mutuo acuerdo con alguien que formase parte de mi vida como una pareja estable. Bueno, obviemos que jamás quise una esposa, pero si me planteaban el escenario, me salía la lista de requisitos que nunca creí buscar en nadie, mucho menos en ella. Ya tuve una hija que salió de la nada y hoy en día estoy agradecido de que exista, pero uno nuevo, en esta situación…

Desde ayer, no me siento tan ridículo. Le asiento con la cabeza para indicar que la he escuchado a pesar de no decir nada y me pregunto si lo que siento en la garganta son ganas de gritar, de seguir riendo o ponerme a llorar por el desborde de emociones que se me van acumulando por dentro. Es lo que dice lo que me hace mirarla como si me hubiesen cambiado a Scott por una persona completamente nueva, me arrebata cualquier poder sobre mi voz y creo que boqueo como un pez fuera del agua en un intento de cazar palabras que no llegan a mí —  Lara… —  usar su nombre de pila evidencia que no estoy para juegos, pero tampoco estoy seguro de lo que quiero decirle. Me separo de ella porque me veo obligado a levantarme y lanzo lo que queda del hielo por una ventana abierta, seco mi palma contra la remera y me inclino sobre el minibar. No me demoro en tener una copa de vino llena, quizá no es lo mejor ahora que no he cenado, pero siento que necesito esto o empezar a consumir tabaco. Esto no tiene sentido, nada de lo que dice ni cómo lo plantea. Intento visualizarlo, pero hay algo en esa imagen que carece de coherencia. Bebo con lentitud, doy los pasos que me regresan hacia el punto de partida y, en vez de sentarme en el sofá, me acomodo en la mesa que es la culpable de mi ceja hinchada. Al menos, así puedo quedar frente a ella mientras golpeteo suavemente mi copa. Quizá estuve en silencio por mucho tiempo.

 Ni siquiera somos una familia —  intento ser suave, como si buscase encontrar un punto con el cual señalar cuál es mi problema con todo esto —  Quieres traer un bebé a… ¿Qué? Con suerte nos ponemos de acuerdo en si quieres que vaya a tu casa o si nos revolcaremos solo en la oficina —  me río con desgano de ese detalle y me llevo la copa a los labios —  Es solo… no quiero volver a ser un desastre. Si tú quieres tenerlo… —  me cuesta horrores, pero me fuerzo a buscar sus ojos con los míos. Tengo el impulso de tocarla, pero mi mano apenas se mueve y se aferra a mi rodilla — Iré contigo al médico mañana. Si esto no es un montón de mala suerte con pruebas de embarazos fallidas, estaré aquí para ti. Si vamos a hacer esto… — no puedo creer que estoy hablando en serio. Acabo la copa de vino y la apoyo a mi lado, me siento libre de frotar mis manos e inclinarme vagamente hacia ella — … solo quiero que sepas que no cometeré el mismo error dos veces, eso es todo — no puedo pensar en armar más de dos frases coherentes, porque las ideas se me acumulan y soy incapaz de creerlo. Es como si me hubieran sedado.

Prenso mis labios y me percato de que, al menos, mis latidos se han serenado. El silencio en la casa me recuerda que hay un aquí y ahora, en el cual me encuentro paseando mis ojos por ella con una sensación que se debate entre el miedo y otra cosa que no consigo identificar. Para cuando regreso a su rostro, los labios se me curvan un poco —  Un bebé anarquista… —  suelto y me sorprende el descubrir cierto tono divertido en mi voz —  Solo a ti se te ocurriría una estupidez como esa — parece mentira que hace algunos meses estuvimos en esta misma sala, bromeando sobre la presencia de contratos matrimoniales. Esto no es un casamiento, pero creo que nos une incluso más que un montón de papeles. Lo irónico de la situación hace que me ría entre dientes y me paso una mano por la frente — Espero que no te arrepientas cuando te digan que tu hijo ha heredado mi nariz — y como si hubiera perdido una batalla, me inclino hacia delante, hasta que apoyo mi cabeza contra su hombro y largo el aire con fuerza. Supongo que esto es culpa mía por haberle dejado entrar.
Hans M. Powell
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Invitado
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Siento como mi pecho se oprime al tener su opinión de que el mundo no está para un bebé, que es reflejo de todas mis viejas creencias, de que el anarquismo no es algo con lo que pueda tratar precisamente un hombre que cada día hace el trabajo de que los artículos de la constitución se cumplan. Tomo una respiración, tan larga, que creo que me lagrimean los ojos, maldita sea. Parpadeo para limpiar mis pestañas, que no se note que las hormonas me toman por asalto, cuando estoy tratando de llegar a él con las palabras más claras que encuentro para hacerle entender que quiero tener a este bebé, que todavía no es siquiera un bebé, sino una pelusa flotando en este universo. Quiero agarrar esa pelusa con mis manos, y no es un «tal vez quiero», es un convencimiento fuerte. Es un punto al que llegué después de tantas vacilaciones, como para tener claro que puedo tomar una resolución sobre esto, qué lo necesito, se ve que no tengo vocación de hacer planes en mi vida, que nunca sucederá lo que digo que sucederá, pero puedo pararme delante de esta situación para tomar una certeza que es como una bocanada de aire. Porque se siente bien tener una certeza entre tanto caos. —Hans…— digo en respuesta, como si nos estuviéramos llamando desde los extremos de esta sala, aguardo a lo que sea que tiene para decir y siento tensarse el nudo de niervos en mi estómago, me temo lo peor, aunque no sé qué es lo peor.

Cierro fuertemente mis ojos cuando se incorpora del sillón, escucho sus movimientos al acercarse a las bebidas y necesito algo de eso, muy urgentemente, algo que baje por mi garganta arrasando a fuego y que embote mi cerebro de alcohol. Puedo verme a mí misma saltando en su sillón al grito de «¡Viva el bebé anarquista!», absolutamente fuera de mí. Nada de alcohol para mí. Todo escenario patético se desvanece cuando percibo su presencia cerca haciéndome abrir los ojos para poder encontrarme con su rostro que está a mi altura, de frente a mí por haber ocupado un lugar al borde de la mesa ratona. Paso los ojos por su copa de vino, sé fuerte, Lara. Es un poco injusto que él si pueda emborracharse si quiere, yo ni siquiera puedo acabar una bolsa de papas fritas de consuelo porque acabo echando todo en el baño. Estoy en esa rabieta mental caprichosa por una tontería, cuando me dice que ni siquiera somos una familia, ¿y cómo respondo a eso? Somos lo que somos. Para ser un par que no podía siquiera ponerse de acuerdo donde acostarse, lo hicimos bastante veces y las suficientes como para que haya un margen de un bebé posible. Se coló entre nosotros, por cuidadosos que hayamos sido, encontró el hueco por donde entrar y nos ha sacudido en nuestra imprecisión por definirnos. No sé qué contestarle, tengo una bola en la garganta que tengo que pasar varias veces con saliva, porque tampoco es que tenga todas las respuestas en este preciso momento. Y yo también tengo miedo a ser un desastre, un gran desastre. Maldición, cálmate, Lara, respira. —Lo sé, Hans. Yo sé… que no lo harás, confío en ti— murmuro, obligando a mi voz a que mantenga una nota firme. —Confío en ti como padre más de lo que tú mismo confías a veces, por eso estoy aquí.

Y entonces lo sé, estamos en esto, embarcados en algo nuevo e igual de impreciso como todo lo que hemos vivido, porque puede decir que no le va el anarquismo, pero se mueve muy bien entre el caos, que acepta la colosal tarea de tener un bebé conmigo entre las contradicciones que somos, porque al final siempre encontramos un punto de acuerdo y redefinimos esas reglas de quienes éramos y qué esperábamos. Me encuentro en todos los lugares improbables del mundo en los que nunca esperé estar cuando estoy con él y ahora hay un bebé. Cuando apoya su frente en mi hombro, todo cae sobre mí. Me sostengo de su nuca con una mano, mis dedos vuelven a enredarse en las puntas de su cabello, y la otra se coloca sobre su espalda, para poder deshacerme en llanto contra su cuello, mojando con las lágrimas la tela de su camiseta. —Lo siento, lo siento, lo siento— repito, hipando entre sollozos. —No estoy llorando porque nazca con tu nariz— mi voz es tan vergonzosa aguda, cargada de más llanto. —No hago otra cosa que llorar por todas estas putas hormonas— quiero explicarle, disculparme por mi acto patético, pero no lo suelto porque no consigo calmarme tampoco. —No me voy a arrepentir— prometo. —Y, por favor, no te arrepientas tampoco. Sé que he hecho muchas cosas mal, pero si hereda mi carácter, necesito que estés ahí. Si comete errores como casi hacer explotar el mundo, como el bebé anarquista que será— bromeo con esto con una sonrisa imprecisa entre lo serio que es lo que estoy pidiéndole y el humor que puedo darle de todas maneras, —necesito que estés ahí para decirle que no se juega con eso, ¿de acuerdo?
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No es difícil confiar en mí como padre más de lo que yo soy capaz de procesar, el problema es que tengan razón. Hacerme cargo de Meerah fue algo que me tomó doce años y, para cuando nos conocimos, ella ya era una persona formada y criada, la cual solo necesitará de mí por unos pocos años más hasta ser dueña de sí misma. Un bebé es iniciar de cero, tener toda la responsabilidad de que esa persona crecerá segura y plena y sé, antes de cualquier otro pensamiento, que la voy a cagar en grande mil veces. Me gustaría encontrar consuelo en que al menos no ha sido con una mujer de aquellas de las que no recuerdas su nombre a la mañana siguiente, pero no sé hasta que punto Scott y yo somos capaces de involucrarnos en la vida del otro sin hacer estallar el universo. Los límites que intentamos poner desde la primera noche fueron cayendo poco a poco, eso lo sé, pero esto solo ha derrumbado la barrera. Lo suficiente como para que pueda decir que soy "el padre de su hijo". Por Merlín.

Es una suerte que me sostenga, porque siento que podría volver a caer. No estoy seguro de que su llanto me tome por sorpresa, pero sí sé que no tengo la más mínima idea de cómo consolarla — Descuida, no pensé que mi nariz fuese tan mala. Quizá un poco ancha... — es un intento patético de bromear, aprovecho que se aprieta a mí y la rodeo con los brazos, soy capaz de sentir sus lágrimas humedeciendo mi ropa y me recuerdo que uno de los dos debe permanecer entero para consolar al otro, así que parpadeo para reprimir cualquier muestra de llanto. Me río sin poder contenerlo aunque sea con una risa casi muda y sacudo la cabeza, le doy un último apretón y me muevo para poder verla de frente — Ya descubrimos que con tu carácter no sirve mucho lo que yo diga — le recuerdo y paso una caricia por uno de sus pómulos enrojecidos por el llanto; tratando de limpiar sus lágrimas. A decir verdad, es porque jamás sé qué hacer cuando la gente llora. Dejo pasar un momento de silencio y me llevo la mano a la nariz, apretandola un poco — De verdad... ¿Está tan mal?

Cuando dejo caer el brazo, le enseño la sonrisa que delata el intento de broma y busco acariciar sus brazos, hasta que nuestros dedos se unen — ¿Cómo...? No quiero ser aguafiestas, pero no podrás ocultar una panza de embarazo en el ministerio. ¿Pensaste en eso? — no tengo idea de lo que quiere hacer o decir sobre su estado, pero prefiero que me lo diga antes de meter la pata al respecto. Vacilo un segundo, pero me inclino lo suficiente como para robar sus labios por un momento, presionandolos con los míos. Me relamo al separarme un poco, presionando mi boca en una línea y me aclaro la garganta — ¿Quieres quedarte por esta noche? Podemos comer algo, lo que quieras — además de soportar que me quede pensativo cada cinco minutos, pero creo que eso ya lo debe tener asumido.
Hans M. Powell
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El sollozo con el que me atraganto hace que mi voz suene ahogada cuando me quejo, sale mucho más agudo de lo que a mis oídos les gustaría escuchar. —Será un desastre— me lamento, si él no cree que será capaz de contener a un niño con manía de meterse en problemas cuando ha trabajado como juez, yo no sé quién podría, y le estoy pidiendo que sea parte de esto, de traer a un bebé que podría poner nuestras vidas de cabeza. Sorbo por la nariz al levantar mi rostro de su hombro que ha quedado hecho un desastre, paso mis dedos por la tela como si fuera a limpiar el manchón de lágrimas que quedo allí y froto mi nariz enrojecida con la muñeca de mi otra mano. Me cuesta enfocar mi mirada, aclararla del llanto, todo mi rostro debe ser un poema de pena cuando la sonrisa cruza de un lado al otro. De cerca puedo ver su ceja lastimada además de su nariz, y retengo a mis manos para que no se vayan por ahí, simulo un examen visual de su nariz con mis ojos inquisitivos, bastante cerca. —No está tan mal, es una nariz… poderosa— bromeo, suena patético hacerlo al mismo tiempo que vuelvo a sorber por la mía. —Si es un niño, no habrá problema. Si es una niña… pagaremos la cirugía— añado, nada más decirlo creo que se me humedecen los ojos otra vez y es que cuesta creer que esto será real en unos meses, que sea lo que sea lo que está dentro de mí en este momento, puede ser muchas cosas y tomará la forma de un bebé con nariz de botón, porque todos los bebés nacen con nariz de botón, lo veo en fotos de Wizzardface.

Para controlar lo que siento que puede ser una nueva ola hormonal, me sujeto a sus dedos y puedo parecer calmada por dos minutos, dar esa impresión cuando parpadeo por su pregunta, en verdad sorprendida de esta. —Yo no pensaba ocultarlo— contesto simplemente, se nota mi tono de recelo por no poder interpretar su interrogante, ¿por qué debería irme al campo nueve meses a dar a luz? —Tengo treinta años, un trabajo, me veo con los pantalones para mostrarme con una panza y luego con un bebé. No hay nadie que a mí pueda venir a pedirme que le rinda cuentas…—. Sí, explicaciones me las pedirán, eso seguro. Se las daré a quienes tenga que dárselas. Pero no siento que tenga que esconderlo como un secreto y lo miro con una expresión abierta, esperando que él me aclare qué pensó para que pueda ver si es que estoy ignorando un punto.

Soy una cosa estúpida porque me estremezco al sentir sus labios contra los míos y me desarmo cuando tengo la oportunidad de quedarme, porque no voy a volver a mi casa donde estoy sola con mis pensamientos, angustiándome por todo lo que podría salir mal, durmiéndome después de muchas vueltas, si puedo quedarme aquí. Y pienso en Meerah vagamente pero… ella entenderá. —Quiero quedarme y quiero tostadas— pido con mi voz de lástima, no la usaba desde los diez años. —Es que… todo me cae mal, mañana estaré con el estómago en el inodoro, vomitando todo. Es horrible, asqueroso— exclamo. —Todo lo que está en los tuppers de mi madre me cae mal, ya no sé qué comer. ¡Y tengo tanta hambre! Pero las mañanas son la muerte…— detengo mis quejas con un suspiro largo, de resignación profunda. Tengo mi mirada puesta en el techo en una queja a ese ser superior, y la bajo lentamente hasta encontrarme con sus ojos otra vez. —Lo que dijiste del ministerio… ¿es por si me preguntan quién es el padre?— murmuro, cambiando o regresando a ese tema que me dejó una duda abierta.
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Hans M. Powell
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Las risas que pueden haber salido de mí, ahogadas en una voz que no sabe si demostrar una alegría genuina o no, son demasiado breves como para sentirlas genuinas en algo tan simple como bromas sobre una nariz. A decir verdad, soy incapaz de imaginar a un bebé que mezcle rasgos míos con los suyos, porque dentro de mi lógica no había manera posible de hacer que nosotros funcionemos en unión bajo ningún aspecto, mucho menos en la creación de un nuevo ser humano. ¿Cómo es que está conteniendo una combinación de nuestra genética dentro suyo y no está convulsionando? Al menos, parece que no será un secreto y le doy la razón con un movimiento de la cabeza que permite ser afirmativo, pero que se queda rebotando unos momentos de dudosos pensamientos — Me parece bien — es lo único que digo, aunque aún quedan algunos interrogantes bailando en el fondo de mi cabeza.

¿Tostadas? ¿De verdad? — yo estaba pensando en una cena hecha y derecha, así que la miro dudando de su palabra hasta que sale con su explicación hormonal que me hace reír, aunque es un sonido quedo y estoy seguro de que delata cierto tono de espanto. ¿Hambre y náuseas? ¿Cómo es que ahora voy a tener que preocuparme por esas cosas, cuando hasta esta mañana lo único que tenía que hacer era ayudar a que no se desmadre el país entero? — Suena espantoso. Solo pido que no me vomites encima o en la alfombra — es el chiste más básico que me sale y tengo la sensación de que es una prueba irrefutable de que no sé cómo hablar de esto. Hay algo en mí que todavía es incapaz de procesarlo y una vocecita irritante que me dice que todo será una falsa alarma. Que mañana saldremos del consultorio del sanador y nos encontraremos con que los síntomas fueron creados por causas psicológicas de estrés y las pruebas dieron positivo gracias a un problema hormonal. Pero hay otra, un poquito más baja y burlona, que me dice que la próxima tengo que chequear mejor mis cuidados pero que, al menos por nueve meses, no tendré que preocuparme.

Es su duda la que me saca de mi pelea interna y, a pesar de que me tardo un segundo en responder, acabo decidiendo ser sincero — Claro que sí — no tiene nada de malo tener esa duda, espero. Aún así, me acomodo en mi sitio para colocarme un poco más cerca de ella y froto mis palmas con suma lentitud — Ya sabes, no quiero… Ya negué a Meerah por doce años. No podría hacer esto a escondidas —  negar un nuevo bebé sería demasiado bajo, incluso para mí. No podría esconder mis cuidados o negarlo al resto del mundo, no me parece correcto pero, al mismo tiempo, necesito de su permiso. Doy un suave aplauso para descartar el pesimismo y fuerzo una sonrisa en su dirección — ¿Sabes? No hablemos de eso. Sería adelantarnos a los hechos y creo que ahora hay que preocuparnos por otras cosas. ¿Ya tienes turno o quieres que busque algún sanador de confianza? — no es algo que podamos confiarle a cualquiera, no solo por su cuidado sino también porque no quiero médicos amateurs boqueando nuestra intimidad por ahí. Son tiempos de guerra, los ojos curiosos estarán puestos en cualquier figura política y los medios de como entretener a los ciudadanos sin preocuparlos por posibles muertes. Me pongo de pie y tomo una de sus manos para ayudarla a levantarse, decidido a ir en dirección a la cocina — ¿Quieres tostadas con huevo o solas? Creo que tengo algo de jugo en la heladera — nos saco de la sala con un paso algo urgente, quizá ansioso por mantener la cabeza ocupada en preparar algo, principal razón por la cual no llamo a ningún elfo o a Jordan, quienes deben estar en su cuarto. Las luces del pasillo se encuentran apagadas, pero enciendo las de la cocina con un manotazo en la pared que me hace parpadear por el repentino cambio de iluminación — Si te sientes mal o no quieres estar sola… bueno, siempre puedes quedarte aquí el tiempo que necesites. No es como si… — Como si… ¿Qué? Desvío la mirada con algo de violencia en cuanto me aparto en busca del pan, abriendo alacena tras alacena hasta dar con el paquete — Ya sabes, no molestas y puedo ayudarte en lo que necesites — Meerah haría preguntas, pero creo que eso es lo de menos si consideramos que tendré que decirle la verdad tarde o temprano. Para cuando meto el pan en la tostadora, por un segundo hasta deseo que explote.
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No puedo prometer eso…— meneo la cabeza, resignada. Su petición es simple, la entiendo, a nadie le gusta que le vomiten encima y la alfombra se ve cara, como casi todo en esta sala. —Tu casa es muy grande y el baño queda muy lejos, no sé si llegará a tiempo si sucede— le muestro mis palmas al encogerme de hombros. Es todavía muy reciente, pero siento cómo estoy perdiendo el control en todo esto demasiado rápido, y no es sólo sobre mi organismo, si he sido un verdadero desastre cuando trataba de contener mis emociones tras un escudo de falsa racionalidad, nada de lo que ha sucedido en las últimas semanas me ayuda a tener mi cabeza en su lugar. Puedo echarle la culpa a las hormonas, sí, eso no me hace del todo inocente. Sé que quiero quedarme porque no me gusta tanto como antes estar sola en mi casa y echo de menos la compañía de alguien en mi cocina, y cambiando un poco las palabras que dijimos alguna vez, no se trata de un alguien en particular, tiene un nombre. No importa que su mayor talento culinario sean las tostadas.

Creo que cuando dijo que no quería volver a cometer el mismo error dos veces, asumí que quería estar desde un primer momento y eso quiere decir mañana mismo, en el consultorio de un sanador, que no esconderíamos su vínculo con este bebé si es real, porque sería su hijo y eso es más que un título, será su padre en tanto esté presente y por eso tenía que decírselo, porque tiene derecho a una segunda oportunidad de hacer las cosas bien, como sé que lo hará. Tomo una de sus manos en el aire para detenerlo, ignoro su intento de poner un fin a este tema, aunque no pretendo darle largas tampoco. —Me conoces, Hans. No pregonaré por ahí o pondré un cartel en el ministerio diciendo que eres el padre de mi hijo. Pero tampoco lo negaré, si estás de acuerdo con esto. También creo tener pantalones para hacer frente a eso, ante cualquiera— digo, soltando su mano lentamente así puede ponerse de pie. —No tengo ningún turno, así que si conoces a alguien de confianza…— respondo al final.

Lo sigo fuera de la sala confiando en su mano para atravesar el pasillo oscuro hasta dar con una cocina a oscuras. —Perdón por este desayuno nocturno— digo, dándome cuenta de lo triste que es imponerle una cena de tostadas y jugo, al menos podría agregar los huevos para que el plato tenga un poco más de color. —Con huevos, los necesitaremos— contesto, tan seria que la broma queda muy por debajo. Y bien, esta cocina no será la mía, aun así la siento familiar. Busco una banqueta en la cual sentarme mientras espero, me limpio con las manos la humedad que queda en mis pestañas mientras está de espaldas, pero quedan inmóviles cuando lo escucho. —¿Cómo cuando te ofrecí que pasaras tus vacaciones en mi casa?— pregunto, viéndolo moverse por el lugar como si no lo conociera, porque abre varias puertas hasta dar con los panes, y no sé si lo hace así por en serio no conoce su cocina o está tan desorientado en la vida con todo lo nuevo como me temo. —No quiero estar sola— digo, tan pausado que espero que me escuche. —Podría venir, algunos días. Ahora que Meerah está aquí, no podría pedirte que vayas tú… pero tu casa no es tan discreta como la mía, lo sabes— apunto innecesariamente, una cosa es que sus secretarias conozcan mi cara y puedan decir que hay una mujer del departamento de tecnología que visita demasiado la oficina del ministro en reuniones de más de cinco minutos como fue en el verano, lo que tampoco era raro, no voy a hablarlo con él pero tiene su fama en el ministerio; y otra cosa es que los del muelle de la isla me tengan en sus registros. —A todo esto, ¿dónde está Meerah?—. Espero un momento antes de hacer la pregunta más inmediata a mi duda, —No está aquí porque… ¿creíste que íbamos a discutir o que acabaríamos acostándonos?— le doy una de sus preguntas de dos opciones.
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Hans M. Powell
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No esperaba un anuncio oficial — me aclaro de inmediato; no es mi estilo y sospecho que tampoco es el suyo. Hay familias que adoran celebrar estas cosas con bombos y platillos, colocarlo en las noticias y mostrar postales de una vida perfecta que, los dos sabemos, no tenemos — No, simplemente quiero que las cosas sean lo más normales posibles, dentro de lo que cabe en nuestro propio desastre — me parece lo más sano, incluso cuando siento que solo estamos complicando las cosas que ya de por sí no sabíamos cómo manejar. Intento no pensar en ello porque sé que si entro en ese loop, no podré calmar mi cerebro en toda la noche y entraré en una nueva crisis. Con respecto a lo del sanador… — Haré unos llamados en la mañana — digo simplemente. No quiero decirle que abusaré de mi derecho a hablar con Nicholas para conseguir a alguien no solo de excelencia, sino también de boca cerrada.

Le resto importancia a unas disculpas que no esperaba porque me conformo con comer cualquier cosa ahora que mi estómago se encuentra un poco cerrado por el cambio drástico de ánimo, demostrándolo con un movimiento de hombros. La varita me ayuda a poner a calentar la sartén sin alejarme de la heladera en la cual busco los huevos y le echo un vistazo en mi andar, empezando a olfatear el aroma a pan tostado — Algo así, pero aquí no estaremos solos, así que la ropa deberá aparecer de vez en cuando — intento bromear, aunque el tono me sale mucho más suave de lo que hubiese esperado. Aprovecho a darle la espalda para romper algunas cáscaras, las cuales acaban en la basura y, tras un poquito de sal y orégano, empiezo a batir. Lo que sí, no puedo no sonreírme porque ya me parecía raro que estuviera aceptando tan libremente la idea de quedarse sin poner ninguna observación en juego — No dirán nada. La seguridad de esta isla se debe también a sus políticas de privacidad. No podemos tener a cualquiera vigilando, sería cualquier desmadre — si comentan entre ellos, es otro problema; me contento con que no se vuelva de público conocimiento.

Le echo un vistazo sobre el hombro ante su pregunta sobre Meerah y la atención que le doy a ella hace que el batido se torne más lento — ¿Ninguna? — ni siquiera sé qué estaba pensando y la mueca que hago al tratar de recordarlo me provoca una molestia en la ceja que no soy muy capaz de disimular — No la quería metiéndose en el medio y haciendo preguntas si necesitabas hablar conmigo, así que está con Phoebe. Creo que les gustó la idea de hacer una pijamada para llenarse de porquerías y cosas así — las tostadas saltan antes de que pueda terminar de cocinar los huevos como corresponde, así que aprovecho esos instantes para servir los vasos, pasar ambos y la jarra por el desayunador donde ella ya se ha acomodado y, en cuanto todo está listo, le alcanzo un plato. Me siento frente a ella solo después de chequear que el olor no la haga vomitar, aunque mis movimientos son algo cautelosos. Aún así, soy yo el que revuelve un poco la comida con el tenedor, no muy seguro de poder pasarla por la garganta — Si deseas estar cómoda, puedo pedir que te preparen una de las habitaciones. Puedes dejar lo que quieras y todo eso — doy algunos golpecitos con el cubierto sobre el borde del plato hasta que me atrevo a alzar los ojos, buscando su expresión — Al menos que quieras dormir conmigo. No quiero condicionarte ni nada, ya sabes… como te sientas mejor... — aunque, a decir verdad, siento que esta noche necesito de su compañía. Al menos, el dormir sujeto a una persona que me haga sentir que todo esto no es una ilusión demasiado atemorizante con la que voy a despertarme mañana.

Al final, me atrevo a poner el huevo sobre la tostada y darle un mordisco — ¿Lo preguntas porque venías con la idea de discutir o de acostarnos? — acabo preguntando al pasar, tragando con algo de fuerza y regalándole una rápida sonrisa que apenas curva mis labios por un lado — Han sido semanas… de mierda. Lamento no haber estado ahí, incluso cuando no sabías de… esto — no puedo decirle “el bebé” tan rápido y espero que pueda entenderlo, aunque sea un poco — ¿Crees que…? ¿Has estado bien? — la muerte de Annie, un anuncio de guerra, un hijo en camino. No puedo comprender cómo es que el techo simplemente no cae sobre nosotros y, por mera inercia, estiro mi mano libre con la palma hacia arriba hasta dejarla cerca de la suya, invitándole a tomarla. Es lo mínimo que puedo hacer ahora.
Hans M. Powell
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Sé que muchas personas elegirían pasar por esto como algo normal, dentro de un plan armado, y que los dos estamos en una edad en la que podríamos hacerlo así, como una decisión inteligente después de considerar todo lo bueno o lo malo que podría traer, la cuestión es que no creo que fuera en algún momento una conversación que podríamos haber tenido entre los dos, quizás sí con alguien más. Y en ese caso, tal vez él, no yo. Sé que esto sucedió y le digo que sí, porque se dio en el desastre de todo, en ese caos que nos arrastra con fuerza y nos hace sentir vivos. No, no hay manera de que nada de esto sea normal, lamentablemente no estoy hecha para cosas así. Y no es pena por mí que asumí que lo convencional no va conmigo hace mucho tiempo, sino por él que tiene que ponerse a hacer tostadas y huevos en una sartén a la noche porque me lloré la vida en su sala, con la amenaza explícita de vomitar, ¿esto es real? Hasta me río cuando recuerda lo de la ropa cuando hago alusión a las vacaciones que no se dieron, la comparación no iba con esa intención, pero no me negaría tampoco. Porque no me encuentro capaz de poner reparos a casi nada y me veo caminando con mis propios pies a esta casa si puedo salvar la distancia de estas semanas, así que tener la confirmación de la discreción de la seguridad de la isla, es el punto final. —Supongo que está decidido, entonces.

Asiento con mi barbilla y dejo pasar su respuesta con un —Ajá…—, que no es por dudar de sus pensamientos, sino porque hacerle pulla me entretiene y se puede notar por la sonrisa que se está escapando de mis labios. Su explicación la acepto porque suena bien de principio a fin, en especial la parte de hacer una pijamada. No sé si le dijo a Meerah que venía o si ella podría suponerlo de alguna manera, pero creo que se alegrará de saber que pude hablar con su padre y cuando recibo las tostadas en un plato, tomo una con los dedos mientras pienso si tengo que confesarle que Meerah lo sabe. Me distrae de mi noble propósito lo que dice después, porque… —Un momento— pido la palabra cuando termina de hablar, y no me cabe la sonrisa en la cara así que sabrá que voy de broma: —¿En serio crees que me voy a cruzar seis distritos para venir a tu casa y dormir en el cuarto de invitados?—. Corto un pedazo de la tostada para llevarlo a mi boca, tanteando mi paladar y como mi estómago ruge, uso el tenedor para cargarlo de un pedazo de huevo. No contesto de inmediato por estar masticando un bocado, cuando lo hago se desliza entre nosotros con un movimiento desentendido de mis hombros. —Sólo quería contártelo, pero si había una discusión esperaba que acabara con nosotros acostándonos.

Coloco el tenedor con un eco metálico sobre la mesa y no hago el amago de tomar otra tostada, se me cierra el pecho por una angustia que se profundiza, mis labios se entreabren sin que pueda hablar y mi mirada cae sobre la mesa, al plato de comida, a su mano que se acerca a la mía y busco para entrelazar nuestros dedos. —No, no estuve bien— reconozco, mi pulgar acariciando sus nudillos. —Soy yo quien lo lamenta... lamento haberte empujado cuando buscabas a alguien a quien sostenerte cuando pasó lo de Annie…— lo digo con una inspiración de aire tan honda que las hormonas se quedan bajo control, todas y cada una de ellas a la espera de que continúe sin avergonzarme con un nuevo torrente de lágrimas interminables. Por eso puedo seguir, con mi voz más o menos estable, todavía con la mirada vuelta hacia abajo. — Te dije que encontraría la manera de quedarme, estoy trabajando en ello, en poder ser esa persona—. Es complicado de explicar así que suspiro, pero lo intento con algo aún más complicado. —Pero fueron semanas en las que… lo pensé, lo pensé mucho. Había estado sola demasiado tiempo, me gustaba mi soledad, era mi espacio seguro, podía volver a ella siempre que hiciera falta. Y se me hizo profunda, como un insoportable silencio, cuando los días pasaban y estaba sola en casa. Lo que te quiero decir es que… todo cambió otra vez, estamos en guerra, el mundo afuera está loco… y te echaba de menos— digo simplemente, las tostadas se han quedado ahí en el plato, olvidadas.
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Hans M. Powell
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De verdad lo agradezco, el poder devolver una sonrisa y sentir que ambas son similares a las de hace algunas semanas atrás, cuando nada de esto estaba siquiera previsto. Hasta me permito el mover mis cejas hacia arriba y volver a bajarlas con la velocidad de la divertida y falsa sorpresa, tratando de parecer más interesado en rellenar una tostada con huevo que el mirarla — Solo quería darte tu espacio si lo necesitabas, pero mejor para mí. Podemos fingir una discusión si quieres — lo hago sonar como si le estuviera haciendo un favor que para mí no significa ningún sacrificio, lo que es de ayuda para tratar de olvidar que si hace uso de mi dormitorio por algunos días, tendré que poner algunas normas con la niña de la casa. Y, por una fracción de segundo, me pregunto si será posible que pueda conservar ese título por mucho más tiempo. Recuerdo su pregunta en nuestro primer almuerzo, preocupada por la idea de los hermanos y se me apaga un poco la sonrisa, porque sé que esa charla no será sencilla y no me siento preparado para enfrentarla, no sin ninguna especie de filtro. Que nadie me diga que la paternidad es sencilla, porque le lanzaré un maleficio.

Sé que es una conversación que iba a salir tarde o temprano, pero aún así siento la inseguridad de lo expuesto picoteando el interior de mi pecho. Mis dedos se cierran junto a los suyos con una tranquilidad que no siento, permitiendo sus caricias como si estuviera siendo gentil con la necesidad de contacto que, por lo visto, los dos buscamos saciar — Ya no importa… — creo que hablo por encima de ella pero mi voz no sale lo suficientemente alta como para imponerse. No quiero revolver lo de Annie, me niego a traerlo a colación cuando aún me cuesta procesarlo y verlo como algo real. No comprendo cómo es que si levanto el teléfono y envío un mensaje, ella no va a contestar; lo sé, me pasó la semana pasada cuando quise pedir ayuda sobre uno de mis casos y me di cuenta de que no podía marcar ese número. ¿Qué diría si le contase todo esto? ¿Se burlaría de mí y mi mala suerte para concebir hijos sin desearlo? No me espero que Scott se ponga a pedir disculpas por temas en los cuales apenas he pensado, demasiado ocupado en cosas más urgentes. Tampoco me espero su declaración, la cual hace que abandone la idea de la cena por cinco minutos porque no puedo usar mis manos para comer y buscar las suyas al mismo tiempo — Hey… — le llamo, inclinándome un poco hacia delante en busca de imponer mi confianza — Estoy de aquí y… ¿Sabes? No planeo irme a ninguna parte — no como lo hice hace años. No seré ese sujeto otra vez y sé muy bien que hay cosas que cambiaron, no solo en referencia al bebé en camino, sino a nosotros mismos.

Tengo que encontrar el hilo de la conversación porque mi voz se siente demasiado distante, pero creo que puedo empujar la nebulosa de mi cabeza cinco minutos más — Sé que todo es una locura. No quería que nada de esto pasara, no debería ser todo tan complicado, pero... — no tendríamos que estar en guerra, para empezar — yo también te eché de menos. Pensé en llamarte un par de veces pero tú sabes, mi agenda se volvió un desastre. Para que tengas una idea, ahora tengo dos asistentes y la oficina es el doble de grande — con el revoleo de ojos dejo bien en claro que los lujos significan “más trabajo” y el doble de empleados tiene como sinónimo el “no te van a alcanzar los ojos para leer todo esto”. Busco la distracción en cómo mis dedos abren y cierran los suyos, seguro en no tener que verla a los ojos para poder seguir hablando — Sé que será muy hipócrita de mi parte porque hace unos días le dije a mi hermana que básicamente se estaba apresurando a estar con un tipo solo porque la guerra nos da la sensación de que todo va a acabarse de pronto, pero no quiero… — ¿Cómo decir esto sin sonar demasiado fatalista? — Los políticos no somos muy queridos en épocas de guerra y eres una de las pocas cosas que me importan lo suficiente como para darles un lugar primordial. Y con el bebé… — la mueca que me hace prensar los labios y apretar los ojos evidencia lo extraño que saben esas palabras — Quiero estar contigo… con ustedes, no me interesa mucho el cómo. Solo deseo que estén a salvo, conmigo — me gustaría poder prometerlo, asegurar que todo estará bien, pero estoy seguro de que puede ver en mi cara que eso es algo que no puedo decir sin sentir que estaré mintiendo descaradamente.
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¿Cómo que «ya no importa»? Si golpeo la mesa con mis manos haré saltar las tostadas del plato, me contengo porque sé que son las emociones a flor de piel las que me hacen pensar «Te estoy abriendo mis sentimientos, idiota, y me dices que ya no importa», solo por una susceptibilidad estúpida a tres palabras desacertadas. La muerte de Annie es tan reciente que se siente como si hubiera sucedido ayer, no me agrada ver la rapidez con que han cambiado la placa con su nombre en la oficina para poner la de otra mujer, lo que deja ver lo prescindibles que somos todos. No es tan así, no lo somos. No insisto porque respeto que él no quiera aún ahondar en ese tema, llevará tiempo poder poner en voz alta lo mucho que duele perder a alguien, en realidad lo entiendo, demasiado. Puede que parezca una niña que nunca superó la muerte de papá, del modo más infantil en que se pueda pensar esto, pero fue más que eso. Fue perder todo lo que dabas por seguro, estable, a la persona más importante, a todo lo que era bueno en la mejor etapa de tu vida, sentir que lo tenías todo, esa maldita sensación que queda como un recuerdo de que tenías algo que lo valía todo… y perderlo. Cuesta mucho recuperar la confianza en las cosas, no en las promesas de las personas, sino en lo caprichoso que puede ser el destino. Y volver a escuchar a alguien decir que está aquí, que no se irá, hace que me agarre de su mano porque decido creerle. Busco con los dedos de mi otra mano el contacto con los mechones de su cabello que van detrás de la curva de su oreja, peinándolos lentamente. —Lo sé— susurro.

En todo lo que dice después, en las vueltas que da que me marean al punto que agradezco no haber comido más huevos porque se estarían revolviendo dentro, procuro no perder los puntos importantes de lo que me explica y como una idiota me escucho detenerme en lo más nimio: —¿La sala de archivos también la agrandaron? Porque puede que necesitemos más espacio, en los próximos meses podría volverse incómodo —. Ay, por favor. ¿Qué hago que no me meto una tostada en la boca para callarme a mí misma? Soy yo otra vez escudándome detrás de un chiste, para que no se me note lo que conmueve saber que también me echo de menos y que más o menos sé a dónde va cuando habla de su hermana y su romance en tiempos de guerra, a quien por cierto debería visitar mañana mismo… y pensaré en eso después, porque hay algo en el panorama que me pinta luego que no me gusta nada y también algo que me lleva a aferrarme de su mano para reafirmar mis palabras. —Nos quedaremos contigo— contesto, bajo mi otra mano hasta su mejilla para acercarlo y acercarme a través del obstáculo que es la mesada entre nosotros, hasta que nuestras frentes se chocan por encima del intento de desayuno nocturno. —Contigo, con Meerah. Me quedaré contigo… no sé si a salvo, no importa que el mundo salte por los aires, tienes que saber que estaré contigo…— musito contra el borde incómodo de la mesa al inclinarme para atrapar sus labios, lo necesito tanto como al romper la superficie para salir de un mar furioso que me ahogaba y me vale que haya una tormenta desatándose sobre nuestras cabezas, los relámpagos lo hacen todo más claro.
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Hans M. Powell
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La pregunta sobre la sala de archivos me descoloca, me hace mirarla con una media sonrisa que no sabe muy bien qué contestar hasta que, de mala gana, sacudo la cabeza con un movimiento vago — No que yo sepa. Muchos de los archivos no han sido recuperados — no creo que haga falta que me ponga en detallista porque puedo apostar a que ambos recordamos muy bien la visión del ministerio siendo explotado por los aires. Parece haber sido hace una eternidad y apenas va un mes, cuando estoy seguro de que han pasado cientos de cosas desde entonces, algunas tan drásticas que puedo apostar que nada volverá a ser como antes. Ni para mí, ni para ella ni para nadie. No voy a decirlo en voz alta, pero peco de tener miedo todos los días y tener una razón más para estar preocupado no era algo que hubiera deseado; sin embargo, aquí estamos, me encuentro sosteniendo su mano como si la vida se me fuese en ello y creo que en todo este tiempo no había estado más agradecido por un mimo de su parte.

Su promesa y su acercamiento me provocan el corresponder, mi torso se acerca de manera que la mesada no sea un obstáculo y tomo su promesa con cierta ceguera, tal vez porque es lo que necesito hoy en día. Que nadie más se marche, el poder tener a todos cerca para saber que podré cuidarlos frente a toda la mierda que está por venir. Quizá Phoebe se irá del Capitolio, pero es mejor saber dónde se encuentra que el pensarla perdida como creí durante todos estos años. Me recargo en su frente y me olvido de mi cena casi intacta, cálido ante el panorama un poco más esperanzador del que tenía hasta hace una hora. La mano que no sostiene la suya es la que se levanta para rozar mis nudillos por su mentón, deslizándose a lo largo de su mandíbula — Te tomaré la palabra — soy incapaz de soltar otra palabra, su boca me toma por asalto y no pienso poner resistencia. Si el mundo va a acabarse tal y como lo conocemos, siempre es mejor tener a alguien sosteniendo tu mano. Y yo puedo decir que he elegido la suya, con la bomba de tiempo que se forma entre partículas en su vientre, lejos de cualquier seguridad que podamos llegar a conocer. No suena tan mal ahora que mi cerebro se ha calmado, el caos siempre acaba en estrellas.
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